jueves, 6 de marzo de 2014

PANERO


Hoy ha muerto el inmenso Panero. Para la mayoría de la gente no significaba nada, para otros muchos era solo un loco miserable y para una minoría ha sido el poeta más grande que ha dado España después de la guerra. No voy a decir que soy un experto en Panero, creo que en realidad nadie lo era porque nadie supo entenderlo. Pero sí me permitiré decir que cada vez que lo escuchaba hablar con su voz etílica llena de callejones y ratas, cada vez que soltaba uno de sus versos grandiosos manchados de odio y locura era como contemplar un rayo esplendoroso en medio de la tormenta. Vivió media vida en psiquiátricos y la otra media en la calle desnuda, bebiendo sin parar, paseando con el delirium tremens, buscando pelea con los camareros que no querían ponerle la última ronda. Maldito, esquizoparanoide, anarcoindividualista, erudito, violento, yonqui, atormentado, vanguardista, clásico, raro, genial, todo eso era Panero, nuestro único poeta único. Las drogas, el amor y el desencanto lo llevaron al frenopático, pero para mí que los psiquiatras, esa suerte de charlatanes a cincuenta pavos la hora, se equivocaron de cabo a rabo con él, porque Panero no era ningún demente, sino más bien un nigromante de las letras que sabía ver la verdad al trasluz de la botella. "No sé para qué sirve el dinero si no es para gastárselo en vino", dijo en cierta ocasión. La medicina, o lo que es lo mismo, el sistema ciego e injusto, se ensañó con el poeta incomprendido, maltrató su cuerpo y su alma con sesiones de electroshock, ducha fría y antisicóticos, pero de ese ultraje doloroso nació un Cristo de la literatura, un artista que, pese al drama infinito de su existencia, nunca dejó de crear. No puedo evitar sentir un cierto escalofrío al pensar en ese Panero vomitando poemas en la soledad del pabellón psiquiátrico, viviendo el peor infierno que pueda vivir un ser humano, el infierno del manicomio, huyendo de su propio delirio y de los demás locos, demonios o quizá cuerdos o quizá los agentes de la CIA que lo atormentaban día y noche, quién sabe. "El psiquiátrico es peor que la muerte, me putean los locos porque ven que me putean los auxiliares", confesó. Odiaba España, "un país de envidias donde no se respeta la cultura, el único lugar del mundo en el que se pega a los borrachos", espetó en un ataque de lucidez. Rebelde con o sin causa, descreído de la revolución ("los obreros españoles son payasos alfredolandescos") azote constante del poder, no dejó títere con cabeza y le dio estopa hasta al Rey de España: "Nacen borbones, se crían bribones y mueren bobones". Cuando hablaba hacía versos y cuando hacía versos hablaba. Fue un Erasmo que hizo de su locura un elogio. Todos le rendían pleitesía cuando estaba internado y todos huían de él, como de la peste, cuando lo soltaban y volvía a Madrid. Su sueño era largarse a París, dejar atrás este país de mediocres y fracasados, pero los jueces de la psiquiatría lo condenaron a cadena perpetua y no le dejaron alcanzar su particular Zihuatanejo. Hoy se nos ha ido un escritor irrepetible, un Rimbaud que pasó una temporada en el infierno, un Bukowski genial que solo pensaba en beber y en joder, un Poe secuestrado en su últma hora, y todo en uno, porque Panero era el absoluto y la nada, ángel y diablo, loco y cuerdo. Ha muerto solo y abandonado, sin que nadie le llevara un paquete de Nobel ni una mala cocacola al hospital. Como los grandes.

Imagen: Sara del Castillo    

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