martes, 29 de agosto de 2023

JUNTS


(Publicado en Diario16 el 29 de agosto de 2023)

Feijóo ha decidido reunirse con todos los líderes políticos, salvo los de EH Bildu, para tratar de convencerlos de que le presten su apoyo a la investidura. Le faltan solo cuatro escaños, pero alcanzar ese maldito puñado de diputados se antoja más complicado que cruzar el Orinoco a nado. Sin embargo, no todos en el PP creen que sea una buena idea hablar con algunos como Junts. Lo que Feijóo ha planteado como una simple ronda de contactos para sondear sensibilidades puede terminar convirtiéndose en un veneno letal para el partido. Esa foto del gallego con los indepes catalanes provoca pánico y asco, mayormente entre el sector ayusista. Así las cosas, ¿cómo piensa verse el jefe de la oposición con los emisarios soberanistas? ¿Planea reunirse con ellos a escondidas, a puerta cerrada, en un despacho de los sótanos de Génova o en un desconocido y apartado bar de los extrarradios de Madrid? ¿Acudirá disfrazado, con peluca y con gafas de sol, escabulléndose por las esquinas para que los periodistas no lo pillen in fraganti camino de la reunión?

No lo va a tener fácil Núñez Feijóo para sacar adelante esta primera ronda de contactos con los líderes de las demás fuerzas políticas. Durante estas últimas semanas, en el PP se han dedicado a construir el relato ficticio de que las cuentas, más tarde o más temprano, saldrían. “Vamos a dialogar con todos”, “La investidura es posible” y “Hasta el rabo todo es todo” han sido frases que hemos escuchado entre altos cargos populares. Ciertamente, ni ellos mismos creían en la remota posibilidad de que esos cuatro escaños cayesen del cielo, pero han insistido una y otra vez en alimentar la fábula. Ahora, cuando la realidad y la aritmética parlamentaria se imponen como un destino cruel, se encuentran con que van a reunirse con los revolucionarios de Junts para nada. Y esa estrategia escuece y mucho en el ala ayusista, la más dura y carpetovetónica del partido.

A día de hoy poco o nada se sabe sobre cómo van a ser los contactos PP/Junts. Se ha filtrado que Feijóo se niega en rotundo a viajar a Waterloo para verse con Carles Puigdemont y mendigarle los votos. Sería demasiada humillación, aunque eso es lo que espera el impulsor del procés: que el mandatario gallego se arrastre hasta sus pies. Alberto Núñez Feijóo se ha pasado demasiado tiempo arremetiendo contra los separatistas y enemigos de España (por momentos no ha hablado de otra cosa, como si no tuviera otro programa político para el país) y esa entrevista, esa foto con el archivillano de la patria, sería una imagen demasiado fuerte. Sin duda, desencadenaría un rosario de lipotimias, desmayos y parraques en Génova. Por otra parte, aunque Feijóo insiste en verse con los líderes de Junts, rechaza hablar de “cuestiones descabelladas” como una ley de amnistía o un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Muy bien, perfecto. Entonces, si se cierra en banda a las pretensiones de los independentistas, ¿de qué piensa hablar con ellos, del calor que hace, de lo sabrosas que están las butifarras, de cómo va el Barça en la Liga de Fútbol? Nada tiene el menor sentido. Si lo que pretende es hacer de esa ronda de contactos catalana un teatrillo de variedades, una mala escenificación propagandística para mostrar que él no es como Sánchez –ese presidente dispuesto a vender España para mantenerse en el poder–, ya puede ahorrarse el trámite. El país no está para coñas ni para perder el tiempo.

Cuesta trabajo creer que Feijóo termine viéndose, al final, con los dirigentes del mundo independentista. Seguramente Ayuso le parará los pies amenazándole con un cisma en el partido. Además, está Abascal, que observa atentamente cada movimiento del máximo responsable del Partido Popular. Un solo tropiezo, un solo error de cálculo, un café con los de Puigdemont y los de Vox saldrán en tromba, con los cuchillos entre los dientes, acusando al líder del PP de derechita cobarde y de aliado de los enemigos de España. Y eso no es bueno para las encuestas. Los ultras sin duda le robarán electorado al principal partido conservador, un bocado que podría verse reflejado en las urnas en el caso de que haya que repetir elecciones.

Mientras tanto, el moderado Borja Sémper trata de hacer malabarismos políticos para explicar que el PP está negociando con el Anticristo. “Esto no es lo mismo que irse a Waterloo o estar dispuesto a impulsar una ley de amnistía como sí que está dispuesto a hacer el PSOE”, asegura el portavoz de campaña de Génova. Lo que está ocurriendo estos días tiene confundido al votante del Partido Popular. Los líderes se han pasado años diciéndole a la militancia que el PP es el partido que garantiza la unidad de España, las esencias de la nación, y a las primeras de cambio Feijóo termina en la misma mesa charlando amigablemente con los del procés. ¿Cómo se digiere eso, cómo se justifica esa inmensa contradicción?

Si lo que quiere el mandatario del PP es lograr una foto que lo inmortalice como estadista negociador, puede posar con los empresarios, con la Conferencia Episcopal, con las asociaciones antiabortistas, con la “gente de bien”. Más allá de ese mundo, lo cierto es que nadie quiere sentarse con él porque apesta a ultraderecha. Le queda, eso sí, la foto con Pedro Sánchez, que ha aceptado verse con él mañana mismo para hablar de la investidura (aunque mucho nos tememos que el presidente del Gobierno ha tragado con la reunión por pena y le dará cuatro pases de pecho, enviándolo de nuevo a los toriles de Moncloa). El secretario general del PSOE sigue llevando ventaja de cara a una posible investidura. Está dejando que Feijóo se cueza en su salsa, que se achicharre como un churrasco, para entrar él en escena como único aspirante con posibilidades a la Presidencia del Gobierno. Esa es la única realidad por mucho que Feijóo se empeñe en construir mundos paralelos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL MACHO DEL FÚTBOL

(Publicado en Diario16 el 26 de agosto de 2023)

“Me sentí vulnerable y víctima de una agresión”, dice Jenni Hermoso. Es la reacción lógica de una futbolista que se considera maltratada por su jefe como mujer, como profesional y como persona. Antes, la Asamblea a mayor gloria de Luis Rubiales había sido un maquiavélico ejercicio de egolatría, de borrachera de poder y de machismo del presidente de la Federación de Fútbol. Todo lo que se vivió en ese acto calcado a los que montan los dictadores bananeros fue nauseabundo. Se vio el rostro más duro de un hombre furioso y autoritario dispuesto a morir matando y a defender hasta la muerte sus privilegios y su jugosa nómina como directivo. Se vio a un jerarca en horas bajas que se dejó llevar por una especie de delirio político y absurdas teorías sobre el “falso feminismo”; que sentó a sus hijas entre el público, como escudos humanos, para dar pena y tocar la fibra sensible de la opinión pública; y que hizo obscena ostentación de poder omnímodo anunciando una subida de sueldo a sus acólitos (chusco y sonrojante ese momento en que proclamó que el entrenador, Jorge Vilda, cobrará medio millón de euros por haberle sido fiel hasta el final). Por momentos, Rubiales parecía uno de esos nuevos ricos podridos de billetes que cuando se meten en un lío pretenden resolverlo todo tirando de chequera y regalando dinero a sus lacayos. El Trump del fútbol español con pasta por castigo suficiente como para comprar cualquier voluntad. 

Lo que presenciamos ayer en la Asamblea de Las Rozas fue algo surrealista, algo que no se había visto nunca, algo que superó el guion más delirante de cualquier serie de Netflix. A Rubiales se le podrá reprochar su zafiedad y sus maneras groseras en el palco, pero no se le puede negar su talento para el teatro y la puesta en escena, dotes que ha mamado desde pequeño, ya que proviene de una familia de políticos. Con habilidad, ha sabido darle la vuelta al escándalo que le persigue hasta convertir un asunto personal en una cuestión de Estado que atañe a todo el país. Es tal su destreza para crear una realidad paralela que por momentos asumió el discurso íntegro de la extrema derecha hasta parecer el nuevo líder de Vox, el partido antisistema que niega la violencia machista y pone en solfa la “dictadura feminista”. Que tiemble Abascal porque le ha salido un duro competidor que cualquier día le levanta la silla.

Desde ayer, el dirigente deportivo ha pasado a convertirse en el gran referente del machirulismo patrio. Un icono para todos esos hombres que se sienten injustamente discriminados, maltratados y víctimas de esas leyes de género que dan amparo a las mujeres. Un héroe para divorciados hartos de pasarle la pensión a la ex y para condenados por violencia machista. Un símbolo o adalid para señoros que siguen pensando que el fútbol es cosa de hombres. “Muy bien Luis; así se hace Luis; dales caña a esas brujas rojas”, pensaron ayer miles de hombres haters, acomplejados o con graves problemas en sus relaciones con el otro sexo mientras veían por la televisión a su nuevo caudillo, ese que a partir de ahora los dirigirá en la santa cruzada contra la liberación sexual de la mujer. La gran frase de Rubiales que pasará a la historia –“No voy a dimitir”–, repetida a pleno pulmón hasta cinco veces por el máximo mandatario del fútbol español, se ha convertido ya en un grito de guerra para la legión de misóginos, desorientados, frustrados y rencorosos con el feminismo. Ese momento álgido de su intervención de ayer en el que arremete contra Yolanda Díaz, Irene Montero, Ione Belarra y Pablo Echenique por haber querido “asesinarlo” civilmente, a buen seguro puso cachondo a más de un patriarca venido a menos.

Pero lo peor de todo es que Rubiales quiso convertir a Jenni Hermoso en culpable de ese beso nauseabundo que ha arruinado la imagen de nuestro país y que deja a los españoles como babosos donjuanes que van por ahí acosando empleadas y subalternas. Su versión de que el “pico” fue consentido entre ambos después de que ella acercara su cuerpo al suyo y le dijese “eres un crack”, no se sostiene. Semejante coartada sonó demasiado al típico “lo hice porque ella me provocó” o porque “llevaba la falda muy corta” que tantas veces, por desgracia, hemos escuchado en este país.  

Ayer, la crisálida salió del capullo (con perdón) para convertirse en monstruo. El hombre que alardeaba de valores, de haber apostado por el fútbol femenino y de haber colocado a la mujer en el lugar que le corresponde, escenificó ante millones de espectadores su paso al lado oscuro del negacionismo machista. Al farsante se le cayó la careta. El gurú que quiso convencernos de que llevar el fútbol español a un país como Arabia Saudí, donde la mujer vale lo mismo que un camello, era un acto decisivo por la igualdad sexual, quedó desnudo, como aquel rey pasmado, ante la mirada de sus palmeros, corifeos, cortesanos y estómagos agradecidos. La verborrea, los falsos discursos, las palabras huecas sobre la igualdad de la mujer con las que este personaje ha estado taladrándonos los oídos todos estos años se pusieron en evidencia ayer. Solo quedó la hipocresía de un charlatán desarmado y sin argumentos, un macho alfa en cueros dialécticos agarrándose las pelotas como señal de poder, enseñando el colmillo contra sus enemigos y resoplando como un primate acorralado que defiende lo poco que le va quedando ya de territorio.  

Viñeta: Pedro Parrilla

PRIGOZHIN

(Publicado en Diario16 el 24 de agosto de 2023)

Hace tiempo que en Rusia se ha desatado una epidemia de muertes súbitas. Funcionarios, espías y altos cargos que de repente caen por las escaleras, se precipitan por las ventanas o se les indigesta el café convenientemente aderezado con una cucharadita de polonio. La última víctima de esa plaga ha sido el fundador del Grupo Wagner, Yevgeni Prigozhin, a quien la prensa internacional ya da por muerto tras estrellarse el avión privado en el que viajaba al norte de Moscú.

Prigozhin, el conocido como cocinero de Putin, se había convertido en un hombre peligroso para el régimen desde que el pasado mes de junio decidió rebelarse contra el Ministerio de Justicia, dirigiendo sus tanques contra la capital del país. Aquello fue un intento de golpe de Estado en toda regla, aunque el Grupo Wagner frenó su avance en el último momento, cuando se encontraba a menos de trescientos kilómetros de tomar la capital. Prigozhin tuvo que reconocer que había dado la orden de repliegue para evitar un baño de sangre, o sea, una guerra civil entre rusos. Entonces Putin lanzó un discurso conciliador, llamó a la unidad frente al enemigo occidental y trató de aparentar que el episodio iba a quedar ahí, sin que se tomaran represalias contra los disidentes. Pero todo el mundo sabía que el hombre de los perritos calientes estaba sentenciado. Nadie desafía el poder de un dictador y sale indemne para contarlo. Y todo apunta a que así ha sido.

El mariscal de los mercenarios Wagner no ha durado ni dos meses después de su audaz paseíllo en tanque hacia Moscú para deponer al jefe. Prigozhin tenía los días contados, como también los tiene el general Surovikin, el segundo gran implicado en el golpe, que ha caído en desgracia y que precisamente ayer (oh casualidad) era destituido de todos sus cargos. Uno de los cabecillas despanzurrado entre los amasijos humeantes de un avión estrellado; otro defenestrado y enviado a algún lugar secreto quizá de Siberia (a esta hora nadie sabe lo que ha sido del tal Surovikin); y el fantasma de las purgas estalinistas campando a sus anchas y sembrando el terror entre los funcionarios en los pasillos de los ministerios (todo aquel que haya tenido contacto con los golpistas, ya sea político, soldado o espía, puede darse por liquidado). Así ocurren las cosas en la Rusia autoritaria y teocrática de Putin.

Las cosas suelen ser lo que parecen. Y aunque faltan datos que ayuden a esclarecer las causas reales del siniestro (probablemente nunca las sepamos, en Rusia no existe una policía ni un poder judicial independientes, la Justicia la imparte el propio Putin) todo apunta a que alguien en el Kremlin ha ordenado a un par de lacayos de confianza que acaben con el incómodo cocinero, que se le había subido a las barbas al dictador. En el KGB putinesco son maestros en el arte de hacer desaparecer personas y cuando el poder activa el protocolo del “que parezca un accidente”, a la manera de los mafiosos de El Padrino, no suelen dejar huella ni rastro. Putin los mata callando y nunca se mancha las manos. Putin habla bajito y con voz aguda, en plan hierático, modosito y sin pestañear, como hacía Franco, como han hecho todos los psicópatas de la historia que han firmado sentencias de muerte, ejecuciones rápidas y juicios sumarísimos. Sanjurjo y Mola también se cayeron del cielo cuando nadie lo esperaba, en medio de la Guerra Civil, y a día de hoy nadie sabe qué fue lo que pasó. Lo del avión accidentado de improviso es un clásico, un truco que siempre funciona, un método rápido y seguro que por lo visto siguen utilizando los tiranos de hoy.     

A esta hora, todo son especulaciones y conjeturas sobre la muerte del chef que quiso dar el gran salto de los fogones al palacio imperial como zar de todas las Rusias. Más allá de rumores, no es posible determinar si Prigozhin ha sufrido un accidente o lo han “accidentado” de forma intencionada. En los medios de comunicación internacionales circulan teorías de todo tipo para explicar las causas del siniestro. Se habla de un misil que se cruzó inesperadamente en la trayectoria del aparato, pero nadie se atreve a conjeturar si el ataque fue perpetrado por los ucranianos o por los servicios secretos putinescos. Otras informaciones apuntan a un fallo en el motor o a un error humano (lo cual tampoco sería extraño, los pilotos rusos están acostumbrados a volar hasta arriba de vodka). Y en las redes sociales empieza a propagarse la teoría de que todo esto no es más que una farsa, un plan del propio Prigozhin para fingir su propia muerte, o sea, que el hombre se habría hecho un Paesa, nuestro más celebre espía que organizó su muerte en Tailandia simulando un paro cardíaco, falsificando su certificado de defunción, encargando treinta misas gregorianas y poniendo una esquela en el periódico para darle más realismo a la historia. En eso de que lo den por muerto a uno para quitarse de en medio no inventan nada los rusos.

La teoría del accidente no cuela, habría que decirle a Putin, y mucho menos después de que Prigozhin anunciara que sus mercenarios Wagner se volvían para África para seguir practicando el robo, el expolio a manos llenas y el genocidio en el avispero del Tercer Mundo (véase Níger, que estos días anda revuelto en una salsa de sangre en la que sin duda pretendía mojar el cocinero reconvertido en capitán general). Al Kremlin ya no le hacía gracia que su gastrónomo del crimen anduviera suelto por ahí removiendo el tomate de la guerra y catando los diamantes, petróleos y minerales raros de la pobre gente africana. Por eso, probablemente, le ha cortado las alas. Putin está escribiendo la historia de Rusia a golpe de espías, ejecutados y crímenes. Un novelón contemporáneo que ni John le Carré.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

SILENCIO ULTRA

(Publicado en Diario16 el 23 de agosto de 2023)

Cuando la ley del “solo sí es sí” llegó al Congreso de los Diputados, Vox anunció que ni siquiera participaría en la votación. Los de Santiago Abascal alegaron que se trataba de una legislación propia de la izquierda woke radical y feminista, un paso más hacia la doctrina de la igualdad de género que a ellos les produce urticaria. Además, se quejaron de que un millar de agresores sexuales se beneficiarían de la reforma mediante las diferentes rebajas de condenas.

Hoy, tras el escándalo mundial protagonizado por el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, y su beso no consentido a la jugadora Jenni Hermoso, todo el planeta ha podido comprobar que la Ley Montero, con sus errores y deficiencias técnicas, era más necesaria que nunca. No son pocos los catedráticos de Derecho Penal que advierten de que la conducta de Rubiales encaja perfectamente en el delito de agresión sexual. No en vano, el artículo 178 del Código Penal, en su punto 1, castiga con pena de prisión de uno a cuatro años al que realice cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona “sin su consentimiento”. Además, el punto 2 penaliza como agravante la “situación de superioridad o vulnerabilidad de la víctima”. Es evidente que Rubiales es el superior jerárquico de Jenni Hermoso, de modo que por ahí el presidente federativo tiene un problema por un comportamiento que a ojos de todos ha sido abusivo.

El caso ha venido a demostrar la necesidad de una ley como la del “solo sí es sí”. Sin consentimiento expreso de la mujer, ningún hombre puede tomarse la libertad de profanar su legítimo derecho a la libertad sexual. En esa línea, todos los medios de comunicación de la prensa internacional coinciden en que Rubiales se propasó cuando puso sus labios en los de la campeona del mundo quien, dicho sea de paso, confesó públicamente que el gesto no le gustó. El asunto está tan claro que no necesita de más pruebas adicionales (basta con ver el escabroso vídeo) y ha dejado sin argumentos a Vox. De modo que en el partido ultra se ha impuesto la consigna generalizada de que es preciso andarse con cuidado y con pies de plomo con este tema que quema como una patata caliente. España entera se ha volcado con la selección femenina, la sociedad en su conjunto ha dictado sentencia repudiando el comportamiento sexista de Rubiales. Partidos políticos, sindicatos, asociaciones de profesionales y colectivos de todo tipo han condenado el asqueroso morreo. Posicionarse a favor del hombre, en este caso del presidente de la Federación, no hubiese sido un buen negocio para Santiago Abascal y menos en un escenario tan sensible y delicado, en medio de las negociaciones con el PP para la investidura de Feijóo. En cualquier otro momento, a estas alturas de la película ya habría aparecido el clásico machirulo voxista, el consejero autonómico de turno o el tuitero descerebrado ultra defendiendo cosas como que el beso forzado de Rubiales fue una simple anécdota sin importancia, una tontería, una travesura o gamberrada propia de una fiesta, o quejándose de que España ha caído en manos de los inquisidores moralistas de la izquierda feminazi siempre dispuestos a propagar el odio hacia los hombres. Nada de eso ha ocurrido. Esta vez Vox se ha replegado a sus cuarteles de verano, desertando de la batalla cultural contra el feminismo, y la consigna desde la ejecutiva nacional ha sido manejarse con tacto, o sea, máximo sigilo, prudencia y dejarlo correr. Un tuit machista en este momento, en defensa de Rubiales y en la línea habitual de un partido patriarcal, supremacista y macho blanco alfa, habría sido altamente contraproducente en las encuestas y también en las urnas, si es que los españoles son llamados a votar por segunda vez. No solo hubiese resultado letal de cara a las negociaciones con el PP para la formación de Gobierno, sino que hubiese supuesto un tremendo error estratégico a las puertas de otros comicios.

Los españoles han demostrado que están a muerte con sus jugadoras mundialistas, también con Jenni Hermoso, víctima de un personaje siniestro que decidió propasarse ante una audiencia planetaria. Ponerse en contra de la afición hubiese sido un suicidio político. Eso lo sabe bien Abascal, que tras su ronda de consultas con el rey Felipe VI decidió realizar una declaración institucional sin preguntas de los periodistas. Someterse a las cuestiones de los cronistas que cubren información parlamentaria habría sido tanto como tener que responder al caso del nauseabundo beso robado de Rubiales. Se habría tenido que retratar, posicionándose de lado de la víctima como un militante más de la derechita cobarde; habría tenido que reconocer que lo que todos vimos por televisión fue una agresión sexual en toda regla; habría tenido que claudicar ante la Ley Montero y su requisito esencial del “consentimiento sexual”, esa misma legislación contra la que batalló hasta la extenuación al considerarla propaganda comunista adoctrinadora propia del feminismo radical. En su día, el propio Iván Espinosa de los Monteros, hoy fuera del partido, declaró sobre esa reforma: “No queremos ser corresponsables en la tramitación de esta chapuza”.

Así las cosas, tras su entrevista con el monarca, el líder de Vox prefirió no correr riesgos. Sabía perfectamente que los periodistas iban a preguntarle sobre el asunto Rubiales, así que cortó por lo sano, evitó a la prensa, guardó silencio. Esta vez no habría bravuconadas, ni declaraciones machirulas, ni alegatos trumpistas, ni comentarios provocadores o antisistema. Con millones de españoles y españolas entregados al triunfo de nuestras bravas jugadoras de fútbol, emprender esa enésima batalla cultural en pos del patriarcado y contra el feminismo socialcomunista, posicionándose de lado del hombre, habría sido una estupidez, además de una inmolación política. Así que el Caudillo de Bilbao decidió hacer mutis por el foro. Desde ese punto de vista, el zurdazo de Olga Carmona por la banda izquierda fue no solo el disparo certero que nos dio el Mundial femenino y feminista. Fue también un golazo por toda la escuadra contra los postulados reaccionarios de la extrema derecha.

Viñeta: Pedro Parrilla

martes, 22 de agosto de 2023

EL PICO DE RUBIALES

(Publicado en Diario16 el 22 de agosto de 2023)

El beso por la fuerza que Luis Rubiales plantó en la boca de la jugadora Jenni Hermoso, durante la entrega de trofeos del Mundial femenino, amenaza con llevarse por delante al presidente de la Federación Española de Fútbol. Todo el mundo ha podido ver, en directo y en prime time, cómo se las gasta el máximo responsable de nuestro fútbol. Un hombre que no sabe comportarse en público durante una solemne ceremonia internacional. Un hombre que con su incompetencia es capaz de convertir un hecho histórico, como es la obtención de un título mundial para nuestro deporte, en un escabroso escándalo de dimensiones planetarias. Un hombre desatado que no sabe reprimir sus impulsos más básicos hasta llevarse la mano a la entrepierna, en el palco de autoridades y en presencia de la reina Letizia y la infanta Sofía, en una especie de chusco, macho y primario gesto de victoria. ¿Es que en nuestro fútbol no hay alguien algo más presentable, educado, decoroso y elegante para un puesto de tan alta responsabilidad?

Hoy, las portadas y las televisiones de todo el mundo deberían estar hablando del soberbio golazo de Olga Carmona, equiparable al que rubricó Andrés Iniesta en aquella mítica final de Sudáfrica; de las meteóricas galopadas de la atlética Salma Paralluelo; de las diabluras de la fina estilista Aitana Bonmatí y de los paradones de Cata Coll. De la gran noticia que supone que, por fin, el fútbol femenino español, tras décadas de injusticia y marginación, esté en el lugar que se merece y le corresponde por derecho propio. Deberíamos estar analizando el enorme hito que supone que nuestra selección femenina, ya inmortal, haya sido capaz de hacer feliz a todo un país, como en su día lo hizo el equipo masculino patroneado por Vicente Del Bosque. Sin embargo, y por desgracia, el debate futbolístico, el gigantesco logro social y político que supone una gesta de tal calibre, queda manchado para siempre por el comportamiento extraño y sobreexcitado de un hombre que tras perder los papeles decidió convertirse en triste protagonista, arrebatando el momento de gloria a nuestras jugadoras. Un personaje que decidió colarse en el podio de las vencedoras sin que pintara nada allí, salvo chupar cámara, colgarse él también la medalla y de paso besuquear, achuchar y abrazar sin medida a toda aquella futbolista que pasaba por su lado. Por momentos, Rubiales parecía uno de esos tipos pesados, patéticos y sudorosos de las bodas que, llegada la hora de cerrar el banquete con el último pasodoble, se acaba pegando a las amigas de la novia para seguir con la fiesta en otra parte.

Han hecho más por la igualdad real nuestras campeonas del mundo que diez manifestaciones del 8M. De entrada, han conseguido que a partir de hoy miles de niñas se liberen de tabúes estúpidos y sueñen con emular a sus ídolas. Y lo que es más importante aún: han logrado romper las barreras psicológicas del sexo hasta el punto de conseguir que, una vez que la árbitra da el pitido inicial al partido, hasta el espectador más reaccionario y estrecho de mente se acabe olvidando de prejuicios absurdos y ya no distinga entre mujeres y hombres, sino que solo ve deportistas con un talento innato para el espectáculo más grandioso inventado por el ser humano. Hoy, ya destruido el falso mito de que el fútbol es cosa de hombres, tendríamos que estar hablando simplemente de ese disparo al palo de Salma, de ese penalti de Jenni que no entró, de esa falta no pitada a Alexia o de esa parada de la gran Cata. Hoy, ya definitivamente rota la barrera de género levantada por una sociedad posfranquista que siempre ha tachado de “marimachos” a las jugadoras de fútbol o las ha sexualizado al extremo, mofándose de ellas con nefastas películas paródicas como Las Ibéricas F.C., tendríamos que estar gozando del triunfo y sintiéndonos orgullosos no solo de haber conquistado el título mundial femenino, sino de haber enviado los anticuados convencionalismos sexuales al vertedero de la historia. Pero ahí estaba el señoro Rubiales para dar la nota con su “pico”, morreo o tornillo forzado a la sufrida Jenni Hermoso. Si lo hizo por una demostración de poder macho de un jefe a su subalterna, por un exceso de egocentrismo o ambición o porque le pudo la euforia de las celebraciones, ya es lo de menos. Como tampoco vale de mucho que haya pedido perdón (con la boca pequeña y a regañadientes, todo hay que decirlo) veinticuatro horas después y en medio de una polvareda mediática y política que ni el huracán Hilary. El daño a la imagen exterior de este país ya está hecho; el bochorno internacional está servido. La demostración de machirulismo incontrolado del máximo responsable de la FEF ha llegado a las portadas del New York Times, la CNN, L’Équipe y The Guardian. Nuestro país queda como una potencia mundial en fútbol femenino que avanza de forma imparable hacia una igualdad plena y total, pero también como un lugar gobernado por dirigentes decimonónicos de copa y puro aún por civilizar. Gente chapada a la antigua, rancia y trasnochada que no sabe estar y a la que le aflora el machito que lleva dentro cuando se pasea por las cancillerías internacionales del deporte.

Nadie tan poco presentable como Rubiales debería seguir ni un minuto más al frente de un organismo tan importante como la Federación Española de Fútbol. El domingo tendría que haber dado un paso a un lado, hasta quedar fuera de los focos y las cámaras, mientras ellas celebraban un triunfo que se han trabajado con su sudor y sus lágrimas pese a las zancadillas históricas de los hombres. Hoy, a martes y con media España indignada en su contra, solo le queda una salida honrosa: dimitir e irse a su casa. No lo hará. Le sobra desfachatez, descaro y frescura para seguir en la poltrona un rato más.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL CID DE LA IZQUIERDA

(Publicado en Dairio16 el 23 de julio de 2023)

Lo habían dado por muerto, le habían colgado el cartel de fiambre político, lo habían enviado al vertedero de la historia. Anoche mismo, cuando ni siquiera había comenzado el recuento de votos, y en un alarde de arrogancia que el PP ha pagado caro, Cuca Gamarra se permitía ridiculizarlo como el primer presidente de la historia de la democracia en no ser capaz de revalidar su cargo. Nada ha podido con Pedro Sánchez, que a su largo listado de milagros, como haber sobrevivido a una pandemia, a una recesión, a un volcán, a una guerra con otra crisis energética superpuesta y a unas elecciones municipales desastrosas para el PSOE, añadirá otra muesca en su revólver: haber salvado los muebles de la izquierda cuando todo parecía irremediablemente perdido.

Si las generales se habían planteado como un plebiscito contra el “sanchismo”, tal como había repetido hasta la saciedad Feijóo, es evidente que la derecha no ha conseguido acabar con el tótem. El descalabro socialista, augurado en las últimas semanas por la prensa de la caverna y por las empresas demoscópicas conservadoras que crean estados de opinión, no se ha producido finalmente. El PSOE no solo mejora resultados respecto a las últimas elecciones generales (sube 2 escaños), sino que mantiene intactas sus posibilidades de revalidar el Gobierno de coalición, ya que las derechas quedan a 7 diputados de la mayoría absoluta.

Si con cuatro años de desastres encadenados el PP no ha conseguido llevar al matadero a su chivo expiatorio es que algo ha hecho mal el partido de Feijóo. Tras el debate cara a cara con el líder de la oposición, Sánchez parecía definitivamente derrotado. Pero lejos de arrojar la toalla, prometió remontada mientras sus enemigos, los externos y los internos de Ferraz (que ya le estaban buscando recambio), se mofaban de su optimismo ganador. Sin duda, en Moncloa estaban convencidos de que no todo el pescado estaba vendido, que había partido. Y más después de que Feijóo firmara una nefasta última semana de campaña, un compendio de todo lo que no debe hacer un candidato que pretende ganar unas elecciones. Mintió con las pensiones, trató de humillar a una periodista de TVE (mostrando su lado más soberbio), se ausentó cobardemente del debate a cuatro (para no tener que coincidir con su incómodo socio Abascal) y tuvo que responder ante la opinión pública de sus amistades con el narcotraficante Marcial Dorado. Sánchez sabía que todo ese fiasco le dejaba a él una última bala en la recámara. Y se dispuso a aprovecharla. Siguió dando entrevistas a medios de comunicación (incluso a plataformas alternativas por internet como La Pija y la Quinqui), mostró su lado más fresco y humano y supo darle la vuelta a la feroz campaña “Perro Sanxe”, lanzada por la extrema derecha para desacreditarle y darle la estocada definitiva en los últimos días antes de la decisiva cita del superdomingo. El meme del perrito vestido con traje y corbata bajo el lema “Más sabe el perro Sanxe por perro que por Sanxe” se propagó como la pólvora en redes sociales y terminó calando en mucha gente. Así es la política en tiempos de posmodernidad, donde una campaña ingeniosa y divertida mueve más que cualquier ambicioso programa electoral.

En una hábil maniobra, el presidente del Gobierno supo movilizar a la izquierda, al voto joven y al lobby animalista, ofendido por el desprecio de los ultras contra las mascotas. Denigrar a una persona con el insulto de “perro” fue un grave error, mucho más si cabe que la campaña ayusista del “Que te vote Txapote”. Como también le ha beneficiado al premier la descarnada operación de linchamiento que la extrema derecha ha lanzado contra él, y que ha terminado convirtiéndolo en un mártir. Tacharlo de capo del Falcon, de bilduetarra bolivariano, de traidor a España y de muñidor de pucherazos y conspiraciones ha sido un exceso de crueldad y ensañamiento que ha terminado por enervar a los votantes de la izquierda más indolente y pasota. Un bumerán que se ha revuelto contra PP y Vox.

A medida que pasaban los días se respiraba ambiente de remontada, mientras los pactos PP/Vox, entre infames y surrealistas (nos transportaban a tiempos franquistas) seguían dando aire al agonizante Sánchez. Colocar a toreros, maltratadores de mujeres y negacionistas de las vacunas en las consejerías de los diferentes gobiernos regionales no ha beneficiado al candidato popular, que ha ido pagando el desgaste de los bifachitos autonómicos. Así no extraña que Feijóo decidiese dar la espantada en el debate entre los cuatro candidatos organizado por TVE. Esa silla vacía, mientras Sánchez y Díaz vapuleaban a Abascal, hizo mucho daño al gallego.

Y llegó el 23J. La derecha daba por seguro que el jefe del Ejecutivo estaba amortizado. Y en un exceso de confianza no contaron con que el presidente es un preparacionista nato, alguien que sabe atrincherarse, en los peores momentos, en su búnker con su Manual de resistencia. El mismo hombre que consiguió salir vivo de la defenestración en aquel histórico Comité Federal del PSOE en el que lo cosieron a puñaladas traperas.

Los 122 escaños de ayer son un gran resultado. Prueba de ello es que el todavía inquilino de Moncloa fue recibido por la militancia eufórica, en Ferraz, al grito de “presidente, presidente” y “no pasarán”. “El bloque involucionista ha fracasado. Somos muchos más los que queremos que España avance y así seguirá siendo”. El tótem había resucitado una vez más. Ya lo llaman El Cid de la izquierda. Alguien capaz de ganar batallas después de muerto.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

PERRO SANXE


(Publicado en Diario16 el 22 de julio de 2023)

El paso de Pedro Sánchez por el podcast de La Pija y la Quinqui, que lo está reventando entre los más jóvenes, ha sido un rotundo éxito. Entre bromas y chistes, entre comentarios sobre baloncesto y música, el presidente del Gobierno deslizó que en los últimos días se ha difundido un meme sobre él que le encanta: “Más sabe el Perro Sanxe por perro que por Sanxe”. Y tiene motivos para estar satisfecho. El montaje con el perrito y la frase de marras ha corrido como la pólvora por las redes sociales, hasta convertirse en casi un eslogan de campaña entre la izquierda. Hoy, no hay un solo español que no haya oído hablar del simpático meme, que ha sido visualizado millones de veces en las diferentes plataformas y redes sociales. Frente a las fauces terribles del neonazismo, un dulce y singular peluche vestido como un dandi. Brutal, un éxito de Ferraz que ni el más avezado asesor hubiese podido imaginar hace solo unos meses.  

De esta manera, el jefe del Ejecutivo central ha sabido darle la vuelta a lo que era una feroz ofensiva de insulto y desprestigio alimentada por las derechas (PP y Vox le colgaron el despectivo y grosero mote de “Perro Sanxe”) en un arma política de primer orden al servicio de la remontada del PSOE. Contra la cruenta campaña de difamación ultra, el premier ha sabido tomarse la cosa con sentido del humor. Y ahí ha estado la clave del éxito. Sentarse ante dos jovenzuelos pipiolos presentadores de Internet como la Pija y la Quinqui, y tomarse con retranca lo de que lo llamen Perro Sanxe, ha resultado mucho más efectivo y eficaz que cien mil carteles y vallas publicitarias con el lema “vota PSOE”. Ya hemos dicho otras veces en esta misma columna que en la era de la posmodernidad deja de importar el contenido del mensaje, para revalorizar la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir en la opinión pública. También se diluye la ideología, sustituida por el icono o la imagen. Y, por supuesto, se desacraliza la política, desmitificando y caricaturizando al líder.

¿Qué conclusión podemos extraer, por tanto, de este interesante experimento sociológico? Sin duda, que en los turbulentos tiempos de superficialidad que nos han tocado vivir, al votante se le capta mejor con este tipo de técnicas aparentemente sencillas, pero que tienen su enjundia, que con el rollazo del mitin de siempre. Al elector ya no se le puede seducir con el tradicional folleto, con el programa electoral que nadie lee. Sin embargo, con estos tics ingeniosos, con estos chistes, pildoritas o boutades improvisadas o sobre la marcha, se atrae más voto posmoderno que con cualquier otra táctica de la vieja política de antes.

La derecha ya ha probado el buen funcionamiento de este tipo de técnicas políticas posmodernistas con consignas como el conocido “Que te vote Txapote” (una crítica contra los pretendidos pactos del Gobierno con Bildu), al que Ayuso dio carta de naturaleza y que ha terminado por convertirse en el gran emblema popular de estas elecciones. Han tenido que pasar cuatro años para que Moncloa cayera en la cuenta de que vale más un candidato fresco y humanizado que un señor sesudo dando la chapa con las cifras del IPC, el PIB y el paro. Es triste por lo que tiene de degradación y banalización de nuestra democracia, pero es así. En el PSOE ya se agarran a cualquier cosa para intentar un remontada que se antoja misión imposible y si la tontería del meme del perrito trajeado ajustándose la corbata con sobradez da votos, a por ella a tope y sin concesiones.

El líder socialista ha entendido de qué va este juego (quizá algo tarde) y, aprovechando que el viernes era el Día del Perro, decidió posar en Twitter con sus dos mascotas peludas y felicitando a todos por la festividad. Al mismo tiempo, el PSOE lanzaba otro tuit con la etiqueta “Feliz Día Mundial del Perro” y una foto del famoso meme con el astuto can. Los miles de likes y retuits sorprendieron a los creadores de contenido digital, trols y haters de la ultraderecha, que una vez más vieron cómo el búmeran se volvía contra ellos. Y no es para menos. El eslogan del Perro Sanxe se ha convertido en viral y ya todo el mundo habla de ello. Se desconoce hasta dónde puede llegar el experimento y qué incidencia puede tener en los comicios del 23J. Políticos como Albert Rivera también recurrieron a posar con su cachorro (aquello de “todavía huele a leche”) y miren cómo terminó: en la cola del paro.

Está claro que Feijóo partió como gran favorito en esta campaña tras su victoria contundente en las municipales –posición que consolidó en su debate cara a cara con el presidente del Gobierno–, pero la recta final de esta semana ha sido nefasta para él. Pillado por Silvia Intxaurrondo en una flagrante mentira sobre las pensiones, ausente en el debate a cuatro de candidatos de TVE y aireada a los cuatro vientos su foto con el narco Marcial Dorado (de la que habla el país entero), la campaña electoral se le ha terminado haciendo bola. En ese escenario de incertidumbre para el PP (que no las tiene todas consigo) emerge el extraño chucho Sanxe, que ha puesto nervioso a más de un gurú de la comunicación o spin doctor de Génova 13. Cuidado con el perro, que muerde.

MARCIAL DORADO


(Publicado en Diario16 el 21 de julio de 2023)

“Si os miento no solamente os pido que me echéis del Gobierno, si miento os pido que me echéis del partido”, dice Feijóo en un concurrido mitin en Madrid. Y acto seguido, pum, cómete esa, la trola del día. El dirigente gallego ha prometido que, caso de llegar a la Moncloa, se asegurará de cambiar la ley electoral para que los españoles no tengan que votar en los meses de julio y agosto. ¿Podría hacerlo? Solo reformando la Constitución, algo que, nos jugamos lo que quieran, ni piensa hacer ni va a hacer.

Nuestra Carta Magna establece que las elecciones tendrán lugar entre los treinta y los sesenta días desde la terminación del mandato (artículo 68.6). De este modo, si una legislatura se acaba en junio por cualquier razón, no hay más remedio que atenerse a esos plazos y fechas. Es inviable suspender los comicios si antes no se procede a una reforma constitucional, un melón que, mucho nos tememos, el dirigente gallego jamás abrirá. Pero es que además puede ocurrir que las elecciones caigan en Navidad, en Semana Santa o en puente, así que el problema seguirá estando ahí. ¿Qué piensa hacer Feijóo, reformar la Constitución cada vez que al señorito le venga mal una fecha? Todo ello por no hablar de que él mismo, siendo presidente de la Xunta, arrastró a los gallegos a las urnas en pleno verano. Una mentira tras otra. Una incoherencia tras otra. Y luego va de absolutamente sincero y honesto. Ja.

Una vez más, el dirigente conservador demuestra que anda pez en conocimientos sobre nuestro ordenamiento jurídico. Para nosotros que el hombre se mete él solito en los charcos con tal de no hablar de lo realmente importante, o sea, del narco Marcial Dorado. Primero dijo que no conocía al oscuro personaje, después que sí pero que solo de refilón y más tarde que no sabía que era traficante, cuando todos los medios de comunicación gallegos llevaban años hablando del capo, y no en un simple breve o en una noticia perdida en páginas interiores, sino en primera plana, a portada de cinco columnas, con careto y todo del menda, para que se le viera bien la jeta. ¿Es que Feijóo no leía periódicos en aquella época? Hoy mismo, en la Cope, ha puesto una nueva coartada tan increíble como las demás al asegurar que creyó que el tal Dorado era “contrabandista” de tabaco, nunca un peso pesado de la droga. A otro perro con ese hueso.

Cada día de campaña que pasa, el líder del PP se enreda un poco más en este feo asunto. Y todo por no reconocer de una vez por todas que tiene un turbio pasado, una agenda de amistades peligrosas. La familia viene impuesta de cuna, al amigo se le elige. Felipe, por ejemplo, se rodeó de la biuti financiera y no pasó nada; Aznar de los halcones del Pentágono y señores de la guerra; Zetapé de la élite cultural; Rajoy no se sabe y este hombre, por lo visto, viene confraternizando con el patriarcado de la coca. Él trata de quitarle yerro a un episodio que, según dice, ocurrió “hace treinta años”. Por lo visto, para Feijóo el caso del narco es un asuntillo personal sin importancia. Claro que sí, Alberto, ¿quién no ha tenido alguna vez un amigo camello con el que darse un garbeo en un lujoso yate? Si eso es lo más normal del mundo, hombre. Si eso está a la orden del día. Cualquier españolito de hoy se codea con un Pablo Escobar de la vida y con total naturalidad. Cualquier ciudadano medio se da cremitas con su vecino macarra del cártel.

El siglo XXI ha terminado con la decencia. Se impone el hedonismo, las costumbres relajadas, el todo vale. Esa filosofía ayusista del carpe diem. Hoy cualquiera tiene un charlín en el armario para sus juergas y francachelas. Y no solo colegas traficantes. Gente variopinta y de todo pelaje y condición. ¿Quién no alterna de vez en cuando con un atracador de gasolineras y farmacias, con un butronero enmascarado, con un estafador profesional o blanqueador de capitales en algún lejano paraíso fiscal? Si es que eso es el pan nuestro de cada día, oiga. Si es que eso está ahí, flotando en el ambiente, impregnando esta sociedad española nuestra degradada moralmente tras años de picaresca, corrupción y frívola posmodernidad. Desde ese punto de vista, Feijóo no es sino el símbolo perfecto de una época convulsa y decadente. Así que en eso se identifica bien con buena parte del electorado gamberro.

Qué mala es la prensa izquierdista aireando la foto de Feijóo en el yate de Dorado a cuatro días para las elecciones. Si seguimos por este camino bolivariano, va a llegar un momento en que uno no podrá verse con sus entrañables amigos criminales, con su banda del barrio, con su clan de gánsteres de la infancia. Estos diabólicos sanchistas van a acabar con las relaciones humanas. ¿Qué será lo siguiente? ¿Que uno no pueda quedar a comer tranquilamente con su carterista de siempre, con su hermano ladrón, con su camarada bandolero y forajido de confianza? ¿A qué niveles de falta de libertad estamos llegando? Que dejen ya en paz al pobre Alberto. Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y si es narco, mejor que mejor.

Viñeta: Pedro Parrilla

LOS AUSENTES DEL SOCIALISMO


(Publicado en Diario16 el 20 de julio de 2023)

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se coordinaron bien para vapulear a Abascal en el debate a cuatro, que fue a tres por la ausencia de Feijóo, en TVE. Y parece que la técnica del poli bueno, poli malo, funcionó. La estrategia tuvo su aspecto positivo: contribuyó a movilizar a parte del electorado de izquierdas, algo alicaído últimamente ante la sombra del tsunami azul que asoma en el horizonte del 23J. Pero también adoleció de algo negativo: ambos candidatos defendieron lo mismo, un mismo Gobierno, un mismo programa, un mismo proyecto socialdemócrata. Por momentos eran como las cabezas de dos siameses dialogando consigo mismas.

De esta manera, un sector de la izquierda real pudo sentirse excluido de una aventura que no sienten como suya, mientras que una parte del PSOE, el PSOE Armani o liberal, no termina de ver la reedición de un experimento, el Gobierno de coalición, que volvería a necesitar de Esquerra y Bildu. Obviamente, el primer grupo de insatisfechos, indecisos o rencorosos de la izquierda española (que de todo hay) está liderado por Pablo Iglesias. El segundo por el incombustible Felipe González, el molesto Pepito Grillo siempre subido a la chepa de Sánchez. Para entender lo que está pasando en el bloque progresista basta con hacerse una pregunta: ¿dónde se han metido estos dos popes que para mucha gente siguen siendo referentes, gurús y santo y seña? Ni han estado en toda la campaña, ni estarán, ni se les espera.

Lo de Iglesias empieza a ser de manual de psicología clínica. Nadie puede entender que este hombre, que desde la generosidad y el compromiso social construyó un partido fundamental para entender la historia reciente de España, se haya refugiado en su resentimiento y en su nostalgia del pasado, desentendiéndose de Sumar, la plataforma de Yolanda Díaz. No se le ha visto en ningún mitin. No ha pisado ni un solo plató de televisión. Cuando lo que tocaba era remangarse, aparcar cuentas pendientes y remar todos en la misma dirección para tratar de hacer frente a la horda nazi que retorna con fuerza, se ha dedicado a sus cosas y a vivir la campaña en sus programillas de Internet, como un jovenzuelo youtuber al que le importa todo un bledo.

Sin un Iglesias proactivo y comprometido, Sumar es un proyecto cojo. Oficialmente Podemos va en la lista de partidos que coaligan con Yolanda Díaz. Pero es algo solo formal, protocolario, nominal. Un urgente salir del paso para que no se les pueda acusar de nada en caso de triunfo arrollador de las derechas. La fractura entre yolandistas y morados es un hecho y si Sumar no cuaja veremos cómo en los próximos meses vuelve el navajeo. De cuando en cuando algún primer espada como Ione Belarra se deja caer por los mítines de la vicepresidenta del Gobierno, hace acto de aparición para cumplir el expediente, da un par de biquiños a la ministra y con las mismas para casa. Ninguna arenga o soflama auténtica en favor de la unidad. Ningún discurso sincero capaz de generar ilusión en el conjunto de la izquierda. Pura rutina aburrida e interesada. Así no se puede salir a ganar unas elecciones.

Mientras tanto, en su rincón apartado, en su cuarto encerrado con un solo juguete (el ordenador), como en la novela de Marsé, bajo llave y sin querer ver a nadie como un adolescente alterado por las hormonas, Pablo Iglesias sigue hablando para sus fieles, incondicionales y acólitos. Como un Juan Bautista de la izquierda que no perdona que, entre unos y otros, le hayan rebanado el pescuezo. Enfurruñado todo el tiempo, enrocado, permanentemente arisco y de morros.

Pero si la izquierda a la izquierda del PSOE sufre la fiebre del tradicional mal del cainismo rojo, tampoco en Ferraz se libran de esa lacra. Felipe González también ha pasado mucho del tema de las elecciones, no se sabe si porque no ha tenido tiempo, porque odia tanto a Sánchez que coincidir con él en el mismo escenario le produce urticaria o sencillamente porque no le ha dado la gana. Los emperadores son como niños caprichosos. Es cierto que ha hablado en algún que otro periódico, revista o fanzine, pero no se ha metido de lleno en harinas, en faena, como sí lo ha hecho Zapatero. Al presidente de la ceja nadie podrá reprocharle que no se haya dejado la piel en esta campaña para plantar cara a la extrema derecha. Lo ha intentado todo, desde ponerse el traje usado de guerrillero de Alfonso Guerra hasta soltar discursos sobre astrofísica, la teoría del todo y la inmensidad del Universo, tratando de explicarle al personal quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Por momentos, Zetapé parecía Sartre echándole el sermón humanista/existencialista a la militancia, que dicho sea de paso, en algunos momentos no le pillaba la onda. Pero al menos, se ha implicado, ha dado la cara, cosa que el gran patriarca socialista no ha hecho. Ese compromiso altruista en los peores momentos quedará para la posteridad.   

Mientras Felipe se pone en modo pasota, tirando la toalla e incluso coincidiendo con Feijóo en que ha de gobernar la lista más votada, líderes progresistas firman un manifiesto en apoyo a la candidatura de Sánchez. Ahí están Lula Da Silva, el canciller Scholz, el presidente argentino, Alberto Fernández, y el portugués António Costa, entre otros líderes mundiales, además de excargos felipistas que no están dispuestos a pasar a la historia como los desertores que, por motivos más personales que ideológicos, salieron corriendo de las trincheras cuando los nacionales emprendían la segunda cruzada. Sobra decir que FG no se encuentra entre los abajo firmantes. Allá él.

Pablo Iglesias y Felipe González. Felipe González y Pablo Iglesias. Vidas paralelas. Dioses de la izquierda en su día, pequeños diablillos resentidos al final de sus carreras. De la grandeza a la miseria humana. Que el cielo los juzgue.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL HURACÁN YOLANDA

(Publicado en Diario16 el 20 de julio de 2023)

Yolanda Díaz dio anoche toda una lección de cómo confrontar con la extrema derecha. El repaso de la vicepresidenta a Santiago Abascal durante el debate a cuatro en TVE (que finalmente fue a tres por la espantada de Feijóo El Ausente), pasará a la historia de este país. Díaz casi ejerció de presidenta del Gobierno, bien coordinada con un más entonado Pedro Sánchez, que dejó vía libre a su mano derecha en el Consejo de Ministros para que, como mujer y como profesional de la política, pusiera en su sitio al líder ultra. Y así lo hizo la gallega.

La cadena de zascas y ganchos de izquierda que la ministra descargó contra Abascal fue antológica. Y no lo hizo con insultos, ni menosprecios o arrogancias, sino con datos estadísticos y discursos cargados de potente ideología democrática. Podría decirse que Díaz dio a beber al dirigente ultra una buena poción de purgante o ricino feminista que al dirigente nostálgico acabó por indigestársele. Durante toda la noche, un desdibujado Abascal transmitió la sensación de alumno incompetente frente a la reprimenda de la maestra que le pedía cuentas por sus gamberradas y mediocridades. ¿Dónde estaba el hombretón enrabietado, colérico y guerracivilista de los mítines y actos públicos patrioteros? El miura había quedado reducido a la categoría de gatito con dos pases de pecho bien dados por Díaz.  

El momento culminante de la noche llegó cuando la vicepresidenta, tras exhibir ante las cámaras la infame fotografía de dos diputados de Vox riéndose sin pudor durante la celebración del minuto de silencio por la última mujer asesinada en Valencia, miró al líder voxista y le dijo: “Deje de reírse de nosotras (…) Usted provoca esto con sus discursos (…) Yo no le tengo miedo”. En ese instante, Abascal se limitó a achantar, haciendo como que revolvía sus papeles, y una especie de rubor pareció teñirle el rostro. Siendo sinceros, la mitad del debate el dirigente ultra se lo pasó contra las cuerdas y recibiendo las justificadas regañinas de Díaz. La ministra le acusó de estar dañando a la democracia, a las mujeres, a los trabajadores y a los empresarios. Le afeó su “chiringuito” en tiempos de Aguirre. Y en otro certero touché le recordó su grave metedura de pata en el caso del asesinato de una mujer en la madrileña plaza de Tirso de Molina, un crimen que Abascal imputó al “disparate migratorio” cuando el homicida era un vecino español de San Lorenzo del Escorial. “Pida disculpas por acusar a un migrante de ese asesinato”, le dijo Díaz sosteníendole la mirada. Para entonces, al líder de Vox ya solo le quedaba defenderse a la desesperada y como pollo sin cabeza. “Usted, que representa a la hoz y el martillo del comunismo, ¿viene a darme órdenes a mí?”, repuso. Más allá de eso, pocas propuestas para España y escasos argumentos del caudillo de la extrema derecha ibérica. Volvió a sacar a pasear a Bildu (un truco que ya ha explotado Feijóo hasta la saciedad), soltó unas cuantas barbaridades contra la igualdad de género (ganándose las antipatías de millones de mujeres) y abusó de los excarcelados por la ley del “solo sí es sí”, un asunto por el que el Gobierno ya ha pedido perdón, así que estaba más que amortizado.

En general, el dirigente exaltado demostró que no llevaba preparado el tema, proyectando una imagen de insolvencia que por momentos resultó sonrojante. Pero no solo no supo rebatir los datos de Díaz, sino que ni siquiera fue capaz de sacar ese colmillo retorcido del que suele hacer gala ante las masas. Se le vio timorato al gurú neofranquista, no sabemos si porque se sintió como ese machirulo acomplejado ante la inteligencia superior de una mujer, porque no quiso cometer errores que perjudicaran a Feijóo o porque trató de mostrarse algo menos agresivo y trabucaire para atraerse a todo ese montón de votantes voxistas que a esta hora, ya desenmascaradas las patrañas de la extrema derecha, sopesan darle el voto útil al Partido Popular.

Por lo demás, el debate resultó tan extraño como desolador por la ausencia de Feijóo. Pedro Sánchez estuvo mucho más afinado que en su cara a cara con el jefe de la oposición. Se le vio más tranquilo, menos revolucionado o atropellado, poniendo los puntos sobre las íes cuando había que ponerlos y en plan institucional. Defendió su gestión política sabedor de que la razón está de su parte. “Protegimos a los trabajadores en pandemia, otros hacían caceroladas, pero lo superamos. Llegó la vacuna, colocándonos como líderes mundiales de vacunación pese a los negacionistas. Lo superamos. Y llegó la guerra, la superamos y ellos boicoteando la excepción ibérica”. El presidente estuvo mucho más eficaz, resuelto y fluido, colocando varias frases brillantes. Magnífico ese parlamento sobre lo que nos jugamos el 23J (“el domingo decidimos si queremos que España despierte en 1973 o en 2023”) o ese otro mensaje directo y contundente: “Usted quiere resolver el problema catalán a bofetadas”. Incluso trató a Abascal de ignorante, fanático y suicida por negar el cambio climático, amarrando unos cuantos votos entre los ecologistas y jóvenes preocupados por el futuro de la Tierra: “Me niego a dejar un planeta definitivamente destrozado”, afirmó. La verdad es que ahí lo tenía fácil el presidente: le bastaba con sacar a pasear las “vacas tuberculosas” que el bifachito PP/Vox trata de colocar en el mercado en Castilla y León.

En definitiva, se podrían extraer tres conclusiones. Una, que Díaz gana el debate, aunque está por ver qué efecto pueda tener esa victoria televisiva el próximo domingo (no se descarta que proyecte a Sumar como tercera fuerza política en España por delante de Vox). Dos, el mito del Abascal macho, duro y falangista azote del socialismo se diluye hasta quedar en evidencia en prime time (incluso Feijóo fue más duro en su cara a cara con Sánchez). Y tres, en Génova se arrepienten de no haber enviado al Ausente al debate, ya que quizá podría haberle dado la puntilla definitiva a esa extrema derecha que hasta hoy parecía una seria amenaza y que quizá, visto lo visto, no sea para tanto. 

Viñeta: Igepzio

UN DEMÓCRATA SOSPECHOSO

(Publicado en Diario16 el 19 de julio de 2023)

La RAE, que no suele mojarse demasiado en asuntos políticos, define la palabra demócrata como “partidario de la democracia”. Desde ese punto de vista, Feijóo se ajustaría al canon, cumpliría con ese requisito mínimo, daría el perfil. No se puede negar que el líder gallego se somete al sistema parlamentario y se ajusta a las reglas de juego. La Constitución la acata, aunque no íntegramente, ya que algunos artículos como el deber de renovar los cargos del Poder Judicial se los pasa claramente por el forro. Ahora bien, si evitamos quedarnos en la semántica y en la epidermis léxica para profundizar en el personaje, analizando su ideología real y su psique, llegaremos a la conclusión de que Alberto Núñez Feijóo no es lo que históricamente se ha conocido como un auténtico demócrata. Pero entremos en el tema y veremos como esta tesis es tan cierta como que el domingo hay elecciones generales en España.

Para empezar, un demócrata de pedigrí jamás permite que le cuestionen o pongan en duda su condición de amante de la libertad y cuando alguien le afea sus posibles tics fascistas (el fascismo es lo opuesto a la democracia), salta como un resorte, se indigna, se rebela, protesta y se defiende con uñas y dientes. Feijóo no. No habrán visto ustedes al presidente del Partido Popular revolviéndose cuando le echan en cara que no condene, claramente y sin ambages, el golpe de Estado del 36 y los cuarenta años de dictadura. Al contrario, lo asume con naturalidad. No solo no repudia el franquismo, sino que cada vez que le preguntan por la memoria histórica viene a sugerir que ese asunto es poco menos que una tontería que le importa cero, saca el manido tópico de que no conviene reabrir viejas heridas (lo mismo que decía Franco) y concluye que la Guerra Civil fue una “pelea de abuelos”. Ningún demócrata de verdad se comporta así. Basta ver, no sin cierta envidia, cómo sus colegas del Partido Popular europeo sí censuran duramente a Hitler y Mussolini e incluso colocan cordones sanitarios contra la extrema derecha.

Otro aspecto que pone en seria duda el gen demócrata del hombre que aspira a dirigir los destinos de la nación es el estómago fácil y el escaso remordimiento que demuestra cuando le toca pactar con un partido xenófobo, machista, homófobo y nostálgico como es Vox. Ahí emerge el Feijóo más contradictorio, el tipo capaz de marcar distancias con Abascal en un mitin o acto público y al cuarto de hora levantar un teléfono para poner en su sitio a María Guardiola, su baronesa extremeña, y ordenarle que coaligue con la extrema derecha. De esa ambigüedad calculada, casi un desdoblamiento de personalidad, no puede más que deducirse que Feijóo es un demócrata dudoso, un transformista que mantiene un doble discurso político y moral, un oportunista sin una cultura democrática pura mamada desde la niñez.   

Pero hay más argumentos a favor de la impostura de un hombre a quien Yolanda Díaz ha definido como un “mentiroso compulsivo”. Su timidez o pereza a la hora de ponerse indubitadamente al lado de quienes defienden los derechos humanos. De pronto le afloran vergonzosos tics machirulos, como cuando echa un cable a un diputado de Vox valenciano condenado por maltratar a su pareja y lo disculpa diciendo que el hombre tuvo “un mal divorcio”. O le asaltan ramalazos homófobos, como cuando mira para otro lado y se pliega a que ayuntamientos gobernados por el PP y Vox arríen la bandera arcoíris. O no pone en su sitio a Abascal cada vez que a este le entra la fiebre racista y arremete contra los menas e inmigrantes, a los que, en su delirio, acusa de ser los culpables de la “sustitución étnica” de blancos por africanos en toda Europa. Ahí tendría que salir el demócrata Feijóo, el activista por los derechos cívicos Feijóo, el auténtico defensor del Estado de derecho Feijóo. Sin embargo, cuando toca arremangarse, dar un paso al frente y plantar la auténtica batalla ideológica contra el fascismo que vuelve, él se pone de perfil, pasa de puntillas, escurre el bulto o guarda un ominoso silencio. Cri, cri, cri.

Ayer mismo, su socio Abascal, quizá para celebrar el 18 de julio, día del Alzamiento Nacional, lanzó una gravísima amenaza al país al advertir que “no tiene ninguna duda de que si Vox gobierna con el PP volverán las tensiones a Cataluña y se darán situaciones incluso peores que en 2017”. ¿Qué quería decir con “situaciones incluso peores”? ¿La movilización del Ejército en Barcelona, el toque de queda, el retorno a una especie de segunda guerra civil? Fue una insinuación gravísima y mientras el dirigente ultra se permitía infundir el terror entre la población española Feijóo callaba cual tumba, como siempre. Nos hubiese gustado saber qué opina el posible presidente del Gobierno de que su más que probable vicepresidente sueñe con retornar a los momentos más oscuros y sangrientos de nuestra historia. No hubiese estado de más una explicación sobre cómo piensa afrontar el problema catalán, si desinflamando como ha hecho Sánchez o inflamando y metiendo tanques en las Ramblas, como propone su cómplice de bifachitos. Pero no la hubo.

Hay muchas más pruebas de que nos encontramos ante un demócrata de salón o de boquilla. Un largo listado de indicios en los que no vamos a entrar ahora porque esta columna se convertiría en algo interminable. Baste con recordar cómo le brotan las maneras autoritarias cuando una periodista valiente como Silvia Intxaurrondo le lanza las preguntas que hay que hacer; o cómo se abraza al viejo manual goebelsiano (pasado por el filtro trumpista) que hace de la mentira una técnica política útil; o cómo propaga sin pudor infundios y bulos sobre pucherazo en el voto por correo, dañando gravemente las instituciones democráticas. No, señor mío. Usted no es un demócrata de pura raza. Usted es un lobo con piel de cordero.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA ESPAÑA DE ABASCAL

(Publicado en Diario16 el 19 de julio de 2023)

PP y Vox intensifican sus hostilidades a falta de cuatro días para las históricas generales del 23J. Conquistado el voto centrista (o al menos eso cree él), Feijóo va a aprovechar la recta final de campaña para trabajarse al elector ultra, ese que abandonó el partido harto de la blandura de Rajoy y de la incompetencia de Casado para ganar elecciones. El gallego cree que todavía hay tiempo para convencer a los hijos prófugos de que únicamente cabe una opción para derogar el sanchismo: el voto útil, o sea el retorno al PP. Pero no solo se dirige al votante de derechas indeciso entre decantarse por la derechita cobarde o la derechona dura y franquista, sino que ya dispara contra todo lo que se menea, como suele decirse coloquialmente.

“A los que han votado al PSOE y se avergüenzan de sus pactos y cesiones, les pido su confianza. A los que han votado a Ciudadanos porque quieren un centro moderado les pido su confianza. Y a los que han votado a Vox para acabar con el sanchismo les pido su confianza”, asegura Feijóo. El hombre se ha venido arriba y, en un exceso de optimismo, ha pedido incluso la papeleta de aquellos votantes de Podemos que “no quieren que Vox tenga capacidad de decisión”, lo cual no deja de ser un ejercicio supino de cinismo, además de un delirio. Hay que tener mucho cuajo y mucho rostro de cemento para pedirle el voto a los de Pablo Iglesias con todo lo que ha dicho últimamente sobre ellos. Los ha llamado comunistas, separatistas, bilduetarras, bolivarianos y rojos masones, pero a la hora de la verdad, como el voto no tiene nombre ni apellidos, todo sobre metido en una urna con el membrete del PP le vale al siempre pragmático y frívolo Feijóo.

El líder conservador es un estadista raro. Presume de valores profundos y arraigados pero en realidad sigue el estilo Groucho Marx: estos son mis principios, si no le gustan tengo otros. “Este señor Feijóo no le dice la verdad ni al médico”, bromea Pedro Sánchez. Ahí ha estado brillante el presidente. Más directa aún ha sido Yolanda Díaz, quien ha llamado “mentiroso compulsivo” con todas las letras al dirigente popular. Anda desatada la vicepresidenta. Cosas de las campañas, que son como chutes de adrenalina en vena.

De cualquier manera, el presidente del Partido Popular ve con incertidumbre su futuro, ya que es evidente que las matemáticas no le dan para formar gobierno. Pedro J. Ramírez le recuerda que los últimos trackings o sondeos demoscópicos que ya no se pueden publicar por aplicación de la ley electoral hablan de que el PSOE “sube un poco, sobre todo por el último traspiés de Feijóo sobre las pensiones”. No obstante, no cree que peligre la mayoría del PP. Otra cosa (y esto ya lo decimos nosotros, no el veterano periodista) es que pueda formar un gobierno. Y ahí es donde entra Abascal. El líder ultra da un poco más de miedo en cada mitin. Escucharlo es como volver a ver a José Antonio subido a una tarima y vaticinando los más graves horrores y desastres para el país. La última cosa espeluznante la soltó ayer en un desayuno informativo en Madrid, donde llegó a afirmar que “no tiene ninguna duda de que si Vox gobierna con el PP volverán las tensiones a Cataluña y se darán situaciones incluso peores que en 2017”. La sentencia sonó, más que a vaticinio o a frío análisis sobre lo que puede ocurrir, a amenaza. Está claro que si él llega a tocar poder, bien como ministro de algo o vicepresidente, no le temblará el pulso a la hora de resolver el problema catalán a su manera. ¿Cómo? Pues obviamente al modo africanista, por las bravas, nombrando a un general sin escrúpulos, un Luis de Santiago como cuando la Semana Trágica de Barcelona, para que sofoque el incendio. La extrema derecha española tiene una obsesión constante y recurrente con Cataluña y no parará hasta meter los tanques en la Diagonal, con la cabra de la Legión abriendo paso.

“Nosotros no vamos a tener esos titubeos”, advierte Abascal sugiriendo, una vez más, que la actitud de Rajoy con los independentistas promotores del procés fue blanda, ya que aplicó un “155 de chiste”. Y va todavía más allá en el delirio. Cree tener la fórmula mágica para acabar con el problema catalán: una intervención sostenida y duradera en el tiempo que lógicamente no se reduciría a la suspensión de la autonomía y las instituciones de autogobierno, sino también a la ocupación policial y militar (quién sabe si no está pensando también en recuperar el somatén y las milicias ultraderechistas campando a sus anchas por las calles de Barcelona, como cuando la dictadura de Primo de Rivera). Cárcel, represión, disturbios, violencia, eso es lo que, en definitiva, está ofreciendo a los españoles el programa político del dirigente voxista. Y lo dice precisamente el 18 de julio, día del Alzamiento Nacional. Premonitorio.

Mal deben andar las encuestas (los sondeos apuntan a un pequeño descalabro de 52 a 30 escaños) para que Vox tenga que recurrir a una barbaridad que pensábamos no volveríamos a escuchar nunca más en este país. Definitivamente, Abascal es un peligro para la seguridad nacional y para la democracia misma. No extraña que Feijóo se lo esté pensando muy mucho a la hora de ofrecerle un ministerio y que incluso esté sopesando invitar a Sánchez a unos nuevos Pactos de la Moncloa (con cinco grandes asuntos de Estado) para quitarse de encima al Caudillo de Bilbao. Con Abascal vuelven los viejos fantasmas del pasado, palabras de sangre como “rendición”, “golpe de Estado” y “traición a los españoles”. Toda esa arenga patriotera que tan nefastas consecuencias trajo en otro tiempo y que parecía felizmente superada. Abascal no ofrece nada bueno a este país. Solo la semilla del odio y una “batalla cultural” que en realidad es un mal eufemismo de la guerra civil.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

SILVIA INTXAURRONDO

(Publicado en Diario16 el 18 de julio de 2023)

“Se hace periodismo para las élites”, decía Umberto Eco. Ayer, Silvia Intxaurrondo, la presentadora de La hora de La 1 de TVE que puso contra las cuerdas a Feijóo, rompió con esa leyenda negra limitándose a cumplir con el trabajo para el que le pagan como profesional de los medios de comunicación. En un tiempo en que empiezan a escasear los periodistas, ya sustituidos por los activistas políticos, Intxaurrondo destaca por algo que no debería extrañarnos: por hacer las preguntas que hay que hacer al representante del poder.

El nivel del periodismo está tan bajo en España que nos sorprende la integridad, la honestidad y la profesionalidad de una mujer que no es ninguna heroína de nada, solo una trabajadora de la noticia que cumple con lo que le enseñaron sus maestros en la Facultad de Ciencias de la Información. Han sido demasiados años de entrevistadores pelotas, aduladores o estómagos agradecidos expertos en darle masaje con cremita al político de turno y ya nos habíamos acostumbrado. No hay que ir muy lejos en la hemeroteca ni en el tiempo para encontrar vergonzosos ejemplos de periodistas que se rompieron el espinazo haciéndole la genuflexión al gobernante del momento. El periodismo ha llegado a un escalón de degradación moral tal que hasta Feijóo se permite acudir a un decisivo cara a cara con Sánchez, en prime time y ante seis millones de espectadores, con una metralleta de falacias bien cargada sin que nadie se atreva a corregirle, rectificarle o afearle sus patrañas.

Periodistas que mienten sin parar en las rabiosas tertulias de la mañana, gabinetes de prensa que intoxican a los medios, presidentes escondidos tras el televisor de plasma, perros de presa que cierran el paso a los reporteros en las ruedas de prensa y mucho gacetillero de trinchera, de bufanda o de barra brava al servicio del partido que da de comer, son cánceres ya incurables de nuestra democracia de baja intensidad. Silvia Intxaurrondo es una magnífica excepción en un mundo de periodistas cobardes, fanatizados o vendidos al poder. Su entrevista al jefe de la oposición quedará para la historia y debería ser enseñada, como modelo ideal, a todos los alumnos de las escuelas que sueñan con dedicarse a este oficio tan hermoso como ingrato. El periodista se expone cada día ante una cuestión trascendental: ¿estoy cumpliendo con el primer mandamiento de la honestidad o me he convertido en un pelele o marioneta en manos de otros? Por desgracia, pocos plumillas, informadores o editorialistas se hacen ya esa pregunta por la mañana, ante el espejo, antes de salir para la redacción.

Ese minuto glorioso en el que Feijóo mira a Intxaurrondo y le dice que el PP “nunca dejó de revalorizar las pensiones conforme al IPC”, una trola inmensa que la presentadora desmontó poniéndole delante de las narices los datos de los años 2012, 2013 y 2017, forma ya parte de la historia de España y de la televisión. Pero el momento no solo sirvió para desenmascarar a un político que miente como un loco trumpizado y que hace de la técnica de la mentira su sello propio, sino para que cayera la máscara y quedara en evidencia el auténtico rostro oculto del personaje. Al verse acorralado por la verdad encarnada en Silvia Intxaurrondo, salió el Feijóo más soberbio, arrogante e inquisitorial, hasta el punto de encararse con su interlocutora para preguntarle, no sin cierta chulería propia de la barra de una cantina, que de dónde había sacado esos datos erróneos. Ella supo mantenerse firme ante lo que parecía una simple defensa legítima, pero que también era un ataque personal para tratar de humillarla, desprestigiarla y, por qué no decirlo, amedrentarla públicamente. Feijóo se iba cociendo por momentos en su propia fanfarronería y, ya casi rozando el mansplaining, instó a la entrevistadora a “revisar los datos”. Una vez más, la conductora del programa mantuvo el tipo e insistió en que su información era la correcta y que era él quien faltaba a la verdad, no solo en el asunto de las pensiones, sino con el tema Pegasus y los pactos con Vox. Un baño de realidad en toda regla.

Fueron los momentos más tensos de esta campaña electoral, pero el duelo, sin duda, lo ganó la aguerrida periodista, ya que horas después el líder del PP ha tenido que reconocer su “inexactitud”, por lo que decide rectificar. De inexactitud, nada, habría que decirle al aspirante a la Moncloa. Feijóo lleva meses practicando una suerte de trumpismo degradante para las instituciones y para la democracia. Trumpismo cuando propala bulos infundados sobre la limpieza de las elecciones y del voto por correo; trumpismo cuando juega a dos barajas en sus pactos infames con la extrema derecha; trumpismo, en fin, cuando compra el discurso más duro de Abascal cuya finalidad es deslegitimar al Gobierno de coalición.

Ha tenido que venir una periodista que sabe hacer su trabajo y que no se doblega ante nadie para demostrar algo tan sencillo de verificar como que el PP nunca revalorizó las pensiones conforme al IPC, única manera de evitar la pérdida de poder adquisitivo de los jubilados. Es más, en los últimos dos años el partido conservador siempre ha votado en contra de cualquier medida en ese sentido. Mucho nos tememos que Silvia Intxaurrondo, con sus preguntas como dardos afilados y su estilo elegante de mano de hierro en guante de seda, ha hecho más daño al candidato popular que los seis debates propuestos por Sánchez (quien, por cierto, debería tomar buena nota de cómo se afronta un cara a cara y de cómo se doma a una hidra de la mentira compulsiva). En Génova ya reconocen, aunque en petit comité, que la entrevista ha hecho un roto al partido en la recta final de la campaña. Ahora entendemos por qué el gallego se resistía a acudir a los platós de la televisión pública. Ahora sabemos por qué no ve TVE (él es más de Telemadrid, la tele amiga ayusista). Tiene miedo de los buenos profesionales de la Casa como Silvia Intxaurrondo a los que, seguramente, está deseando despedir en cuanto llegue a la Moncloa.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS PODERES FÁCTICOS

(Publicado en Diario16 el 20 de julio de 2023)

Que Pedro Sánchez no gusta al Íbex 35 es algo que se sabe desde hace tiempo. La izquierda real, esa que suele criticar al presidente por sus veleidades liberales, sus tendencias burguesas y su pragmatismo por encima del socialismo, suele olvidar a menudo que Sánchez ha sido el jefe de Gobierno menos rentable para las multinacionales que cotizan en Bolsa. Con él en el poder, los buques insignia de la economía española han obtenido un beneficio del 18 por ciento, una tajada escasa si se compara con la que sacaron cuando gobernaba Rajoy (un 56,3 por ciento más), Zapatero (un 40 por ciento), Aznar (casi un 147 por ciento) o Felipe González (un 76 por ciento). Todos estos datos los aporta el periodista de la Cadena Ser Javier Ruiz, siempre atento a esas briznas que va dejando la información económica y que arrojan luz sobre la historia reciente de España.

Con Sánchez en Moncloa, el Íbex 35 ha ganado menos de lo que se esperaba y eso, lógicamente, no gusta a los poderes fácticos de este país. En su última entrevista con Jordi Évole, el premier denunció que las “terminales mediáticas” de la cúpula empresarial y financiera quieren evitar un nuevo gobierno progresista, como ya hicieron en 2019. Y aunque rehusó dar nombres concretos, sugirió al popular periodista que siguiera “el rastro del dinero”. O sea, que investigara cuánto han ganado los grandes inversores con su Consejo de Ministros y cuánto se embolsaron con otros jefes de Ejecutivos anteriores a lo largo de la democracia.

Cada vez que Sánchez se sienta cara a cara con algún entrevistador, no deja pasar la oportunidad de denunciar que el gran capital quiere acabar con él. Incluso ha asegurado que existe un complot perfectamente organizado por la derecha política, por las grandes compañías, por la caverna mediática, por la patronal y por un sector de la judicatura para desalojarlo del poder. Ahí estarían, cómo no, los eminentes banqueros y los consejos de administración más potentes, toda esa gente de la élite y la jet set que cree que el socialismo es tolerable siempre y cuando no se atraviese la delgada línea roja del felipismo, del socialismo derechizado, de ese progresismo Armani domesticado y convenientemente alejado de la izquierda podemita.

Los poderes fácticos siempre han aceptado a un PSOE dócilmente sometido al bipartidismo. ¿No le chirría al ocupado lector de esta columna cada vez que algún dirigente del PP reivindica el legado de Felipe González? Normal, no solo es uno de los suyos, alguien que está en la misma onda o sintonía neoliberal, sino uno que hizo del cachondosocialismo el instrumento perfecto para instaurar en este país una economía de mercado salvaje con sectores productivos vendidos al capital extranjero. Ese es el modelo que tradicionalmente ha agradado a los señores del dinero. Un PSOE que no se meta demasiado en los negocios de otros, un PSOE que no se ponga pesado con Marx ni en plan intervencionista, que sea flexible para que pueda consumarse el procedimiento del pelotazo fácil y rápido, la corrupción y la gran estafa al pueblo. Lo de Ferrovial, la huida al extranjero de uno de nuestros buques insignia, no fue más que un serio toque de atención al Gobierno de coalición. La forma de decirle a Sánchez que por la senda del socialismo podemizado, o sea, del impuestazo a la banca y las grandes fortunas, de la subida del salario mínimo interprofesional y de la reforma laboral para tratar de acabar con el esclavismo, no iba bien encaminado.

En su día, los organizadores del complot ya le hicieron la envolvente a Felipe González y también a Zapatero. Uno tragó con todo y el otro se mostró algo tímido a la hora de llevar el socialismo lo más lejos posible (aquí no hablamos de los derechos sociales, que el presidente sucesor de Aznar desarrolló con valentía, sino a las cosas del comer). La pinza de los poderes fácticos a todo aquel que saca un poco los pies del tiesto, hasta asfixiarlo, es el procedimiento habitual de los que mueven los hilos desde las altas esferas. La derecha bloqueándolo todo y tratando de frenar los avances sociales (por mucho que Feijóo trate de colgarse ahora la medalla de salvador de las pensiones); la patronal presionando y malmetiendo; la banca recurriendo al Supremo; la caverna propagando la leyenda negra del “sanchismo”; y el sector falangista de la Justicia tirando leyes para atrás.

Narciso Michavila, gurú demoscópico de cabecera del PP, cree que si Feijóo alcanza los 160 escaños el próximo domingo, Sánchez no llegará a septiembre como secretario general del PSOE. Le tienen muchas ganas al presidente. Y no solo las fuerzas externas o adversas. También en Ferraz están esperando el momento de caer sobre él, despedazarlo y acabar con el sueño de un partido socialista hermanado con la izquierda real. Si Podemos irritaba sobremanera a los prebostes del PSOE, Yolanda Díaz y su plataforma Sumar son vistas como graves amenazas para el futuro inmediato. La obsesión de los barones territoriales es volver a aquellos tiempos de antes, cuando a Felipe González le ponían la alfombra roja, canapé y vino de honor, en los círculos de empresarios de Madrid. No gusta este Sánchez que se va del pico en las entrevistas para denunciar cómo funcionan en realidad las cosas en este país. Molesta un presidente que aún piensa en llevar adelante una segunda fase de reformas hacia una economía más sostenible con el medio ambiente, más justa con los derechos de los trabajadores y más equitativa con el reparto de beneficios. Las élites no lo quieren ni en pintura. Por algo será. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy 

FIN DE CAMPAÑA

(Publicado en Diario16 el 17 de julio de 2023)

España se achicharra con la última ola de calor mientras avanza una campaña electoral que se le está haciendo bola a los españoles. Sánchez, fiel a su espíritu de resiliencia, aún confía en la remontada. Los sondeos diarios demuestran que, hasta el fatídico debate televisado con Feijóo, los socialistas estaban recortando puntos a los populares. Sin embargo, el cara a cara cambió la tendencia. El PP se disparó y a partir de ahí el bloque de la izquierda se desinfló pese a los intentos denodados de Zapatero por movilizar al electorado y la más que digna campaña de Yolanda Díaz. En la recta final antes del 23J, la vicepresidenta del Gobierno ha decidido sacar su rostro más duro y mitinero al acusar al líder popular de mantener contactos con el traficante Marcial Dorado. “Si no tiene nada que ocultar, debería explicitar su relación con un narco y su sobresueldo en el PP”, le dijo ayer. No le pega ese perfil a una mujer que hace del razonamiento, de la lógica aplastante y del dato demoledor los ingredientes básicos de su estilo político. Pero así funciona este negocio. La cita electoral se aproxima y los nervios están a flor de piel.

A menos de siete días para los comicios, las izquierdas parecen reverdecer tímidamente. El problema es que apenas queda tiempo para reaccionar. El pescado parece vendido y en política no hay milagros. Feijóo arramblará con el botín de Ciudadanos, pescará en el caladero de Vox (mucho ultra va a votar PP por aquello del voto útil) e incluso le morderá un trozo de la tarta al PSOE, al que puede quitarle hasta un diez por ciento de electores. Así las cosas, todas las encuestas dan ganador al partido conservador, aunque la mayoría absoluta le queda aún lejos. El álgebra se le resiste al jefe de la oposición, las cuentas no le salen, y todo apunta a que no le quedará otra que mirar a la extrema derecha para formar gobierno. El problema es que el partido de Abascal anda a la baja y ahora mismo es tercera fuerza política, por detrás de Sumar. La campaña de la ultraderecha está siendo feroz, desagradable, agresiva, quizá demasiado. También podría calificarse de torpe, ya que ha terminado por asustar a las clases medias y al voto moderado. En este país, aquel que domina el centro, gana, como en el ajedrez. Siempre fue así y Vox empieza a entender de qué va esta película. Ponerse a censurar libros de Virginia Woolf, a prohibir a Lope de Vega por libertino y licencioso y a meter en el armario al dibujo animado Buzz Lightyear, en medio de una campaña electoral tan sensible, es del género tonto. Pero en Vox no hay asesores con títulos por Harvard, ni finos analistas, solo hooligans, patriotas que estarán dispuestos a darlo todo por España pero que no tienen ni pajolera idea de cómo funcionan las masas, las sociedades modernas, las democracias liberales. Y ese lastre hunde definitivamente al proyecto neofranquista.

El drama para Feijóo es que, por mucho que tire de eslogan ayusista (Que te vote Txapote), por mucha “metralleta de falacias” que ponga en juego y por mucho disco rayado sobre la derogación del sanchismo, la horquilla demoscópica más optimista da al bloque de las derechas 173 escaños. Le faltarían, por tanto, tres apoyos o tres abstenciones. Solo Coalición Canaria y Teruel Existe, con un diputado cada uno, podría dar esa llave decisiva. Con el PNV que no cuente, por mucho que se empeñe la caverna mediática y las antenas radiofónicas, que ya hacen política ficción con un supuesto acercamiento del nacionalismo vasco al PP.

Feijóo no puede vender la piel del oso sencillamente porque no tiene al plantígrado cazado, así que la sombra de la repetición electoral se cierne sobre su cabeza. En medio de ese escenario diabólico, el dirigente gallego se mueve en discursos contradictorios. Tan pronto dice que el Partido Popular va a ganar por mayoría absoluta (no se lo cree ni él) como tiende la mano al PSOE para arreglar unos nuevos Pactos de la Moncloa (incurriendo en otra incongruencia, ya que eso sería tanto como tratar con quienes ellos consideran bilduetarras). Tan pronto pacta con Vox en comunidades autónomas como suelta que el partido de Abascal no sería un buen socio para la gobernabilidad del país, ya que “crearía tensiones”. Incluso, en el colmo de la pirueta retórica, ha llegado a decir que está más en sintonía con el socialista García-Page que con el propio Abascal. Todo es puro postureo. A nadie se le escapa que, llegado el momento, Feijóo se hará un María Guardiola, es decir, se tragará sus palabras y no le temblará el pulso, como no le ha temblado en Valencia, en Extremadura, en Baleares. Pedirá la estilográfica, firmará lo que tenga que firmar y le dará un par de ministerios a los voxistas (quién sabe si también la presidencia del Congreso o del Senado).

Todo ese sudoku electoral está provocando tiranteces en el bloque conservador. En la izquierda las aguas están calmas (Yolanda Díaz ya ha dicho que el próximo gobierno progresista será aún mejor que el saliente), pero en la derecha se avecinan turbulencias y remolinos. Abascal va a fijar un precio muy alto a su futuro apoyo a Génova. Este fin de semana, ha puesto fino al líder del Partido Popular y lo ha retratado casi como un traidor que está deseando pactar con el PSOE bajo manga. “Alberto, ¿cómo puedes amenazar la alternativa [a Sánchez] de esa manera?”. El dirigente ultra jamás se abstendrá en una hipotética investidura si Feijóo no mete a sus peones en el Gobierno.

Mientras tanto, Sánchez trata de levantar cabeza tras su descalabro en el debate de Atresmedia. Ahora ha visto en los medios alternativos, en todo ese mundo de las redes sociales donde se mueve el voto joven, un posible nicho electoral. Su paso por el podcast La pija y la quinqui, que revienta las audiencias digitales, viene a demostrar que este país se está transformando a marchas forzadas.

Viñeta: Iñaki y Frenchy