miércoles, 7 de junio de 2023

UN SEÑOR DE DERECHAS

(Publicado en Diario16 el 7 de junio de 2023)

“Son xenófobos y antisemitas; no tenemos nada que ver con esta gente”. Así, de esta forma tan contundente, se pronuncia el líder de la derecha alemana, Friedrich Merz, cuando se le pregunta por los partidos posfascistas de su país. Bravo por el líder germano. Igualito que Feijóo, que se abraza a los ultras allá donde puede para gobernar ayuntamientos y autonomías.

Merz es el clásico político tradicionalista afiliado desde bien joven a la CDU, la gran fuerza conservadora alemana que se orientó hacia la civilización dejando atrás la barbarie del nazismo. Un hombre de derechas que cree en el mercado libre y sin control, sí, pero que respeta los mínimos del Estado de bienestar. Un hombre conservador, por descontado, pero racional, sensato y científico. Y un defensor de la maltrecha Unión Europea. Nada que ver con los personajes de esa derecha atávica, taurina y decimonónica que padecemos por aquí por España. Es cierto que Merz ha trabajado para Black Rock como abogado (así que nadie puede esperar de él a un planificador intervencionista de la economía). Como también es verdad que desde que Merkel abandonó la jefatura del partido, él como sucesor ha tratado de darle un giro algo más duro a la línea claramente centrista trazada por la canciller. Pero es un demócrata presentable. Un señor que no quiere tratos con los nazis (lo cual tiene más mérito tratándose de Alemania). Un tipo de los que escasean en la piel de toro para tragedia y drama de los españoles.

Tras las elecciones del 28M, el Partido Popular está jugando descaradamente a ocultar sus pactos con Vox. Las generales están a la vuelta de la esquina y no es un buen negocio ir de francachelas con los hooligans toda la campaña electoral. Sería demasiado impresentable, demasiado indigno, demasiado nauseabundo hasta para un partido como el PP capaz de cualquier cosa. Una alianza declarada con Abascal asustaría a buena parte de la clase media, ese amplio sector de población desideologizada que unas veces vota conservador y otras socialismo light. De ahí que Feijóo haya dado carta blanca a sus barones territoriales para que hagan lo que estimen oportuno con Vox, o sea, que cada cual se coma su propio marrón, en este caso su propio verde, mientras él se lava las manos como Poncio Pilatos, quedando incólume. De esta manera, el gallego cree que no se manchará el traje por los pactos con los ultras que ya se están firmando, entre bambalinas, en todas aquellas regiones y municipios donde el PP necesita una muleta para gobernar. Feijóo está convencido de que escondiendo la cabeza debajo del ala, dejando pasar el tiempo hasta el 23J, saldrá con éxito de este trance. Es como el personaje de una comedia de terror que se queda quieto como una estatua, tapándose con una sábana, mientras los monstruos van pasando a su lado. Solo que los zombis seguirán estando ahí, reclamando su dosis de poder y de carnaza, después de la trascendental cita electoral del 23J. Una vez que uno le abre la puerta al engendro ya no puede quitárselo de encima.

De momento, Feijóo cree que su estrategia de dejar en stand by, en modo visto, a Santiago Abascal, es la táctica más segura para no sufrir sobresaltos inesperados en las urnas. Podría actuar de otro modo, podría comportarse como una persona decente, como un auténtico estadista, y romper definitivamente con toda esa gente medieval, supremacista e inquisitorial que pretende colocar carne de vaca con tuberculosis en los mercados de Castilla y León, que niega el cambio climático y que busca torturar mujeres que abortan obligándolas a escuchar el latido fetal. Podría, en definitiva, comportarse como Friedrich Merz, el gran héroe de la democracia cristiana europea educada, tolerante, digna y aseada.

Estamos convencidos de que a Feijóo le chirría todo ese discurso de la Reconquista, toda esa estupidez de que en Vox son como caballeros de la Corte de don Pelayo que van a ir limpiando España, de norte a sur, de sarracenos, infieles y rojos. Entre otras cosas porque a Abascal, con su pecho palomo y su estilo macho, le sienta bien el traje de cruzado, pero a él, con esas gafitas de funcionario discreto y gris de la Xunta le viene más bien grande el disfraz. No le pega, desentona. Tiene ante sí una magnífica oportunidad para ponerle un cordón sanitario en condiciones a los ultras. No lo hará. Primero porque sin ellos nunca llegará a la Moncloa (ya le ha dicho Espinosa de los Monteros que quien quiera pactar con Vox tendrá que respetar las políticas de Vox). Y después porque tiene miedo a que le llamen cobarde, traidor, sanchista, derechita cobarde y rojo masón.

Un político ha de tener, ante todo, valor. Y el presidente popular está demostrando que no es el hombre valiente que necesita este país en un momento crítico de la historia. Si no es capaz de poner en su sitio a la niña desobediente Ayuso, sentándola en el rincón de pensar, ¿cómo va a enfrentarse a los bravucones voxistas que no respetan nada ni a nadie? Imposible.

Este país necesitaría unos cuantos Friedrich Merz. Necesitamos una derecha racional, centrada, audaz para romper con el pasado. Por desgracia, Feijóo está más cerca de aquel nefasto Lerroux que pactó con la extremista CEDA en la Segunda República, que del europeísta político conservador alemán. Mucho nos tememos que Feijóo nos conduce de nuevo a aquellos años treinta convulsos y reaccionarios marcados por la entrada de los fascistas en las instituciones. En público no se atreve a confesarlo, pero en privado ha dado a sus subordinados licencia para pactar lo que haya que pactar con los nostálgicos. En Valencia ya se prepara un bifachito que ni el “bienio negro” repulbicano. Cualquier día recuperan la Plaza del Caudillo y vuelven a plantar la estatua ecuestre de Franco.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL ASTRONAUTA TAYLOR

(Publicado en Diario16 el 7 de junio de 2023)

La 2 de TVE acaba de reponer El planeta de los simios, el clásico de Franklin J. Schaffner protagonizado por Charlton Heston. Más de medio siglo después (la película es del 68) sigue inquietando la trama. Esa nave espacial que se pierde en una curva einsteiniana espacio/temporal, ese mundo neolítico formado por monos dominantes y humanos esclavos y sobre todo ese sorprendente final –aviso, ahora va el destripe o spoiler, así que deje de leer esta columna de inmediato si no ha visto la película todavía– en el que el astronauta George Taylor, arrodillado y empapado en lágrimas ante la Estatua de la Libertad semienterrada en una playa desierta, comprende que no ha caído en un planeta lejano, sino que el destino ha querido devolverle a la Tierra del futuro más de dos mil años después de que él despegara con su cohete de Cabo Cañaveral.

“¡Maníacos! ¡Lo destruisteis todo! ¡Malditos seáis! ¡Quemaos en el infierno!”, grita el prota en ese dramático minuto final, uno de los más impactantes de la historia del cine. La escena, con Taylor totalmente postrado, aferrándose a puñados de arena y asumiendo que la especie humana se ha autodestruido a causa de un desastre nuclear, remueve al espectador por dentro y le provoca un cierto cosquilleo espeluznante. Y lo hace porque, a pesar de que se trata de una película de ciencia ficción, quien la está viendo sabe perfectamente que ese Armagedón, ese apocalipsis total, puede desencadenarse en cualquier momento.

Cuando Schaffner rodó la cinta, la Guerra Fría estaba en su máximo apogeo y la humanidad vivía bajo el terror del desastre atómico. Hoy, décadas después, parece obvio que no hemos avanzado nada. Es más, hemos ido a peor. Ayer mismo, la presa Nova Kajovka estallaba por los aires en un horripilante episodio más de la guerra en Ucrania. Miles de personas en peligro de muerte por una inundación que en algunas zonas puede alcanzar los quince metros de altura, el río Dniéper contaminado, especies animales y vegetales arrasadas (ya se habla de catástrofe ecológica) y la central nuclear de Zaporiyia en alerta por posible fallo en los generadores. Probablemente nunca sabremos si el ataque contra la presa provino del bando ruso o del ucraniano (ambas partes se cruzan acusaciones mutuas de autoría). Lo que sí sabemos es que el suceso hará subir un peldaño más la escalada bélica en la zona, cuyo último escalón puede ser, sin duda, la confrontación nuclear.

El mundo de hoy vive una especie de nueva ola fascista que puede llevarse por delante al homo sapiens hasta su completa aniquilación. En todas partes brotan autócratas, iluminados, megalomaníacos dispuestos a parecerse a Hitler y a apretar el botón del Dia del Juicio Final si es preciso. Trump en Estados Unidos, Putin en Rusia, Bolsonaro en Brasil, Kim Jong-un en Corea del Norte, toda una cohorte de desalmados sin escrúpulos que parece salida del mismísimo infierno. En cada país el nuevo nacionalpopulismo posmoderno posee una serie de rasgos y características comunes que se repiten, casi como una maldición, pese a las diferencias culturales. Ultranacionalismo patriótico, alergia a la democracia liberal, recuperación de las tradiciones y esencias del pasado, defensa del heteropatriarcado, obsesión con aplastar al enemigo político, xenofobia cuando no racismo y negacionismo del cambio climático, un fenómeno que ya se ha demostrado con datos empíricos. Hace solo unas horas hemos sabido una nueva noticia de esas que de cuando en cuando nos hielan la sangre sin que nadie mueva un dedo para evitarla: el Ártico perderá todo su hielo por primera vez en las próximas dos décadas, de modo que el Polo Norte se derretirá por completo cada mes de septiembre. Jamás se había visto un paisaje tan desolador por aquellas latitudes.

Lógicamente, aquí, en España, tenemos a nuestros populistas de derechas que empiezan a liarla parda con sus políticas gamberras y descerebradas. En Andalucía van camino de cargarse el parque nacional de Doñana, una joya ecológica única en Europa. Y en Castilla y León se saltan las normativas sanitarias ganaderas para comerciar con vacas enfermas de tuberculosis, como en los tiempos de la prehistoria, cuando la gente le hincaba el diente a la carne sin saber los males que podía transmitir. Crisis climática y crisis alimentaria aderezada con una obsesión enfermiza por saltarse la ley y las recomendaciones de los científicos, por acabar con el Estado de derecho y por retroceder quinientos años hasta la oscura época del feudalismo, cuando nada ni nadie podía oponerse a la santa voluntad del señor del castillo. Eso es lo que nos trae el bifachito irracional y violento que se ensaya en el nivel municipal para ser trasplantado después a todo el país (en el supuesto, claro está, de que Feijóo gane las elecciones del 23J y logre articular una mayoría suficiente para gobernar, que es mucho suponer). Ideas enloquecidas como que la Biblia es un libro demasiado erótico y hay que prohibirlo, tal como ya está ocurriendo en algún estado que otro de USA. Ideas delirantes y sin ningún sentido como que es preciso dar la batalla cultural (y la guerra civil si se tercia) ante un enemigo que solo está en sus cabezas. Ideas estúpidas y surrealistas que avanzan en todas partes como si el mundo se hubiese vuelto definitivamente loco. Gente empachada de odio y temerosa de perder sus privilegios que, desde sus despachos y rascacielos de cristal, no dudaría en apretar ese maldito botón rojo. Esos tipos y tipas, en fin, a los que el cosmonauta Taylor, llorando y perturbado al comprobar con sus propios ojos el final de la historia, llama “maníacos” por haber volado por los aires la civilización humana.

Viñeta: Currito Martínez

EL BIPARTIDISMO

(Publicado en Diario16 el 6 de junio de 2023)

"España es más que un debate entre dos hombres", asegura Yolanda Díaz. Sin embargo, basta con echar un vistazo al mapa político que sale del 28M para entender lo que ha ocurrido aquí. Ciudadanos ha terminado en el vertedero de la historia (tal como se veía venir) y Unidas Podemos va camino de la defunción. Es cierto que Vox crece, pero Vox es el PP de siempre, solo que sin complejos, y ambos partidos están llamados a refundirse de nuevo más pronto que tarde. Más allá de eso, al votante de las clases medias, no al radicalizado, exaltado o polarizado por el odio en las redes sociales, sino a ese millón y pico de ciudadanos que unas veces votan conservador y otras socialismo, se le plantea una alternativa meridianamente clara: el Partido Popular o el PSOE, Feijóo o Sánchez, la tediosa ingobernabilidad o el estable bipartidismo de toda la vida.  

En las municipales ya se ha advertido un cierto proceso de reconcentración de voto alrededor de las dos fuerzas políticas que han gobernado el país en las últimas décadas. El 23J esa dinámica podría seguir consolidándose. El PP va a apelar al voto útil y no sería de extrañar que mucho votante voxista se tape la nariz y vuelva al cuartel de Génova solo por fastidiarle la vida a Sánchez. El planteamiento que ha diseñado el equipo de campaña pepero es astuto. De cuando en cuando saca a pasear a la neofalangista Isabel Díaz Ayuso para arañarle voto a Abascal; mientras tanto, Borja Sémper vende la presunta moderación de Feijóo. Esa estrategia puede hacerle mucho daño al trumpismo representado en España por Vox. Si de lo que se trata es de “o Sánchez o España”, tal como reza el eslogan de campaña, al votante de derechas no se le deja demasiado margen de actuación: PP y que sea lo que Dios quiera. Las últimas estimaciones demoscópicas apuntan a que la extrema derecha no lograría ampliar su masa electoral, más bien al contrario, perdería fuelle respecto a las elecciones municipales y autonómicas. Se habla de una pérdida de hasta veinte diputados que sin duda irían a parar al partido de la gaviota.

Mientras tanto, en el bloque de las izquierdas la cosa tampoco pinta muy halagüeñamente, que se diga, para el multipartidismo. Yolanda Díaz trata de articular, a la desesperada, un proyecto que sea ilusionante bajo las siglas de Sumar. Sin embargo, a esta hora es evidente que Podemos está más por restar. El tiempo pasa, los plazos para presentar una candidatura única se agotan y hasta donde sabemos no hay acuerdo entre yolandistas y morados para ir de la mano a las generales. ¿Va a haber un pacto in extremis? Con las informaciones que sobre la mesa de negociación se van filtrando, resulta difícil ver esa alianza. Todo el mundo habla de unidad de la izquierda, pero en realidad nadie la quiere. A Díaz no le interesa dar cargos a las Montero y Belarra, toda esa gente que viene con el sambenito de perdedoras y quemadas de la cruenta batalla del 28M, todos esos molestos peones del Consejo de Ministros que estuvieron a punto de boicotear la reforma laboral y que en las últimas semanas han estado haciéndole la guerra desde dentro a la vicepresidenta segunda. Por la otra parte, en Podemos el odio hacia personajes que pueden ir en las listas de Sumar es tan enquistado y acérrimo (véase Errrejón, Baldoví o la propia ministra de Trabajo) que muchos prefieren ir solos a los comicios y morir con las botas puestas. Esa vena samurái ya le ha salido a Pablo Iglesias en alguna que otra ocasión. Las rencillas cainitas se imponen a la generosidad; las mezquinas ambiciones personales y las cuotas de poder a una mirada amplia y solidaria.  

Así las cosas, el votante de izquierdas está muy lejos de creerse que hay partido. Cunde el desánimo, el pesimismo desafecto, el bajón. El actual escenario hace muy difícil que Yolanda Díaz pase de los 20 escaños el 23J, un resultado que recuerda bastante a aquella Izquierda Unida de sus mejores tiempos. Y cuidado con Podemos, que puede quedar relegado al gallinero del Grupo Mixto en las Cortes, si es que consigue salvar la fatídica barrera de la ley D’Hont. Esa situación de hundimiento de la izquierda real podría beneficiar a Sánchez, que está loco por que el voto fragmentado en diferentes partidos se refunda por fin en un solo proyecto. De hecho, la convocatoria adelantada de elecciones tiene mucho que ver con la intuición del presidente del Gobierno de que puede volver a atraer a los socialistas díscolos que un día rompieron con el PSOE. De ahí que la prensa de la caverna diga cada mañana, en sus titulares incendiarios, que Sánchez se está podemizando. No se podemiza, se está trabajando a una parte de los náufragos morados a la deriva, que no es lo mismo. Piensa el premier que aún puede sacar rédito de la hecatombe, como ya ocurrió en la Transición, cuando Felipe González atrajo voto del PCE. “O yo o la extrema derecha”, les dice constantemente. Si consigue movilizar o no a ese electorado huérfano de la izquierda solo se sabrá el 23 de julio. Pero lo que está claro es que tanto Feijóo como Sánchez trabajan ya en clave bipartidista. Quizá no un bipartidismo tan fuerte y vigoroso como el que hemos vivido durante tanto tiempo, pero sí un bipartidismo turnista suficiente donde populares y socialistas tengan perfectamente domesticados y amaestrados a sus competidores (hoy comparsas) a derecha e izquierda. Muletas efectivas de las que poder tirar cuando los números no dan para gobernar.

Viñeta: Currito Martínez

DEROGAR EL SANCHISMO

(Publicado en Dairio16 el 6 de junio de 2023)

Ha dicho Feijóo que quiere “derogar el sanchismo”. Como coletilla o cliché de campaña, la frase tiene su cierto mérito o ingenio. Es corta, simple y remueve mucha bilis. Un clásico del manual trumpista/goebelsiano. Ahora bien, ¿qué quiere decir exactamente el gallego con “derogar el sanchismo”? El concepto es vago, inconcreto, difuso, mayormente porque el presidente del PP lo utiliza como una bayeta de cocina, en plan multiusos, o sea para todo. Sin embargo, si ustedes se fijan, no suele entrar en explicar o ahondar mucho más. Lo deja ahí, “derogar el sanchismo”, y que cada cual saque sus propias conclusiones.

Al PP no le ha ido mal con ese constructo o topicazo, que en realidad no es nada salvo un lugar común repetido hasta la saciedad por Ayuso. Si salimos a la calle a preguntar, probablemente pocos sepan darle un significado y un contenido a la afirmación. El votante de izquierdas se encogerá de hombros, harto ya de la frasecita de marras, y el de derechas no irá más allá de responder que está hasta las criadillas de Pedro Sánchez. Es decir, que la muletilla sirve como resorte para accionar el mecanismo del odio contra el presidente del Gobierno (un odio desproporcionado, fanático e irracional) y poco más.  

En realidad, el acierto del eslogan está en que sabe conjugar el verbo derogar –con un solemne componente legalista (no dice derrocar, que hubiese sonado más a golpe de Estado)– y sanchismo, que cuando es escuchado por el sector más ultra y cafetero del electorado le provoca de inmediato la urticaria. Ocurre que muchos españoles, ya sean fachas de toda la vida, desencantados de la izquierda o mediopensionistas, cuando oyen el apellido en cuestión, no ya Sánchez, sino San…, se les hincha la vena del cuello, les sube la tensión y les da el telele o parraque. Babean, se ponen a sudar, los ojos se les quedan en blanco y sufren fuertes convulsiones, como si les hubiesen metido un tripi con guindillas vía rectal. El odio es así. Un trastorno o mal de nuestro tiempo que se contagia de unos a otros, amplificado por la radio de la caverna y la prensa reaccionaria.

Pero, más allá de todo eso, volvamos a analizar qué quiere decir Feijóo con “derogar el sanchismo”. Afirmar que piensa acabar con la ley de educación socialista o ley Celaá no tiene nada de original. Llevan así toda la vida. Sus antepasados políticos ya lo hicieron durante el bienio radical-cedista en tiempos de la Segunda República porque no toleraban que la Iglesia perdiera ese jugoso monopolio. Nunca les gustó la escuela pública ni que los hijos de los obreros vayan a la universidad, así que por ahí ninguna sorpresa. Pisotearon las leyes educativas del felipismo y las de Zapatero. De modo que lo damos por descontado.

Sobre la ley de eutanasia, habrá que ver qué es lo que deroga Feijóo y lo que no. No hay nadie en este mundo que quiera morir con dolor y volver a los tiempos del martirio medieval, al cilicio y la penitencia, es pedir demasiado a los españoles. Por la muerte pasamos todos y los familiares de los pacientes podrían echársele encima por cruel, cogiéndole ojeriza como se la han cogido a Sánchez por cuestiones sanitarias que todos sabemos. Así que apostamos a que esa derogación será parcial, muy parcial. Unos cuantos retoques cosméticos sin hacer mucho ruido y a otra cosa. De cualquier forma, los cuidados paliativos seguirán estando en los hospitales como siempre.

La ley trans la deroga seguro, pero ahí no está derogando el “sanchismo”, en todo caso el pablismo o “irenismo”, ya que ese engendro legal que ha dividido a las feministas va rubricado por la ministra de Igualdad. Sobre la ley del solo sí es sí, tres cuartos de lo mismo. Es una normativa morada que ya derogó el propio Sánchez al introducir las debidas correcciones para evitar que los violadores siguieran saliendo a la calle por oleadas. Si lo que pretende es volver al Código Penal de la manada y a que los jueces terminen preguntando a las víctimas si cerraron suficientemente las piernas o llevaban una falda demasiado corta o provocativa, que lo diga ahora y las mujeres sabrán a qué atenerse. Pero sospechamos que tampoco meterá la tijera en esa tela.

En cuanto a la ley de memoria, ahí si va a haber derogación total y en una de estas, si Vox le atornilla debidamente, hasta saca la momia de Franco de Mingorrubio, y la de José Antonio de San Isidro, y las devuelve otra vez al Valle de los Caídos. En caso de llegar a la Moncloa le debería una a Abascal por hacerlo presidente y en eso el mandamás gallego tendría que transigir pese al bochorno internacional que supondría.  

Y llegamos al núcleo duro de lo que, creemos, Feijóo entiende por sanchismo: las leyes económicas y laborales. La nueva legislación que revaloriza las pensiones no le gusta nada (tampoco la renta mínima vital); las subidas del salario mínimo interprofesional tampoco; y la reforma laboral de Yolanda Díaz le provoca arcadas porque recupera derechos de los trabajadores y porque supone un paso más en la lucha contra la precaridad y el abuso. Sin embargo, cada una de esas derogaciones le costará una huelga general, conflictividad social a mansalva, malestar constante en las calles. Barricadas, cócteles molotov y piquetes. Un sindiós cuando en este país, hoy por hoy, hay paz social. Si hasta la patronal ha tragado con las medidas, cruzar ese Rubicón no tendría ningún sentido. ¿A santo de qué meterse en semejante berenjenal? Nadie puede gobernar con la ira del pueblo en contra, véase Macron. Así que mucho nos tememos que, al final, Feijóo va a derogar la reforma del delito de sedición y malversación y pare usted de contar. Total, incendiar Cataluña de vez en cuando va en el programa electoral de la derecha española. Otro procés se nos viene encima. Que calienten los piolines.

Viñeta: Pedro Parrilla

FEIJÓO NO SABE INGLÉS

(Publicado en Diario16 el 5 de junio de 2023)

Feijóo cree que con un traductor de inglés subido a su chepa, acompañándole a todas partes todo el rato, podría defenderse en los intrincados pasillos de Bruselas, en los laberínticos foros de la OTAN, en los siniestros despachos del G20. Ese traductor no podría apartarse de él ni un solo minuto. Así, cuando se cruzara con Ursula von der Leyen en la Eurocámara, el traductor adosado a su brazo como un fiel siamés hablaría por él. Cuando Joe Biden le telefoneara desde la Casa Blanca para tratar algún asunto importante, el intérprete correría raudo y veloz para traducir la conversación. Y cuando Zelenski le diera un toque por videoconferencia, a altas horas de la noche y con las bombas cayendo sobre Kiev, el contratado full time saltaría de la cama de un respingo, bostezando y en pijama, y acudiría a Moncloa para hacer la veces de mediador lingüístico. Así no se puede ser presidente de nada, ni siquiera de una comunidad de vecinos, ya que uno queda como esos muñecos que mueven la boca mientras habla el ventrílocuo.

En el mundo globalizado de hoy, el inglés es fundamental para hacerse entender ante la comunidad internacional. Y no basta con un inglés apresurado aprendido en cuatro días con unas cuantas clases televisadas del gran profesor Vaughan. No. Es necesario, más que aprender vocabulario y sintaxis, absorber la idiosincrasia del idioma de Shakespeare. Pensar como un europeo, sentir como un europeo, expresarse con la fluidez y los complicados matices de los europeos de más allá de los Pirineos. Y eso, mucho nos tememos, va a ser un hándicap insalvable para alguien tan arraigado a la España atávica, endogámica, carpetovetónica.

El inglés es la lengua de la política y la economía mundial y el que no lo domina es poco menos que un analfabeto integral. No se cosca de nada. No se entera. Uno llega a una embajada o conferencia internacional –frotándose las manos, sacando pecho y presumiendo de mayorías absolutas con la extrema derecha–, suelta un jau ar yu y un yes, acentuando fuertemente la i griega, para que se note que es español de España, y los cancilleres se le ríen en la cara pensando de dónde ha salido este. Uno va a la Comisión Europea a reclamar la siguiente entrega de los fondos Next Generation, para sacar al país de la crisis, y los capitalistas holandeses le hacen un timo de la estampita de padre y muy señor mío, o sea que lo engañan como a un tonto y acaban endosándole unos billetes del Monopoly.

Alguien que no se maneja bien con la jerigonza británica es como aquel Alfredo Landa de ¡Vente a Alemania, Pepe!, que de alemán andaba escaso y por eso lo explotaban en todas partes como a un panoli. Es metafísicamente imposible triunfar por ahí fuera sin saber inglés, ya que, mientras los europeos fuertes se reparten el parné, uno queda arrinconado, mudo, sin saber qué decir. Un presidente del Gobierno puede andar pez en economía (de esa materia el líder popular va más bien escaso, confunde el tipo de interés con la prima de riesgo), en cambio climático (ni sabe ni quiere saber), en democracia misma (hace ya tiempo que se abrazó al trumpismo más abyecto de la mano de la extrema derecha). Pero lo que no puede permitirse bajo ningún concepto un premier, un estadista (o aspirante a serlo), el auténtico líder de un país moderno y avanzado, es poner cara de póquer cuando un gobernante se le acerca sonriente para preguntarle algo tan básico como What’s your name? Y tampoco vale tratar de salir del paso con un spanglish de andar por casa como aquel sonrojante It’s very difficult todo esto con el que Mariano Rajoy quiso quitarse de encima a David Cameron en cierta cumbre de la UE de infausto recuerdo. O hacerse el tejano, como Aznar. Quien domina el lenguaje, domina el mundo. Y eso, hoy por hoy, no puede hacerlo Feijóo con sus graves carencias para comunicarse con el poder extranjero.

Valoramos el espíritu de autocrítica del presidente del Partido Popular. Él mismo ha reconocido que tiene “un problema” con el inglés, aunque se equivoca en que esa carencia es común a “la mayoría de los españoles”. Ahí el jefe de la oposición demuestra que se ha quedado antiguo, caduco, demodé. Los chavales de hoy son bilingües, andan por el mundo sin ningún problema, desde luego sin balbucear o tartamudear como si fuesen estúpidos. Maman el inglés desde la más tierna infancia gracias a esas becas Erasmus que llegaron en los ochenta con socialistas como Manuel Marín, Felipe González y François Mitterrand. Si del PP hubiese dependido, ni Erasmus ni nada, hoy nuestra juventud seguiría hablando solo castellano, poco y mal, como cuando el franquismo. No habríamos salido del españolito que hacía el ridículo ante las suecas en las playas del desarrollismo. La derecha jamás promueve cultura generalizada para todo el pueblo, todo lo más fútbol, toros y mucho Julio Iglesias. Eso y una buena dosis de odio antisanchista, de odio al rojo, de odio a la lógica y la ciencia. Lo ha dicho el gran Miguel Ríos, uno de los pioneros del rock, de la movida y la libertad hoy homenajeado en un más que merecido Imprescindibles de La 2: “Pasamos mucho miedo en la dictadura, las canciones tenían que pasar censuras… Tenías que ocultarte y escribir entre líneas”.

Feijóo cree que la España de hoy es como la España de antes, donde solo Franco hablaba inglés, aunque fuese un inglés macarrónico pasado por el filtro del Ferrol. Está bien que haya decidido ponerse un profesor particular para trabajarse el tema y ponerse al día con el english antes del 23J. Pero ya va tarde, porque en menos de dos meses va a ser difícil que le den el grado elemental. Si aprende a decir Bruce Springsteen en lugar de Bruce Sprinter, para choteo, befa y mofa del personal, ya habremos avanzado algo. Ánimo Alberto, que tú puedes.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

sábado, 3 de junio de 2023

EL ESPÍRITU DE DELIBES

(Publicado en Diario16 el 3 de junio de 2023)

Miguel Delibes, uno de los más grandes escritores que ha dado la lengua castellana, escribió mucho y bien sobre las consecuencias perniciosas del progreso, el deterioro de la naturaleza y la depravación del hombre, un ser que lleva la destrucción en lo más profundo de sus genes. A Delibes le dolía Castilla, el desarraigo y la pérdida del campo, temas que refleja en obras cumbres de la literatura universal como El camino, Las ratas, Diario de un cazador o El disputado voto del señor Cayo. Fue, como dirían hoy los modernos, un ruralita.

Cuentan que su pasión por los animales le permitía distinguir el trinar de cientos de aves, de abubillas y urracas, de zorzales y avefrías. Cazó, cazó mucho, aunque al final de sus días llegó a lamentar haber abatido tantas presas. El caso es que Miguel, don Miguel, lo aprendió casi todo en el campo, entre sus gentes y roquedales, no en los libros. Era un nativo que se volvía paleolítico por unas horas antes que un naturalista llegado de fuera. Un ser fundido en una unidad absoluta con la vida, con el cosmos. Alguien que tuvo la pionera y amarga sensación de que toda esa belleza virgen se estaba yendo al garete por culpa de la mano abominable del hombre. Supo ver, ya en los años setenta, que cada vez había menos pájaros, que en los ríos faltaban truchas, que los cangrejos languidecían por extrañas epidemias. De alguna manera sabía que la Tierra estaba agonizando víctima de una extraña enfermedad. Fue, aunque le duela a esa España rancia y depredadora que hoy gobierna su amada Castilla, el primer gran ecologista.

Las nuevas generaciones urbanitas, criadas a la sombra del teléfono móvil en lugar de a la sombra del ciprés, que siempre es alargada, ya nos lo contó él, están dejando de leer a Miguel Delibes. Primero porque no captan su humanismo genuino y campestre hoy tan en vías de extinción como los prodigiosos pájaros que vuelan por sus novelas. Y después porque no lo entienden. ¿Cómo descifrar aquello de que “una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guiparnos”? Es como escuchar la lengua de una tribu del Orinoco.    

El hijo de Miguel Delibes, Miguel Delibes de Castro, mantiene vivo el legado del padre y del genio. Curiosamente, de él aprendió el amor por la naturaleza, pero la vena literaria le llegó por influjo de Félix Rodríguez de la Fuente, con el que llegó a trabajar estrechamente, tal como le ha confesado a Jordi Évole. En cierta ocasión, cuando la familia veraneaba en el hermoso pueblo burgalés de Sedano, Delibes júnior se encontró con una grajilla caída del nido. El polluelo estaba bastante maltrecho, pero entre el padre y los hijos lo sacaron para adelante, lo bautizaron como Morris y se quedó a vivir con ellos. Hasta le sirvió de inspiración al escritor para algún que otro cuento y para construir su eterna Milana Bonita de Los santos inocentes, el novelón llevado al cine por Mario Camus. Nadie con un mínimo de sensibilidad puede olvidar el papelón de Francisco Rabal, el enigmático Azarías, pero menos aún aquel bello pájaro que se posaba tierno y amistoso en su hombro como símbolo de la libertad frente a la maldad humana.

Si un pueblo sin literatura es un pueblo mudo, como decía Miguel Delibes, un pueblo sin amor a la naturaleza es un pueblo amputado, castrado, condenado a enloquecer. A Miguel Delibes Jr., biólogo y presidente del organismo que vela por el futuro del parque de Doñana, el ínclito Juanma Moreno Bonilla y sus socios de Vox han querido darle con la puerta en las narices para que no moleste en la comisión parlamentaria que debe analizar la infame Ley de Regadíos. En Andalucía, todos se han vuelto locos, jornaleros y proletas votando a señoritos, una mixomatosis negacionista endémica que los lleva a la ceguera, a no ver o a no querer ver (eso ya da lo mismo). Probablemente lo único que sepa el presidente andaluz de biodiversidad y de aves es que cuando el grajo vuela bajo hace un frío del carajo, tal como dice la sabiduría popular. Y quizá ni eso. El invierno va camino de la desaparición también en Sevilla y dentro de nada los costaleros van a tener que llevar los pasos de Semana Santa con aire acondicionado incorporado por la caló.

Delibes de Castro es rotundo al asegurar que esa supuesta agua de Doñana con la que los regantes de Moreno Bonilla piensan cosechar las fresas y los frutos rojos de siempre simplemente ya no existe. Se ha evaporado, se ha perdido tras décadas de abandono y sobreexplotación del paraje por parte de unos y de otros, de susanistas y populares, de caciques y lacayos. Entre todos mataron el paraíso y él solo se murió. Ha sido un ecocidio a la española, o sea en plan Fuenteovejuna. “Es un brindis al sol, no tiene ningún sentido prometer un agua que no se puede dar”. Así de crudo se muestra Delibes de Castro. Y dice aún más. Asegura que no convocar a los expertos revela que al Gobierno andaluz le importa “un bledo” lo que opinen los científicos. El biólogo, a quien al final el bifachito va a dejarlo entrar, a regañadientes, en la sala de comisiones, advierte de que, si no se toman medidas drásticas, Doñana desaparecerá más pronto que tarde y ya solo quedará su triste recuerdo, como una de aquellas Siete Maravillas del Mundo Antiguo.

Ante semejante funesto augurio, la Junta tendría que estar instalando carteles de prohibido el paso a cien kilómetros a la redonda, un gran cordón sanitario que Moreno Bonilla se niega a ponerle al parque y a sus socios los ultras. “Estamos haciendo daño a todos, a Doñana, a los regantes, a la imagen de España y Andalucía en Europa y en el mundo”, se lamenta el científico. Mientras San Telmo organiza la conjura de los necios, patanes y cuñados debatiendo sobre la compleja y delicada biología de las especies, el concilio de los paletos, los flamencos siguen emigrando a La Albufera valenciana porque se mueren de sed. Cada vez hay más gasolineras y menos abrevaderos naturales en la Península Ibérica. Los peores vaticinios de la familia Delibes se están cumpliendo con una precisión asombrosa. La batalla contra los negacionistas está perdida. Ni los civilizados alemanes, que han emprendido una campaña contra las fresas de la sequía de Doñana, pueden parar este sindiós. Y todo por el disputado voto del señor Juanma.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL PP BATASUNO

(Publicado en Diario16 el 2 de junio de 2023)

Se abre el Parlamento de Vitoria, se somete a votación una reforma de Bildu sobre el autoconsumo energético y, tachán tachán, ¿qué es lo que ocurre? Que PP y Ciudadanos votan a favor. El Partido Popular se ha pasado la campaña taladrándonos el cerebro con los supuestos acuerdos de Sánchez con los herederos de ETA. Que si el sanchismo bilduetarra, que si los socialistas traidores a España, toda esa verborrea trumpista vacía y sin sentido y ahora resulta que también se toman sus cafés con los abertzales. Esta gente tortuosa y bronquista de la gaviota va a terminar por reventarnos la cabeza.

No es la primera vez que ocurre. PP y Bildu acostumbran a coincidir en iniciativas y propuestas legislativas. Concretamente, de los 22 proyectos de ley que se han debatido en lo que llevamos de legislatura, ambas fuerzas políticas han ido de la mano en el trámite parlamentario en al menos diez. Y no en materias de poca monta. Populares e indepes, votando a favor o absteniéndose, han confluido a la limón en leyes como la de gestión y patrimonio documental de Euskadi, la ley contra el dopaje en el deporte, la ley de igualdad de mujeres y hombres y la ley de empleo público. Además, el PP vasco ha apoyado dos proposiciones no de ley presentadas por esos a los que ellos llaman, despectivamente, batasunos. Y ambos han votado no a los presupuestos de Urkullu, consumando una magnífica pinza al lehendakari que ni hecha a propósito.

¿Quiere decir esto que en el Partido Popular son etarras, enemigos de España, pistoleros y cómplices de los asesinos? Ciertamente no. Hay que ser muy bipolar, o muy fanático, o ambas cosas a la vez, para pensar así. Los partidos constitucionales, y uno y otro lo son, se reúnen en el Parlamento, debaten, dialogan, sopesan pros y contras, y votan a favor o rechazan un borrador en función de si consideran que es positivo o negativo para sus paisanos. En democracia, es lo que toca. Pedro Sánchez no ha cometido más pecado o delito a lo largo de esta legislatura convulsa que ahora toca a su fin que hacer política. El Gobierno de coalición llevaba las leyes a las cámaras, las sometía a votación y cada grupo votaba lo que creía conveniente. Tal como hace el PP en el País Vasco. Ni más ni menos.

El presidente del Gobierno jamás se ha ido a cenar con Otegi, ni de pintxos y txikiteo con Txapote por las herriko tabernas de Bilbao, tal como insinúa el ayusismo rampante. Es más, siempre ha sido claro y rotundo a la hora de exigir a Bildu que complete hasta el final su evolución hacia la condena total de la violencia. Sin embargo, el Partido Popular ha visto cacho y filón y ha montado un enloquecido culebrón o psicodrama con todo este asunto. El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, ha definido el monumental montaje como “circo mediático”. Y va más allá al desvelar que “en Euskadi el PP no tiene remilgos a pactar con Otegi si con ello consigue obstaculizar o bloquear al gobierno vasco”. Qué calladito se lo tenían.

Sería imposible contabilizar las veces que ambas formaciones han votado en la misma dirección sobre una ley, pero sin duda esas votaciones, llamémoslas sincronizadas, son habituales, sistemáticas, más que frecuentes. Destacados dirigentes populares vascos están acostumbrados a dialogar con aquellos a los que llaman “herederos de ETA”. Y lo hacen por rutina parlamentaria o simplemente porque forma parte de la estrategia de acoso y derribo al PNV. Borja Sémper ya ha admitido que “está bien que Bildu esté en las instituciones, entre otras cosas porque lo ha dicho el Tribunal Constitucional”. Y hasta el bueno de Maroto se ha visto obligado a reconocer, en su etapa como alcalde de Vitoria, que “es necesario hablar entre todos”. “Yo lo hago en el ayuntamiento. Hablo con el PSE, con el PNV y hablo también con Bildu. Porque creo que excluir en este momento no está en la agenda”, añadió. Cuidado Javier, que por ahí se empieza y los ultras terminan colgándole a uno el sambenito de batasuno.

Por tanto, ¿tienen los prebostes del PP las manos manchadas de sangre, tal como espetó Pablo Casado en su día, solo por hacer política con Bildu en las instituciones vascas? Escuchando las cosas que dice Ayuso y viendo dónde la lideresa castiza ha colocado el listón en esta materia, habría serias dudas. La hipocresía del PP con el monotema vasco no tiene límites. Hasta las víctimas del terrorismo le han pedido a la presidenta madrileña y a Feijóo que por favor paren ya de manosear a los muertos de ETA para sus fines partidistas. De las derechas ibéricas podemos esperar casi cualquier cosa. Ayer mismo, PP y Vox votaron en contra de una directiva europea que busca evitar la explotación laboral y el trabajo infantil. ¿Se puede ser más miserable que eso? La razón que esgrimieron: creen que acabar con el esclavismo laboral en el siglo XXI puede perjudicar la competitividad de las empresas. Definitivamente, la deriva trumpista les ha llevado a un punto tan surrealista como delirante.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL COMPLOT

(Publicado en Diario16 el 1 de junio de 2023)

Corren rumores de que los barones del PSOE vuelven a las andadas para cargarse a Sánchez. Lo llevan entre ceja y ceja desde que el premier superó el golpe de mano que le dieron, ganó las primarias y recuperó la Secretaría General después de muerto. Aprovechando la coyuntura del descalabro en las municipales, el relato que toca ahora pasa por hacer ver a la militancia que García-Page tenía razón y que él estaba completamente equivocado. Equivocado cuando pactó el Gobierno de coalición con Pablo Iglesias; equivocado cuando trazó las líneas maestras de la “gobernabilidad variable” apoyándose en los independentistas de Bildu y Esquerra; equivocado por haber tratado de dar un volantazo a la izquierda al partido. ¿Veis como estábamos en lo cierto? ¿Os dais cuenta ahora de que demasiada izquierda podía atragantarnos? ¿Por qué no nos escuchasteis cuando aún estábamos a tiempo?, repiten una y otra vez. En público no son tan explícitos, pero en petit comité, en los pasillos de Ferraz y del Congreso, se lo susurran al oído a compañeros y allegados.  

García-Page, siempre ayudando en los peores momentos, se queja de que Sánchez no le llamó para felicitarlo por su victoria y acto seguido suelta una de sus perlas habituales al asegurar que muchos alcaldes y presidentes autonómicos “se han llevado una patada que no era para ellos” sino para el líder supremo. Para patada la que él quiere darle a Sánchez desde hace ya mucho tiempo. Para patada la que él lleva dentro, en el subconsciente, y que sueña con poder propinarle algún día al jefe. Ahora Page aparece como el gran triunfador frente a la derrota del sanchismo, otra mentira más alimentada desde ese PP que, cínicamente, alaba a Felipe González, a Joaquín Leguina, a Alfonso Guerra, en suma, al viejo socialismo que para ellos es el bueno frente al nuevo socialismo que consideran nefasto. Estos muchachos de la derechona son fantásticos. Dicen admirar al socialista del pasado que ya no puede hacerles daño electoral y vilipendian al de hoy, que amenaza sus privilegios de casta. Así quedan como tíos elegantes, finos y muy demócratas. Vomitivo.  

El mantra de los supuestos moderados del socialismo español (en realidad son de derechas también), de los patriarcas felipistas de la tribu, empieza a propalarse intensamente por los platós de televisión. Mientras las cosas iban bien estaban callados, cada cual a lo suyo en sus respectivos feudos y terruños. Pero ahora que llegan malos tiempos afloran las viejas rencillas, las cuentas pendientes y la ojeriza al patrón. Los que sueñan con un socialismo derechizado, un socialismo Armani para reconducirlo hacia el bipartidismo sumiso con los poderes fácticos y las élites, afilan las facas. ¿Qué es eso de echar a Ferrovial del país, de enemistarse con el grupo Prisa, de atacar a la patronal, al Íbex, a los poderosos? Intolerable. Ahora se trata de terminar de darle el toque de gracia al César, la estocada final, para que el tótem caiga definitivamente el 23J. Ya ha empezado a gestarse la clásica pinza diabólica formada por el sector liberalote del PSOE en permanente contacto con Génova 13, más la caverna mediática presta a infundir todo tipo de bulos, la parte voxizada de la judicatura, la banca y el empresariado, harto de subidas del salario mínimo interprofesional, de acuerdos con los sindicatos y de las monsergas de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. En su día, ya le hicieron la envolvente a Felipe y también a Zapatero. Son los métodos típicos de esta gente.

Poco a poco vamos teniendo noticias de que esa última conspiración, ese complot definitivo, está en marcha. Hoy mismo, JP Morgan se ha pronunciado sobre la situación económica en España al asegurar que el 23J ganará el PP, que se acelerará el crecimiento económico y que volverá la inversión extranjera. La victoria de Feijóo, según los señores del dinero de Wall Street, “sería positiva para la economía” y todos nadaremos en la abundancia. Estamos tan solo ante el pistoletazo de salida de lo que va a venir en estos dos meses de rabiosa caza al presidente. Por ahí arriba se ha dado orden de soltar a los perros y de ir a la yugular. No van a escatimar en nada y si hay que recurrir al juego sucio, lo harán. La ceremonia de sacrificio del sanchismo va a ser tan sangrienta que aquella macabra escena de Apocalypse Now en la que una tribu enardecida da muerte a un buey a machetazos va a parecer un juego de niños. Esto va camino de una explosión de furia como nunca antes se había visto. Rabia, bilis, linchamiento verbal contra un señor que podrá haber cometido sus errores, como todo gobernante y todo hijo de vecino, pero al que van a pintar como el Bin Laden de la política española. No habrá reglas ni fair play. Una auténtica carnicería, algo muy desagradable no ya para cualquier demócrata, sino para cualquier persona decente. Martínez-Almeida tenía ganas y ha entrado el primero al trapo: “Sánchez va a convertir la campaña en un lodazal”. Como si ellos no llevasen años soltando improperios y mugre contra los adversarios políticos. Lo llaman trumpismo, pero en el fondo no es más que el el cinismo de toda la vida.

Lo que están preparando promete ser vomitivo. La traca final del odio antisanchista. En ese contexto enrarecido y hostil se encuadra el discurso de ayer del presidente ante los parlamentarios socialistas. Fue la arenga del mariscal que sabe que la batalla contra el nuevo fascismo posmoderno está perdida pero pide a sus soldados que mueran luchando y con la cabeza bien alta. No fue el discurso de sangre, sudor y lágrimas de Winston Churchill, pero por momentos sonó emocionante. “¿Ortega Smith se parece a España? ¿Ayuso poniendo macetas en los balcones se parece a España? ¿Feijóo premiando con una maleta para que los jóvenes se vayan fuera de Galicia se parece a España? ¿Se parece a España Abascal cuando está en contra de que las mujeres aborten? España es mucho mejor que todo esto”. La política de la decencia contra el todo el vale; la civilización frente a la barbarie. Después de esas motivantes palabras, daban ganar de salir corriendo al colegio electoral más próximo y votar ya mismo.

Viñeta: Pedro Parrilla

FEIJÓO Y LA SECTA QANON

(Publicado en Diario16 el 1 de junio de 2023)

Después de unos días en parada técnica, para engrasar rodamientos y tornillos tras la aplastante victoria del domingo, la formidable y prodigiosa maquinaria propagandística de PP/Vox ha vuelto a ponerse otra vez en funcionamiento. Ha comenzado la campaña a las generales y el mantra que circula en esta ocasión es que Sánchez ha convocado elecciones en julio para dar el pucherazo final. Ahí queda esa boñiga.

El enésimo bulo debidamente escampado en las redes sociales por el ejército de boots de Santiago Abascal, y que los populares han comprado también sin pudor, no es nuevo. En los días previos a las municipales y autonómicas, Isabel Díaz Ayuso ya se encargó de darle cuerda a la falacia sobre el asunto de la compra de votos por correo, una mentira con las patas muy cortas pero que camina sola como un monstruito mecánico. “Sánchez se va a ir como llegó: con un intento de pucherazo”, dijo sin despeinarse. Ayer, la lideresa volvía a darle rienda suelta a la calumnia, a la infamia y a la trola, que es lo que mejor se le da (construir hospitales públicos no sabe, pero es experta en fabricar mundos alternativos lisérgicos). “Soy consciente de que no se puede haber convocado a peor traición unas elecciones, como ha hecho el presidente del Gobierno”, aseguró. Y agregó: “El fin es que la gente esté despistada, que esté desmovilizada, que falten interventores, apoderados, intentar a las bravas y a la desesperada llegar y cambiar las cosas”.

¿Hay razones para pensar que el sistema electoral español está manipulado o adulterado, tal como sugiere Ayuso arrojando una infame sombra de sospecha sin pruebas? Ninguna. Al contrario, nuestro modelo es de los más fiables del mundo. En cualquier democracia avanzada soltar semejante acusación sería motivo suficiente para que la Fiscalía abriera una investigación de oficio por imputación de falso delito. Pero aquí no, aquí vale todo, esto es España y la Justicia no está para estas cosas. Y así vamos, degradando la democracia cada día un poco más. Hoy, la lideresa castiza se levanta y pone en entredicho todo el sistema de votaciones y mañana quién sabe hasta dónde puede llegar. Ayuso tiene licencia total para mentir, insultar y falsear. Es inmune, goza de inviolabilidad dialéctica, está por encima de la ley, del bien y del mal.

La presidenta no es la única que enfanga, tristemente, el Estado de derecho. También lo hizo González Pons en medio de la pasada campaña electoral cuando saltó la noticia de que en Mojácar se habían detectado irregularidades, un caso que está bajo investigación. “Esto es una trama de compra de votos en España. Él mismo veranea en Mojácar”, vomitó alegremente acusando al presidente del Gobierno de estar detrás de la supuesta red. ¿En qué se basaba Pons para lanzar tan graves afirmaciones? En que el premier socialista había pasado unos días de vacaciones en la localidad almeriense. También habrá veraneado su señoría en Valencia alguna vez y no por eso se merece que lo relacionen con la trama Gürtel. Un poquito de sensatez, de humanidad y de decencia, hombre, que no todo vale. Cierto es que la campaña electoral trastorna muchas cabezas, que no pocos políticos de la derechona exaltada y carpetovetónica se ponen como las cabras locas, en plan niña del exorcista, escupiendo espumarajos y moco verde por la boca (el moco seguramente debe ser por contagio de Vox).  

Pero faltaba Alberto Núñez Feijóo, para quien convocar elecciones en julio es “un hecho sin precedentes en toda la historia de la democracia con el que Sánchez busca que los ciudadanos no puedan ir a votar”. Lo que no dice es que él también llevó a los gallegos a las urnas ese mismo mes. Qué pillín. El mandamás llegó a Madrid con fama de moderao y centrista, pero ha debido evolucionar, o quizá ya era así de serie. Poco a poco, espoleado por Ayuso, el gallego ha ido soltándose, perdiendo la vergüenza y relajándose en sus prácticas políticas. Hasta el punto de que ya compite de tú a tú con Abascal por ver quién es más ultra. Feijóo llegó timorato y calladito a la capital, modosito, pero Ayuso lo ha desvirgado políticamente, vamos que lo sacó de copas un par de noches para quitarle la tontería de la moderación, para que supiera lo que es la ácrata libertad madrileña sin límites, y el hombre se ha desmelenado. A día de hoy ya ha metido la ideología centrista en un cajón y le ha cogido el gustillo a decir burradas. Nadie puede pararlo.   

Aquí, pucherazo, lo que se dice pucherazo, lo dieron ellos con lo de Tamayo y Sáez. Aquello sí que fue un enjuague de verdad. Recuérdese cómo en 2003 dos diputados socialistas, con su abstención, traicionaron al PSOE, impidiendo que Rafael Simancas fuese elegido presidente de la Comunidad de Madrid y aupando a Espe Aguirre al poder por unas cuantas décadas. El trapicheo quedó como el tamayazo y ya para siempre.

Hace tiempo que el PP cruzó todos los límites de la ética, la decencia y la moral. Como se han echado al monte, cabalgando a galope tendido junto a los jinetes de Vox, ya les da igual ocho que ochenta. No tienen ningún listón deontológico. Son trabucaires capaces de cualquier cosa. Ahora han adoptado el manual del buen trumpista y están aplicándolo página a página y párrafo a párrafo. Hoy tocaba el capítulo Cómo acusar al rival político de pucherazo. La semana que viene llegará Cómo disfrazarse de idiota con cuernos de bisonte para asaltar el Capitolio, una lección complicada. Lógicamente, en la versión española del manual del buen trumpista se sustituye la indumentaria del indio sioux por el traje de luces de torero, que es más español, más nuestro, y el Capitolio por el Congreso de los Diputados. Están a un paso de lanzarse como hordas salvajes por la carrera de San Jerónimo al grito de Make Spain great again. Mira, mira, por ahí va Maroto con el tatuaje de Qanon y la barba de los Proud Boys.

Ilustración: Artsenal

EL FACTOR IRRACIONALIDAD

(Publicado en Diario16 el 31 de mayo de 2023)

Siguen los politólogos tratando de entender lo que ocurrió el pasado domingo electoral. Desentrañar el descalabro de la izquierda y el tsunami reaccionario se ha convertido en un asunto que ni el misterio de la Santísima Trinidad. Nadie acierta a dar con la tecla, todo son especulaciones y se lanzan explicaciones variopintas sobre la polarización, la situación internacional, el trasvase de voto de un partido a otro, los errores de campaña, la desmovilización, la compleja ley electoral española (que es verdad que es un sudoku) y otras teorías que probablemente quedarán en el limbo porque esto de la política no es una ciencia exacta como la matemática y nadie tiene la piedra de Rosetta.

Sin embargo, quizá haya un factor importante que estamos pasando por alto y sobre el que sería preciso situar el foco del problema: el componente de irracionalidad siempre presente en la neurotizada sociedad de consumo. ¿Cómo explicar que una misma persona acuda al colegio electoral con la papeleta del PP en la mano derecha (para meterla en la urna de las autonómicas) y la del PSOE en la izquierda (para echarla en la caja translúcida de las municipales)? Ese drama solo tiene una explicación. El votante de 2023 se ha transformado radicalmente, ya no es aquel ciudadano del siglo XX que transitaba por un tiempo y una democracia con valores, con principios, con lógica y coherencia. El personal de hoy, fundido como está con la posmodernidad (confundido habría que decir más bien), ya no cree en nada más que en su bienestar personal. Es un individuo hater por contagio con las nefastas redes sociales, individualista y egocéntrico, infantilizado y miedoso a perder sus privilegios. Un ser proclive a tragarse cualquier bulo siempre que sea excitante y divertido. El placer ha sustituido a la conciencia social, el recreo frívolo a la democracia (que debería ser una cosa muy seria), y la libertad se reduce a tomarse una buena caña en la Plaza Mayor.

En ese contexto diabólico en el que nos encontramos (ya digo que por efecto de la tóxica posmodernidad), los parámetros clásicos de la política de antes dejan de funcionar. Han saltado por los aires. Es como tratar de jugar al tenis con las reglas del bádminton. O como meter a un terrícola acostumbrado a su espacio/tiempo en un planeta cuántico con 26 dimensiones. Póngase usted a explicarle al votante contemporáneo las ratios de la Sanidad, las tablas del IPC y las cifras de crecimiento económico o PIB. Le revienta la cabeza. Peta. No lo entiende. Se aburrirá y se largará con el charlatán de turno que le da la marcha y el cachondeo que le está pidiendo el cuerpo, mayormente el desalmado (barra a) sin escrúpulos capaz de decir aquello de que “ETA está viva” o “Que te vote Txapote”. Cuanto más show más votos; cuanto más esperpento más carcajadas, más comedia, más parranda y jarana. Y si hay que construir un universo paralelo o mundo al revés se construye y a otra cosa. En ese escenario, todo aquel que quiera mantener un debate sesudo y empírico está irremediablemente perdido. Quien pretenda plantear la batalla desde la razón, la congruencia y los viejos axiomas e ideologías, está abocado a una humillante derrota. La irracionalidad es el nuevo paradigma y quien no se adapte a ese cuadrilátero perecerá sin remedio.  

Hace algún tiempo, el casi siempre lúcido y atinado Íñigo Errejón puso un tuit algo oscuro (hasta él tiene un mal día). “La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura”. ¿Qué pretendía con semejante acertijo que ni él mismo entendía? ¿Que le diera un parraque al votante de izquierdas? La realidad de hoy es compleja, pero a menudo las cosas son más fáciles que todo eso. Los farragosos sondeos demoscópicos, las encuestas, las estrategias y tácticas políticas fracasan sencillamente porque el individuo posmoderno de la decadente democracia liberal es un ente insondable, inasible, voluble, y se mueve a impulsos. Le tira del ala la política (ya no cree en izquierdas y derechas, es más, los odia a todos) y considera la democracia como un entretenimiento, a veces divertido, por momentos tedioso. Y cuidado, este mal no solo es español, afecta a todo el bloque occidental, que ha llegado a un punto crítico de no retorno en el deterioro moral y ético.

Marc Giró, el ingenioso periodista español especializado en moda y estilo, acierta de pleno cuando aporta su peculiar interpretación de este convulso 28M. “Mientras te tragas el tocho de los cojones de El capital, más el teatro de Bertolt Brecht y Simon de Beauvoir, ya te ha metido la polla por el culo la ultraderecha con el una, grande y libre, todos los maricones al paredón y las mujeres a fregar suelos”. No se puede explicar mejor ni con más economía literaria el lento y progresivo proceso de degeneración de las sociedades actuales.

Si no podemos comprender el mundo de hoy, ¿cómo vamos a racionalizar la política, que es lo más irracional que existe? Por tanto, la pregunta no es si ha acertado Pedro Sánchez personalizando en su figura la campaña electoral y apostando por un programa en positivo con exposición de las cosas buenas que ha hecho el Gobierno de coalición (más otras ofertas y promesas de última hora) frente a los bulos e insultos de la extrema derecha. La clave de este embrollo es que el bueno de Pedro estaba jugando al limpio y decente baloncesto, que tanto le gusta, mientras sus rivales y adversarios jugaban a otra cosa: mayormente al patadón y tentetieso del rugby. Ahora que empieza a verlo claro, tras el batacazo municipal, parece que el presidente se dispone a reaccionar, quitándose el viejo traje analógico para ponerse el de posmodernista del siglo XXI. Preparémonos pues para un PSOE con mucha Guerra Civil y Franco, mucha vuelta a las mentiras del PP sobre Irak y mucho ácido corrosivo como el “que vienen los fachas”. Un emocionante baño de bilis. ¿Conseguirá conectar el 23J? Imposible saberlo. Depende de cómo ande el personal, ese día, de dosis de irracionalidad.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

JAQUE A SÁNCHEZ


(Publicado en Diario16 el 30 de mayo de 2023)

Andan los tertulianos, analistas y sesudos de la cosa tratando de explicar el batacazo de la izquierda el 28M. ¿Quién es el culpable de la hecatombe? Sánchez, Sánchez, seguro que ha sido Sánchez, dicen. Y le señalan con el dedo índice, pontificando a toro pasado, haciéndose los listos y jugando a caballo ganador. Los mismos que alababan al presidente por haberse echado la campaña electoral a sus espaldas le afean ahora que la haya personalizado dándose un atracón de ego. Los mismos que esos días previos le aplaudían por haber planteado una estrategia electoral en positivo, sensata y decente, huyendo de las burradas de Ayuso sobre ETA y Bildu, le echan ahora en cara que haya opacado a los cabezas de cartel en cada comunidad autónoma, o sea los Ximo Puig, Lambán, Fernández Vara, Page y compañía. Hasta le critican que haya prometido Interrail para los jóvenes y bono cultural a los jubilados. Ellos, los todólogos, siempre aciertan.

Sorprende que la barahúnda mediática, toda esa soldadesca de tertulianos mañaneros tanto de derechas como de izquierdas (si es que queda alguno de verdad), coincida ahora en que el responsable del fiasco ha sido única y exclusivamente Sánchez por haberse puesto al frente de la campaña electoral. Se olvidan de que Podemos se ha hundido estrepitosamente hasta desaparecer del mapa político autonómico. Obvian que, a pocas semanas para la decisiva cita con las urnas, Pablo Iglesias entró en un absurdo y salvaje navajeo cainita con Yolanda Díaz y su plataforma Sumar. Callan como tumbas cuando miran el recuento y ven que el PSOE, aunque pierde poder autonómico por el desplome podemita, solo se ha dejado un punto en la gatera y mantiene casi intacto su caudal electoral. De hecho, esa victoria tan arrolladora de Feijóo que pintan todos los medios de comunicación, sin duda fascinados por la contundencia del PP, se reduce a que ha sacado tres pírricos puntos de distancia a los socialistas, algo que ya preveían muchas encuestas, aunque por supuesto no la de Tezanos.

A Sánchez se le reprocha que haya convertido la campaña electoral en una especie de gran bazar o subasta de baratillo con promesas electorales sobre Sanidad, vivienda y gasto social para las clases trabajadoras. Como si explicar el programa de futuro del partido fuese contrario a la política. Al revés, siempre creímos que la política honrada y digna debería ser precisamente eso, debatir sobre contenidos, sobre propuestas, sobre proyectos para los ciudadanos, y no entrar en el barro ayusista, en el cuerpo a cuerpo descerebrado y en el tú más. Pero por lo visto no. El mundo de hoy pertenece a los retóricos, a los sofistas, a esa caterva de discípulos trumpistas expertos en construir realidades alternativas, universos distópicos, la posverdad.  

Todos estos avezados tertulianos que no se equivocan nunca y que se ponen estupendos analizan muy bien la guerra cuando la guerra ya ha terminado, cayendo en lo fácil. No se puede negar que en un amplio sector de la sociedad de este país se le ha cogido tirria, manía, ojeriza, al premier socialista. La animadversión viene de los peores años de la pandemia, cuando el presidente se puso en manos de la ciencia y confinó al pueblo porque se lo decía Fernando Simón. Muchos españoles, incluso gente que le había votado, nunca olvidarán cuando los dejaron encerrados en sus casas sin poder bajar a la calle a comprar el pan. Y no se lo han perdonado. En realidad, la gestión de la crisis sanitaria se llevó a cabo siguiendo las más elementales reglas del sentido común. Cualquiera en el pellejo de Sánchez, y que no estuviese loco, habría hecho lo que le aconsejaban los virólogos. Cuando uno va al médico y le advierte de que, o toma la medicina o puede estirar la pata, lo hace y punto. Más tarde llegó la guerra de Ucrania, la crisis energética, las sandías a cincuenta euros y el descontento social. Otra calamidad imprevista. El milagro es que, con tantos contratiempos y desastres, con todo el arsenal periodístico de las derechas al servicio de un solo objetivo, derrocar a Sánchez, el Gobierno de coalición haya durado tanto.

El odio al presidente, en cierta manera un odio irracional, visceral, franquista, se ha ido incubando desde el mismo momento en que llegó a la Moncloa. Las derechas siempre lo consideraron un líder ilegítimo por haber descabalgado a Rajoy en aquella histórica moción de censura para depurar la corrupción. Y a partir de ahí no han parado en la maniobra de acoso y derribo. Durante todos estos años, la caverna ha sabido fabricar el personaje del coco, alguien que unas veces era un radical bolivariano, otras un indepe traidor y siempre un señorito al que le gustaba coger el Falcon hasta para ir a mear. Toda esa bilis del populacho es la que ha sabido agitar este 28M, con la precisión de un químico loco, el binomio PP/Vox. Crearon el cuento del sanchismo (que no existe, en realidad es un mito, una leyenda, un bulo más) y mucha gente se ha tragado la fábula en unas elecciones en las que se debería haber hablado sobre los problemas municipales de cada pueblo o ciudad pero que las derechas, hábilmente, todo hay que decirlo, supieron convertir en un plebiscito contra el intruso, contra el bilduetarra, contra el okupa que venía a tocarles el cortijo. Cuando la prodigiosa y formidable maquinaria de propaganda del PP se pone en marcha para arruinar la reputación de alguien, nada ni nadie puede pararla. Son implacables. Insaciables. Caníbales y letales. Dan mucho miedo estos falsos demócratas.

No seremos nosotros quienes salgamos aquí, a estas alturas, a defender al presidente del Gobierno. Todos llevamos dentro un lado oscuro y quienes le tratan advierten de que no conocemos bien al personaje. “Nos ha utilizado a todos los que hemos estado a su alrededor. Somos un clínex para él, nos usa y nos tira”, se queja, tal que hoy mismo, Andoni Ortuzar. El peneuvista descarta cualquier tipo de posibilidad de pacto con la derecha española, pero aconseja al presidente que en el futuro haga una cura de humildad y empatía con los que han sido sus socios. Sánchez ha cometido errores, como todo hijo de vecino, y tendrá que dar cuenta de ellos en las urnas, como ocurre en cualquier Estado de derecho. Pero cuidado, que la izquierda no se ha movilizado el 28M y puede hacerlo el 23J.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL BIFACHITO

(Publicado en Diario16 el 30 de mayo de 2023)

El adelanto electoral del 23J, el último as de bastos que Sánchez tenía guardado en la manga tras el batacazo en las municipales y autonómicas, ha cogido desprevenido al PP. Feijóo no se lo esperaba. Ayer andaba por Génova, pero no tenía previsto hacer declaración alguna hasta hoy martes. Así que cuando vio a Sánchez en la televisión, resucitando entre sus cenizas y declarando la batalla definitiva para el próximo verano, el mandamás gallego se vio obligado a cambiar el guion, a improvisar otro relato sobre la marcha y a comparecer él también. “Mejor cuanto antes”, dijo al respecto del adelanto electoral, y acto seguido advirtió a sus parroquianos de que el sanchismo no ha sido vencido todavía. Esa frase tan expresiva como prudente fue un reconocimiento implícito de que el PP no las tiene todas consigo de cara a las generales. O lo que es lo mismo: hay partido.

El 28M ha sido un serio toque de atención para la izquierda española enfrascada en sus luchas intestinas, pero como elecciones locales que son, tan solo suponen una proyección especulativa y aproximada de lo que podría ocurrir en las generales. Lo que pase el 23J no tiene por qué ser necesariamente un calco de lo que pasó el domingo. Nadie vota lo mismo cuando el candidato es su alcalde que un senador al que no conoce de nada, así que cualquier comparación es pura trampa. Dicho lo cual, según El País, que ha analizado los datos, de celebrarse hoy las generales el PP sería el partido con más escaños en el Congreso (143 diputados, 54 más que ahora). Ese cosechón lo obtendría a costa de Ciudadanos, que perdería a sus diez representantes, desapareciendo del hemiciclo, y de Vox, que vería esfumarse 37 parlamentarios (pasando de 52 a 15).

El partido de Santiago Abascal tiene motivos para estar alerta. Solo un 7 por ciento del electorado lo ha votado esta vez, frente al 15 por ciento de las generales de 2019. De modo que a la hora de formarse un gobierno de derechas PP/Vox, la suma de ambas fuerzas (158 escaños) no daría para la mayoría absoluta (176), según el periódico de Prisa. En concreto, a ese hipotético bifachito le faltarían 18 diputados para poder investir a Feijóo como presidente del Gobierno de España. Vaya por dios, qué faena. Obviamente, con las cosas que ambos partidos vienen diciendo de los nacionalismos periféricos, sobre todo de vascos y catalanes, no esperarán ahora que el PNV acepte un pacto de gobernabilidad con ellos (Ayuso incluso ha llegado a calificar de xenófobos a los peneuvistas). De tragar con ese acuerdo, el bueno de Aitor Esteban tendría que hacer las maletas y volverse para Bilbao, ya que habría cavado la tumba del partido fundado por Sabino Arana.

No obstante, conociendo cómo se las gastan los populares, la demagogia a calzón quitado con la que se manejan y la falta de coherencia política de la que hacen gala (hoy dicen esto, mañana lo contrario), nada nos extrañaría que terminaran llamando a la puerta de todos aquellos partidos a los que han estado humillando y vilipendiando desde la oposición, como Junts, Esquerra o incluso Bildu, para pedirles los apoyos necesarios con el fin de investir a Feijóo. No se crean, tienen jeta para eso y para mucho más. Recuérdese que en el PP se han pasado la legislatura acusando a Sánchez de “traidor” y “felón” por negociar con los que quieren romper España pese a que Aznar, en su día, fue investido presidente gracias al Pacto del Majestic con Pujol. Y que no han dejado de taladrarnos la cabeza con la matraca de que el PSOE ha claudicado ante ETA cuando el propio Josemari acercó presos, negoció con la banda y llamó movimiento de liberación nacional a los etarras.

Ayer, Otegi ya le dejó meridianamente claro a Feijóo que la izquierda abertzale siempre estará en contra del fascismo español, así que por ahí los populares lo tienen crudo. De los puigdemontistas solo cabe esperar una hermosa butifarra o peineta por todo lo que pasó con el procés y lo mismo se puede decir de Rufián. Ningún nacionalista –sea gallego, valenciano o turolense–, le daría el sí a Feijóo ni por todo el oro del mundo ni por todas las competencias e inversiones transferidas. El PP se apestó a sí mismo cuando se acercó a Vox en regiones como Madrid, Castilla-León, Andalucía y Murcia y ahora nadie quiere saber nada de la gaviota transformada en aguilucho o pollo. Es lo que tiene dejar de ser un partido de Estado para convertirse en un partido antisistema. 

Por tanto, ¿dónde piensa recabar Feijóo los 18 diputados que le faltan para lograr la mayoría absoluta en el Congreso? Ciudadanos ya es historia, así que no estará Inés Arrimadas para hacer de elegante muleta. Podemos, desde luego, ni de coña. Errejón nasti de plasti. Y alguna pequeña formación regionalista pudiera ser, pero es difícil. Al Partido Popular no lo quieren ni en el Grupo Mixto, donde están los supuestos francotiradores que van por libre, y ni recurriendo a los ujieres de las Cortes les da para formar gobierno. Hoy por hoy, el PP no tiene aliados en el Parlamento más allá de algún que otro tránsfuga, así que lo que no consiga por su cuenta nadie se lo va a regalar. Esa es la gran tragedia de Feijóo, que ha unido su destino, ya para siempre, al de la extrema derecha. O logra la mayoría absoluta él solito o con la ayuda de los voxistas o a tomar viento, como suele decirse coloquialmente. A declinar la formación de Gobierno ante el rey, como hizo en su día Rajoy. A otra cosa y que pase el siguiente, que bien podría ser Sánchez otra vez. Ese sería un gran capricho del destino: que Feijóo ganara las generales, que no pudiera gobernar y que el turno pasara de nuevo al presidente socialista con su probada habilidad para tejer alianzas mediante la “gobernabilidad variable”, en este caso sustituyendo a la moribunda Podemos por la revitalizada Sumar, la plataforma de Yolanda Díaz. Por todo eso advierte el dirigente popular, a sus huestes, que “el sanchismo no está derogado”. Por eso se conduce con pies de plomo y con toda la prudencia del mundo al vender la piel del oso antes de matarlo. Porque ve a Sánchez como el Cid Campeador. Alguien que puede ganar la batalla incluso después de muerto.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL TRIUNFO DE LA ANTIPOLÍTICA

(Publicado en Dairio16 el 29 de mayo de 2023)

El triunfo arrollador de las derechas en las elecciones locales del 28M tiene una primera y fundamental lectura: ha ganado la antipolítica. Ha sido una de las campañas electorales más sucias que se recuerdan. PP y Vox han logrado convertir unos comicios regionales y municipales en una primera vuelta de las generales, casi en un plebiscito contra el sanchismo. Para ello no han dudado en trasladar la sensación de que España es un país rebosante de violadores excarcelados por Podemos, en resucitar el terrorismo ya derrotado (“ETA está viva”, llegó a decir Ayuso), en montar un escándalo mundial con las listas de Bildu y en propalar bulos sobre la limpieza del proceso electoral, convirtiendo episodios puntuales sobre compra de votos en Melilla y otras pequeñas localidades en una realidad general de todo el país. De esta manera, se transmitía a la sociedad la sensación de que el PSOE practica el pucherazo a gran escala. En definitiva, PP y Vox se propusieron construir una realidad alternativa paralela. Y a la vista de los resultados en las urnas, lo han conseguido. 

La mayoría de los españoles han comprado el discurso trumpizado de los populares y, en buena medida, los delirios posfranquistas de Santiago Abascal y los suyos. ¿Tenía razones suficientes el pueblo para obsequiar a Sánchez con un varapalo tan doloroso y cruel? Probablemente no. El país crece económicamente (a la cabeza de los países europeos), el paro mejora, hemos salido de la pandemia con un más que decente escudo social (ERTES, prestaciones y ayudas energéticas), han subido los salarios y hay paz social. España no estaba tan mal como para sufrir este vuelco político imprevisto, este terremoto o tsunami ultraconservador. Tampoco los diferentes gobiernos regionales de izquierda merecían semejante correctivo. En una de las comunidades autónomas marcadas por el hundimiento de la izquierda como es Valencia, Ximo Puig había articulado un gabinete autonómico, el Pacto del Botánic con Compromís y Podemos, más que eficaz. Se había regenerado notablemente la vida pública valenciana, carcomida por el cáncer de la corrupción del PP desde los tiempos de Zaplana; se habían frenado las salvajes privatizaciones de la Sanidad pública, recuperándose hospitales en manos de los especuladores; y se respiraba un ambiente de cierta decencia tras décadas de nepotismo clientelar institucionalizado y de capitalismo de amiguetes instaurado por el zaplanismo. Nadie en Valencia era capaz de imaginarse el descalabro de ayer. Y sin embargo se ha producido, hasta tal punto que aquella comunidad levantina se acostó roja, feminista y ecologeta y se ha levantado con un más que probable vicepresidente ultraderechista en la poltrona. Es incomprensible y a esta hora ni los analistas y politólogos más avezados son capaces de explicar tan extraño fenómeno.

En las locales del 95, cuando el felipismo se descomponía por minutos víctima de la corrupción y la falta de apoyos parlamentarios, era lógico pensar en un cambio, en un golpe de timón que se vio confirmado después con la mayoría lograda por Aznar en el 96 (recuérdese que el líder popular no obtuvo la absoluta y fue investido con el apoyo de los nacionalistas de CiU, o sea el Pacto del Majestic, más PNV y Coalición Canaria). Había motivos, razones, causas. No es el caso de la España de 2023. Por tanto, el resultado de la histórica jornada electoral de ayer viene condicionado por factores exógenos que poco o nada tienen que ver con la gestión, con los números, con la administración municipal del día a día y la calidad de vida que llevan valencianos, aragoneses, extremeños y andaluces, por citar algunos originarios de regiones donde se ha producido el sorprendente tsunami azul, casi un chapapote tan arrollador como inexplicable.

No cabe duda de que las derechas ganan estas elecciones no por degradación política o por la mala situación económica, que no es tan grave, sino porque han sido hábiles a la hora de colocar su marco referencial ficticio, su pesadilla irreal, su mundo al revés. Armados con una propaganda goebelsiana debidamente tuneada (aquello de repetir mil veces una mentira hasta convertirla en verdad) y de una poderosísima maquinaria electoral de la que no dispone ningún otro partido en este país, han logrado transmitir la sensación de que los encapuchados de ETA dormían en Moncloa cada noche. Durante semanas, quizá meses, han venido repitiendo, una y otra vez, el mantra de que Sánchez se ha vendido a los batasunos, de modo que era preciso echar al okupa sí o sí. Y de esta manera, con un discurso trumpista que por momentos rozó el odio, con juego sucio y prácticas antidemocráticas, removiendo vísceras, bilis y muertos, han movilizado a mucho ciudadano de buena fe que no es radical ni facha, pero al que se le revuelven las tripas cuando oye hablar de Bildu. Así es como el PP hereda el tesoro electoral del finado Ciudadanos, que no es poco, más un puñado de voxistas que han apostado por el voto útil y unos cuantos socialistas hartos ya de que les llamen proetarras.

En estas elecciones tocaba hablar de Sanidad, de parques y jardines para hacer frente al cambio climático, de dignificar las residencias de mayores. Sin embargo, se ha hablado de ETA, que no venía a cuento. Anoche, durante el acto triunfal en el balcón de Génova, sonrojaba ver a la niña Ayuso gritando “libertad, libertad”, cuando aquí, en este país, la libertad solo ha estado amenazada por el golpismo militar que ellos todavía no han condenado. Resulta espeluznante comprobar cómo un partido puede anestesiar a una sociedad a fuerza de falsos bebedizos ideológicos, bulos y montajes. Pero así es el mundo que hemos construido, así es este siglo XXI caótico, conspiranoico y desinformado al que hemos llegado cuyo único y principal valor ético y moral es aplastar al competidor con el todo vale. Incluso haciendo política a golpe de antipolítica.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL 28M

(Publicado en Diario16 el 28 de mayo de 2023)

Las elecciones municipales y autonómicas son un serio toque de atención para las izquierdas, mayormente para Unidas Podemos. Todo apunta a que este país camina hacia un cambio de ciclo conservador que podría certificarse en las generales de final de año. El Partido Popular sube ocho puntos en intención de votos, el PSOE pierde uno. En enero, Feijóo podría ser presidente y el Gobierno de coalición cosa del pasado. La conclusión que se extrae tras el 28M es que el PSOE aguanta, pero su socio y principal aliado no. Por contra, en el bloque de la derecha el PP va como un tiro y Vox avanza en no pocas ciudades y pueblos (también en asambleas regionales). Ha sido una dentellada fuerte al sanchismo.

El 51,4 por ciento de participación a las seis de la tarde no auguraba nada bueno para el bloque progresista. Y los peores vaticinios se han cumplido. Pedro Sánchez, echándose la campaña a sus espaldas, no ha conseguido movilizar a la izquierda y Unidas Podemos ha perdido fuelle de forma alarmante. A primera hora de la tarde, tras el cierre de los colegios electorales, en Ferraz consideraban un grandísimo resultado si solo perdían La Rioja y Aragón. Sin embargo, la noche fue a peor. Casi toda Andalucía bajo el poder de Moreno Bonilla; el Pacto del Botánic en Valencia herido de muerte; y lo de Madrid, donde Ayuso y Almeida arrasan, el rejonazo final. Allí, en la Meseta, Unidas Podemos hace ya tiempo que pinta más bien poco. Es cierto que Más Madrid se asienta como alternativa en una última bocanada progresista, pero el tsunami azul popular (tanto en su corriente ayusista como feijoísta) ha sido tremendo. Podemos luchaba a última hora, a duras penas, por superar la barrera del cinco por ciento de los votos que da derecho a entrar en la Cámara Legislativa autonómica. No lo logró. Al mismo tiempo, en el consistorio municipal desaparecían como borrados del mapa. Elocuente.

La jornada fue también agónica en la Comunidad Valenciana, donde el PP va a gobernar con la muleta de Vox, dando un vuelco en las Corts y acabando con el Pacto del Botánic. Ximo Puig mejora resultados, crece la extrema derecha y Baldoví aguanta el tipo con Compromís, pero una vez más Unidas Podemos no da la talla y se evapora. Está claro que Puig ha arrastrado voto morado, aunque no le dará para gobernar. El PSPV valenciano engorda para morir por culpa del descalabro podemita. Mientras tanto, en el Ayuntamiento de la capital del Turia, Podemos ni aparece en el marcador definitivo y el alcalde Ribó pierde el bastón de mando. Ha sido un auténtico terremoto político y un jarro de agua fría que ni el más pesimista votante de izquierdas se esperaba.

Pero el ejemplo paradigmático de los malos resultados para Unidas Podemos, y en general para la izquierda española, ha sido Andalucía, el tradicional santuario socialista que ya ha dejado de serlo. Entrada la noche, en el PSOE lloraban la pérdida de Sevilla. En tierras andaluzas las refriegas, divisiones internas y luchas cainitas entre las diferentes confluencias podemitas han terminado, tal como se preveía, en hecatombe electoral. El Partido Popular gana en todas las capitales andaluzas, consumándose el hundimiento de la izquierda. Tampoco las fuerzas moradas lograron taponar esa sangría al quedar por debajo de la maldita barrera del cinco por ciento. Hasta Cádiz, el gran feudo obrero, cae en manos del PP, con los socialistas por detrás y el partido de Kichi claramente derrotado.

Pero hay más. En Castilla La Mancha, Page rezaba a última hora de la noche para mantener el poder, mientras que Podemos ni estaba ni se le esperaba, tal como ocurre en el resto del Estado español. En Extremadura, Vox sorpasa a los morados en escaños a la asamblea autonómica (ver para creer en una tierra que siempre fue de izquierdas) y en Asturias, un granero socialista de toda la vida, la guerra entre familias podemitas ha terminado pasando factura, otro desastre que se veía venir (obtienen un triste diputado regional, pierden tres). Solo Barcelona, con el casi empate técnico entre los comunes de Ada Colau y el PSC, consuela un tanto a la llamada izquierda a la izquierda del PSOE de una noche tan amarga y triste.

Visto lo cual, cabe preguntarse: ¿cuántos resultados deprimentes más necesitan los dirigentes de Unidas Podemos, o sea las Montero, Belarra y Verstrynge, para asumir que el invento ya no funciona? ¿Cuántos augurios funestos más necesitan los dirigentes de esa fuerza política para entender que, de seguir por el camino de la soberbia y el sectarismo, las próximas elecciones generales acabarán como cuatro amigos relegados al gallinero de las Cortes? ¿Va a seguir Pablo Iglesias instalado en esa especie de nostalgia de los tiempos pasados, cuando Podemos era llevado a toda vela por el viento del pueblo indignado y cosechaba 75 diputados al Congreso de los Diputados? O recapacitan y aceptan de una vez por todas que la única figura que puede actuar como catalizador o revulsivo es Yolanda Díaz o llevan a toda la izquierda española a la derrota final. O se dejan de peleas de parvulario o se acabó y terminan como Ciudadanos, en un rincón de la historia.

El 28M debería servir para que mañana mismo se sentaran todos a firmar una candidatura única bajo el paraguas de Sumar, la plataforma transversal que trata de impulsar la ministra de Trabajo. No parece que el proyecto pueda frenar ya el tsunami pepero que estamos viviendo. Vamos tarde. España se está ultraderechizando a marchas forzadas en medio de un contexto de incertidumbre mundial por la crisis y la guerra en Ucrania sin que nada ni nadie pueda detener el proceso. Ha ocurrido en Polonia, en Hungría, en Italia. Y puede ocurrir también en Francia y España. Pero al menos Podemos tendría que intentar esa coalición fraternal que insuflara un nueva esperanza e ilusiones renovadas.

No cabe duda de que el sanchismo vive horas bajas. Sin embargo, la avería más grave para la izquierda está en el pinchazo de Podemos en no pocas comunidades autónomas y ayuntamientos, donde sufren una hemorragia de votos y pierden claramente poder. Se temía que la barrera del 5 por ciento destrozara a Podemos y las negras previsiones se han cumplido. Si no superaban ese listón, el PP se daría un buen festín con el sobrante, como así ha sido finalmente. ¿A dónde ha ido el voto morado desencantado? Habrá que estudiar el fenómeno. Quizá la mayoría se haya quedado en casa, desafecta y frustrada por una nueva promesa que no ha terminado de cuajar; otros, los menos, vuelven al redil del PSOE; y alguno que otro rebotado con las políticas del Gobierno de coalición a lo peor ha virado radicalmente en lo ideológico, votando a Vox, que se afianza y crece en territorios tanto a escala regional como municipal. Sin duda, el partido de Santiago Abascal va a darle ayuntamientos y gobiernos regionales a los populares. Ultras apoyando a la derecha clásica. Otra mala noticia para la democracia.

Podemos llegó a la vida política para acabar con el bipartidismo y el régimen del 78. No solo no lo ha conseguido, sino que su paso por el Gobierno central (pese a las innegables mejoras alcanzadas en derechos sociales) no ha convencido al pueblo y el experimento fallido ha terminado por dar alas a la derecha y a la extrema derecha, que sorprendentemente sigue subiendo como la espuma. España se lepeniza. Podemos se convierte en el espejo de una izquierda que pudo ser y no fue. 

Ilustración: Artsenal