(Publicado en Diario16 el 24 de mayo de 2023)
Ayuso es más peligrosa que una caja de bombas. La han dejado a su aire, en plan verso suelto, y a fuerza de burradas y crispación está a un paso de reventar España. Ganará las elecciones por mayoría absoluta porque hay mucho hooligan que le compra los disparates, pero pronto no quedará nada que gobernar. Todo será tierra quemada. Ayer dio un paso más en su estrategia del todo vale con tal de revalidar el poder. De la autora del “ETA sigue viva”, pasamos al “PNV es racista”, otra ocurrencia de la iluminada. Ningún país puede soportar tanta tensión.
Alguien, seguramente MAR (ella sola nunca hubiese llegado tan lejos porque no tiene formación política, ni talento, ni talla intelectual) le ha debido decir a la señora presidenta que pruebe a resucitar el espectro de Sabino Arana, a ver qué pasa en las urnas el 28M. Seguramente Ayuso ni siquiera sabe quién era ese señor, pero como repite como un papagayo lo que le dicta el asesor, allá que se tiró ella, de cabeza a la piscina sin agua. Así que todos los peneuvistas son xenófobos. Cualquiera que haya leído algo del tema sabe que Arana consideraba a los españoles como maquetos, una raza corrupta, inmoral y degenerada muy inferior a la vasca. El problema es que aquel partido de 1895 ha evolucionado radicalmente, saliendo del aislamiento de las montañas y el caserío y abriéndose al mundo del siglo XXI, de tal manera que ya no se parece en casi nada a la fuerza política que fue. No hay más que escuchar a Aitor Esteban en sus brillantes parlamentos en el Congreso de los Diputados para entender que ahí no hay un peligroso racista, sino todo lo contrario, la quintaesencia del demócrata de verdad.
Paradójicamente, Ayuso ve supremacistas en el PNV, que están en una tierra lejana que ella ni vive ni entiende, pero no los ve en Vox, con los que se toma las cañas en Puerta del Sol cada día. Y eso, como es lógico, ha escocido en Ajuria Enea. “No sé quién le ha dicho que va a sacar más votos en Madrid metiéndose con lo vasco y con los partidos vascos, y ha cogido como doble eje de campaña zumbar a Bildu y zumbarnos a nosotros”, se lamentaba ayer el dirigente del PNV Andoni Ortuzar.
Alguien debería darle algunas lecciones de historia contemporánea de España a Isabel Díaz Ayuso. Mayormente para que la lideresa castiza aprendiera que sin Cataluña y el País Vasco España es inviable, un ente fallido, un imposible. Basta echar un vistazo a lo que ocurrió aquí desde la segunda mitad del siglo XIX hasta 1939, un período oscuro en el que el centralismo borbónico quiso apagar, a sangre y fuego, los movimientos regionalistas identitarios y periféricos. La cuestión no resuelta de las nacionalidades históricas acabó enquistándose, convirtiéndose en uno de los grandes males de la nación y, con el tiempo, en uno de los factores desencadenantes del fracaso de la Segunda República y del estallido de la Guerra Civil. Hubo que esperar a la Constitución del 78 –que supuso, entre otras cosas, la integración del nacionalismo en nuestro sistema democrático– para que los españoles consiguieran superar aquellas viejas rencillas regionales que se remontaban a los tiempos ancestrales de las guerras carlistas y aún más allá.
Desde la Transición, el nacionalismo vasco y el catalán han contribuido decisivamente a la estabilidad y gobernabilidad del Estado, alcanzándose así el mayor período de paz y prosperidad de nuestra historia. De alguna manera, la Carta Magna dio con la clave para, mediante la aprobación de los Estatutos de Autonomía, la descentralización y el traspaso de competencias, avanzar hacia un modelo territorial que tiene mucho de cuasifederal. La carpintería constitucional funcionó y se ha mantenido firme y en pie, con sus momentos de bajones y crisis, hasta nuestros días. Tanto el PSOE como el PP pactaron con txapelas y barretinas, por mucho que Aznar se haya olvidado ya de cuando él mismo transfería cupos y pesetes a vascos y catalanes, respectivamente, a cambio de cuatro años más en la Moncloa. Esas cuatro décadas de bipartidismo, apuntalado desde Vitoria por los sucesivos lehendakaris y desde Barcelona mayormente por Jordi Pujol, fueron una historia de éxito. Hasta tal punto funcionó el invento que España no sería lo que es sin el PNV y sin la anterior Convergencia.
Hoy, cuando las costuras del sistema saltan por los aires tras el desastre del procés, comprobamos empíricamente lo trascendental de saber negociar y pactar con los nacionalismos históricos. En cuanto CiU rompió con la tradición pactista y cruzó el Rubicón hacia el independentismo de la mano de Mas, Torra y Puigdemont, volvieron a aparecer los discursos centralistas, la España una grande y libre, las viejas heridas y los antiguos fantasmas de las guerras civiles de antaño.
Sobre todo eso debería reflexionar Ayuso antes de soltar la lengua viperina sin reparar en el daño que le está causando a este país. Llamar racistas a los vascos y faltar al respeto a los catalanes puede salirle muy rentable a ella en las urnas, ya que el populismo en forma de nacionalismo español agita mucha víscera, mucha bilis y mucho fervor patriótico en un sector del pueblo. Pero es una auténtica tragedia para la democracia. A los catalanes ya los tenía encabronados desde hacía tiempo, pese a que ella es más indepe que nadie (se ha declarado una insumisa desobediente que no respeta ni una sola ley del Gobierno central y cualquier día Sánchez le aplica el 155). Ahora tocaba enemistarse con el PNV, que es tanto como romper con Euskadi. ¿A santo de qué sembrar el odio entre madrileños y vascos? ¿Merece la pena humillar a guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos solo por un puñado de votos en Alcobendas, Alcorcón o Aluche? Dios nos libre de que esta imprudente llegue a la Moncloa algún día. Pactar con las fuerzas soberanistas exige delicadeza, tacto, astucia y una gran dosis de inteligencia política. Cualidades de las que la falangizada Ayuso carece por completo.
Por momentos da la sensación de que el ayusismo madrileño descerebrado solo busca una cosa: dinamitar el sistema desde dentro. Es como si la jefa del PP madrileño quisiese incendiar España por desconocimiento de la historia, insensatez, atolondramiento, ambición o todo a la vez. ETA no existe, cualquiera con dos dedos de frente lo sabe, pero si alguien no le para los pies a tiempo a la niña va a conseguir que ETA retorne de nuevo. Y esta vez de verdad.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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