GARCÍA MÁRQUEZ
Dicen los entendidos que con la muerte de García Márquez se nos va el Cervantes contemporáneo y seguramente tengan razón. Sin embargo, de todos los del boom, de todos los juglares de aquella latinoamérica cruel y sangrienta, yo siempre fui más de Cortázar, de Cortázar con su gracejo argentino y sus relatos cortos que te dejaban sabor a misterio y a cigarrillo negro del bueno. También he sido más de Vargas Llosa, quizá por su lado libertino y sarcástico, ya se sabe que con algo de sexo y mucho humor la novela entra mejor, qué quieren que les diga, es solo cuestión de gustos, no me entiendan mal. Vargas Llosa y García Márquez son las dos grandes placas tectónicas que confluyeron para generar el universal terremoto de la novela latinoamericana, los dos genios hacedores que convirtieron esa pócima tan extraña y ambigua del realismo mágico en una marca exportable para todo el mundo, en un producto tan vendible como la Coca Cola. Hoy el coronel Aureliano Buendía es tan popular como Superman y hubo un tiempo en que todos los novelistas del mundo querían escribir como si hubieran nacido en la Amazonia o en el limeño barrio de Miraflores, que para el caso es lo mismo. La fiebre del realismo mágico se metió en el tuétano de los escritores de aquellos años y eran capaces de escribir chamaco en lugar de chaval, un término tan nuestro, tan germanía, tan español. El boom dio grandes talentos, sin duda, y abrió nuevas puertas a la literatura universal, pero generó no pocos imitadores coñazo. El gran hallazgo de GM ha sido contarnos la historia contemporánea de Sudamérica, que no es sino una sucesión tras otra de tiranos, dictadores y reyezuelos, como si fuera un Shakespeare de Barranquilla. La novela eterna de García Márquez, su Quijote indudable y rotundo, es Cien años de soledad, que no deja de ser un Faulkner en plan sudaca solo que sustituyendo Macondo por Yoknapatawpha (ya podría haber elegido el yanqui del Misisipi un nombrecito algo más legible para su saga familiar, que he estado media hora comprobándolo en la wiki y otra media para escribirlo). García Márquez es un novelista exuberante, total, selvático, un río de imaginación, un Amazonas literario desbordante del que han bebido y beberán generaciones enteras de escritores. Pero también lo era Cervantes y pago yo una caña al que me encuentre a cinco españoles que se hayan tragado el Quijote de una sola sentada. Si me dan a escoger, me quedo con Vargas, el mundano e irreverente Vargas, aunque por qué elegir entre los Beatles y los Rolling. Reconozcamos pues que no ha habido dos nobeles mejor dados por aquellos suecos tan erráticos (qué entenderá un frío sueco lo que es un caliente indito colombiano). MV y GM fueron cómplices en lo personal y en lo literario, hasta que Mario le atizó un puñetazo en un ojo a su amigo en un lío de faldas todavía no aclarado y se lo dejó todo ensotanado y listo para el filete de ternera que le aplicó la moza. Fue la ruptura definitiva de los dos mundos intelectuales sudamericanos, un choque de trenes no solo literario, sino también político (izquierda contra derecha, liberalismo contra comunismo) porque allí, en realidad, no solo se atizaron dos cuentistas, dos titanes que se disputaban el amor o el cetro de la literatura mundial, sino también Fidel Castro y el Tío Sam. García Márquez (a mí no me gustaba llamarlo Gabo porque no lo conocía de nada) se ha ido y dejará un vacío irreparable en las letras hispanas. Eso es cierto. De él me quedo no solo con su prosa grandiosa llena de coroneles prostibularios y pelotones de fusilamientos, con sus camisas floreadas y sus bigotes rancheros, sino con los títulos de sus novelas (los más bellos que se hayan puesto jamás, ya me hubiera gustado a mí inventarme algo parecido a El amor en los tiempos del cólera). Con todo eso y con su agitada vida de periodista que supo abandonar a tiempo la odiosa carrera de Derecho para dedicarse al oficio más bello del mundo: contar historias y vivir para contarlas.
Imagen: www.diarioelargentino.com
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