viernes, 25 de abril de 2014

LA PARÁSITA


La señora Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, ha tildado de "parásitos" a los parados, un exabrupto demasiado grueso y grave que hacía tiempo no se escuchaba de boca de un responsable (o irresponsable) público. Después de calificar de parásito al desempleado y quedarse a gustito, después de reducir al obrero a la categoría de minúsculo insecto intrascendente, Oriol nos introduce, de lleno, en la florida retórica fascista. ¿Qué nueva burrada le quedará por decir a esta señora después de su desliz fatal? ¿Cuál será su próxima animalada? ¿Tildar de puto vago de mierda al sin techo? ¿Llamar negrata asqueroso al africano crucificado en la concertina fronteriza? ¿Tachar de pervertido bujarrón al homosexual? Toda esta lexicografía retrógrada que ya parecía superada, toda esta imaginería lingüistica de la elite ultraderechista de este país está ahí, agazapada, latente, íntima, y la llevan por dentro, bien pegada a la piel, como quien lleva un slip Calvin Klein. A esta elementa habría que explicarle que la gente de apellidos (como ella), y no el proletariado más o menos afortunado, ha sido nuestro auténtico parásito histórico. Los aristócratas del dinero fácil son las verdaderos bichos que han lastrado secularmente, cruelmente, el desarrollo de este país todavía llamado España. Parásito es el banquero repeinadito Blesa, que se ha dedicado a chuparle la sangre al pueblo y a los elefantes que abatía en safaris palaciegos. Parásito es el tesorero Bárcenas, mosquito zancudo que volaba feliz, de banco en banco, de Suiza en Suiza, libando el dinero de otros. Parásito es el duque Empalmado, mosca tsé tsé que succionaba la riqueza del país al tiempo que sumía a la monarquía española en un sueño de pesadilla, ignominia y vergüenza. Parásito, señora mía, es Díaz Ferrán, otro supuesto decente indecente que ahora se pasea por el reino de las ladillas de Soto del Real, o el ministro Montoro, sin ir más lejos, que nos chupa amablemente a los escritores el 25 por ciento de vellón por premio literario ganado, que es que a mí me calcan un riñón. Los auténticos parásitos de este bendito país no son los sufridos trabajadores y sus familias, que ya se están agrupando en clanes comanches para subsistir con la pensión de la abuela. Los virus, bacterias, bacilos, chupones, gorrones, inútiles, garrapatas, inquilinos y pulgones son las estirpes oscuras, querida amiga, las cien familias heráldicas que ganan más pasta que todo el país junto, los vampiros de los cárpatos castellanos que transfusionan a sus cuentas la riqueza del pueblo mientras el pueblo, sufrido y oprimido, les sigue aguantando el rollo con dignidad y les sigue permitiendo vivir a cuerpo de rey. Aquí sufrimos a una casta empresarial trastámara y estéril, enloquecida por la fiebre del oro negro, una casta que vive de practicar el paternalismo con el obrero y de evadirse luego, como viles tramperos, por las montañas de Suiza. No encontraremos un solo empresario español con cuatro libros en la cabeza y detrás de cada fortuna hay un crimen, ya lo decía el Borgia aquel. La señora Oriol, nieta de un preboste franquista, hija de fortunas y sobrina de Iberdrolas, no debería humillar de esa manera al proleta desahuciado, robado, pisoteado. La señora Oriol debe saber que los apellidos de oro como el suyo, aquí, en España, y en cualquier sitio, siempre han vivido de las rentas, de abrir bodegas riojanas, del cortijo seco con cuatro liebres para llevar a los amigachos a cazar, del latifundio injusto, de la cuadra/ganadería pura sangre, de enseñar los dientes dientes en el Hola junto a lecquios, famosos, miarmas, toreros y artistas, y del sarao con raya de coca en Marbella, como ese concejal pepero de Castelló que dicen se pone hasta las cejas de nieve dura. Los ricachos como usted, señora Oriol, son los dípteros chupópteros improductivos que con su aparato bucal trompetero e insaciable sangran el PIB del país y lo vuelan a lejanos paraísos fiscales. ¿Parásito, dice, señorita Oriol de los cojones? Parásito lo será usted.

Imagen: foroeconómico.com         

jueves, 24 de abril de 2014

EL VODEVIL DE ELPIDIO


Los renovatas de la democracia creen haber encontrado en el juez Elpidio Silva al símbolo que necesitábamos, a la antorcha que debe iluminarnos, al hombre que va a limpiar este país de corruptos, choros y malfamados. Pero Elpidio, que ya está recaudando fondos para su partido (RED) vendiendo autógrafos, camisetas con su careto y alguna que otra cena privé, nos ha salido un revolucionario un tanto peculiar. Yo nunca me fiaría de un hombre que te invita a cenar para chulearte unos dineros y pedirte el voto a los postres. No parecen formas, oiga. A eso ahora lo llaman crowdfounding, cuando de toda la vida se ha dicho sacar perras de debajo de las piedras. Lo más triste no es que la derecha se haya propuesto acabar con la democracia acabando con el Estado de Bienestar, lo más triste es que los nuevos salvadores de la patria que nos llegan en plan Elpidio entienden la democracia como un rastrillo de mercachifles. De modo que del clásico eslogan un hombre un voto hemos pasado a un souvenir un voto, la democracia se degrada a braga quitada y el fascismo se va frotando las manos. Hoy mismo la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol (una especie de Himmler femenina con gafitas de montura redonda y todo) ha reducido a los parados a la categoría de "parásitos". Nos lo están diciendo bien a las claras: para ellos somos como chinches, y así piensan fumigar España de pobres, de sucios insectos, mientras la izquierda se fragmenta absurdamente en quince emes, Pablos Iglesias y Elpidios, más la Izquierda Mirandesa, que cada pueblo tiene ya su partido rojillo y eso queda muy típico. Cuesta comprar a este Elpidio mártir, justiciero, supermediático. Decía Josep Pla que nada se parece más a un español de derechas que un español de izquierdas y lo malo de Elpidio, con esos métodos atípicos y extraños que ha elegido para financiar su nuevo partido, es que no sabe uno si encuadrarlo en la tradición progresista o en el peligroso populismo bananero de siempre. ¡Qué tiempos aquellos en que sabíamos lo que votábamos! Fue Romanones quien dijo que para ser un buen político se necesitan al menos tres cosas: ser abogado, ser alto y tener buena voz. Abogado lo es Elpidio, alto puede ser que lo sea, y voz, aunque parece tener poquita y desagradable, como el cantaor aquel, no sería mayor problema. Como tampoco sería un lastre su nombre de vendedor de ultramarinos de posguerra, ni que se trate de un ave forzosamente emigrada del cálido trópico de la judicatura (el experimento Garzón ya sabemos cómo terminó) ni siquiera que se haya autoerigido en su papel de juez estrella-liberador-de-la-patria. Lo peor de todo es que, aunque defienda argumentos justos y loables como la defensa del interés de los pobres, la reforma de la Justicia y el castigo real para los corruptos, el personaje tiene toda la mala pinta de ser un iluminado. Y ya sabemos que la Historia de España podría reducirse a la suma triste de las biografías de un iluminado tras otro. Hasta ahora yo había defendido a Elpidio porque me parecía un juez íntegro y honrado capaz de echarle un par de pelotas para entrullar al golfo de Blesa. Magistrados dispuestos a atravesar esa delgada línea roja hay muy pocos en España y sentí pena, asco y rabia cuando el Poder Judicial lo inhabilitó por meterse con el todopoderoso banquero amiguito de Aznar. Pero no me gusta que Elpidio haya convertido su juicio injusto en un vodevil televisado con chistes malos; no me gustan sus estrategias dilatorias que dan la razón a los delincuentes de guante blanco que utilizan sus mismas argucias legales para ganar tiempo; no me gusta que esté a todas horas dando la brasa en La Sexta, como un tertuliano coñazo más, como un Marhuenda de la vida más; y sobre todo no me gusta el tufillo mediático y mitinero que desprende. Me temo que hemos perdido a un juez honrado y hemos ganado a otro político del montón que dará mucho juego en el mejunje de barro y mediocridad. Justo lo que quería el rufián de Blesa.  

Imagen: cadenaser.com      

viernes, 18 de abril de 2014

GARCÍA MÁRQUEZ


Dicen los entendidos que con la muerte de García Márquez se nos va el Cervantes contemporáneo y seguramente tengan razón. Sin embargo, de todos los del boom, de todos los juglares de aquella latinoamérica cruel y sangrienta, yo siempre fui más de Cortázar, de Cortázar con su gracejo argentino y sus relatos cortos que te dejaban sabor a misterio y a cigarrillo negro del bueno. También he sido más de Vargas Llosa, quizá por su lado libertino y sarcástico, ya se sabe que con algo de sexo y mucho humor la novela entra mejor, qué quieren que les diga, es solo cuestión de gustos, no me entiendan mal. Vargas Llosa y García Márquez son las dos grandes placas tectónicas que confluyeron para generar el universal terremoto de la novela latinoamericana, los dos genios hacedores que convirtieron esa pócima tan extraña y ambigua del realismo mágico en una marca exportable para todo el mundo, en un producto tan vendible como la Coca Cola. Hoy el coronel Aureliano Buendía es tan popular como Superman y hubo un tiempo en que todos los novelistas del mundo querían escribir como si hubieran nacido en la Amazonia o en el limeño barrio de Miraflores, que para el caso es lo mismo. La fiebre del realismo mágico se metió en el tuétano de los escritores de aquellos años y eran capaces de escribir chamaco en lugar de chaval, un término tan nuestro, tan germanía, tan español. El boom dio grandes talentos, sin duda, y abrió nuevas puertas a la literatura universal, pero generó no pocos imitadores coñazo. El gran hallazgo de GM ha sido contarnos la historia contemporánea de Sudamérica, que no es sino una sucesión tras otra de tiranos, dictadores y reyezuelos, como si fuera un Shakespeare de Barranquilla. La novela eterna de García Márquez, su Quijote indudable y rotundo, es Cien años de soledad, que no deja de ser un Faulkner en plan sudaca solo que sustituyendo Macondo por Yoknapatawpha (ya podría haber elegido el yanqui del Misisipi un nombrecito algo más legible para su saga familiar, que he estado media hora comprobándolo en la wiki y otra media para escribirlo). García Márquez es un novelista exuberante, total, selvático, un río de imaginación, un Amazonas literario desbordante del que han bebido y beberán generaciones enteras de escritores. Pero también lo era Cervantes y pago yo una caña al que me encuentre a cinco españoles que se hayan tragado el Quijote de una sola sentada. Si me dan a escoger, me quedo con Vargas, el mundano e irreverente Vargas, aunque por qué elegir entre los Beatles y los Rolling. Reconozcamos pues que no ha habido dos nobeles mejor dados por aquellos suecos tan erráticos (qué entenderá un frío sueco lo que es un caliente indito colombiano). MV y GM fueron cómplices en lo personal y en lo literario, hasta que Mario le atizó un puñetazo en un ojo a su amigo en un lío de faldas todavía no aclarado y se lo dejó todo ensotanado y listo para el filete de ternera que le aplicó la moza. Fue la ruptura definitiva de los dos mundos intelectuales sudamericanos, un choque de trenes no solo literario, sino también político (izquierda contra derecha, liberalismo contra comunismo) porque allí, en realidad, no solo se atizaron dos cuentistas, dos titanes que se disputaban el amor o el cetro de la literatura mundial, sino también Fidel Castro y el Tío Sam. García Márquez (a mí no me gustaba llamarlo Gabo porque no lo conocía de nada) se ha ido y dejará un vacío irreparable en las letras hispanas. Eso es cierto. De él me quedo no solo con su prosa grandiosa llena de coroneles prostibularios y pelotones de fusilamientos, con sus camisas floreadas y sus bigotes rancheros, sino con los títulos de sus novelas (los más bellos que se hayan puesto jamás, ya me hubiera gustado a mí inventarme algo parecido a El amor en los tiempos del cólera). Con todo eso y con su agitada vida de periodista que supo abandonar a tiempo la odiosa carrera de Derecho para dedicarse al oficio más bello del mundo: contar historias y vivir para contarlas. 

Imagen: www.diarioelargentino.com      

jueves, 17 de abril de 2014

LA VIRGEN


Afilados capirotes y beatas mantilladas; saetas viejas y velas de oro; costaleros borrachos y flagelantes de cilicio. Salzillos refinados y suaves vírgenes levitantes. Dios y muerte. Semana Santa. Es España, la trágica y atávica España que vuelve cada año por estas fechas como recuerdo de nuestro barroco más fanático, de nuestro imperio nacionalcatólico perdido, de nuestra Santa Inquisición. La Semana Santa es el exorcismo anual de esa España negra que siempre está ahí, de esa España pecadora llena de penitentes, choricillos y amasadores. Nuestro Gobierno cree en la santería, de ahí que el plan quinquenal de Fátima Báñez para crear empleo haya sido rezarle unos cuantos rosarios a la Virgen del Rocío, a ver si cuela. El programa ambiguo del PP lleva mucho liberalismo caníbal, mucha caña al obreraje y mucha Virgen socorrida y urgente a la que rezarle cuando se dispara la prima de riesgo o llega la pertinaz sequía. Fernández Díaz, un suponer, ha concedido la medalla al mérito policial a la Virgen del Amor, como si la Virgen fuera un guindilla que va por ahí echándole el guante a los rateros. Bastante trabajo tiene ya la pobre Virgen como para que la pongan ahora a hacer la ronda nocturna por Vallecas. A poco que nos descuidemos, el ministro va y nombra a la Virgen jefa de la UDEF y quita al comisario jefe, que no hace más que encontrar saqueadores y descuideros por los pasillos de Génova. A poco que nos despistemos, Rajoy pone a la Virgen del Amor de candidata a las europeas y la Virgen le levanta la silla a Cañete, lo cual sería una pena, porque el hombre ya estaba ilusionado con el carguete en Bruselas, que allí se trabaja lo mínimo y se come mucho y bien, mayormente bombones de Brujas. No hicimos la Revolución a la francesa ni tomamos la Bastilla, por eso seguimos teniendo un Gobierno clerical, un Gobierno apostólico y romano que en lugar de sacar leyes saca autos sacramentales. Lo único malo de colocar a la Virgen en el programa del PP es que cualquier día nos la privatizan y nos terminan cobrando el dichoso céntimo ése. Aquí, al final, nos van a cobrar por comer, por mear y hasta por rezar. Es evidente que a este Gobierno se le transparenta el tic retrocatólico, la sombra opusina es alargada en este gabinete de sacristanejos. España vomita su fe en las calles hambrientas mientras la hermandad de cofrades del timo del nazareno peregrina por cárceles y juzgados de todo el país. Eso es la Semana Santa española. Mucho vinillo andaluz entre paso y paso, mucha guiri alocada enseñando el tanga en las procesiones y mucha Virgen patrimonializada por el Poder, mientras los papeles de Bárcenas, rollos apócrifos del Mar Muerto del PP, van pasando de un policía a otro, de un comisario a otro, de un juez a otro, hasta que llegue el indulto final de la Pascua, que Blesa y otros presos con causa ya se lo tienen pedido (aquí siempre soltamos a Barrabás). Tenemos un Gobierno hipócrita que rinde culto a la Virgen pero permite el culto al sobre delictivo, suizo, trepa, advenedizo. Aquello de a Dios rogando y la cartera trilando, o sea. España es una chusma de aldeanos guiada por una chusma de curas, ya lo dijo Napoleón. Y por una recua de políticos, añade uno.      

Imagen: www.huffingtonpost.es

viernes, 11 de abril de 2014

LA CAJA DEL PP


Parece claro, por lo que va contándole el cantarín Bárcenas al juez Ruz, que todo el PP era una inmensa caja negra con cajitas pequeñas repartidas por toda España. El escalador alpino entrullado dice que heredó la caja B de Naseiro y que éste a su vez la heredó de otro fulano y así ad infinitum, hasta que el rastro de la caja se pierde en la noche de la Historia, en la noche navajera de los tiempos hispanos, hasta llegar a Melchor de Herrera, tesorero real de Felipe II, a Hernán Núñez, tesorero de los Reyes Católicos, y aún más allá. La primera caja negra del PP parece que la llevó el artista en taparrabos que hizo la performance de las Cuevas de Altamira. Más tarde, esa caja ha ido pasando de mano en mano, de Suiza en Suiza, de sanchises a lapuertas, de oca en oca y tiro porque me toca. Esa caja era el auténtico recipiente ideológico de la derechona autóctona, que se llena la boca de mucho patriotismo, de grandes principios constitucionales, cuando en realidad están aquí para meterle mano a la caja, para ejercer de choris y choros, de pispos y quitameriendas, de guindaleros y merchantes. Así, tirándole el muerto de la caja al partido, echándole mierda abonada al árbol genealógico de la derecha española, Bárcenas pretende librarse de la sombra judicial que le persigue, aunque el pobre infeliz no se da cuenta de que en realidad no hace sino ajustarse la soga al cuello un poco más. Es lo que tiene la piscina de Soto del Real, que al final siempre va la misma gente, los nuevos ricos de la prisión, y el sitio termina aburriéndole a uno, de modo que te entran unas ganas terribles de contarlo y cantarlo todo, en plan Julio Iglesias, soy un truhán soy un señor. De estas confesiones barcenianas sobre la caja B del partido van llegándonos otras noticias curiosas, como que Cascos estaba al tanto de la cosa, en la pomada. El exdóberman (hoy pincher más bien reducido) le dio la llave sobredorada de la caja a Bárcenas cuando a Naseiro lo trincaron de marrón, y así se siguió perpetuando en Génova la mala costumbre de la caja, el vicio oscuro de la caja. De modo que tenemos un partido que adora la caja como un vellocino de oro, como un tótem fértil que fue transmitiéndose de mano en mano, de Witiza a José Antonio, de Abderramán a Franco, pasando por los iberos, los vándalos y los suevos, hasta llegar a Bárcenas, que ha sabido darle un juego, un uso, un fin en la banca suiza, y así sacarle unas perrillas preferentes para repartir entre los amigachos del partido, que es que la caja llevaba unos siglos muy parada y no daba el rendimiento que tenía que dar. Bárcenas movía mucha caja, el cerdito/hucha de la caja, por la causa financiera del PP (aunque ya se sabe que quien parte y reparte se lleva la mejor parte) y así el partido ha ido sufragando campañas y champañas, victorias y derrotas, más algún que otro ático marbellero. Rajoy calla y otorga y silencia el escándalo de forma escandalosa, no quiere saber nada de esa caja china podrida, maloliente, infecta, porque de esa caja de Pandora no puede salir nada bueno para el PP. A él que le dejen de cajas que no sean sus cajas de habanos, él ya no está para cajas sorpresa, sino para la alta política, y por eso ha colocado de candidato cándido para Europa a Cañete, un bon vivant fatuo y gastrónomo que en Bruselas va a ser el terror de los camareros andaluces diasporados por la crisis. El cante jondo de Bárcenas en el juzgado nos lo ha dejado bien clarito: de esa caja han ido mamando todos, todos menos el pueblo hambriento, engañado, oprimido. Por los siglos de los siglos. Amén. 

Imagen: www.estudiantesdedoxa.com

viernes, 4 de abril de 2014

LA AGUERRIDA AGUIRRE


A Espe le dio el alto la pasma y Espe se dio el dos, el piro, se abrió, chillando ruedas, soltando humo y rabia por el tubo de escape, haciendo rugir su motor millonario por las calles de Madrid. Sabíamos que Esperanza Aguirre era una política lanzada y resuelta, rápida y audaz, pero echarse a la carretera saltándose los controles policiales es un paso más allá en su trayectoria dilatada y la convierte en una auténtica macarrilla del asfalto. No conocíamos esa faceta oculta de outsider, de poligonera, de malota de extrarradio, de la expresidenta de Madrid, a quien ya llaman la farruquita del PP. Las redes están que echan chispas con la fuga automovilística de la lideresa. Se la compara con Sandra Bullock en Speed, con la prota de Fast and Furious, con las persecuciones más trepidantes del recio Chuck Norris. Pero aún no he visto yo a nadie que la compare con el personaje que más le pega en realidad: con Olivia Newton John en Grease. Recuérdese que la bella novia de Travolta se transforma de niña-ángel virginal en putoncete verbenero que termina dando el pañuelazo de salida a las carreras clandestinas. Pues una evolución muy similar ha sufrido Espe en las últimas horas: de niña bien del barrio de Salamanca a fuera de la ley, a chai del Torete o del Vaquilla, más chute no. De niña bien del distrito de la opulencia madrilota a reina del trompo y el derrape lumpenproletariat. Hablando en términos freudianos, Espe llevaba dentro de ella, sin saberlo, a una teenager reprimida (como todas las repijas del PP), a una rebelde con causa, a una rubiaza frescachona que a la vejez está viviendo una segunda juventud. Vive deprisa y deja un bonito cadáver, ése es ahora su lema, como decía James Dean. A Espe la dan una chupa de cuero (en Madrid dicen la dan) unas gafas estilo cobra y un Pequeño Bastardo y quema la noche después de echarle unas caladillas al porrete. A Espe solo le queda enfundarse el látex negro de Rebeca en el anuncio estridente ése de los neumáticos Michelin. Faltan apenas dos semanas para que se cierre el plazo de candidatos a las europeas y el PP aún no tiene a un aspirante. Y para qué, se pregunta uno. Pongan al que pongan todo seguirá igual porque España vive un día de la marmota perpetuo y cíclico lleno de recortes, miseria y escándalos. Pero es evidente que Mariano, quizá por su pereza innata, quizá por ser un camastrón sin remedio, no ha sabido buscar entre sus huestes, entre sus filas, porque tiene a la candidata ideal delante de sus narices y no la ve. Es ella, la única, la más, la mujer kamikaze dispuesta a la victoria o a la muerte, la diablesa sobre ruedas en el mejor momento de su carrera, nunca mejor dicho lo de carrera, la camionera de la política todoterreno que está a tope de feromonas y de gas y que es capaz de ponerse al volante de su buga, como una Penélope Glamour de la vida, y plantarse en el Parlamento de la UE de cero a cien, sin aflojar el acelerador, a tumba abierta. Espe, cuanto más acelera más calentita se pone, enfila la nacional 3 (Torrelodones-Bruselas) y llega caliente al grupo popular europeo para ponerlos firmes a todos juntos. Las redes sociales están que arden con la fuga automovilística de la mandataria popular, no se habla de otra cosa, y cree uno que Mariano debería aprovechar el tirón mediático de la madrileña castiza, su fuerza choni imparable, y enviarla de rally por el viejo continente. Este vivir a tumba abierta de Espe, esta recuperación del tiempo perdido a toda mecha, es lo que necesita el PP. Sangre joven y fuerte ante tanto adocenamiento. Empuje de machorra del asfalto. Contra el lento de reflejos Rajoy y la abulia europea, la briosa y aguerrida Aguirre. Una tiorra.

Imagen: eleconomista.es     

jueves, 3 de abril de 2014

LOS EGÓLATRAS


El Estado ha pagado 25.000 eurazos del ala por una fotografía del expresidente del Congreso Manuel Marín, tan mono él, que ya cuelga en la Galería de Presidentes. La imagen, firmada por la fotógrafa Cristina García Rodero, se colocará junto al retrato del coqueto José Bono, que en su día costó otros 82.600 de vellón. Parece evidente que una fiebre de egolatría, de vanidad, de narcisismo político exacerbado, se ha apoderado sin remedio de sus señorías. No hay dinero para el pueblo sometido, que malvive con un mendrugo de pan de segunda mano; no hay dinero para limpiar la basura primaveral que florece en el hospital de Vallecas; y no hay dinero para esas madres corajes que se desgañitan ante alcaldesas insensibles como piedras. Pero para esa foto inmortal y absurda, para ese retrato caro y jactancioso del político de turno, para eso sí hay parné. Faltaría plus. España siempre fue un país de retrateros y retratados, o lo que es lo mismo, de ricos muy ricos y pobres muy pobres. El opulento y poderoso ha cultivado siempre ese palurdismo español de hacerse el último retrato antes de la muerte, como si tuviera pánico al polvo del olvido. Polvo serán más polvo retratado, diría Quevedo. Posan como grecos inmortales en la Galería de Presidentes pero más bien se quedan en malos muñecones de cera de una Galería de los Horrores. Si sufragaran ellos de su propio bolsillo su vanidad de vanidades la cosa tendría un pase. Lo malo es que aquí se está jugando con el dinero exiguo del español famélico y dos presuntos sociatas como Marín y Bono deberían renunciar ya, de inmediato, por coherencia ideológica, por conciencia social, a esos cuadros millonarios que dejan a unos miles de escolares sin su alegre bocadillo del recreo. No hemos salido de Velázquez, que ya pintó la estulticia de borbones y validos, de meninas y enanos del circo palaciego, y seguimos tirando el poco oro del pueblo en unos cuantos retratos de fulanos engolados con la mano en el pecho y caras de solemnes gilipollas. Corre entre nuestros políticos una fiebre freudiana, ya digo, una fiebre extraña por pasar a la posteridad, por ser recordados por el pueblo, cuando el pueblo está hasta las criadillas de ellos y lo único que quiere es olvidarlos para siempre. Si pudieran, mandarían esculpirse a sí mismos en diorita, subidos a un caballo, con el tricornio de Napoleón y espada en ristre. Son como Dorian Gray, inflados de fatuidad, gordos de engreimiento, y cualquier día sus retratos se pudrirán de feos y de falsos. Hay que dejar la vanidad a quien no tiene nada que exhibir, creía Balzac. Hace media hora que se ha muerto Suárez y ya echamos de menos su ideal de político, su apostura generosa, su dignidad fuera de lo común. El juez Ruz acorralando a Bárcenas El Suizo, la Policía registrando las cloacas podridas del PP, Díaz Ferrán y Blesa entrullados por choricillos, toda esa España de la pasta canalla desmoronándose con estrépito, como un castillo de naipes, mientras a algunos paseantes en Cortes solo les preocupa salir favorecidos en la orla de palacio. Está claro que quieren maquillar la Historia con el óleo de la mentira. Sus jetas podrán colgar de la pared por los siglos de los siglos, pero el ciudadano, el país, el pueblo, los habrá olvidado pasado mañana. Y si te he visto no me acuerdo. 

Imagen: quesabesde.com

miércoles, 2 de abril de 2014

OBIANG


Juro por mi conciencia y honor que nunca pensé que llegaría a decir esto: Mariano ha tomado una decisión correcta, acertada, lúcida. Sí, nuestro querido presidente del Gobierno, nuestro desmañado, obtuso, tardo y zote presidente gaviotero ha atinado por una vez en esta tortuosa y desgraciada legislatura para olvidar. Y lo ha hecho a lo grande, en Bruselas, en plan gran estadista, arsa qué arte tiene mi niño. Andaba el señor de los hilillos por las cumbres y olimpos europeos cuando alguien, no sabemos si por despiste o con mala intención, le preparó la encerrona del siglo: sentarlo en una cena comprometida junto al dictador Obiang, una cena de etiqueta que tenía más peligro que Josefer esnifado en un puti de carretera. El premier gallego ya había avisado de que hablaría con el tirano, al igual que habla "con cualquier otra persona", ya que ése es su deber como jefe del ejecutivo. El escándalo y desaguisado de ver al canciller de la democracia española compartiendo mesa y mantel con el caníbal de Malabo estaba servido. Todo parecía perdido. Iba a ser una cagada más en los anales de la diplomacia hispana, y en el peor de los días, el día en que las gloriosas patrulleras de la Guardia Civil habían sido arrolladas en un nuevo Trafalgar por los buques de la Pérfida Albion, el día en que un episodio de los Simpson implicaba a la Roja (cándido Iniesta inclusive) en el fango de la corrupción patria. Uno cree que la Historia de la política internacional española es la historia del error contumaz y eterno, errores torpes en África, errores crueles en América Latina, errores inevitables con el amigo americano, un amigo que siempre se nos lleva algo, Cuba y las Filipinas, mayormente. Un diplomático español es alguien que se equivoca siempre. Sin embargo, a última hora, gracias al cielo, a Mariano se le encendía la lumbrera de emergencia y decidía dar plantón a Obiang. Rajoy, haciendo un discreto mutis por el foro, aunque haya pasado por un malqueda, ha demostrado su cintura política, qué duda cabe. Mejor salir por patas en el último momento que salir en la foto dándole a los langostinos belgas, servilleta al cuello y codo con codo, junto al sospechoso dictador. Estos reyezuelos ecuatoriales no solo se saltan los derechos humanos, sino que también se saltan el protocolo, y a los postres suelen salir con alguna petición de última hora para el papá colonial: que si un paquete de ayudas en nombre de los lazos de amistad entre los dos pueblos, que si un jugoso negocio de armas, que si un plan secreto para fumigar a los pobres desarrapados marxistas de la oposición guineana... Ha hecho bien Mariano en escurrir el bulto. El negrata venía con sorpresa, como un huevo Kinder, debió pensar acertadamente nuestro inefable presidente, y tampoco era cuestión de terminar compartiendo banco con él en la Corte Penal Internacional. Estas cosas de la diplomacia son así. Se empieza con una conversación inocente sobre lo mucho que llueve en Bruselas y a la hora de la tarta, después de un vino tras otro, le acabas prestando al tirano un par de cuerpos expedicionarios de la Legión española, para que vaya limpiando Guinea de disidentes. Si no estás ducho, si no te andas con ojo (y la verdad, no parece que tengamos un presidente muy puesto en política de ultramar), las cosas se desencaminan y acabas montando un conflicto internacional. Por eso, mejor dejarse de cenas con un fulano afrikáner al que no conoces de nada y que puede salirte rana a las copas. Has hecho bien en irte por peteneras, Mariano. Ahora solo te falta condenar el régimen de Obiang. Y ya quedas de puta madre. 

Imagen: eldescodificador.com

martes, 1 de abril de 2014

EL CINE


El éxito rotundo que ha tenido la iniciativa "Fiesta del cine" demuestra que el séptimo arte, aunque en horas bajas, está aún muy lejos de su extinción total. La idea de bajar los precios (2,90 euros por peli) ha servido para arrastrar a medio millón de espectadores a las salas de cine, o lo que es lo mismo, cien mil entradas más vendidas y un 358 por ciento de incremento. Este dato espectacular debería hacer reflexionar a los brókers que manejan nuestra maltrecha industria cultural, a esos buhoneros de traje y corbata que solo piensan en forrarse con algo tan sagrado como es la cultura de un país. A menudo se habla de la crisis del cine, pero en realidad lo que está en crisis no es el cine, sino la industria, el modo de producción, el propio capitalismo, o sea. Al español le gusta ir al cine, siempre le gustó, solo que pagar casi diez euros por una película, se mire como se mire, resulta un timo, una estafa, una gallofa. Con esos diez euros come una familia española y puede que hasta dos (si se aprietan bien en la cocina), ahora que se ha sabido que España es el segundo país en pobreza infantil de la UE. "El mundo debería reírse más, pero después de haber comido", decía Cantinflas. Ningún filósofo coñazo lo hubiera expresado mejor. Necesitamos el cine tanto como el comer (estamos hechos de la materia de nuestros sueños, dijo Shakespeare) pero entre un plato de lentejas (piedras preciosas en tiempos de hambre) y un chute de celuloide feliz, la disyuntiva está bien clara. Anoche el personal tomó masivamente las salas, lo cual demuestra que en años de crisis, más que nunca, necesitamos de la evasión del cine, del engaño fugaz que nos proporciona el cine, y que estamos dispuestos a pagar un precio razonable por un rato de dulce mentira en el paraíso oscuro de la sala de proyecciones. Seguimos en medio del crack económico pero no dudamos en tirar las pocas perrillas que nos quedan en la barraca de feria del cine, que nos reporta ligero bálsamo ante tanto dolor. Como dijo aquel personaje de Los viajes de Sullivan qué mejor manera de aliviar las miserias del mundo que haciendo una buena comedia. Aquí hacemos Ocho apellidos vascos, una cinta agradable que sonsaca algunas sornisas, y eso ya es mucho, como dice el gran Boyero. Todos llevamos una película dentro desde la más tierna infancia (la mía es El hombre tranquilo) hasta tal punto que nuestra vida, al fin, se convierte en una película también. Somos el cine que hemos visto, somos drogodependientes del cine, y hasta la literatura es ya cine en palabras, haciendo buena la máxima de Flaubert de que escribir es mostrar. Vivimos rodeados de tragedias, la tragedia de los africanos atrapados en las telarañas de hierro de Occidente; la tragedia de la derecha tiránica que nos dirige (España quería derecha, pues toma derecha); la tragedia de un presidente del Gobierno tan pusilánime, tan insensible, tan sordo y ciego; la tragedia de unos maromos que han chuleado y filibusteado el dinero del pueblo; la tragedia del nacionalcatolicismo que arrecia (Rouco imponiendo su ley en el funeral del digno Suárez, mayormente); la tragedia de los neonazis que van ganando metros en Francia; la tragedia de una España contumaz y viciosa que le cobra la luz a precio de oro al pobre honrado y deja que se vaya de rositas el rico ladrón. Por eso, ante tanta tragedia, ante tanta ignominia, el español busca refugio en la cueva platónica del cine, en el maná de un cine barato, asequible, razonable. Vayan tomando nota los ejecutivos del séptimo arte. El cine pertenece al pueblo. Que no se lo roben también.

Imagen: homocinefilus.com