domingo, 22 de enero de 2023

ESPAÑA, PARAÍSO DE BANQUEROS

(Publicado en Diario16 el 21 de enero de 2023)

Ayer supimos que el número de banqueros que ganan más de un millón de euros se ha disparado en España (hemos pasado de 128 a 221 millonarios del sector financiero, lo cual no es poco). El fenómeno no es solo hispano, en toda la Unión Europea ya hay casi dos mil banqueros que superan ese kilillo, esa cifra redonda mítica, lo que supone un 42 por ciento más que el año anterior. Ya no cabe ninguna duda: la crisis es solo para algunos porque otros están sacando su buena tajada.

Durante los últimos tres años, desde que estalló la pandemia y después la guerra de Putin, los poderes fácticos del dinero han tratado de convencernos de que la cosa está muy mal, de que vienen vacas flacas, recesiones e inflaciones, y que por tanto debemos ajustarnos el cinturón. Sin embargo, ese cinturón parece que solo afecta al pueblo llano, ya que los banqueros, las grandes compañías eléctricas, las multinacionales del Íbex y, en general las élites, no usan cinturón, sino tirantes, y quizá por eso están ganando más pasta que nunca.

Un día después de que Pedro Sánchez soltara el mejor discurso que se recuerda de un presidente español en el Foro de Davos, donde miró a los ojos a los dueños del mundo para decirles eso de “sabéis que el sistema no es justo”, nos desayunamos con la noticia de que España es el gran paraíso del banquero y que aquí los tipos con monóculo y manguito viven a cuerpo de rey a costa de nuestras comisiones, nuestras sufridas hipotecas y ahorrillos y nuestros cinturones apretados. “¿Cómo podemos pedirles a nuestros ciudadanos que aguanten la inflación un poco más cuando algunas grandes compañías no pagan nada de impuestos gracias a los paraísos fiscales y los vacíos en sus regulaciones internacionales que nosotros dejamos que existan?”, espetó Sánchez a los grandes magnates de la Tierra como hizo Cristo con los mercaderes que habían convertido la casa de Dios en un templo de la usura.

El sermón del presidente del Gobierno fue emocionante por valiente y coherente, no cabe duda. El problema es que ha durado lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks, como diría Sabina, ya que la cruda realidad ha venido a imponerse con sus números dramáticos para restregarnos en la cara que aquí, en este bendito país, mientras más de 13 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión social, los banqueros se forran como nunca. ¿Cómo se puede tolerar, señor Sánchez, la obscenidad de que una casta financiera levante emporios y fortunas mientras el pueblo no llega a final de mes? ¿Cómo puede consentir un Gobierno que se dice de izquierdas semejante desigualdad e injusticia propia de aquel Antiguo Régimen como el que se derrumbó con la Revolución Francesa?

Más de cuarenta años de democracia, tres gobiernos socialistas y la eterna promesa de una sociedad más justa e igualitaria para llegar a esta especie de feudalismo bancario en el que unos señores, desde sus castillos de cristal de la Castellana, controlan al pueblo a fuerza de tipos de interés, préstamos imposibles de devolver, comisiones intolerables e hipotecas muchas veces abusivas. El pueblo comiendo marca blanca, absteniéndose de la carne carísima y del pescado por las nubes, cambiando la dieta mediterránea, el jamón ibérico y las gambas de gabardina por las lentejas, las patatas y los garbanzos de posguerra, mientras una élite de prestamistas y usureros enriquecidos se niegan a arrimar el hombro y a pagar más impuestos para sacar a este país de la maldita crisis. Lamentable ejemplo.

Sánchez, animado por su socio Unidas Podemos, ha tratado de meterle mano a los beneficios extraordinarios de la banca mediante un necesario y urgente impuesto con el que piensa recaudar 3.000 millones de euros en dos años. Pero con la banca hemos topado. Está por ver que ese dinero llegue finalmente a las arcas del Estado. Nada más conocerse la intención del Gobierno de que paguen más quienes más tienen los bancos denunciaron que la ley podría ser inconstitucional, advirtieron que la medida ocasionaría un agujero de 5.000 millones de euros a la economía nacional y amenazaron con despedir a 72.000 empleados.

Nadie resulta más antipático y detestable que un banquero codicioso. Nuestros almirantes de los grandes buques bancarios, nuestros nuevos aristócratas engominados con el aroma del dólar, se parecen cada día más a aquel siniestro usurero de Qué bello es vivir, el señor Potter capaz de llevar al suicidio a un honrado ciudadano acuciado por las deudas que solo quería vivir tranquilo y en paz como buen padre de familia. Cada español de hoy, cada George Bailey contemporáneo, se merecería que bajara del cielo su angelito Clarence de la guarda para ajustarle las cuentas a estos magnates sin conciencia que pudiendo ser grandes filántropos de un mundo mejor se conforman con desahuciar de sus casas a parados y viejos jubilados para sacarles hasta el alma.

“Los créditos ya no los dan con arreglo a los negocios, las capacidades y la honradez del que los solicita, sino que nos hemos convertido para ellos en charcutería financiera”, decía el gran Umbral. A ellos, a la crème de la crème que se mete un kilo en el bolsillo manejando nuestro dinero, le va bien con esta izquierda, con la derecha y con los del centro, aunque seguramente están esperando pacientemente a que lleguen los suyos para irse a cazar perdices con el Caudillo de turno y colocar al niño de ministro, como se ha hecho toda la vida. Ya se sabe que la banca siempre gana. Y en España mucho más.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

FEIJÓO, EL PROGRE

(Publicado en Diario16 el 20 de enero de 2023)

La crisis en el Gobierno de Castilla y León ha terminado por contagiar al partido de Feijóo. Es bien sabido que el líder del PP y su barón regional Mañueco no se llevan. Entre ellos no hay química personal ni ideológica. Feijóo trata de pasar por un liberal moderado a la europea (aunque luego la realidad se imponga y le aflore la dureza que todo hombre de derechas lleva dentro), mientras que el presidente castellanoleonés no le hace ascos al mundo ultra de Abascal (no se lo pensó dos veces para coaligar con él y seguir en la poltrona cuatro años más). El choque se escenificó durante la toma de posesión de Mañueco, a la que Feijóo decidió no acudir probablemente para no verse salpicado por el enjuague tramado entre ambas fuerzas políticas. De alguna manera, con esa ausencia el aspirante a la Moncloa quiso marcar distancias con los trumpistas españoles. Fue su particular cordón sanitario, un cordón algo débil y barato, es cierto, pero para Feijóo fue suficiente en aquel momento.

Hoy, cuando el vicepresidente voxista de CyL, Gallardo Frings, promueve una agresiva caza de brujas contra las mujeres que deciden abortar, las relaciones entre el presidente nacional del PP y el mandatario castellanoleonés vuelven a enfriarse. A Feijóo no le ha gustado nada el espectáculo que ha dado un gobierno autonómico con el que ya mantuvo sus más y sus menos cuando era máximo dirigente de la Xunta de Galicia. “No va a haber ningún cambio en el protocolo de las mujeres embarazadas, ningún cambio. Punto”, sentenció Feijóo tratando de pasar página a un asunto incómodo, el del protocolo obligatorio para la interrupción voluntaria del embarazo, que no estaba en su agenda prioritaria y que ha venido a estropearle al PP las buenas expectativas de voto de cara a las próximas elecciones generales. Al jefe de la oposición todo el jaleo que ha montado Vox en Castilla y León en el peor momento le ha olido a cuerno quemado, una puñalada trapera, de ahí que decidiera dar un puñetazo en la mesa para poner pie en pared, apaciguar el gallinero castellanoleonés que se había desmandado y zanjar la crisis antes de que empezara a pasar factura al Partido Popular. 

Feijóo está harto de la incompetencia de Mañueco. Gallardo Frings y Abascal habían planeado este golpe contra Génova desde hacía tiempo. Ambos sabían que poniendo encima de la mesa un asunto tan sensible como el del aborto el PP tendría que retratarse, tomar partido, fijar posiciones. Hasta ahora los populares siempre se han movido en una ambigüedad calculada en ese tema. Han aceptado las diferentes leyes reguladoras que se han ido promulgando a lo largo de la democracia para no parecer demasiado retrógrados y no perder el voto femenino, pero en el fondo, como son meapilas y tienen hipotecas con la Iglesia católica y las asociaciones provida que secundan sus manifestaciones contra gobiernos socialistas, no les gusta el aborto. En su día, Alberto Ruiz-Gallardón ya dio el paso decisivo para restringir al máximo este derecho cuando derogó la ley de plazos e impulsó una ley de supuestos que introducía múltiples trabas, requisitos y obstáculos clínicos y legales para disuadir a la mujer que decidía poner fin a un embarazo no deseado. Por eso el protocolo antiabortista de Gallardo Frings no va contra Pedro Sánchez, sino contra Alberto Núñez Feijóo, a quien en Vox ya le han colgado el sambenito de progre, blandengue y derechita cobarde. Se lo dijo muy claramente Rocío Monasterio a Jiménez Losantos en una reciente entrevista radiofónica: “Tiene miedo [el PP] a desterrar las políticas de izquierda bajo las órdenes de la SER y de Prisa (…) El PP de Sémper agacha las orejas y se pliega a todo lo que le dicen los medios de izquierda”.

No es gratuito que la líder ultraderechista haya lanzado un ataque directo y despiadado contra el hombre elegido por Feijóo para organizar y dirigir las campañas electorales que se avecinan. Borja Sémper siempre ha tratado de dar una imagen de moderación que al presidente gallego del PP le agrada. Y Vox ha visto en esa grieta, en ese flanco que Abascal considera un punto débil, una oportunidad para colocar ahí mismo sus cargas explosivas detonantes contra el Partido Popular.

La emboscada que Gallardo Frings ha tendido a Mañueco a cuenta del aborto ha sido un jaque, quizá no mate, pero sí crucial. A Génova no le ha quedado más remedio que mojarse, desautorizar el protocolo antiabortista de Vox y marcar distancias. Mientras tanto, el partido ultraderechista ha logrado lo que quería: obligar al PP a salir de esa especie de hipocresía histórica o doble cara que ha mantenido siempre que se ha puesto encima de la mesa la polémica del aborto.

A partir de ahora se caen las caretas. Cada cual ha tenido que decir públicamente si está con la caza de brujas del inquisidor Gallardo o con la defensa de los derechos humanos y de las mujeres. La rectificación del Gobierno de Castilla y León, negando que se vaya a incluir el macabro protocolo clínico en los hospitales, ha tranquilizado al Gobierno central, que de momento retira su seria advertencia de intervenir aquella autonomía en aplicación del artículo 155 de la Constitución. Pero el roto, el daño para el PP, puede ser ya irreparable. Aquí el que queda como un mentiroso no es Sánchez, tal como proclama un sobreexcitado e hiperventilado Mañueco en el último canutazo ante los periodistas. Aquí el que sale mal parado y queda como un sospechoso ambiguo es el Partido Popular, que ha defraudado al votante más cafetero y ultra con todo este embrollo del aborto.

De entrada, en este mismo momento más de un militante de las reaccionarias asociaciones provida habrán roto el carné de la gaviota. Y no son pocas las organizaciones que hasta el día de hoy habían secundado, en comandita, las multitudinarias y domingueras manifestaciones ultracatólicas convocadas por los populares en la Plaza de Colón. Todo eso se ha acabado con la batalla de CyL, que gana Vox de una forma apabullante. A partir de ahora, cuando el PP convoque uno de esos autos de fe teológicos propios de la Edad Media, no va a ir ni el Tato, salvo que Abascal lo autorice, claro está. Mucho nos tememos que toda esta historia truculenta del latido fetal ha servido para que Vox llene el granero de votos arañando por la derecha. Feijóo empieza a constatar con estupor lo que con la lógica en la mano era de esperar: que acercarse a los extremistas e intimar con ellos puede ser más contaminante que la propia radiactividad.

Viñeta: Óscar Montón

MAÑUECO

(Publicado en Diario16 el 20 de enero de 2023)

El protocolo antiabortista que Vox pretende implantar en los hospitales de Castilla y León va camino de llevarse por delante al Gobierno de coalición que el popular Alfonso Fernández Mañueco sostiene, desde hace meses, poco menos que con pinzas. El presidente castellanoleonés ha gestionado fatal esta crisis. Primero haciendo mutis por el foro, guardando un ominoso silencio y desentendiéndose del asunto mientras su vicepresidente, Gallardo Frings, daba inicio a una caza de brujas inquisitorial contra las mujeres que deciden abortar y contra los ginecólogos que deben ofrecerles asistencia médica. Después convocando, tarde y mal, una comparecencia con declaración institucional (sin preguntas de los periodistas) para no decir nada. Y finalmente enfrentándose al Gobierno Sánchez, que le ha requerido para que la Consejería de Sanidad se abstenga de aprobar cualquier medida que pueda vulnerar la ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo actualmente en vigor. El esperpento promete continuar en los días venideros.

A esta hora lo único que puede decirse de todo este embrollo es que el Ejecutivo Mañueco es un auténtico desastre, un gobierno que los castellanoleoneses no se merecen. Lo explica muy bien Francisco Igea cuando se esfuerza por convencer al resto de España de que los ciudadanos de aquella comunidad no son como los personajes que los dirigen. No cabe duda de que la jugada de Vox montando el pollo con el aborto ha sido letal para el Partido Popular de CyL. Ha dado satisfacción a sus votantes (que piden escándalo y gamberrada a todas horas); ha puesto contra las cuerdas al presidente regional (que ve cómo su vicepresidente Gallardo se le sube a las barbas y ya funciona por libre); y ha logrado lo que buscaba: que los medios de comunicación hablen, día sí día también, de su disparatada “guerra cultural”.

Tal como era de esperar, el Gobierno de España no ha rehuido el desafío voxista y ha requerido al Ejecutivo autonómico castellanoleonés para que rectifique el protocolo antiaborto, un trámite gravísimo que recuerda mucho a aquellos años convulsos en los que, en pleno levantamiento popular por el procés en Cataluña, Madrid pedía explicaciones al Gobierno de la Generalitat de Quim Torra como paso previo a la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que prevé la suspensión e intervención de aquellas autonomías que se rebelen con algún incumplimiento legal.

Tras el requerimiento que Mañueco ha desestimado (en realidad no puede hacerlo, tiene la obligación de contestar, de modo que una vez más está incumpliendo la ley), Vox de Castilla y León ya tiene lo que quería: un cara a cara con Sánchez para poder recurrir al viejo recurso del victimismo, o sea, aquello de “Madrid nos maltrata” o “Madrid odia a los castellanoleoneses”, que en el fondo es lo mismo que decían los independentistas catalanes cuando el Estado intervino sus competencias.

Vox es un partido antisistema experto en destruir las instituciones desde dentro. Y no necesita demasiado para hacerlo. Le basta con soltar un bulo en las redes sociales, replicarlo miles de veces a través del ejército de bots de Santiago Abascal y sentarse a contemplar el incendio. Todo este revuelo de los últimos días, toda la polvareda mediática y la polémica sobre el famoso protocolo antiabortista, no deja de ser un bien pergeñado montaje. Cuando Gallardo Frings anunció que la intención del Gobierno regional era instar a los médicos a que obliguen a las mujeres a escuchar el latido fetal antes de abortar estaba jugando de farol. Sabía que la democracia jamás le permitiría llevar a cabo semejante disparate. Fue un globo sonda. Una celada para poner contra las cuerdas a Mañueco, que tras sufrir el chorreo de Feijóo se ha visto obligado a dar la cara ante la opinión pública.

Han pasado ya varios días desde que estalló la polémica y poco se conoce del famoso protocolo fantasma de Vox. Nadie sabe en qué consiste, cuál es su contenido real y cómo se aplicaría. No es que no exista el plan, seguramente Gallardo Frings lo tiene guardado en un cajón, junto a los demás dosieres delirantes para la España neofranquista que pretende construir Abascal. Pero no puede hacer nada con él. La UE, la OMS, la ONU y los colegios profesionales de médicos se le echarían encima. Los ginecólogos ya han alertado de que obligar a una mujer a escuchar el latido fetal para amedrentarla supone una aberración clínica. Y por si fuera poco, la medida no tendría recorrido legal, ya que sería tumbada por la Justicia (nacional e internacional) por inconstitucional y contraria a los derechos humanos. Hasta el locutor Federico Jiménez Losantos ha exigido al partido de extrema derecha que saque ya el dichoso protocolo. Se lo ha dicho en la radio a Rocío Monasterio, a quien ha acusado de colocar a un “majaderín que en su puñetera vida ha hecho nada” (en referencia a Gallardo) al frente del partido en CyL. “¿Este qué se ha creído, que es ministro de Franco o qué?”, reprende el periodista a la líder ultra. Tremendo y humillante rapapolvo.

Con todo, la versión de que el protocolo antiabortista no existe es la única baza o coartada que le queda ya a Mañueco para eludir la amenaza del 155 que pende sobre su cabeza. Desde el PP de Valladolid se insiste en que “no hay acuerdo” con Vox que vulnere la legislación vigente sobre el aborto. Una vez más, Mañueco no dice la verdad. Cada asunto que se aborde a lo largo de esta legislatura fue debidamente tratado y firmado por ambos partidos en los pactos de coalición. A Génova no le ha pillado por sorpresa la jugada de Gallardo Frings. Simplemente se ha limitado a apagar el fuego como podía. Ahí tiene toda la razón el dirigente de Vox, ya que los contratos están para cumplirlos. El problema es que Mañueco, cuando firmó lo que firmó con los ultras, jamás pensó que sus socios llegarían tan lejos planteando una atrocidad tal como es un chantaje o extorsión a las mujeres que deciden interrumpir su embarazo. Y en todo caso, creyó que sería capaz de controlar a la bestia. Ahora ya sabe que sus socios de gobierno están dispuestos a todo y lo que es todavía peor: ahora sabe que el monstruo se le ha ido de las manos. La extrema derecha no es ninguna broma.   

Viñeta: Iñaki y Frenchy

SÁNCHEZ EN DAVOS

(Publicado en Diario16 el 19 de enero de 2023)

Mientras Feijóo embarranca en circunloquios y trabalenguas propios de Mariano Rajoy, Sánchez triunfa en el extranjero. El rotundo espaldarazo que el foro de Davos (capital mundial del liberalismo económico) ha dado a las políticas del Gobierno de coalición al felicitar al premier español por los excelentes resultados económicos de nuestro país, ha sido un palo definitivo para el PP. ¿Qué van a decir ahora Cuca Gamarra y Bendodo si hasta el gran sanedrín del capitalismo globalizante avala repartir la riqueza para luchar contra la desigualdad? ¿Por dónde va a salir ahora Isabel Díaz Ayuso si hasta los suyos del laboratorio ultraliberal internacional proponen subir los impuestos para sostener el maltrecho Estado de bienestar? Está claro que se han quedado sin discurso económico y ya solo pueden abrazarse al manido recurso del “España se rompe” y al “Sánchez traidor” para intentar conquistar el poder. 

Lo que ha pasado en Davos en las últimas horas ha sido glorioso. Los grandes prebostes del dinero, los aristócratas del gran capital, apostando por las medidas socialdemócratas de Moncloa. Ver para creer. Atrás quedan los años de las vacas gordas, cuando los señores de la opulencia se reunían en el Foro Económico Mundial para repartirse las ganancias y los beneficios, posar para la foto de familia y ponerse finos a canapés. Tras la terrible pandemia y la guerra en Ucrania todo ha cambiado. Muchos de ellos tienen miedo de que el sistema, más bien el chiringuito, se les venga abajo sin remedio. Han caído en la cuenta de que la nueva sociedad tecnológica y robotizada produce bolsas inasumibles de pobreza y miseria, distorsiones que generan tensión, paro, convulsión social, desórdenes públicos, insurrecciones populares y la aparición de fenómenos aberrantes como la conspiranoia trumpista ultra que se extiende por los cinco continentes. El orden mundial se resquebraja y ya se sabe que cuando la calle se revuelve el dinero tiembla. El miedo de las clases poderosas a la inestabilidad se propaga no solo por los pasillos de Davos, también por los de la Unión Europea, por los del Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. “En el Foro de Davos se empieza a escenificar un cambio de paradigma económico, algo que se observa en tres ideas: instaurar una mayor fiscalidad y que esta sea común; solucionar las desigualdades económicas, aumentadas por la revolución tecnológica; y frenar y revertir el cambio climático para evitar una futura crisis”, asegura el periodista económico Javier Ruiz.

Para que las grandes multinacionales funcionen a pleno rendimiento hace falta paz social. Para que los bancos puedan seguir floreciendo con fertilidad se requiere orden político. Para que el gran circo del capitalismo se mantenga a flote hace falta un nuevo contrato de Rousseau entre ricos y pobres. Los magnates de Davos ven con horror cómo París arde en huelgas generales contra la ley Macron que prolonga la edad de jubilación de los trabajadores. Los chalecos amarillos agitados por la extrema derecha se han convertido en un quebradero de cabeza para los dirigentes de esa Europa que hasta hoy gobernaban con el viejo manual de Adam Smith y que ahora buscan ansiosamente los libros polvorientos de Keynes que tras la revolución ultraconservadora ya nadie leía porque habían sido arrumbados, como inservibles, en bibliotecas y sótanos. Cada día que pasa es una prueba más de que el mandamiento sagrado del libre mercado (laissez faire, laissez passer, dejen hacer, dejen pasar) ha fracasado. Hoy hasta Davos reconoce que se impone una intervención del Estado, pública y directa, para frenar y corregir los desmanes del capitalismo salvaje y el festín de codicia de algunos que no entienden que a mayor desigualdad más focos de agitación y revueltas sociales. Para que ellos puedan seguir tirando con sus mansiones, sus yates y sus fiestas es preciso abrir el grifo, subir salarios, mejorar las prestaciones y el escudo social, gastar más en Sanidad y Educación, en suma, potenciar el Estado de bienestar. O nos salvamos todos, millonarios y proletarios, o el Titanic se hunde.

En ese nuevo contexto histórico, Pedro Sánchez juega con ventaja, de ahí que al presidente español se le escuche con atención allá donde va (parecía Franklin Delano Roosevelt en la Conferencia de Yalta durante la última cumbre de la OTAN contra el desafío de la invasión rusa). El Gobierno de coalición lleva tres años funcionando con ese nuevo paradigma económico que se ha mostrado eficaz en pandemia y efectivo ante los nefastos efectos económicos que deja la crisis energética mundial provocada por Putin. Medidas como los ERTE, la excepción ibérica para frenar la factura de la luz, el triunfo de los fondos europeos, el impuesto a las grandes fortunas y la intervención de precios para contrarrestar la inflación están siendo valoradas muy positivamente por los gurús de Davos y otros organismos internacionales. La proyección de Sánchez en el extranjero no tiene nada que ver con una ingeniosa campaña de imagen diseñada por unos avezados asesores, ni con su perfecto inglés de Oxford, ni siquiera con su buena química con Ursula von der Leyen, sino con las políticas reales que ha aplicado en España, un país que por ahí arriba, en las grandes cumbres internacionales, se empieza a ver como un interesante laboratorio de experimentación para saber cuáles son las nuevas soluciones a los últimos problemas de la globalización. No es ninguna casualidad que el Financial Times, el diario británico más prestigioso del periodismo económico mundial nada sospechoso de comunista, le dedique una portada a la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Y otro rotativo europeo de vanguardia como The Economist escribió: “Sánchez ha manejado esta situación con bastante destreza. Parece probable que su Gobierno sobreviva”.

A la prensa internacional le interesa y mucho lo que está ocurriendo en España y programas de máxima audiencia como First Move with Julia Chatterley, de la CNN, dedican su tiempo a hablar con ese presidente-galán de un pequeño país latino del sur europeo que le está echando imaginación a la política actual. Sánchez se pasea como Pedro por su casa por los platós norteamericanos de relumbrón y hoy está en Nueva York y mañana jugando a la petanca con los jubilados de Coslada para demostrar que este Gobierno no será bolivariano, pero sabe codearse con los jerarcas del dólar para bajarse después al barrio y estar con los que menos tienen. O sea, lo macro y lo micro. Mientras tanto, el PP sigue haciendo política basura con el aborto, pactando con el medievalismo trumpista de Vox y retrocediendo en el tiempo hasta los años más oscuros del primitivismo y el aislacionismo franquista. Por no saber, Feijóo no sabe ni hablar inglés.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL MANIFIESTO ANTISANCHISTA

(Publicado en Diario16 el 19 de enero de 2023)

Desde que Sabina dijo aquello de que ya no es de izquierdas porque tiene “ojos y oídos para ver las cosas que están pasando” uno ya no puede fiarse de nadie. Hay mucho presunto progre que con el tiempo va perdiendo la fe, la ideología y la conciencia de clase. Son los rojos desteñidos, los reconvertidos al naranja Ciudadanos. Los hay de muchos tipos. Unos dicen que han evolucionado, que qué se le va a hacer si la mentalidad va cambiando con el tiempo (como si ser de izquierdas fuese algo propio de chiquillos utópicos, cosas de la edad). Otros, los más descarados, confiesan que ya se han cansado de ser unos perdedores y directamente se cambian de chaqueta para fichar por alguna televisión o emisora de radio conservadora que paga mejor. Y no falta el típico tránsfuga o jeta que hoy está aquí y mañana allí como un picaflor de la política.

Ya decimos que hay numerosos perfiles de renegados del socialismo, cada día más. Desde el tapado o impostor que nunca fue de izquierdas, pero llevaba su traición en silencio, como las hemorroides, hasta el pragmático que termina derechizándose y olvidándose de la causa por puro oportunismo personal, pasando por el resabiado al que no le va bien en la vida cuando el PSOE está en el poder y acaba votando PP o Vox por puro odio, animadversión o deseos de venganza (de esos hay muchos). De todos ellos solo cabe decir que probablemente nunca fueron gentes de izquierdas, en todo caso la izquierda caviar, y que hay que tener mucho estómago (y muy poca vergüenza) para venderse a la derecha por un plato de lentejas, un traje caro o un carguete en alguna fundación cultural, chiringuito, mamandurria o dirección regional de no sé qué.

Ayer, una serie de implacables antisanchistas de toda ideología política, entre ellos algunos rojillos apóstatas, firmaron un sorprendente manifiesto titulado A la sociedad española ante el desafío constitucional en el que cargan contra el Gobierno (en realidad contra Pedro Sánchez) por poner en marcha una “lógica destructiva” del Estado con sus recientes reformas de los delitos de sedición y malversación, así como del Poder Judicial que, según ellos, “han quebrado el proyecto histórico del PSOE” y hacen peligrar tanto la Constitución como “la nación política española”. Estos permanentes aterrados por la idea de que España pueda romperse en cualquier momento advierten de que nuestro régimen de libertades resultará fallido por las políticas del Gobierno de coalición. Entre los abajo firmantes hay personajes de todo pelaje y condición, entre ellos ex ministros socialistas como José Luis Corcuera y César Antonio Molina (con eso está dicho todo); el expresidente de la Comunidad de Madrid Joaquín Leguina (este es un clásico que anda metido en todos los aquelarres antisanchistas, mayormente desde que fue expulsado del PSOE con todo merecimiento por mostrar públicamente su apoyo a Isabel Díaz Ayuso); conocidos escritores; ilustres periodistas como el presidente de honor de El País, Juan Luis Cebrián, Augusto Delkáder o Miguel Ángel Aguilar (este último caso duele, uno le tenía por maestro y referente); juristas, empresarios y hasta algún que otro embajador.

Hasta donde se sabe, no consta que en este fregado esté metido Mario Vargas Llosa (ya tiene bastante con la separación de la Preysler), ni tampoco el hiperventilado Hermann Tertsch, ni Javier Negre, ese señor que se rasga las vestiduras por que la comunista Yolanda Díaz utiliza a sus “criadas” para hacerse la pedicura. Ninguno de ellos figura en el manifiesto, aunque bien pensado sus rúbricas no desentonarían con lo que se dice en el texto. En total, 255 personalidades de relevancia pública suscriben un documento en el que hacen un crudo llamamiento al PSOE para que recupere su papel histórico que le llevó a contribuir a la elaboración y respaldo de la Constitución de 1978 y en el que instan a que alcen la voz muchos socialistas hoy “silentes” que observan alarmados el supuesto proceso de deserción de los compromisos constitucionales de Pedro Sánchez.

Por el tinte catastrofista que emplean podría pensarse que el escrito ha sido impulsado por el mismísimo Alberto Núñez Feijóo, ya que los denunciantes se dirigen “a la sociedad española ante el desafío constitucional” y advierten de que la democracia en España, como en cualquier país, “nunca es irreversible”. Sin duda, leyendo el manifiesto uno tiene la sensación de que ha sido elaborado en los despachos de Génova 13, no solo porque carga contra Sánchez por su coalición con Unidas Podemos, partido al que acusan de querer instaurar “un modelo plurinacional de corte confederal”, sino por sus acuerdos con las fuerzas nacionalistas e independentistas, ese mantra profusamente empleado por la extrema derecha española. A esta disidencia postprogre solo le ha faltado colgarle al presidente socialista la etiqueta de bilduetarra amigo de los separatistas, y aunque se hayan reprimido en el último momento, seguramente eso era lo que les pedía el cuerpo.

La octavilla reaccionaria no hay por dónde cogerla y si nos dijesen que ha salido de puño y letra de Santiago Abascal no podríamos por menos que creérnoslo. Ni una sola mención a las políticas sociales del Ejecutivo central, ni una sola línea en todo el texto al loable esfuerzo de este Consejo de Ministros por no dejarse a nadie atrás en las dos crisis superpuestas que estamos viviendo. Solo proclamas chovinistas sobre la unidad de la patria al más puro estilo ultra. El violento absceso de ultranacionalismo apocalíptico lleva a los signatarios de la carta a insinuar, sin ningún fundamento objetivo, que España puede volver “a las peores épocas de su historia al declararse fallido, otra vez, el intento de consolidar un régimen de libertades conforme a los esquemas indeclinables de las democracias”. De ahí al trumpismo, que declara ilegítimos a los gobiernos progresistas salidos de las urnas, hay apenas un paso.

En realidad, el Gobierno ya ha dicho, por activa y por pasiva, que no habrá referéndum de autodeterminación en Cataluña y que jamás atravesará los límites de la Constitución, cosa que otros partidos como el PP, que siguen bloqueando la renovación de los altos cargos judiciales (pisoteando la Carta Magna), no pueden decir. Si estuviésemos a 28 de diciembre entenderíamos que todo esto obedece a una inocentada o broma pesada de jubilados con demasiado tiempo libre. El problema es que esa fecha ya pasó. Definitivamente, y a tenor del intento de los conjurados por dibujar una España poco menos que al borde de otro 36, solo cabe concluir que deben de haberse vuelto todos locos o que los excesos navideños siguen pasando factura dos semanas después. Y pensar que algunos de ellos, en su día, iban de concienciados y aguerridos socialistas. Qué pena.

Ilustración: Artsenal

DE GALLARDÓN A GALLARDO

(Publicado en Diario16 el 18 de enero de 2023)

La cuestión del aborto se ha llevado por delante más de una carrera política en nuestro país. Fue el caso del ex ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón, quien en el año 2013 decidió emprender una cruzada antiabortista que solo le sirvió para cavar su tumba profesional. Presionado por los movimientos provida y dejándose arrastrar por su propia ideología ultrarreligiosa, Gallardón quiso acabar con la ley socialista de Zapatero que situó a España como uno de los países más avanzados a la hora de garantizar que las mujeres puedan ejercer su derecho a la interrupción voluntaria del embarazo.

En diciembre de 2013, el entonces considerado como gran faro y guía del liberalismo conservador, decidió llevar al Consejo de Ministros el que se denominó como anteproyecto de Ley Orgánica de Protección de los Derechos del Concebido y la Mujer Embarazada, un borrador de lo que tenía que ser la ley más reaccionaria y nacionalcatolicista promulgada por el Ejecutivo de Mariano Rajoy. En ese bosquejo legislativo, Gallardón plasmó las esencias de su pensamiento ultracatólico al proponer la derogación de la ley de plazos socialista, una de las más garantistas de la Europa civilizada, por otra de supuestos mucho más restrictiva. De esta manera, el superministro solo permitía que las mujeres abortaran en dos únicos casos: si eran víctimas de violación (y solo hasta las doce semanas de gestación) o si existía un grave riesgo para la salud física o psíquica de la madre (y siempre con una serie de informes clínicos y exigentes requisitos que ponían a la mujer dispuesta a interrumpir su embarazo ante una auténtica gymkana llena de obstáculos administrativos que la hacían desistir en el último momento). Pero lo peor de todo no fue que el anteproyecto estuviese marcado por un evidente sesgo religioso, sino que estigmatizaba como delincuentes a las mujeres que se salieran de los dos rígidos supuestos establecidos por la nueva normativa y además los médicos que las ayudaran a abortar se enfrentarían a una pena de entre uno y ocho años de cárcel. Fue una auténtica caza de brujas y un paso atrás en el tiempo de varias generaciones hasta los años más oscuros de este país, tal como denunciaron ginecólogos, psicólogos y expertos en el tema.

Sin duda, un beato de misa de doce como Gallardón se había dejado influir por los postulados más rancios de la Conferencia Episcopal, pero ese delirio de buen cristiano con una misión divina que cumplir no iba a salirle gratis. Su ley encontró de inmediato una fuerte oposición no solo entre la izquierda y las organizaciones feministas, sino que fue duramente criticada por los sectores más moderados del PP, a los que no les gustó nada ese retorno a la España anterior al Concilio Vaticano II. Entre los críticos se posicionaron el presidente de Extremadura, José Antonio Monago, que llevó su rebelión contra la ley Gallardón al Parlamento extremeño, y la entonces delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes (la que posteriormente llegó a presidenta madrileña para ser defenestrada por su propio partido por aquel feo asunto de las cremas), quien se mostró abiertamente partidaria de mantener la ley de plazos vigente aunque con algunas correcciones como el derecho de las menores a abortar sin consentimiento paterno o la libre venta de la píldora del día después.

Alberto Ruiz-Gallardón quiso meter el crucifijo en los hospitales y clínicas ginecológicas entre los bisturíes y las vendas, pero aquella mesiánica misión trufada de talibanismo cristiano le costó el puesto. En efecto, en septiembre del 2014, poco después de que Rajoy echase atrás su reforma del aborto, el ministro de Justicia presentó su dimisión irrevocable. Y ya nunca más se supo de él. Abandonó la política y su escaño en el Congreso, retomó su antigua profesión de abogado y dejó el coche oficial para acudir cada día a su bufete en metro como un madrileño más. No cabe duda de que la ley del aborto fue un veneno letal para un hombre que estaba llamado a liderar el gran proyecto del Partido Popular en los años siguientes.

El caso Ruiz-Gallardón viene a demostrar que cuando un dirigente o gobernante deja que sus convicciones religiosas impregnen su obra política, esa deriva teológica puede terminar volviéndose contra él. Harían bien algunos militantes de la derechona patria de hoy en tomar buena nota de que cuando se trata de recortar en derechos humanos (en este caso el derecho fundamental de la mujer a disponer de su propio cuerpo), la aventura puede salir fatal. Entre estos advertidos o avisados estarían el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, quien en los últimos días ha estado coqueteando con las ideas antiabortistas más reaccionarias de Vox y jugando al “donde dije digo digo Diego” (callando cual silenciosa tumba cuando su vicepresidente Juan García-Gallardo Frings proponía obligar a las mujeres a escuchar el latido fetal para disuadirlas de abortar) o incluso el propio jefe supremo del partido, Alberto Núñez Feijóo, que aunque en las últimas horas se ha desmarcado de la extrema derecha voxista al afirmar que no se va a modificar el protocolo médico en Castilla y León porque sería “coaccionar” a la mujer que decide interrumpir su embarazo, ha estado demasiado lento de reflejos, tibio y hasta timorato a la hora de mostrarse enérgicamente en contra de las políticas provida más reaccionarias del partido de Santiago Abascal. Por lo visto, el gallego ha debido recordar lo que le ocurrió antes a otros que emprendieron un camino abocado al fracaso.

De Gallardón a Gallardo no hay demasiada diferencia, ambos son ultrarreligiosos, pero la historia nos deja una lección importante: que tratar de someter a la mujer y reducirla a la categoría de ser sin voluntad propia y capacidad de decisión gobernando desde el fanatismo, la intolerancia, la intransigencia y el machismo patriarcal puede ser el primer paso para hacerse un harakiri político.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA SOLEDAD DEL REY

 

(Publicado en Diario16 el 18 de enero de 2023)

Felipe VI, doña Letizia y la reina Sofía caminan delante, escenificando la unidad de la familia. Detrás, un anciano cansado, abatido, sostenido a duras penas por el brazo de su asistente, avanza cabizbajo y lento, como derrotado o entregado ya a los libros de historia que lo juzgarán más pronto que tarde. Esa imagen de Juan Carlos I en un discreto segundo plano, difundida con toda la intención del mundo por la propia Casa Real durante el funeral de Constantino de Grecia, quedará sin duda para la posteridad. La fotografía fue captada durante las exequias fúnebres y nos deja el resumen perfecto de los tiempos convulsos por los que atraviesa la monarquía española. En primer término, abriendo paso, el hoy más urgente y acuciante de la realeza española, un hoy que no deja de ser incierto, inestable, complejo. En la retaguardia, suficientemente lejos y descolgado del grupo, el ayer, un ayer representado por ese rey otoñal y desenfocado, un ayer decrépito y decadente, una figura casi espectral que queda rezagada de la historia y que no es ni sombra de lo que fue. “Han dejado solo a Juan Carlos”, sentencia Carlos Herrera.

Nadie espera por un anciano, ni siquiera por un rey con un pasado glorioso hasta que empezaron a airearse sus escándalos. Empezamos a morirnos un poco cuando la gente se olvida de nosotros y a Don Juan Carlos lo están trasladando en vida al panteón de la desmemoria. Cuenta la prensa de Villa y Corte que la salud del emérito empieza a preocupar en Zarzuela. Con ochenta y cinco años, veinte visitas al quirófano, un nódulo en el pulmón, un carcinoma, achaques en la cadera y tres bypass qué se puede esperar ya. El aspecto algo deteriorado del patriarca de los Borbones y su dificultad para moverse por sí solo han disparado los rumores y las conjeturas. “¿Qué pasará cuando el emérito caiga enfermo a causa de la edad en su lejano exilio de Abu Dabi?”, se preguntan, crudamente y sin ningún pudor, algunos tertulianos de televisión. “¿Existe un protocolo oficial para trasladarlo a España, se le hará un funeral de Estado?”, se interrogan otros que hablan del vivo como si ya no estuviese en este mundo.

Escuchando a los analistas y todólogos de las mañanas parecería que a la prensa de Madrid le interesa más el rey emérito muerto que vivo. A estas alturas de la película, lo cierto es que sus devaneos con las rubias, sus negocios internacionales y sus cuitas con Hacienda ya no le interesan a nadie. La sempiterna inviolabilidad del jefe del Estado consagrada en la Constitución hace que se conozca de antemano el final de cada affaire del emérito con la Justicia. El pueblo, descreído ya, sabe que cada asunto feo que estalle alrededor del rey emérito terminará inevitablemente de la misma manera (o sea con el consiguiente archivo de la causa) y ese espóiler, ese desenlace esperable y repetitivo, le resta toda emoción informativa al personaje.

La prensa se está cansando de contar siempre la misma historia que ha terminado por convertirse en una tediosa rutina; los españoles, tres cuartos de lo mismo. El periodista vive de la novedad, de las nuevas sensaciones, del morbo de un final tan inesperado como espectacular. Y los dineros de Juan Carlos I han dejado de importar. Si su patrimonio aumenta misteriosamente, tal como han contado Forbes y el New York Times en los últimos años, qué más da a estas alturas. PSOE y PP cerrarán cualquier comisión de investigación, la Fiscalía se agarrará a la inmunidad y los inspectores fiscales o llegarán tarde o le pasarán los impresos para otra regularización a la carta. A estas alturas el pueblo ya sabe que la Justicia no es igual para todos pese a los cuentos de hadas que nos contaba Su Majestad en aquellos entrañables sermones de Nochebuena al calor de la chimenea.

Es todo tan previsible, tan descarada y descarnadamente crudo, que al ciudadano de este país ha dejado de dolerle un drama tan triste como lamentable. Quizá sea por eso que lo que más va a vender a partir de ahora, en esta última etapa de la vida del monarca abdicado, van a ser los amores del pasado y también los últimos días del rey denostado. Una cadena de televisión emite un biopic sobre Bárbara Rey y Ángel Cristo que puede reventar las audiencias, sobre todo el capítulo sobre el monarca y la vedete. El tráiler promete: “Majestad”, le dice ella, dulcemente, a las puertas de palacio. “¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así?”, responde él con su habitual campechanía. En las últimas horas la actriz y sex symbol de la Transición ha roto su silencio ante los micrófonos de La Sexta: “He estado en Zarzuela, pero me reservo decir en qué condiciones”. Ni diez escándalos con supuestas comisiones del AVE a la Meca tendrían el impacto mediático de ese titular rosa que funciona como un cebo brutal. De momento la campaña de promoción de la serie está servida y hasta el rey emérito, allá en su exilio de Abu Dabi, donde también debe haber parabólicas, va a ver el culebrón del siglo.

Más allá de las cuentas ocultas, de las fundaciones pantalla, de los paraísos fiscales, yates, mansiones y fortunas que le florecen a Juan Carlos sin que nadie sepa cómo, la prensa empieza a escribir el otro epílogo de un rey caído en una desgracia casi shakesperiana. Algunos creen que aireando su decadencia física, y lanzando rumores sobre el funeral de Estado que se aproxima, aún se le puede sacar algo de leña al árbol caído, como hicieron las revistas del papel cuché cuando palmó Franco. Ya están preparando las portadas. 

Ilustración: Artsenal

LA BIBLIA

(Publicado en Diario16 el 17 de enero de 2023)

En Vox son más de la Biblia que de la Constitución. Recuérdese cuando Espinosa de los Monteros, para darle estopa a un adversario político (quizá del PP o probablemente Sánchez, quién sabe), le soltó un par de versículos de las sagradas escrituras, concretamente del Apocalipsis, que es la parte que a esta gente de la extrema derecha, siempre tan agorera, ceniza y melodramática, más le pone. “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca”, sentenció el aristocrático y dandi diputado voxista. Y acto seguido Twitter se llenó de mensajes de seguidores ultras rescatando pasajes del libro de libros.

La Biblia es el programa político de la nueva extrema derecha mundial. Ya se vio con Donald Trump, quien en medio de los graves disturbios raciales, cuando los manifestantes cercaban la Casa Blanca en protesta por el asesinato de George Floyd a manos de policías racistas, sacó un ejemplar de los textos sagrados de un bolsillo de su abrigo de mil pavos y lo mostró orgulloso al mundo entero frente a la iglesia de St. John. No exhibió las enmiendas constitucionales ni el código penal, se retrató firme, poderoso e inflexible Biblia en mano.

Estos días los trumpistas hispanos llevan a cabo una nueva ofensiva de lo que ellos conocen como “guerra cultural”, esa majadería intelectual trufada de bulos y mentiras que muchos desencantados de la democracia, conspiranoicos, elitistas de las clases dominantes y parias de la famélica legión han comprado ciegamente. El intento de Vox de utilizar a ginecólogos para torturar psicológicamente a las mujeres y que desistan de abortar no solo debe interpretarse como un punto de inflexión y un hecho político inédito en nuestra joven democracia. Tiene más de fanatismo religioso, de integrismo fundamentalista, que de cualquier otra cosa. Supone un retroceso de siglos, hasta el Tribunal de la Sagrada Inquisición que procesaba a toda aquella mujer dispuesta a ejercer su derecho a la libertad y a rebelarse contra el patriarcado heterosexual. Si aquellos inquisidores de antes perseguían curanderas para acusarlas de hechicería, los de hoy han declarado abierta la temporada de caza contra la bruja abortista, roja y feminazi. Pasan los siglos, la intolerancia sigue siendo la misma, ya lo advirtió D. W. Griffith en aquella vieja y magnífica película. O como dijo Churchill, un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.

No vamos aquí a cometer la ingenuidad de comparar a los diputados de Vox con los ayatolás y talibanes más radicales del islam que han terminado por sustituir el Código Penal por el Corán en no pocos países árabes, pero el tufillo a túnicas y sotanas emana con fuerza. En primer lugar, en ambos mundos, aunque en diferente grado e intensidad, hay una especie de atávico rencor no resuelto hacia la mujer que lleva a negar la violencia machista y las políticas de igualdad. En segundo término, unos y otros sitúan a Dios, a la patria y al orden tradicional en la cúspide del ordenamiento jurídico por encima incluso de valores modernos de la Ilustración como la libertad y la democracia. Y por último tanto los ultracatólicos trumpistas como los fundamentalistas islámicos llevan en su ADN la aceptación de la teocracia como inspiración de un régimen político que debe ser necesariamente autoritario. Por supuesto, ambos creen en la relación directa (cuando no en la íntima fusión) entre la política y la religión, de tal manera que la una no se concibe sin la otra.

Este desesperado retorno a la monarquía medieval con estamentos sociales perfectamente definidos y jerarquizados (rey absoluto e intocable investido por la gracia de Dios, nobleza, clero y pueblo llano) explicaría esa obsesión, esa pasión casi delirante de Vox por los imperios de antaño y por el mundo mítico, feudal, puro y sin contaminar con la sangre de otras razas. La democracia ni la entienden ni les gusta, pero tras la derrota del fascismo en 1945 decidieron no acabar con el sistema, sino controlarlo desde dentro, manteniendo así los privilegios anacrónicos y su modelo de sociedad basado en dominadores y vasallos. Adaptarse o desaparecer, esa es la auténtica guerra cultural de la extrema derecha de hoy. De ahí el pánico que todo ultra siente ante el comunista que busca la abolición de las clases sociales, el recelo al inmigrante que llega de fuera trayendo la multiculturalidad y el asco al feminismo capaz de subvertir el orden machista establecido.

En la construcción de esa especie de ciberfeudalismo o nuevo nacionalcatolicismo posmoderno donde los púlpitos de las iglesias han sido sustituidos por las redes sociales (hasta los obispos lanzan ya sus sermones por Twitter), el derecho al aborto se antoja una batalla decisiva y crucial que todo partido ultrarreligioso seguidor del mandamiento divino “creced y multiplicaos” debe ganar si quiere seguir sobreviviendo. La ciencia no está de su parte, los colegios de médicos consideran una aberración clínica obligar a una mujer a escuchar el latido fetal para disuadirla del aborto y todo el siniestro protocolo burocrático impuesto por Gallardo Frings y Mañueco en Castilla y León va abiertamente contra la medicina más elemental, contra los derechos humanos y contra la ley emanada del pueblo. ¿Qué les queda entonces? ¿Cuál es el único argumento que pueden utilizar en esta “guerra cultural” entre la razón y el fanatismo? La palabra de Dios, la religión más intransigente y enconada, la Biblia convertida en programa político. El viejo recurso a la moral más hipócrita y trasnochada que convierte en herejes, demonios y enemigos a los que no piensan como ellos ni comulgan con sus creencias religiosas anacrónicas. El Antiguo Testamento, el del Dios más duro e implacable, como perfecto manual y guía para todo, desde controlar el poder hasta someter a las masas o juzgar delitos y tratar enfermedades. En definitiva, el libro definitivo y total para perpetuar sociedades injustas cimentadas en el miedo y la superchería. Ya lo dijo Trump aquel día en que empuñó el tocho sagrado como si se tratara de un Colt 45: “Esta es mi ley”.

 Viñeta: Pedro Parrilla

BORJA SÉMPER

(Publicado en Diario16 el 17 de enero de 2023)

Feijóo ha rescatado a Borja Sémper, el “moderao” Sémper como lo llama el bravo Antonio Maestre, para darle una pátina de brillibrilli centrista al PP. Cree el dirigente gallego que poniéndole al partido el rostro de un vasco noble, cabal y templado, podrá terminar de convencer al electorado socialista desencantado con el sanchismo para que le vote en las próximas elecciones municipales y generales que están a la vuelta de la esquina. La imaginación de los responsables de la formidable y prodigiosa maquinaria de propaganda del principal partido conservador de nuestro país no tiene límites. Son capaces de colocar al frente de la campaña electoral al supuesto símbolo del conservadurismo progre, al adonis de la presunta derecha civilizada y liberal española (si es que eso existe todavía) y al día siguiente emitir el comunicado más facha posible sobre el aborto. No hay por dónde cogerlos.

Ayer, Sémper pudo constatar que es un dandi en una taberna de rufianes, una cara bonita en un partido de tipos duros que se radicalizan por momentos, y poco más. Su misión consistía en desautorizar al Gobierno castellanoleonés de Mañueco, que rehén del gran inquisidor Gallardo Frings ha emprendido una brutal caza de brujas contra las mujeres embarazadas dispuestas a interrumpir su embarazo, a las que quiere obligar a escuchar el latido de su feto y a ver la imagen del embrión escaneada en 4D para disuadirlas de que aborten. Por la mañana, el bueno de Sémper salía a la palestra y daba la cara por un Feijóo enmudecido (“él está para otra cosa”, alegó sobre el jefe, que no ha dicho ni mu sobre la polémica de la que habla toda España) y de paso para desautorizar al Ejecutivo bifachito de Valladolid como responsable último del macabro protocolo antiabortista parido, nunca mejor dicho, con la complicidad de PP y Vox. “Los gobiernos tienen que ser responsables y sensatos. Lo que se ha visto en Castilla y León no es eso. Por tanto, nuestra valoración no puede ser positiva”, sentenció poniéndose en plan activista por los derechos cívicos.

La intervención del político vasco se antojaba un sopapo en toda regla al Ejecutivo de Mañueco, quien por momentos, durante su declaración institucional (sin admitir preguntas de los periodistas, todo hay que decirlo), parecía noqueado. El presidente castellanoleonés compareció para tratar de explicar lo inexplicable, o sea, cómo podía ser posible que Vox se hubiese salido con la suya a la hora de poner en marcha un polémico protocolo clínico copiado del Gobierno fascista del húngaro Orbán y rechazado por toda la profesión médica, un verdadero manual de la tortura psicológica para mujeres que se encuentran ante el duro trance de poner fin a un embarazo no deseado. Tras un fin de semana convulso, el plan antiabortista impulsado por Gallardo Frings (un golpe a la ley actualmente en vigor y a la propia Constitución del 78) había causado una gran alarma social, no ya en Castilla y León, sino en todo el país, y los españoles miraban con preocupación a aquella comunidad autónoma por lo que pudiera decir el presidente Mañueco sobre una normativa que más bien parece una de esas fatwas religiosas que se dictan contrala población femenina en los Estados teocráticos que la legislación de un país occidental, moderno y avanzado.

Al final, Mañueco se vio obligado a garantizar que su Gobierno jamás obligará a pasar por el mal trago de la penitencia clínica ni a los ginecólogos ni a las mujeres que decidan interrumpir su embarazo voluntariamente y en pleno ejercicio de sus derechos reconocidos. De esa manera se desmarcaba públicamente de su vicepresidente ultra, lanzaba un mensaje de calma a Génova 13 (donde más de uno, entre ellos el propio Feijóo, temblaba ante un episodio que se les iba de las manos) y abandonaba el escenario a toda prisa y como alma que lleva el diablo (el diablo, naturalmente, es el propio Gallardo Frings, que ya arrastra al presidente regional, de acá para allá, como a un pelele desprovisto de conciencia y voluntad). 

Tras el toque de atención de Sémper, las aguas parecían retornar a su cauce y las españolas volvían a respirar tranquilas con la esperanza de que ningún matón disfrazado de médico o curilla ultra con bata blanca les iba a endosar el fonendoscopio para obligarlas a pasar por el tortuoso trance de tener que escuchar el latido fetal. Cierto es que daba la sensación de que el valeroso Borja había controlado el patio imponiendo sus supuestas tesis moderadas. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A las pocas horas Espe Aguirre, esa mujer que va de liberal por la vida cuando todo el mundo sabe que lleva un legionario de Millán-Astray dentro de sí, volvía a dar un balón de oxígeno a Vox al avalar su sórdido protocolo médico mientras que por la tarde, en la sesión del Senado, reaparecía el PP más reaccionario y carpetovetónico. Los populares de la Cámara Alta volvieron a lanzar enmiendas a la actual ley del aborto al pedir que se elimine el registro de médicos objetores, al reclamar que las menores (16 y 17 años) no puedan someterse a la intervención quirúrgica sin consentimiento paterno y al exigir un periodo de reflexión de tres días para que las mujeres que deciden abortar puedan recibir información “verbal y escrita”. Ni Vox ha llegado tan lejos. Una vez más, la mascarada de Feijóo quedaba al descubierto. El líder gallego es capaz de ordenar una cosa y su contraria el mismo día –por la mañana le dice a su gente que han de moderarse, por la tarde les da rienda suelta como buenos ultras que son–, de modo que ya solo cabe concluir que en ese partido no manda él, sino la caverna mediática, religiosa, empresarial y judicial que lo tiene amordazado (más bien se deja secuestrar en un extraño síndrome de Estocolmo que le impide dimitir de una vez por todas y volverse con la maleta para su tierra).

Lo que queda de la jornada de ayer es una farsa indecorosa o sainetillo y un nuevo ridículo del principal partido conservador de este país, entregado ya al nacionalpopulismo trumpista rampante (por no llamarlo directamente fascismo 2.0). Eso y un Borja Sémper que como galán de pelis de tarde puede dar el pego, pero cuyo peso específico y poder de influencia ideológica mucho nos tememos que va a ser escaso o nulo. El día que tiró la toalla y se dejó el partido, allá por 2020, lo hizo dignamente y denunciando el ruido, la crispación y el tinte cainita que había tomado la política española. Ahora, incomprensiblemente, vuelve a meterse en harinas ya como reincidente pese a que nada ha cambiado y este negocio sigue siendo tan asqueroso como siempre. ¿Por qué, Borja, por qué lo has hecho? ¿Qué necesidad tenías tú de meterte otra vez en este vodevil?

Viñeta: Iñaki y Frenchy

lunes, 16 de enero de 2023

EL ABORTO

(Publicado en Diario16 el 16 de enero de 2023)

Tal como era de prever, Vox marca la agenda política del PP allá donde ambos partidos gobiernan en coalición. La extrema derecha no llegó al poder para hablar del precio de los combustibles, ni de la inflación, ni de la factura de la luz, de la que no saben ni les interesa. Están aquí para llevar su violenta “guerra cultural” a las instituciones democráticas, es decir, para tratar de imponer su programa reaccionario haciendo retroceder al país, en el tiempo, hasta los años más oscuros del franquismo. Y en esa vuelta atrás a las manecillas del reloj de la historia, el aborto es uno de sus temas fetiche.

El pasado jueves, el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo Frings, hombre fuerte de Vox en aquellas tierras, anunciaba una serie de medidas para regular la interrupción voluntaria del embarazo, impulsando una normativa autonómica que desafía abiertamente la legislación nacional en la materia. Gallardo anunció su intención de instar a los médicos a que, antes de practicar el aborto, obliguen a las mujeres embarazadas a escuchar el latido fetal y a ver ecografías 4D del embrión para que puedan comprobar “en tiempo real un vídeo con la cabeza, las manos, los dedos y los pies del niño que está siendo gestado”. Tal ejercicio de macabra crueldad solo puede salir de una mente muy retorcida.

No hace falta ser ginecólogo para entender que este tipo de prácticas agresivas van contra los principios más elementales de la ciencia médica, ya que el daño psicológico que se le puede ocasionar a una mujer obligándola a escuchar la pulsión cardíaca del feto puede llegar a ser grave e irreparable. Pero a Vox el bienestar de la mujer le importa más bien poco. Ellos sueñan con una sociedad totalitaria de mujeres-conejas al servicio del Estado y de la religión, incubadoras con patas, úteros-fábricas o parturientas bajo el control de un siniestro régimen político, del poder del hombre y del patriarcado tradicional. Empezaron con aquella aberración de que el sexo tiene una única función reproductora (anulando el derecho elemental al placer de todo ser humano), siguieron con la enloquecida idea de acabar con los métodos anticonceptivos (abrazando el principio de “un coito un hijo”, tal como ordena el Derecho Canónico eclesiástico) y van camino de convertir los hospitales y las clínicas del país en sórdidos centros de tormento y tortura contra la mujer. Poco tardarán en decretar la postura obligatoria del misionero en las alcobas españolas, aquello de la mujer siempre abajo, sometida, y el hombre encima, ambos vestidos, por supuesto, y con el omnipresente crucifijo presidiendo la sagrada cópula, como dictaba la Santa Madre Iglesia durante el cuarentañismo.

De un partido falangista y nostálgico del régimen anterior no se puede esperar más que este tipo de delirios medievales, inquisitoriales, paternalistas. Vox entiende a la mujer como una párvula sin entendimiento suficiente ni voluntad soberana a la que es preciso tutelar y explicarle lo que es un feto, como si ellas, que son quienes han sufrido la violación y los rigores del embarazo no deseado durante miles de años, no lo supieran por haberlo sufrido en sus propias carnes. La hombría distorsionada del macho voxista le lleva a la arrogancia de querer dar lecciones de maternidad y cualquier día Gallardo Frings nos sale con que la mujer debe pedir un permiso al marido para poder trabajar, emprender un negocio o cursar estudios universitarios. O nos mete a la policía de la moral en los ambulatorios, como hacen los fanáticos ayatolás en la infame teocracia iraní. O promueve el creacionismo en las escuelas y la vieja teoría de que venimos de Adán y Eva, no del mono. Todo se andará.

La “guerra cultural” de Vox era esto, un intento desesperado por despojar a la mujer de sus derechos conquistados tras décadas de sangre, sufrimiento y abortos clandestinos. Los ultras sufren numerosas ensoñaciones y delirios, y una de ellas consiste en esa vuelta atrás hasta un mundo medieval sin ciencia ni médicos donde la hija de familia humilde o la criada preñada por el señorito se juega la vida en el establo, en manos de parteras con verrugas en la cara, comadronas supersticiosas y curanderas con las manos sucias, mientras a las niñas de la alta sociedad se les paga el pertinente viaje a Londres. Para Gallardo y los demás supremacistas, esto del aborto, más que una cuestión de salud pública, es otro privilegio de clase que temen perder. De ahí que lo defiendan con una antorcha en una mano y el crucifijo en la otra. Está claro que los frailunos voxistas conciben a la mujer como una sierva de Dios, del Estado y del poder macho, aquello del cásate y sé sumisa, y babean con la posibilidad de volver a sacar del armario, algún día, el cinturón de castidad, como hacían sus tatarabuelos cuando enlataban el virgo de sus doncellas antes de marchar a las cruzadas.

En realidad, lo que Gallardo nos está presentando como un plan para velar por la salud de la mujer y del feto no deja de ser la imposición definitiva de una ideología reaccionaria y nacionalcatolicista propia de tiempos anteriores, no ya al Concilio Vaticano Segundo, sino al Concilio de Trento. Hoy mismo la prensa publica que Vox copia su plan antiabortista de las leyes promulgadas por el ultra Orbán. O sea, imperialismo austrohúngaro; nostalgia del Tercer Reich. Mengeles jugando con la salud mental de las mujeres, como ya hicieron con los homosexuales, a los que tratan como enfermos, desviados o invertidos a los que es preciso curar con cuatro cursillos de readaptación, un padrenuestro, cuatro avemarías y mucho silicio mortificante de la carne.

De momento, Feijóo y Mañueco callan cual cobardes sin mojarse ante la barbaridad que pretende introducir Gallardo Frings en el sistema público de salud. A esta hora no consta que el Gobierno de CyL haya enviado un protocolo de obligado cumplimiento a los hospitales para que los médicos empiecen a torturar mujeres con el latido del corazón de sus fetos. Y por Madrid circula el rumor de que Sánchez sopesa aplicar el artículo 155, interviniendo una comunidad autónoma cuyo gobierno ultra hace tiempo decidió pisotear los derechos constitucionales de la mujer. Poca broma.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS MAGISTRADOS PROGRESISTAS

(Publicado en Diario16 el 12 de enero de 2023)

Los nombramientos de Cándido Conde-Pumpido como presidente del Tribunal Constitucional y de Inmaculada Montalbán como vicepresidenta (ambos del sector progresista) pueden interpretarse, sin ninguna duda, como una importante victoria del Gobierno Sánchez. Por primera vez el Alto Tribunal estará dirigido por dos magistrados de tendencia no conservadora, lo que no deja de ser una buena noticia para la democracia española. En una Justicia politizada como la que padecemos desde hace años en nuestro país era un auténtico contrasentido que, estando los poderes Legislativo y Ejecutivo en manos de la izquierda desde las últimas elecciones generales, el TC siguiera bajo control de las derechas con el único fin de torpedear todas y cada una de las leyes y reformas que van saliendo del Parlamento y que son sistemáticamente recurridas, por inconstitucionales, por el PP y Vox.

Con Conde-Pumpido y Montalbán en la presidencia y vicepresidencia del Constitucional se normaliza una situación atípica en un Estado de derecho. A muchos nos gustaría que los órganos superiores de la Administración de Justicia, como el TC, el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, fuesen realmente independientes y no un mero espejo de los dos principales partidos que se alternan en la gobernanza de la democracia española. Lamentablemente, y tras más de cuarenta años de experiencia constitucional, ya nadie cree en esa utopía. Nunca hubo tal independencia judicial y ni siquiera el plan de Feijóo para que sean los jueces quienes elijan a sus más altos cargos y dirigentes puede tomarse en serio, ya que a estas alturas todo el mundo en este país sabe que la mayoría de los magistrados están adscritos a una de las dos asociaciones mayoritarias (conservadora o progresista, es decir, socialista o popular), de tal modo que jamás sería posible lograr ese edénico escenario con juzgadores puros, limpios de polvo y paja, o sea inmaculados de ideología política. Un juez es una persona, como todo hijo de vecino, y dicta sentencia no solo con arreglo a la ley y a su buen saber y entender, sino a su conciencia social, a su formación personal y a sus ideas políticas, filosóficas y religiosas (el que las tenga). Es absurdo pensar que un magistrado que se sienta delante de un recurso de inconstitucionalidad contra una ley como la del aborto o la eutanasia (ambas impugnadas por la derecha) redactará un fallo sin tener en cuenta sus convicciones más profundas y su forma de ver la vida. Por tanto, al igual que la pura objetividad es una utopía en el mundo del periodismo, la independencia también lo es en la judicatura. Cuestión distinta es la apariencia de independencia que debería respetarse siempre, ese decoro que, de cara a la opinión pública, deben guardar sus señorías que ocupan un cargo tan alto, respetable y prestigioso como es el de magistrado del Tribunal Constitucional. En los últimos días del pasado año, los más negros de nuestra joven democracia, asistimos a un espectáculo bochornoso durante el proceso de renovación de cargos del TC. Fue una reyerta entre togados. Dos bandos enfrentados a muerte como capuletos y montescos, dos facciones odiándose y navajeándose a plena luz del día, a ojos de todos, en prime time. El punto crítico, el Rubicón que jamás debió haberse atravesado, llegó cuando el sector conservador admitió las medidas cautelarísimas propuestas por el PP, Vox y Ciudadanos para que se suspendiera de facto la tramitación de la ley de reforma del Código Penal y del Poder Judicial impulsada por el Gobierno Sánchez. Nunca antes en democracia se había interferido de esa manera tan abrupta y drástica en una sesión parlamentaria de las Cortes Generales. Nunca antes se había estuprado de una forma tan cruenta al Parlamento, sede de la soberanía nacional y de la voluntad popular. Fue, sin duda, un golpe sucio a la separación de poderes, pricipio básico de toda democracia, según el manual del lawfare o guerra judicial que ha puesto de moda el trumpismo rampante entre los partidos de la derecha de todo el mundo.

Para colmo de males, las polémicas medidas cautelarísimas fueron adoptadas por magistrados conservadores con el mandato caducado que se negaron a causar baja voluntaria y a irse a sus casas. Lejos de presentar la dimisión, tal como estipula la ley, decidieron mantenerse fieles a su amado partido hasta el final, aumentando la vergüenza y el bochorno para el Tribunal Constitucional. Con esa abyecta maniobra –orquestada por los sectores más reaccionarios del ámbito judicial, político y mediático–, algo muy sensible se terminó de romper. Quizá la escasa fe que los españoles depositaban todavía en la politizada y maltrecha Administración de Justicia. Quizá la poca confianza que al pueblo le quedaba en sus instituciones. Solo el tiempo dirá el daño que se ha ocasionado a la democracia española. Lo único cierto es que el desastre fue total y el esperpento absoluto. Quedó claro que el sistema había tocado fondo como nunca y hasta el rey Felipe tuvo que ponerse serio e intervenir pidiendo orden en la sala e instando a Gobierno y oposición a que se pusieran de acuerdo de una vez por todas en la renovación de las magistraturas.

Hoy, tras la designación de Conde-Pumpido y Montalbán, sabemos que la izquierda ha logrado una victoria justa y merecida. Lo cual no quiere decir que el Gobierno vaya a tener el camino libre y allanado a partir de ahora para sacar adelante sus reformas legislativas. Los magistrados elegidos son ante todo profesionales, grandes juristas, y no cometerán el error de tramitar una ley a sabiendas de que vulnera la Constitución. Pero ya que la Justicia española tiene que estar necesariamente politizada porque así se decidió en 1978 cometiéndose un pecado original, al menos que sus órganos superiores reflejen las mayorías que salen de las urnas. Lo que no podía ser, bajo ningún concepto, era que un Parlamento dominado por las izquierdas tuviera que resignarse a ver cómo toda una serie de normas progresistas –ley de reforma laboral, ley del aborto, ley de eutanasia, ley de memoria democrática o ley educativa, entre otras– estaban destinadas a ser tumbadas gracias a la mayoría conservadora del PP. De todas las dictaduras, la de las togas es quizá la peor de todas. Ese peligro, de momento, se ha desvanecido en el Constitucional. Al menos durante los próximos tres años. Algo es algo. 

Viñeta: Pedro Parrilla

PROUD BOYS

(Publicado en Diario16 el 11 de enero de 2023)

La Justicia estadounidense (algo tarde, es cierto) ha sentado en el banquillo de los acusados a los líderes de los Proud Boys, esa trama trumpista, paramilitar y ultra que agitó las calles durante el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Donald Trump es solo el ideólogo, el hombre que apunta y da las órdenes para derribar la democracia, pero detrás hay todo un submundo marciano que le sigue ciegamente, un viscoso miasma social formado por fascistas, fanáticos religiosos, negacionistas, adeptos a la secta conspiranoica Qanon, veteranos marines en la reserva, viciosos de las armas de la Asociación Nacional del Rifle, vaqueros nostálgicos de las películas de John Wayne y en general gentes de esa América profunda (y no tan profunda) que pululan por la todavía primera superpotencia mundial.

Hace solo unos días comenzó el juicio por sedición y conspiración contra los cinco principales cabecillas de Proud Boys, una de las milicias de extrema derecha que participaron en el tejerazo contra Joe Biden. Hablamos de ese nutrido grupo de rudos muchachotes que han constituido una especie de ejército trumpista en la sombra, una milicia de barbudos formada por armarios empotrados de dos por dos, gente sin oficio ni beneficio que han encontrado en el terrorismo supremacista blanco de extrema derecha una salida profesional en medio de la decadencia de un país donde muchos estados han caído en el más absoluto de los olvidos y la decadencia. Toda esa ralea de violentos que babean con solo tocar un rifle de asalto proviene de la América vaciada carcomida de desempleados, de los extrarradios de las grandes ciudades donde la droga causa estragos, de los ranchos polvorientos del Oeste adonde no llega la civilización, de los lejanos y apartados pueblos sureños donde hace tiempo se enseña el creacionismo en las escuelas y donde el Ku Klux Klan, con sus gordos policías racistas, impone la ley del más fuerte y la caza del negro. Todos ellos han mamado la violencia estructural generada por un sistema económico, el capitalista, claramente fracasado, y por la promesa de un modo de vida, el american way of life, que empieza en sueño y acaba en pesadilla o neurosis colectiva. Ese tierno parvulito de 6 años que hace unos días disparó a quemarropa contra su maestra en una escuela primaria de Virginia, tan rico él, es un Proud Boys en potencia, solo que sin barba, en pañales y balbuceando “caca” o “pipi” en lugar de America First, gran eslogan trumpista, mientras sostiene en su mano el revólver todavía humeante. La cosecha de pequeños pirados es cada día más fértil, de modo que Trump puede estar tranquilo, ya que su proyecto de nuevo fascismo americano tiene el futuro asegurado. Por mucho que el partido republicano esté naufragando en medio de las disensiones y las luchas internas, el trumpismo se muestra más fuerte que nunca y no solo se conforma con controlar el mercado doméstico, sino que exporta su producto más allá de las fronteras de USA, como si se tratase de la General Motors. La extrema derecha yanqui trabaja ya como una formidable multinacional y vende odio a todo el planeta como botellines de coca cola. El reciente golpe bolsonarista contra Lula da Silva en Brasil viene a demostrar que el nuevo populismo nazi cuaja allá donde se planta la semilla antidemocrática, también en España, donde un asalto al Congreso de los Diputados por parte de grupos reaccionarios parece cuestión de tiempo.

En la democracia estadounidense han saltado todas las alarmas a la vista de que la epidemia de fascistas y psicópatas obsesionados con graduarse con una matanza récord en Yale se antoja incontrolable. El FBI desconoce cuántos mercenarios forman con exactitud ese ejército trumpista clandestino que bajo la consigna de “lo volveremos a hacer” no descansará hasta darle el golpe de Estado definitivo a Biden. ¿Con cuántos soldados cuentan los Proud Boys? Probablemente son cientos, miles, una legión. La mayoría proviene de esa América deprimida y agreste que hemos visto en las películas de los hermanos Coen. Machistas con camisas sudadas de leñador, el frigorífico rebosante de cervezas y un cerebro podrido de tantos partidos de la Super Bowl. Pero también se organizan en los suburbios y guetos de las grandes ciudades como Washington o Nueva York, donde la miseria y la marginación forman el mejor caldo de cultivo para las ideas totalitarias antidemocráticas. En realidad, están por todas partes, mayormente en las redes sociales, donde beben las delirantes doctrinas de la secta Qanon, ese grupo conspiranoico que cree a pies juntillas en la existencia de una mafia de actores famosos, empresarios, intelectuales de izquierdas y políticos demócratas que beben la sangre de los niños.   

El juicio contra los Proud Boys por sedición y conspiración no deja de ser, sin duda, una buena noticia para una sociedad enferma como la estadounidense. Pero llega demasiado tarde, cuando la organización se ha implantado en todo el país gracias a la financiación de empresas y a las donaciones privadas, formando un cáncer que parece extenderse por los 50 estados de la Unión. La Fiscalía sostiene que los cincos dirigentes de los PB –Enrique Tarrio, Ethan Nordean, Joseph Biggs, Zachary Rehl y Dominic Pezzola– organizaron y alentaron una explosión de furia social que desembocó en el asalto al Capitolio. Todos ellos se enfrentan a penas de hasta 20 años de prisión. La pregunta a esta hora es si la democracia, con su imperio de la ley y su tolerancia con el nazismo, tiene fortaleza suficiente como para acabar con este tipo de tramas ultraderechistas que proliferan de una forma tan asombrosa y rápida como preocupante. El riesgo de que se forme un ejército trumpista paralelo y al margen de las fuerzas armadas legalmente constituidas es tan cierto como real. En Rusia el grupo Wagner, una guardia pretoriana al servicio de Vladímir Putin formada por 50.000 fieros mercenarios dispuestos a todo, se ha convertido casi en un Estado dentro del Estado. Si algo así llega a ocurrir en USA, la posibilidad de una guerra civil ya no será cosa de las malas películas de Hollywood.

Viñeta: Pedro Parrilla

LOS BOLSONARISTAS ESPAÑOLES

(Publicado en Dairio16 el 10 de enero de 2023)

Había expectación por saber qué iba a decir Vox sobre el intento de golpe de Estado contra Lula Da Silva en Brasil. Desde hace tiempo se sabe que el partido de Santiago Abascal, al igual que el de Jair Bolsonaro, son meras sucursales del trumpismo rampante internacional. La formación ultra española copia de pe a pa el manual de estilo político de la nueva extrema derecha yanqui, o sea nacionalismo supremacista y patriotero a calzón quitado, revisionismo histórico, nostalgia por el pasado, negacionismo acientífico mezclado con una fuerte dosis de religión, clasismo medievalista, conspiranoia marciana, rabia contra el sistema y odio, mucho odio contra el comunista ateo y masón, contra la mujer feminista, contra el inmigrante y el homosexual.

Nada o poco más hay detrás de ese proyecto global lanzado por Donald Trump, esa especie de diablo rubio que va plantando semillas de odio (y de partidos populistas bien regados con sus dólares benefactores) en las redes sociales. No le pregunte usted a la gente de Vox qué piensan hacer para arreglar el cambio climático, la violencia machista o la maltrecha Sanidad pública porque no aportarán ninguna idea realista. Ni saben de eso ni les interesa saber. Ante preguntas concretas para una exitosa gobernanza se encogerán de hombros, se calarán la boina, se pondrán el palillo en la boca y exclamarán aquello tan típico tópico de Viva España, viva el rey. Y hasta ahí llega el programa político voxista. Como tienen una misma respuesta y un mismo argumento para todo (la culpa es del traidor Sánchez y sus amigos podemitas-bolivarianos-bilduetarras) no se calientan demasiado la neurona.

Vox, al igual que otros partidos hermanos europeos, nació inspirado por el trumpismo de nuevo cuño con la única misión de perpetuar en el poder a las clases dominantes y de paso dinamitar las instituciones oficiales de las democracias liberales que según ellos han ido demasiado lejos. A partir de ahí todo vale, desde la “guerra cultural” (en realidad el catetismo de toda la vida ahora ya exhibido sin complejos), hasta el mundo al revés, pasando por el surrealismo folclórico, la incoherencia constante y la irracionalidad más delirante. El trumpismo es una distopía, un anacronismo, una vuelta atrás de varios siglos en el reloj de la historia hasta las etapas más oscuras de la humanidad. Vox nació con esa filosofía cuando el tito Bannon (asesor de cabecera de Trump) los bendijo en la Trump Tower de Nueva York y les dijo aquello de: “Id por todo el mundo y predicad el fascismo”. Los apóstoles hispanos de la Cruzada Nacional –o sea los Abascal, Buxadé, Espinosa de los Monteros, Ortega Smith y la hoy desertora Macarena Olona (esta parece haber visto la luz, ha salido de la secta verde y ya habla de igualdad de la mujer como una feminazi peligrosa)– juraron lealtad al nuevo movimiento ultraderechista internacional y como buenos autócratas hasta se declararon fans incondicionales de Vladímir Putin. Obviamente, hoy, ante la carnicería ucraniana, ser putinesco no tiene buena prensa, así que reculan, lo niegan y juran y perjuran que ellos jamás tuvieron nada que ver con el líder ruso, una puerilidad más, ya que existe eso que se llama hemeroteca y los archivos fotográficos para demostrar que en su momento compadrearon descaradamente con el sátrapa paranoico de Moscú.

Ayer, Jorge Buxadé tuvo que hacer auténticos juegos de malabarismo retórico para, sin dejar mal al socio Bolsonaro (instigador directo del golpe de Estado brasileño este fin de semana como en su día lo fue Trump del asalto al Capitolio) condenar siquiera tibiamente los dramáticos sucesos ocurridos en las últimas horas en el Congreso Nacional, el Palacio de Planalto y la Corte Suprema de Brasilia, sedes oficiales de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Es cierto que Buxadé, el hombre, tuvo que lidiar con lo que coloquialmente se llama un buen marrón. No lo tenía fácil para condenar un golpe de Estado y al mismo tiempo quedar bien con un hermano de sangre de la internacional trumpista como Bolsonaro, así que no le quedó otra que recurrir a las viejas y macabras fórmulas utilizadas por la izquierda abertzale en los años del plomo, cuando ETA mataba cruelmente y las fuerzas democráticas presionaban a Herri Batasuna, brazo político de los terroristas, para que condenara los viles asesinatos. Recuerde el ocupado lector cuando Otegi y los suyos, tras el último crimen macabro, soltaban aquello de “rechazamos la violencia o la amenaza en cualquiera de sus formas”, ahorrándose tener que entrar a condenar explícitamente el homicidio de un guardia civil, policía o concejal. Ese era el expediente que Batasuna rellenaba, fría y administrativamente, para equiparar el tiro en la nuca con la supuesta represión del Estado español.

Algo muy parecido creímos escuchar ayer por boca de Buxadé. El portavoz voxista condenó el golpe brasileño, es cierto, pero al mismo tiempo tiró de esa coletilla tan manida, de ese “pero” tan batasuno, cuando denunció la “doble moral” de la izquierda, a la que acusó de callar ante hechos similares ocurridos en Chile o Colombia. “Condenamos la violencia, toda la violencia ejercida contra las instituciones democráticas. Pero toda la violencia a diferencia de la izquierda de Europa y especialmente la española”, alegó Buxadé al ser preguntado por el asalto a las instituciones democráticas brasileñas. Acto seguido, y siguiendo el manual de política basura del buen trumpista, aprovechó para mezclarlo todo en la batidora, la reforma del delito de sedición de Sánchez, Cataluña, los indultos a los presos del procés, la degradación del Poder Judicial, en fin, toda la metralla dialéctica habitual que no venía a cuento. Ayer se trataba de condenar sin paliativos y sin “peros”, simple y llanamente, un hecho histórico que pone en peligro la democracia en un país como Brasil. Es evidente que el supuestamente demócrata Buxadé se vio en un callejón ideológico sin salida, no supo por dónde escapar y se vio obligado a recurrir a las mismas artimañas retóricas de aquellos vascos exaltados que rechazaban la violencia sin romper con los pistoleros. Curioso cuanto menos.

Viñeta: Pedro Parrilla