sábado, 10 de abril de 2021

LA BATALLA DE VALLECAS

(Publicado en Diario16 el 5 de abril de 2021)

El CIS de Tezanos da un empate técnico entre derechas e izquierdas en las próximas elecciones madrileñas. Isabel Díaz Ayuso anda disparada en las encuestas (la locura de la gestión de la pandemia parece haber convencido a la sociedad madrileña), pero su crecimiento fulgurante tiene un efecto colateral: el frenazo en seco de Vox. El experimento ultraderechista de Santiago Abascal no termina de arrancar y eso tampoco es bueno para el PP. Pablo Casado necesita una victoria arrolladora, es cierto, pero no tanto como para pulverizar a su futuro socio verde, mucho menos si se cumplen los pronósticos del CIS sobre Ciudadanos, que quedaría definitivamente out, fuera de la Asamblea Regional. Si Díaz Ayuso gana de calle pero la suma con Vox y los naranjas no da, no podrá formar gobierno, ni trifachito a tres bandas ni bifachito con las huestes nostálgicas de Abascal. Lo cual que han saltado todas las alarmas en el despacho de IDA.  

Finalmente, el efecto Iglesias parece haber dado resultado. La jugada del ex vicepresidente del Gobierno, su salto al vacío como candidato a las autonómicas, ha revitalizado a la izquierda madrileña, que sabe que la victoria pasa necesariamente por movilizar al votante progresista y evitar que se quede en casa. Según los arúspices de Tezanos, Unidas Podemos mejora –lograría casi un 9 por ciento de los votos y 10 escaños, 3 puntos y 3 diputados más que en 2019–, de modo que la sombra del descalabro morado y la expulsión del parlamento autonómico parece alejarse de momento. Si a ello unimos que PSOE y Más Madrid aguantan el tipo, tenemos un escenario de empate técnico a 68 escaños entre los dos bloques de derecha e izquierda. No extraña, por tanto, que el PP de Casado se haya puesto nervioso al desayunarse con el sondeo tezanista.

Es lógico pensar que la llave del gobierno regional la tiene Vox, un proyecto que por momentos parece gripar como el motor de una vieja Vespa. Las últimas semanas han servido para reforzar el liderazgo y la figura de Díaz Ayuso mientras la aspirante voxista, Rocío Monasterio, entraba en una fase de letargo o cierta pérdida de gancho entre las masas. La idea de convertir Madrid en la Sodoma y Gomorra de Europa, en el parque temático de la cogorza para franceses ávidos de fiesta (pese al peligro de contagio por coronavirus), ha entusiasmado al sector hostelero de tapas y cañas, un lobby que promete llevar en volandas a IDA hasta su trono en Sol. De modo que cuando el sorpasso de Vox al PP parecía inminente, resulta que ha sido justo al contrario: a fuerza de dar populismo de garrafón y montaditos, el pan y circo de toda la vida, los populares de IDA han terminado por adelantar por la derecha a los verdes, que con una ultra en el poder como Ayuso pierden toda su razón de ser. Dos productos iguales en el mercado es demasiado y al final uno se desvanece por pura ley de la oferta y la demanda.

La primera conclusión que se extrae de este curioso fenómeno demoscópico es que en Madrid el votante ultraderechista ha encontrado un buen referente en la lideresa popular, una especie de Juana de Arco libertaria y trumpita que cumple con las expectativas y aspiraciones del nuevo falangismo antibolchevique, folclórico y cañí. No es una buena noticia para Santiago Abascal que haya nacido una estrella en Génova 13. Si en Madrid, cuna del imperialismo español, su proyecto embarranca, puede terminar descarrilando en el resto del país por efecto contagio o dominó. Un desplome de Vox de más de tres puntos, pasando de casi el 9 por ciento de los votos a un 5 pelado puede dejarlo fuera de las instituciones autonómicas, un serio revés para el Caudillo de Bilbao, al que de inmediato se le colgaría el cartel de loser, como ya le ocurriera a su guía espiritual Donald Trump en los pasados comicios de Estados Unidos. Si al trumpismo yanqui lo ha desalojado del poder un anciano acartonado y rojillo con buenos modales y nobles principios, en Madrid la amenaza viene de dentro del neofranquismo y de la mano de una mujer que a fuerza de servir cubatas hasta las once de la noche y de permitir orgías internacionales en el casco antiguo de la capital parece haber pescado en todos los caladeros posibles, también en el de la extrema derecha. 

Ante este escenario incierto para Vox, no extraña que Abascal haya dado a sus escuadras la orden de endurecer el discurso. No puede ser que la derechita cobarde al final haya resultado ser más brava que la derecha racial y franquista, sentando un peligroso precedente que anticipa crisis en la formación ultra. Esa es la razón y no otra de que Vox haya decidido dar el pistoletazo de salida a su campaña electoral en Vallecas, gran santuario de Unidas Podemos. Allí, en la plaza de la Constitución, y si la Delegación del Gobierno no lo impide por el riesgo de desórdenes públicos, estarán el próximo miércoles Abascal y Monasterio. No parece que vayan a lograr cautivar a demasiados desencantados del mundo podemita, pero ese mitin de campaña tiene una clara finalidad: la de pinchar, la de escocer, la de provocar en un bastión obrero donde la izquierda, pese a la crisis y la lentitud con la que avanzan las reformas sociales, sigue teniendo un fuerte tirón.

Al igual que se entiende que a Iglesias no se le ocurra empezar la batalla de Madrid predicando los mandamientos de Marx en el barrio de Salamanca, entre cayetanos y borjamaris deseosos de echárselo a la cara, cuesta trabajo no ver una provocación en esa incursión de las élites supremacistas en territorio comanche de piel roja. Es la misma estrategia del mártir que Abascal suele emplear cuando se deja caer por las herriko tabernas infestadas de abertzales para arengar a cuatro nostálgicos de las Vascongadas y del carlismo decimonónico. Sabe que tiene poco que rascar por allí, como es más que probable que su discurso franquista no agrade en los extrarradios de Madrid. Pero él considera que si prende la llama del odio, Vallecas bien vale un tomatazo.

Viñeta: Pedro Parrilla

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