sábado, 30 de enero de 2021

LOS PODERES FÁCTICOS

(Publicado en Diario16 el 27 de enero de 2021)

Entre los tradicionales poderes fácticos –cacique, militar y cura– se ha extendido la consigna de “tonto el último” a la hora de ponerse la vacuna. La lista de pícaros pillados in fraganti aumenta por días y ya no se trata de cuatro alcaldes aprovechados, sino de altos mandos del Ejército y hasta algunos obispos que temerosos de acabar en la UCI (el peor de los infiernos está en un hospital) se han pinchado la dosis milagrosa furtivamente y a escondidas. Un auténtico esperpento; un gravísimo escándalo nacional. Los poderosos de este país no están predicando con el ejemplo precisamente, pero con ser grave que un político o un alto mando de Defensa que apenas sale de su despacho se salte el protocolo sanitario y tire de influencia y privilegio para inmunizarse –quitándole la inyección a una anciana, a un médico o a una enfermera–, peor aún es que los miembros de la curia, esos que se pasan todo el día echándole sermones a la grey sobre la generosidad, el sacrificio por el otro y la caridad, se pongan los primeros en la lista de espera. Y, tal como era de esperar, el caciquismo sanitario está provocando desafección en el ciudadano y una crisis de valores sin precedentes en la sociedad.

La imagen que está dando cierto sector de la jerarquía católica es ciertamente grotesca y bien haría el papa Francisco en empezar a sancionar los comportamientos poco ejemplarizantes de todo aquel insolidario que no tiene ni la paciencia ni la templanza que exige el cargo para esperar su turno en la campaña de vacunación. La primera noticia sobre supuestos obispos avispados nos llegó hace unos días desde Andalucía, cuando se supo que Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, había recibido ya la primera dosis. El argumento que se ha dado es que fue inmunizado en calidad de residente de la Casa Sacerdotal San Juan de Ávila, junto al resto de residentes dada su condición de grupo de riesgo por la edad. Y ahí quedó la cosa. Sin embargo, ayer mismo nos llegaba otra información similar, esta vez con el obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, como protagonista. También el prelado mallorquín ha entrado ya en el selecto grupo de los privilegiados que van a escapar de la pesadilla coronavírica merced a la vacuna, aunque en este caso ha tenido que pedir perdón por el “malestar que haya podido ocasionar”.

¿Qué ha sido de aquellos viejos santos y mártires que estaban dispuestos a irse a la tumba si con ello salvaban el cuerpo o el alma de un inocente? Por lo visto no es la moda de este año en la Conferencia Episcopal. Los tiempos cambian, las religiones también y se hacen más pragmáticas, laxas y relativistas. Lo cierto es que ayer las redes sociales hervían ante la conducta de algunos ministros de Dios que, siguiendo las enseñanzas de Jesús, deberían haberse quedado para el final en la campaña de vacunación por ética y por coherencia con el relato que van difundiendo pero que corrieron a vacunarse como si se acercara el final de los tiempos. “Fue un acto de bondad hacia los demás”, ha declarado el obispo de Mallorca tratando de justificar que él haya sido uno de los agraciados por la pedrea sanitaria. Todo son coartadas y vanas excusas que no cuadran con los fundamentos y dogmas del cristianismo y lo que queda es que para estos obispos oportunistas se puede ser cristiano pero no tonto, de modo que en medio de esta pandemia horrible de lo que se trata es de salvar el pellejo como sea, incluso a costa de quedar como un egoísta. A la nueva hornada de sacerdotes de ideas “modernas”, tal como se ha bautizado a una de las vacunas, no les vayas tú con el cuento de que para ser un buen cristiano hay que dejarse morir, crucificar o atravesar por las flechas como San Sebastián porque no tragan, te dicen eso de tururú e instauran como primer mandamiento y doctrina teológica el “sálvese quien pueda”. 

Ernest Sábato creía que no se puede vivir sin héroes, santos ni mártires. Héroes quedan pocos y suelen ser anónimos; los santos ya solo están en las estampitas del Rastro que nadie compra; y en cuanto al martirio ha dejado de practicarse porque hace pupa y duele. Llegados a este punto cabría preguntarse cuántos obispos se han colado en la lista clínica. Una cosa es que se vacune a los párrocos y monjitas que están en primera línea de combate –peleando codo con codo con los enfermos del covid o batiéndose el cobre en las colas del hambre con los pobres desgraciados que han caído víctima de la brutal crisis económica que padecemos– y otra muy distinta es que la cúpula eclesiástica, que no ha pisado la calle desde que a Franco lo sacaron por última vez bajo palio, se beneficie del codiciado pinchazo.

Ha llegado la hora de los nobles y valientes de verdad; la hora de diferenciar a un político valoroso de un charlatán; la hora de los buenos soldados y de los religiosos coherentes con los Evangelios que difunden, que también los hay. Los prebostes católicos llevan dos mil años dándonos la brasa con que seamos desprendidos, solidarios y fraternales y a la hora de la verdad, cuando llega una peste medieval y toca pasar de la teoría a la práctica, predican un nuevo credo –a Dios rogando y con la aguja dando–, que nada tiene que ver con la idea original. Aquello de “los últimos serán los primeros” no se ha entendido bien, como la mayoría de las cosas que dejó dichas Jesucristo, y algunos obispazos han debido pensar que el aforismo les daba bula para torear los protocolos de Sanidad y sentarse en la cátedra del hospital inoculándose antes que nadie. Lo malo es que al saltarse la lista de espera o hacer uso de su poder para obtener un beneficio también se han saltado algunas enseñanzas del Maestro de Nazaret, todo aquello del sacrificio, el amor infinito y dar la vida por los demás. Tantos años de teología, concilios y seminarios para terminar en un chanchullo de curas ventajistas y pícaros. La carne es débil. Y por lo visto la fe en Dios cura menos que Pfizer.

Viñeta: Igepzio

LAS FARMACÉUTICAS

(Publicado en Diario16 el 26 de enero de 2021)

Las grandes farmacéuticas que poseen la patente de las vacunas se están retrasando en el envío de los lotes contratados mientras la pandemia avanza descontrolada por todo el mundo. Italia ya ha anunciado acciones legales contra algunas corporaciones mientras la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha exigido a los laboratorios que se pongan al día y cumplan con lo acordado. “Las empresas tienen sus obligaciones. Por eso instauraremos un mecanismo transparente de exportación. La UE quiere contribuir a un bien común, pero también hablamos de negocios”, ha asegurado dando con la clave de todo este feo asunto. Aquí no solo estamos hablando de investigación, de salud, del bienestar de los europeos, sino como muy bien dice la señora Ursula, de negocio, de puro negocio.

El problema de la escasez de antídotos es mundial –hasta la OMS ha tenido que tomar cartas en el asunto para prevenirnos contra “el nacionalismo de las vacunas”– y el tiempo apremia, ya que está muriendo mucha gente y los contagios se cuentan por decenas de miles en cada país. Si compañías como Pfizer o AstraZeneca nos cierran el grifo del maná milagroso es porque hace tiempo que caímos en las redes de unas cuantas empresas multinacionales que se lo comen todo, mientras que los Gobiernos y los Estados han claudicado en su función de productores de bienes y servicios para los ciudadanos. Todo está ya en manos privadas y en un futuro no demasiado lejano la cosa irá a peor, ya que cualquier cosa que se fabrique, desde un paquete de pipas hasta un televisor de plasma, pasando por una simple sartén, será propiedad de unos cuantos dueños y señores de la economía global.

Ahora que la pandemia arrecia en Europa y en todo el planeta comprobamos con estupor que somos rehenes de unos dictadores con bata blanca, de unos inventores que se conocen mejor los entresijos de los mercados bursátiles que la tabla periódica de los elementos químicos, de modo que saben muy bien cuándo tensar y aflojar la cuerda para ganar más dinero. La salud es un derecho sagrado con el que nadie debería jugar, pero lejos de avanzar en su protección y blindaje legal cada día estamos más indefensos, por no decir vendidos. Si el problema de las grandes farmacéuticas es que han sufrido un problema puntual de producción o estocaje y no han podido atender a los pedidos de los diferentes países cuando tocaba, eso podría entenderse y hasta justificarse. Otra cosa es que alguien esté utilizando los retrasos en el envío de las vacunas para jugar a la ruleta con nuestra enfermedad, o sea para la especulación sanitaria, lo cual sería repugnante y delictivo.

En unos años hemos asistido al hundimiento del Estado de bienestar y a la crisis de las democracias liberales como consecuencia de un neoliberalismo que pretende desmontar las grandes conquistas sociales y laborales alcanzadas en los últimos setenta años. La política naufraga en un miasma de descrédito y corrupción; los jueces se han vendido a otros intereses, mayormente la banca; y los periodistas anuncian seguros de coches en medio del telediario. Nada es lo que parece. Ya solo nos falta que no podamos confiar en el farmacéutico del barrio o en el médico de familia (también contaminado por los visitadores del maletín que recorren los hospitales a la caza del pelotazo farmacológico). Quiere decirse que esto ya no es solo la decadencia de Occidente, sino la gran estafa americana, el hundimiento total de la civilización capitalista (para muestra el botón del reciente asalto al Capitolio en los Estados Unidos).

Antaño uno entraba en la botica y se respiraba un ambiente de seguridad, de confianza, había un respeto al paciente. Incluso se podía hablar con el boticario y contarle lo de nuestras hemorroides en rigurosa e íntima confesión. Era como acceder a un pequeño santuario de la medicina donde todo estaba gobernado y regido por el sagrado juramento hipocrático, primer mandamiento de la profesión médica. Hoy adentrarse en una farmacia entraña el mismo riesgo que hacerlo en un banco, un despacho de abogados o una compañía de seguros y no nos sentimos a salvo de sufrir el pillaje, la canallesca y el sartenazo de unos bandidos enmascarados con el antifaz higiénico dispuestos a aplicarnos el céntimo sanitario, el impuesto de los medicamentos no genéricos, la venta de fármacos no cubiertos por la Seguridad Social y el IVA que siempre se lo hacen tragar a uno como un ricino abusivo. Y ojo, que la culpa no la tienen los farmacéuticos, sino el sistema, la ley de la jungla de la oferta y la demanda (la más grave enfermedad de nuestro tiempo) y los precios ordenancistas de los laboratorios que trafican con píldoras, grageas y jarabes.

Hemos creado unas élites farmacéuticas no tan simpáticas y deontológicas como aquel Emilio Aragón de Médico de familia que siempre estaba dispuesto a darlo todo altruistamente por la salud del paciente, un establishment médico que es peor que un dolor de muelas. Hoy por hoy casi es preferible aguantarse la migraña a ser desvalijado por un señor o señora sonriente que tras darnos amablemente la aspirina y soltarnos aquello de “se mejore usted” nos clava la dolorosa. Antes el sufrimiento humano se respetaba, hoy se invierte en Bolsa con él. Lo de la especulación con las vacunas tiene muy mala pinta porque por ese camino se potenciará el mercado negro y al final aquí solo se inmunizará el rico mientras al pobre se le relegará al lazareto del coronavirus, o sea los guetos obreros de Díaz Ayuso.

Viñeta: Iñaki y Frenchy 

FASCISMO PANDÉMICO

(Publicado en Diario16 el 26 de enero de 2021)

Los negacionistas, reaccionarios, ultras, chamanes y gentes con pocas luces tienen motivos para estar preocupados. En Alemania han llegado a la conclusión, basada en datos estadísticos, de que en las regiones donde los partidos ultraderechistas tienen un fuerte tirón la incidencia del coronavirus se dispara. El fenómeno sociológico, que según publica hoy El País ha despertado “la curiosidad de los epidemiólogos y medios de comunicación”, viene a confirmar que el negacionismo basado en el bulo y las fake news es el gran combustible empleado por el nuevo fascismo emergente para recuperar el poder. Por lo visto, en la tierra de Angela Merkel se ha comprobado que en las regiones del Este alemán, donde los nazis del AfD cosecharon buenos resultados electorales en las pasadas elecciones (hasta un 35 por ciento de los votos), el coronavirus prolifera como las setas. Los expertos han empezado a atar cabos y todo apunta a que allí donde menos se usa la mascarilla la tasa de contagio es superior.

Los médicos llevan meses advirtiéndonos de que a falta de un tratamiento eficaz y mientras la población no esté vacunada, la mejor herramienta para frenar la pandemia es la prevención y las medidas de distanciamiento social. Sin embargo, tal como hemos comprobado el pasado fin de semana con esa manifestación suicida de Madrid a la que asistieron cientos de negacionistas sin mascarilla, los movimientos conspiranoicos están calando hondo en la sociedad. Cuesta trabajo entender que en pleno siglo XXI, cuando la ciencia y la tecnología han dado un salto exponencial con tintes de auténtica revolución industrial, la superchería, el bulo y la gazmoñería se estén propagando a una velocidad de vértigo en los cinco continentes. Sufrimos un auténtico retroceso en las ideas y valores humanistas, un retorno a la oscuridad y a la prehistórica caverna como consecuencia de las nuevas ideologías nefastas: el nuevo trumpismo rampante, las sectas religiosas y el conspiracionismo, todo ello aderezado por influencia de las drogas (auténtica plaga global) y la crisis de la democracia liberal.

El pensamiento humano ha entrado en un momento de enmarañamiento cuántico donde la lógica ha saltado por los aires. La cultura tecnológica nos ha traído un revoltijo intelectual que lo mezcla todo, la medicina con el chamanismo, la ciencia con las historias de marcianillos verdes, la política con la historia debidamente revisada por farsantes que van de historiadores. La verdad ha perdido su valor en favor de la sacrosanta opinión del gurú o youtuber de turno; el relato mítico o fantástico se ha impuesto a la razón; el número ha sido derrotado por la retórica barata. Y la diarrea mental colectiva empieza a ser de dimensiones considerables. No hay más que escuchar cómo un negacionista escupe su verborrea atropellada para entender que algo o alguien lo ha abducido o le han echado algo en el agua. Es preciso frotarse los ojos al escuchar cómo un terraplanista niega la esfericidad de la Tierra o la ley de la gravedad. Las teorías más disparatadas arraigan, los charlatanes más cretinos triunfan en las redes sociales. Y mucha gente, que parece haber perdido el juicio tras años de degradación de los sistemas educativos y de duro maltrato y abusos de nuestros gobernantes, ya está dispuesta a tragarse cualquier gallofa. Tanta injusticia e insana desigualdad, tanta hambre producto de las sociedades ultracapitalistas ha terminado por trastornar las cabezas y ahora la confusión, la paranoia y la neurosis colectiva es de tal calibre que adquiere tintes de gran pandemia universal. O como dijo el filósofo Burke, la superstición es la religión de las mentes débiles, en este caso mentes debilitadas por sistemas socioeconómicos degradantes que han terminado por disolver el espíritu humano. Nos han reducido a la categoría de detritus, materia de desecho de la sociedad de consumo, chatarra de carne y hueso. Primero nos alienaron, después nos desclasaron y ahora, en la última fase del siniestro proceso de nazificación, nos han convertido en pirados dispuestos a ponerse un casco plateado con antenas y a creer en la llegada del gran dios del planeta Raticulín.  

Nada de todo eso ha ocurrido por casualidad. El desastre social tiene unas causas, un origen, unos antecedentes. Desde Platón sabemos que el hombre embrutecido por la superstición es el más vil de todos y ahí es donde nos ha arrastrado el fascismo, que pese a lo que pueda parecer nunca fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial. Tras la liquidación del nazismo pensábamos que esa etapa oscura de la historia de la humanidad se podía dar por superada. No fue así. El monstruo transmutó en diversas formas: en la URSS como dictadura de un comunismo corrupto; en Estados Unidos como imperialismo capitalista entregado a las desalmadas corporaciones y grandes multinacionales. Y una plaga de brutalidad, estulticia y estupidez se apoderó de la civilización humana.

Ahora empezamos a cosechar lo que se ha sembrado durante décadas. Detrás de esas estrafalarias manifestaciones de conspiranoicos donde se mezclan los disfraces de carnaval con las banderas nacionales y la gente que ya no cree en nada hay un plan muy bien concebido y tramado. Primero desfilan los confusos y extraviados por la senda de la desinformación, los perdidos, los escépticos de la realidad, los engañados, los trastornados, los desposeídos de los grandes valores y las certezas. Después, en un segundo momento de la revolución conspiranoica, a toda esa gente se le enfundará un uniforme y se le dirá que forma parte de un gran proyecto, de una gran misión: salvar a la patria de las garras del establishment culpable de todo, o sea Bill Gates y Soros. Cuando en las calles de Alemania, París o Madrid desfilan los negacionistas del virus no estamos viendo solo a una legión de descreídos e indignados con esos políticos que, según ellos, les han arrebatado la libertad, sino a los nuevos ejércitos hitlerianos que, esta vez sí, han llegado para quedarse.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

PRESUPUESTOS TRIFACHITOS

 

(Publicado en Diario16 el 26 de enero de 2021)

El trifachito madrileño ya tiene acuerdo de Presupuestos para 2021. Según el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso, lo que se busca es reactivar la economía y mimar especialmente a autónomos y empresarios. Y nos los dicen con el descaro y la frescura de ese trilero que se está quedando con el pardillo o víctima sin que se dé cuenta. En medio de la mayor pandemia de la historia, cuando los servicios públicos deberían reforzarse al máximo (sobre todo la Sanidad), cuando el dinero de los contribuyentes debería volcarse en políticas para el interés común, cuando los esfuerzos deberían ir dirigidos a paliar el dolor y el sufrimiento de las familias de abajo, las más castigadas por el coronavirus, el trumpismo madrileño apuesta por dárselo todo a los de arriba, a los que más tienen. Con la lógica en la mano, en las próximas elecciones IDA debería pagar con una sonora derrota lo que está haciendo en su reino de unicornios y fuentes de color de rosa. Lamentablemente, vivimos en un mundo donde la lógica ha sido sustituida por la demagogia, por el negacionismo y el populismo barato, y cada vez son más los que se tragan el cuento de Trump de que existe un Estado Profundo controlado por los rojos con el fin de secuestrar niños y beber su sangre. El PP gana elecciones vendiendo mucho patriotismo antipodemita, pero lamentablemente del patriotismo no se come.

Ayuso e Ignacio Aguado por Ciudadanos han anunciado este lunes el acuerdo de Presupuestos, que para terminar de rematar la infamia contará, cómo no, con el apoyo de un partido de extrema derecha como Vox. Con una naturalidad que asusta, IDA sigue tolerando que el posfranquismo abascaliano tenga cuota de poder y capacidad de decisión en su Gobierno regional. Quién nos lo iba a decir hace solo cuatro años, cuando España era el único país de Europa que podía presumir de no tener ultraderechistas en sus parlamentos nacionales y locales. Hoy a nadie le extraña que los fans de Franco anden como si tal cosa, con sus tirantes con la banderita nacional y sus llaveros del aguilucho, por los pasillos de las consejerías. Así se blanquea el nazismo. Así se tolera que el monstruo anide en la democracia. Más tarde o más temprano terminaremos pagando la tolerancia con el mundo fascio. Al tiempo.

Pero hoy no hemos venido aquí a hablar de Vox, sino de los Presupuestos de Ayuso para este año. La presidenta primero ha vendido el cuento de siempre, que se reforzará la Sanidad, la Educación y los Servicios Sociales (mentira cochina, cada vez hay menos dinero para lo público) pero a los cinco minutos de comparecer en la Real Casa de Correos le ha salido el bicho neoliberal que lleva dentro y ha confesado abiertamente que defenderá “muy especialmente la economía” y “a los empresarios”. A nosotros IDA ya no nos la pega. Van siendo años y sabemos que su plan gubernativo consiste siempre en seguir labrando el gran proyecto ultracapitalista para Madrid hasta que no quede ni un solo ladrillo en manos del Estado, o sea mucha privatización a calzón quitado, mucho dumping fiscal y mucho hotel de pandemias, que eso deja negocio entre los miembros del clan trumpista. La delfina de Pablo Casado está encantada con que el jefe ya le deje jugar solita con los Presupuestos, con su Monopoly madrileño, y a poco que nos descuidemos nos construye seis o siete zendales con goteras en medio de la Gran Vía o en Puerta del Sol, para completar el suculento pelotazo a costa de la pandemia. Miedo da Ayuso cuando dice eso de que como los ciudadanos lo están pasando tan mal con el covid, su Gobierno tendrá que seguir “ahondando en la política sanitaria”. Mucho nos tememos que, traducido al cristiano, eso signifique que está rumiando venderlo todo al mejor postor, desde la bazofia con hongos que se sirve en el cáterin de los hospitales hasta las vendas y los supositorios. Deje deje, mejor que no haga nada, mejor que no “ahonde tanto”, que todos los problemas de los madrileños vienen de la manía de IDA de no quedarse quieta en su casa, parafraseando a Pascal. Cada vez que la muchacha tiene una feliz idea para frenar al coronavirus, el Estado de bienestar se resiente un poco más y a algún empresario constructor, sanitario, del sector alimentación o pizzero le acaba tocando la lotería.

Ahora que el pueblo necesita más que nunca que su Administración autonómica invierta en médicos y enfermeras, ahora que necesitamos mejores centros de salud y mejores hospitales públicos para los ciudadanos, IDA nos sale con que los Presupuestos están pensados para los empresarios y autónomos. ¿Empresarios y autónomos? ¿Y el pueblo qué? ¿Quién piensa en los millones de madrileños que a este paso se van a quedar sin servicios públicos y temblando, como los norteamericanos que terminan empeñando hasta la dentura postiza en la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones de los seguros privados cuando tienen que costearse una operación de apendicitis?

Por su parte, Ignacio Aguado, el personal shopper que le lleva las bolsas de la compra a IDA, se ha mostrado exultante por haber alcanzado un principio de acuerdo que ha definido como “histórico y excepcional”. “Ahora hay que abrirlo a Vox y al resto de partidos para ver qué planteamientos nos hacen y qué opciones nos presentan. Espero que los grupos estén a la altura de las circunstancias”, ha asegurado. Este chico es mundial. ¿Confía en que semejante atraco al Estado de bienestar y a las políticas sociales sea suscrito por la izquierda? ¿Y qué espera que diga Vox si los Presupuestos despiden un tufillo a trumpismo y a recorte que tira para atrás? En una de estas Rocío Monasterio se nos hace del PP.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

FELIPE RAJA

(Publicado en Diario16 el 25 de enero de 2021)

Felipe González ha pasado por la Cadena Ser para someterse a una de esas entrevistas de mesa camilla donde se habla sobre lo divino y lo humano sin entrar en los trapos sucios del pasado. Entre otras cosas, el patriarca socialista ha asegurado que los líderes del procés siguen los esquemas trumpistas, ya que es de esa forma como se construye un “nacionalismo excluyente”. A González habría que preguntarle por qué no le decía esas cosas a Jordi Pujol cada vez que el honorable, hoy venido a menos, se daba una garbeo por su bodeguilla de Moncloa para pedirle más transferencies y pesetes. O por qué no se ponía tan exquisito cuando los mandamases del PNV se dejaban caer por Madrid para negociar el cupo vasco y él, como presidente de la nación, les regalaba la propinilla que pedían a cambio de un buen pacto de estabilidad en Ajuria Enea y en el Gobierno central. Sin duda, FG también contribuyó a alimentar ese nacionalismo desintegrador que ahora le repugna tanto.

Felipe se ha convertido en un think tank con piernas, o sea un laboratorio de ideas en sí mismo, y va soltando perlas por ahí según convenga sin reparar en que existe eso que se llama hemeroteca. Todo el que haya vivido en los últimos 30 años en este bendito país sabe de sus trapicheos con los nacionalismos periféricos, con los que negociaba sencillamente porque los necesitaba y porque además no podía ser de otra manera, ya que España no se puede gobernar sin las nacionalidades históricas, tal como recoge la Constitución. Lo que se jugaba el PSOE de aquella época, al igual que el PSOE sanchista de ahora, era la gobernabilidad de España y seguir en el poder, de ahí que no se entienda muy bien la intransigencia de Felipe con los jóvenes de Ferraz que no hacen más que lo que él hizo en el pasado.

No muy lejos del expresidente estaba Iñaki Gabilondo, que ha hecho un diagnóstico político mucho más acertado al asegurar que “España no funciona” porque tiene “problemas de estructura, de desajustes y una sensación de ineficacia”. Que vaya tomando nota el respetado y sabio socialista de níveos cabellos, ya que ese es el gran mal de nuestro país, que sus estructuras institucionales sufren de grave aluminosis, que la jefatura del Estado está aquejada de un incurable problema de credibilidad tras los últimos escándalos del rey emérito y que el modelo territorial ha gripado sin remedio, tal como se está poniendo en evidencia en esta pandemia que ha aflorado las averías ocultas de nuestras comunidades autónomas. Cuando nuestros gobernantes no son capaces de hacer acopio de jeringuillas especiales para aprovechar al máximo el maná milagroso de las vacunas es que ya hemos tocado fondo. Por no hablar de los listillos que se remangan el brazo y se ponen en primera línea de vacunación para que les inyecten los primeros en una espeluznante muestra de cobardía, falta de ética y podredumbre política. Allá donde se mire todo huele mal en España, desde el Poder Legislativo ocupado hoy por la extrema derecha franquista hasta el Poder Judicial, que no dicta una sola sentencia contra la banca ni por equivocación, tal como nos ha advertido Europa en su última regañina.   

España atraviesa por el momento más complicado y crítico desde la instauración de la monarquía parlamentaria y en lugar de ponernos manos a la obra, examinar las piezas del mecano que no funcionan y repararlas, Felipe apuesta por echar más leña al fuego del odio contra los nacionalismos que él, cuando ejercía el poder, alimentó como quien cría cuervos. Habría que preguntarle a Pujol, en la actualidad perseguido por la UCO (qué demonios será eso de la UCO, decía el exhonorable) para saber lo que se cocinaba entre aquel PSOE «socialisto» y liberal y los regionalismos de extrarradio. “Todos los nacionalismos y todos los populismos hacen políticas excluyentes”, dice Felipe. No se pronunciaba con tanta rotundidad cuando los señores del frac de la Generalitat pasaban el cepillo por Moncloa.

Evidentemente, Pedro Sánchez tiene un problemón no solo con los indepes de Puigdemont y el secesionismo irredento, sino también con sus socios de Gobierno de Unidas Podemos que por momentos parecen uña y carne con ellos. Pero esa gravísima avería en la junta de culata del motor institucional no se solucionará con el nuevo españolismo rancio y caduco al que González parece haberse entregado últimamente. La vía para la solución de los problemas siempre es el diálogo, hablar con el diablo si hace falta, avanzar en el federalismo y reformar lo que haya que reformar, porque de lo contrario estamos condenados al naufragio total. La cabeza del buque ya está en posición de picado en barrena, cada vez queda menos tiempo, y todo lo que no sea afrontar que este país ya no es como en 1982 es un inmenso error. Por lo visto, Felipe está en otra cosa, en erosionar el liderazgo de Sánchez para que los barones recuperen el terreno perdido, en hacer el papel de martillo de herejes antiespañolistas, en reinstaurar el socialismo ultracapitalista que nos dejó sin empresas nacionales (por la maldita privatización de Endesa hoy millones de españoles pasan frío) y en manos del capital extranjero. Demasiadas puertas giratorias y demasiados amigos millonarios mexicanos o árabes (así le ha ido al emérito). A Felipe habría que decirle que para hacer de extremista español ya está Aznar, otro think tank con patas.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS LISTAS DE LOS LISTOS


(Publicado en Diario16 el 25 de enero de 2021)

A finales del pasado año el ministro de Sanidad, Salvador Illa, garantizaba que no se confeccionarían listas públicas de personas que rechacen vacunarse contra el coronavirus, aunque defendió la necesidad de que la Administración conozca, «por garantías de seguridad», los nombres y apellidos de todos aquellos a los que se les ha ofrecido recibir el fármaco y han declinado inmunizarse. Parece de sentido común pensar que cualquier sanción o amenaza sanitaria puede conllevar un atentado contra los derechos fundamentales de las personas recogidos en la Constitución del 78, de modo que a las autoridades solo les queda jugar con la información persuasiva, es decir, con la concienciación social mediante campañas publicitarias para que la gente entienda que las vacunas salvan vidas, «que lo han hecho históricamente y que lo volverán a hacer», en palabras del propio Illa.

Las listas (sobre todo si son negras) siempre tienen un componente policial de Estado autoritario y siempre deben manejarse con sumo cuidado porque está en juego la democracia misma. El mejor ejemplo de que airear las enfermedades y la vida privada de las personas puede resultar discriminatorio para aquellos que padecen el contagio y terminan siendo arrinconados en guetos laborales o urbanos es ese carné o pasaporte covid que pretende instaurar la presidenta de la Comunidad de Madrid, la inefable Isabel Díaz Ayuso. Tal medida es en buena medida paradigmática de hasta dónde puede llegar la xenofobia por razón sanitaria, la discriminación entre sanos y enfermos, el apartheid que en ocasiones practica la derechona neoliberal castiza. La consecuencia inmediata de que se manejen listas para el pasaporte coronavírico sería, sin duda, que habría ciudadanos de primera y de segunda categoría a la hora de, por ejemplo, conseguir un empleo.

Ahora bien, ¿tiene derecho un Gobierno a publicar listas con nombres y apellidos en el caso contrario, es decir, las listas de los listos, las listas de los aprovechados que se han saltado los protocolos de vacunación robándole la dosis a alguien que lo necesita más por pertenecer a un grupo de alto riesgo? El debate está servido. En principio una sociedad tiene derecho a defenderse de aquellos que socavan sus cimientos morales practicando la corrupción sanitaria (qué otro nombre podemos dar si no a la conducta consistente en ponerse el primero en la cola de vacunación con prevaricación y alevosía, con tráfico de influencias y morramen, con privilegio y trato de favor). Cualquier democracia está perfectamente legitimada para publicitar los nombres de los insolidarios, de los jetas, de los oportunistas, codiciosos y desaprensivos, como también para sancionarlos negándoles la segunda dosis, esencial para obtener una inmunidad completa. Cualquier actuación desde ese punto de vista sería ética, políticamente y penalmente acorde con el ordenaminto jurídico.

Ayer mismo, el portavoz del grupo parlamentario Unidas Podemos, Pablo Echenique, exigía la publicación de listas con los nombres de los cargos públicos que hasta ahora se han vacunado contra el covid sin que les tocara según el protocolo establecido. «Las administraciones estatal, autonómicas y municipales deben publicar la lista completa de cargos públicos que se han vacunado saltándose la cola», sentenció el referente morado en Twitter. Y es que, a su juicio, «no se puede luchar contra la corrupción y la inmoralidad en las instituciones si no hay transparencia». Una vez más, las palabras del socrático Echenique desprenden sensatez, ya que si existen los que incumplen las normas, ya sean penales o sanitarias, también hay un Poder Ejecutivo que está para reaccionar con contundencia ante el malhechor.

La polémica jurídica está asegurada y a buen seguro una vez más nos toparemos con los puristas de las libertades, generalmente aquellos sectores de la derecha reaccionaria que tratan de apropiarse del título de más demócratas que nadie, o sea, de más papistas que el papa, y que presentarán batalla legal en todos los frentes para garantizar el anonimato de los pícaros bajo el pretexto de que el Estado no puede intervenir invadiendo la intimidad de las personas y otras monsergas.

Sin embargo, la última oleada de políticos, funcionarios y hasta cargos de la cúpula militar que han decidido pincharse la vacuna sorteando la ley aconseja que el Gobierno tome cartas en el asunto. Lamentablemente, la pandemia nos está enseñando, entre otras cosas, que a los gobiernos de las democracias liberales les tiembla el pulso y se muestran pusilánimes cada vez que se ven en la obligación de aplicar la impopular potestad coercitiva, el correspondiente multazo para dar escarmiento a los irresponsables que aún no se han dado cuenta de que con sus comportamientos incívicos ponen en juego la vida de los demás y la supervivencia misma del Estado de derecho. Ahí está la reciente manifestación de negacionistas que este sábado reunía, bajo el lema Por nuestros derechos y la vida, a miles de haters en Madrid. Hasta donde se sabe, las reuniones de más seis personas siguen sin estar autorizadas por el decreto de estado de alarma y por razones sanitarias obvias, pero una vez más los conspiranoicos se salieron con la suya contribuyendo a una mayor propagación del virus mientras el Gobierno permanecía impasible. «Illa, Illa, Illa, fuera mascarillas», gritaba la alegre y jovial muchachada.

Bunbury, como buen neorromántico que es, ha apoyado la manifa libertaria y suicida alegando que estamos en «momentos muy complicados en los que parece que hay que recordar nuestras libertades, la libertad de expresión, de movimientos, de reunión, la médica y, por supuesto, el derecho al trabajo». Por lo visto, las gafas de cristal oscuro ya no le dejan ver al músico cuál es la dramática realidad que estamos padeciendo, los muertos que se cuentan por cientos, el sistema nacional de salud al borde del colapso y la nueva cepa británica llamando a nuestras puertas para terminar de consumar el apocalipsis. Un escenario de guerra. Como antiguo héroe del silencio, lo mejor que podría hacer el bueno de Bunbury es callarse y no hacer el ridículo. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL RUBIUS

(Publicado en Diario16 el 23 de enero de 2021)

Por si aún no se han enterado, El Rubius es un videoproductor con casi 40 millones de seguidores en Youtube. Uno de esos ídolos de masas surgidos de la nada, una de esas celebrities que ha alumbrado el infantilizado mundillo de las redes sociales. Por lo visto El Rubius, que debe estar forrado a fuerza de hacer caja con los clicks de su legión de fans, ha decidido trasladar su residencia a Andorra para pagar menos impuestos, como un rico más. Al parecer, el joven triunfador de la plataforma digital no es el último youtuber español de éxito que ha sacado a pasear su dinero por el paraíso fiscal andorrano para que se airee un poco, lo cual ha abierto un agrio debate en las redes sociales (el mismo comedero que a él le da el alpiste para llenarse los bolsillos) sobre la nueva hornada de jóvenes millonarios criados en el elistista Club Instagram que no pasan por la ventanilla de Hacienda.

Entre las reacciones más aplaudidas está la del exjugador de baloncesto y presentador de televisión Juanma López Iturriaga, quien en el programa Colgados del aro ha puesto en su sitio al muchacho. “Si tu conclusión de pagar impuestos es que te están robando, háztelo mirar”, ha asegurado el bueno de Iturriaga, que al mismo tiempo ha advertido del mal ejemplo que supone para cualquier chaval de hoy ver cómo su ídolo se convierte en un pícaro tributario. “Si ya tienes pasta para siete generaciones, ¿qué haces yéndote fuera para ahorrarte unos duros? ¡Iros a cagar!”, le recrimina el exjugador del Real Madrid.

Sin duda, El Rubius, como adolescente millonario que probablemente viajará en limusina y beberá champán en su zapato de mil pavos, no entienda demasiado de valores éticos, morales y filosóficos. Hoy en día con Platón no se llega a ninguna parte ni se engatusa a las masas. Para los nuevos líderes de opinión del mundo virtual de neón, todo eso de la decencia, la honradez y el modelo de buen ciudadano debe ser cosa de antiguos, movidas de un mundo chungo que ya no existe, historias de otra época analógica y caduca que El Rubius se pasa por el forro de su chupa de cuero. Por eso ha hecho muy bien Juanma Iturriaga en ponerse en el papel de hermano mayor del chico de oro para darle unos cuantos azotes intelectuales y de paso recordarle la cantidad de cosas que él ha podido disfrutar a su corta edad gracias a que otra gente ha pagado impuestos solidariamente, como corresponde en una sociedad avanzada y democrática.

Al Rubius hay que explicarle, porque quizá no lo sepa (Internet absorbe mucho tiempo y neuronas) que cuando él se da el piro a Andorra para escapar de Hacienda −como el Leonardo Di Caprio de aquella película que siempre daba esquinazo al FBI tras pegar algún golpe sensacional− le está quitando vida a esa anciana dependiente que cobra una pensión, le está negando el respirador de oxígeno a ese enfermo de covid que agoniza en un hospital público y le está hurtando la beca a esa joven científica o investigadora que busca una cura para el cáncer. En un país como el nuestro en el que cientos de empresas, famosos y millonarios fijan su residencia fuera de nuestras fronteras para ahorrarse la dolorosa con el fisco (en 2020 se evadieron más de 40.000 millones de euros) tampoco es cuestión de emprender una caza de brujas contra un jovenzuelo con gorra de béisbol que vive deprisa, piensa poco y probablemente sufra un colocón de likes que se le han subido a la cabeza.

No sabemos si El Rubius es de esos que llevan una banderita de España en el reloj o la muñequera, como algún que otro deportista de élite que dice sentirse muy patriota pero que tributa lejos, a salvo de los inspectores, paradisíacamente. Tampoco terminamos de entender muy bien a qué se dedica el chaval porque en este negocio de Internet se tocan todos los palos, el videojuego, el rollo influencer, las recetas de cocina, la psicología cursi, el coaching barato, los talleres de manualidades cuquis, el cotilleo con marketing y la publicidad a mansalva, o sea vender mucho humo y sacar mucha pasta, que es de lo que se trata en ese mundillo cibernético de nuestro tiempo donde los talentos salen de la universidad de la vida sin pasar antes por los libros, y así nos va.

Hoy cualquier peluquero, poligonera, macarra o choni de barrio se monta un canal y se monta en el dólar de la noche a la mañana sin saber muy bien cómo lo ha hecho. Es la magia de Internet. El pelotazo tecnológico. En esta vida hasta para no hacer nada hay que tener talento, eso lo entendemos, aunque los que somos ya de otra época no acabamos de comprender de qué demonios va este negocio de Youtube ni qué beneficios concretos aporta a la sociedad para su progreso y desarrollo. En esta España escasa de electricistas, de fontaneros y de hombres y mujeres de pro, como decían nuestros mayores, cada vez son más los que viven del cuento virtual, del circo digital, de la nada computerizada. No hay que negar que El Rubius y otros youtubers con nombre de marcianito de videojuego se lo han sabido hacer como pequeños reyes Midas que han tocado la tecla adecuada y han levantado un imperio por arte de birlibirloque. Toda esa gente que busca el éxito y la fama con sus avispados ratones y a golpe de pantallazo son los nuevos millonarios del futuro. Nunca han leído a Saramago ni falta que les hace; tampoco entienden de elevadas ideas y nobles valores. Pero al menos que paguen impuestos aquí, en España, como todo currante en nómina. Qué menos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA MUTACIÓN

(Publicado en Diario16 el 22 de enero de 2021)

El covid está mutando con una facilidad que tiene sobrecogidos a los científicos. Los hospitales británicos viven una situación de auténtica “zona de guerra”, según fuentes locales, mientras el país supera el récord de 1.800 muertos diarios y el sistema sanitario se encuentra al borde del colapso. La situación en el resto de Europa empieza a ser crítica. En Rusia están vacunando la Sputnik en centros comerciales, sin protocolos ni listas de espera, a la desesperada y a destajo, mientras Angela Merkel ha advertido de que si no se toman medidas conjuntas y coordinadas en las instituciones de la UE el panorama a corto plazo será devastador. La sombra de una doble recesión amenaza a las economías más boyantes del mundo mientras en Bruselas circula el rumor de un posible cierre total de fronteras, algo que no ocurría desde los tiempos de la Guerra Fría.

Algo está haciendo mal la especie humana cuando no es capaz de doblegar a un virus de apenas 0,1 micras que demuestra una capacidad de adaptación al medio fuera de lo normal. La soberbia y el individualismo del sapiens es el mayor enemigo para su futura subsistencia, y en lugar de afrontar la plaga solidariamente cada país apuesta por hacer la guerra por su cuenta. Un año después de que estallara la pesadilla, los organismos supranacionales como la ONU y la OMS ni siquiera se han planteado una gran cumbre mundial que aborde el inmenso drama global desde una perspectiva sanitaria, científica, política y sociológica. ¿Por qué el cambio climático moviliza cada año grandes reuniones internacionales mientras la pandemia de coronavirus se sigue afrontando con enfoques regionales y localistas? Un contagiado en Sudáfrica por una mutación del virus puede desencadenar un apocalipsis vírico en Madrid en apenas unas horas. Sin duda, la pandemia exige soluciones multilaterales, y ahora que el aislacionista Donald Trump ya es historia ha llegado la hora de que las grandes potencias se unan contra el enemigo común que amenaza la propia supervivencia de la especie. De nada servirá que China supere la enfermedad si Europa sigue siendo un inmenso lazareto rebosante de contagiados y moribundos por la neumonía mortal.  

Todos los expertos reclaman cambiar el enfoque radicalmente. La política −que no ha resuelto nada sino más bien al contrario, ha contribuido a enredar aún más la situación−, debe dejar paso a la ciencia. La humanidad entera ha de centrarse en un solo y único objetivo: derrotar al coronavirus antes de que sea demasiado tarde. Cualquier otra consideración o proyecto de Gobierno debe ser aparcado; todos los esfuerzos deben volcarse en la lucha contra el agente patógeno. El carnaval de los políticos enzarzados en sus mezquinas rencillas particulares ha de ser duramente sancionado. Provoca estupor asomarse a la televisión y comprobar cómo el juicio contra Cristina Cifuentes por su máster sospechoso es la noticia principal mientras el mundo se va al garete. ¿A quién le importa ahora que una señorona hiciera trampas para engordar su currículum? Pues ahí la tenemos a la rubia de peluquería, chupando preciosas horas de televisión en las que se debería estar bombardeando a la opinión pública con programas en directo sobre cómo se trabaja en la UCI de un hospital colapsado por la epidemia. Uno de los grandes errores de esta crisis sanitaria ha sido que los medios de comunicación nos han protegido como niños vulnerables a los que es preciso no traumatizar. Apenas se han mostrado imágenes de moribundos, tanatorios y ataúdes. Esta es una guerra aséptica, invisible, indolente. La falta de concienciación social de buena parte de la ciudadanía, uno de los puntos flacos o gran grieta por la que el virus nos derrota una y otra vez, germina en movimientos negacionistas, antivacunas y conspiranoicos. Gente que no cree que este apocalipsis esté ocurriendo de verdad. Potenciales supercontagiadores.

Los famosos picos de la curva epidémica no son más que la traslación del calendario de fiestas. Las alegrías y reuniones sociales de hoy son los entierros de mañana. Y mientras tanto, ningún gobierno se atreve a tomar las riendas de la situación y a aplicar medidas duras de confinamiento, tal como exige la dramática situación. Asistimos al derrumbamiento de los gobiernos democráticos de todo el mundo por incomparecencia y omisión, por miedo a tomar medidas impopulares, por no incomodar a los votantes de las próximas elecciones. El virus no solo liquida vidas humanas, también valores e ideas, sistemas políticos, economías enteras, modos de vida, sentimientos humanos. El caso de los políticos trincones de las vacunas, esos que se colocan los primeros en las listas de espera para que le inyecten el pinchazo milagroso, robándoselo a una anciana, a un médico o a una enfermera, demuestra lo peligroso que es el maldito covid. Destruye cuerpos con la misma velocidad que corroe almas y mentes. Si no vencemos ya a la enfermedad pronto veremos cómo se agudiza otra epidemia mucho más espeluznante que lleva entre nosotros desde el principio de los tiempos: la del egoísmo, la de la insolidaridad y la desigualdad, la de la violencia y la guerra social.

Por momentos es como si una parte de las sociedades modernas no hubiesen interiorizado todavía que nos encontramos ante el instante más crítico para la especie humana en miles de años. Y pese a todo seguimos mirando al bicho por encima del hombro, seguimos cometiendo los mismos errores una y otra vez. Quizá, llegados a este punto, la gran pregunta que debemos hacernos es: ¿queremos realmente salir de esta o acaso el sapiens, el mono desnudo del que nos hablaba Desmond Morris, ha llegado a un punto de tal hastío de sí mismo que ya le da igual todo, incluso extinguirse en una gran bacanal de hedonismo, ineptitud, corrupción y negacionismo de la verdad?

Viñeta: Igepzio

CHAPUZA MARCA ESPAÑA

(Publicado en Diario16 el 22 de enero de 2021)

Por lo visto a casi nadie se le pasó por la cabeza que harían falta jeringuillas especiales (las de “volumen muerto bajo”) para aprovechar al máximo cada dosis de la vacuna de Pfizer. Pese a que el Ministerio de Sanidad advirtió el pasado mes de junio que esto podría pasar, ningún Gobierno regional hizo acopio suficiente de las llamadas jeringas “con espacio muerto” para aprovechar la sexta dosis sobrante de cada frasco o vial. Ello ha supuesto que se estén perdiendo miles de inyecciones, sobre todo en Andalucía, Madrid y Cataluña, comunidades que han confesado abiertamente que no estaban aprovechando todo el antídoto disponible. Los funcionarios andaluces, siempre tan ingeniosos, han reconocido que sus sanitarios han desperdiciado ese preciado “culillo” vital para salvar vidas humanas; en la Generalitat de Catalunya han hecho autocrítica porque ya se sabe que los catalanes no son de tirar nada ni despilfarrar; mientras que la madrileña Isabel Díaz Ayuso ha anunciado la compra de 280.000 jeringuillas “adecuadas”, aunque habrá que ver dónde se adquiere ese material porque detrás de cada operación sanitaria de IDA siempre hay negocio, tomate o truco y uno no se puede fiar porque siempre lo está privatizando todo. Ya se sabe que en el PP (un partido que ha inventado la democracia a comisión) no se da puntada sin hilo ni se proyecta nada sin que algún empresario afín saque la correspondiente tajada.

Una vez más, cabe concluir que ha habido imprevisión, falta de diligencia e incompetencia sanitaria. Desde que empezó la pandemia hemos visto de todo: enfermeras cubriéndose con bolsas de basura porque no disponían de los equipos EPI de protección; respiradores de oxígeno fabricados con botellas y latas, con palitos y cañas, porque no había estocaje suficiente en los hospitales; y supuestos gobernantes y expertos de la OMS que nos aconsejaban no utilizar la mascarilla porque “daban una falsa sensación de protección” y favorecían la propagación del agente patógeno (finalmente se corrigieron a sí mismos, nos dijeron que era obligatorio llevarlas para evitar la transmisión y pobre de aquel que ahora se la deje en casa porque le cae el multazo del siglo e incluso una temporada a la sombra, como ya le ha ocurrido a un vecino de Castellón que se negaba reiteradamente a ponérsela). Quiere decirse que si algo sacamos en claro de este cataclismo mundial es que en España seguimos haciendo las cosas de aquella manera, improvisando sobre la marcha, parcheando, tapando grietas, mal y nunca. O sea, la gran chapuza nacional de toda la vida.

Los ciudadanos no exigimos que nuestros políticos acierten siempre (algo que obviamente sería imposible, no somos alemanes cabezas cuadradas) pero con que acierten alguna vez y trabajen con previsión, con profesionalidad, con eficacia y competencia, ya nos daríamos con un canto en los dientes. Es el caso de la campaña de vacunación. Los médicos llevan advirtiendo a nuestros gobernantes, desde hace meses, que nos iba a pillar el toro, que cuando llegaran las vacunas no tendríamos personal sanitario suficiente para administrarlas, que los hospitales ni siquiera contaban con almacenes acondicionados para el mantenimiento de las dosis a temperaturas de hasta 70 grados bajo cero y que la campaña corría serio riesgo de fracasar. A fecha de hoy apenas se ha vacunado a un millón de personas, el 2 por ciento de la población española, lo cual no significa que esa gente esté inmunizada, tan solo que ha recibido la primera dosis y que está a la espera de que le inyecten la segunda. Siendo honestos, solo unas 75.000 personas son, hoy por hoy, inmunes al virus porque ya se ha completado su tratamiento. Y pese a la lenta marcha de la campaña, el ministro Salvador Illa mantiene el calendario e insiste en que allá por el verano ya tendremos al 70 por ciento de los españoles vacunados, casi la ansiada inmunidad de rebaño, una previsión que con todos los respetos no se cree ni él en ninguna de su doble personalidad política: la de ministro y la de flamante candidato a la Generalitat de Catalunya. Ojalá nos equivoquemos y tengamos que tragarnos estas palabras, porque eso sería señal de que se han cumplido los objetivos sanitarios y empezaríamos a ver la luz al final del túnel.  

Tenemos que asumir nuestra tragedia como país. No tenemos precisamente a los mejores gobernantes del mundo. El cargo político entraña una serie de responsabilidades, mayormente responder a las necesidades de un pueblo y dar soluciones a los problemas concretos. Tomar decisiones sensatas, racionalizar los recursos, anticiparse a los acontecimientos. Aquel que no esté capacitado para cumplir con lo que exige su función de servidor público, ya sea por ineptitud, mendacidad, incompetencia o vagancia, debería dimitir de inmediato. Lamentablemente, ese verbo hace tiempo que se abolió de la vida pública española y así nos va. Los zoquetes se nos amontonan en los despachos como una pandemia mucho más peligrosa que el virus chino y así las cosas nos tenemos que tragar a toda una recua de torpes y desmañados que si no saben hacer la “o” con un canuto y van escasos de letras y de números cómo van a administrar entre miles de personas unos medicamentos que parecen sacados de la NASA. Gestionar la cosa pública es un arte para el que no todos están preparados, mucho menos el político español, que parece salido de un cómic de Ibáñez: Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. Por cierto, de los gobernantes jetas, cobardes y sinvergüenzas que se cuelan en las listas para que le pongan la vacuna antes que a nadie, hurtándosela a un ancianito o alguien del grupo de riesgo, ya hablaremos otro día.   

Viñeta: Igepzio

UNA VACUNA PARA RIVERA

(Publicado en Diario16 el 21 de enero de 2021)

La mayoría de las veces lo mejor que puede hacer un político es quedarse quieto y callado. Sobre todo callado. Por utilizar el símil futbolero (que no nos gusta pero nos viene al pelo), si el mejor árbitro es el que pasa desapercibido en medio de un partido, el mejor político es el que gestiona la res publica sin que se note que lo está haciendo. Desde ese punto de vista, la invisibilidad es la mejor cualidad de un gobernante. Por extensión, si tal como dijo Pascal todas las desgracias del ser humano derivan del hecho de que no puede quedarse en su casa, todas las miserias de un país son consecuencia de que hay políticos que se meten donde no les llaman. O dicho de otro modo: la mayoría de los dirigentes de hoy se han convertido en parte del problema y no de la solución.

Viene todo este circunloquio a cuento del último tuit de Albert Rivera, que considera que los políticos deberían vacunarse primero para dar ejemplo a la población. Concretamente, el hombre que llegó en pelotas a la política y se fue también con una mano delante y otra detrás, ha sentenciado proféticamente: “Después de nuestros mayores, enfermos crónicos, sanitarios y resto de servidores públicos, deberían vacunarse nuestros gobernantes y legisladores. Darían ejemplo ante la población y tendríamos a los dirigentes del país inmunes para estar disponibles 24 horas y 365 días en la pandemia”.

La frase tiene su miga después del escándalo perpetrado por ese consejero de Salud murciano felizmente dimitido que tras saltarse el protocolo de vacunación se colocó, por sus santas narices, el primero en la cola cuando no le correspondía. Y no solo eso, sino que inmunizó por el morro a 400 altos cargos y funcionarios, colaboradores y afines, inventando así el nepotismo sanitario. Un gesto cobarde e indecente desde el punto ético y político −quizá también penalmente reprobable, aunque será la Justicia quien concluya si hubo chanchullo y trato de favor− que dice muy poco en favor de quien lo llevó a cabo y que abre un complejo debate (el de los privilegios que conlleva el poder) sobre el que podríamos estar discutiendo durante días, probablemente años. Como no disponemos de ese tiempo ni del espacio necesario (una columna da para lo que da y conviene no aburrir al lector) la primera pregunta que debemos hacernos es, lógicamente, qué riesgo corre un gobernante para tener el derecho a recibir el chute milagroso de Pfizer o de Moderna antes que otros sufridos ciudadanos que sí están en primera línea diaria de combate contra el coronavirus y que por consiguiente soportan mayor probabilidad de contagio. La respuesta debe ser necesariamente que ninguno. Un político es alguien que vive encerrado en su despacho como jaula de oro y que suele pisar la calle poco o nada, o sea que a menudo pierde el contacto con la realidad y con el pueblo, sufriendo eso que algunos expertos en psicología clínica han dado en llamar “el síndrome de la Moncloa”. Por tanto, el propio confinamiento voluntario de los políticos es el mejor antídoto contra la plaga vírica y si conseguimos que se queden en sus oficinas sin inaugurar parques y pantanos, sin dar mítines absurdos o propagandísticas ruedas de prensa todos ganamos en salud y en tranquilidad.

Y luego se plantea un segundo dilema, como es el hecho de que hay profesiones fundamentales y estratégicas para que una sociedad pueda seguir funcionando con normalidad, como son los trabajadores de la medicina y la enfermería, los bomberos, los panaderos, los barrenderos, los fruteros, los camioneros y en ese plan. Que no se nos enfade nadie, pero es imposible citarlos a todos (ya hemos dicho antes que una columna tiene sus dimensiones y no podemos estar aquí todo el día citando artes y oficios). Por tanto, queda claro que los políticos no figuran en ese ejército de preciadas hormiguitas obreras sin las cuales un país primero se paraliza y después se va al garete. O dicho de otro modo: si un político no pone su estúpido tuit de cada mañana (como acostumbra a hacer el bueno y ocioso de Albert dándonos la brasa de madrugada) no pasa nada, pero si el pan no llega a donde tiene que llegar, o sea a los barrios y a los hogares, estalla una revolución que ni la del Capitolio yanqui. Toda la civilización entera se sustenta en una horneada y aromática barra de pan.  

Sin embargo, el ex presidente de Ciudadanos cree que su casta (él todavía se ve en activo aunque haya tenido que recoger los bártulos y marcharse tras conducir a su partido al descalabro) tiene derecho a remangarse antes que nadie para que le inyecten la vacuna en vena. Lo cual viene a demostrar su elitismo insaciable y por qué fracasó en política: por soberbia, por considerarse imprescindible, por creerse una especie de líder supremo o dios adorado por las masas.

Rivera es un pobre mortal como todo hijo de vecino, pero él, como exlíder que nunca termina de retirarse a tiempo, como retórico subido a su pedestal, considera que sin ellos, sin él, el mundo se acaba. Como no podía ser de otra manera, el mensaje de Rivera ha incendiado las redes sociales, donde el pueblo exige que los políticos se bajen el sueldo; se reduzca a la mitad los cargos públicos; se eliminen asesores y chiringuitos; se ahorre en coches oficiales; y pidan perdón al pueblo español por el espectáculo denigrante que están dando en esta pandemia.

Lamentablemente, en un tiempo como el que nos ha tocado vivir en el que los valores y los principios éticos y morales se han derrumbado estrepitosamente por influencia de la nueva religión del dinero y la cultura del odio, los políticos tuitean demasiado. Es el caso de este chico Albert que por un momento parecía que se iba de la política aunque por lo visto no. Al menos Felipe González y Aznar llegaron a presidentes y por eso ahora que ya están retirados se permiten dar charlas y conferencias sesudas sobre esto y lo otro, sobre aquello y lo de más allá, o sea que viven de rentas y dan el pego como personajes históricos que todavía tienen algo que decir. Quedan bien como maravillosos jarrones chinos. Sin embargo Rivera, que nunca llegó a nada, no da ni para una porcelana de todo a cien. Albert, chato, majo, espera tu turno en la cola, que las vacunas son para quienes se las trabajan.

Viñeta: L'Avi

BYE BYE, DON

(Publicado en Diario16 el 21 de enero de 2021)

Adiós a sus tuits estúpidos; adiós a sus propuestas estrafalarias y suicidas para acabar con el covid; adiós a la arrogancia con la que trataba en público a su mujer Melania; y sobre todo adiós a su supremacismo xenófobo y a sus payasadas de rico malcriado. Donald Trump ya no es el inquilino oficial de la Casa Blanca. Rezongando, resoplando por su exceso de peso, destilando la paranoia de que le han robado las elecciones, ha subido a un helicóptero y ha salido por la puerta de atrás de la historia, como un loser cualquiera. Bye bye, Don, tanta paz lleves como descanso dejas. Tras convertir su país en un inmenso psiquiátrico, el fatuo magnate neoyorquino ha rubricado la página más negra de la historia de Estados Unidos. Ahora sus defensores trumpistas, los del otro lado del Atlántico y los de aquí, tratarán de maquillar su gestión alabando su pretendido milagro económico, su gran cruzada comercial contra el comunismo chino y su firmeza contra Irán y Corea del Norte. No se crean las loas a mayor gloria del dictador saliente, nada de lo que puedan decir Vox y los demás acólitos europeos sobre él es cierto, entre otras cosas porque el trumpismo vive de la mentira, del bulo en la red social, de las noticias fakes más falsas que una moneda de dos caras. Trump pasará como el gran embaucador, el hombre de los 30.000 embustes en cuatro años, el tipo que aconsejó a su gente que bebiera detergente para curarse el coronavirus. Un charlatán de feria con poco estilo, un gracioso sin gracia, un vendedor de crecepelos que ha puesto el mundo patas arriba con su estudiada retórica de la mentira.

Pero lo peor de todo no es el triste balance de su gestión tras cuatro años de tontunas y estropicios, sino el terrorífico legado político que deja tras de sí: un país como USA, la democracia más antigua del mundo, dividido, enfrentado y al borde de la contienda civil; cientos de grupos ultraderechistas armados hasta los dientes que él mismo ha alimentado con sus arengas violentas; y el esperpento y la vergüenza de un chusco golpe de Estado propio de un república bananera, porque eso es lo que fue el asalto al Capitolio del otro día. Trump se va, pero el odio que ha engendrado se queda, y esa es la gran tragedia americana con la que tendrán que convivir a partir de ahora millones de ciudadanos estadounidenses. Si mañana un loco trumpista sale a pegar tiros en Manhattan se lo deberemos al expresidente; si pasado mañana una pandilla del Ku Klux Klan cuelga a dos negros de un árbol será una parte más de la herencia; y si dentro de una semana un comando de mercenarios paramilitares de los Proud Boys entra a tiro limpio en la casa de un gobernador demócrata nos acordaremos del geniecillo gordo del tupé de oro salido de la lámpara maravillosa del delirio. Porque Trump es puro odio hecho carne, la prueba fehaciente y palpable de que un empacho de dinero derrite las neuronas a cualquiera. 

Joe Biden, desde ayer oficialmente el presidente número 46 de los Estados Unidos de América, va a tener trabajo para coser todo lo que ha roto Trump. En su discurso de investidura ha hecho un llamamiento a la unidad, a celebrar que “la democracia ha prevalecido” tras el asalto al Capitolio y a resolver las diferencias de forma pacífica, no con “mentiras” ni “violencia”. Más de 81 millones de norteamericanos le han dado el voto en las pasadas elecciones del 3 de noviembre (una cifra récord) solo por una razón: echar al monstruo del poder. Si Biden les defrauda, si no cambia las cosas sustancialmente, el futuro puede ser aterrador. Vendrá otro nazi que hará bueno al que se va; la gente acabará votando cualquier cosa por rabia e indignación: a otro salvapatrias desalmado, a un mono, al fantoche ese con cuernos y pieles de bisonte que tomó los pasillos del sagrado templo de la democracia para imponer la ley de la selva. No hay más opción, ni alternativa, ni tiempo que perder: o Biden acierta o todo el planeta puede darse por jodido. Y no parece que el nuevo anciano presidente tenga la energía suficiente ni la capacidad política para acometer los desafíos de la primera potencia planetaria. Sin duda, el futuro tiene nombre de mujer: Kamala Harris. La mano derecha del nuevo presidente llega con revolucionarias propuestas: frenar el cambio climático desbocado tras cuatro años de ciego negacionismo trumpista; aliviar la desigualdad (más de 40 millones de norteamericanos viven en el umbral de la pobreza); y acabar con la maldita pandemia que ya ha matado a medio millón de personas (otro regalo de la estupidez trumpista, siempre indolente ante la tragedia humana).  

Trump pasará por ser el presidente más bruto e ignorante que haya pisado la Casa Blanca en más de doscientos años de historia. Ronald Reagan a su lado es William Shakespeare; George Bush junior Albert Einstein. Nunca un paleto inculto llegó tan alto. El mayor éxito en la vida de un imbécil es que le rían las gracias. Ese es el currículum que nos deja Trump: una sardónica carcajada global que hiela el corazón de la gente de buena voluntad; una triste risotada mundial como colofón al gran espectáculo circense del clown y como preámbulo del final de todo, de la inteligencia, de la cultura, de la ciencia, del sentido común, de las nobles ideas que alumbró Platón y quizá, quién sabe, de la propia especie humana, hoy amenazada por el desvastador cambio climático y por múltiples pandemias de todo tipo. Finalmente los Trump de la vida, los Bolsonaro, Salvini, Orbán y otros fascistas más o menos disfrazados de demócratas, han conseguido lo que querían: imponer su diabólica y enloquecida ideología de odio en todo el mundo sin derramar una sola gota de sangre. Hitler mató a millones y no logró nada; este ha ganado la batalla con solo darle al botón nuclear, o sea la tecla de Twitter. Puede que hoy no sea un gran día para el mundo o sí, quién sabe. Quizá los osos polares, las ballenas y el necio sapiens aún tengan una segunda oportunidad antes de que la Tierra se vaya definitivamente al garete por culpa de gentuza como Donald John Trump.

LOS TRINCAVACUNAS

(Publicado en Diario16 el 20 de enero de 2021)

Desde Murcia nos llegan los ecos del abochornante escándalo protagonizado por el consejero de Sanidad del Gobierno regional que, saltándose todos los protocolos sanitarios, se ha colocado en primera fila para que le pongan a él, antes que a nadie, la milagrosa inyección contra el endiablado coronavirus. Sonroja pensar en ese servidor público que debería dar ejemplo de ciudadanía, de valor y de capacidad de liderazgo que se ha remangado la camisa cobardemente ante la enfermera armada con una jeringuilla mientras sin duda pensaba aquello de yo primero, por si las moscas. El artista, que ha puesto como excusa que es médico y que responde al nombre de Manuel Villegas, no es el único que ha pasado a engrosar la infame lista de los aprovechados que han empezado a practicar la picaresca con las vacunas, sino que al parecer hay otros altos cargos de su departamento de Salud que también han hecho valer su poderosa influencia para inmunizarse cuando no les toca, lo cual no deja de ser un claro caso de flagrante jetismo, descarado morramen y trato de favor.

La estrategia marcada por el Ministerio de Sanidad establece que las primeras dosis de vacunación estarán dirigidas a los “grupos prioritarios”, entre los que se encuentran los residentes y personal de centros de mayores, trabajadores sanitarios y grandes dependientes. Es decir, los que figuran en primera línea de batalla contra la pandemia. Nada se dice de los políticos, que tienen que esperar en la cola como todo hijo de vecino, incluso quedar para el final, ya que no son precisamente un colectivo imprescindible para el buen funcionamiento de la sociedad. Sin embargo, tal como cuenta la prensa regional murciana, el tal Villegas se ha adelantado como si estuviera en la cola del supermercado o entre los más ansiosos del camión de la metadona, lo cual lo deja en muy mal lugar por lo que su conducta tiene de falta de ética y de elegancia política. El consejero recuerda bastante a aquel siniestro personaje de El tercer hombre encarnado por Orson Welles que comerciaba con los medicamentos para su interés personal en la Viena devastada por las bombas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. O sea un monstruo.

Sin duda, el episodio protagonizado por este nuevo listillo del trifachito murciano, que oh casualidad es militante del Partido Popular, evoca a aquellas últimas escenas dramáticas del hundimiento del Titanic, cuando el célebre barco se iba a pique sin remedio y los ricos que viajaban en First Class trataban de sobornar a la tripulación e incluso pisaban las cabezas de los más pobres para conseguir un bote salvavidas que les salvara el pellejo. Resulta curioso comprobar cómo a menudo, y salvo honrosas excepciones, el nivel de decencia, honestidad y dignidad de una persona es inversamente proporcional a su estatus social o al tronío de su cuenta corriente. El poderoso y el adinerado siempre han traficado con su privilegiada posición para terminar de aplastar a los de abajo en los momentos más críticos de un país, como es una guerra o esta pandemia de proporciones babilónicas de la que no terminamos de salir.

La picaresca forma parte del gen español, como el color de la piel y del cabello, pero en este caso no estamos hablando del vicio ancestral de la tribu, sino de una forma de hacer política de esos gobernantes que nos han caído en desgracia desde los tiempos de Viriato. En este país el señorito se cree con derecho a todo, hasta quitarle el pan y el agua al humilde, o lo que es lo mismo, arrebatarle los remedios de la botica esenciales para su salud.

De momento el tal Villegas no solo no va a dimitir sino que seguirá en la poltrona convencido de que ha hecho lo correcto y de que tiene derecho al chanchullo porque para algo es el que manda. Así es la concepción elitista que tiene la derecha hispana de lo que debe ser la buena política. Primero yo y luego mi gente y mis amigachos. Provoca estupor escuchar las explicaciones que el consejero murciano acaba de dar en urgente rueda de prensa, donde en pocas palabras ha venido a decir que se han cumplido todos los protocolos porque él forma parte del personal sanitario. ¿Pero qué personal sanitario ni qué niño muerto? El susodicho es ante todo un político, uno de tantos, y como tal debe dar ejemplo de servicio público.

De momento, el escándalo ya ha llegado a Génova 13 y Pablo Montesinos ha tenido que salir al ruedo para echarle un capotazo al consejero bajo sospecha. “Se están dando explicaciones. Me consta que están atendiendo a todos los medios y periodistas que preguntan. Se les está explicando el protocolo que se ha seguido”, ha asegurado el portavoz oficial del partido.  

Está claro que el suceso debería investigarse hasta sus últimas consecuencias, como suele decirse, ya que en España hay miles de personas en situación de riesgo por contagio que no van a entender que un señor confortablemente instalado en su despacho se haya inyectado eludiendo los protocolos clínicos establecidos en la campaña de vacunación mientras las enfermeras y los ancianos caen fulminados en los hospitales. Sin duda, todo apunta a que estamos ante un caso de caciquismo sanitario y es precisamente en asuntos como este donde se demuestra la altura de nuestros políticos y la calidad de nuestra democracia. Si consentimos que los que mandan se salten a la torera las normas para inmunizarse antes que nadie estaremos consintiendo el tráfico ilegal y el mercadeo con las vacunas, que ya empieza a proliferar no solo en España sino en todo el mundo.

De no dimitir el consejero implicado en este oscuro chanchullo, que por lo que ha dicho en su rueda de prensa no parece, Pablo Casado debería tomar cartas en el asunto y cesarlo fulminantemente. De lo contrario volverán los viejos fantasmas de un partido que en los últimos años se ha destacado como el gran símbolo de la corrupción ibérica. Si el PP no ataja ya el caso Villegas, un claro ejemplo de trato de favor y falta de respeto a la ciudadanía que está cumpliendo con las normas y esperando su turno de vacunación pacientemente y con entereza, podremos decir que la fiesta del escándalo sigue en ese partido. Porque meter la mano en la caja B es un delito, pero hacerlo en el botiquín para quitarle la vacuna y la vida a un anciano que necesita esa dosis como agua de mayo es todavía más feo, egoísta y cobarde.   

Viñeta: Igepzio

IGLESIAS Y PUIGDEMONT


(Publicado en Diario16 el 20 de enero de 2021)

Está claro que Pablo Iglesias la ha liado parda. Con su defensa cerrada de Carles Puigdemont, al que ha obsequiado con la condición de “exiliado”, no solo se ha puesto en su contra a los pocos valedores que le quedaban en el Gobierno de coalición (la mayoría de los ministros se la tienen jurada) sino que se ha echado encima a las asociaciones que defienden la memoria de los republicanos represaliados por el régimen franquista. Por medio de un comunicado al que ha tenido acceso Diario16, la Asociación de Descendientes del Exilio Español ha manifestado su “más profundo desacuerdo” con la opinión expresada por el vicepresidente segundo del Gobierno y le insta a “utilizar correctamente el lenguaje que expresa un contenido político tan dispar”. Lo normal en un líder de la izquierda es que siempre tenga en frente a los tradicionales enemigos de la derechona patria, pero cuando los palos le vienen de las propias asociaciones memorialistas republicanas, es decir de los suyos, de su gente, es que algo no está haciendo bien y que su discurso chirría.

Y el caso es que están absolutamente justificadas las críticas que le llueven al vice como chuzos de punta, ya que hay que estar muy desatinado para meter en el mismo saco del exilio a aquellos miles de luchadores por la libertad que dieron su vida altruistamente contra el franquismo y a un político iluminado, trapisondista y maquiavélico como Puigdemont que se ha erigido a sí mismo en gran símbolo contra la represión de un Estado fascista, el español, que solo existe en su delirante imaginación.

El error es todavía mayor si tenemos en cuenta que a quien está defendiendo Iglesias como si le fuera la vida en ello es al máximo representante de la derecha rancia y burguesa de esa Cataluña supremacista que suele tratar con desprecio al charnego español. O sea, xenofobia pura y dura a la manera de los partidos ultras de la Europa rica y opulenta que tanto tirón tienen últimamente. Ningún gurú de la nueva izquierda, e Iglesias todavía lo es, debería implicarse tanto con alguien como Puigdemont cuyo mayor logro político ha sido pisotear la Constitución, reducir a la categoría de papel higiénico el Estatuto de Autonomía y denigrar las milenarias instituciones catalanas, hoy convertidas en vertedero político, chatarrería o abandonado solar. Tal como era de esperar en un oportunista nato como Puigdemont, el ex molt honorable ha tardado exactamente un minuto en hacer suyas las elogiosas palabras de Iglesias y ya ha anunciado que sus abogados piensan utilizar su nueva condición de “exiliado oficial” para defender su causa en el Parlamento Europeo. Cosa lógica por otra parte, ya que si el propio vicepresidente de un Gobierno te otorga la condición de represaliado no vas a ser tú el tonto que diga lo contrario. Queriendo o sin querer, eso solo lo sabe él, Iglesias se ha convertido en el mejor letrado defensor del archienemigo de España, lo cual nos lleva a pensar que nunca antes un vicepresidente hizo un flaco favor tan hiriente a su país. Ni siquiera Pablo Casado, en su desesperado intento por torpedear las ayudas de Bruselas, ha provocado tanto daño a la imagen de nuestra democracia.

El empaste del líder de Podemos es antológico, mítico, pero como buen cabezón que es, lejos de rectificar ha optado por el sostenella y no enmendalla, o sea que no se baja del burro. Quien yerra una vez es inocente, pero quien lo hace dos veces es reincidente, de tal manera que Iglesias ha perdido una magnífica oportunidad para bajarse del pedestal, corregirse a sí mismo y mostrarse humilde y mortal. A preguntas de los periodistas, el máximo responsable podemita ha recordado que en su familia hay muchos represaliados de Franco, que mantiene un compromiso firme con la memoria histórica y que no admite lecciones de los que gobiernan con Vox ni de aquellos que impiden que se investiguen en el Congreso los presuntos delitos del rey emérito Juan Carlos I. En realidad nadie le preguntaba por nada de eso, pero él trató de irse por los cerros de Úbeda y se le acabó evidenciando el postureo. Faltaría más que su condición de luchador por la democracia está fuera de toda duda, pero no era necesario hacer ostentación de pedigrí rojo ni desplegar el plumaje de colores a modo de gran pavo real o macho alfa del republicanismo español sino que lo que se le pedía era que dijera lo que tocaba en razón al importantísimo cargo institucional que desempeña. Bastaba con reconocer aquello de me he equivocado, no volverá a ocurrir −con sinceridad, no como el Borbón−; disculpen ustedes, no estuve fino; Gonzo me tendió una trampa en su entrevista y yo caí de boca como un pardillo; o sencilla y llanamente la cagué. No lo hizo y prefirió tirar de soberbia. El Pablo activista estudiantil se comió, una vez más, al estadista, al vicepresidente, al hombre para la historia.

Aquí no se trata de criminalizar al independentismo catalán, tal como sugiere Iglesias, sino de enjuiciar a un tipo como Puigdemont que se pasó por el forro de los caprichos unos cuantos artículos de la Constitución, del reglamento parlamentario y del Código Penal, por lo que tuvo que poner pies en polvorosa. Sin embargo, Iglesias nunca entra en el asunto policial, judicial y penitenciario. Es como si le doliera en lo más íntimo reconocer que el ex president de la Generalitat es lo que es, un prófugo de la Justicia, un sedicioso que ha cometido un nutrido elenco de delitos y no un auténtico exiliado como los patriotas republicanos que amaban España y eran leales con la legalidad vigente, véase Machado, Alberti, Azaña o La Pasionaria. Lamentablemente, nadie de izquierdas con un mínimo de coherencia y en su sano juicio puede comprarle a Iglesias esa delirante comparación entre aquellos viejos héroes de la clase trabajadora y un señor que siempre ha defendido los intereses de la alta burguesía, el nacionalismo ombliguista y el paraíso fiscal catalán.

A Iglesias se le defiende con orgullo y gusto cuando tiene razón, que ha sido la mayor parte de las veces, como cuando ha impulsado el avance de los derechos sociales, el salario mínimo vital y la ley antidesahucios. Pero ocurre que cada vez que se mete en el jardín de ETA, en el charco de Otegi y en la harina del independentismo insurrecto muchos votantes de izquierdas se ven en la necesidad de taparse la nariz y buscar alternativas en las urnas. Eso viene ocurriendo ya demasiadas veces y el vice empieza a correr serio riesgo de que le ocurra lo que le augura la arrogante e indigesta Cayetana Álvarez de Toledo: que termine por no votarle ni su propio padre.

Viñeta: Igepzio

EL EXILIADO

(Publicado en Diario16 el 19 de enero de 2021)

Todo lo que rodeó el exilio de miles de españoles a partir de 1939 fue dramático, quizá la página más triste de nuestra historia. Guerra civil, represión, fusilados, cunetas, dictadura, familias enteras que huyen con lo puesto, cruzar a pie los Pirineos, hambre, miseria, campos de concentración, Francia ocupada, nazis, una tumba de Machado en Colliure, todo eso que muy acertadamente ha descrito el portavoz socialista de Justicia en el Congreso, Francisco Aranda. Sin embargo Pablo Iglesias, en su entrevista con Gonzo en Salvados, ha comparado la situación procesal de Carles Puigdemont, huido de la policía y refugiado en Waterloo, con todo ese infierno que se desató tras la contienda bélica. No parece demasiado afortunado el paralelismo del líder de Unidas Podemos, como tampoco parece que tenga mucho que ver la trayectoria del líder independentista con la represión y el calvario que sufrieron personajes republicanos de aquel tiempo como Manuel Azaña, Antonio Machado, La Pasionaria, Max Aub y tantos otros.

Para empezar, a Puigdemont no le falta de nada en su casoplón belga que para sí lo quisieran muchos, vive casi a cuerpo de rey emérito sin saber lo que es el hambre y el frío, mientras que el gran poeta Antonio Machado, por poner un ejemplo, acabó sus días en la triste pensión Bougnol-Quintana de Colliure, donde él y su madre murieron solos, aterrorizados y en condiciones lamentables a los pocos días de su llegada a la costa francesa. Puigdemont puede entrar y salir del Parlamento Europeo, dar charlas y conferencias contra el malvado Estado español, comer y cenar con sus amigos y seguir con su vida como si nada. Su estancia en Bélgica se parece más a una beca Erasmus, a un máster universatario en rebeliones populares, que a un exilio de verdad.

La magnitud de ambas tragedias, la sufrida por los exiliados republicanos y la del líder soberanista, no son equiparables se mire por donde se mire y cualquier intento de identificación resulta grotesco, patético, sarcástico. Un insulto a la inteligencia. Tratar de colarlos a todos en el mismo saco del exilio, con calzador populista como hace Iglesias, supone un flaco favor a la causa republicana, al dolor y sufrimiento de miles de represaliados por el franquismo y a la memoria histórica de las víctimas. En un tiempo de bulos y fakes como el que vivimos conviene llamar a las cosas por su nombre y tratar la historia con respeto porque de lo contrario todos terminaremos como Ortega Smith, revisionando por interés político los hechos del pasado y concluyendo que las Trece Rosas fueron sanguinarias psicópatas que disfrutaban torturando en las checas.

Es evidente que Iglesias no ha estado atinado con su forzado símil, algo por otra parte comprensible cuando te expones a pecho descubierto a una entrevista con un periodista incisivo como Gonzo. Basta ver que la propia portavoz de su partido, Isa Serra, se ha apresurado a matizar la polémica afirmación reconociendo que no se puede realizar tal comparación entre el político catalán buscado por la Justicia y aquellos republicanos que corrían a la desesperada hacia la frontera francesa entre carromatos destartalados, colchones viejos, niños descalzos, familias rotas, hambre, frío, desgarro y el horror de tener que dejar la patria rumbo a lo desconocido. Serra ha tenido que ejecutar una pirueta dialéctica y agarrarse a la Real Academia de la Lengua como a un clavo ardiendo para convencernos de que Puigdemont es un exiliado, pero una cosa es la RAE y otra la ética política, señora Serra, de modo que aquí no valen ardides gramaticales. Allá usted con sus cálculos, estrategias y tacticismos políticos.

Lo que está claro es que la afirmación de Iglesias no se sostiene, entre otras cosas porque si Puigdemont es un político exiliado él, como vicepresidente del Gobierno de España, es el brazo ejecutor de la injusticia fascista. El líder soberanista decidió pisotear la legalidad constitucional y dar un salto al vacío convencido de que podía conseguirse la independencia de Cataluña por la vía unilateral del pronunciamiento sedicioso e insurreccional, por las bravas, haciendo de su capa un sayo. Aquello fue un suicidio político colectivo, una inmolación milenarista, un pulso al Estado de derecho que acabó perdiendo, por lo que tuvo que salir por piernas del país, como cualquier otra persona que infringe las leyes. Es decir, más que exilio hubo fuga. Después la Justicia española actuó contra los cabecillas insurgentes tal como era de prever y aunque la instrucción estuvo plagada de irregularidades y la sentencia fue más que discutible eso ya es otra cuestión. Nadie represalió a Puigdemont como a Federico García Lorca, nadie lo sacó a punta de pistola de su casa para dirigirlo a un paredón o a un frío paseíllo. Él solito, en su propia ensoñación de que el procés podía llegar a buen puerto, se metió en el charco y embarcó a los catalanes. Tomó su decisión, aceptó las consecuencias de su histórico y trascendental desafío y perdió.

De alguna manera, la loca aventura indepe en pos de la República es un proceso revolucionario similar al que ha tenido lugar en Estados Unidos, donde una parte del pueblo se ha terminado tragando la gallofa de Donald Trump. Al igual que el magnate neoyorquino engañó a 74 millones de estadounidenses, Puigdemont sedujo a más de dos millones de ciudadanos catalanes, a los que ocultó la gran verdad inconfesable: que la independencia era imposible por esa vía, que el Estado no se quedaría callado y con las manos quietas y que reaccionaría con toda su fuerza para mantener la legalidad vigente. La única diferencia entre la mascarada trumpista ocurrida en USA y la insurrección catalanista del 1-O es que el Capitolio lo tomó un friqui tronado disfrazado de indio y al Parlament quiso entrar un señor con barretina de Las Ramblas burguesas.

Lo de Cataluña no tiene nada que ver con un Estado totalitario fascista que reprime a otro pequeño a la palestina, entre otras cosas porque ya no estamos en 1939 y porque aquí cada hijo de vecino tiene plena libertad para decir lo que quiera y ser lo que le venga en gana, republicano, falangista, monárquico, indepe, trumpista, vegano, multisexual, nudista, naturista o negacionista creyente en los marcianos verdes. Por mucho que se empeñen algunos, mayormente los extremistas de uno y otro signo que han decidido polarizarnos, España no tiene por qué repetir una segunda guerra civil para conquistar la libertad y liberar al martirizado y subyugado pueblo catalán. Eso es lo que le gustaría a gente como Trump, Puigdemont y algunos partidos supremacistas eslovenos y holandeses aliados de la derecha catalana más rancia. Aquí el único polaco ultra equivocado es Puigdemont, que decidió arrastrarnos a todos, por su cuenta y riesgo, a una nueva guerra fratricida: rebeldes de los CDR contra falangistas de Vox, Mossos d’Esquadra contra piolines, espías y hackers rusos contra la Policía patriótica de Rajoy y Fernández Díaz. La «revolución de las sonrisas» se disfrazó como algo pacífico, la resistencia pasiva de Gandhi, pero pudo acabar en una ensalada de tiros. Puigdemont, Junqueras y los demás le vendieron la moto al pueblo de que la secesión podía hacerse en un cuarto de hora de enjuagues legislativos en el Parlament y que al día siguiente todos tendrían pasaporte catalán, vivirían en un paraíso fiscal que ni el Caribe y atarían los perros con longanizas. Entre el bulo del America first y el Espanya ens roba no hay demasiada diferencia, por mucho que el prófugo Puigdemont (y algunos que le compran la película) quiera aparecer ahora como una exiliada y sufrida Pasionaria envuelta en una gloriosa estelada.  

Viñeta: Igepzio