sábado, 24 de abril de 2021

EL DEBATE

(Publicado en Diario16 el 22 de abril de 2021)

Los periódicos de la mañana se llenan de análisis que tratan de desentrañar quién ganó y quién perdió el debate entre los diferentes candidatos a gobernar Madrid. Para unos salió victoriosa Ayuso, para otros Pablo Iglesias e incluso hay quien le da el laurel a Mónica García y al propio sosocrático Ángel Gabilondo (ya hace falta ser optimista). Como suele suceder en estos casos, no hay una opinión general, entre otras cosas porque la politología no es una ciencia exacta y siempre está sometida al imperio de la subjetividad.

En todo caso, en algo sí se ponen de acuerdo los sesudos de las tertulias: si hubo un perdedor, ese fue Edmundo Bal. Al aspirante naranja es fácil cogerle manía después de todo lo que ha pasado con Ciudadanos, los casos sangrantes de transfuguismo, la servil sumisión a la extrema derecha y las andanzas del zascandil Toni Cantó, ese paracaidista que hoy defiende a los valencianos y mañana se presenta como diputado madrileño, gallego o palentino, qué más da con tal de seguir en el candelabro, como decía la modelo aquella. Además, el lema de campaña, “Madrileños por Edmundo”, no le ha hecho demasiada gracia al personal, a tenor de las encuestas, y la prensa al completo ya le da estopa al naranjito de la perilla porque sí, porque desestresa y porque relaja mucho.  

Pero más allá de que la presidenta Ayuso haya salvado los muebles (no soltó ninguna ayusada trumpista de las suyas para llamar la atención, tal como le aconseja MAR), de este primer debate sale una izquierda que parece más unida que nunca, y esa es una buena noticia para el llamado bloque progresista. Habría que echar la vista muy atrás en el tiempo para encontrar un frente tan cohesionado y con las ideas tan claras sobre los males del país (pandemia y crisis), sobre el programa a acometer (más Estado de bienestar y ayudas sociales) y sobre el rival a batir (la ultraderecha nostálgica, xenófoba y montaraz). Por lo que se vio anoche en televisión, la terna Gabilondo-Iglesias-García funciona como una máquina bien engrasada, sincronizada, coordinada.

Es evidente que Gabilondo e Iglesias han aparcado sus diferencias y se han puesto a remar contra el acorazado ayusista. La presidenta de Madrid tuvo una intervención plana, en su papel de negacionista de todo, y por momentos hasta se la veía ausente, sin duda porque ya se siente ganadora (ha vendido la piel del oso del madroño antes de cazarlo). Precisamente ese exceso de confianza es el que puede darle un buen susto el 4 de mayo. El bloque de las izquierdas tiene claro el objetivo y ese es un buen comienzo. Gabilondo pone moderación y filosofía al proyecto; Iglesias le añade la pizca de pimienta, carisma y beligerancia que no tiene el candidato socialista; y Mónica García es la aportación sensata de la mujer, en este caso una médica que conoce bien la Sanidad pública por dentro y que además posee un don para el eslogan ingenioso, que nunca viene mal en estos tiempos líquidos en los que no conviene aburrir al votante con cifras y datos farragosos.

Sin duda, forman un trío bien avenido que si logra carburar medianamente de aquí a las elecciones puede movilizar mucho voto de esa izquierda desencantada siempre propensa a quedarse en casa, consumando el pasotismo político y el entreguismo suicida a la extrema derecha. Una vez que ya se ha comprobado que Vox sube y baja en las encuestas (por mucho que Rocío Monasterio haya sacado el látigo y su lado dominatrix más cruel y desalmado contra los inmigrantes) la clave de estas elecciones está en la abstención. Si las masas obreras van a las urnas en avalancha, la izquierda tendrá una posibilidad de ganar; de lo contrario se instalará en el poder el nuevo franquismo folclórico, elitista y cañí.

El resultado de las elecciones no solo dependerá del grado de concienciación y movilización de las capas más desfavorecidas de la sociedad, sino también del destino que corra Vox. Anoche se vio claramente que el discurso de Monasterio y los suyos es abiertamente fascista, sin complejos y sin paños calientes. Así lo demostró cuando mirando a cámara y señalando con las manos a unos y a otros, despreciando a todos los partidos por corruptos y manirrotos, promovió descaradamente el discurso de la antipolítica, es decir, el descrédito del sistema y de la democracia misma, tal como hacía el dictador en sus mejores tiempos. Solo le faltó aconsejar a los madrileños eso tan franquista de “hagan como yo, no se metan en política porque todos son iguales” para terminar de confirmar que el programa político voxista encaja como un guante en los principios fundacionales del Movimiento Nacional. Tales maneras son propias de totalitarios, pero el talante fascistoide de Monasterio quedó aún más patente cuando insistió en su ataque racista contra los inmigrantes menores no acompañados, a los que ella llama despectivamente “menas”. En ese minuto de detritus, que no de oro, la sombra del hitlerianismo antisionista volvió a planear de nuevo sobre el plató.

Con todo, el debate de ayer deja buenas vibraciones para la izquierda y la sensación de que no todo está perdido. Si se tiene en cuenta que Ayuso apenas le sacó provecho a su serie de intervenciones (la mujer se pierde cuando la sacan de las chuletas que le prepara MAR la noche anterior, viéndose obligada a improvisar) y que la Monasterio daba miedo con ese tono entre melodramático, cursi y autoritario que se gasta (habla como una monja resabiada o catequista amargada con ganas de darle un reglazo en la palma de la mano a los españoles) cabe concluir que no todo está perdido para la izquierda. Hasta Gabilondo se animó a entrar en el cuerpo a cuerpo en algunos instantes del debate, sacando un pequeño colmillito retorcido nada propio en un cartesiano pacífico como él. “Me avergüenza que diga sin pudor que son unos mantenidos, no hay derecho” (le afeó a Ayuso en referencia a las colas del hambre). Nunca lo habíamos visto tan alterado y el espectador llegó a preocuparse por si le daba una subida de tensión y caía fulminado en prime time.

Viñeta: Igepzio

EL ODIO

(Publicado en Diario16 el 22 de abril de 2021)

Dice el juez Joaquim Bosch que el delito de odio “no es un sentimiento de repulsa hacia otras personas, consiste en generar una atmósfera colectiva de hostilidad que alienta el ataque a otros seres humanos”. Y remata la sentencia: “Hay discursos políticos xenófobos contra menores migrantes que están ya en la frontera del delito”. Llenar una ciudad con carteles de propaganda electoral en los que se criminaliza a un grupo de 300 chavales extranjeros por su raza y su procedencia o nacionalidad, como está haciendo Vox en la sucia campaña a las autonómicas madrileñas, es simple y llanamente odio. Puro odio.

Pero el mal no nace espontáneamente. Se crea, se propaga, se contagia. Ideologías xenófobas como la que profesa el partido de Santiago Abascal generan esa “atmósfera tóxica” de la que habla el magistrado Bosch hasta envenenar a toda una sociedad. El aire enrarecido y viciado del odio se pega a la piel, transpira, penetra en los pulmones de la gente como el maldito coronavirus hasta que termina enfermando el cuerpo, la mente y el espíritu. Es el racismo como enfermedad, el racismo como trastorno, como plaga mórbida, o en palabras del escritor Andrea Camilleri: el fascismo es un virus mutante (todo racista es también un fascista, lo uno lleva inevitablemente a lo otro).

Jane Elliott, una educadora norteamericana que se ha hecho famosa por un método de estudio sobre estos comportamientos agresivos (Ojos azules/ojos marrones) llega a la conclusión de que el racismo es un trastorno psiquiátrico. “Si juzgas a otras personas por el color de su piel, por la cantidad de una sustancia química en su piel, tienes un problema mental. No estás lidiando bien con la realidad”. Desde ese punto de vista, y teniendo en cuenta que está demostrado científicamente que las enfermedades mentales pasan factura al cuerpo (por la íntima conexión psicosomática probada en el laboratorio) cabría concluir que odiar por racismo es malo para la salud y acorta la vida, como el tabaco malo. Aunque siempre hay casos excepcionales porque Franco palmó longevo, lo cual solo se entiende aplicando ese viejo dicho castellano de que mala hierba nunca muere.

Sea como fuere, nadie está a salvo de enfermar a causa del virus infernal del racismo que se le mete a la gente en el corazón y que no tiene cura. Nada funciona cuando se trata de rehabilitar a un discípulo o fan convencido de Hitler o Mussolini. Podríamos intentar coger al racista y someterlo a intensas sesiones de ultraviolencia, como al personaje aquel de La naranja mecánica al que sentaban delante de una pantalla de cine con los ojos enganchados por unas agujas metálicas y completamente abiertos para que asistiera a todo tipo de crímenes, torturas y aberraciones hasta que se insensibilizara a fuerza del shock emocional. Absurdo, sería inútil. El racista no nace, se hace y muere racista.

Tampoco funcionaría aplicar terapia cognitivo-conductual al enfermo porque probablemente el tratamiento no surtiría efecto y saldría de la clínica tan nazi como entró (o incluso más, ya que terminaría odiando también a los psicólogos, a los psiquiatras, a las enfermeras y al bedel de la entrada por judíos, ateos y marxistas). Como último remedio se le podría intentar recetar Prozac para aplacar su pulsión, baños calientes, ejercicio físico, yoga o mindfulness con el fin de intentar que saliera de su estado animalesco, recuperara la conciencia de lo humano y volviera en sí, pero todo sería en vano. Entonces, ¿qué demonios se puede hacer para contener la curva epidemiológica del racismo que va peligrosamente in crescendo? ¿Acaso tiene el doctor Simón la clave para vencer esta pandemia todavía más peligrosa que la del covid-19? Desgraciadamente, no hay respuesta para esas preguntas, entre otras cosas porque el fascismo es el propio demonio que anida y duerme en el interior de cada ser humano y que se desata por alguna razón como fracasar en el matrimonio, quedarse sin trabajo o ser más bajito, feo y pobre que el vecino negro al que le van bien las cosas. Cualquier razón es buena para odiar.

En cuanto al enfoque judicial (perseguir al racista con el Código Penal para disuadir a otros) no resuelve nada. Para muestra el juicio a George Floyd que se celebra estos días en Estados Unidos mientras el Ku Klux Klan sigue con los tiroteos y la caza al hombre, lo cual nos devuelve a la tesis psicológica inicial del racismo como perturbación neurológica irreversible. Por último nos queda la política: se podría ilegalizar partidos como Vox, pero eso habría que haberlo hecho al principio, cuando eran cuatro gatos, ya que la experiencia nos demuestra que ahora el virus se replica mucho más rápido, muta a tope y la mitosis por victimismo se vuelve todavía más letal.

De cualquier modo, la especie humana lleva siglos soportando ciclos periódicos de fascismo emergente en tiempos de crisis y hasta ahora ningún científico ha dado con la clave o tratamiento eficaz. Y lo peor de todo es que tampoco hay vacuna, ni siquiera un mal pinchazo de AstraZeneca que inmunice parcialmente al contagiado/poseído de racismo. El día que se invente una pastillita roja o azul, como en los cuentos distópicos de Philip K. Dick, podremos decir que habremos vencido a la plaga milenaria, pero de momento poco o nada se puede hacer y cada nueva generación tiene que soportar que de cuando en cuando una parte de su rebaño se vuelva irremediablemente loca y quiera atacar a sus congéneres solo porque el color de su piel es diferente.

El mal no tiene solución. Ya lo dijo Umberto Eco, quien acuño el término “Ur-Fascismo” o “fascismo eterno” para advertirnos de que tenemos que aprender a convivir también con este bicho, tan perverso como el de la gripe o la viruela. No hay más que mirar a nuestro alrededor para llegar a la conclusión de que la pandemia de odio que no se veía desde hace un siglo retorna de nuevo y que ese mal va camino de convertirse en un auténtico problema de salud pública nacional. Si es cierto que más del 9 por ciento de los madrileños están dispuestos a votar a Vox en estas elecciones regionales, la enfermedad ha avanzado más de lo que sospechábamos y ya no hay terapia posible. Abascal es un experto en meterle el fuelle a la hoguera del odio, un alquimista de la xenofobia que enferma las cabezas y no parará hasta enloquecer a todo el personal.

Viñeta: Igepzio

FLORENTINO DIMISIÓN

(Publicado en Dairio16 el 20 de abril de 2021)

A Florentino Pérez se le ha venido abajo el chiringuito, nunca mejor dicho. El millonario piadoso que quiere salvar el fútbol (mentira, solo quiere salvar su cartera y la cuenta de resultados) se las prometía muy felices en el programa de Pedrerol, donde solo le faltó brindar con champán con los tertulianos amigos para celebrar la creación de su Superliga europea, ese selecto club de ricos que deja fuera a los equipos más modestos, cargándose la esencia misma del deporte e imponiendo una injusta dictadura ultraliberal. Sin embargo, el negocio del siglo se le ha derrumbado en apenas cuarenta y ocho horas, justo el tiempo que han tardado los equipos de la Premier en darse cuenta de que sus aficionados estaban abiertamente en contra de un proyecto que atenta directamente contra la tradición, contra los valores éticos y humanos y contra la cultura del fútbol.

La noche de ayer fue sencillamente apoteósica: en apenas unos minutos, los seis clubes ingleses (United, Liverpool, Chelsea, City, Arsenal y Tottenham) comunicaban su decisión de abandonar el barco e incluso pedían perdón a sus aficionados por haberse sumado al circo del empresario español. En esa iniciativa pesó, sin duda, la movilización de los fans del Chelsea, que llegaron a detener el autobús de sus jugadores en las proximidades de Stamford Bridge para protestar contra la cacicada de Florentino. Era la rebelión de la gente, la revolución de los indignados del balompié hartos de jeques, de fútbol de pago, de sumisión al mercado chino y de nuevos ricos que lejos de salvar el deporte rey están acabando con el espíritu deportivo.

En Inglaterra no hay nada más sagrado que el fútbol. Ni siquiera la Reina Madre es tan respetada como el escudo que los gunners, los reds o los blues llevan clavado en el pecho. Cuando los hooligans leyeron en los tabloides de la mañana que el modelo de Superliga florentiniana condenaba a los equipos más modestos a las migajas de los derechos televisivos y al infierno de una intrascendente Premier convertida en Segunda División, la revolución no se hizo esperar y se echaron a la calle como los viejos mineros de Manchester que paralizaron el país en los años veinte. Qué diferencia entre una democracia secular como la inglesa y otra de baja intensidad como la española donde los ciudadanos son sistemáticamente ignorados. El movimiento insurreccional estaba en marcha y solo faltaron los dinamiteros del IRA levantando barricadas contra el nuevo imperialismo español impuesto por el nuevo Felipe II con gafas, un constructor católico y envarado con demasiadas ínfulas de grandeza, de conquista y de gloria.

En Londres ya ven a Florentino Pérez como a un invasor, un almirante castellano que con sus excavadoras como galeones bajo la bandera negra de ACS pretende acabar con las esencias de un deporte popular. La reacción ante el intento de convertir el fútbol en un Club Bilderberg para disfrute de las élites no se hizo esperar y a partir de ese momento la Superliga estaba herida de muerte. Las fichas de dominó fueron cayendo una tras otra y ya se rumorea que en las próximas horas los clubes italianos seguirán el camino de la deserción, de modo que el presidente del Real Madrid, por mucho que insista en que el guion sigue adelante, se ha quedado solo ante sus planos de batalla, como un Napoleón arrinconado por las potencias europeas temerosas del excesivo poder que estaba acaparando.

Esta vez, y sin que sirva de precedente, el rico ha claudicado ante el pobre, lo cual reconcilia con el género humano. Ante semejante derrota, solo cabe decir que el inquilino de la Casa Blanca madridista ha quedado como el hazmerreír del mundo entero. El Marca, que es El Alcázar del Real Madrid o portavocía oficial del movimiento merengón, titula “Super Ridículo” en una portada que quedará para la historia. Se ha hecho realidad el argumento de Ciudadano Kane y esa última secuencia en la que el magnate se queda solo rodeado de sus riquezas, sus recuerdos del pasado y su egoísmo elitista. El gran error del frustrado presidente de la Superliga es haber querido gobernar el mundo del fútbol como una empresa de hormigón y cemento. Un club deportivo no es una constructora que lo mide todo en términos de beneficio y toneladas de clínker.

Los balances contables son importantes, pero el magnate de la Castellana ha olvidado lo esencial: los sentimientos y la pasión de los aficionados, el romanticismo y la ilusión de un juego épico que hunde sus raíces en las culturas ancestrales como las precolombinas y la Antigua Grecia. El fútbol no es un negocio como quieren vendernos, el fútbol es patrimonio de la humanidad, una invención genial como el fuego o la rueda que supuso un paso adelante en la civilización humana. Pero el misionero del ladrillo debió saltarse la primera lección de ética en la facultad de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos: esa que dice que el dinero no lo es todo en la vida, que al rival hay que respetarlo siempre por muy modesto y pobre que sea, que ir por el mundo de ricacho arrogante que va dejando tras de sí su limosna inaceptable y humillante suele traer mala suerte. En definitiva, que uno puede ser un magnífico empresario de lo suyo y un nefasto gestor de las cosas inmateriales, como es un club deportivo.

Y llegados a este punto la gran pregunta es: ¿y ahora qué? Florentino Pérez debería presentar su dimisión irrevocable por varios motivos: por su fracaso estrepitoso que deja la imagen del club más grande de la historia a la altura del betún (todo lo que ha hecho va en contra de los valores de respeto, esfuerzo e igualdad instaurados por don Santiago Bernabéu); porque después de la traición a las estructuras y organismos internacionales las represalias de la UEFA pueden ser terribles (ya se habla de suspender al Real Madrid en competiciones oficiales y que se vayan olvidando los madridistas de ganar esta Champions porque los arbitrajes contra los blancos pueden ser canallas y criminales, así se las gastan los capos de Ceferin); y por encima de todo, y lo que es más importante, porque se ha comportado como un pijo redomado que trata al pobre como a un muerto de hambre, faltando al respeto a cientos de equipos modestos que pueblan el viejo continente y que sueñan con ganar La Orejona algún día. La riqueza es como el agua salada, que cuanto más se bebe, más sed da, decía Schopenhauer. El patético final del Napoleón del fútbol (habrá un antes y un después tras este fiasco deportivo) es el de un sediento que no ha sabido calmar a tiempo su sed de codicia y poder.

Viñeta: Lombilla

EL NAPOLEÓN DEL FÚTBOL

(Publicado en Diario16 el 20 de abril de 2021)

Florentino Pérez ya ejerce como el gran Napoleón del fútbol, el cardenal in pectore del selecto y elitista club de los equipos más poderosos de Europa. Su conspiración en la sombra contra la UEFA y la FIFA para crear una Superliga al margen de las competiciones oficiales ha supuesto un auténtico terremoto político y económico en todo el planeta. Periódicos, radios y televisiones dedican hoy amplios espacios al proyecto florentiniano y los gobiernos nacionales empiezan a tomar partido, unos posicionándose a favor, otros en contra, de tal manera que ha estallado la guerra mundial del fútbol. Boris Johnson ya ha declarado las hostilidades y hará “lo que sea necesario para que la Superliga no salga adelante”, salvando la Premier, mientras que el Gobierno Sánchez, a través del Ministerio de Cultura y Deporte, ha filtrado que no apoyará un proyecto pensado y propuesto sin contar “con las organizaciones representativas a nivel nacional e internacional”. La convulsión es total en medio de la pandemia y las Bolsas europeas ya han notado las oscilaciones del maremoto. Esta vez, Florentino la ha liado parda.

Así va el partido que no ha hecho más que comenzar: a un lado del campo un grupo de millonarios golpistas del fútbol (financiados con el dinero del ladrillo y los petrodólares de los jeques árabes); al otro los gobiernos y las respectivas federaciones, o sea los representantes legítimos de las democracias europeas, que se sienten en la obligación de preservar las ligas nacionales, la cantera y los valores de un deporte limpio, solidario y en condiciones de igualdad para todos, es decir el fair play financiero que debe alumbrar toda competición o torneo. Esto ya no va de once contra once y de meter la pelotita en una portería, sino de oligopolio contra democracia; de corporativismo y trust empresarial contra el Estado de bienestar; de la dictadura del dinero impuesta por unos caciques de campeonato que tratan de imponer sus leyes de mercado frente a la soberanía nacional y el derecho de todos, clubes y aficionados, a poder tomar parte en una competición como ha ocurrido toda la vida. En definitiva, lo que hace el potencial dictador merengue es acabar de un plumazo con la lucha de clases, condenar a los equipos pobres al gueto de la Segunda División e instaurar el totalitarismo clasista del millonario.

Con todo, lo más irritante es que el presidente madridista pretenda convencernos de que todo lo hace “para salvar el fútbol, que está en un momento crítico, a punto de arruinarse”. Anda ya, que se deje de mesianismos baratos y se dedique a asfaltar carreteras, que es lo suyo. Que no nos venga el patrón de la Castellana con cursis sermones de seminarista del Opus Dei. Esto lo hace para salvar sus balances contables a final de año, por afán pesetero y para pillar su cacho de la tarta y de la gallina de los huevos de oro, que a este paso van a terminar por matarla entre todos. El gran delirio de Florentino es querer gobernar el fútbol bajo una perspectiva estrictamente empresarial cuando el fútbol es mucho más que un negocio, es ilusión, pasión de un pueblo, sentimiento, el sueño de mucha gente que anhela meterle un gol (y darle una patada en la espinilla) al vecino poderoso, aunque luego no gane el partido porque el árbitro está comprado y siempre barre para el más fuerte. Esa es la grandeza de ese deporte, que juegan once contra once, hombres y mujeres todos en calzoncillos y en igualdad de condiciones, de tal forma que cualquier cosa puede ocurrir al término de los noventa minutos.

Con su Superliga en la que siempre jugarán los mismos, los ricos, los opulentos, los masónicos adinerados del Club Bilderberg del balompié, se desvirtúa la competición, se reduce todo a contratos y a dinero y se disuelve la salsa del deporte, que no es otra que el desenlace inesperado, la sorpresa del alcorconazo o el alcoyanazo, es decir, la emoción de ver cómo un pobre proleta, un peón o bracero sudoroso del balón, sube al palco a recoger su copa y su gloria y de paso a hacerle un corte de mangas al señorito adinerado del otro lado del río.

Ya no cabe ninguna duda. Florentino Pérez es el Donald Trump del balompié. Si el presidente norteamericano puso el tablero internacional patas arriba cuando decidió sacar a Estados Unidos, unilateralmente, de organizaciones supranacionales como la OMS y las cumbres climáticas de la ONU, con su órdago a la UEFA (más bien golpe de Estado futbolero) el inquilino de esa otra Casa Blanca que es el Real Madrid dinamita no solo el nuevo orden mundial, sino la propia historia del fútbol y la esencia misma del deporte. Esta vez Florentino ha atravesado un peligroso Rubicón, y al igual que los grandes conspiradores y dictadores del pasado eran desterrados en islas perdidas (de donde ya no podían salir para seguir intrigando) el constructor madrileño de ACS y sus doce apóstoles del golpismo futbolero se enfrentan ahora a las duras sanciones federativas de Ceferin, Rubiales y Tebas, que amenazan con expulsar a los equipos levantiscos (Madrid, Barça y Atleti) de la Liga y de las competiciones europeas. Un auténtico drama tan absurdo como innecesario.

Todo rico se siente impune ante la ley y Florentino no iba a ser una excepción. Tantas horas de palco, tantas horas en el Olimpo alfombrado del Bernabéu con el mundo a sus pies, han terminado por hacerle perder la noción de la realidad hasta convertirlo en un iluminado o semidiós que se cree con derecho a privar a un niño rumano, griego o turco de la ilusión de ver cómo su equipo campeona entre los grandes. Su decisión por las bravas, su orden de romper con las instituciones oficiales que gobiernan el deporte rey para crear su propio torneo de ricos y para ricos, es una declaración de guerra en toda regla a los principios elementales de la democracia.

Hitler lanzó sus tanques contra Polonia; Florentino lanza sus excavadoras de ACS sobre la UEFA en una guerra relámpago o Blitzkrieg para terminar de aplastar los valores humanistas y reducir el deporte a cemento y dinero. Ya lo predijo Johan Cruyff: “El fútbol siempre debe ser un espectáculo”. En eso Florentino es más cruyffista que cualquier culé. La pela es la pela.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL GOYA

 (Publicado en Diario16 el 20 de abril de 2021)

De Roca, uno de los implicados en la operación Malaya, se llegó a decir que tenía un Miró colgado en el cuarto de baño; en las paredes del Museo del Prado hay cuatro obras pictóricas que en un tiempo pertenecieron al extesorero del PP, Luis Bárcenas; y ahora un nuevo escándalo salpica a un personaje insigne de ese partido, en este caso Esperanza Aguirre: la venta del Retrato de don Valentín Belvís de Moncada, de Francisco de Goya. A los prebostes del PP les encanta convertir sus lujosos palacetes en museos de arte universal para poder presumir cuando llegan las visitas. Un rasgo típico de nuevo rico.

Es España un país que no cuida como debiera su ingente patrimonio cultural. Aquí dejamos que los puentes y monasterios medievales se agrieten y se nos vengan abajo por el paso del tiempo; sepultamos bajo tierra las ruinas de otras épocas que van apareciendo con las obras del Metro; y malvendemos los cuadros de nuestros mejores pintores, que terminan colgados en el rascacielos de algún chino hortera en Singapur. El español no ama ni respeta su arte patrio, ese es uno de sus grandes vicios y un síntoma de su secular falta de cultura.

Ahora nos encontramos con una señora que es condesa y grande de España que en lugar de dar ejemplo y mirar por la conservación de nuestras obras maestras, de nuestro patrimonio, como debería hacer todo gobernante decente, se dedica a zascandilear por ahí con un Goya debajo del brazo, buscando comprador como quien busca colocar un coche de segunda mano con la ITV caducada. Así es nuestra nobleza: cutre, carroñera, falta de elegancia. A la aristocracia hispana se le llena la boca de patriotismo, pero de una forma o de otra siempre acaba esquilmando la riqueza del pueblo, la material y la otra, la cultural que es casi más importante y trascendental para el futuro de la nación.

Si un pueblo sin literatura es un pueblo mudo, como decía Miguel Delibes, un país que malvende a sus grandes pintores es un pueblo ciego. Y así es como pretenden dejarnos estos grandes de la nobleza: sordos como Goya, mudos y ciegos. También desnudos de nuestro riquísimo patrimonio cultural. En esta España de pandemias mortales y crisis galopantes todo se vende y todo se compra y cuando un conde o condesa va apurado de parné saca una obra maestra al Rastrillo del arte universal, lo enajena como si tal cosa y asunto arreglado.

Últimamente Espe Aguirre está en todas las salsas. No hace mucho fue imputada en la pieza de Púnica que investiga la financiación irregular del PP de Madrid, de modo que aún chapotean sus famosas ranas y batracios. Ahora Ignacio Escolar la ha pillado con el carrito del helado, o mejor dicho, la ha pillado su cuñado, que denuncia a la expresidenta de Madrid y a su marido, Fernando Ramírez de Haro, por estafa, fraude fiscal, blanqueo y apropiación indebida, entre otras minucias. Un feo asunto que está dando mucho que hablar en los convulsos madriles de precampaña de Isabel Díaz Ayuso, que seguramente tampoco sabe una palabra de pintura y piensa que un aguafuerte es darle cubatas de garrafón al pueblo, viva la libertad.

En cualquier caso, Aguirre ha tratado de defenderse con un buen ataque (no en vano es una fiel seguidora del manual trumpista que aconseja negarlo todo, aunque sea verdad) y en las últimas horas ha encontrado una buena cortina de humo para desviar la atención y que se hable de otra cosa: arrearle estopa a Pablo Casado, al que ha aconsejado que sea “humilde y flexible” y siga la estrategia política de IDA, que está dando la “batalla cultural a la izquierda sin complejos”.

Que Aguirre haga suya la batalla cultural de Vox resulta harto preocupante, ya que ese concepto significa antifeminismo, xenofobia y maquillaje de la dictadura franquista. Abascal y Monasterio, siendo elitistas como son, pasan mucho del arte como riqueza espiritual del pueblo, ellos son más de echarse al ruedo y darle un pase de pecho a una vaquilla. Si esa es la receta que Aguirre le propone a Casado, si le está diciendo que se ponga España por montera cuando lo que necesita este país es moderación y una derecha aseada y europea, apaga y vámonos. De alguna manera, la condesa le está afeando al presidente del PP que su búsqueda del centro no dé el resultado apetecido, mientras que su delfina, mucho más radical y ultra, va disparada en las encuestas. Ahí hay otra guerra en ciernes entre familias peperas antagónicas. 

Sin duda, todo el lío que montó Aguirre ayer no es más que una maniobra de despiste para que la prensa deje de hablar de su tráfico de goyas. Lo que le faltaba a la condesa de Bornos, que la tomen por una vulgar tratante de arte sin escrúpulos que se deshace de los óleos más valiosos como quien pone una aspiradora a la venta en Wallapop. Pese a todo, el gran delito de Aguirre, caso de haberlo (eso tendrá que decirlo la Justicia) no es la presunta estafa, sino haberle sacado unas perrillas al más grande de nuestros pintores y no haber puesto el cuadro a disposición de un museo para su conservación y disfrute de todos los españoles. Goya tiene que estar donde tiene que estar, en el Prado leñe, no dando tumbos por ahí, de mano en mano, como mercancía barata de nuevos ricos paletos que no saben ni quién fue el genio de Fuendetodos

Dicen los expertos que el maestro supo retratar como nadie al aristócrata español de su época, el semblante pálido y remilgado del pudiente, su atormentada vida interior, su alma, sus vicios y costumbres ocultas. Para Goya la pintura era un vehículo de instrucción moral, no un simple objeto estético. No sabemos cómo el gran cronista de la España decadente y de los desastres provocados por una dinastía degenerada hubiese retratado a esta condesa de Aguirre, gran símbolo del Madrid de las corruptelas y la depravación. Quizá como una maja inquietante y relajada en su chaise longue, en plan duquesa de Alba. En todo caso, alguien que da la sensación de que nunca le dice toda la verdad a su pueblo.

LA SUPERLIGA


(Publicado en Diario16 el 19 de abril de 2021)

El juego de pelota es un deporte tan antiguo como el ser humano. Existen vestigios de prácticas deportivas similares al fútbol ya en la Antigüedad, tanto en las culturas mediterráneas como en las americanas. De hecho, se ha encontrado un relieve de la Grecia clásica en el que se representa a un hombre controlando una pelota con el muslo. Los antiguos griegos lo llamaban episkyros, una especie de fútbol primitivo que se jugaba con un balón de cuero pintado con colores brillantes y dos equipos de doce a catorces jugadores. Los ingleses, siempre empeñados en patrimonializar cada invento del ser humano, dieron forma al juego y crearon la primera competición oficial allá por 1871, el primer paso para la creación de la Copa de Inglaterra.

Desde entonces, el fútbol se ha extendido por todo el planeta, convirtiéndose sin duda en el mayor patrimonio de la humanidad. Un Mundial paraliza el orbe, un Clásico Madrid-Barça es seguido por miles de millones de personas. El fenómeno no tiene parangón, hasta tal punto que un africano y un chino no se entenderán porque hablan lenguas diferentes, pero si echan a rodar una pelota para entretenerse un rato no necesitarán mediar palabra entre ellos para saber cuáles son los códigos, las reglas y las normas que se deben cumplir a rajatabla en la cancha.

Quiere decirse que el fútbol pertenece a la gente, al pueblo, a la humanidad. Hoy un selecto grupo de clubes millonarios pretende apropiarse del deporte rey y planea crear una Superliga europea exclusivista y reducida, desplazando a los equipos más modestos, que a partir de estos momentos estarán condenados a jugar competiciones menores, o sea el gueto deportivo. Estamos asistiendo, por tanto, a la consagración de una especie de Club Bilderberg del balompié, un círculo elitista de poderosos que cierran la puerta a los humildes y con ella la posibilidad de alcanzar la gloria y el dinero que reporta un título europeo. Esto no es otra cosa que una nueva injusticia, la victoria del ultracapitalismo más feroz, la transposición de un sistema económico desequilibrado al mundo del deporte, que debería regirse por otros valores mucho más nobles y edificantes, como el esfuerzo, el trabajo y el talento.

Al pobre le quedaban ya pocas cosas a las que aferrarse y una de ellas era la ilusión de ver cómo el equipo de su pueblo llegaba a campeón de Europa algún día. El desclasado, el condenado al infierno sucio del extrarradio apestado de coronavirus, el “mantenido subvencionado” que acude cada día a las colas del hambre (como dice despectivamente IDA), vivía por y para esas dos horas de efímera felicidad ante la pantalla de televisión dominguera en un bar de mala muerte, donde soñaba con que los paisanos de su barrio le dieran para el pelo al todopoderoso Real Madrid o a los alemanazos supremacistas del Bayern en una especie de venganza justa por tantos atropellos sociales, tantas injusticias, tantas miserias. Pues también eso nos lo quieren arrebatar ahora los señoritos de la incipiente Superliga, la aristocracia del balompié, un hatajo de millonarios que solo ven dinero y no sentimientos románticos en el magnífico espectáculo de masas que es el fútbol. Florentino Pérez y los jeques árabes enriquecidos con el gol han dado un puñetazo en la mesa de la FIFA, que es tanto como perpetrar un golpe de Estado deportivo, y a partir de ahora el fútbol será cosa de unas élites lejanas, nada de equipos formados por parias de la famélica legión.

Para los señores del gang futbolero, las competiciones nacionales se han quedado pequeñas, estériles, poca cosa, como esa tienda de ultramarinos de barrio de toda la vida que molesta en medio de las grandes superficies comerciales y a la que conviene asfixiar a toda costa. Dentro de nada la gloriosa historia de la Liga será reducida a polvo y viejos recortes de prensa amarillentos, y las grandes gestas de los cachorros de San Mamés, del Valencia, del Sevilla o del Betis, de las que nos hablaban nuestros abuelos capaces de recitar de memoria la alineación del Atlético Aviación, quedarán borradas para siempre. La memoria histórica del balompié se habrá enterrado como se enterró la otra y solo quedarán los impersonales y opulentos estadios como edificios de oficinas (los de siempre habrán sido derribados para construir aparcamientos o rascacielos), el inflado fichaje multimillonario del brasileño de turno que no le da una patada a un bote y los lujosos cócteles en el palco VIP, flamantes yates de cemento para hacer negocio, ya lo advirtió Piqué.  

Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 entramos en una nueva era, en un nuevo orden mundial ultracapitalista caracterizado por el poder omnímodo y absoluto del dinero. Desde entonces vamos para atrás y hoy caminamos hacia la concentración oligopolística en todo, también en esto del deporte, que hace ya tiempo perdió su aura de misticismo romántico para convertirse en negocio puro y duro. Si en el siglo XIX la ópera era cosa de ricos, el fútbol va camino de lo mismo. Los valores de “solidaridad, inclusión social, integridad y fair play” que deben inspirar cualquier práctica deportiva saltan por los aires con un proyecto que aún no ha nacido y ya empieza a dar asco porque divide entre ricos y pobres, porque solo busca el pelotazo de los 3.500 millones en derechos televisivos, porque se olvida de la historia y de los sentimientos de los clubes pequeños y porque se construye sobre los pilares de la corrupción, el elitismo y el capitalismo salvaje que no respeta nada. Florentino quiere ser el nuevo Santiago Bernabéu del siglo XXI, pero el engendro que nos propone no tiene nada que ver con aquella mítica Copa de Europa creada en 1955 por un grupo de idealistas que soñaban con hacer grande el fútbol. Esto es otra cosa. Tajada, rentabilidad, mercantilismo. Por mí, pueden meterse su Superliga de ricos pijos por donde les quepa.

Viñeta: Lombilla

EL BLUF DE AYUSO

(Publicado en Diario16 el 19 de abril de 2021)

Javier Ruiz, ese periodista empírico siempre armado con su sabia pizarra y su tiza afilada, acaba de desmontar el gran logro del PP: el milagro económico de Madrid también es un bluf. La campaña electoral ha comenzado ya e Isabel Díaz Ayuso está vendiendo al electorado sus supuestos logros numéricos, su presunto crecimiento imparable, su ficticio paraíso fiscal o emporio de los ricos que también generaría riqueza entre los pobres. Todo es mentira. Todo es una gallofa. No hay nada de eso. Basta echar un vistazo a los gráficos estadísticos para comprobar que desde que estalló la pandemia la economía de Madrid ha encallado sin remedio, como ese inmenso buque que quedó atrapado en el Canal de Suez.

Ruiz argumenta que, según el Observatorio Regional del BBVA, hasta once autonomías crecen más que Madrid (entre ellas Castilla-La Mancha, Extremadura, Murcia, Aragón, Cantabria, La Rioja, Galicia y Euskadi), mientras que otras cinco van al tran tran. Entre las comunidades al ralentí está la madrileña, que se encuentra en la mitad de la tabla, es decir que se quedaría fuera de la Champions League, por utilizar un símil de moda después de que Florentino Pérez haya metido sus excavadoras en la Liga Española para derruirla y fundar una selecta y globalizante Superliga europea, algo que es tanto como llevar el supremacismo al deporte, condenar a los clubes modestos a la ruina y matar el fútbol.

Todos los indicadores económicos son malos en el reino de Oz de Ayuso. La presidenta de Madrid se ha pasado la pandemia anteponiendo el dinero a la salud, el bar al hospital, la cañita en la terraza a la vacuna, y resulta que cuando llega el momento de rendir cuentas y de hacer balance, su gestión presupuestaria es tan mediocre como su labor con las residencias de ancianos privatizadas, donde se le murieron nuestros mayores por miles. La creación de empresas ha caído un 3 por ciento (un 3,1 en España); el desempleo ha empeorado (la tasa de paro nacional creció hasta un 18,7 por ciento mientras la de Madrid supera el 24); y tan solo el sector de la hostelería aguanta y mejora resultados en relación con el resto del país.

Todo lo que ha impulsado Ayuso en Madrid a lo largo de su mandato ha sido para beneficio de los hosteleros, que han hecho caja en esta pandemia a costa de propagar el virus llenando las tabernas de turistas franceses, y finalmente la presidenta ha decidido jugarse su futuro político a una sola carta: entregarse sin pudor al lobby de tapas y cañas para que la lleven en volandas a la victoria el 4 de mayo.

El programa político de la presidenta castiza consiste en dar cubatas y barra libre al personal para que este haga lo que le dé la gana en una extraña reinterpretación del negacionismo del Estado, la acracia de derechas y el impulso libertario ultra. Y el pueblo está encantado con la política de garrafón de la anarquista pija, que ha traído la libertad mal entendida frente al antipático y malvado Sánchez, un ogro que nos secuestra y nos confina cada dos por tres. La estrategia demagógico-populista es de manual, pero cabe preguntarse cómo está reaccionando la oposición ante la farsa ayusista. Y ahí es donde es preciso hablar de un nuevo error histórico del bloque progresista.

La izquierda ha ridiculizado y menospreciado a la candidata popular por el simple hecho de que es cortita en la retórica, escasa de empaque intelectual y cursi en sus sentencias. Los rivales políticos han convertido a IDA en bufón, en guiñol, en muñeco de pim pam pum para las redes sociales, y de ese modo han caído de cabeza en la trampa de MAR. Eso era precisamente lo que esperaba Miguel Ángel Rodríguez, que su pupila más aventajada diera rienda suelta a todo el trumpismo delirante que lleva dentro, convertirla en mártir de la mofa y el escarnio. Y en esas la izquierda quedaba hechizada con la muñeca Pepona y se olvidaba de confrontar ideas, de tirar de números, de denunciar estadísticas y bulos, que es lo que ha hecho hoy el fino analista Ruiz.

Cada día que pasa es más evidente que el bloque progresista no ha sabido plantear esta campaña, se ha equivocado en convertir unas elecciones autonómicas en un cara a cara entre Sánchez y Ayuso y el viejo recurso de agitar el espantajo del fascismo no ha colado entre los madrileños. Iván Redondo, o quién sea entre las cohortes de asesores de Moncloa, no se ha ganado este plato de lentejas y ahora el androide ayusista camina solo y anda disparado en las encuestas. No vamos a entrar ya en la desunión y la fragmentación en una miríada de partidos de izquierdas, que sin duda proyecta una imagen de gallinero o jaula de grillos que penaliza en las urnas. Tampoco vamos a sacar otra vez el manido asunto de si Ángel Gabilondo era el candidato ideal para entusiasmar a las masas desencantadas de Vallecas, que por lo visto no. Su táctica de tratar de aparecer como un líder moderado que pretende captar votos por el centro y hasta por la derecha era sencillamente una quimera (el votante del PP o de Cs jamás votará sanchismo) y sus propuestas conservadoras (él tampoco hubiese cerrado los bares, jamás subirá los impuestos y no pactará nada con el “extremista” Iglesias) solo han servido para confundir a las bases.

Pero más allá de todo eso, cabe preguntarse por qué los líderes de la izquierda han rechazado entrar en el debate de las ideas y los números para desmontar las mentiras de Ayuso. Nadie en el bloque rojo habla de corrupción (siendo como es Madrid la cuna del fango); nadie le afea a Ayuso, con cifras, que su milagro económico sea otro bulo más; y nadie ofrece promesas concretas que puedan seducir a los madrileños en su día a día. Todo se ha reducido al viejo eslogan de “que viene Franco” (o sea Abascal), una pobre carta de presentación para optar al gobierno que ni siquiera ha conseguido su ansiado objetivo de meterle el miedo en el cuerpo al personal.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA ESCUELA REPUBLICANA

(Publicado en Diario16 el 18 de abril de 2021)

Ahora que se cumplen 90 años de la proclamación de la Segunda República conviene centrarse en un indudable logro de aquellos años: la reforma educativa del primer bienio progresista (1931-1933), un proyecto encomiable y ambicioso que podría haber dado sus frutos a largo plazo, con generaciones de hombres y mujeres más cultos y preparados, de no haberse truncado el futuro del país con el estallido de la Guerra Civil. En este país hace tiempo que se ha instaurado la idea de que la Segunda República fue la historia de un rotundo fracaso en todo, lo cual es cierto solo a medias.  No se puede negar que algunos proyectos como la reforma agraria, la reforma fiscal o la remodelación del Ejército para adecuarlo a los valores democráticos, finalmente quedaron en papel mojado. Sin embargo, en educación se empezaron a dar pasos importantes para culturizar a las masas y aunque la tarea quedó sin completar –no solo por la desgracia de la contienda fratricida sino también porque los recursos del país eran escasísimos–, es de justicia elogiar la labor de quienes trazaron la política educativa de aquellos años.

La atención de los sucesivos ministros de Instrucción Pública, Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos, se concentró principalmente en resolver las gravísimas deficiencias de infraestructura existentes, sobre todo en la enseñanza primaria. El esfuerzo educativo republicano, especialmente en este primer bienio progresista, fue realmente ejemplar. Cuestión diferente es la gestión de los gobiernos conservadores o radical-cedistas que se instalaron en el poder a partir de las elecciones generales de 1933 y que llevaron a cabo graves recortes en educación pública y cultura. Una vez más, las derechas se encargaron de hacer retroceder al país en las conquistas sociales alcanzadas, y este constante sabotaje es un denominador común que se repite, una y otra vez, como una maldición bíblica, en la historia de España.

Existen abundantes estudios históricos, con datos estadísticos completos, que demuestran que los partidos de izquierdas se volcaron en la tarea de sacar a los españoles de la situación de absoluto analfabetismo que acarreaba el país desde al menos el siglo XIX. Los documentos que han llegado hasta nuestros días no engañan. El presupuesto educativo en los tres primeros años de la Segunda República pasó del 5,5 al 7 por ciento, un salto cuantitativo importante teniendo en cuenta que España atravesaba por un momento de crisis económica galopante y que buena parte de la población malvivía en grandes bolsas de pobreza, tanto en el campo como en las grandes ciudades.  

El Ejecutivo del primer bienio de la República duplicó el número de alumnos escolarizados de 70.000 a 130.000. Por su parte, las plantillas de maestros dieron otro salto considerable al pasar de 36.000 a 51.000 profesores, creciendo anualmente a un ritmo del triple del registrado durante la etapa monárquica. Por si fuera poco, también se incrementaron sustancialmente los sueldos del personal docente, de tal forma que aquel viejo dicho castellano de “pasas más hambre que un maestro de escuela” empezó a quedar felizmente superado. Respecto al número de escuelas de enseñanza básica, la inversión fue notable, ya que se abrieron 13.000 colegios públicos, aunque algunos historiadores menos optimistas reducen la cifra a la mitad. En cualquier caso, el esfuerzo no dejó de ser importante y algunos autores dan por sentado que ningún gobierno en los países de nuestro entorno incrementó de una manera tan significativa su presupuesto educativo como el español.

Todas estas medidas quedaron grabadas para siempre en una frase antológica de Rodolfo Llopis, el gran director general de Primera Enseñanza en el período progresista 1931-1933, quien llegó a decir que en cuestiones de educación “la República hacía en un año lo que la Monarquía en quince”. Sin duda, el socialista Llopis puso en marcha una de las más ambiciosas reformas educativas en la historia de nuestro país y dotó a España de la mejor generación de maestros y maestras hasta entonces. En su destino de más de una década como maestro en Cuenca, Llopis comprobó de primera mano la “dramática situación de la escuela española y su cruel abandono, a la vez que pudo poner en práctica los principios que habrían de impulsar sus reformas educativas posteriores. Los dos pilares de su reforma fueron la socialización de la cultura, intentando que esta llegara a todos los rincones del país, y el establecimiento de la escuela única”, relata la publicación digital La escuela de la República. Famosas fueron la Misiones Pedagógicas, caravanas de maestros voluntarios que a lomos de mulas y sorteando valles y montañas llevaban la escuela a hombros allá donde no había. En ellas participaron personalidades ilustres de nuestra cultura que se dejaron la piel en la tarea. Sin olvidar el taller de teatro La Barraca, impulsado por el maestro Lorca.

Se hizo mucho, qué duda cabe, pero España era un país de analfabetos con un atraso secular y el esfuerzo inversor ciertamente se quedó corto. Las infraestructuras educativas eran tan escasas que aún en el supuesto de que se hubieran creado 16.000 escuelas más en todo el país hubiesen sido necesarias otras 11.000. Otro dato interesante es que solo en Madrid el número de matriculados en escuelas privadas era superior al que acudían a colegios públicos (lo cual demuestra el poder que aún ostentaba la Iglesia católica, tradicional guardiana y custodia de la enseñanza en este país). Con todo, aún eran más los que no tenían escuela de ningún tipo.

Todo ello demuestra en qué bajo nivel de incultura y subdesarrollo se encontraba el país tras siglos de gobiernos monárquicos corruptos apoyados por la derecha más rancia y carpetovetónica. Una vez más, cuando las derechas llegaron al poder en 1933 (arrastradas por los vientos fascistas que soplaban en Italia y Alemania), la educación cobró nuevos tintes religiosos, la escuela pública retornó al abandono tradicional y los libros fueron para quienes pudieran pagárselos. Esa misma derecha es la que hoy quiere imponer el pin parental y la educación clasista y reaccionaria, de tal forma que España siga siendo un país eternamente dormido en el pasado.

Ilustración: Artsenal

ÉVOLE Y BOSÉ

 

(Publicado en Diario16 el 17 de abril de 2021)

Jordi Évole defiende a capa y espada su entrevista con Miguel Bosé que este domingo verá su segunda entrega. El popular presentador ha tenido que hacer frente a una avalancha de críticas en las redes sociales de aquellos que consideran que nunca se le debe dar voz a un negacionista, y menos a un conspiranoico de la pandemia. Para Évole, «el periodismo tiene que enseñar las realidades porque ocultándolas no ganamos nada», y se muestra convencido de que el programa del próximo domingo en La Sexta no va a generar más negacionistas ni más legiones de fanáticos de la conspiración y la superchería de las que ya pueblan este mundo. Sin embargo, no son pocas las teorías sociológicas y psicológicas que alertan de los peligros de dar cobertura mediática a ideologías tóxicas, ya que eso es tanto como propalar la pseudociencia, la ignorancia y el fanatismo. De alguna manera, es como si en horario de prime time pusiéramos ante las cámaras a un parapsicólogo lanzando un discurso sobre la existencia de los fantasmas (eso ya lo viene haciendo Íker Jiménez desde hace años y de aquellos polvos estos lodos), a un gurú invocando los mandamientos de su secta destructiva o a uno de esos naturistas aleccionando al personal sobre los beneficios de beber la propia orina. Es obvio que el daño a la sociedad puede ser irreversible.

«Yo creo que el programa refuerza las tesis científicas y no las negacionistas… Pero por las redes sociales corre una especie de Santa Inquisición que te dice lo que puedes o no puedes hacer. La manera que tenemos de hacer las cosas es esta: coger al protagonista de una corriente de opinión, en este caso el negacionismo, y ponerle frente a su espejo y sus contradicciones», argumenta Évole, que cree que «nadie» va a sacar opiniones favorables respecto al negacionismo después de ver la entrevista del domingo.

Tal como era de prever, Miguel Bosé está encantado con el programa (de lo que se trata es de que hablen de uno, aunque sea mal, ya lo dijo Wilde) y sueña con que le den algún bolo musical este verano. Es evidente que al famoso cantante, hoy en horas bajas, la publicidad gratuita le vendrá de perlas para relanzar su languideciente carrera artística. «Durante todo el programa de la semana pasada me estuvo enviando mensajes y me mandó un mensaje de voz», le cuenta Évole a Antonio García Ferreras. «Estaba muy contento con cómo había salido el programa, con lo que él había explicado, se sentía representado con la edición que habíamos hecho y que para nada habíamos manipulado ninguno de sus mensajes». Pues genial, que le den ya una tertulia a Bosé en La Sexta Noche y de paso que le den otro Ondas a Évole y así todos contentos.

Los proselitistas del negacionismo están deseando que alguien les ponga un altavoz entre manos para propagar su sarta de disparates sin ningún fundamento, como que el cambio climático no existe o que la Tierra es plana. Si los medios de comunicación entran en el juego de toda esta gente ansiosa por la popularidad, el morbo y los índices de audiencia, flaco favor estamos haciendo a una sociedad sana, culta y formada. La superchería y el oscurantismo se extienden como la pólvora por todo el planeta (en buena medida alentados por el fascismo de nuevo cuño obsesionado con desestabilizar las democracias modernas) y la única manera de contrarrestarlo es con pedagogia y buenas lecciones de ciencia, no con horas de telebasura donde los chiflados pueden dar rienda suelta a sus más descabelladas ocurrencias y diarreas mentales.

Por si fuera poco, el negacionismo de la pandemia es de los más peligrosos y nocivos, no solo porque se traduce en un alto coste en vidas humanas de miles de personas que se dejan arrastrar por el movimiento conspiranoico y la desinformación (lo que les lleva a no querer vacunarse), sino porque generan alarma social, pánico entre la población y descreimiento hacia las instituciones democráticas. Un cóctel explosivo. Évole es un buen profesional que ha reinventado el género de la entrevista, pero su cara a cara con Miguel Bosé no aporta nada que no sepamos (todo el mundo conoce a algún iluminado que se cree en posesión de la verdad y que va soltando por ahí, a los cuatro vientos, sus chifladuras y paranoias, de tal modo que estamos al tanto de cómo se comportan los abducidos, mesiánicos y salidos de Marte o del planeta de Raticulín). Por si fuera poco, no bastaba con un solo programa, había que dar dos tazas, o sea dos entregas, reincidiendo en el error y en el vodevil denigrante. Con la primera parte en la que Bosé relataba su descenso a los infiernos de la droga y el sexo salvaje, como ocurre con toda estrella del rock que se precie, había más que suficiente. Pero no, era necesario ahondar en la filosofía de perogrullo y de andar por casa del atormentado personaje, así como en sus teorías pueriles sobre los oscuros poderes que mueven los hilos del mundo y el Foro de Davos, algo que sabe todo hijo de vecino, o sea que tampoco en eso el polémico cantante nos está descubriendo la pólvora.

Los programas de Évole suelen ser interesantes, cuando no fascinantes por lo que tienen de desnudar a grandes personajes de nuestro tiempo, pero este capítulo será recordado como un espectáculo circense, un show de barraca de feria donde se trata de sacarle el jugo al friqui, a la mujer barbuda, al hombre araña o ser extraño al que todos miran con una mezcla de repulsión y atracción fatal. Lo mejor que se puede hacer este domingo es apagar el televisor y leer a Carl Sagan, que ya se enfrentó al monstruo de la superstición atávica y medieval en libros como El mundo y sus demonios, todo un alegato adelantado a su tiempo contra el irracionalismo y la pseudociencia. Lamentablemente, el morbo tira mucho y la audiencia se disparará sin ningún género de duda. La Sexta ganará unos buenos cuartos con la publicidad, habrá debate, torrentes de odio en las redes sociales y polémica a tope a costa del bicho raro, pero todo será al precio de darle una patada a la razón, a la ciencia y a la verdad. Así que no seamos estúpidos y no caigamos en las chorradas del charlatán. Póngamonos la vacuna en cuanto podamos, la de AstraZeneca, la de Pfizer, la rusa o la que nos den, qué más da. Hagamos como José Coronado (este sí tiene la cabeza bien amueblada) que «entre susto y muerte», o sea entre el pinchazo y el letal coronavirus, ha optado por el dolor de aguja. Crucemos los dedos y que sea lo que Dios quiera.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL FAR WEST


(Publicado en Diario16 el 16 de abril de 2021)

Niños asesinados, enfrentamientos en las calles, centros comerciales asaltados… La ola de violencia racial que se ha desatado en Estados Unidos en los últimos días ha sobrepasado ya todos los límites, hasta el punto de que el país se encuentra al borde de la Ley del Far West. La alcaldesa de Chicago, Lori Lightfoot, se ha visto obligada a hacer un llamamiento a la calma a los ciudadanos después de que se difundiera un vídeo estremecedor de la Policía local en el que se recoge el asesinato del muchacho hispano Adam Toledo, de 13 años, a causa del disparo efectuado por un agente uniformado. Mientras tanto, las autoridades de Indianápolis hacen balance del último sangriento tiroteo en las instalaciones de la empresa de mensajería FedEx: al menos ocho muertos y varios heridos. Y todo ello mientras la sociedad norteamericana se desayuna cada mañana con una nueva sesión del juicio por la muerte del ciudadano negro George Floyd a manos de un policía supremacista, un caso que desató intensas protestas convocadas por el movimiento antirracista Black Lives Matter, además de la peor oleada de disturbios que se recuerdan.

Las últimas semanas están siendo especialmente brutales y el Gobierno federal habla ya de un preocupante repunte en el número de tiroteos. El 16 de marzo, un hombre acababa con la vida de ocho personas en varios ataques contra locales de masajes asiáticos. Una semana después, un atentado en un supermercado de Colorado se saldaba con otras diez víctimas mortales. La violencia supremacista campa a sus anchas en la primera potencia mundial, donde cada año mueren cerca de 40.000 personas en incidentes relacionados con armas de fuego. La situación ha alcanzado tintes tan macabros y surrealistas que los expertos y analistas ya distinguen entre “tiroteo colectivo” (un suceso en el que al menos cuatro personas resultan heridas) y “matanza” (cuatro fallecidos o más). Por descontado, las acciones armadas tienen lugar con mayor incidencia en aquellas zonas donde las diferencias y brechas raciales son más acusadas: Luisiana, Misisipi, norte de Florida, Alabama, Georgia y Carolina del Sur.

¿Es este el enfrentamiento civil entre ricos y pobres, entre blancos y negros del que avisaba Donald Trump antes de ser desalojado de la Casa Blanca por la fuerza de los votos? Quizá solo sea el anticipo de lo que está por venir en un país donde circulan libremente más de 300 millones de armas de fuego, aunque se desconoce la cifra exacta, ya que cualquier ciudadano puede adquirir un rifle o un revólver como quien compra una barra de pan, sin que la operación pase por el censo nacional o por las oficinas federales. Por si fuera poco, el problema se agrava tras la proliferación de un mercado negro en internet, donde cualquier norteamericano puede hacerse con un kit de piezas sueltas y fabricarse su propio armamento ligero o pesado en su propia casa, sin que quede registro ni número de serie alguno.

Ante la magnitud del desastre nacional, el presidente Joe Biden ha anunciado medidas drásticas para tratar de frenar una auténtica epidemia que él mismo califica como “vergüenza nacional”. Sin embargo, su ambicioso plan lo tiene difícil, ya que cuenta con una fuerte resistencia republicana en el Congreso. Una vez más, nos encontramos con la cerrazón del reaccionario bloque conservador controlado por el ala trumpista, una facción que para oponerse a las medidas restrictivas suele invocar la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense, la que protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. El controvertido artículo de la Carta Magna ha sido avalado por la Corte Suprema de los Estados Unidos de América, cuyos magistrados, sin duda mayoritariamente conservadores, han sentenciado en sucesivas ocasiones que portar armas es un derecho individual de todo ciudadano.

Ante esa maquiavélica coyuntura legislativa poco puede hacer el entusiasta Joe Biden, no solo porque cualquier movimiento reformista chocará inevitablemente contra la sagrada Segunda Enmienda, sino porque la medida es impopular y puede costarle el cargo. Conviene tener en cuenta que Trump no se ha retirado definitivamente de la política, más bien se ha tomado unas vacaciones en su lujosa mansión de Palma Beach, y amenaza con volver a presentarse a la reelección armado con su programa reaccionario, una panoplia de política mezcla de populismo de extrema derecha, supremacismo blanco y nacionalismo patriotero autárquico y antiglobalizador.

En cierta manera, el gran problema de los Estados Unidos radica en que las ideologías neofascistas han arraigado en lo más hondo de la sociedad norteamericana. El fenómeno está perfectamente descrito en Cómo perder un país: los 7 pasos de la democracia a la dictadura, de la escritora turca Ece Temelkuran, donde se define el trumpismo como una ideología fundamentada en el populismo de derecha; la demonización de la prensa; la revisión negacionista de hechos establecidos y probados (tanto históricos como científicos); el desmantelamiento o control de las instituciones judiciales y políticas; y la reducción del sexismo y el racismo a la categoría de anécdotas. Estamos hablando de una auténtica “batalla cultural” (un término habitualmente utilizado por los trumpistas españoles de Vox) para destruir la democracia desde dentro y reducirla a una plutocracia del dinero regentada por las familias y estirpes financieras más pudientes. Para subvertir el orden político, nada mejor que las teorías conspirativas, que Trump ha sembrado profusamente por todo el país.

En ese objetivo de instauración de un orden clasista, cuasifeudal y elitista, las armas juegan un papel fundamental. Los grupos neonazis y sociedades ultraconservadoras se han convertido en fieles ejércitos trumpistas dispuestos a cualquier cosa para defender a su amado líder. Se cree que las bandas terroristas de extrema derecha están detrás de la mayoría de los atentados de los últimos días, pero luchar contra ellas no resultará fácil. Son demasiadas, están bien organizadas y aleccionadas y atesoran un auténtico arsenal que pueden poner en juego en cualquier momento. Ya lo intentaron con el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero. Y han prometido que lo volverán a hacer.  

Viñeta: Igepzio

LA INFANCIA

(Publicado en Diario16 el 16 de abril de 2021)

¿Es posible que un partido político en un sistema democrático pueda votar en contra de una ley que protege los derechos de los niños frente a los abusos de los adultos? Es posible. Vox lo hizo ayer. El Pleno del Congreso debatía el proyecto de ley orgánica de protección a la infancia y la adolescencia frente a la violencia y, cuando le llegó el turno, la extrema derecha dijo no. Los nostálgicos del régimen anterior están en contra de todo lo que suponga democracia y avances en derechos sociales, pero resulta difícil entender que alguien pueda negarse a una ley que trata de amparar a los menores. ¿Por qué mantienen semejante disparate ideológico? Porque según ellos el Estado pretende decirle a los padres cómo educar a sus hijos, porque la ley amenaza la vida, la familia, la tradición y a España misma, según la diputada de Vox, Teresa López.

La exposición de la representante verde rozó el esperpento, cuando no el delirio, y fue un claro ejemplo de totum revolutum, de demagogia y de verborrea barata sin ningún sentido. Los representantes de Vox ya ni siquiera se preparan las intervenciones parlamentarias, acuden a San Jerónimo con las cuatro ideas manidas de siempre y las sueltan en cualquier asunto de debate nacional. Da igual de lo que se hable ese día en el hemiciclo: siempre van a decir no a cualquier cosa que vaya contra sus cerriles dogmas y mandamientos patrióticos y religiosos (Dios, patria, familia tradicional y orden). Que se discute sobre el cambio climático o el precio de los alquileres, enseguida aparece ETA y la conspiración separatista-bolchevique; que se habla de la pandemia mundial, todo forma parte de un plan de los rojos para engañar al país; que el tema del día es la eutanasia, España se rompe por culpa de los comunistas. No tienen programa, no tienen proyecto de país, no son más que un partido de amiguetes nostálgicos salidos de algún banquete de homenaje a Franco que se les fue de las manos a los postres y a las copas. Y así es como pretenden llevar el timón del país: con cuatro topicazos falangistas fuera de todo tiempo y toda lógica.

La nueva legislación, conocida como Ley Rhodes por el pianista que sufrió abusos en su infancia y que ha visibilizado el drama de miles de niños maltratados, contiene aspectos tan loables como la ampliación de los plazos de persecución de los delitos (eleva a 35 años la edad desde la que empieza a contar la prescripción de los abusos a menores); incorpora el deber de todos los ciudadanos de denunciar cualquier indicio de violencia contra un niño; y contempla la privación de la patria potestad para los condenados por homicidio o maltrato (quizá sea eso lo que más ha molestado a Vox, ya que ellos son patriarcales y a partir de ahora se perseguirá al macho maltratador que se ceba no solo con la mujer sino con los hijos). Además, se establece la obligación de los colegios de prevenir los casos de abusos y aborda el problema del bullying o acoso escolar, así como la violencia contra colectivos vulnerables y el ciberdelito. El PNV también se opuso, pero por cuestiones de competencias territoriales, no porque rechace el texto legal.

Por tanto, ¿qué hay de malvado o demoníaco en todos esos artículos aprobados ayer? ¿Acaso el espíritu de la ley no contiene lo mejor del ser humano? Sin duda así es. Pero el negacionismo es fantástico, vale lo mismo para un roto que para un descosido. En apenas cinco minutos de intervención, la ponente de Vox despachó una cuestión tan importante y trascendental como es la violencia contra la infancia mezclando la demagogia con una sarta de mentiras, el socialcomunismo, los enemigos de la patria y ETA (ya hemos dicho que la banda terrorista, derrotada y extinta hace años, aparece en cada intervención con independencia de quién sea el ponente y cuál sea el asunto a debatir). Y en un nuevo alarde delirante, la señora diputada invitó a los partidos de izquierdas a “rezar el rosario”, porque falta les hace, antes de exigir al Gobierno de coalición que “deje de mecer las cunas de los niños que nos les pertenecen y dejen a los padres educar a sus hijos en los valores que ellos elijan”. Claro que sí, permitamos que los maltratadores aporreen a sus hijos hasta matarlos, dejemos que los abusones acosen a sus compañeros de clase, volvamos a la ley de la selva, al feudalismo sin derechos y a la liquidación del Estado democrático, que es lo que les motiva a ellos. Al final, un rifle o una pistola para cada ciudadano y la ley libertaria del Far West, como en la América trumpista donde cada día liquidan a un negro.

Llegado ese momento lisérgico nadie entendía nada, todo era pura verborrea sin ningún sentido, y ese es precisamente el leitmotiv de Vox: confundir a los españoles, embaucarlos en una neolengua extraña e ininteligible, trastornar sus cabezas y llenarlas de odio. Con cada intervención del partido de Abascal la razón y la lógica estallan en mil pedazos; el sentido común se evapora; y aparece el mismo teatro del absurdo de siempre, el críptico mantra, la letanía de ideas míticas, extrañas, enfermizas y aberrantes regadas con una buena dosis de odio guerracivilista.  

Vox dice que el proyecto que ayer pasó el trámite en el Congreso de los Diputados es una ley de “adoctrinamiento”. ¿Pero adoctrinamiento de qué, qué quiere decir esta señora, por qué tratan de volver loco al personal retorciendo la realidad y la verdad de las cosas? ¿Acaso proteger a la infancia de los malos tratos de un monstruo no es una idea buena y noble? Pues a los señoritos no les gusta la ley. Por momentos parece que están deseando una sociedad de palos, palos en las calles, palos del macho contra la parienta, palos de la policía contra los menas, palos del padre borracho contra sus hijos. Todo lo que dicen y hacen es de puro psiquiátrico, como cuando alegan que esta normativa es un paso más en la batalla por potenciar “la cultura antifamilia y las leyes antihombres”. Han perdido el juicio y quieren enloquecer también al país.

Viñeta: Igepzio

MÓNICA GARCÍA

(Publicado en Diario16 el 15 de abril de 2021)

La figura política de Mónica García crece a medida que avanza la campaña electoral. La candidata de Más Madrid, que va camino de convertirse en la gran revelación de estos comicios, se está destacando como una eficaz comunicadora (su capacidad para inventar eslóganes y brillantes metáforas políticas parece inagotable) y en poco tiempo se ha convertido en un referente de la izquierda madrileña. Su madera de activista y su conocimiento de los entresijos de la maltrecha Sanidad pública (ha desarrollado su carrera profesional como anestesista en el Hospital 12 de Octubre y fue una pieza clave en las protestas convocadas contra los recortes por las mareas blancas) le han ayudado a conectar con el votante progresista, que anda como loco buscando un antídoto contra el efecto Ayuso. Esa kryptonita de la lideresa castiza podría ser perfectamente Mónica García, que plantea un discurso beligerante, inteligente y elevado frente a la ramplonería cursi/populista de IDA. Sin duda, Errejón ha encontrado un filón, casi un diamante en bruto por pulir que promete dar mucho juego en el futuro.

Los enemigos políticos de la candidata de Más Madrid ya se han percatado de la grave amenaza que esta mujer supone para el ayusismo y han iniciado una cruenta campaña de desprestigio personal. Su paso por una emisora de radio, en la que se lanzó a bailar un reguetón sin complejos con los periodistas, ha removido la bilis de los vejestorios patriarcas de la caverna mediática, que la acusan de frívola y hasta de querer inventar el “voto por perreo”. A los políticos de las derechas y gurús de la prensa ultraderechista les molesta que García baile y se muestre como una mujer que disfruta de su trabajo y de la vida, demostrando que son unos carcas, unos tristes y unos machistas. Como si bailar al más puro estilo latino fuese motivo de vergüenza o pecado político. Sus señorías no se rasgaron tanto las vestiduras cuando Soraya Sáenz de Santamaría se desmelenó en el hormiguero televisivo de Pablo Motos. Y eso que a la jefa del CNI se la vio mucho más oxidada y forzada, o sea un tronco para la danza moderna. A García la música le fluye de dentro con espontaneidad porque la vive de verdad y no sobreactúa, eso se nota a la legua.

Pero esta gente reaccionaria y rijosa es así. Tienen la mente enferma, turbia, lúbrica de tanta misa de doce que no sirve para nada porque al final acaban robando a manos llenas sin tener en cuenta los sermones dominicales del cura. No soportan ver a una mujer liberada, feminista y de izquierdas ejecutando un twerking como dios manda y mostrándose tal como es, de una forma natural y dando rienda a su expresividad corporal, de modo que al instante les aflora el inquisidor reprimido que llevan dentro. A Mónica García la caverna la ha llegado a acusar incluso de bailar el “machista perreo sin mascarilla”, lo cual ya es el colmo. Lógicamente, tal reacción exacerbada de las derechas y la prensa ultra solo tiene una explicación: sienten miedo ante la proyección mediática de una mujer que viene pisando fuerte en la política española y por eso la lapidan en las redes sociales con insultos de todo tipo.

Ninguna campaña de desprestigio va a poder con el talento de una candidata que atesora ingenio por arrobas. García sale a cita antológica por día, como cuando dice que “Madrid no es una serie de Netflix” o como cuando sentencia que la capital del país se ha convertido en el “cien montaditos de Europa” (a propósito del turismo de borrachera que impulsa Ayuso). También ha dejado para la historia esa reflexión que advierte de que las mujeres están cansadas de hacer el trabajo sucio para que en los momentos históricos les pidan que se aparten ante un macho alfa (un toque de atención a Pablo Iglesias cuando este anunció su candidatura a las elecciones autonómicas).

Pero García no solo posee la prosa afilada y la destreza del estilete retórico (cosa que Ayuso no, porque lo lee todo y no se atreve a acudir a los debates de Telemadrid sin las chuletas que MAR le prepara la noche anterior), sino que también aporta soluciones imaginativas y concretas para el bienestar de los madrileños. Hoy mismo, la candidata de Más Madrid ha anunciado su intención de reconvertir el Isabel Zendal (el polémico hospital de la presidenta criticado por médicos y enfermeras por su inversión excesiva y escasa utilidad) en una especie de gran centro de investigación científica, un Silicon Valley de la medicina española donde desentrañar los secretos del coronavirus.

El proyecto requeriría de una inversión de 50 millones de euros y contempla la contratación de 900 profesionales. Una magnífica idea que permitiría relanzar la maltrecha y denostada ciencia española y darle al Zendal una utilidad que hoy por hoy no tiene, ya que el gran emblema de Ayuso fue pensado más como un salón de convenciones sin material ni personal adecuado que como un centro sanitario funcional contra la pandemia. A fecha de hoy los enfermos graves de covid siguen siendo trasladados a otros centros sanitarios, demostrándose así que el Zendal es cualquier cosa menos un hospital.

Conviene no perder de vista a Mónica García, una mujer combativa, sarcástica y perspicaz, savia nueva para la izquierda española tan necesitada de referentes políticos e intelectuales.

Viñeta: Igepzio

LA IRA DE CASADO

(Publicado en Diario16 el 15 de abril de 2021)

Pablo Casado le ha perdido el respeto al Parlamento. Es lo que tiene andar de francachelas políticas con la extrema derecha, que al final se acaban contagiando las formas, las maneras, los tics. Su actuación de ayer en las Cortes fue sencillamente denigrante y debería enseñarse en las universidades como ejemplo de política basura. Contemplar a un señor desaforado y faltón desgañitándose en el atril y lanzando insultos a diestro y siniestro, entre aspavientos y gotículas de saliva brotándole de la garganta, dice muy poco del hombre que pretende gobernar España algún día. Alguien debió ofrecerle un Valium 5 y un vaso de agua al eterno aspirante a presidente.

Desde el primer momento se presentía que Casado venía con ganas de refriega. La campaña electoral en Madrid va viento en popa con una Isabel Díaz Ayuso disparada en las encuestas y no era cuestión de perder terreno respecto a su telonero Vox. Así que nada más tomar el turno de palabra, el líder conservador dio rienda suelta a su bilis contra Pedro Sánchez: “¿Usted quién se cree que es?”; “¿No se le cae la cara de vergüenza?”; “¿Cómo tiene la desfachatez de venir aquí? Un poco de respeto a la cámara”; “Viene con la chulería de un gobierno insensible e incompetente”. Si este es el estadista que dice liderar la derecha moderada de este país, apaga y vámonos. Con semejante derecha gamberra y carpetovetónica, Santiago Abascal no tiene sitio en el mercado.

Pero más allá de que la sobreactuación forme parte del manual parlamentario trumpista del principal dirigente de la oposición, habría que preguntarse qué pasó ayer para que viéramos al peor Casado que se recuerda, al Casado más brusco, áspero, tosco, basto y rudo. Dejando al margen cuestiones personales (todo el mundo tiene un mal día en casa y lo paga con el compañero de oficina) en ese análisis, sin duda, habría que incluir que las encuestas nacionales no terminan de despegar y remontar el vuelo en el PP. El líder popular es más de analizar cómo van los sondeos que sentarse a estudiar los problemas reales de España (una tarea ardua y tediosa que exige muchas horas de trabajo) y cuando las estadísticas no le cuadran, cuando los números demoscópicos no le salen, se pone furioso, monta en cólera, se remanga y acude a la Cortes como ese boxeador que necesita desfogarse en el punching-ball del gimnasio.

Otro factor que puede estar quemando por dentro a Casado es el éxito de su delfina Isabel Díaz Ayuso. La presidenta madrileña nació como juguete o pasatiempo divertido, como invento pasajero para que los españoles se entretuvieran un rato con ella y dejaran de hablar de la corrupción del PP, de Bárcenas, de la caja B del partido, de la Gürtel y la policía patriótica. Pero curiosamente ha ocurrido que la muñeca Pepona, la discípula aventajada, ha sido una puñetera bomba, un boom, y ha oscurecido a su padre y mentor, haciéndose realidad otra vez el clásico mito de Pigmalión. El Pinocho mecánico, con su gracejo innato y su habilidad para decir insensateces y burradas, va camino de cosechar mucho más éxito que el propio Gepetto, y eso ha debido despertar el recelo del jefe, que ya no ve con los mismos ojos a su pupila.

Ayuso va a ganar de calle en Madrid, según todas las encuestas, y eso es bueno para el partido pero malo para Casado, que ve peligrar su liderazgo. Es evidente que el engendro trumpista marcha solo como un androide bien engrasado e infalible, IDA se le ha ido, por decirlo de alguna manera, y esa competencia es negativa para alguien que pretende perpetuarse solo en el poder. Una vez más, aparece la frustración y el miedo, de ahí los ataques de rabia y furia incontrolables que le entran al dirigente de la oposición, que a veces se comporta como una niña del exorcista a punto de soltar un esputo verde contra Sánchez.

Y por último conviene no perder de vista un tercer factor que puede contribuir a provocar los abscesos de furor del aspirante a la Moncloa: estamos en plena campaña electoral y eso siempre es un chute de adrenalina, una droga, dinamita para cualquier político con modales populistas. Un proceso electoral transforma a todo el que se ve inmerso en él, lo cambia por completo durante un tiempo en un extraño fenómeno de Jekyll y Hyde, y Casado está pasando ahora por la fase aguda, esa en la que al paciente le salen pelos de oso, se le alargan las uñas y la voz se le vuelve animalesca y gutural. Como decimos, el mal suele ser pasajero y remite en cuanto han pasado los comicios y todo vuelve a la normalidad.

Si hay algo que un político no debe perder jamás es la compostura y en las democracias modernas y avanzadas, donde las clases medias moderadas deciden los gobiernos, todo líder que se deja llevar por la histeria y el ansia de poder está abocado a la marginalidad y al fracaso. Además, el mal es contagioso, y el lugarteniente de Casado, Teodoro García Egea, también presenta síntomas de un cuadro agudo similar. Ayer no pudo reprimirse a la hora de tildar de comunista a Yolanda Díaz y sacarse de la manga 6 millones de parados, un bulo que no se sostiene. La vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, que es una señora fetén, educada e inteligente que sabe mucho más de todo que el atildado secretario popular, le respondió con una elegancia poco común en la fauna política española: “Presumo que los dirigentes del PP no manipulan los datos del paro. La cifra es de 3.940.640”, y acto seguido le recordó que España solo superó la fatídica barrera de los 6 millones de desempleados en 2013, precisamente con el Gobierno de Mariano Rajoy. En ese momento, a Casado le dio otro telele que pedía pastillita y camisa de fuerza.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL PARAÍSO DE AYUSO

(Publicado en Diario16 el 15 de abril de 2021)

Avanza la campaña electoral en Madrid con escasas propuestas para los ciudadanos y mucho ruido y mucha furia. En las últimas horas la batalla entre derechas e izquierdas se ha centrado, tal como era de prever, en los impuestos. Isabel Díaz Ayuso se siente a gusto en ese debate, ya que uno de los ejes centrales del populismo trumpista que practica es el mantra de que los madrileños soportan una excesiva carga fiscal. En realidad, lo que hace la lideresa castiza es poner en el frontispicio de su campaña electoral uno de los fetiches que en el pasado hicieron ganar elecciones al PP, pero que no deja de ser una inmensa falacia. El bulo consistente en que el sanchismo cose a impuestos a los españoles es rotundamente falso, entre otras cosas porque la carga impositiva en España sigue estando siete puntos por debajo de la media de los países europeos.

Los españoles pagamos menos impuestos que los alemanes, los franceses o los suecos y en buena medida ahí está la causa de nuestra gran tragedia como país, ya que sin una recaudación potente y redistributiva es imposible, por mucho que diga IDA, construir un Estado de bienestar fuerte y sólido. Pero la mentira va calando y seduciendo al votante mientras que el drama de la pandemia no ha servido para hacer entender a los madrileños que necesitamos mejores servicios públicos, una ciencia potente, unas ayudas sociales consolidadas. Lejos de construir esa realidad sensata, la presidenta castiza ha aprovechado la plaga para ir desmantelando lo poco que quedaba ya de Estado de bienestar.

De nada han servido las protestas de médicos y enfermeras, que vienen alertando de que la Atención Primaria está bajo mínimos, la Salud Mental sencillamente no existe (el famoso vete al médico con el que las derechas despacharon a Íñigo Errejón cuando denunció la situación crítica es la prueba más evidente) y las UCI de los hospitales se encuentran al borde del colapso. Ese es el oasis de libertad que pretende construir IDA. Una Yanquilandia de la Meseta ibérica donde el ciudadano que tiene dinero puede costearse un médico de calidad y el que viene de clase humilde está condenado a quedarse con su reuma, su caries o su catarata porque las listas de espera se eternizan ad infinitum.

Breaking Bad, la magnífica serie norteamericana creada y producida por Vince Gilligan, refleja a la perfección las consecuencias nefastas de un sistema de salud privatizado que obliga a Walter White (un profesor de química con problemas económicos a quien le diagnostican un cáncer de pulmón incurable) a meterse en el mundo de la droga y a cometer toda clase de delitos para costearse el tratamiento con quimioterapia, asegurarando además el futuro de su familia. Eso es justo lo que pretende hacer Díaz Ayuso en Madrid, fracturar la sociedad en dos, construir una pirámide de castas formada por ricos y parias a los que pronto no les quedará otra salida que ponerse a cocinar y vender metanfetamina para poder pagarse un médico.

La lideresa conduce a su pueblo no a una España dentro de otra España, como ella dice en sus disquisiciones orteguianas de medio pelo, sino a un Estados Unidos ultracapitalista dentro de una España arruinada donde lo que prima es el dumping fiscal y la iniciativa privada mientras lo público (sanidad, educación y transporte) se abandona a su suerte. Es el sálvese quién pueda, la ley de la jungla, la aniquilación total de todo tipo de Estado intervencionista, que en poco tiempo quedará reducido a la nada, tal como ya ha ocurrido en el USA post-Trump.

Indudablemente, en apenas un año Madrid ha pasado del coronavirus al “coronayuso”, una plaga neoliberal que promete dejar anémicas las arcas públicas, de modo que en breve veremos madrileños barriendo calles y recogiendo basuras ante la falta de infraestructuras públicas municipales. El pasado invierno ya tuvimos un adelanto, cuando tras el nevazo histórico el alcalde Martínez Almeida invitó a los vecinos de la ciudad a tirar de pala porque no había máquinas quitanieves suficientes para achicar el alud. Cualquier economista medianamente serio sabe que a menos impuestos menos servicios públicos, pero esa gran verdad la está ocultando IDA bajo el apasionante eslogan de “comunismo o libertad”.

Y ante la inmensa falacia de que es posible que el Metro, la Complutense y el Hospital La Paz sigan funcionando como siempre sin que nadie pague impuestos, ¿cómo reacciona la izquierda, cómo están enfrentando los partidos progresistas semejante paparrucha o falsedad que ocasiona un grave daño a las instituciones democráticas? El candidato socialista, Ángel Gabilondo, lejos de ofrecer unos servicios públicos de calidad mediante el cobro de unos tributos proporcionados (un planteamiento que está en la esencia misma de la socialdemocracia) ha sacado su lado más tibio y aguarchirle y se ha apresurado a prometer a los madrileños que no piensa subir las tasas y contribuciones urbanas. Al sosocrático filósofo del PSOE madrileño solo le ha faltado hincarse de rodillas ante las cámaras de Telemadrid, gimoteando, para rogar encarecidamente a sus paisanos que le crean cuando dice que no piensa tocar los impuestos. Ciertamente penoso.

Para un político siempre es mejor perder unas elecciones e irse a su casa que tener que claudicar de las propias ideas. Con semejante discurso derechizante da la impresión de que Gabilondo juega en el mismo equipo de Ayuso, tal es su renuncia a los principios económicos elementales de un partido de izquierdas. Al catedrático le ha destrozado la campaña, desde dentro, la ministra Montero, que posee arrestos andaluces suficientes para salir a la palestra, desautorizar al melifluo profesor y anunciar una reforma fiscal en toda regla con el fin de gravar a las rentas más altas y grandes empresas, de tal forma que el Estado pueda recaudar más dinero cada año. Sin duda, ha sido todo un tirón de orejas antológico de Pedro Sánchez, al que no le ha debido gustar el mensaje de campaña que lanzaba su apocado y tímido candidato por Madrid.

Una vez más, le guste o no al establishment socialista, han tenido que ser otros los que tomen la iniciativa. La siempre ingeniosa Mónica García, lugarteniente de Errejón, recuerda que Madrid no puede ser “la región de apadrina un millonario” (luminoso eslogan), mientras Pablo Iglesias vuelve a decir las cosas como hay que decirlas, sin subterfugios dialécticos, coartadas electorales o medias tintas. “La derecha quiere atrincherarse en Madrid para que sea el paraíso mundial libre de impuestos para los ricos”, concluye. Tal cual. No se puede explicar más con menos palabras. Sin duda, el Iglesias activista cumple mejor su papel que el Iglesias vicepresidente del Gobierno.

Viñeta: Igepzio