jueves, 25 de marzo de 2021

TONI CANTÓ


(Publicado en Diario16 el 25 de marzo de 2021)

Toni Cantó dio el salto a la fama con 7 vidas, aquella serie televisiva en la que interpretaba a un joven que despertaba tras dieciocho años en coma. Algo después, al hombre se le removió la conciencia social y decidió probarse en política, donde va camino de hacer realidad la historia del personaje de ficción que se desdoblaba de una existencia a otra sin solución de continuidad. Todavía no ha llegado a las siete vidas, pero ya ha quemado cuatro (Vecinos por Torrelodones, Unión Progreso y Democracia, Ciudadanos y el Partido Popular). Y lo que te rondaré morena. A este paso Cantó termina en Vox, o en el Partido Comunista con Verstrynge, qué más da con tal de seguir haciendo bolos en los ruedos ibéricos y chupando de la ubre del Estado.  

Está visto que Toni Cantó tiene más vidas que un gato. El último escenario al que se ha subido el polémico actor/político es el tablao madrileño de Isabel Díaz Ayuso, un sainetillo en su momento más álgido antes de las elecciones autonómicas. Sin duda, la jugada estaba cocinada desde hace meses, pero el ínclito diputado ha aprovechado la demolición de Ciudadanos y la loca moción de censura de Murcia como excusa perfecta para volar a tierras más cálidas. Cantó es una cigüeña solitaria que siempre acaba poniendo el nido y el huevo en latitudes templadas, ya sea junto a la veleta naranja o la gaviota depredadora. Lo dijo Machado: en el campo de la acción política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire. Y en eso está el comediante Antonio Cantó García del Moral.

Ahora que Ciudadanos se ha disuelto como el azucarillo de la derecha, el gran histrión de la política nacional le ha dicho a sus moribundos compañeros naranjas eso tan español de “esta es la mía, ahí os quedáis”, y ha buscado cálido refugio entre cómicos, candilejas y demás farándula de Díaz Ayuso. Ya se sabe que a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija, y el tronco seco de Arrimadas ya no daba para más. Poco importa si el bueno de Toni está empadronado aquí o allá, en Valencia, en Madrid o en Torrelodones, ciudad de casinos y vicios. Ya le harán un hueco, que la ley electoral de este país es flexible con los cuneros y paracaidistas. Si el mundo es un teatro con un reparto deplorable, como decía Oscar Wilde, la política española es una tragicomedia repleta de actores mediocres.

Curiosamente, el ciudadano Cantó se ha pasado los últimos años dándonos la brasa a los españoles con la corrupción, el enchufismo, el capitalismo de amiguetes y la degeneración del PP. Él iba de digno e independiente, pero a la hora de la verdad nada de eso ha sido problema o impedimento para transfugar sin pudor a la sórdida mansión de la gran “Famiglia” genovesa. Cantó no solo tiene siete vidas políticas, también tiene siete chaquetas, una para cada día de la semana y para cada partido que pisa, así que por ahí no hay problema.

En estos días de pandemias y zozobras, la estrella del transfuguismo nacional firma su mejor interpretación que quedará sin duda para la posteridad: la historia del travesti político, el moderado que lleva dentro un ultra, o el ultra que se viste de moderado, quién sabe, en todo caso un tema fundamental en la España de hoy. Cualquier día se nos lo lleva Almodóvar para rodar una de sus películas sobre personajes ambiguos, o a hacer las Américas, como al Banderas, y lo perdemos para siempre. A Cantó lo metes en Hollywood y termina fichando por Biden y Trump al mismo tiempo, ya que él siempre juega a caballo ganador.

Obviamente, estamos ante el símbolo perfecto de la decadente posmodernidad y los tiempos líquidos que vivimos donde todo vale, donde todo se compra y todo se vende, donde todo es puro teatro. Sociedad de consumo, política de consumo. El muchacho larga un discurso huero y vacío sobre la democracia y la regeneración política y acto seguido hace mutis por el foro, por detrás del escenario, para pirarse con la maleta a otra compañía que paga mejor. El señor de la escena tiene un amplio repertorio de personajes, que va sacando del guardarropía de su camerino, y con los que va jugando magistralmente, tal es el arte de este falso Ciudadano Kane que engatusa al respetable con sus interpretaciones antológicas.

Cantó es como aquel célebre comercial de La muerte de un viajante de Arthur Miller que perseguía su sueño americano de fama y éxito sin contar con las ideas, los valores o los principios morales. Es así, aferrado al doble discurso y a su doble personalidad, como ha sobrevivido todo este tiempo. Hoy te vende una escoba y mañana una aspiradora o el programa del centro moderado o el manual de instrucciones de la derecha o el folleto utópico de la socialdemocracia. Tal como él entiende la política, se trata de alargar la función una temporada más, de seguir viviendo del cuento y la ficción, de colocar el producto para hacer caja. La cosa es que el carrusel no se detenga nunca, que el espectáculo no pare jamás, show must go on, que decía aquel. Todo por el teatro.

Se desconoce si el muchacho aprendió el oficio de la farsa en el Actors Studio, con el famoso método Stanislavski, o es más bien autodidacta y lo interiorizó todo improvisando en la gran cantera de la tele que ha dejado una escuela española de actores impagables. En todo caso, ahora su Lee Strasberg será José Mari Aznar, que ayer completó una de sus más memorables actuaciones en el Liceo de la Audiencia Nacional como gran Fantomas de la política española. Estremecía y daba miedo ver cómo el enmascarado testigo declaraba ante sus señorías que no sabía nada de la caja B de su partido, ni de los sobresueldos, ni de los famosos “sobres marrones” que corrían a raudales y sin control, junto al champán, por Génova 13.

A partir de ahora Aznar será el nuevo referente interpretativo de Cantó, su Pigmalión particular, tanto político como teatral. Bajo la batuta de Ayuso, seguro que no le cuesta adaptarse al libreto o guion. Tiene anchas espaldas, grandes tragaderas y una piel camaleónica preparada para eso y para mucho más. De momento, sus compañeros de las Corts Valencianas, que lo conocen bien, ya lo han propuesto para el Goya de este año por su interpretación más brillante: la del político supuestamente independiente que venía a regenerarlo todo y que ha vendido su alma al diablo, como Fausto. Dios, qué pedazo de actor.

Viñeta: Igepzio

AZNAR Y RAJOY

(Publicado en Diario16 el 24 de marzo de 2021)

“Señoría, ¿ese abogado que me pregunta es el abogado del señor Puigdemont?”, interpeló al juez un desafiante Aznar, tratando de desviar la atención, durante el juicio por los sobresueldos del PP. Ante la impertinencia, el magistrado le aconsejó que dejara de hacer insinuaciones que no venían a cuento sobre los enemigos de España y le invitó a ceñirse a la caja B del partido. “Yo no me dedicaba a buscar cajas fuertes”, respondió finalmente, con arrogancia, el ex presidente del Gobierno. El letrado en cuestión era Gonzalo Boye, que representa a una de las acusaciones populares en el procedimiento contra el Partido Popular y que también es el defensor del ex presidente de la Generalitat, hoy fugado en Bélgica.

La escena no hacía otra cosa que poner de manifiesto que Aznar, lejos de mostrarse intimidado por el tribunal, se sentía tranquilo, fuerte, impune. A esas alturas de su declaración como testigo por videoconferencia, estaba claro que al tío de las Azores este vodevil de Bárcenas apenas le suponía una leve molestia, todo lo más le robaba media hora de su partida diaria de pádel. La declaración de Aznar ha sido un caso práctico de amnesia y negacionismo que debería enseñarse en todas las facultades de Derecho. Nunca cobró donativos del PP, jamás vio ni autorizó los famosos “sobres marrones” y en ningún momento tuvo conocimiento de la doble contabilidad denunciada por el extesorero Bárcenas, que estos días sigue tirando de su manta infinita.

Cualquier honrado ciudadano en el lugar de Aznar hubiese temblado de miedo. No es pecata minuta ni plato de buen gusto que la Justicia lo llame a uno a declarar para preguntarle sobre asuntos tan graves como el cobro de comisiones, las gratificaciones en B, en definitiva, sobre el mangoneo que los altos cargos del PP se llevaron durante décadas, concretamente desde el Pleistoceno Superior de nuestra democracia, cuando las trapacerías del caso Naseiro, el primer gran asunto de corrupción del Partido Popular que estalló poco después de la llegada de Aznar a la presidencia del partido en 1989.

Sin embargo, lejos de ponerse nervioso, el expresidente ni siquiera movió un músculo facial ni pestañeó, aunque eso tampoco es fácil afirmarlo con rotundidad, ya que se había colocado la mascarilla bien alta, casi a la altura de la frente, para que los abogados no pudieran analizar su expresión mímica, un elemento esencial en cualquier interrogatorio. Prácticamente, al testigo solo se le veían los ojos, esos ojos que un día convencieron a los españoles de que Sadam Husein quería envenenarnos con sus armas de destrucción masiva, esos ojos con los que Aznar es capaz de fulminar a un sociata que se atreva a insinuar que el 11M no fue cosa de ETA. De esta manera, aunque el expresidente sea más inocente que un ángel del portal de Belén en todo este embrollo de los papeles de Bárcenas, la sensación que producía era exactamente la contraria: totalmente enmascarado y con el rictus severo que dejaba entrever su mirada de duro del Oeste recordaba más bien a uno de esos villanos con antifaz de los cómics de la Marvel.

Extraña que a un señor que está en su casa en pantuflas, detrás de la pantalla del ordenador y sin nadie al lado, se le permita dirigirse a un tribunal camuflado tras una mascarilla contra el coronavirus. ¿Por qué se le concedió esa ventaja que no hubiese gozado ningún otro testigo? Prebendas y privilegios del poder. ¿Por qué sus señorías no le conminaron a quitarse la careta, como es preceptivo según la ley? Simple y llanamente porque Aznar es Aznar y todavía infunde miedo reverencial en la judicatura.

El caso es que las reiteradas peticiones de los abogados de las partes para que el hombre de la guerra de Irak diera la cara cayeron en saco roto y al final se le aceptó la FFP2 y el argumento de que él es un hombre cumplidor con las normas sanitarias. Como si a Aznar le importaran mucho los protocolos de las autoridades y el intervencionismo del Estado bolchevizante. Recuérdese aquella ocasión en la que, ante una campaña contra el abuso de alcohol al volante de la DGT (el famoso “no podemos conducir por ti”), Aznar se burló de todos diciendo aquello de “¿y quién te ha dicho que quiero que conduzcas por mí?”, pidiendo que “le dejaran beber tranquilo”. De modo que Aznar nunca fue un dechado de civismo solidario.

Al final, el presidente del tribunal lo despidió con un “muchas gracias señor Aznar y perdone las disculpas por haberlo tenido que hacer por la tarde”. Solo le faltó decir aquello de López Vázquez de “a los pies de su señora”.

Quizá el mal efecto que producía ante la cámara un Aznar enmascarado llevó a Mariano Rajoy a optar por jugárselo a todo o nada y comparecer sin mascarilla, a pelo, como un valiente. Dos enmascarados ante los jueces en una sola tarde era demasiado, incluso para dos miembros del partido más corrupto de Europa. Por supuesto, el expresidente gallego también lo negó todo: “En mis cuarenta años en el PP no he oído a ningún dirigente ni militante hablar de la caja B. Son los papeles del señor Bárcenas, que él tendrá que explicar”, alegó el hombre de los trabalenguas imposibles. Media España asistió a su comparecencia telemática, más por si soltaba algún chascarrillo de los suyos que por lo que pudiera aclarar sobre los famosos “sobres marrones” que iban y venían por Génova, que de eso nunca sabe nada.

No obstante, enseguida se vio que si alguien necesitaba la mascarilla con urgencia ese era Rajoy, y no por guardar la distancia de seguridad para no pillar el bicho de Wuhan, sino porque al poco tiempo de comenzar el interrogatorio empezaron a aflorarle sus característicos e inoportunos tics faciales, primero el de cejas, luego el de nariz y el de mandíbula prognata, que no transmiten precisamente seguridad en sí mismo y sinceridad. Cada vez que el expresidente se acercaba a la pantalla del ordenador para jurar y perjurar que jamás ha visto a ningún compañero trincando un sobre en B, la ceja se le movía sola, delatoramente, a la virulé. La gente del cine y la televisión sabe que a un actor que no aguanta un primerísimo primer plano hay que rodarlo siempre de lejos, en panorámicas o todo lo más en planos medios, porque de lo contrario no resulta convincente. Lamentablemente para él, Rajoy ya no tiene asesores que le saquen su mejor perfil y esta vez tuvo que enfrentarse solo ante el peligro ante los servidores de la Justicia. ¿Convenció a España de que no sabía nada de los fatídicos sobres? No parece. 

Al final, los dos ex presidentes del Gobierno se despidieron amablemente de sus señorías, que se disculparon por haberles hecho perder el tiempo. Faltó poco para el besamanos.

Viñeta: Igepzio

EVA SANNUM


(Publicado en Diario16 el 24 de marzo de 2021)

Eva Sannum, aquella novia nórdica de Felipe VI que hace dos décadas acaparó las portadas del papel couché, asegura que se alegra de no haber aceptado ser reina España. Su entrevista con el diario Aftenpostes viene a demostrar que las niñas ya no quieren ser princesas, que la monarquía ya no es lo que era y que el papel de monarca pronto entrará en la lista de oficios en trance de desaparición, como el cartero, el relojero o el remendón de zapatos. El cargo empieza a estar mal visto después de que la realeza europea haya tocado fondo en su imparable proceso de degradación, decadencia y pérdida de glamour y confianza entre el pueblo.

El nombre de Sannum saltó a las primeras páginas de los periódicos hace más de veinte años, cuando se la relacionó sentimentalmente con el entonces Príncipe de Asturias, e incluso se llegó a hablar de ella como futura reina de España. Hoy, con todo lo que ha llovido en Zarzuela, con el vendaval de escándalos financieros y amoríos del rey emérito, la mujer que en aquellos años copaba los reportajes de las revistas concluye que en su día tomó la decisión correcta. Como telón de fondo de su confesión, sin duda, está la entrevista que los duques de Sussex mantuvieron hace unos días con Oprah Winfrey y que ha sacudido los cimientos de los palacios y las dinastías del viejo continente. “Me identifico con Meghan Markle, con venir de algo completamente diferente, con formar parte de una familia tan especial. Como muchos han señalado, tal vez Enrique debería haberle informado sobre eso”, asegura Sannum.

Ahora que las coronas de media Europa se tambalean como esos esqueletos de dinosaurios de los museos de ciencias naturales, las palabras de Eva Sannum no dejan de ser el epitafio perfecto para el romance que vivió con Felipe. La monarquía se ha convertido en un fósil del pasado, un anacronismo medieval que ha perdido sentido, si es que lo tuvo alguna vez. Los europeos de hoy exigen más igualdad, no privilegios ancestrales ni inviolabilidades injustificables; más justicia social y fraternidad, no elitismos clasistas; en definitiva, más feminismo, menos Ley Sálica patriarcal, más democracia republicana y menos sangre azul.

Con el paso del tiempo, la Sannum se alegra de no haber hecho realidad el sueño infantil de la Cenicienta a la que querían calzarle un falso zapato de cristal para convertirla en princesa. La noruega que se hizo la sueca al darle calabazas a la monarquía española rechazó entrar en la historia, dio portazo a la gloria y dijo no al cuento de hadas que a menudo suele acabar en pesadilla, como ya ocurrió con tantas otras, véase la misma Lady Di. De Grace Kelly se dice que tuvo que lidiar con la incomprensión de la aristocracia monegasca: “Las mujeres, aquí en Mónaco, no me quieren, así que tengo que ver todo lo que digo y todo lo que hago porque son muy críticos”. La maravillosa protagonista de La ventana indiscreta probó en sus propias carnes la arrogancia de toda esa gente envarada, enjoyada y rancia de las sagas caducas.  

A buen seguro, de haberse metido en la aventura de ser reina de España, Eva Sannum ahora tendría que convivir con el escándalo permanente, con los chascarrillos y burlas del pueblo, con un cuñado presidiario, con unas cuñadas aprovechadas que se vacunan en la clandestinidad y con un suegro que ha vendido su fabulosa reputación por un puñado de maravedíes árabes y una máquina de contar de billetes. En resumen, Sannum se ha librado de los avatares propios de una familia desestructurada y de la maldición hispana de los Borbones, que de la noche a la mañana han pasado de la solemnidad a la tragicomedia para hazmerreír y escándalo de media Europa.

Toda esa pesada dote que no es como para envidiar recae ahora sobre las espaldas de Letizia, y cosas aún peores, como los artículos venenosos del viperino Peñafiel, que suele tratarla de “exrepublicana, exatea y exizquierdosa”, una plebeya advenediza empeñada en instaurar “una monarquía comunista” en España. Seguramente, entre lo malo que tiene ser reina en pleno siglo XXI lo peor de todo es tener que desayunarse con las diatribas y los severos correctivos del vejete periodista, fiscal y censor de la moralidad y las buenas costumbres de Zarzuela.

Eva Sannum ha podido vender su historia de cinco años de noviazgo con el príncipe Felipe y no lo ha hecho, pese a la sarta de mentiras que se han contado sobre ella. Y no fue por falta de ofertas, lo cual la honra todavía más. Ahora que el docudrama se vuelve a poner de moda tras la confesión de Rocío Carrasco, la celebrity que se ha abierto en canal para contar pelos y señales sobre su calvario con su ex el picoleto, a la Casa Real española lo último que le faltaba era que se abriera también el melón de Eva Sannum. En cualquier caso, para eso están los esbirros del CNI, para informar a las rubias hitchcockianas que han pasado por palacio sobre cuáles son sus derechos y sus obligaciones, como ya hicieron con Corinna Larsen. “Cuando eliges no comentar nunca algo, como hice yo, muchas veces se establecen en la prensa algunas verdades que no corresponden a la realidad. Que una declaración se repita con frecuencia no significa que sea cierta”, ha dicho en su entrevista con la prensa noruega.

La confesión de esta nueva Eva al desnudo demuestra que, por hache o por be, ser rey o reina ya no es un cargo socialmente valorado, aunque habría que preguntarle al CIS y Tezanos siempre se niega. Lo cual nos vuelve a recordar que este país tiene pendiente un referéndum monarquía/república, cada vez más lejos ahora que Pablo Iglesias ha dimitido del Gobierno o lo han hecho dimitir, por frustración, cansancio y hastío, los señores del Íbex 35. La monarquía se resiste a un final que es un canto de cisne. Hoy mismo han enviado a la princesa Leonor a su primer acto en solitario en el Instituto Cervantes. La heredera de lo poco que queda de este Reino ibérico hecho unos zorros empieza a dar sus primeros pasos en política, una auténtica aberración porque a su edad la niña tendría que estar jugando al Fortnite con las amigas y no pensando en el futuro de la nación. A la criatura quieren internarla en el Hogwarts de la realeza europea, allá en el brumoso Gales, con el frío que hace y el nieblazo como para deprimir a cualquiera que cae a todas horas. Le han metido mucho Kurosawa en vena, mucha hípica, mucho protocolo y mucho inglés. Ahora falta que la jovencita sea feliz y no le pase como a la tía Sannum, que le pusieron el trono de España delante de las narices y salió por piernas. Chica lista.

Viñeta: Igepzio

LA CIUDAD DE LOS BORRACHOS

(Publicado en Diario16 el 24 de marzo de 2021)

Qué tiempos aquellos en los que los turistas iban a Madrid a visitar el Museo del Prado, el Escorial y la Villa y Corte de los Austrias. Hoy resulta complicado moverse por las callejuelas del casco antiguo o Sol sin que te vomite encima un francés borracho sin camiseta. En medio de la pandemia, Isabel Díaz Ayuso ha decidido convertir la majestuosa capital de España en un hacinado parque temático de la muerte lleno de guiris ávidos por el calimocho, la tajada y la cogorza. El programa ultraliberal del ayusismo consiste precisamente en eso, en un carpe diem veinticuatro horas y en poner en marcha una macabra ruleta rusa del coronavirus. Todo Madrid es ya un oscuro after, una trepidante rave para la fiesta y la diversión, un inmenso Casino de Torrelodones donde el premio gordo es un trancazo mortal regado por un cubata de garrafón.

La vida en Madrid ya no vale nada, quizá lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks, como dijo el gran Sabina. El presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, ha llegado escandalizado de allí: “Madrid va a ser una bomba dentro de quince o veinte días”. Nefasto presagio de un paisano sensato que no suele equivocarse porque siempre dice lo que le dicta su buen saber y entender. Revilla advierte de que en Madrid no se están tomando las medidas necesarias para frenar el virus, de modo que aquello es ya una especie de ciudad sin ley, una Sodoma y Gomorra donde el alcohol corre a raudales, sin control, y los mozallones parisinos, ebrios de tintorro, se pasean como zombis de The Walking Dead. La consigna del PP madrileño es clara y diáfana: ganar un poco de dinero más; hacer caja, la de caudales y la de pino, que los muertos del capitalismo salvaje son daños colaterales inevitables. Ayuso rescata bares, no personas, y cualquier día los hosteleros la proponen al papa de Roma para la canonización como nueva virgen milagrera de la hostelería y hasta cuelgan su retrato de Madonna doliente en la Casa del Jamón.

Como no podía ser de otra manera, el alcalde Martínez Almeida está con la presidenta y pide que no se caiga en la madrileñofobia, lo cual es difícil teniendo en cuenta que Madrid es la única comunidad autónoma que se salta las normas estatales en una especie de insumisión sanitaria, nuevo procés o independencia castiza. Si a finales de año se trataba de salvar la Navidad, ahora toca rescatar la Semana Santa. Madrid bien vale una misa con otros diez mil muertos. Podrá llegar una cuarta ola, una quinta, un tsunami entero de contagios, que la economía no se va ir al garete. Aquí ni un solo bar se cierra porque la tasca es el nuevo Alcázar del falangismo madrileño y hay que dar la vida por él, defenderlo con uñas y dientes del comunista Iglesias. Así es el Madrid de los felices años veinte que se ha inventado IDA, una mujer que encaja como un guante en este déjà vu fascista que se nos viene encima y hasta se peina y viste al viejo estilo Charlestón de entreguerras.

En el Madrid de la pandemia no se podrá ir de Pinto a Valdemoro por el confinamiento perimetral, pero los aviones llegan a Barajas rebosantes de peregrinos pálidos y suicidas dispuestos a broncearse en el cementerio madrileño y a dejarse la vida por una última curda en las terrazas de Malasaña. Las masas europeas son atraídas por el reclamo del piso turístico, el botellón furtivo y el impune nudismo urbanita, que al gabacho se le permite todo, hasta ir descalzo por la calle y quedarse en pelota picada junto al lago del Retiro lleno de peces muertos. Al visitante francés, inglés o alemán, señoritos de la Europa opulenta y xenófoba al borde de la extinción, el Madrid de IDA le da licencia para casi todo con tal de que se dejen una migajas de su parné en nuestros mesones decadentes. Para ellos no hay toque de queda, pueden molestar al vecindario hasta aburrir, llenar de vómito las plazas y orinar en los portales. Barra libre, viva la libertad.

Madrid es la gran taberna de Europa, el Magaluf de la Meseta, solo que con el escenario de la yerma ribera del Manzanares en lugar de las doradas playas del Mediterráneo. La lideresa castiza se ha entregado descaradamente al lobby hostelero de tapas y cañas de Plaza Mayor, gran semillero de votos populista que le va a dar la victoria el 4 de mayo. Aquí se viene a lo que se viene, a mamarse, a ponerse bolinga, a cogerse la moña y el cuelgue del siglo postrero de la humanidad. Ya no importa si el turista tiene inquietudes culturales y quiere ver Las Meninas o el Santiago Bernabéu. Ya da igual si recala lo peor de cada casa de los Pirineos para arriba o si Boris Johnson o la Merkel nos envían a sus bárbaros sin mascarilla que van propagando el aliento pestífero y mortal por todo el continente. Se trata de seguir tirando con lo que mejor sabemos hacer, ese negocio tan fenicio y español del sablazo al guiri, gran industria nacional hoy en las últimas.

Madrid ha puesto el cartel de todo a cien. Madrid vende turismo barato y oxígeno envenenado de gotículas letales. Madrid como gran paraíso del negacionista, del cabeza rapada y del xenófobo antisistema que viene a matar pobres españoles con su esputo de variante británica. IDA les da lo que quieren, una eutanasia dulce con tapeo, el último colocón, el excitante placer nihilista de entrar en una taberna y llevarse para París un spanish souvenir: la muñeca vestida de gitana, unos sabrosos torreznos y un sifilazo en forma de neumonía. De Madrid al cielo, eso sí, pasando primero por el Zendal, dejando una buena propina y subiendo una bonita foto a Instagram

Viñeta: Pedro Parrilla

LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA

 (Publicado en Diario16 el 23 de marzo de 2021)

Sin unidad fáctica, la izquierda no tiene ni una sola posibilidad de triunfo en Madrid. De hecho, ni siquiera un hipotético pacto de gobernabilidad que agrupe a PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos garantizaría, hoy por hoy, el desalojo del poder de Isabel Díaz Ayuso. La suma sigue sin dar. Sin embargo, pese a que la victoria pasa por un bloque rojo, los socialistas pretenden desmarcarse de Unidas Podemos a la caza y captura del huérfano voto centrista que deja un Ciudadanos abierto en canal y en imparable descomposición.

Fieles a la máxima de que el poder siempre se gana por el centro con la captura del voto moderado, Pedro Sánchez y Pablo Casado se han lanzado a la búsqueda de la carroña del cadáver naranja. De ahí que ambos hayan fijado una estrategia similar de cara a los comicios madrileños. Se trata de jugar al atrapalotodo del moribundo granero centrista, pero sin ofender demasiado al posible socio radical indispensable a la hora de formar un Gobierno: para los socialistas, Unidas Podemos por la izquierda; para los populares, Vox por la derecha.

No obstante, el candidato socialista, Ángel Gabilondo, se ha pasado de frenada en su desmarque de la formación morada al colocarle un innecesario cordón sanitario a Iglesias para no asustar demasiado al votante náufrago del barco hundido por Inés Arrimadas. El hombre, encerrado como está en sus pensamientos como buen filósofo que es, aún no se ha enterado de que el bipartidismo ha pasado a la historia. Decir a estas alturas que no dormiría tranquilo con “este Pablo Iglesias” en el Ejecutivo regional es volver a cometer los mismos errores del pasado. La experiencia nos enseña que los cordones sanitarios los carga el diablo, y si no que se lo pregunten a Albert Rivera, que de tanto apretar el cordón a Sánchez acabó por estrangularse él mismo.

Por tanto, se impone la negociación, el pacto electoral, el diálogo con otras fuerzas amigas. Lo lógico sería que el eminente catedrático tratara de convencer al electorado templado de que él es la apuesta más segura –el sosiego y la sosería, el aguachirle ideológico y la mesura o sentido común muy lejos de aventuras polarizantes o extremistas–, pero sin darle el portazo a Iglesias, con el que más tarde o más temprano tendrá que sentarse, entenderse y pactar llegado el caso de formar un gobierno de izquierdas.

En su obsesivo intento por reencarnar el papel de nuevo Adolfo Suárez de la política madrileña para aglutinar el espectro de centro, Gabilondo está cometiendo el error fatal de olvidarse del ala izquierda del PSOE, corriendo el riesgo de una fuga de votos a Podemos por ese flanco fundamental. Se desconoce si la táctica se la traza Sánchez asesorado por su consejero, el spin doctor Iván Redondo, o cuenta con autonomía suficiente para tomar decisiones, pero lo cierto es que el plan no es sólido, no convence y presenta graves fisuras que no hacen sino dar ventaja, una vez más, a Díaz Ayuso.

Con una IDA disparada en las encuestas, llevada en volandas por los hosteleros (ha convertido Madrid en una ciudad de turismo de borrachera) y ungida como gran símbolo del reagrupamiento de las derechas o nueva CEDA que puede generar un efervescente efecto euforia, el diagnóstico acertado lo hace Pablo Iglesias: “Yo no voy a tener ni una palabra mala con ninguna de las candidaturas progresistas (…) Cuando la gente de izquierdas nos ve discutiendo, peleando entre nosotros, se desmoviliza, y creo que eso tenemos que evitarlo”. Lección aprendida.

Es cierto que los 26 escaños abandonados de Ciudadanos son un plato goloso para alguien como Gabilondo que siente alergia a la izquierda real, potente, renovadora, pero por afinidad conservadora ese botín naranja lo más probable es que termine en los caladeros del PP y que solo la minoría progre del partido fundado por Albert Rivera transmigre finalmente al PSOE. Una pírrica victoria. Ayuso, con su habitual gracejo sin gracia, ya le está afeando al profesor que se haya pasado al Partido Popular por urgencias demoscópicas, lo cual no es bueno para la imagen de los socialistas. Por tanto, la clave está, una vez más, en fortalecer la unidad de la izquierda.

El gran riesgo es que el votante progresista desencantado con la experiencia del Gobierno de coalición se quede en su casa el día de las elecciones, disparándose la abstención. En ese caso, Ayuso ganará por aplastamiento. Por consiguiente, Gabilondo no debería ponerse exquisito con los comunistas ni jugar a ser esa folclórica que da la patada del desprecio al líder de la coleta o moño porque no está en disposición de perder ni un solo voto. Desde ese punto de vista, haría bien Gabilondo en seguir manteniéndose fiel a su rol de soso y discreto y no ir por ahí rompiendo posibles y necesarias alianzas antes de tiempo. Para ser un peligroso extremista como dicen, Iglesias ha demostrado en este lance mucha más moderación que el eminente candidato socialista al avisar de que no piensa entrar en la refriega y el fango con un enemigo equivocado, ya que el objetivo no es enemistarse con el PSOE, sino vencer a la extrema derecha emergente.

Por el camino errático que ha elegido, Gabilondo se va a pasar la campaña electoral rezando para que el Ciudadanos de Edmundo Bal supere el fatídico corte mínimo del 5 por ciento de los votos que según la ley electoral da derecho a representación parlamentaria, ya que de lo contrario Ayuso arrasará y ganará de calle. Es cierto que todos estos cálculos matemáticos al bueno del catedrático Gabilondo le importan más bien poco, ya que él está en la metafísica, en la teoría de las ideas platónicas y en la ética de Kant que no conecta con la gente. Su fórmula para ganar Madrid (pactar con Ciudadanos y Más Madrid, aislando al radical Iglesias) no es más que un dislate y una ensoñación filosófica que puede acabar en fiasco y con Rocío Monasterio colocándole el pin parental en la sopala a los escolares. Y todo por darle la espalda, absurdamente, al hermano necesario de la izquierda.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

GABILONDO

(Publicado en Diario16 el 22 de marzo de 2021)

En su primer vídeo de campaña, Ángel Gabilondo ha asumido su papel de “soso, serio y formal”. No está mal que un político sea consciente de sus cualidades y carencias y las haga suyas ante su electorado. Ya decía Confucio que para conocer las virtudes de un hombre había que observar sus defectos. Otros candidatos se empeñan en dar una imagen de lo que no son y eso es también un fraude al votante. Díaz Ayuso, por ejemplo, va de moderadita y lleva dentro de sí una Pilar Primo de Rivera que cuidado con ella. La misma Rocío Monasterio es una loba con piel de cordero que se ha disfrazado de demócrata constitucionalista, aunque no cuele. Quiere decirse que está bien que Gabilondo se resigne a ser el gran “Sosoman” de la política española. Así nadie se sentirá engañado cuando suba a la tribuna de las Cortes a dar el discurso de investidura y deje a las ovejas patas arriba de aburrimiento.

El don de la simpatía, el magnetismo personal, el carisma, es algo que se tiene o no se tiene. Vinicius, por ejemplo, es un gran jugador de fútbol, pero por desgracia no le mete un gol ni al arco iris. Vamos, que por mucho que el madridismo se empeñe en convertirlo en el nuevo Di Stéfano o un dios de los estadios no tiene el arte ni la pegada de Cristiano Ronaldo a la hora de concretar, como dicen los sesudos analistas futboleros. Algo así le ocurre al cartesiano Gabilondo, que puede recitar de memoria La República de Platón pero es incapaz de contar un chiste con gracia. Él sabe que reírse le cuesta votos, por eso confiesa su condición de sosaina e insulso y sigue fiel a su estilo Cara de Palo Keaton.

Vivimos en un mundo en el que se valora más ser ingenioso, punzante, agudo y divertido que llevar en la cabeza toda la filosofía Occidental. Son los tiempos líquidos que nos ha tocado vivir y que nos han traído otra maldición: la del político cínico y ocurrente, trumpista y faltón, falto de ideales y principios. Y así nos va. Probablemente en un mundo poblado de pequeños Gabilondos todo funcionaría mejor, pero nos reiríamos menos. Díaz Ayuso es una prodigiosa máquina de diversión que sale a chorrada por minuto. Y así es imposible competir. Hasta Groucho Marx perdería elecciones contra una mujer que en estos meses de pandemia se ha estado ganando a los hosteleros con su supuesto arte y salero para darle estopa a Pedro Sánchez. La gente pide rock and roll y Ayuso se lo da.

Hemos llegado a un punto en que al personal le motiva más una bufonada que cinco decretos leyes para levantar la Sanidad Pública. A ese drama nos ha llevado la posmodernidad, que ha terminado por diluir la ideología en favor de la imagen y por convertir la política en un show desacralizado, relativista, frívolo y superficial. Por eso es bueno que el activista e ilustrado Pablo Iglesias vuelva al barro, a la barricada y a la trinchera electoral. Entre una jubilosa Ayuso soltando disparates a todas horas y un Gabilondo explicándonos la ética de Kant, corríamos el riesgo de que nadie se preocupara de la política real, de los desahucios, de los alquileres, de los fondos buitre, del ingreso mínimo vital. Una coleta bien puesta ayuda mucho al carisma cuando uno se tiene que bajar al moro de Vallecas para pedirle el voto a la famélica legión en peligro de ser engatusada por el nuevo franquismo de Santi Abascal. Gabilondo no tiene coleta porque es calvo y ya decía el humorista aquel que los políticos calvos nunca triunfan, o sea que están condenados al papel de deuteragonista o secundario.

Sin embargo, el líder socialista madrileño cree que puede ganar por sí solo y no está dispuesto a ir de la mano del exvicepresidente segundo. “No quiero un clima de confrontación, de extremismo. No quiero eso, sinceramente. Con este Iglesias no”, ha asegurado antes de descartar un pacto para gobernar con Unidas Podemos en la Comunidad de Madrid. Todo lo más, estaría dispuesto a pactar con Más Madrid y con el Ciudadanos en liquidación total de Edmundo Bal, que posee oratoria pero no lo cree nadie.

Lamentablemente para Gabilondo, le guste o no, tendrá que contar con Iglesias si quiere derrotar a las derechas en la batalla decisiva de Madrid. Los sondeos apuntan a que el PP gana con un 38 por ciento de los votos; el PSOE obtiene el 24; Vox y Más Madrid se sitúan en torno al 11; y Podemos sube al 9, mientras Ciudadanos se desploma al 4 por ciento. Es decir, todo anda muy apretado y nadie está para despreciar votos, por muy filósofo digno y estoico que sea uno.

Con todo, Gabilondo es quizá la única carta que le queda a la socialdemoracia antes del advenimiento de la extrema derecha trumpista. Puede que el candidato socialista no sea Tierno Galván, pero sí es una mente brillante y un hombre decente, que es lo mínimo que se debería exigir a un candidato en los tiempos corruptos que corren. Luego, si el electo tiene los ojos de Paul Newman y el torso de Brad Pitt en Troya, mejor que mejor, pero eso no debería ser lo primordial. El número feo es el que más veces suele tocar en la lotería y si los madrileños desean el Gordo en estas elecciones (o sea mejor Sanidad, mejores servicios públicos y más ayudas sociales) la apuesta más fiable es el catedrático sensato y no la muchacha alocadilla que ha convertido la política en un frenopático o ruidoso tablao flamenco donde el vino corre a raudales.

Ciertamente, la chica del PP castizo tiene tirón entre la gente, que le ríe las gracias como a la nueva Lina Morgan del Broadway político madrileño. La imagen y el vodevil no debería ser lo esencial en la vida pública. En el 33 los alemanes se dejaron arrastrar por un señor con mucho carisma y acabaron comiendo ratas y piedras bajo las ruinas. Puede que Gabilondo sea un muermo, pero es lúcido detrás de sus gafas de culo de vaso. Da igual que no sea bonito, ni tenga carisma, ni llegue a su hora a las mociones de censura. Es moderado, tiene sentido común y es un buen hombre. Para guaperas ya está Sánchez. 

Viñeta: Igepzio

EL GALLINERO SEVILLANO

(Publicado en Diario16 el 22 de marzo de 2021)

Buena parte del PP andaluz ha dicho no al trumpismo madrileño que quieren implantar Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. La primera vuelta en el proceso electoral interno del partido en Sevilla, celebrada este fin de semana, ha servido para evidenciar la guerra soterrada que existe entre los “bonillistas” (partidarios del barón territorial Juanma Moreno Bonilla) y los oficialistas o casadistas (que pretenden controlarlo todo desde la Ejecutiva nacional en Génova 13). Se trataba de una votación crucial para la elección de compromisarios y candidaturas de cara al XXV Congreso Provincial del Partido Popular que debe celebrarse el próximo 27 de marzo, pero lejos de haber servido para escenificar la unidad y fortaleza de la formación azul, la cosa ha terminado como el rosario de la aurora. Los rumores de pucherazo, divisiones familiares, rencillas y ambiciones personalistas se han desatado.

En realidad, el conato de incendio sevillano, que puede propagarse a otras comunidades autónomas, tiene que ver con dos ideas contrapuestas, dos proyectos diferentes y dos concepciones distintas sobre el futuro del partido, hoy en horas bajas por la anemia de votos, la pérdida de credibilidad por los casos de corrupción y la feroz competencia de Vox. Casado se encuentra en su momento de mayor debilidad y solo un golpe de suerte en Madrid, con una victoria aplastante de Isabel Díaz Ayuso, puede devolverle algo de vigor a su liderazgo.

Sin embargo, algunos feudos o taifas como Andalucía se le están desmandando, ya que no reconocen el poder centralizador frente al de las pujantes delegaciones regionales, que a fecha de hoy se muestran mucho más consolidadas y asentadas que el proyecto popular a nivel nacional. A Moreno Bonilla y demás barones periféricos no les debe hacer maldita la gracia que una señora de Madrid como IDA trate de imponer su filosofía unificadora y su estilo duro de hacer política. La presidenta castiza es trumpismo en estado puro y no cejará en su empeño de instaurar en la capital una suerte de nuevo falangismo folclórico y naíf con el apoyo de la extrema derecha de Vox.

Últimamente ya resulta imposible diferenciar entre el discurso de Ayuso y el de Rocío Monasterio, la gazmoña diva ultra madrileña. Ambas hablan la misma lengua y con los mismos tonos y clichés (“comunismo o libertad”) en un curioso fenómeno de simbiosis, contagio o clonación de corriente de pensamiento. Ayuso y Monasterio trabajan desde hace tiempo en una única onda, y si el liderazgo de la presidenta madrileña no está en peligro es precisamente porque la extrema derecha la ha aceptado como una más y piensa apoyarla en todo. “IDA es una de las nuestras; la tenemos controlada”, le dirá Monasterio a Santiago Abascal, cada mañana, cuando le pase el parte previo a la decisiva batalla de Madrid.

El modelo madrileño de confluencia de las derechas, la reedición de la nueva CEDA exportable a otras regiones españolas, está más que asegurada, pero a Moreno Bonilla no le gusta que le den órdenes desde Villa y Corte, de modo que han estallado las hostilidades entre Génova y el Palacio de San Telmo. Las elecciones del PP de Sevilla han servido para constatar que la supuesta autonomía de las sucursales territoriales no existe, ya que a la hora de la verdad llega Casado, da un puñetazo encima de la mesa e impone al delfín o delfina de turno. Cuenta la prensa local que la dirección nacional y la regional se han enzarzado en acusaciones y amenazas después de que la candidatura avalada por Madrid se haya impuesto con rotundidad. Hasta tal punto que el tira y afloja, el enfrentamiento público del mundo pepero sevillano, ha adquirido ya tintes de guerra abierta.

Finalmente, la candidata propuesta por Casado, Virginia Pérez, ha terminado imponiéndose a Juan Ávila, el alcalde de Carmona que era la apuesta personal de Moreno Bonilla. El aparente claro resultado –1.176 votos de Pérez frente a 742 de su rival– no ha apaciguado los ánimos y algunas voces del partido andaluz hablan ya de irregularidades en el proceso electoral. Es justo lo que le faltaba al Partido Popular casadista. Tras la escandalosa semana del tamayazo murciano y el caso de la supuesta compra de tres escaños de Ciudadanos para mantener en el poder a López Miras (un asunto que ha reducido la democracia a la categoría de zoco, rastro o mercadillo persa), ahora se abre la temporada primavera verano del pucherazo dominical. Algo huele mal en la ribera del Guadalquivir cuando las palabras que más se han pronunciado en los comicios de este fin de semana han sido “caos”, “irregularidad” y “amaño”.

La raíz del enfrentamiento soterrado está en que los “bonillistas” entienden que se ha dejado fuera del proceso electoral a cientos de afiliados que no estaban al día con el pago de las cuotas, un asunto que ha llegado a los tribunales (un juzgado local ya ha sentenciado que la situación de impago no priva de sus derechos de participación a los militantes, todavía menos cuando han mostrado su voluntad de abonar los atrasos y ponerse al día con el partido). Los rumores de pucherazo se han disparado cuando se ha sabido que pese a que el PP de Sevilla tiene alrededor de 20.000 militantes, solo se inscribieron en el censo oficial del congreso 2.120, un dato que se une al hecho de que miembros enviados por la dirección nacional de Madrid hicieron las veces de comisariado político, a pie de urna, para que no hubiera sorpresas a última hora.

Si el gallinero se extiende a otras comunidades autónomas, enquistando la lucha interna entre ambas familias, es algo que solo el tiempo lo dirá. Andalucía es tierra orgullosa y a un andaluz, ya sea de izquierdas o de derechas, no le digas tú que una enviada del jefe va a llegar de la capital a poner orden, sobre todo cuando Madrid es un caos pandémico por las políticas suicidas, negacionistas y economicistas de IDA mientras que Andalucía está tratando de hacer las cosas bien. Moreno Bonilla, como el resto de barones regionales, ha adquirido mucho poder, quizá demasiado para Casado, que ve peligrar su debilitado liderazgo. Al sucesor de Rajoy no le interesa que haya demasiados aspirantes con fuerza y empuje (con Núñez Feijóo en Galicia, el siempre aspirante a hacerle sombra, ya tiene bastante), de modo que ha decidido controlar los patios traseros de las respectivas delegaciones. Casado monta un circo y le crecen los enanos. Tiene el partido convertido en una jaula de grillos, pero él insiste en ser presidente del Gobierno de España algún día. Los sueños, sueños son. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

domingo, 21 de marzo de 2021

EL PAPA Y VOX

(Publicado en Diario16 el 20 de marzo de 2021)

Al fascismo nunca le gustó la religión. Filosóficamente hablando, la idea del superhombre de raza aria destinado a dominar el mundo choca de forma frontal con los postulados del cristianismo, que propugna el amor al prójimo y de alguna manera el reparto de la riqueza (aquello del rico y el ojo de la aguja). Además, los nazis nunca aceptaron un poder eclesiástico autónomo o no subordinado al Estado encarnado en la figura del papa, sino que deseaban la sumisión de la Iglesia católica al Tercer Reich.

Básicamente, Hitler creía que la religión era una especie de consuelo espiritual para débiles de mente y cuerpo, algo de todo punto incompatible con el nacionalsocialismo, y siempre sospechó que el cristianismo, por su patriotismo insuficiente e incluso por su simpatía con siniestras fuerzas ajenas como el socialismo, podía envenenar el espíritu nacional y la sangre pura de los alemanes. De ahí que siempre se haya dicho, y hay numerosos historiadores que han estudiado el tema, que el Führer siempre soñó con acabar con la religión cristiana, sustituyéndola por el viejo paganismo de los primeros dioses germanos tribales, por cultos esotéricos e incluso por una suerte de satanismo fetichista y sexual.

Los nuevos movimientos populistas de extrema derecha que han nacido al socaire del trumpismo norteamericano tienen mucho de sentimiento anticlerical, sobre todo contra un papa como Francisco I que a menudo muestra ciertos “ramalazos” socialistoides que a los ultras de hoy les repugnan como los ajos a los vampiros. Es cierto que Trump se apoyó en las sectas evangélicas para llegar a la Casa Blanca, pero las relaciones con el papa de Roma siempre han sido difíciles.

Ese ingrediente anti-Bergoglio lo llevan también los partidos ultras europeos y sus máximos dirigentes como Santiago Abascal, el italiano Matteo Salvini o el húngaro Viktor Orbán. Cada vez que Francisco lanza al mundo alguna encíclica avanzada a su tiempo o comentario rojillo sobre la desigualdad, la pobreza, el respeto a los derechos de los inmigrantes o las obligaciones del Estado de bienestar en la lucha contra la pandemia, a los duros de la derecha del viejo continente se les eriza el vello de la espalda, se ponen en guardia y arremeten contra el Santo Padre (el papa de los pobres, no lo olvidemos) lanzándole alguna puya para que deje de meter sus santas narices en política.

Es evidente que ese tic anti-Francisco I le aflora de cuando en cuando a Abascal, que pese a ser un católico, apostólico y romano de manual choca con lo que considera el “humanismo trasnochado” y “el buenismo progre” de un papa al que ve demasiado izquierdoso, bolchevizante o trosko. Ahí están los tuits del líder de Vox, como aquel en el que el Caudillo de Bilbao afeó al representante de Dios en la Tierra que tomara partido en favor del ingreso mínimo vital para personas en riesgo de exclusión social. En concreto, Abascal discrepó del “ciudadano Bergoglio” porque la renta básica de los menesterosos (una paguita para subvencionados, según Vox) lleva “a la ruina y al paraíso comunista”. Por cierto, la apelación directa al apellido del Vicario de Cristo (con un claro retintín) ya de por sí evidencia el mal rollo que el líder ultraderechista se lleva con el Santo Padre.   

Las ideas progres del papa sobre la prestación social mínima y la obligación de un Estado de asistir a los más necesitados no es lo único que le chirría a Abascal hasta provocarle urticaria. Cuando Francisco se refiere a asuntos como la homofobia, la xenofobia, el racismo y la cadena perpetua (mostrando opiniones abiertamente socialdemócratas), el dirigente ultraderechista español también empieza a hiperventilar. Por supuesto, la construcción del muro en Ceuta y Melilla para que los inmigrantes africanos no puedan entrar en España, una de las propuestas estrella de Abascal, choca de lleno con la filosofía del amor y la integración social del actual Sumo Pontífice. “El que levanta un muro termina prisionero del muro que levantó”, le dijo Francisco a Évole en su histórica entrevista. Y ya desde entonces, Abascal le echó las cruces.

El Generalísimo de Vox no es el único que está a punto del consumar el cisma ultra de Occidente con Francisco. La puritana Rocío Monasterio también ha dado muestras de antipapismo franciscano en algunas declaraciones públicas, como cuando tuiteó: “Los muros del Vaticano”, junto a una fotografía de la muralla exterior de la Santa Sede, dando a entender que paredes altas y supremacistas las hay en todas partes. En la misma línea, Iván Espinosa de los Monteros arremetió contra el sucesor de Pedro cuando este instó al mundo a respetar los derechos de los inmigrantes: “Que el papa acoja en el Vaticano a cuantos inmigrantes ilegales quiera”, espetó el dandi portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados. Solo le faltó decir que Francisco I forma parte de la conjura socialcomunista financiada por Soros, Bill Gates, los Clinton y otros rojazos que beben la sangre de los niños. No lo dirá nunca porque eso significaría la excomunión y meterse en problemas, sobre todo con la jet con la que se codea, que es muy mirada para esas cosas y no tolera excomulgados en el Casino o en el club de golf.

Es evidente que la ultraderecha española de nuevo cuño tiene mucho de anticlericalismo progre. Para la gente de Vox, el Concilio Vaticano II (que dio la voz a los pobres, avanzó en el reconocimiento de los derechos de la mujer y ensalzó la igualdad entre las razas) es puro comunismo disfrazado de religión, de modo que ellos son más del Concilio de Trento y del martillo de herejes. Si Abascal pudiera, reinstauraba la Santa Inquisición, los autos de fe y la caza de brujas feminazis, colocando en el trono de Roma a un obispazo español de los de antes, de esos que llevaban a Franco bajo palio, o sea de la vieja guardia. Se nos ocurren varios nombres que siguen activos en sus respectivas diócesis y que piden electroshocks para los gais, pero no daremos identidades para evitar la correspondiente querella (el lector es inteligente y tiene memoria).

El ideario religioso de Vox (como el de otros tantos partidos populistas europeos de extrema derecha) choca por tanto contra el actual establishment del Vaticano y ahí tienen un problema los neofranquistas verdes porque el votante español de derechas puede ser muy facha pero a un papa lo respeta siempre. A Abascal le conviene andarse con cuidado, porque toparse con la Iglesia ahora que se está jugando la hegemonía de la nueva CEDA en un póker a cara de perro con Pablo Casado no es bueno para el negocio.

Viñeta: Igepzio

LOS OJOS DE LA MUERTE

(Publicado en Diario16 el 19 de marzo de 2021)

Mientras la izquierda recibía la aprobación de la histórica ley de eutanasia con una cerrada y emotiva ovación en el Congreso de los Diputados, los representantes de Vox se levantaban de sus escaños, todos a una, y mostraban sus tablets con un mensaje de advertencia: “La derogaremos”. Minutos más tarde, el portavoz del grupo ultra en la Cámara Baja, Iván Espinosa de los Monteros, insistía en que “muy pronto Vox estará en posición de defender la vida desde el Gobierno”, y calificaba la nueva normativa de muerte digna como “lesiva para los derechos de todos”.

Una vez más, la derecha reaccionaria de este país trata de impedir un gran avance social, en este caso algo tan importante como es el derecho de cualquier persona a morir en paz. El sufrimiento es lo más íntimo y personal que tiene un ser humano, su conciencia del existir, como decía Oscar Wilde, y nada ni nadie, ni el Estado, ni una confesión religiosa, ni un partido político, debería interferir en ese momento trascendental y soberano del individuo. Lo único que hace la ley de PSOE y Unidas Podemos es garantizar el derecho para que todo aquel que quiera poner fin a su calvario y a su enfermedad pueda hacerlo sin que lo acusen de criminal. El texto legal no obliga a nada ni a nadie, solo despenaliza la conducta y da la posibilidad de escapar de la cárcel del cuerpo a personas que ya no pueden respirar por sí solas, que ya no pueden comer ni beber, que ya no controlan sus esfínteres y que están condenadas a vivir postradas y entubadas, como aquel heroico Ramón Sampedro, pionero y héroe del suicidio asistido al que le debemos mucho, tanto como que abriera el camino de la muerte digna a los que iremos detrás de él en el misterioso tránsito al más allá.

Sin embargo, la extrema derecha de este país, sin duda por influencia del totalitarismo franquista, siempre ha tenido la tentación de meterse en la vida privada de los españoles. Se metió en nuestra cama cuando se opuso a la ley del divorcio; se metió en el útero de la mujer cuando votó en contra de la ley del aborto; y ahora pretende meterse en nuestro dolor y en nuestro sufrimiento, que es el destello final que nos enseña la gran verdad de la vida. Sufrir no sirve de nada, eso lo sabemos por Cesare Pavese, un poeta que decidió poner punto final a su propio drama existencial por el trauma psicológico, la depresión profunda y el horror ante un mundo de monstruos y pesadillas que por momentos se le hacía insoportable. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, escribió el gran escritor italiano, que entendió que una vida desprovista de valor vital no merece ser vivida. Todo artista es un ser que atrae el dolor, alguien que sufre y escribe por los males y pecados de la humanidad, un espiritista que ve allí donde los demás no alcanzan a ver. Esa es la condena que paga desde la cuna.

La angustia existencial puede llevar a la locura y a la conclusión de que es mejor dejar de vivir, como ocurre cada día con diez personas de este país que deciden suicidarse porque el dolor psicológico puede llegar a ser todavía más insufrible y brutal que el corporal. Todas esas cosas están en la propia esencia y en la sensibilidad del ser humano, pero el bruto o cabestro de extrema derecha no parece entenderlo y por eso le ordena a Íñigo Errejón, con un desprecio descarnado, que se vaya al médico, como si consultar a un psiquiatra fuese un estigma o una humillación para avergonzarse. La vergüenza no está en padecer una enfermedad mental, sino en la indignidad de coquetear con ideologías que toleran el racismo fascista en pleno siglo XXI, pese a todo lo que ya sabemos de la historia.

Que se enteren estos señores ultras. Somos mortales, no santos que disfrutan con el tormento. Somos materia y carne que se va degradando con el tiempo, no ángeles puros ni dioses que pueden soportar una agonía infinita y el suplicio de una enfermedad terminal. La vida es la nada y la muerte lo es todo. A la muerte no hay que tenerle miedo, solo respeto. La muerte nos perfecciona si la afrontamos dignamente y sin dolor. Pero sus señorías de Vox, esa gente que dice amar la libertad cuando no tiene ni la más remota idea del significado de esa hermosa palabra (ellos son totalitarios y nostálgicos del Estado intervencionista que regula la moral y la virtud de la gente), nos amenazan con no dejarnos morir en paz. Una vez más, el fascismo vive de prender la llama del miedo, miedo a que nos roben la democracia, miedo a que fusilen a 26 millones de rojos, miedo a que nos mantegan vivos, como vegetales o comatosos desahuciados.

Las élites, los aristócratas, los señoritos supremacistas, no están contentos con quitárnoslo todo en la vida y ahora quieren quitarnos también la muerte, algo todavía más sagrado que un contrato de propiedad. No tengamos la menor duda de que si esta gente llega al poder algún día no solo cumplirán su amenaza de derogar nuestra digna ley de eutanasia, orgullo de ser una de las primeras legislaciones del mundo civilizado, sino que nos colocarán un comisario político de la fe o un fiscal del sufrimiento al pie de la cama, junto al absurdo gotero y al confesor católico que da la extremaunción, para asegurarse de que aguantamos hasta el final, de que nos vamos para el otro barrio como manda la Iglesia de Roma, con padecimiento extremo, como buenos hijos de España y de Dios.

Están enfermos de fanatismo y ciegos de odio. Predican un Evangelio caducado que ni los curas de la Edad Media. Invocan la religión verdadera sin caer en la cuenta de que Cristo fue el gran suicida de la historia, el hombre que se inmoló por amor a la humanidad, también por amor a ellos, aunque no se lo merezcan ni hayan entendido el mensaje de piedad cristiana en su auténtica esencia y profundidad. Han visto demasiadas películas del Oeste y quieren que nos muramos como el duro John Wayne, a pelo, con las botas puestas, entre retortijones, mordiendo un trozo de palo y revolviéndonos de dolor. Como buenos patriotas y mártires.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA SICILIA ESPAÑOLA

(Publicado en Diario16 el 19 de marzo de 2021)

“Hoy aquí empieza la reconstrucción del centroderecha”, proclamó ayer un eufórico Pablo Casado, ante sus huestes murcianas, después de ganar la convulsa moción de censura. El PP casadista cree tenerlo todo atado y bien atado, esta vez con un bifachito en complicidad con Vox una vez purgados los elementos indeseables de la derechita cobarde o veleta naranja, que para eso ha servido la operación de aplastamiento de Ciudadanos. En la bella tierra del panocho y el paparajote ha tenido lugar la primera batalla de la reconquista de España, el primer día de vida de la nueva CEDA, a eso se refiere el líder popular cuando dice que está en marcha el proyecto de unificación del espacio conservador.

Casado es un hombre pleno de contradicciones: un día suelta un discurso antifascista en el Congreso de los Diputados y al siguiente pacta lo que sea menester con los posfranquistas; un día se muestra como un demócrata convencido y al siguiente le regala los colegios a los ultras, para que vayan colocándole al alumnado el pin parental, el crucifijo y la partitura con el Cara al Sol. El dirigente popular es un tipo fantástico capaz de girar al centro y abrazar a los nazis todo el mismo día, como un doctor Jekyll y Mister Hyde de la política española o como uno de esos personajes ambiguos de Star Wars que aún no sabe si está en el Lado Oscuro o con la Fuerza, en este caso con la ley de la democracia.

No obstante, lo que empieza ahora es un viaje al corazón de las tinieblas del fascismo español que puede resultar peligroso y cualquier día Santi Abascal le suelta a Casado aquello de “yo soy tu padre”, le da el sorpasso y lo manda a esparragar por la huerta murciana. Mientras llega ese día, el todavía jefe de la oposición está dispuesto a pagar un elevado precio a cambio de conservar el poder autonómico, tanto como entregarle la educación pública a los ultras para que den unas charlas didácticas sobre la familia tradicional, el creced y mutiplicaos, el coito sin condón y el manual del cásate y sé sumisa para la mujer. Más pronto que tarde podríamos ver un consejero de Educación en la poltrona de Murcia y después también en Madrid, Andalucía y Castilla León. La mojigata Rocío Monasterio babea de gusto ante el brillante porvenir que el PP les ha deparado.

El enjuague o tamayazo de Murcia se ha consumado, pero nadie salió a la calle a quemar la Asamblea Regional, como en el 92. En la Sicilia española, un rincón olvidado y perdido de la piel de toro donde rige la omertá del tránsfuga, hace tiempo que nunca pasa nada. Tras 26 años perpetuado en el poder, el Partido Popular se ha convertido en parte del paisaje, como el río Segura, las Fiestas de Primavera, los Carnavales o las procesiones de Semana Santa. De hecho, antes de la trágica pandemia a los guiris los llevaban de excursión no solo a la Catedral y a visitar los Salzillos, sino también a San Esteban, la sede del Gobierno regional que es como el Palacio de El Pardo del Régimen pepero.

Ya no cabe duda, entre elecciones, transfuguismos y amaños en los despachos, la derecha puede gobernar cuarenta años más en aquellas tierras huertanas. El PP ha sido capaz de instaurar un Régimen político más que un Gobierno autonómico, una Españita dentro de otra España, como diría la trumpita Isabel Díaz Ayuso. En el surrealista Macondo murciano cualquier cosa es posible, desde convertir un paraíso terrenal como el Mar Menor en el vertedero de Europa hasta comprar una recua de políticos al más puro estilo caciquil del siglo XIX. También que en las escuelas se vuelva a enseñar los principios del Movimiento Nacional y la teoría del creacionismo paleto.

López Miras no ha hecho más que continuar con la tradición y con el programa de éxito que en su día inauguró Ramón Luis Valcárcel: fiestas populares, toros, sol y playa, campos de golf y capitalismo de amiguetes. Se conoce que hasta el estallido de la pandemia la fórmula ha funcionado y los murcianos están contentos con lo que les dan. La gente de allí es noble, pacífica y de fácil conformar. Con un viva España de vez en cuando, un par de verbenas, unas acrobacias de la Patrulla Águila y cuatro perricas para un arroz con verduras en Calblanque los tienes ganados para siempre. Eso sí, no le pidas al Régimen que reparta cultura porque de eso no entiende (la Región es la segunda comunidad autónoma con mayor índice de fracaso escolar por detrás de Baleares); no le pidas que dé trabajo porque de eso tampoco hay (desde que mataron la gallina de los huevos de oro, o sea el ladrillazo y la construcción, el paro está por las nubes); y en cuanto a la pobreza, por allí siempre lo petan en el ranking de desigualdad, qué más se puede decir.

Por supuesto, todo lo malo, todas las plagas y todos los fracasos son culpa del felón Pedro Sánchez, el rojo-traidor-amigo-de-etarras-y-separatistas que odia a los murcianos. El discurso es maquiavélicamente perfecto. El PP reina, pero no gobierna, como buenos monárquicos que son. El PP acierta siempre y nunca se equivoca en nada. Todo lo bueno es obra y gracia de López Miras; todo lo malo viene de Moncloa. Y así se mantiene el Régimen, con un relato tan sencillo como el mecanismo de un botijo que ha calado en las mentes de aquella sociedad dócil y con amplias tragaderas.

La derecha murciana lleva toda la vida viviendo de un falso cuento patriótico y de un ingenioso eslogan: el manido “Murcia, qué hermosa eres”. Y es cierto que en aquella tierra acogedora como ninguna la gente vive como Dios, sobre todo los cuatro golfos de siempre que a fuerza de nepotismo clientelar medran a la sombra de un poder que extiende sus tentáculos omnímodos desde Yecla hasta Lorca, desde La Manga hasta Caravaca de la Cruz. El que no tiene el carné del partido es un muerto de hambre; el que no vota derecha es un charnego a la inversa, o sea un rojo indepe enemigo de España que ya puede buscarse un exilio en otra parte. De una forma o de otra, Murcia sigue siendo el cortijo de toda la vida con engominados caudillos dándose baños de masas en la plaza del pueblo; curas, alcaldes y funcionarios apesebrados traficando con vacunas; y maestros de la Falange voxista colocándole el “chis” nacionalcatólico a los jóvenes escolares. Pues viva la libertad, y arriba España, coño.

Viñeta: Igepzio

LA VIVIENDA

(Publicado en Diario16 el 18 de marzo de 2021)

Más de cien familias son desahuciadas cada día pese a que sufrimos tiempos de pandemia. Tres millones de españoles viven de alquiler, o sea con el miedo en el cuerpo y la incertidumbre de no saber cuándo va a aparecer el casero exigiendo cien euros más. El drama de la vivienda en España corre riesgo de convertirse en otro mal endémico, como el paro, el desastre de la Justicia, la ruina de la investigación científica o la pertinaz sequía. Los sucesivos gobiernos conservadores han agravado el problema (Aznar santificó la mafia de las inmobiliarias con su ley de liberalización del suelo) mientras que los progresistas, pese a la buena intención y los esfuerzos, no han conseguido dar con la llave para controlar la ley de la jungla del mercado del ladrillo.

Todas las grandes ciudades españolas sufren los rigores de la burbuja de los alquileres, pero una vez más Madrid, el parque temático del ultraliberalismo feroz de Díaz Ayuso, se lleva la palma de la injusticia social. Para un trabajador o estudiante con una nómina corriente o bajos ingresos es misión imposible encontrar un piso mediamente habitable. Cualquier húmedo zulo sin ventanas ni luz natural cuesta un dineral. Cualquier cuchitril, no ya en el centro, sino en los barrios periféricos del páramo mesetario, lejos de la civilización, vale un riñón o un ojo de la cara. Por no hablar del bandolerismo de las inmobiliarias, que ya no alquilan a cualquiera y exigen tres meses por adelantado, fianzas millonarias y comisiones a todo trapo. Alguien que haya tenido que pasar por la experiencia de vivir en uno de esos estudios bohemios, cubículos inmundos o minipisos con encanto de apenas veinte metros cuadrados, sabe a lo que nos estamos refiriendo: camas plegables dentro de armarios empotrados, el inodoro dentro de la ducha y la lavadora en un altillo. Auténticas ratoneras de dos por dos donde resulta imposible llevar una vida normal.

El problema de la vivienda es una cuestión trascendental, ya que está en juego un derecho constitucional de la máxima protección. Sin un hogar digno no hay democracia. En buena medida, el movimiento del 15M tuvo su raíz en esa batalla que parece perdida de antemano. Estos días los dos socios del Gobierno de coalición tratan de solucionar el sindiós del mercado de los alquileres. Y, tal como era previsible, el debate entre PSOE y Unidas Podemos está siendo a cara de perro. Unos y otros discrepan en la forma de frenar la estafa, las prácticas mafiosas y el atraco sistemático que sufre el sector. Los socialistas, con el ministro Ábalos liderando el grupo de negociación, apuesta por bonificaciones y medidas fiscales ventajosas para el propietario. Unidas Podemos, por su parte, optar por intervenir el mercado de los alquileres fijando un precio o tope máximo. Es decir, estamos ante dos formas diferentes de entender el problema: la que trata de combinar capitalismo y socialdemocracia y la más radical en la mejor tradición de los regímenes intervencionistas.

Ahora bien, más allá de discusiones ideológicas metafísicas entre unos y otros, cabe plantearse qué efecto beneficioso real tendría para los ciudadanos optar por uno u otro modelo económico. Es evidente que el plan Ábalos para los alquileres no resolvería el problema, ya que por mucho que diga la ministra Calviño medidas fiscales e incentivos similares se han tomado en el pasado por gobiernos de uno y otro signo y no han funcionado. Una vez más, Madrid es ejemplo negativo: allí se bonifica a los propietarios que alquilan sus pisos con hasta el 60 por ciento del precio y la burbuja sigue en un momento álgido. De modo que, por ahí, las medidas de Ábalos se antojan más de lo mismo. Los afectados, por boca de Jaime Palomar, del Sindicato de Inquilinos de Barcelona, lo tienen claro: “Las bonificaciones no sirven para nada”. Pero el PSOE ha decidido sacar su cara más conservadora en este asunto para no enemistarse con la patronal del sector y el Íbex 35. Sin duda, estamos ante una nueva “calviñada” de la ministra más neoliberal del gabinete.

Pese a todo, el estricto control de precios que propone Unidas Podemos tampoco parece ser un remedio infalible ni una panacea, si nos atenemos a lo que ha ocurrido en otras ciudades europeas. En Berlín el intervencionismo con control de precios funcionó al principio, pero pronto se contrajo la oferta de vivienda y los abusos volvieron a dispararse. En París no tuvo los efectos deseados en sus inicios, aunque ahora se están reduciendo mínimamente los precios. Solo en Viena parece que la medida está contribuyendo a destensionar el mercado. Ya hay economistas que advierten lo que podría ocurrir de aplicarse la propuesta de Podemos: el control de precios siempre da lugar al mercado negro, es decir, el propietario propone un contrato según los límites fijados en la ley pero luego le pide un sobre bajo manga al inquilino con un extra adicional. Es decir: estamos alimentando la economía sumergida y el fraude fiscal mientras los arrendatarios siguen indefensos ante el abuso.

¿Qué se puede hacer entonces? Sin duda, el origen de esta burbuja está en la presión que el mercado de los pisos turísticos ejerce sobre el mercado convencional, arrastrándolo al alza, de modo que limitando los excesos bajarían los precios. Y luego hay un aspecto del que se habla poco. España figura a la cola en construcción de Vivienda de Protección Oficial, es decir, adjudicación de obra de casa barata. En 2008 se construyeron casi 70.000 viviendas con cobertura estatal. Diez años después, la cifra apenas llega a 5.000. Recuperar la fórmula podría ayudar a muchas familias a encontrar una vivienda digna a bajo precio y con el aval del Estado. Pero de momento PSOE y Podemos han decidido no explorar esa tercera vía que podría desbloquear la negociación hoy por hoy enquistada. La ministra de Igualdad, Irene Montero, cree que los socialistas van a rectificar porque “lo que se firma es palabra sagrada”. La vicepresidenta primera, Carmen Calvo, sugiere que cumplir los pactos es “sentarse a debatir los contenidos”. Calviño no se retracta en sus posiciones y Pablo Iglesias advierte: los acuerdos están para cumplirlos; Podemos, que ha hecho bandera de este asunto, no va a consentir que nadie le falte al respeto a los ciudadanos. En esta ocasión parece que la pelea de gallos en el Consejo de Ministros no es simple postureo. Hay quien dice que una de las razones de la salida de Iglesias del Gobierno tiene que ver con el agrio enfrentamiento entre ministros a cuenta del espinoso problema de los alquileres. Sánchez debe andarse con cuidado porque esta vez la cosa va en serio.

Viñeta: Artsenal 

EL MITINERO

(Publicado en Diario16 el 18 de marzo de 2021)

Va para tres años ya que Pablo Casado se hizo con las riendas del PP y es momento de hacer balance, no solo de su gestión como presidente nacional del partido, sino como jefe de la oposición. Sobre el momento crítico por el que atraviesan los populares qué podemos decir que no se haya dicho ya. Los escándalos de corrupción siguen brotando como setas, Bárcenas no para de tirar de la manta (esa manta que parece no tener un final), los casos de transfuguismo se acumulan y a la sede de Génova 13, gran faro y emblema del poder pepero, le han tenido que colgar el cartel de Se Traspasa ante la amenaza de quiebra económica.   

Internamente, no parece que el Partido Popular esté viviendo sus horas más felices, los tiempos de las mayorías absolutas han pasado a la historia y la cúpula directiva tiene que andar mendigando votos y escaños a la extrema derecha de Vox. El episodio de Murcia, una de las páginas más abochornantes y tristes de nuestra democracia, es reveladora de la crisis endémica que vive el proyecto casadista. El barón murciano, López Miras, ha conseguido amarrarse al mástil del poder en medio de la tormenta de la moción de censura gracias a tres tránsfugas de Ciudadanos, tres vendidos, tres mercaderes del zoco persa de la política. El suceso viene a añadir más mugre a la imagen decadente del partido.

Por mucho que lo nieguen en Génova 13, el feo asunto del tamayazo murciano ha sido un caso flagrante de compra de voluntades que aún está por aclarar, como también deberá explicar Casado cómo puede ser que vaya presumiendo por ahí de ser el líder de la derecha española clásica y presentable que ha roto con los ultras de Santiago Abascal cuando la turbia operación ha necesitado, además de los votos de los tres trashumantes de Cs, de otros tres diputados que en su día fueron expulsados de Vox y que ya han anunciado su “no” a la moción anunciada por socialistas y naranjas. ¿Qué les han ofrecido los populares a los franquistas más duros al oeste del Segura? Nadie lo sabe a esta hora.

Nada tiene sentido en la estrategia política de Casado, que parece moverse como pollo sin cabeza, y hay constancia de que algunos barones están hasta el moño de él. Sus bandazos tácticos, unas veces hacia el centro y otras hacia el franquismo posmoderno que practica Abascal, tiene desconcertados a los Feijóo, Moreno Bonilla y otros. Solo la madrileña Isabel Díaz Ayuso parece conectar ideológicamente con el jefe en esa especie de trumpismo populista castizo que se han inventado y que ambos parecen practicar a capela. El eslogan de campaña a las autonómicas del 4 de mayo que han elegido los populares de Madrid (“comunismo o libertad”) quizá termine arrasando entre los votantes de derechas de la capital, pero es una supina estupidez que provoca sonrojo e hilaridad y que reduce al partido a la categoría de proyecto poco serio, fast food de la política o cómic barato de superhéroes.

No es de recibo que un partido de gobierno como el PP, con su historia y tradición de poder, tenga que recurrir a semejante spot publicitario sobre el retorno del demonio rojo que no se creen ni ellos mismos. Y no solo porque no estamos en el 36, ni peligran los conventos, ni la libertad está amenazada con el Gobierno de coalición Sánchez/Iglesias, sino porque todo el mundo sabe que en este PP hay sujetos nostálgicos, y no pocos, que no creen en esa pretendida libertad en peligro y que están más por la restauración de un régimen político caudillista, autoritario y ultra que recupere las esencias del franquismo y del triunfante Movimiento Nacional. Es evidente que el PP de Casado, lejos de haber recuperado el centro político (esa cantinela con la que se le seca la boca pero que nunca se hace realidad) ha retrocedido hasta los planteamientos más conservadores, o sea España unida y centralista, familia tradicional, nacionalcatolicismo y orwelliana propaganda anticomunista.

Ese polémico eslogan, el burdo “que vienen los comunistas” que se ha sacado de la chistera el alquimista de la propaganda goebelsiana Miguel Ángel Rodríguez, podrá servir para ganar las perentorias autonómicas madrileñas, pero no dará para construir un proyecto sólido de partido y de país. La ficción de que España está al borde de la dictadura del proletariado, como en los tiempos de la Rusia de 1917, es pan para hoy y hambre para mañana, pero el líder del PP ya ha decidido que el pilar fundamental de su proyecto de futuro no se asiente sobre un programa político sensato sino sobre una columna de humo populista.  

En cuanto al balance del Casado jefe de la oposición es más bien pobre, exiguo, decepcionante. Ayer mismo, durante el debate en el Congreso de los Diputados, dio muestras preocupantes de haberse transformado en un mitinero o charlatán de feria más que en el estadista que necesita España. Abusar de la tribuna de las Cortes, subirse a ella con un megáfono mental para hacerle la campaña electoral a su párvula pupila IDA, es de político pequeño, oportunista y de corto recorrido. Como también es de marrullero tramitar una pregunta parlamentaria para que Sánchez haga balance del primer año de la pandemia y a última hora cambiar el guion para ponerse a echar el mitin apresurado.

“El país se le está yendo de las manos”, le afeó a Sánchez el todavía líder de las derechas españolas (Santi Abascal mediante). Ante la maniobra de brocha gorda, el presidente del Gobierno resolvió con retranca: “Señor Casado, ya veo que estamos en campaña, el mitin de los miércoles”. La respuesta estaba cantada. El espectáculo que llegó después con el infame “vete al médico” del diputado popular Carmelo Romero a Íñigo Errejón lo dice todo sobre el proceso de degradación ética y política en el que ha caído el PP. Malas artes, falta de respeto y de formas democráticas, maquiavelismo a calzón quitado, transfuguismo y corrupción. Demasiado lastre para un hombre que quiere arreglarlo todo con una simple mudanza.

Viñeta: Igepzio

NEVENKA

(Publicado en Diario16 el 18 de marzo de 2021)

La miniserie documental de Netflix sobre Nevenka Fernández está removiendo conciencias. Veinte años después del que fue el primer caso de acoso sexual en el mundo de la política enjuiciado en España, Nevenka rompe su silencio tras largos años en el extranjero para evocar su doble calvario: el que tuvo que soportar al enfrentarse a su agresor, un político de renombre en su comunidad, y el que le impuso una sociedad provinciana, cruel y machista.

Hoy los que tenemos cierta edad todavía recordamos aquella historia que supuso un impacto emocional en la sociedad española: la joven concejala del Ayuntamiento de Ponferrada que pidió la baja por depresión tras ser sometida a humillaciones y vejaciones; el alcalde machirulo, Ismael Álvarez, que la perseguía a todas horas; y el infame complot de los compañeros de partido que se pusieron de parte del jefe para desacreditar a la víctima, hacerla pasar por una loca fabuladora y hundirle la vida. Hasta tal punto fue la tortura, el trauma psicológico y la operación de acoso y derribo, que Nevenka se vio obligada a emigrar lejos de la manada de lobos, tanto como Inglaterra e Irlanda, donde decidió instalarse para dejar atrás la caza de brujas a la que fue sometida y porque nadie le daba trabajo en nuestro país, ya que de alguna manera acabó triunfando la versión de que ella era la mala de la película.

Nevenka es la constatación empírica de que por lo general el acoso sexual suele esconder diferentes secuencias engarzadas como un montaje macabro, historias paralelas a cada cual más sórdida. Detrás del abuso a una mujer suele estar el acoso laboral o mobbing; el acoso del entorno social (los mal llamados amigos y compañeros de trabajo que acaban convirtiéndose en cómplices del agresor); el acoso de la familia (un tribunal implacable que tiende a la incomprensión y la suspicacia); el acoso de los jueces obsesionados con saber si la mujer se defendió más allá de los límites del deber (o sea, la preguntita de rigor: “¿cerró usted las piernas?”); el acoso mediático a manos de unos periodistas carroñeros ávidos por vender una historia de poder, morbo y sexo; y en definitiva el acoso de toda una sociedad y una opinión pública que en este tipo de casos suele ponerse de lado del más fuerte: el hombre.

Pero es que además el truculento suceso en el que se vio envuelta Nevenka Fernández tenía un ingrediente que lo hacía todavía más nauseabundo y repugnante: el abuso de poder de un capo de la política que utilizaba su estatus de superioridad para hacerle la vida imposible a su presa. De todos los casos de acoso sexual, quizá el que comete el poderoso contra la indefensa sea el más abominable y abyecto de todos porque da por supuesto que el abuso de superioridad jerárquica, los manoseos, los piropos y las obscenidades van con el cargo.

No hay más que tirar de hemeroteca para comprobar dónde se posicionó cada cual. La derecha cerró filas con el agresor, al que presentaron como un honrado, cristiano y decente ciudadano caído en las redes y malas artes de una pérfida y hermosa ninfa o femme fatale. La izquierda, una vez más, reclamó justicia y que se llegara al fondo del asunto. Conviene no olvidar que Ana Botella pidió “respeto total” para el acosador, mientras que el juez tuvo que recordarle al fiscal inquisidor y guardián de las esencias del patriarcado que Nevenka era “una testigo, no una acusada”. “Hablar me ha salvado”, confesó la muchacha ante el tribunal, que finalmente condenó al alcalde a una pena testimonial de nueve meses de cárcel y multa. 

Veinte años después, puede decirse que Nevenka Fernández fue una pionera del “no es no”, del movimiento Me Too, de la lucha contra la violencia sexual y de la rebeldía contra el violador del poder, ya que decidió dar el paso de denunciar a su verdugo, abriendo la puerta a otras víctimas que siguieron su ejemplo desde entonces hasta nuestros días. Estremece pensar en el infierno que tuvo que soportar aquella mujer cuya voz se quebraba en las ruedas de prensa, un drama que al fin y al cabo no fue sino la pesadilla de otras muchas que por circunstancias personales e históricas se vieron obligadas a sufrir el acoso en silencio y cuyos nombres no conoceremos jamás porque sintieron el terror paralizante a la hora de denunciar al patriarca criminal o porque los periódicos de la época sencillamente decidieron no publicar el reportaje o dar un breve en la sección de sucesos.

Pero sobre todo, la historia de Nevenka es una interesante página del pasado que nos ilustra cómo era la España de entonces y cómo hemos cambiado. A la vista de este caso, puede decirse que a las mujeres de 1999 aún se las consideraba esclavas de su tiempo, rehenes de una Transición sexual siempre inacabada. Pocas se atrevían a enfrentarse al agresor, mucho menos si era el cacique del pueblo. Afortunadamente, las cosas ya no son así. Es cierto que, todavía hoy, muchas sufren en silencio el trauma del abuso. Pero cada vez son más las que dan el paso para desenmascarar ante la comunidad al depredador íntimo, furtivo y secreto que algunos hombres esconden debajo de un traje caro, una placa dorada con su apellido o un brillante currículum profesional. Y, por supuesto, cada vez son más las que salen a la calle a pedir igualdad de derechos, el final de los abusos ancestrales y un trato digno como persona. Todo eso significa el feminismo, que por mucho que digan Díaz Ayuso y las señoras marquesonas de los barrios bien de Madrid, no es sino la otra cara fundamental del socialismo.

Ahora que la extrema derecha trata de imponer de nuevo sus cavernícolas teorías reaccionarias, conviene no perderse una de las series de Netflix más interesantes de los últimos años. Porque Nevenka es la voz que no pudieron ahogar, la palabra que no pudieron tergiversar, la dignidad que no pudieron ensuciar y la valentía que no pudieron vencer. Su historia nos concierne a todos.

Viñeta: Álex