jueves, 27 de marzo de 2014

LA FAMÉLICA LEGIÓN


Madrid se ha convertido ya en un inmenso y rugiente manifestódromo al que llegan indignados de todos los rincones del país. Y eso, claro, no le parece bien a Ana Botella, que se está planteando "ordenar" las movilizaciones, prohibirlas en el centro de la capital, que es que luego lo dejan todo perdido y roto esos radicales melenudos de antifaz y molotov. Por doquier, y a diario, estallan protestas explosivas. Un día son los desahuciados y los taxistas, otro los preferentistas y estudiantes y al rato los bomberos tan dados ellos a quedarse en pelotas en medio de la plaza al grito de Mariano vete ya. ¿Qué esperaba la primera dama del concejo madrilota? ¿Esperaba acaso que el personal se quedara en casa muriéndose de hambre, como corderillos sumisos, sin alterar el buen orden de las cosas? ¿Es que doña Ana no ha leído en los libros de Historia que cuando el poder aplasta al pueblo el pueblo se alza en inevitable y justa revolución? El 22M, que acabó con cientos de heridos, entre policías y manifestantes, no será el último estallido de violencia de la ciudadanía, harta ya de tanta injusticia e iniquidad. Hasta ahora las movilizaciones se han saldado con algún que otro diente o testículo desgraciado y unas contusiones más o menos graves. Pero es seguro que habrá nuevas batallas campales en los próximos meses. Y lo que es aún peor: la espiral de violencia irá in crescendo porque, lamentablemente, el odio se alimenta del hambre. Las protestas ciudadanas son la consecuencia lógica e inevitable de una política determinada, de una manera de entender la democracia, de una gobernación intransigente y absolutista que antepone el dinero del gran capital a la vida de las personas, los totalitarios números de Bruselas al bienestar del ciudadano. A la señora alcaldesa de Madrid no le gustan los mendigos sueltos por ahí, que afean mucho la ciudad, y parece que ahora tampoco le gustan los parias de la famélica legión que salen a la calle a exigir pan y un futuro para sus hijos. A la señora alcaldesa lo que le gustaría en realidad es que los españoles hambrientos protestaran bien lejos de los barrios biuti de Madrid, que se fueran al lumpen de Vallecas, al extrarradio con los yonquis, que allí pueden gritar a gusto sus consignas sin molestar a nadie. A la señora alcaldesa le ocurre lo mismo que a su señor esposo y marido: que nunca debió haber salido de Oropesa, o lo que es lo mismo, nunca debió haberse metido en harinas políticas. Ordenar las manifestaciones, qué ingenuidad, qué sarcasmo. Me pregunto si Botella es peor como alcaldesa o como estudiante de inglés. Difícil responder a esa cuestión. ¿En qué cabeza cabe querer ordenar una protesta ciudadana? Una furia ordenada es un oxímoron, un contrasentido en sí mismo, un absurdo que solo cabe en una cabecita llena de pájaros y sueños de grandeza que juega a gran estadista cuando ni siquiera llega a la categoría de mala administradora de fincas. A nadie le agradan las escenas de violencia desatada, los encapuchados destrozando cajeros, los botes de humo, los contenedores ardiendo, los policías ensañándose a garrotazos con los radicales y los radicales clavando el casco de un antidisturbios en una pica, como si se tratara de la cabeza de Macbeth en aquella película de Polanski. Pero a todo eso nos ha llevado este gobierno que no entiende de concordia y diálogo, ahora que la muerte del gran Suárez ha servido para recuperar las viejas palabras de la tribu. El social y comprometido Suárez al lado del opusino y retro Rajoy es un peligroso comunista. Entérese, doña Ana: la democracia o sirve de verdad al pueblo o no es democracia, sino burocracia. Y tratar una manifestación de ciudadanos sufrientes como a un grupo de piojosos sin duchar; descargar el marrón de unas políticas injustas en los policías; considerar las justificadas reivindicaciones callejeras como un incordio para las señoras de bien que no tienen otra ocupación que pasear al perro en las mañanas tranquilas y soleadas del edénico barrio de Salamanca, es una grave irresponsabilidad que cualquier día costará una desgracia. Y si no al tiempo.

Imagen: larepublica.es

lunes, 24 de marzo de 2014

ELEGÍA A SUÁREZ


No ha muerto un hombre cualquiera, se nos ha muerto España. Porque España muere con Suárez y Suárez con España. Ya tiran de él los caballos, por madriles y jerónimos, ya lloran los leones de las Cortes, y miles de abrigos anónimos. Cuatro velas alumbran su cuerpo, desmemoriado pero digno, eso es lo que queda de una vida, cuatro velas y un muerto. Por el Salón de los Pasos Perdidos, pajarean mediocres y traidores, aprovechados y sirleros, abrazaderos y falsos amigos. En eso ha quedado España, la España fresca y joven que hiciste, en un velatorio de amigachos untados, en una cabaña de golfos que embisten. A sí mismos se llaman políticos, pero no te llegan ni a la suela, tú lo diste todo por el pueblo, y ellos... el que no corre vuela. Por el Salón de los Pasos Perdidos, andan los fantasmas en corrillo, esos son ya tus amigos, Mellado y Leopoldo, Fraga y tu querido Carrillo. Te criaste en la Falange, entre asesinos y fascistas, pero un as de libertad guardabas en la manga, y se la metiste doblada a los franquistas. Abjuraste del páter Franco, enterraste el Movimiento, fuiste más demócrata que muchos, que ahora te alaban con su aliento. La Transición fue todo un milagro, como el de la Santísima Trinidad: Juan Carlos rey y su delfín Adolfo, más un pueblo cantando libertad, libertad. A mil funerales fuiste, todos muertos de la tierra, y aguantaste los insultos, junto a las viudas negras de ETA. A la tumba te llevas tus secretos, las confesiones del Borbón y el tejerazo de Armada, pero nunca te fuiste de la mui, ni por un mal sobre ni por un trozo en la tajada. Los que hoy te lloran tantos lloros, tienen manos sucias de dinero y cemento, no aprendieron tu lección, Adolfo, aquello del puedo prometer y prometo. Muchos Suárez precisa España, en esta hora de hambre y maldad, pero tenemos lo que tenemos: Pujaltes, Florianos y Cospedal. Ay, Adolfo, ay, qué casta mansurrona y lanar, como decía el amigo Ortega, otro hombre de fiar. No te cuadraste ante nadie, ni ante el Rey ni ante la Guardia Civil, siempre fuiste un castellano astuto y honrado, templado y viril. En el Salón de los Pasos Perdidos, tu último discurso vas a dar, un discurso de silencio, de servicio a España, de dignidad. Se nos ha ido nuestro Lincoln de Ávila, sonrisa limpia y pitillote a todas horas, un comercial apuesto era, que se llevaba de calle a las señoras. Soñó una España moderna y demócrata, algo que no tuvimos jamás, lástima que la estén vendiendo todo a cien, entre Mariano y Mas. Mil años pasarán ahora, por la piel de toro pobre y curtida, y no nacerá otro Suárez, sino apóstoles de la mentira. Ya tiran de él los caballos, por madriles y jerónimos, ya lloran los leones de las Cortes, y miles de abrigos anónimos.

Imagen: Ballesteros/Efe

domingo, 23 de marzo de 2014

EL HOMBRE DEL 127


Dio carpetazo a la dictadura, dinamitó la falange desde dentro, diseñó una España nueva, legalizó el Partido Comunista, hizo que rojos y nacionales se estrecharan la mano, sacó al país del rincón de la Historia (éste lo hizo de verdad, no como Aznarín), creó el centro político que en realidad no era nada, nos vendió la idea de un borbón simpático y demócrata (eso tuvo mucha gracia y mérito) y nos convenció de que un político con pinta de dependiente de El Corte Inglés puede ser un gobernante ejemplar y trabajador, limpio y decente, como decían nuestras abuelas. Por todo eso y por no meterse bajo el butacón de la Historia cuando Tejero quiso empezar otro western hispano a tiro limpio, por todo eso y por muchas cosas más que este pobre periodista no acierta a recordar ahora, va a pasar Suárez al panteón de los grandes hombres, al panteón de los patriarcas de nuestro pueblo. Uno era niño todavía cuando el 23F, pero creo que nunca podré olvidar aquella imagen en blanco y negro del presidente aguantando valientemente, dignamente, la lluvia inversa de balas picoletas y las virutas de escayola que caían del cielo, unas virutas que eran los escombros últimos del franquismo cayéndose a trozos. Suárez no se riló aquella noche de metralletas y militares vestidos de época (tampoco Gutiérrez Mellado ni el gran Carrillo) y eso no lo olvida el pueblo. Fue nuestro Thomas Jefferson patrio, un hombre noble, valiente, honrado. Tres adjetivos que hoy, en la España de los gurteles y los sobres, no podrían ponerse detrás de muchos apellidos políticos. Han pasado ya unas cuantas horas desde la muerte de Suárez y aún no he escuchado yo a nadie decir una mala palabra sobre él, un solo insulto descalificante, una maldición o un exabrupto. Estamos sin duda ante un caso único en la Historia de España, ante un político respetado y reconocido por todos, con sus luces y sus sombras, pero respetado, que es mucho en este país. ¿Se imaginan ustedes un silencio tan pulcro y reverencial ante la muerte de Felipe, de Aznar, de Zapatero o Rajoy? Imposible, ¿verdad? Pues ése es y será su gran triunfo personal, la gran dimensión histórica del personaje. Todo el felipismo, el aznarismo y el zapaterismo, más este invento del marianismo, que no es ni chicha ni limoná, no llegarán a la suela de los zapatos históricos de Suárez, Ulises de nuestra épica odisea hacia la democracia. Hoy no ha muerto un hombre cualquiera. Ha muerto un Moisés que supo llevar a la grey visigoda desde el desierto de la Transición plagado de fachas, golpistas y etarras hasta la tierra prometida de las urnas. Tuvimos suerte de contar con él. Fue el hombre perfecto para la misión, quizá el único hombre que había disponible en aquella España tardofranquista secuestrada por la represión, el miedo y la falta de cultura democrática. Fue un joven mister Lincoln forjado en los páramos falangistas de Ávila que con su sonrisa seductora que tanto gustaba a las señoras, con su porte seco de castellano dandi, su pitillote distinguido y su manido puedo prometer y prometo enseñó al ágrafo español las cuatro reglas de la democracia. Fue el único hombre, entre unos cuantos millones de hombres, que podía guiar al país desde el odio y el rencor hasta un paraíso de libertad. Con su elegancia, su talante y su talento, su templanza y vocación de servicio a la nación, acalló para siempre el ruido de sables cuarteleros. Suárez quedará para siempre por eso que tanto añoramos ahora: el espíritu de concordia. Y todo lo hizo desprendidamente, por gallardía y altruismo, sin sobres ni pelotazos, apretando a tope el acelerador de su viejo 127, que era el motor quemado de aquella España gripada en el tiempo. Hoy no solo ha muerto un ciudadano ejemplar, un presidente digno y un hombre bueno que vio, con tino, lo que era mejor para España. Ha muerto un político honrado de los que ya no quedan. Y con dos cojones. 

Imagen: elpais.com

miércoles, 19 de marzo de 2014

CRIMEA


Mercenarios del partido ucraniano Svoboda, ultra (por no decir declaradamente filonazi y fachón), irrumpieron hace un rato en el despacho del director de la televisión pública de aquel país y trataron de forzar su dimisión con golpes, insultos y graves amenazas de muerte. Al parecer, los chicos no estaban de acuerdo con que el periodista le hubiera dado cancha al majara Putin tras la anexión de Crimea y pretendían que se cortara la cabeza (profesional) él solito. El espeluznante acoso fue grabado por integrantes del mismo comando y debidamente colgado en la televisión de los delincuentes con aspiraciones a Spielberg, o sea en Youtube. En las imágenes se puede ver cómo los matones irrumpen en el despacho, golpean a la víctima, se mofan de ella y le ponen delante un bolígrafo para que firme sin rechistar su finiquito (esto sí que es un finiquito y no el de la Cospe). El periodista se resiste como puede, trata de mantener el tipo, pero poco a poco se va viendo el pánico reflejado en su rostro, la lívida palidez de su cara, el rictus de terror de quien se ve solo y perdido ante una horda de linchadores como hienas dispuestas a todo. Tal ultraje no se lo hubiera merecido ni uno de aquellos directivos de Canal 9 vendidos al campsismo más recalcitrante. Desde que estalló todo este embrollo de Crimea, uno lo ha vivido con cierta distancia, ésa es la verdad (como la mayoría de los españoles, antes de empezar esta película no hubiera sido capaz de ubicar Sebastopol en un mapa mundi). Pero confieso que no he podido dejar de sentir un hondo escalofrío al ver cómo unos mafiosos puestos de vodka al limón ucranio (ahora los modernos dicen ucranio, peste de moda lingüística) tratan de poner de rodillas a un periodista que se limitaba a ejercer su derecho a la libertad de información. Tras este espectáculo deplorable solo se nos puede ocurrir una pregunta inevitable y necesaria: ¿es ésta la Ucrania democrática, avanzada y respetuosa con los derechos humanos que pretende unirse a la civilizada Unión Europea? Podemos pasar por alto que la Merkel haya extendido ya su pangermanismo financiero por toda la vieja Europa; podemos asumir que ese invento del euro solo haya servido para que las grandes familias del Bundesbank se tuesten el trasero en lujosos yates marbellíes mientras dan mucha vara al lumpenproletariat europeo; y podemos incluso tragar con que Bono (el roquero de las gafas todo a cien, no nuestro Pepe Bono, ése otro horterilla con pelo sintético) irrumpa súbitamente en la convención de la derechona europea pidiendo el voto descarado para Rajoy (with or without you, Mariano, le ha faltado decir al dublinesco star pop). Pero permitir el ingreso en la Unión Europea a un país con un partido nazi que logra 37 escaños y que suma y sigue en su fiebre neohitleriana parece el colmo del cinismo político. El problema ya lo avisó Churchill cuando dijo aquello de que en el futuro los fascistas se llamarían a sí mismos antifascistas. Pues ya estamos ahí. A un lado los cosacos putinescos de Putin que se han comido Crimea a la salsa tártara en un ratito de lujuria expansionista y guerra relámpago, lo cual es otro tipo de totalitarismo, no cabe duda. Y al otro la cara desencajada de ese periodista linchado como una rata por el frente ultra de los Cárpatos ucranianos. Crimea no augura nada bueno para esta Europa amañada, senil, decadente. Sin que nos demos cuenta, nos han metido en otra guerra fría, pero en ésta ya no hay telones de acero separando yanquis de bolcheviques, ni sputniks o cohetes volando por ahí, ni un James Bond para fijar la última frontera entre buenos y malos a golpe de martinis y tías en bolas. Ya solo hay un bando con la misma ideología perniciosa que se extiende por doquier: el de los fascistas a calzón quitado que campan a sus anchas, a garrotazo limpio. Y créanme, son aún peores que los ludopatillas que juegan a la tragaperras del botón nuclear.   

Imagen: lainformacion.com

viernes, 14 de marzo de 2014

GERVASIO Y SU GUERRA


Soldados tullidos, mercenarios enloquecidos, niños mutilados, heridos y muertos, ciudades devastadas, la locura cíclica de la guerra, el horror sin sentido de la guerra que vuelve una y otra vez. Gervasio Sánchez, el periodista que nos ha acercado a los conflictos bélicos de los últimos treinta años, expuso ayer su ingente obra fotográfica (con conferencia incluida, un auténtico regalo) en el centro cultural Niemeyer de Avilés. "Las guerras solo se terminan cuando cesan sus consecuencias", dijo ante un público selecto y fiel. Y tiene razón el viejo maestro, no hay más que ver que la guerra civil española no culminó en el 39, por mucho que lo digan las enciclopedias, sino que barrió cuatro décadas más, todo un frío cuarentañismo, hasta llenar el país de hambre, desolación, presos políticos, fusilados y exiliados. ¿Acaso no es ese holocausto humano, más allá del millón de muertos oficialmente registrado, prolongación de una contienda que quizá, quién sabe, siga hoy latente entre los españoles? Gervasio habla más como un hombre de letras que como un aguerrido reportero y, sin embargo, no ha habido refriega en la que no se haya metido hasta las cachas. Sierra Leona, El Salvador, Sarajevo, Oriente Medio, puntos cardinales de un mapa sangriento, el mapa de la guerra que Gervasio ha cartografiado como nadie, solo, siempre solo, como un monje peregrino, sufriendo, pasando miedo y teniendo que ingeniárselas para no caer en manos del paramilitar zumbado dispuesto a meterle una bala en la cabeza en un control de carretera. "Un corresponsal de guerra tiene que ser mucho más que un simple fotógrafo, tiene que sufrir con la gente y mantener esa herida abierta por mucho tiempo". Viene Gervasio de la escuela de Manu Leguineche, el padre de todos ellos, la escuela del periodista/escritor/historiador/intelectual/filántropo, ese perfil de reportero informado que hoy ya no se lleva, el humanista implicado en la tragedia violenta del ser humano. "No se puede ir a Afganistán sin conocer antes la Historia de Afganistán". Alguien dijo que Gervasio, además de un gran fotógrafo, es "una ONG con piernas", quizá porque tras un buen reportaje siempre tiene tiempo para un niño soldado, para una viuda cargada de huérfanos o para un viejo aturdido por las bombas. "Me gusta volver al país tiempo después para ver que los agujeros de las casas se han tapado con cal y que la gente ha rehecho sus vidas. Eso me ayuda a no terminar en el psiquiatra, a conseguir el equilibrio que necesito". Fue Hemingway quien dijo aquello de que en la guerra moderna mueres como un perro y sin motivo alguno y eso es precisamente lo que Gervasio ha estado contando y retratando durante todos estos años, la guerra sin vencedores ni vencidos, la guerra sin buenos ni malos, la guerra sin más motivo que el interés de la feroz industria de armamentos, la guerra que se ceba con la población civil, con las mujeres y los niños, con los ancianos y refugiados, la guerra indiscriminada y genocida, armagedónica y total. "He conocido a muy pocos héroes en las guerras. El que no tiene miedo o es un loco o es un irresponsable. Entre morir y matar todos elegiríamos matar". De tanto ver muerte y destrucción, de tanta guerra entre guerra y guerra, el bueno de Gervasio habla ya con la valentía descreída de quien ha caminado por la manigua de la muerte. Cuando se ha estado en el infierno y se regresa al mundo de los vivos no hay nada ya que pueda estremecerle a uno. Quizá por eso se permite arremeter contra la izquierda que no condenó las atrocidades de Milosevic, contra el apesebrado Cebrián y su pelotazo de 14 kilos, contra la banca, contra los políticos, contra el periodismo de baja estofa que se practica en nuestro país. "La prensa en España da asco. El poder económico presiona al periodista. Si hoy me atrevo a decir que un banco está metido en un negocio de armas mañana mismo me cortan el cuello". Kant creía que el estado natural del hombre no es la paz, sino la guerra. Pues ahí estará Gervasio para contarla.

Imagen: jotdown.es        

jueves, 13 de marzo de 2014

EL RETIRO DE ROUCO


Rouco Varela, el reaccionario, intransigente, retrofranquista y nacionalcatólico Rouco,  abandona la presidencia de la curia española sin que haya dejado un gran legado ni para la Iglesia, ni para los fieles, ni para su sucesor inmediato, Ricardo Blázquez. Es decir, que ha pasado con más pena que gloria, por utilizar términos religiosos. Los obispos cada día se parecen más a los políticos: funcionarios burócratas que están en el poder como de paso, para apretar el botón de vez en cuando, para hacer currículum y vender luego sus memorias a algún pelotazo editorial. Uno siempre ha visto en Rouco al político con ambiciones más que al sacerdote humilde, al accionista de un consejo de administración más que al samaritano piadoso, al lobista insaciable, en fin, más que al hombre santo. Su mirada inquisitiva y su sonrisa fría y ladina de colmillo retorcido estaban más cerca de Aznar que de Dios. Se ha pasado todos estos años de crisis galopante haciendo política contra el aborto, contra el condón, contra el separatismo catalán y contra el matrimonio homosexual, o sea intrigando en la sombra, como un moderno cardenal Richelieu, mientras los parados a tiempo indefinido, los pobres pobres, inmigrantes, pensionistas y enfermos dependientes eran problemas menores, quedaban en un segundo plano en sus filípicas dominicales. Ricardo Blázquez parece que está en la misma onda ortodoxa de Rouco, aunque algo más conciliador, de modo que las relaciones Iglesia/Estado seguirán más o menos igual, como han sido en España desde el Concilio de Trento, o sea un Estado católico íncubo dentro de otro Estado que juega a la pose de ser laico y moderno. Rouco y Blázquez se han alternado en el poder en los últimos años, de modo que en la Iglesia española rige también el turno de partidos. En este país el cura, el alcalde y el guardia civil siguen teniendo demasiado poder, no hemos salido de Lope, lo cual que vivimos en una especie de antiguo régimen tecnologizado, un feudalismo digital con plasma, facebook y final de Copa. Como no hicimos la revolución francesa y Azaña se equivocó cuando dijo aquello de que España ha dejado de ser católica mucho me temo que seguiremos viviendo unos cuantos años más en esta Iglesia rica llena de pobres, pero eso a Rouco siempre le dio igual. El triunfo de Rouco no ha sido dar de comer al hambriento y de beber al sediento, como mandan las sagradas escrituras, sino infiltrarse a tope en el despacho de Wert, zombificar a Gallardón (volverlo tonto, si no lo era ya antes, para meterle por la tangente la ley opusina del aborto), excomulgar al carnavalero concejal de Jumilla travestido de Virgen María y mantener la propiedad privada de la Mezquita de Córdoba, que da una buena calderilla a 37 machacantes por nacional o guiri, IVA incluido. Es decir, durante estos años Rouco ha hecho mucha política, mucha economía y mucha manifestación dominguera provida, hasta le han salido sobrinas en pelotas en el Interviú, pero poco cristianismo, que era de lo que se trataba, oiga. No obstante, siempre es de agradecer que personajes oscuros y siniestros como este falso santo, este Darth Vader con alzacuellos, este medieval Rouco, vayan pasando de los altares a la trastienda de la sacristía, siquiera por maquillar un tanto la imagen de nuestra rancia y recalcitrante iglesia hispánica. Ojalá que estos cambios en la cúpula ensotanada sean consecuencia de esa revolución tranquila del Papa Francisco que algunos anticipan con tanto revuelo y jolgorio, aunque no veo yo monjas dando la comunión pasado mañana ni curas casaderos y follanderos. Es cierto que este Papa huele a oveja más que a pastor, pero todavía hay mucho lobo con piel de cordero por ahí suelto. Lobos como el sibilino Rouco.

Imagen: alertadigital

martes, 11 de marzo de 2014

ATOCHA, AÑO DIEZ


Diez años ya, diez años de nuestro día de la infamia, de nuestro 11S, de nuestro Pearl Harbor. Y una década después, todos los ciudadanos de bien se hacen una pregunta, que no es precisamente si fue titadine o goma dos eco. La pregunta es: ¿cómo un Gobierno, nuestro propio Gobierno, pudo embarcarse en un delirio conspiranoico tal que le llevara a manipular a los muertos, a las familias y el dolor de todo un pueblo? Resulta espeluznante echar la vista atrás y repasar la hemeroteca, los vagones despanzurrados por las explosiones, las sábanas muertas, los furgones fúnebres entrando y saliendo de la triste Atocha. Pero no menos espeluznante resulta revisar la película abyecta y despreciable que protagonizaron aquellos otros monstruos decentes con traje y corbata, el impasible Aznar con su rencor paranoide, con su locura y sus desiertos remotos, el mezquino y lametraseros Acebes con sus coartadas obscenas, el poseído Losantos con su bilis endemoniada, el maquiavélico Pedrojota con sus embustes y enredos de periodismo basura, toda esa historia reciente, en fin, que aún no hemos conseguido asimilar ni comprender ni olvidar y que no fue sino la segunda parte de nuestra guerra civil, una guerra civil sin un millón de muertos pero con la misma cantidad de odio. En el 11M hubo dos clases de monstruos, los yihadistas encapuchados que se inmolaron por Alá y los yihadistas del comando Moncloa, fundamentalistas del bulo y la iniquidad, nocivos como los otros, que trataron de engañar a un país cuando el regato de sangre inocente resbalaba todavía por los andenes. Y no sé yo cuál de las dos tramas da más miedo, si la célula islamista o el terrorismo de Estado que pone en marcha la espantosa maquinaria de la manipulación y la mentira. Aquel día de madriles enmudecidos, de cielos de sangre y lágrimas de hierro, fracturó en dos a la sociedad española cuando debió habernos unido frente al terror y la barbarie de forma fraternal, sin fisuras, con una fe de granito. Los americanos cerraron filas cuando les llovieron los aviones como rayos apocalípticos pero nosotros, los españoles, pueblo indescifrable y extraño, nos pusimos a la gresca otra vez, como aquel cuadro de Goya, sobre los cadáveres de nuestros muertos. Y ese enfrentamiento civil, esa guerra familiar solapada, siempre estará en el desgraciado currículum del señor Aznar, porque el 11M fue su GAL. Aquel Gobierno y sus panfletos mediáticos, aquellos siniestros ministros y sus voceros disfrazados de periodistas se pusieron a trabajar codo con codo en el episodio más ruin de nuestra democracia. Ensuciaron la memoria de las víctimas, pisotearon el dolor de las familias, quedaron como locos perversos a la altura de los zumbadillos de Al Qaeda. Por tanta manipulación deberían haber pagado ya, penalmente, ante los tribunales de Justicia. Pero claro, estamos en España, país que entrulla a sus jueces y absuelve a sus delincuentes de guante blanco. Hoy asistimos a las exequias desde una rabia contenida y con la herida no cicatrizada del todo. Hoy releemos en los periódicos aquellas historias terribles que habíamos olvidado ya: la muchacha que perdió un ojo y trata de rehacer su vida, el joven mutilado que aún se orina cuando sale a la calle, la mujer del comisario de Vallecas que se suicidó ante el acoso constante de los conspiranoicos. Hoy, diez años después, no hay duda de que no fue ETA, de que las bombas las pusieron los moritos. Aunque bien mirado, aquel Gobierno también puso sus bombas. 

viernes, 7 de marzo de 2014

LA ODISEA DE KUBRICK


Van a cumplirse quince años de la muerte de Kubrick, el frío, metódico y obsesivo Kubrick. El cine deslumbrante e hipnótico del tío Stanley está más vivo que nunca y sus temas, lejos de haber quedado sepultados en el celuloide del tiempo, regresan una y otra vez a nosotros para avisarnos de que el ser humano está al borde de la catástrofe. Basta con ver el video atroz de esa niña de trece años de Sabadell que ha pateado la cabeza de una compañera como si se tratara de un balón de fútbol. Lo más terrible de estos tiempos que corren no es que haya gente que disfrute matando a gente sino que además se ha impuesto la moda macabra de colgar las imágenes del crimen en youtube como trofeo de caza y para disfrute sádico del personal. El ser humano nunca queda saciado de barbarie, siempre pide más. Pero no perdamos el hilo de la columna. Esa imagen de la adolescente asesina tratando de aniquilar a su víctima es un remake pavoroso de La naranja mecánica, acuérdese el lector de aquellos queridos drugos con bombín, bates de béisbol y hueveras que apaleaban mendigos, lo de la quijotera, el gran Ludwig Van, las sesiones de ultraviolencia y todo aquello, en fin, que nos puso los pelos de punta y nos anunció la venida de un nuevo fascismo socialmente más tolerado, más digerible, más solapado, pero igual de siniestro y brutal. Yo la Naranja la vi en una sesión de maratón de cine, Metropol-Valencia, diez obras maestras en una sola noche, un experimento que llenó la sala de culturetas que nos las dábamos de entendidos en Kubrick cuando en realidad íbamos a pillar cacho con la rubia de la clase que se sentaba en primera fila. Por aquellas fechas ya había leído el novelón magistral de Burgess, por eso no me esperaba que la cinta me aportara mucho más. Sin embargo, cuando vi los ojos psicópatas del pequeño Alex (Malcom McDowell) borrachos de violencia por la novena de Beethoven, cuando vi aquella mirada canina presta a matar, a violar y a robar sin ningún tipo de remordimiento humano comprendí que Kubrick era, además de un genio del cine, un profeta de la Historia. Hoy, varias décadas después, los augurios del maestro se han cumplido con la exactitud que había predicho en su película y dulces ninfas linchan a otras colegiales en la hora del recreo feliz y rudos picoletos se ensañan con el espalda mojada que llega exhausto a la orilla de su sueño y una tiparraca como Marine Le Pen alienta a las mocedades del nazismo en toda Europa con su discurso xenófobo, por no decir abiertamente racista. No cabe duda: la violencia social también tiene su propia dialéctica evolutiva y va in crescendo. Ha muerto Platón con sus valores eternos, ha muerto Marx con su igualitarismo utópico, ha muerto Dios en un acelerador de partículas y ahora el pequeño drugo Alex, ya sea en versión masculina o femenina (ellas han interiorizado la violencia de ellos) impone la ley de la selva, la ley del más fuerte. Así que hemos vuelto al principio de todo, cuando aquel mono de 2001 agarró el hueso homicida, le atizó en la chaveta a su congénere primate y lo lanzó al espacio, iniciando de este modo la odisea absurda del hombre a ninguna parte. El drugo Alex, hoy, se ha quedado viejo y pasado de moda. Una bárbara infantil de Sabadell lo ha adelantado por la derecha.  

Imagen: www.universocinema.com

jueves, 6 de marzo de 2014

PANERO


Hoy ha muerto el inmenso Panero. Para la mayoría de la gente no significaba nada, para otros muchos era solo un loco miserable y para una minoría ha sido el poeta más grande que ha dado España después de la guerra. No voy a decir que soy un experto en Panero, creo que en realidad nadie lo era porque nadie supo entenderlo. Pero sí me permitiré decir que cada vez que lo escuchaba hablar con su voz etílica llena de callejones y ratas, cada vez que soltaba uno de sus versos grandiosos manchados de odio y locura era como contemplar un rayo esplendoroso en medio de la tormenta. Vivió media vida en psiquiátricos y la otra media en la calle desnuda, bebiendo sin parar, paseando con el delirium tremens, buscando pelea con los camareros que no querían ponerle la última ronda. Maldito, esquizoparanoide, anarcoindividualista, erudito, violento, yonqui, atormentado, vanguardista, clásico, raro, genial, todo eso era Panero, nuestro único poeta único. Las drogas, el amor y el desencanto lo llevaron al frenopático, pero para mí que los psiquiatras, esa suerte de charlatanes a cincuenta pavos la hora, se equivocaron de cabo a rabo con él, porque Panero no era ningún demente, sino más bien un nigromante de las letras que sabía ver la verdad al trasluz de la botella. "No sé para qué sirve el dinero si no es para gastárselo en vino", dijo en cierta ocasión. La medicina, o lo que es lo mismo, el sistema ciego e injusto, se ensañó con el poeta incomprendido, maltrató su cuerpo y su alma con sesiones de electroshock, ducha fría y antisicóticos, pero de ese ultraje doloroso nació un Cristo de la literatura, un artista que, pese al drama infinito de su existencia, nunca dejó de crear. No puedo evitar sentir un cierto escalofrío al pensar en ese Panero vomitando poemas en la soledad del pabellón psiquiátrico, viviendo el peor infierno que pueda vivir un ser humano, el infierno del manicomio, huyendo de su propio delirio y de los demás locos, demonios o quizá cuerdos o quizá los agentes de la CIA que lo atormentaban día y noche, quién sabe. "El psiquiátrico es peor que la muerte, me putean los locos porque ven que me putean los auxiliares", confesó. Odiaba España, "un país de envidias donde no se respeta la cultura, el único lugar del mundo en el que se pega a los borrachos", espetó en un ataque de lucidez. Rebelde con o sin causa, descreído de la revolución ("los obreros españoles son payasos alfredolandescos") azote constante del poder, no dejó títere con cabeza y le dio estopa hasta al Rey de España: "Nacen borbones, se crían bribones y mueren bobones". Cuando hablaba hacía versos y cuando hacía versos hablaba. Fue un Erasmo que hizo de su locura un elogio. Todos le rendían pleitesía cuando estaba internado y todos huían de él, como de la peste, cuando lo soltaban y volvía a Madrid. Su sueño era largarse a París, dejar atrás este país de mediocres y fracasados, pero los jueces de la psiquiatría lo condenaron a cadena perpetua y no le dejaron alcanzar su particular Zihuatanejo. Hoy se nos ha ido un escritor irrepetible, un Rimbaud que pasó una temporada en el infierno, un Bukowski genial que solo pensaba en beber y en joder, un Poe secuestrado en su últma hora, y todo en uno, porque Panero era el absoluto y la nada, ángel y diablo, loco y cuerdo. Ha muerto solo y abandonado, sin que nadie le llevara un paquete de Nobel ni una mala cocacola al hospital. Como los grandes.

Imagen: Sara del Castillo    

lunes, 3 de marzo de 2014

EL INFIERNO DE BLESA


A uno le alegra ver que Blesa, el repeinado Blesa, vuelve al juzgado, tan dandi y perfumadito él, con ese aire decadente y aristocrático que recuerda un poco al elegante actor Robert Ryan. El señor Blesa está viviendo su propio thriller personal, su infiernillo existencial, con cabreados diablillos en forma de jubilatas siguiéndolo a todas partes y mentándole a la madre noche y día. La condena que va a cumplir Blesa a partir de ahora, más allá de juzgados, sentencias y códigos penales, va a ser un preferentista estafado agazapado en cada esquina, un Vietnam de ahorradores burlados dispuestos a zarandearle en mitad de la noche, un manifestante indignado intentando arrearle un cartelazo en toda la almendra en medio de la Gran Vía. Duro purgatorio le espera, sin duda. Atrás quedan ya los safaris gratis total, por la patilla, a costa de unos clientes enfermos y viejos tan inocentes como aquellos leones, osos, gacelas e hipopótamos a los que el banquero derribaba vilmente y junto a los que gustaba retratarse escopeta en mano. Entre copazo de champán y canapé de caviar, entre jamona en bikini y cataratas del Niágara, Blesa ha vivido los años de la burbuja en una perpetua noche del cazador, por recordar aquel clásico del cine, y lo mismo cazaba elefantes en Kenia que a un octogenario con parkinson en Vallecas. Blesa ha sido un depredador bancario pata negra, un Hannibal Lecter de las finanzas, un rapaz de uñacas afiladas que cuando ponía el ojo en un pensionista no paraba hasta colocarle el colmillo retorcido y afilado y de paso un contrato engañoso. Hoy ha sido otro día grande para los parias que nada tenemos más que un tesoro de facturas, desencanto y un profundo rencor hacia los corruptos. Hoy ha sido un día feliz porque hemos vuelto a ver al otrora gran hombre, cabizbajo y hundido, haciendo la ruta de la toga, su hábitat natural como carroñero de la especie humana. Hoy hemos disfrutado como cosacos enanos ante la imagen fracasada del compañero de pupitre de Aznarín entrando a declarar por enésima vez en la catedral de la Santa Audiencia Nacional. ¡Qué jornada tan gloriosa! ¡Qué tiempo tan feliz!, que diría la Campos. Blesa ante el juez, la mansión versallesca de Díaz Ferrán con el cartel de "Se vende" y el vicepresidente de la patronal pillado como un vulgar moroso de Hacienda. No se puede pedir más. Hubiera sido un día redondo para la famélica legión de no ser porque siete ricachos españoles han entrado por primera vez en la revista Forbes. Lo cual que el saqueo de España aún no ha terminado. "El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo", decía el gran García Marquez. Es éste un invierno crudo plagado de miseria, nieve y guerras en Crimea, una vuelta a la Europa de los zares, o sea, así que quedémonos con la imagen reconfortante de ese zar derrocado, el estirado Blesa del pelito engominado, regresando siquiera por un momento al juzgado, rampa de lanzamiento de la cárcel, de la que nunca debió salir, ya lo dijo San Elpidio bueno mártir. A Blesa la Justicia lo está peinando para dejarlo más bonito que un San Luis antes de devolverlo al trullo de nuevo. Ha sido un gran día, sí señor, aunque al pichafría de Rajoy le haya dado por decir que hemos salido de la recesión. Qué sarcasmo. Habrán salido algunos. Los de la Forbes, mayormente.

Imagen: elpais.com