martes, 20 de marzo de 2018

HAWKING, EL VAGABUNDO DE LAS ESTRELLAS


(Publicado en Revista Gurb el 14 de marzo de 2018)

El joven Stephen tenía que haber muerto con 21 años víctima de una grave enfermedad degenerativa que lo dejó paralizado de cuerpo entero pero decidió que la señora de la guadaña tendría que esperar hasta que él desentrañara los secretos del Universo. Desde 2005, el científico sólo podía comunicarse con los demás moviendo un músculo bajo su ojo con el que accionaba un sintetizador de voz. Se había convertido en un "personaje trágico", como decía él mismo. Sin embargo, tras superar la depresión de verse postrado por siempre jamás, decidió regresar de la muerte montado en su potro con ruedas para darle al ser humano el último fuego del conocimiento. No solo fue capaz de seguir viviendo en sus deplorables condiciones físicas, algo que suponía un milagro en sí mismo, sino que decidió volcarse en la ciencia para destilar lo mejor de su cerebro prodigioso y revelarnos el origen del cosmos, los secretos de los agujeros negros y los viajes en el tiempo. Generaciones enteras han aprendido astrofísica con Stephen Hawking, que ha sido la reencarnación quieta y muda del mismísimo Einstein. Sus libros de divulgación, lejos de ser tediosos y aburridos, resultan fascinantes; su sentido del humor –llegó a protagonizar episodios de series tan populares como Los Simpson y Star Trek– sobrecogía por lo que tenía de vitalismo y desafío a la muerte; su fortaleza para sobreponerse a una enfermedad terrorífica impresionaba.
Hawking ha sido ese hombre que ha mostrado a la humanidad no solo los arcanos del Universo, sino lo que es aún más importante: que se puede llevar una vida relativamente normal en el infierno, que lo real está solo en nuestra mente, que el dolor y la limitación de la barrera física se disuelve en nuestra imaginación y capacidad creativa. Si London escribió El vagabundo de las estrellas, aquel relato estremecedor que contaba la historia de un preso inmovilizado en una camisa de fuerza cuyo espíritu salía de su cuerpo para surcar el cosmos en maravillosos viajes astrales, Hawking ha hecho realidad al personaje. Hoy ha fallecido a los 76 años tras haber engañado a la muerte durante más de medio siglo. Nos deja un legado impagable que nos ayudará a mejorar como especie. Su alma, después de una odisea científica titánica y una peripecia humana insoportable que pocos hubieran aguantado sin pegarse un tiro, vuela por fin libre. Seguramente el viejo profesor de Cambridge andará ya por otros mundos, por las calles populosas de la Roma de Nerón, por las barricadas revolucionarias del París de 1789 o por las playas sangrientas de la Normandía en la que fue derrotado el nazismo. ¿O acaso no fue él quien nos dijo que los viajes en el tiempo eran posibles?

Viñeta: Igepzio

HURACÁN PARKER


(Publicado en Revista Gurb el 18 de marzo de 2018)

Un concierto de Maceo Parker no es un espectáculo más. Es una catarsis y un monumento a la historia del jazz, del soul y por supuesto del funk, todo ello junto por el mismo precio. El saxofonista de Carolina del Norte, que acaba de cumplir los 75 años (nadie lo diría por su forma juvenil de moverse hasta casi descoyuntarse sobre el escenario) es capaz de pasar de la versión más sobrecogedora y mística del Stand by me que uno haya escuchado jamás al funky más trepidante y enloquecido. Del Marvin Gaye más nostálgico y sentimental al Prince más gamberro y divertido, con quien por cierto actuó en aquellas legendarias "Veintiún noches". Y todo lo hace con un encanto singular, soltando bromas y contando anécdotas que cautivan, porque Parker no es solo una leyenda de la música, sino un showman siempre sonriente que se mete al público en el bolsillo nada más saltar a la tarima y dar sus primeros pasos de baile, que están a medio camino entre el claqué elegante de Fred Astaire y el saltito cabriolesco de Chiquito de la Calzada. Así es la fiebre "funkadélica": un arrebato sublime, una convulsión divina, una fascinante posesión vudú.
Con tales credenciales y una técnica de saxo prodigiosa al alcance de muy pocos pasó por el Teatro de la Laboral de Gijón una de las últimas leyendas del jazz, que ha decidido regalarnos una minigira por España, bendito sea don Maceo. Con el auditorio repleto de un público entregado que terminó por levantarse de sus butacas para poder seguirle el ritmo al maestro de ceremonias Parker, el jazzman de Carolina del Norte interpretó viejos éxitos de James Brown (con quien llegó a grabar una veintena de álbumes allá por los sesenta), de George Clinton y Prince. Durante dos horas de concierto las notas de Make it fun, You don’t know me, Let’s get it on, Off the hook o Pass the peas sonaron entre las paredes del distinguido teatro gijonés como lo hubieran hecho en el más lóbrego y humeante tugurio del Bronx neoyorquino. Ahora cabe preguntarse qué hubiera sido de aquellas bandas memorables de los 60 y 70 como Kool & The Gang, Earth, Wind & Fire o Funkadelic sin el pionero Maceo, que abrió la lata de un estilo tan genuino como fundamental en la historia de la música contemporánea.
Pero con todo, el auténtico espectáculo no consiste solo en escuchar a Maceo Parker, sino en dejarse contagiar por su arrebatadora fuerza telúrica (imposible para alguien de su edad), en fundirse con el imán que parece proyectar su humana figura, en verlo actuar en directo, un lujo impagable que no olvidaremos jamás. Entonces se llega a la conclusión de que ese hombre de 75 tacos que salta y se contorsiona y mueve cada músculo de su cuerpo ligero como una pluma sería capaz de tumbarlo a uno, con total seguridad, en una apuesta por ver quién aguanta más horas de marcha. Quizá el secreto de Parker sea su filosofía existencial –"me encanta la vida, el amor y la gente", le dijo un día antes del concierto a un periódico local– o quizá que los grandes genios no se complican la vida y son maestros de hacer sencillo lo difícil. En realidad mucho nos tememos que este ángel negro sureño e inmortal debe el secreto de su eterna juventud al brioso elixir del funk, que lo ha mantenido fresco como una lechuga desde los febriles y lisérgicos sesenta hasta nuestros días mucho más mediocres y decadentes musicalmente hablando.
El funk no ha muerto ni morirá nunca porque es como un virus maravilloso que va mutando con el paso de las décadas, y ya van seis. La coctelera prodigiosa del funk sigue trabajando a pleno rendimiento y Maceo Parker sabe cómo agitarla con esa mezcla dionisíaca de jazz, soul, mambo y ritmos latinos, con un estilo duro, metálico y contundente que siempre funciona por mucho que pase el tiempo. Por si fuera poco, el maestro del saxo cuenta con una banda grande de factura impecable y talento desbordante, todos ellos músicos veteranos y bragados –trombón, guitarra eléctrica, órgano, bajo y batería– más una acompañante femenina con una voz aterciopeladamente desgarrada a la altura de la mismísima Sarah Vaughan. Si tal como dicen el término funk proviene de una ancestral palabra africana que significa "olor corporal fuerte", es decir, lo fundamental, lo auténtico, el rastro de la música más terrenal y primigenia quedará por mucho tiempo flotando en Gijón tras el paso del huracán Parker. Larga vida al funk, habría que decir tras asistir a la clase magistral de uno de sus pioneros y patriarcas fundadores. Larga vida a Maceo Parker.

Foto: Carmen Fernández

CUARENTA MIL EUROS POR UN CHASCARRILLO SOBRE ORTEGA CANO


(Publicado en Revista Gurb el 15 de marzo de 2018)

La sentencia que condena a la revista satírica Mongolia a pagar 40.000 euros por daño al honor al torero Ortega Cano supone un inquietante precedente y un nuevo paso atrás en el derecho a la libertad de expresión e información en nuestro país. El motivo de la condena, tan desproporcionada como contraria a la jurisprudencia del Tribunal Supremo y del Constitucional que avala el derecho a la crítica periodística en todos sus formatos, es la caricatura del torero que Mongolia incluyó en el cartel anunciador para su espectáculo musical celebrado en Cartagena, en el que Ortega aparece representado como un extraterrestre delante de un platillo volante estrellado. La imagen, más o menos afortunada y más o menos grotesca o ingeniosa –eso depende del gusto de cada cual– iba acompañada de varios eslóganes como "antes riojanos que murcianos", "viernes de dolores, sábados de resaca" y "estamos tan agustito". La sentencia del Juzgado Número 3 de Alcobendas concluye que el chiste de los compañeros de Mongolia no “tenía una finalidad de crítica política o social, sino que la publicación utiliza la imagen para provocar exclusivamente la burla” sobre la persona del diestro, al tiempo que añade que la publicación del cartel tras la reciente salida de la cárcel del extorero cartagenero "acentúa la burla, humillación y ofensa a su imagen, y en su propia tierra natal".
No vamos a entrar aquí en si el fallo contiene más elementos subjetivos que jurídicos, cosa que será debatida en el recurso de apelación que a buen seguro emprenderán los periodistas afectados. En cualquier caso, y siempre desde el respeto a las decisiones judiciales, no podemos estar de acuerdo con el argumento de que la caricatura de Ortega no tenía una finalidad de denuncia o crítica, ya que si bien es cierto que el matador no es un político, sí es un personaje público de relevancia social condenado a dos años de cárcel por un delito muy grave, como fue conducir bajo los efectos del alcohol y haber provocado un accidente de circulación en el que falleció el ocupante de otro vehículo. Ambas circunstancias, tratarse de un personaje de gran notoridad y haber cometido una infracción tan grave, otorga perfecto derecho a cualquier periodista a entrar en el asunto y a realizar una pieza de fuerte contenido crítico, ya sea por escrito o gráficamente.  Pero es que además la juez esgrime un argumento cuanto menos peregrino, y es que los periodistas usaron la imagen del torero sin su permiso. Por esa misma regla de tres cualquier dibujante que empuñara el pincel o cualquier periodista decidido a escribir una columna de opinión contra un personaje de la vida social española debería pedir antes la autorización del interesado, bajo riesgo de herir su sensibilidad, algo completamente absurdo. De llegarse a esa situación delirante, desde ese mismo momento el periodismo, pilar básico de todo Estado democrático, y por ende el derecho a la libertad de expresión y de información, empezarían a encontrarse en grave peligro de extinción. O dicho de otra manera, un par de sentencias más en la línea de la juez de Alcobendas y acabamos como en Corea del Norte, donde el jefe supremo es el único que puede hacer el chiste y los demás le ríen las gracias.
Por tal motivo creemos que detrás de la sentencia contra Mongolia, y también de otras polémicas resoluciones judiciales dictadas recientemente, no solo hay una deficiente y distorsionada interpretación de nuestro ordenamiento jurídico y de la jurisprudencia del Tribunal Supremo y del Constitucional –que en estos cuarenta años de democracia han amparado en todo momento el derecho a informar, denunciar y criticar libremente–, sino un intento de asfixiar el género satírico, que no parece gustar a según qué élites elevadas de nuestro bendito país. Bajo el amparo de la ley mordaza y con la excusa de actuar contra aquellos que hacen apología del terrorismo, algunos jueces han abierto la veda para perseguir no solo a tuiteros, raperos y blogueros más o menos subversivos con el sistema y más o menos dotados de ingenio, sino también a aquellos periodistas que no hacen otra cosa que ejercer su oficio con entera libertad y sin censuras previas, tal como establece nuestra Constitución. ¿Alguien se imagina a un juez francés condenando a los dibujantes de Charlie Hebdo por injurias contra Puigdemont, al que han caricaturizado como un fundamentalista islámico peligroso? La crítica, la diatriba, la invectiva, la burla, el sarcasmo, la ironía, el retintín y hasta la mala baba deben formar parte sin duda del derecho a la libertad de prensa en cualquier Estado auténticamente democrático y sentencias como la que nos ocupan despiden un cierto tufillo anacrónico, un rastro a autoritarismo de otros tiempos y una especie de anhelo de volver a los años de la vieja censura, cuando era el Gobierno quien dictaba lo que era decoroso publicar y lo que no, según las buenas costumbres sociales del lugar. Afortunadamente no estamos en aquellas épocas oscuras (por mucho que algunos se empeñen en conducirnos de nuevo a ese revival) y los compañeros de Mongolia podrán recurrir la sentencia condenatoria ante un tribunal superior. Esperemos que los magistrados de la Audiencia Provincial, y en su caso los del Supremo, estén algo más versados y duchos y enmienden una sentencia que se antoja absolutamente injusta y desproporcionada. Injusta porque no se construye con la argamasa de nuestra jurisprudencia más reciente, sino que va más bien en contra de ella, y desproporcionada porque castigar con el pago de 40.000 euros supone asfixiar económicamente a un medio de comunicación, condenándolo al cierre definitivo, que es adonde parece querer llegar la juez con su durísmo fallo en una especie de secuestro tácito de la revista por la vía de una pretendida sentencia por injurias.
No cabe mucho más que añadir. El derecho a la libertad de expresión y de información consagrado en la Constitución del 78 no debería tener más que un único límite: la difamación gratuita y sin sentido. No parece que este sea el caso de los compañeros de Mongolia, que como profesionales del periodismo satírico ejercían su derecho a la información en forma de sátira, una sátira que por otra parte no es de las más furibundas, brutales y encarnizadas que se puede uno encontrar en un medio de comunicación europeo (véase el citado caso de Charlie Hebdo), sino más bien atemperada, sugerente y fabricada con argumentos informativos. Demonizar la sátira –un género periodístico tan digno como puede ser la noticia o el reportaje–, supone sentar un mal precedente que amenaza el sagrado derecho a la crítica periodística. Hoy ha sido Mongolia, mañana puede correr peligro El Jueves o una publicación como Gurb o el programa El Intermedio de Wyoming o las mismas Fallas de Valencia, donde la sorna y la guasa entre corrosiva y descarnada hacia personalidades públicas, sean políticos o no, forman parte de su misma esencia. Alguien debería parar esta caza de brujas indiscriminada contra la prensa libre. Antes de que nos carguemos la democracia misma.  

Viñeta: Igepzio

viernes, 9 de marzo de 2018

LA BUENA ESTRELLA

(Publicado en Revista Gurb el 9 de marzo de 2018 y en Newsweek en Español)

Antonio Resines (Torrelavega, 1954) lleva el cine en las venas. Desde sus inicios, allá por los setenta, cuando se dedicaba a rodar cortos a destajo y a poner bocadillos de mortadela al personal del plató, hasta hoy, ha participado en más de cien películas. "No quiero decir que sea Laurence Olivier pero he hecho cosas que están bastante bien, otras que están bien y otras pues que no, o son simplemente lamentables", asegura. El que fue el gran actor de comedia de los años ochenta en España, guarda un grato recuerdo de La buena estrella, la película que lo consagró para siempre con un papel dramático, demostrando así que dominaba todos los registros. "Probablemente si no el mejor uno de mis mejores papeles, así es. Me costó mucho hacerlo, porque no sabía muy bien por dónde tirar, pero tuve la gran ayuda de Ricardo Franco", afirma. Hoy, superado un cáncer de colon, acaba de escribir su biografía, Pa’habernos matao. Memorias de un calvo, donde narra sus peripecias con otros genios del mundo del séptimo arte y de paso analiza la España de aquellos años. “Lo de calvo fue un vacile, como en España hay tantos calvos pensé que así a lo mejor compraban el libro”, bromea. Pese a la enfermedad, Resines sigue siendo cien por cien Resines, está en plena forma, con su vis cómica intacta y la misma forma taquicárdica de expresarse que desencadenaba las sonrisas en los cines. "En este país hemos pasado de lo dantesco a lo absurdo y estúpido", se lamenta. Por cierto, el fiasco de La reina de España, la última película de Fernando Trueba que el actor ha rodado junto a Penélope Cruz, lo sigue atribuyendo sin duda a un oscuro boicot, una persecución orquestada desde los sectores más rancios y revanchistas del país.

Entrevista completa en Revista Gurb

LOS SABIOS DE LA TRIBU


(Publicado en Revista Gurb el 9 de marzo de 2018)

Al final han tenido que ser los jubilados los que salgan a la calle a afearle al Gobierno sus políticas desalmadas. Mientras los jóvenes se desgastan en la guerra de las banderas inservibles y los patriotismos absurdos ellos, nuestros mayores, nos envían un valioso mensaje: que el único Estado por el que merece la pena dejarse la piel es el Estado de Bienestar. Nuestros viejos, aquellos que en los 70 salieron a la calle a partirse la cara con los grises, han tenido que volver a las barricadas, en vista de que sus hijos y nietos están a otras cosas mucho menos importantes. Habíamos dejado de escuchar a nuestros venerables ancianos, a los sabios de la tribu, a los depositarios de la auténtica sabiduría, pero ellos se han echado otra vez a la vida para defender lo esencial, el pan y el orgullo, y de paso demostrarnos que son los lúcidos en un país de locos, los clarividentes en un país de ciegos, los que ven la cosas con una agudeza que sobrecoge. Y eso que la mayoría está con cataratas. La gran verdad de la existencia humana es que todos terminanos en una mecedora, enterrados bajo un manto de cuadros, y que sin una pensión digna para los años seniles un ser humano está irremediablemente condenado a la humillación, la soledad y la indignidad. Lo demás, los himnos, las patrias, las soflamas nacionalistas, los fanatismos de uno y otro signo, no son más que monsergas, patrañas, fábulas con las que los de arriba pretenden tenernos entretenidos mientras ellos se dan a la buena vida, ya sea en la Moncloa o en una carísima mansión de Waterloo. Para este Gobierno, el anciano es, como dijo Heidegger, un ser de lejanías. Para Rajoy nuestros viejos son seres lejanos, muy lejanos. Nuestro presidente debe verlos como simples figurantes para sus mítines, votos a los que se compra con un bocadillo, una gorra del PP y un silbato, tumbonas arrumbadas en Benidorm, candidatos a la muerte anticipada, condenados a la cadena perpetua de la residencia de ancianos, carnaza muda para las tardes del Sálvame o los domingos decrépitos de la Campos, el sobrante humano de las estadísticas del CIS, en fin. Rajoy los tenía congelados como sus pensiones, los había dado por fallecidos en vida, pero ellos se han levantado con coraje y gallardía y se han echado a la calle para demostrarle al gallego indolente del puro y Marca que les sobra valor, dignidad y fuerza para trepar hasta los muros y los leones de las Cortes, sortear la menudencia de los fieros antidisturbios y decirle al presidente en su propia jeta que poseen mucho más honor que él. Seguramente Rajoy no se dará por aludido y seguirá condenándolos a la misma pensión de mierda que ya no da ni para tabaco. Quizá el gallego aún no sepa que un país que abandona a sus mayores es un país sin civilizar. Y así nos va.

GENOCIDIO SILENCIOSO. Ahí están, un día más, aguantando el frío y la lluvia, con sus reumas, sus diabetes, sus cánceres y las cornadas de la vida. Y ahí seguirán, valientes, dignos, honrados. No saldrán de la calle mientras no les den lo que les pertenece. Se acabó el tiempo de las mentiras, ha llegado la hora de rendir cuentas tras tantos años de desmanes y abusos. Rajoy, con una desfachatez intolerable, le ha dicho a los jubilados que no tiene dinero para pagar sus pensiones. Montoro les ofrece un cheque mensual, una limosna, una nueva humillación que nunca aceptarán. El 0,25 de subida es una burla que le quema la sangre a cualquiera. Nuestros mayores no se merecen el trato de un Gobierno psicópata e insensible a los desastres de la crisis. Hicieron oídos sordos cuando los desahuciados se arrojaban por las ventanas; miraron para otro lado cuando millones de trabajadores perdían sus empleos por culpa de una reforma laboral infame y cruel; abandonaron a su suerte a los enfermos e inválidos. ¿Qué podemos esperar de gobernantes así? Esta vez ni siquiera han dejado entrar en la Moncloa a los viejos para escuchar sus amarguras vitales, sus dramáticas odiseas existenciales, sus desgracias humanas. Así es Rajoy: un neoliberal hasta las cachas que confunde derecho con beneficencia; un hombre que trata a personas dignas como pedigüeños, peligrosos antisistema o insurrectos independentistas a los que hay que quitarse de encima a estacazo limpio de los maderos. Los antidisturbios tienen porras dolorosas; los jubilados tienen sus bastones de madera noble y unos cojonazos/ovarios curtidos en guerras civiles, convulsas transiciones, golpes de Estado y la pertinaz pobreza española que dura ya siglos. En los últimos años el PP ha dilapidado 80.000 millones de euros en vicios, juergas, asuntillos propios, paraísos fiscales y corrupción, mucha corrupción. Ochenta mil. Todo ese dinero era propiedad de los ciudadanos, de los jubilados, de los parados y estudiantes, de los dependientes. Con ese dinero se habría podido rescatar a muchos desahuciados. Pero ellos prefirieron hacer caja B, darse al caviar carísimo, al Jaguar de lujo y al volquete de putas. La historia los juzgará. La historia pondrá en su sitio a Rajoy y a su cuadrilla de banderilleros y picadores del Estado de Bienestar. España no es país para viejos. Están esperando que los ancianos se mueran de asco para maquillar sus números criminales. Están esperando que los jubilados caigan fulminados, en medio de la calle por agotamiento, para darle la puntilla definitiva al pacto de Toledo, a la socialdemocracia, al contrato social. Es un genocidio silencioso y a largo plazo. Pues si no hay dinero que lo traigan de Suiza, coño. Y si Rajoy no sabe arreglar el desaguisado que haga la maleta y se vuelva de una vez a Pontevedra. Que seguro que a él si le llega la pensión.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

POR QUÉ ERA NECESARIA LA HUELGA


(Publicado en Revista Gurb el 8 de marzo de 2018)

Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, pasará a la historia no solo del movimiento feminista, sino de la humanidad en general. Los grandes avances sociales tienen sus fechas señaladas y la convocatoria que hoy vivimos posee todos los ingredientes para convertirse en un hito de trascendencia histórica. Y lo será por varias razones: en primer lugar porque por fin estamos ante una huelga convocada a nivel mundial que concierne a las mujeres de todo el mundo y que las llama a movilizarse ante las injusticias de todo tipo que vienen sufriendo; de hecho, el texto de la Comisión 8M llama a "parar el mundo" como forma de exigir la “plena igualdad de derechos y condiciones de vida”. Y en segundo término porque por primera vez el poder machista ve una amenaza real contra su estatus político y social, que ha mantenido injustamente, a hierro y sangre, desde tiempos inmemoriales. Basta con ver las declaraciones que sobre la histórica huelga feminista han vertido en las última semanas personalidades relevantes de la política, la sociedad y el poder religioso de nuestro país. No podemos olvidar que hace solo unos días, el PP distribuyó un argumentario interno en el que tachaba la concentración de "elitista e insolidaria". Además, se señalaba que el 8M "promueve el enfrentamiento y rompe el modelo de sociedad occidental". Con esa circular, los populares quedaron retratados de forma vergonzante en un nuevo alarde de cinismo e ideología reaccionaria. El mismo presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha dado bruscos bandazos cuando se ha referido al espinoso tema, primero mostrándose en contra de la convocatoria y después tratando de arreglarlo mostrándose como un feminista más y hasta colgándose de la solapa el famoso lazo morado. Evidentemente no ha colado, todos los españoles saben que la derecha patria, la de los años franquistas y también la de estos cuarenta años de democracia, siempre ha coleado de un machismo recalcitrante insoportable. Hasta la propia Ana Pastor, presidenta del Congreso de los Diputados, pese a que ha anunciado que está a favor de los derechos de la mujer, ha llegado a asegurar que no haría la huelga feminista "porque hay mucho que trabajar contra el machismo imperante". De nuevo la hipocresía, el doble lenguaje y el doble rasero.
Si tibia y confusa ha sido la reacción de la derecha política española ante el vendaval feminista que arrecia cada vez con mayor fuerza, más aún lo es la posición indefendible y bochornosa que han mantenido algunos representantes del poder económico nacional. Así, el presidente del Círculo de Empresarios, Javier Vega de Seoane, ha defendido que parte de la brecha salarial de género es solo "estadística", ya que muchas mujeres deciden trabajar a tiempo parcial porque "les gusta dedicarse a sus hijos". Una declaración insultante para millones de mujeres, por mucho que acto seguido se mostrara partidario de la huelga feminista, eso sí, bajo el argumento insostenible de que "está bien que se llame la atención" sobre el problema. Negar la brecha salarial y apoyar fariseamente la movilización del 8M es otra contradicción incomprensible que solo se explica por un intento de quedar bien ante la parroquia femenina ocultando todo lo posible el machismo latente que le aflora.


Al poder financiero y político machista le siguen sus palmeros mediáticos, como el periodista Arcadi Espada, que ha vuelto a desatar la polémica con uno de sus habituales comentarios machistas, una nueva inconveniencia que viene a sumarse a su larga retahíla de titulares misóginos recientes. "En 40 años de periodismo no he visto a ninguna mujer desplazada por su sexo", decía el pasado sábado en una entrevista en el programa La Sexta Noche. Cierto sector de la caverna periodística de este país se ha mostrado abiertamente en contra del 8M, confirmando que queda mucho por hacer, no solo en el plano político y social, sino también en el educacional y cultural. "La situación de las mujeres en el mundo del periodismo no está desequilibrada. ¡No hay motivos para una manifestación del 8M, qué bobada!", añadía Espada al mismo tiempo que criticaba un manifiesto que se ha difundido con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Y faltaba la guinda del pastel, la que ha dejado el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, quien ha arremetido contra el feminismo "radical o de género" tras asegurar que "el demonio ha metido un gol desde sus propias filas" a la causa de la mujer. Éramos pocos y parió el diablo, habría que decir parafraseando aquel famoso dicho castellano. Al padre Munilla, que cada vez se parece más a aquel padre Apeles que trataba de escandalizar en las noches televisivas con sus insolencias de pija de colegio mayor, habría que preguntarle qué diantres pinta el siniestro Mefistófeles en el problema de la injusta y secular discriminación de la mujer, aunque mucho nos tememos que sería una pregunta más bien retórica, ya que en España todo el mundo sabe que la Santa Iglesia Católica y Apostólica manda mucha romana, y no ve precisamente con buenos ojos los avances sociales en el plano de la igualdad de género. Todos esos libros editados por ciertas archidiócesis que hablan de la sumisión de la mujer en el matrimonio y todas esas homilías retrógradas que se vierten cada domingo desde los púlpitos de las iglesias revelan que el nacionalcatolicismo sigue arraigado y vigente, peligrosamente vigente habría que decir, en nuestro país. Munilla, en un alarde de prestidigitación escolástica, diferencia dos tipos de feminismo: el "femenino" que busca la igualdad jurídica y legal entre hombres y mujeres y el "radical o de género", que pretende equiparar en todos los aspectos a ambos sexos. En su opinión, el "feminismo radical o de género" tiene como "víctima a la propia mujer y a la verdadera causa femenina. Es curioso cómo el demonio puede meter un gol desde las propias filas. El feminismo, al haber asumido la ideología de género, se ha hecho una especie de harakiri", ha afirmado burlescamente en un circunloquio medieval y bizantino que ni siquiera el obispo alcanza a comprender en toda su dimensión metafísica. Más retórica barata solo para no tener que asumir la realidad y la raíz última del problema: que hombres y mujeres deben disfrutar de los mismos derechos y obligaciones no solo como titulares jurídicos, sino como seres humanos que son. Tan sencillo como eso.
En medio de tales razonamientos, unos delirantes y otros sencillamente anacrónicos o insultantes para el sexo femenino, llega la manifestación histórica de este 8 de marzo, que no es ni más ni menos que un grito desesperado de millones de mujeres ante una situación que ya no pueden soportar por más tiempo. A la brecha salarial que aguantan estoicamente, a la cronificación insoportable del desempleo femenino, al techo de cristal que les sigue impidiendo copar los puestos de responsabilidad en pie de igualdad con sus compañeros, a la sobrecarga de trabajo en el hogar y la consideración de las amas de casa como trabajadoras de segunda, a los abusos laborales, vejaciones y discriminaciones, a los despidos encubiertos por el mero hecho de quedarse embarazadas, a las violaciones y crímenes machistas de las que son víctimas casi a diario, a la utilización de su cuerpo como reclamo publicitario, al papel de bestias de carga y esclavas sexuales para el hombre que siguen ocupando en las sociedades menos desarrolladas del tercer mundo, al infierno de la prostitución y la trata de blancas al que se ven abocadas por legión, se suma el lapidario principio machista de que la mujer debe seguir relegada a un escalón inferior por debajo del hombre, un dogma férreamente arraigado en todo el planeta.
Por eso, por tantas y tantas razones, por tantos siglos de discriminaciones, las mujeres (y también aquellos hombres que las apoyan en su legítima reivindicación feminista) han sido llamadas a movilizarse frente a la violencia y la discriminación. Bajo el lema "Sin nosotras el mundo no funciona", la huelga se antoja no solo justa sino necesaria. Jamás ha habido una causa más hermosa por la que luchar. Nuestras madres, abuelas, hermanas e hijas se merecen que estemos a su lado. El camino es largo y queda mucho por hacer, pero hoy se ha dado el primer paso. Estamos ante el principio de una movilización planetaria que empieza a socavar los cimientos del poder machista en todo el mundo. Que tiemble Donald Trump, porque millones de mujeres de todo el mundo se han puesto en pie al fin, hartas de la situación, y empiezan a caminar unidas y confiadas en que la cosas, esta vez sí, pueden cambiar para mejor.

Ilustración: Artsenal 

EL SURFERO DE LA NIEVE

(Publicado en Revista Gurb el 23 de febrero de 2018)

Arrojarse por la ladera de una montaña de nieve a casi cien kilómetros por hora suspendido en una ligera tabla puede parecer una locura o un éxtasis divino reservado solo para unos pocos. Regino Hernández (Ceuta, 1991) el corredor de snowboard cross que ha logrado la medalla de bronce para España en los recientes Juegos Olímpicos de invierno de Pyeongchang (Corea del Sur), pertenece sin duda al segundo grupo. Millones de espectadores pudieron presenciar por la televisión su carrera trepidante que quedará para el recuerdo. Esa velocidad endiablada nada más tomar la salida, ese descenso a tumba abierta, ese salto desbocado en el vacío antes de que sus tres contrincantes dieran con sus huesos en el suelo, esa línea de meta que atravesó exultante rompiendo 26 años de sequía de medallas para nuestro país. A los jóvenes que se han enganchado a este deporte tras verlo subir al pódium les recomienda que tengan “mucha cabeza, que tengan en cuenta que se están metiendo en un deporte de riesgo. Que es probable que haya caídas, que haya lesiones, y sobre todo que entrenen mucho y que tengan paciencia”. La fiebre del snowboard ha llegado para quedarse. Y todo por este joven de Ceuta, un surfero de la nieve que se subió por primera vez a una tabla cuando tenía cuatro años y que, tras múltiples lesiones y caídas, vive la felicidad del bronce. La "locura controlada" de un deporte tan arriesgado como apasionante.

Entrevista completa en Revista Gurb