domingo, 25 de julio de 2021

UNA SEÑORA LIBERAL


(Publicado en Diario16 el 23 de julio de 2021)

Inés Arrimadas anda como loca buscando la fórmula mágica del crecepelo que rescate a Ciudadanos de su destino inexorable y fatal, que no es otro que la extinción, la ruina total y el cartel de “Se traspasa”. Ahora se ha inventado eso del “liberalismo progresista”, un oxímoron en toda regla ya que, si bien es cierto que en lo económico los liberales buscan el progreso y el bien de la sociedad (o al menos eso dicen) en lo político la apuesta no deja de ser un conservadurismo más. Pero Arrimadas intenta salvar los muebles del partido como sea (voluntad y esfuerzo no se puede decir que le falten a la chica) y va sacándose constantes ases de la manga para lanzarlos sobre el tapete, cual trilera o tahúr de la democracia, con la esperanza de que la parroquia no se le vaya al bar de al lado, o sea a PP y a Vox.

La líder naranja es una máquina de crear coletillas, eslóganes y clichés políticos y si hoy patenta el truño ese del “liberalismo progresista” antes puso en circulación lo del “feminismo liberal”, “el patriotismo constitucional”, el mito del “centroderecha” (el centro no existe) y algunas milongas más. Todo con tal de no cerrar la persiana del kiosco, largarse con viento fresco a su bufete de Barcelona o dedicarse a otros menesteres como transmigrar al PP, que no sería la primera ni la última que emprende la ruta hacia la tierra prometida del nuevo fascio redentor.

Ahora bien, ¿en qué se basa Arrimadas para venderle a los españoles que Ciudadanos es un partido que profesa los principios elementales del “liberalismo progresista”? ¿Es ese supuesto liberalismo progre de Cs un pilar fundamental del proyecto o solo impostura y atractivo cartel luminoso que a la hora de la verdad se apaga en oscuros pactos con la extrema derecha? Para empezar, el término liberalismo progresista fue acuñado en el siglo XIX por Salustiano Olózaga, un demócrata convencido que tomó parte en las Cortes durante el revolucionario Trienio Liberal y que tuvo que huir apresuradamente de España tras la represión absolutista de los Cien Mil Hijos de San Luis. Es decir, Olózaga sí que fue un liberal pata negra que luchó toda su vida contra la tiranía realista, tanto que participó en no pocas conspiraciones para tratar de implantar en nuestro país un constitucionalismo democrático a la europea

Fruto de esas intrigas y de sus profundas convicciones antiabsolutistas, Olózaga tuvo que exiliarse, como otros muchos liberales de su tiempo, en su caso a San Juan de Luz. A su regreso volvió a las andadas y dio su apoyo decidido a la causa de Espartero –que no lo olvidemos era el Pablo Iglesias de la época– en su golpe para derrocar a la regente, doña María Cristina. Al final, el bueno de don Salustiano llegó a presidente del Consejo de Ministros, pero los moderados y reaccionarios, que se la tenían jurada, le organizaron un complot acusándole de haber ejercido violencia e intimidación contra la reina, montaje que le valió un nuevo exilio en Francia en el año 1843. Como dato curioso decir que en la actualidad la Embajada gala en Madrid está situada en una calle que lleva su nombre. Esa placa oxidada que los vecinos madrileños miran hoy sin saber quién fue ese personaje que luchó por el constitucionalismo pionero fue lo único que sacó en claro aquel hombre de la ingrata política española decimonónica.

Viene todo esto a cuento de que no parece que el liberalismo progresista de Olózaga y el que quiere vendernos Inés Arrimadas sean la misma cosa. Ella ha rescatado la coletilla del baúl de los recuerdos porque le ha parecido que puede tener gancho, tirón, cebo entre las desmoralizadas escuadras naranjas. Pero no cuela porque es puro postureo. Su discurso ultra (“estuve meses tendiendo la mano a Pedro Sánchez para la aprobación de los Presupuestos, pero escogió la de Otegi y Rufián”) está muy alejado del espíritu progresista de aquellos grandes liberales del XIX que empeñaron sus vidas en la lucha contra la monarquía absolutista y corrupta de las matriarcas borbonas que como María Cristina e Isabel II frenaban el salto definitivo del país a la democracia plena en la modernidad. O dicho de otra manera: no vemos nosotros a Arrimadas jugándose el tipo por la democracia y yéndose al exilio por sus ideas como el gran Olózaga. Antes da un telefonazo a Toni Cantó y ficha por Ayuso.

El discurso antisanchista de Arrimadas (el Gobierno pacta con los enemigos de España, los separatistas y los filoetarras) es calcado al que esgrimen Pablo Casado y Santiago Abascal. Por no faltarle, no le falta ni la cruel deslegitimación que habitualmente emplea la ultraderecha. Cuando la líder de Ciudadanos dice que Sánchez es presidente “por un solo voto” le está negando la legitimidad a un gabinete tan legal política y moralmente como cualquier otro de los que han pasado por Moncloa desde la Transición. Un voto en democracia es lo que separa la gloria del fracaso y si Arrimadas no entiende la primera regla del juego democrático es que se saltó la lección más importante en la Facultad de Derecho.

Por descontado, el programa económico del partido fundado por Rivera, capitalista a más no poder y no intervencionista, es un desastre para el Estado de bienestar, ya que solo desde medidas socialistas se puede luchar contra la explotación de las clases trabajadoras a manos de las élites financieras, que es de donde vienen todos estos niños bien de Cs. Habrá que ver lo que vota la dirigente naranja cuando las derechas planteen una nueva moción de censura en otoño para aburrimiento, hastío y tedio del pueblo español. De entrada, ya ha invitado al PP a que presente la moción y no descarta apoyarla, incluso aunque en ese barco vaya también la extrema derecha, algo que provoca estupor en los liberales europeos, estos sí, genuinos y auténticos demócratas.

Todo lo que dice Arrimadas tiene poco que ver con el espíritu progresista de aquellos viejos liberalotes que tuvieron que hacer las maletas tantas veces a lo largo de la historia de este país para exiliarse y escapar de la represión. Del concepto progresismo, a Ciudadanos solo le interesa la etiqueta, en buena medida porque es un truco con el que pretenden captar votos entre las masas desencantadas y pobres incautos del socialismo en crisis que se dejan seducir por los cantos de la sirena naranja. En realidad, el pescado rancio que vende Arrimadas no es más que liberalismo conservador, cuando no recalcitrante escoramiento ultra. De liberal progresista Arrimadas tiene más bien poco. Pero hay que reconocerle a la chica cierto talento e ingenio para el marketing electoral y para lanzar spots propagandísticos, algo que en estos tiempos líquidos es tan importante como un buen programa político.

Viñeta: Igepzio

LA NIETÍSIMA

 

(Publicado en Diario16 el 23 de julio de 2021)

A la Nietísima se le acaba el chollo. Carmen Martínez Bordiú y otros 35 grandes de España podrían perder sus títulos nobiliarios en aplicación de la Ley de Memoria Democrática, la última contribución de Carmen Calvo, la gran dama socialista, a la dignidad de este país. Los privilegios de los que ha gozado esta aristocracia parásita del sangriento régimen anterior es algo que no tiene nombre. La supernieta es duquesa no ya por un decreto franquista de 1948, sino por una normativa de la época de la Restauración que fue derogada en la Segunda República y que Franco recuperó para premiar a los acólitos que le sirvieron fielmente en su infame cruzada fascista. Un bochorno con el que era necesario acabar por pura higiene democrática y por mucho que le duela a Pablo Casado y a su escuela de historiadores domingueros aficionados al revisionismo histórico.  

Los títulos franquistas suponen una exaltación de la dictadura, un anacronismo y una vergüenza para una sociedad democrática. De Carmencita qué podemos decir más que es una mujer que ha vivido toda la vida de esas revistas del corazón que también son de la ingle. La primera musa del Hola ha amasado un curioso patrimonio a golpe de exclusiva y cuando le ha fallado el cuché se ha tirado a la pista de baile de la televisión como una vicetiple del Broadway madrileño “echándole arrobas y picardías a la cosa”, que decía Francisco Umbral.

A la Bordiú hemos tenido que sufrirle, durante décadas, el álbum de fotos franquista, las bodas con duques, anticuarios y atletas, las vacaciones en Marbella, el posado de verano para poner los dientes largos al personal, el humo de sus proyectos profesionales, las frustraciones y alegrías, los escándalos, los infames titulares políticos (como cuando dijo aquello de que ella era “el eslabón entre Franco y los borbones”), sus líos con Hacienda y una ajetreada biografía personal vendida en tarifa prime o máximo caché que daría para un culebrón venezolano o mejor turco, que es lo que se lleva ahora.

A la Nietísima los españoles se lo han aguantado todo, unos por franquistas que adoran a la heredera (los menos), otros por marujeo y cotilleo (algunos más, pero no tantos) y la mayoría de este país, que es demócrata de bien, por educación, por no molestar y por no volver al guerracivilismo de antes. Pero ya está bien. Una cosa es que hayamos dejado que la señora se lo monte a tope siendo la nieta de y otra es que encima le tengamos que dar tratamiento de duquesa y que le rindamos pleitesía, hinquemos la rodilla y doblemos la cerviz a su paso. No hija no, como diría el gran Mariano Ozores.

Carmencita no ha hecho otra cosa en su vida que caja, circo y negocio jugando al morbo histórico de la barbarie del franquismo. Cualquier otra mujer en su pellejo se habría ido a vivir a Sebastopol por vergüenza torera para romper con el pasado y para que no la reconozca nadie, pero a ella le ha sobrado frescura, morro y falangismo para ir con la cabeza bien alta estos cuarenta años de democracia. Total, ser la heredera de una guerra civil, un millón de muertos, una negra historia de represión y una dictadura tampoco es para tanto. Hasta se ha permitido el lujo de escribir un libro, La mujer invisible, donde cuenta sus experiencias como mujer madura. Eso es lo que nos gustaría a muchos ciudadanos de este país, que la señora se invisibilizara y se convirtiera en uno de esos fantasmas errantes de El Pardo que dan el coñazo a los turistas y visitantes y poco más.   

Lejos de adaptarse a los tiempos y de agradecer al Estado de derecho que no la hayan echado del país a patadas, como suele hacerse con la parentela de los dictadores cuando cae la tiranía, ella se ha mostrado reluctante a la democracia y más papista que el papa, o sea más facha todavía que el patriarca. En el fondo lo que le duele es no haber llegado a reina de España, que es el cuento que le contaba el abuelito antes de irse a dormir. ¿Qué le vamos a hacer, Carmencita, hija? El atado y bien atado dio para lo que dio, no le pidas tanto a la gallina de los huevos de oro.

Con todo, muchos vemos a la Bordiú como a una reencarnación de Franco pero en mujer, ya que tiene una sonrisa calcada, entre maliciosa y torcida, a la que le salía al abuelo antes de enviar a un puñado de rojos al paredón. Todos estos que vienen del franquismo tienen el rictus severo del tigre que ríe –como describe Stephen King a cierto político populista en una de sus magníficas novelas–, pero cuidado con ellos. El padre Cantera, guardián benedictino del Valle de los Caídos, es otro con la sonrisa gélida de Hannibal Lecter y cuando se ríe parece que se va a comer a alguien antes de echarle la extremaunción. Al cura ya le queda poco en el convento porque la ley contempla el desahucio de todos los monjes que viven de la sopa boba del Estado y que a partir de ahora tendrán que irse con la música gregoriana y sus misas negras del 20N a otra parte. Hala, arreando.

Lo único malo de la ley Calvo es que tiene corto recorrido y cuando llegue Casado al poder la tumbarán ominosamente y sin remedio. El líder del PP es muy del glorioso Movimiento Nacional y se resiste a hacer la catarsis pertinente, que consistiría en asumir que el partido fue fundado por un ministro de Franco, condenar el golpe de Estado del 36 y la dictadura e iniciar el camino a la Transición democrática que no hicieron en su día. En ese partido siguen mandando los de antes, los siete magníficos con su oscuro pasado y los tecnócratas de la Falange, lo cual que no se han quitado el lastre. En una de estas, si Casado coaliga con Abascal y gana las próximas elecciones (no lo quiera Dios) le devuelven el Pazo de Meirás a los Franco y colocan a la Bordiú de ministra de algo o incluso de redactora de la cacareada Ley de la Concordia tantas veces anunciada por el PP. Casado es que tiene una curiosa concepción de la convivencia entre españoles: demócratas y fascistas hermanados y todos juntos en armonía y felicidad como en una familia bien avenida. Este hombre es un caso perdido.

A la Bordiú que le quiten el título nobiliario y a pasar página, que ya va siendo hora. En realidad, cada vez la conoce menos gente. La época dorada de las revistas del colorinchi ya pasó y los jóvenes de hoy están en otro rollo, mayormente con los youtubers, de modo que les importa más bien poco la vida de un tipa del Pleistoceno de posguerra. ¿Carmen Bordiú? ¿Y quién es esa?

Viñeta: Igepzio

LAS ÉLITES

(Publicado en Diario16 el 22 de julio de 2021)

Existen. Son reales. Andan por las facultades de Derecho con la frente bien alta, el mentón duro y orgulloso de pertenecer a una estirpe de rancio abolengo y el carné de las nuevas generaciones del partido entre los dientes. Son la élite, los cachorros de los prebostes, potentados y grandes de España, las dinastías linajudas que se perpetúan en el poder desde que Alfonso XIII tuvo que salir por piernas de este país y mucho antes.

Siempre se sientan en la primera fila de la clase, aparentan ser empollones aplicados, le hacen la pelota al catedrático de turno y le ríen las gracias al decano, que alterna con ellos en alegres cócteles en el club de golf, el casino del pueblo y la hermandad masónica de no sé qué. Son de misa de doce, nunca beben ni fuman (en público), y van en coche a la Universidad, pero no en un utilitario cualquiera, sino en un flamante último modelo que aparcan en plaza VIP para envidia de los funcionarios. Son los calvos a los veinte, la camada de oro llamada a heredar el Poder Judicial y el imperio de papá y mamá, los rancios adolescentes que visten como en los sesenta (ellos el uniforme oficial de toda la vida, o sea el pantalón de pinzas y el Lacoste color pastel anudado al cuello; ellas de marca, nada de tiendas low cost, que esos tugurios son bazares infectos solo aptos para proletas perdedoras). Las castas entroncan endogámicamente, por eso se casan entre ellos, ricos con ricas, condes con condesas, marqueses con marquesas, y aunque la niña queda preñada como todas nunca se la verá en una clínica abortista, lo cual explica tanto viaje a Londres con la excusa de mejorar el inglés.

Por descontado, el elegido/a siempre saca notazas aunque sea inútil total e incapaz de recitar de memoria el artículo primero del Código Civil; siempre le revisan los exámenes impugnados incluso a la hora de la siesta; y siempre termina bien colocado, antes de que el título salga por la impresora, como diligente pasante en el despacho de abogados más fuerte de la ciudad. Porque, aunque el lector no lo sepa, las puertas giratorias, enchufismos y nepotismos no solo funcionan en la política profesional y el Íbex 35, la Champions League de la corrupción española, sino que en nuestros planes educativos hay una hoja de ruta perfectamente trazada de antemano para que los retoños de la aristocracia tengan la vida resuelta y una pensión vitalicia del Estado.

La maquinaria infalible del éxito funciona, indefectiblemente, desde la tierna guardería hasta las deslumbrantes fiestas de graduación. Aquel que nace en la alta cuna tiene reservado un puesto en la cumbre. Siempre ha sido así. Ellos y ellas, nuestros niños Harvard, nuestros másteres de cartón piedra, lo tienen fácil en su ilustre travesía académica porque más tarde o más temprano aparecerá el padrino amigo de papá o el mago de la chistera, toga y puñeta que dará un empujoncito a los muchachos para impulsarlos al Olimpo del Supremo. Aquí se siguen arreglando las cosas así, en el cortijo, en el oscuro patio trasero, tú me das yo te doy, como cuando los palmeros, correveidiles y estómagos agradecidos eran invitados por Franco a una cacería y de allí salían ya bendecidos los jueces, ministros, funcionarios, dueños de estancos para toda la vida y títeres para los consejos de administración. El franquismo fue una gran montería contra jabalíes y rojos, pero en cierta ocasión Fraga, vestido de tirolés, no atinó bien con los perdigones y en lugar de darle a la perdiz dejó el culo de la Hijísima como un colador, según cuenta Jaime Peñafiel. Pese a errores puntuales, por lo general el sistema de corruptelas funcionó perfectamente engrasado durante cuarenta años de dictadura y sigue funcionando también en nuestros días.   

Ahora el PSOE quiere acabar con esa élite, crème de la crème, flor y nata o jet judicial que puede permitirse el lujo de preparar y suspender veinte oposiciones porque tiene dinero para eso y para más, mientras al hijo del obrero no le llega la cartera para hacer realidad su sueño de ganar honradamente una plaza de juez. La ponencia política que los socialistas aprobarán en el 40 Congreso del partido pretende impulsar un sistema de becas “que permita aflorar el talento y la vocación de los aspirantes a los cargos del Estado” sin que la situación económica sea un impedimento insuperable, “como lo es para muchas personas y sus familias en la actualidad”. O sea, que Pedro Sánchez se ha propuesto acabar con las castas y abrir la judicatura a la clase obrera, al hijo del currante, al buen opositor con talento y neuronas que se saca la carrera y la oposición con esfuerzo mientras le sirve una pizza doble al guiri en el chiringuito de la playa.

Al presidente, entre vuelo transoceánico a USA y chuletón imbatible, se le ocurren ideas extraordinarias, en este caso abordar la urgentísima democratización y reforma de la Justicia siempre aplazada. Porque Bezos, el ricacho de Amazon, podrá tener un cochecito espacial para inaugurar el turismo sexual intergaláctico, pero nuestro presidente tiene un Falcon con el que piensa transformar España, qué pasa Jeff, chúpate esa, tío, colega, tronco. Han tenido que pasar cuatro décadas para que un presidente caiga en la cuenta de que las derechas ya han dado el golpe de Estado, colocando a sus primogénitos y mayorazgos en los resortes del poder, de manera que el fascio redentor no necesita de otro 36, ni de “francazos” o guerras civiles para reconquistar España en santa cruzada.

Sin embargo, por desgracia y una vez más, una medida bienintencionada llega tarde, cuando los herederos del Antiguo Régimen ya han ocupado los sillones y poltronas más relevantes en todas las magistraturas e instituciones oficiales. Hoy los hijos de, los apellidos compuestos de varios renglones, los vástagos nobiliarios lo controlan todo, desde el Tribunal Constitucional hasta el de Cuentas, pasando por el Supremo y cada Audiencia Provincial de la España vaciada. Nuestra Justicia es más ultraconservadora que la Fundación Franco, los peones blancos están bien desplegados y cuando toca hacerle un favor a la banca o a la extrema derecha alguien levanta un teléfono y se le insinúa amablemente a aquel que en su día fue un joven, aplicado y sumiso estudiante-hijo-de-papá que haga lo que tenga que hacer, que usted verá cómo enfoca este asunto, que nosotros no decimos nada pero que el favor con favor se paga. Para eso está la Familia, hombre. Para custodiar y vigilar que todo siga atado y bien atado.

Viñeta: Pedro Parrilla

RATAS

(Publicado en Diario16 el 22 de julio de 2021)

Y justo cuando Susana Díaz volvía a acaparar todos los focos, como gran estrella del Parlamento andaluz, una rata parda le robó el protagonismo al colarse en el hemiciclo y provocar el revuelo general. La diva socialista debió pensar, sin duda, que el extraño episodio era cosa de Pedro Sánchez que no la quiere bien. Pero no. Esta vez no hubo mano negra ni boicot al susanismo. El roedor simplemente se adentró en la Asamblea de forma fortuita cuando se votaba la designación de Díaz como senadora, se dio unas cuantas vueltas por el sagrado templo de la democracia y al presentir que aquel lugar peligroso no era para ella decidió largarse con viento fresco. Las alcantarillas son un hábitat mucho más seguro y respetable que un Parlamento español, aunque sea de categoría regional.

La rata es un animal simpático e inofensivo al que la cultura occidental ha cargado con una injusta leyenda negra que no se corresponde con la realidad. Nuestras amigas subterráneas no tienen nada de bichos diabólicos o malignos como cuentan las leyendas y la literatura que las ha estigmatizado cruelmente. Según los últimos estudios científicos, se trata de un mamífero mucho más inteligente y noble que algunas de las especies políticas que habitan en las cloacas autonómicas de este país. De hecho, humanos y ratas comparten el noventa por ciento del material genético, de tal forma que somos más parecidos de lo que creen algunos.

Sin duda, es por esa relación ancestral, por ese eslabón perdido que compartimos ambas especies, que las ratas nos conocen tan bien. De ahí que la intrusa de ayer se largara rauda y veloz de la sede parlamentaria en cuanto olisqueó la presencia de algunos especímenes y depredadores de dudoso pelaje y condición. Normal. Se le activó el instinto de supervivencia al sentir el miedo a recibir un escobazo de algún airado cazador de la extrema derecha. De hecho, la prueba de que por esa casa pululan entes mucho más amenazantes es el tuit que colgó el sindicalista y exdiputado Diego Cañamero: “Si cada vez que se cuela una rata en este lugar tuvieran que suspender la sesión plenaria, no habría pleno en todo el año”. Touché.

No hay que tenerle miedo a esos visitantes silenciosos de cuatro patas que nos han acompañado desde la noche de los tiempos. Cuenta la historia que la peste negra de 1347 llegó a Europa en barcos repletos de ratas infestadas de pulgas portadoras de la bacteria yersinia, de ahí la leyenda negra que persigue al defenestrado animal. En todo caso, el malo de aquella película fue el insecto, nunca el roedor, que pagó como villano pese a ser una víctima más. Hoy la rata de laboratorio se ha convertido en nuestra arma más potente y eficaz contra los virus mortales y a ella debemos agradecérselo todo. A la rata (y también a la mosca de la fruta) Antonio López tendría que levantarle un monumento en cada plaza y en cada pueblo porque gracias a ese genocidio clínico hoy tenemos medicinas, remedios contra enfermedades graves y vacunas contra el terrible coronavirus. El señor Pfizer y todo su imperio farmacéutico se vendría abajo, como un castillo de naipes, de no existir los múridos.

Tenemos que empezar a tratar con dignidad a los animales de laboratorio que son sacrificados para que nosotros podamos vivir porque cualquier día llega a la Tierra una especie alienígena, encaramada a uno de esos cacharros espaciales de Bezos, Branson, Musk y otros millonarios horteras, y nos esclavizan y nos reclutan como cobayas y hasta nos sirven como merienda, como ocurría en V, aquella mítica serie de televisión de nuestra infancia en la que una dominatrix extraterrestre de cabello cardado y nombre Diana se tragaba las ratas dobladas y a algún que otro humano.

El gran Delibes, cazador empedernido, vio en nuestras acompañantes velludas un destello de nobleza que le dio para el argumento de uno de sus novelones. En Las ratas, de lo mejor de la literatura española, Nini, un niño que vive con su padre en una cueva, es una especie de sabio al que todos consultan sobre las cosechas, la lluvia y la crianza de los animales, ya que atesora conocimientos innatos. La obra viene a ser una defensa cerrada de la naturaleza contra aquellos depredadores que quieren alterar el orden ecológico, esquilmarlo todo y matar ratas por diversión. Todo un símbolo de este tiempo dominado por turistas psicópatas que desorientan a las ballenas en sus rutas migratorias solo por llevarse a casa el vulgar trofeo del selfie. Como trasfondo de la novela, la pertinente denuncia social delibesiana contra los caciques y tiranos que someten al pueblo empobrecido, sojuzgado y oprimido.

A la rata hay que tenerle un respeto. Por eso no se entiende cómo sus señorías del Parlamento andaluz, diputados y diputadas hechos y derechos, se dejaron llevar por la histeria colectiva cuando vieron aparecer al roedor moviendo graciosamente el hocico y los bigotes y mirándolos a todos con esos ojillos vivarachos que dicen tanto en su misteriosa oscuridad. Cuentan los cronistas que la rata entró por la bancada de Ciudadanos y salió de escena por el escaño de Juan Marín. Premonitorio. Pero no vamos a ser nosotros los que caigamos en el chiste fácil de decir que cuando el proyecto naranja hace aguas por todas partes las ratas son las primeras que abandonan el barco. Ya hemos dicho aquí que este es un animal noble, apolítico, que no se mete con nadie y que accedió al Parlamento de forma fortuita sin saber en qué antro se internaba. Algún malpensado podría insinuar que a la rata la soltó algún diputado de Vox como gamberrada antisistema, broma o sabotaje contra el susanismo pijoprogre, bolivariano y feminazi. No es el caso ni se puede afirmar tal cosa, por mucho que los ultras hayan convertido la Asamblea en un establo maloliente y por mucha manía que le tengamos a Ignacio Camuñas.

Si estuviéramos en la Antigua Roma, alguien llamaría de inmediato a los augures de San Telmo para que se pusieran a adivinar qué demonios significa esto de los roedores campando a sus anchas por la catedral de la democracia. ¿El final del régimen del 78? ¿La decadencia de la socialdemocracia susanista? ¿Un nuevo auge del fascismo, como en el 36? Por cierto, se acaba de cerrar el año de la rata en el calendario chino, el peor de nuestras vidas. Simple casualidad.

Viñeta: Pedro Parrilla

ONA

(Publicado en Diario16 el 21 de julio de 2021)

Ona Carbonell, una de nuestras mejores deportistas, está siendo víctima de la clásica cacicada machista. La nadadora sincronizada más laureada ha tenido un bebé y lógicamente tiene que amamantarlo como es debido. Sin embargo, los prebostes del comité olímpico, el Gobierno japonés o quien demonios tome las decisiones sobre esos asuntos que ya deberían estar superados han debido entender que la crianza de Kai (así se llama el niño) es una cuestión menor que puede quedar en un segundo plano, y ya le han notificado a la capitana de nuestro equipo que si quiere competir en Tokio debe dejarse al churumbel en su casa y centrarse en lo suyo. O sea, que la obligan a elegir entre criar a su hijo o su trabajo, en el que es una auténtica fuera de serie o crack, como dicen los milenials.

La medida es intolerable desde todo punto de vista y demuestra el alto grado de patriarcado e incomprensión que todavía anida en las altas esferas no solo del deporte sino de las instituciones políticas y sociales. A menudo escuchamos cómo desde los poderes reaccionarios se nos trata de convencer de que el feminismo ya no es necesario porque la mujer ha alcanzado las mismas cuotas de poder que los hombres. Falso, tal como demuestra el caso de Ona y otros que, de cuando en cuando, saltan a las primeras páginas de los periódicos para alertarnos de que aún queda mucho camino por andar.

Ahora, cuando vemos que el jurado y los jueces de silla del machismo le arrebatan a Ona su medalla más preciada, que es la de madre que cuida a su retoño con amor y diligencia, se está viendo que aquella foto de Carolina Bescansa sosteniendo a su bebé en su escaño del Congreso de los Diputados no era simple postureo comunista, como decían sus señorías de las derechas, sino que fue un grito de protesta y denuncia ante una situación sangrante para miles de mujeres. Si este abuso discriminatorio se está cometiendo sobre Ona Carbonell, una mujer triunfadora, un rostro popular y mediático, una figura histórica del deporte español, habrá que preguntarse qué injusticias y alcaldadas no se estarán cometiendo ahora mismo, en silencio y en el más absoluto anonimato, con miles de mujeres que no tienen la suerte de contar con la televisión como gran altavoz para denunciar su discriminación ni con una canguro de guardia con la que dejar a sus hijos para cumplir con sus tareas laborales cada día. Ona es, sin duda, la cara de una injusticia que se comete con absoluta impunidad en este país. Pero hay muchas Onas sin medallas ni diplomas que hacen frente al dilema de tener que dejar a su hijo con un familiar (generalmente los abuelos) o con la vecina del quinto si quiere seguir conservando su puesto de trabajo.

Con todo, el caso sangrante de una de nuestras primeras nadadoras promete ser solo el preámbulo de un nuevo episodio en la eterna lucha de la mujer por conseguir la igualdad y sus derechos que legítimamente le corresponden. Nada más denunciar su situación, a Ona le han seguido otras guerrilleras del feminismo que se han subido al carro del activismo para decirle a los prehistóricos vejetes del olimpismo que están tan desfasados en sus ideas y formas de entender la vida como Ignacio Camuñas, ese ministro de la UCD revisionista de la historia del que nadie se acordaba hasta que ha dado un golpe de Estado mediático para volver a la rabiosa actualidad con sus rancias teorías sobre la guerra civil y el franquismo. Así, Alex Morgan, estrella de la selección de fútbol de Estados Unidos, también ha salido a la palestra para relatar lo difícil que le va a resultar estar lejos de su hija Charlie durante los Juegos de Tokio. Otro golpe a la conciliación familiar, otro grave atentado a los derechos de la mujer.

Ona y Álex no son las únicas atletas que han sido puestas contra la espada y la pared por unos machirulos disfrazados de humanistas y envueltos en la bandera de los supuestos valores olímpicos. Deben andarse con cuidado los antediluvianos e inmovilistas patriarcas del COI porque así empezó el movimiento Me Too y miren ustedes por dónde va ya esa gloriosa revuelta en la que han caído poderosos sátiros de Hollywood y hasta algún que otro galán de opereta. Cuando una mujer empieza una revolución, el mundo tiembla. Al final, lo más probable es que Carbonell tenga que separarse de Kai, al que no podrá darle el pecho mientras ella se bate el cobre y el oro en el campo de batalla de las piscinas niponas. Será una decisión descabellada y antifeminista, además de un ataque a los derechos del niño, que necesita del calor de su madre en esos primeros momentos de la vida.

Las vanas excusas que esgrime el Gobierno japonés, como que la deportista tendría que salir de la Villa Olímpica para atender las necesidades alimentarias del pequeño –poniendo en riesgo la burbuja y exponiendo a la expedición a un posible contagio por coronavirus–, no son de recibo. Ya llevamos más de un año lidiando con el covid y existen múltiples medidas sanitarias para evitar la propagación del temido agente patógeno. Pero el miedo de los gobernantes del imperio del sol naciente se ha terminado imponiendo a los valores feministas y finalmente se ha zanjado la cuestión quitándole la teta y el amor de su madre al pobre Kai, que es quien va a pagar el pato de estas Olimpíadas. Aquella sociedad oriental sigue teniendo mucho de hermética, de tradicionalista y patriarcal, y quizá esa concepción retro del mundo haya pesado en la decisión de estos samuráis haters del feminismo. O tal vez lo que van buscando es que la gran Ona se descentre, se desmotive y pierda el ansiado oro. Qué cucos estos nipones.

Viñeta: Pedro Parrilla

MACARRAS DEL ESPACIO

(Publicado en Diario16 el 21 de julio de 2021)

Los ricos del mundo se han enzarzado en su particular carrera por la conquista del espacio. Si hace unos días era Richard Branson, propietario de Virgin Galactic, el que se daba un paseíllo espacial de apenas cuatro minutos por la estratosfera, ayer era Jeff Bezos, dueño del gigante comercial Amazon, el que hacía supuestamente historia con una nave en forma de falo gigante con el logotipo de Blue Origin. A ese pique de ricachos se ha unido también Elon Musk con su compañía Tesla, de modo que en poco tiempo la órbita terrestre va a parecer la M-30 con muchos chalados a bordo de sus locos cacharros ensuciando el cielo con más basura espacial, latas de Coca Cola, restos de hamburguesas y bolsas de patatas fritas.

Se ha abierto la veda del turismo extraterrestre y lo que se lleva ahora, lo cool, lo que mola en el mundo de los millonetis, ya no es tener un yate amarrado en Palm Beach, que eso se ha quedado antiguo y cosa de pobres, sino poseer un prototipo de descapotable supersónico capaz de llevar al empresario de turno, a sus amigotes y al mayordomo a la conquista del firmamento y más allá. Atrás quedan los tiempos en que las grandes superpotencias (USA y la URSS, mayormente) se batían en un duelo histórico por ser los primeros en poner un pie en la Luna o en Marte. Desde las gestas de Yuri Gagarin hasta el transbordador espacial Challenger, pasando por la perrita Laika, el programa Apolo y el gran paso para la humanidad de Armstrong, la conquista del espacio siempre había sido una cosa seria, científica, colosal. Hoy los nuevos ricos, que le quitan la trascendencia a todo con su asquerosa pasta, han convertido la odisea espacial en un gran parque de atracciones para ejecutivos psicópatas, brókeres desalmados, abuelitas millonarias de gatito en brazos, aristócratas, lores y rijosos vejestorios de Wall Street que sueñan con el último polvo de estrellas con la querida ingrávida antes de estirar la pata e irse para el otro barrio.

En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Desde el Ur neolítico hasta nuestros días, el adinerado que cree haber encontrado la felicidad en la riqueza despierta más pronto que tarde del falso sueño del oro para caer en la cuenta de que no ha creado nada auténtico, de que no se ha labrado una obra sólida para la posteridad más allá de amasar una gran fortuna, de que no ha hecho un bien por este mundo que merezca realmente la pena. Como el pueblo odia al rico por pura lógica dialéctica y por envidia, el poderoso siente que a su muerte no quedará nada de él y su recuerdo se desvanecerá como lágrimas en la lluvia, que decía el magnífico replicante Roy Batty en Blade Runner. Fue gracias a ese deseo de perpetuación que reconcome al millonario como surgieron las grandes empresas de la humanidad, la conquista de América en el siglo XV, el arte del Renacimiento por obra y gracia de los mecenas (los Médici y los Sforza) y las monumentales excavaciones en yacimientos de la Antigüedad financiadas por los diletantes del XIX. Ya en el siglo XX, se dice que Rockefeller donaba el diez por ciento de sus ingresos a obra social, convirtiéndose en el mayor filántropo de la historia, otra leyenda urbana que está por demostrar.

Sin embargo, estos macarras del cosmos con tupé y la cartera repleta de billetes no parece que estén haciendo nada positivo por la especie humana más allá de darse placer a sí mismos y sacar pecho ante sus colegas del club de golf por haber ido a la Luna antes que nadie, como hacían aquellos exploradores de entreguerras que presumían de haber encontrado las fuentes del Nilo y las nieves del Kilimanjaro. Preparémonos por tanto para asistir a una legión de cosmopotentados con mucho tiempo libre, graves problemas de insatisfacción personal y frustración existencial que no saben lo que hacer con su maldito dinero ni dónde tirarlo. Entre los tres pioneros del turismo espacial, los Branson, Bezos y Musk, suman un patrimonio de más de 340.000 millones de dólares, una cantidad que bien repartida podría solucionar buena parte del problema del hambre en el mundo. Lamentablemente para este desgraciado planeta, a ellos les resulta mucho más gratificante huir de la realidad aburrida de los pobres y apestados de aquí abajo y construirse su noria espacial, su montaña rusa ultrapropulsada, su mansión con cohetes como almenas de fuego allá en su Marbella de las alturas.

Pensándolo bien, son como niños que juegan con juguetes caros y que no comprenden nada porque nunca leyeron a Carl Sagan, aquel sabio que describía la Tierra vista desde el espacio exterior como un delicado y diminuto punto azul pálido en medio de la fría, oscura y solitaria inmensidad del Universo. Era la forma que tenía el gran cosmólogo de enseñarnos que debíamos respetar nuestro hogar sencillamente porque no tenemos otro y porque si seguimos por este camino de desequilibrios sociales, guerras, injusticias de todo tipo, crecimiento insostenible y desbocado y dictadura de las cuatro corporaciones privadas en manos de un puñado de dandis excéntricos que viven a costa del hambre de miles de millones de seres humanos, más pronto que tarde terminaremos suicidándonos como especie. Sagan, además de un científico era un místico que hubiera echado de Cabo Cañaveral, a latigazos como un Cristo de la astrofísica, a toda esta ralea o banda de millonarios de casco frágil que despilfarran un manantial de dinero en un ascensor de diez minutos solo para tomarse un gin tonic a cien kilómetros de altitud, colgar un par de fotos estúpidas en Instagram y bajarse de la nave con sonrisa bobalicona, sombrero tejano de vaquero hortera pasado de rosca y el gesto en forma de uve de la victoria con los dedos de la mano, como vulgares influencers.

¿Qué fue de la investigación espacial? ¿Dónde quedó el conocimiento, la ciencia, la búsqueda de las grandes preguntas como quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos? ¿Acaso el ser humano ha completado una prodigiosa odisea desde Arquímedes hasta nuestros días solo para caer en manos de unos gamberros del botellón espacial o emprendedores del pelotazo galáctico privatizador? Los nuevos mercenarios del turismo cósmico van de filántropos comprometidos, de pioneros de una nueva era de la humanidad, pero en realidad todo eso les importa un bledo con tal de seguir poniéndole ceros a su cuenta de resultados (poco sitio les queda ya en la cartilla). Cualquier día uno de sus cacharros pijos toma tierra en Marte, se abre la cápsula, sale uno de esos frívolos capullos de cabello engominado y rosa ensartada en el ojal del traje de astronauta y le pregunta al primer marciano que pase por allí dónde está el mejor restaurante del lugar para comerse un chuletón imbatible de los de Pedro Sánchez. Y si no al tiempo.

Viñeta: Pedro Parrilla

CAMUÑAS

(Publicado en Diario16 el 20 de julio de 2021)

El Partido Popular sigue en su progresivo, preocupante e imparable proceso de “voxización” política. Con tal de arañarle unos cuantos votos al mundo verde de Santiago Abascal, a Pablo Casado no le duelen prendas a la hora de aparentar que es más españolazo que nadie y ya no le importa que le llamen facha. Tiene asumido que si quiere llegar a la Moncloa tendrá que ser de la mano del fascismo y eso es lo único que le preocupa a él en estos momentos. Ayer lunes volvió a tragarse unos cuantos bulos franquistas sin que se levantara de la silla ni mostrara discrepancia alguna, como hubiese hecho cualquier demócrata de bien.

Esta vez el escenario elegido era Ávila, donde el líder del PP asistía a un acto político bajo el pomposo eslogan de Concordia y Libertad. Casado compartía mesa y tertulia con Adolfo Suárez Illana (el hijo de Suárez El Bueno); el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco; y los exministros de la UCD, Rafael Arias Salgado, e Ignacio Camuñas. Con semejante plantel de nostálgicos del régimen anterior, de esa charla distendida no podía salir precisamente una oda a la democracia real. Y así fue. Dejándose influir sin duda por la proximidad del 18 de julio (día del Alzamiento Nacional) y por el imponente escenario de la Ávila imperial con sus murallas medievales y su pasado glorioso, Camuñas se dejó llevar, se relajó, se vino arriba y le afloró el africanista de Falange que lleva dentro, confirmándose así que muchos de aquellos que hicieron la Transición tenían de demócratas lo que Miguel Bosé de hombre de ciencia.

“En 1936 no hubo un golpe de Estado. La República fue la responsable de la Guerra Civil”, dijo el susodicho, al que solo le faltó levantarse, cuadrarse, dar un taconazo en el suelo con marcialidad, levantar el brazo y soltar aquello de “Arriba España con dos cojones”. Mientras tanto, Casado asistía impertérrito al alegato fascista y por un momento se le vio tragar saliva, aunque sin decir ni mu, como ese niño que ha roto un plato pero no se atreve a confesar su culpa. Era el momento perfecto para tomar la palabra y, en calidad de supuesto representante de la derecha moderada, moderna y a la europea, rebatir semejante truño que en la Alemania de Merkel al tal Camuñas le hubiese costado un disgusto con el juez por proselitismo de lo nazi y negacionismo delictivo de la historia. Un líder democrático bien plantado hubiese puesto los puntos sobre las íes aclarando que el “Francazo” fue un golpe de Estado en toda regla contra un Gobierno legítimo que condujo a una guerra civil con más de un millón de muertos. Pero, ¿para qué iba Casado a rebatir al ponente, para perder los cuatro votos que pensaba llevarse a Madrid esa mañana, para que acto seguido Abascal pusiera un tuit de los suyos acusándolo de jefe de la derechita cobarde? Mejor callar, otorgar y pasar la vergüenza de quedar como lo que va pareciendo que es: un franquista convicto y en vías de ser confeso.

El bochorno del mandamás de Génova 13 pudo haber quedado ahí. Con su ominoso silencio ya había dicho bastante, pero no contento con haber quedado como un aciago blanqueador del nazismo decidió dar un paso más allá y terminar de arreglar el empaste, por si no había quedado suficientemente claro su abierto posicionamiento al lado de los fascistas. El gran tenor de opereta de la derecha española se ajustó el nudo de la corbata, se atusó la barba que se ha dejado para parecer más macho que Abascal, tomó aire y anunció, flemáticamente, que en su primer día de Gobierno derogará la Ley de Memoria Histórica para sustituirla por una supuesta Ley de la Concordia, otro dislate casadista de proporciones cósmicas, ya que esa nueva normativa supondría poner en pie de igualdad a nacionales y republicanos, a fascistas y demócratas, legitimando el totalitarismo nazi. Habrá que ver con qué cara va Casado a Bruselas a defender semejante anacronismo delirante cuando sea presidente. A lado del homófobo Orbán va a parecer una hermanita de la caridad.

Pero todavía quedaba tiempo para una ignominia más. Ni corto ni perezoso, Casado lamentó que el Estado haya dado, desde 1975, hasta 16.000 millones de euros en ayudas a las distintas administraciones como parte del fondo de reparación a las familias republicanas represaliadas, un dato que no consta en ningún organismo oficial y que no se sostiene por ningún lado, ya que quienes buscan a sus parientes asesinados y enterrados en cunetas llevan años pagando los gastos de su propio bolsillo. En ese momento, a Casado solo le faltó decir que cuando él llegue al poder todo ese dinero irá a parar a las grandes estirpes fascistas y que el Pazo de Meirás será devuelto a los Franco, pobrecitos ellos que se han quedado con una mano delante y otra detrás y viviendo debajo de un puente, como vulgares rojos desahuciados.

Tal como era de esperar, el anuncio de la futura Ley de Concordia orgasmeó a fondo a los cuatro fachillas y vejetes de Ávila que asistían al acto y que rompieron en encendidos aplausos al presentir que no todo está perdido y que el espíritu del Tío Paco sigue más vivo que nunca. La pequeña claque que había decidido aparcarlo todo para asistir a una mascarada más propia del Día de la Raza de 1958 que de una tranquila mañana de verano del siglo XXI daba por amortizada la entrada con el improvisado show facha de Pablo Casado.

Llegados a este punto, solo cabe decir que el revisionismo histórico, ese cáncer que extiende el fascismo de nuevo cuño por toda Europa, se ha apoderado también del eterno aspirante a la Moncloa. Todo el mundo ha podido ver, en prime time y con sus propios ojos, cómo Casado abraza el gran bulo de nuestra historia consistente en hacer creer a los españoles que el golpe de Estado nacional nunca existió y que los malos fueron los rojos de la Segunda República que pretendían imponer un régimen sovietizado en España. Esa tergiversación histórica, ese mundo al revés, no es algo nuevo que se hayan inventado Camuñas y los prestidigitadores y charlatanes de feria de la escuela de Pío Moa, sino que ya se puso de moda en la década de los 60, o sea que tampoco en eso son originales. En aquellos años desarrollistas, y después de que el fascismo hubiera perdido la Segunda Guerra Mundial, el régimen franquista entendió que era necesario acometer una operación de blanqueamiento para tratar de convencer al resto del mundo de que aquello era una “democracia orgánica”, ese eufemismo que ni Serrano Suñer se creyó nunca. Fue entonces cuando se impusieron fantásticos juegos de pirotecnia retórica como “cruzada” para maquillar lo que fue un movimiento fascista en toda regla y “alzamiento nacional” para enmascarar un golpe de Estado cruento y sangriento. Con su callo y otorgo, con su abochornante silencio, Casado demuestra lo que es y firma debajo de los disparates históricos, convirtiéndose en un negacionista/revisionista más. Este hombre es que lo tiene todo.

Viñeta: Igepzio

LOS VIOLENTOS DEL COVID

(Publicado en Diario16 el 20 de julio de 2021)

Un cafre ha dejado sin ojo, de un golpe seco con puño americano, a un enfermero que le llamó la atención en el Metro de Madrid por no llevar puesta la mascarilla. Son las consecuencias de una pandemia que pasa factura a miles de personas en forma de enfermedades y trastornos psiquiátricos de toda índole. Depresión, insomnio, agresividad, aislamiento social, alcoholismo, drogadicción, trastornos emocionales, conductas de inadaptación y embrutecimiento son algunos de los males que nos deja el coronavirus y que no solo tienen que ver con las secuelas físicas provocadas por el agente patógeno sino con las consecuencias sociales y económicas del tsunami.

Una oleada de demencias se abre paso en la era poscovid, que promete ser un lugar diferente, nuevo, extraño. Por momentos tenemos la sensación de que nuestro viejo mundo se vino abajo hace más de un siglo y cuando salimos a la calle nos enfrentamos a una realidad que tiene más de distópica que de geografía familiar y reconocible. El paisaje nos parece otro, como si de repente nos hubiesen sacado de la Tierra para colocarnos en otro planeta con una atmósfera alternativa y distintas reglas de convivencia con el resto de congéneres. Justo ahora, cuando empezábamos a mirar a las estrellas y a convencernos de que los extraterrestres no tardarán en colonizarnos, tal como advirtió el cosmólogo Stephen Hawking, resulta que somos nosotros los que nos hemos “marcianizado”, transformándonos en seres muy diferentes en costumbres, comportamientos y hábitos a los que éramos hace apenas dos años.

Pero ese cambio brutal de paradigma y de conciencia, ese salto cualitativo vertiginoso en la prodigiosa odisea existencial del ser humano (que no es sino el tránsito evolutivo del homínido de la sabana africana al cíborg en apenas un millón de años) no es asimilado por todos de la misma manera. Las individuos racionales y científicos, por propia formación intelectual y libros leídos, consiguen adaptarse más rápida y fácilmente al nuevo escenario de ciencia ficción, mientras que las mentes más dúctiles, simples y menos preparadas sucumben a la pesadilla por falta de herramientas emocionales adecuadas.

Nada sabemos de ese tipo que ha saltado el ojo a un enfermero solo porque la víctima le pidió que se pusiera la mascarilla cuando viajara en el Metro, pero es muy posible que sea uno de esos inadaptados del nuevo mundo, los que quedan atrás, los restos de la selección natural darwinista que al sentirse acorralados deciden defenderse a dentelladas y puñetazos. No es la primera vez que ocurre que un bestia negacionista la emprende a golpes con el prójimo. Esa reacción violenta y paranoica ocurre por diferentes motivos, porque se ven a sí mismos como presas acosadas, porque se sienten carne de cañón, despojos humanos de un mundo que fue y ya no es. La mascarilla es lo de menos, se trata de dar rienda suelta al resentimiento como expresión del miedo.

Esas especies violentas que se resisten a entrar en la categoría de extintas reniegan de la nueva civilización que se está construyendo a marchas forzadas, despotrican de las medidas sanitarias del Gobierno, infringen las leyes, rechazan la democracia, repudian los valores ilustrados humanistas como la razón, la solidaridad, la ciencia y el bien común, toman parte en botellones no autorizados, transmiten el virus a otros de forma consciente y se aíslan o se agrupan en movimientos violentos, partidos políticos o sectas donde se hermanan con otros especímenes tan inadaptados y agresivos como ellos. Son los que pasan olímpicamente de la mascarilla, los que fuman en el ascensor porque les sale de las criadillas, los que vuelcan su bilis en las redes sociales contra todo aquel que no piensa como él y los que terminan convirtiéndose en lobos esteparios, depredadores y cazadores solitarios capaces de atacar a un ciudadano de bien que les pide educación, eso que ya no está de moda porque se lleva lo faltón, lo arrogante y lo chuleta.

Son también, a falta de inteligencia y humanismo, los que se refugian y se agrupan en torno a conceptos vacuos como la bandera y la patria, que no es nada sino una entelequia, tal como recuerda, muy acertadamente, Yolanda Díaz. Nuestra ministra más representativa de la izquierda ilustrada y a la europea prefiere hablar de “matria”, en femenino, y claro, enseguida se le han tirado al cuello las hordas extremistas, como si el término hubiese sido una invención del comunismo feminazi. Pues no, miren ustedes, señores reaccionarios, la “matria” es un concepto que ya manejaba Plutarco en la Grecia clásica y en época contemporánea intelectuales como Unamuno, Borges, Virginia Woolf o Isabel Allende, que tampoco son unos piernas.

La “matria”, idea que ya tarda en recoger la RAE por hermosa, por inclusiva y por culturalmente rica, no es el lugar de nacimiento reflejado en el DNI, ni el país originario de cada cual, ni el Estado como Leviatán, tal como lo entienden los fascistas, sino una tierra interior, un sentimiento de paz y fraternidad, una diosa que acoge a todos los seres humanos por igual sin distinción de raza, sexo, ideología o religión. “La matria es algo que cuida, que trata por igual a todas las partes, que no discrimina a nadie porque hable una lengua determinada fundamentada en algo que me construye a mí misma, que es el diálogo”, dice la ministra, que lógicamente habla para seres sensibles y cultos, no para macarras rompeojos del Metro madrileño.

El violento niega la civilización y ama la ley de la jungla. Miguel Bosé no lo sabe porque vive las consecuencias de un chute ideológico delirante, pero con sus ideas negacionistas sobre la pandemia está alimentando a la bestia. El ridículo espantoso que está haciendo estos días no tiene nombre. El divo hace ya tiempo que dejó el terreno del esperpento, la farándula y el famoseo friqui para entrar de lleno en el ámbito del peligro para la salud pública, la pseudociencia y la alarma social. Su negacionismo de las vacunas (“nuestros niños no se tocan”) causa un daño irreparable a la sociedad. Definitivamente, Don Diablo se ha escapado y anda por rincones y cajones transmitiendo bulos y mentiras con una nefasta consecuencia para todos: la desinformación que se traduce en un aumento en el número de muertos y contagiados.

El discurso “bosista” (su coincidencia fonética con “voxista” da que pensar) es tremendamente peligroso y ya tardan las autoridades sanitarias en tomar cartas en el asunto. El final de la sociedad organizada llega cuando el charlatán impone su caos oscurantista, su superchería medieval y su chifladura anticientífica. Bosé se ha convertido en el inspirador, guía y último referente de esas especies asociales que se mueven como las ratas por el inframundo del Metro de Madrid. Entre un sermón negacionista y la dictadura violenta de ese energúmeno que ha dejado sin ojo a un valiente enfermero cumplidor de las normas sanitarias media solo un puñetazo. Son las dos Españas de siempre solo que enfrentadas en una guerra sanitaria. A ver si al final va a resultar que llevar la mascarilla también es cosa de comunistas. Por ahí pueden ir los tiros.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA PARADOJA DE CASADO


(Publicado en Diario16 el 19 de julio de 2021)

La derecha anda fuerte en las encuestas. Los estragos de la pandemia, la crisis galopante y la ruina del país comienzan a pasar factura al Gobierno de coalición. En ese contexto de desgaste se enmarca, sin duda, la reciente crisis en el Consejo de Ministros, una arriesgada maniobra de Pedro Sánchez para revitalizar su gabinete y encarar la segunda parte de la Legislatura con ciertas posibilidades de éxito en las próximas elecciones generales. Los pasados comicios madrileños fueron un serio toque de atención, el Gobierno no supo leer el momento histórico ni las pulsiones de la sociedad y mientras Isabel Díaz Ayuso ofrecía libertad y un dulce colocón de cerveza para aliviar la fatiga pandémica de los ciudadanos, los líderes de la izquierda cayeron en la trampa de situar la campaña en 1936 (aquello de democracia o fascismo que resultó ser un monumental error de cálculo).

El llamamiento al voto del miedo y el viejo eslogan de “que vienen los fachas” no funcionó, Sánchez tomó buena nota y actuó en consecuencia. Fruto de esa reflexión ha sido su escabechina en forma de gran remodelación ministerial. El primero en caer fue Iván Redondo. El Rasputín en la sombra estaba sentenciado desde la chapuza de moción de censura que el PSOE diseñó en Murcia para tratar de descabalgar al popular Fernando López Miras. Obviamente, Redondo se ha convertido en el chivo expiatorio de aquel desastre estratégico que se volvió contra los socialistas, pero ha habido más víctimas colaterales, como Carmen Calvo y José Luis Ábalos, dos ministros que parecían intocables por el inmenso poder y peso específico que habían acumulado en la primera experiencia de coalición desde la Segunda República. Además, el presidente del Gobierno ha decidido blindarse colocando a piezas del aparato socialista en el Ejecutivo (Félix Bolaños y Óscar López) y rescatando a exitosas mujeres del municipalismo español como ministras. Se acabaron los experimentos con supuestos independientes como el astronauta Pedro Duque, que ha pasado con más pena que gloria, deambulando por el espacio sideral del gabinete sanchista.

El presidente ha sentado las bases para un nuevo Gobierno que no tendrá nada que ver con el que hemos visto estos años. Un equipo gubernamental fuertemente ideologizado y burocratizado para acometer la reconstrucción del país tras la pandemia de covid. Porque si al presidente le queda un as en la manga antes de las próximas elecciones esa es la carta de la economía que, asentada en una campaña de vacunación que va como un tiro, debería dar un salto exponencial, alcanzando la ansiada salida de la recesión en forma de curva en uve simétrica. Si se cumplen las previsiones de crecimiento y nuestro país logra un PIB del 6,2 por ciento este año, tal como vaticina el Banco de España, el Gobierno socialista podría contar con una última oportunidad frente a la musculada ofensiva de las derechas. Si por el contrario la pandemia sigue golpeando fuerte y la actividad económica se estanca, el Ejecutivo de coalición podría tener los días contados.

A favor del premier socialista juega, sin duda, la propicia coyuntura internacional (toda la zona euro ha entrado ya en la senda de la recuperación que podría insuflar nuevos bríos a la economía española) y también la llegada de los adjudicados 140.000 millones en fondos europeos, un maná caído del cielo que ayudará a España a remontar el vuelo, no solo en el capítulo de inversiones y ayudas a la transición ecológica, sino también en prestaciones o escudo social para los más desfavorecidos. Si el Gobierno sabe repartir las subvenciones con equidad racional, si se distribuyen con arreglo a criterios progresistas, el malestar de la calle podría amainar y Moncloa podría amortiguar la fuga de electores, el voto de la rabia y la furia, la sangría demoscópica que sin duda tendría a dos grandes beneficiados: el PP como receptor de ese votante moderado convencional que vota izquierda o derecha, indistintamente y en función de sus intereses personales (el que ha dado la arrolladora victoria prestada al ayusismo) y Vox como aglutinante de los antisistema de extrema derecha.  

Según el último barómetro de La Sexta, de celebrarse hoy las elecciones el PP las ganaría de forma raspada con un 28 por ciento de los votos. El PSOE, que aguanta el tipo, se mantendría como segunda fuerza con algo más del 26 por ciento de los sufragios. El problema para Sánchez es que el partido de Santiago Abascal se aúpa a la posición de tercera fuerza política más votada (18 por ciento de las papeletas) mientras que Unidas Podemos, socio y muleta de los socialistas, asistiría a un notable hundimiento (no llegaría al 10 por ciento de los escrutinios). Y ahí es donde está la clave de todo este asunto.

Una posible coalición PP/Vox podría dar el poder a las derechas, aunque esta hipótesis depende de los apoyos que pueda recibir de las minorías parlamentarias y no parece que haya demasiados partidos dispuestos a arrimar el hombro para que Pablo Casado sea presidente en noviembre de 2023. Desde luego, lo poco que quede de Ciudadanos daría su respaldo, sin ambages, al Partido Popular (configurándose así un “trifachito” nacional al estilo del que ya ostenta el poder en algunas autonomías como Madrid, Andalucía y Murcia). Otro cantar es que nacionalistas vascos y catalanes estén por la labor de dar sus escaños a un proyecto en el que participe la extrema derecha. Desde luego, Gabriel Rufián no será quien se alíe en ese bloque a la vista de la política antiindultos y contra la mesa de negociación en Cataluña que ha venido practicando Génova 13. A buen seguro, ahí funcionaría el cordón sanitario contra Vox, una medida a la que con toda probabilidad también se sumarían otras formaciones como Más País o Compromís, entre otros.

En ese escenario, el temido bloqueo podría funcionar otra vez, arrastrando al Estado español a la parálisis institucional, como ya ha ocurrido recientemente. Así las cosas, Casado sigue teniéndolo difícil para hacer realidad su ansiado sueño de ser inquilino de Moncloa algún día. El presidente del PP está condenado a practicar un ejercicio malabarista consistente en no renunciar al mensaje moderado capaz de seducir a los desencantados del PSOE sin perder de vista su flanco derecho, donde Abascal le amenaza claramente con un sorpasso. Quizá Casado esté hoy más cerca del poder que hace dos años, pero esa perspectiva, a la manera de unos prismáticos desenfocados, puede ser engañosa para él, ya que en realidad todo apunta a que está más lejos que nunca. Aliándose con Vox jamás tendrá el apoyo de las minorías periféricas y sin contar con los ultras las cuentas no le salen porque los tiempos de las mayorías absolutas se han terminado. Casado acaricia la Moncloa, pero está cada vez más lejos. Una paradoja relativista, cuántica, casi einsteiniana, que le quita el sueño al líder popular.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

FUSILAN A LORCA


(Publicado en Diario16 el 19 de julio de 2021)

El mismo día que el Tribunal Constitucional tumbaba el estado de alarma de Pedro Sánchez, los magistrados del Alto Tribunal tomaban otra polémica decisión que dice muy poco sobre el respeto a la memoria histórica y a la dignidad democrática de este país: rechazar el recurso de la nieta de Dióscoro Galindo, el maestro de escuela republicano fusilado y supuestamente enterrado junto a Federico García Lorca aquella dramática y sangrienta jornada de agosto del 36 en Alfacar (Granada).

Nieves García (así se llama la infatigable luchadora que pretende restaurar el honor de su abuelo) no pretendía abrir viejas heridas, ni iniciar una segunda guerra civil española, ni siquiera comenzar una batalla política contra la intransigencia de Pablo Casado y Santiago Abascal, siempre reacios a la reparación moral de las víctimas de los crímenes franquistas. Simple y llanamente, Nieves sabe que los restos de su abuelo están ahí, en esa fosa común (donde por cierto también yacen dos banderilleros anarquistas fusilados por los nacionales) y quiere recuperarlos para darle una sepultura digna.

El argumento que en esta ocasión esgrimen los jueces del TC para rechazar el recurso es que no aprecian “la trascendencia constitucional que, como condición para su admisión, requiere”. Otra vez el lenguaje jurídico abstruso y farragoso. Otra vez las coartadas y formalismos para no entrar en el fondo del problema. ¿Acaso no tiene trascendencia constitucional recuperar los restos de nuestro escritor más universal y sus tres compañeros de infortunio para darles la sepultura y el homenaje que se merecen? ¿Es que no es esta una cuestión de pura lógica y humanidad? Hablamos de asesinatos, de personas pasadas por las armas y arrojadas después, como animales o bestias de carga, a un hoyo inmundo.

Han sido demasiadas décadas de ignominia, de silencio y de encubrimiento de graves crímenes contra la humanidad que deben ser esclarecidos. Llegados a este punto, tenemos que preguntarnos para qué queremos a unos magistrados que no se atreven (o no quieren por propia ideología) resolver la causa más noble que haya caído jamás en sus insignes manos. No hay un mandato constitucional más perentorio y urgente que proteger los derechos de una mujer que busca los restos mortales de su abuelo víctima de un crimen execrable. Pero sus señorías de las togas y las puñetas han entendido que, una vez más, debe prevalecer el procedimiento sobre la justicia real, la forma sobre el fondo, la pulcritud de la maquinaria procesal sobre la reparación moral de las víctimas, y han cerrado el caso alegando que aquí no hay nada que dirimir, nada que ventilar, nada que zanjar jurídicamente. A tomar viento fresco, carpetazo y a otra cosa, aquí paz y después gloria. La nieta del fusilado, si lo desea, que se conforme con entretenerse un rato, los domingos por la tarde, mirando las fotos amarillentas del familiar desaparecido. Pocas decisiones judiciales tan crueles como esta. Pocas resoluciones tan frías, tan desgarradoras, tan insensibles y descorazonadoras.

Un juez puede saber mucho de leyes, pero si le falta corazón, sentido común y humanidad cometerá una injusticia tras otra. Menos mal hacen los delincuentes que un mal juez, ya lo decía Quevedo, y sin duda habrá un antes y un después tras esta sentencia que a cualquier persona de bien le hace perder la fe y la confianza en el sistema. Ha sido un golpe duro a la democracia, quizá más bajo y cruento todavía que la resolución contra el estado de alarma sanchista, una medida excepcional que no tenía otra misión que la de salvar vidas humanas y que también se han cargado los magistrados del TC haciendo prevalecer los absurdos ritualismos de la Justicia sobre la razón de Estado, sobre la lucha sanitaria eficaz contra la pandemia y la lógica más elemental. Por lo visto, lo que pretenden los jueces del Alto Tribunal es que la próxima vez que estalle una plaga vírica nos dediquemos, durante quince días y en interminables debates bizantinos en el Parlamento, a examinar los pros y los contras del estado de alarma y el estado de excepción. Y mientras se celebra ese congreso de ciegos leguleyos, miles de españoles agonizando en los hospitales, la Sanidad colapsada y el caos invadiéndolo todo. Solo una mente maquiavélicamente dirigida por intereses políticos puede llegar a comprar ese discurso y a justificar semejante desatino.

Pero volvamos al desdichado Dióscoro Galindo y a su infatigable nieta Nieves. Ya dijo el propio Casado que quienes buscan los restos de sus seres queridos son unos carcas que andan todo el día con la fosa de no sé quién. Aquello fue una declaración de intenciones. Para el eterno aspirante a la Moncloa, Lorca y sus hermanos en la muerte son unos no sé quién, unos don nadie por los que no merece la pena mover un solo dedo, unos tipos a los que mataron en Granada o por ahí, qué sé yo, déjeme usted en paz que tengo reunión con Abascal para reinstaurar el Antiguo Régimen y ya llego tarde.

Lamentablemente, la filosofía negacionista del ínclito jefe de la oposición ha calado hondo en las instituciones, tanto como en el TC, que entiende que rescatar los huesos de unos ejecutados vilmente no tiene nada que ver con los derechos humanos, sino que es una pérdida de tiempo. Ya se enterarán estos señores que controlan la democracia “desde detrás” lo que vale un peine. Ya caerán en la cuenta del error que han cometido cuando Nieves García coja los papeles, los expedientes, las pruebas y el infame recurso del Constitucional y se vaya derechita a Estrasburgo, donde sin duda habrá unos jueces franchutes con pelucas blancas mucho más concienciados y versados que los nuestros en derechos humanos, en democracia, en memoria histórica y en primordial humanidad. A Nieves no la derrota un tribunal ni le ha dado un revolcón la justicia española, que es cada vez menos justicia y más política, sino los peones en la sombra de Vox que ya están infiltrados en todas las instancias y magistraturas del Estado, desde donde mueven los hilos del reaccionarismo de nuevo cuño.

Qué gran poema hubiese compuesto nuestro Federico con esta tragedia incomprensible de nuestro tiempo. Hoy, nuestro escritor más universal gritaría aquello de “que no quiero verla”, pero no a propósito de la sangre taurina y gallarda de Ignacio Sánchez Mejías, sino sobre esa sentencia o papelamen que ha parido el Constitucional para que no se remueva más el asunto, o sea, para que no se toque el hoyo al que arrojaron al varón con más talento que ha dado España y a otros tres humildes hijos del pueblo.

A Federico lo fusilaron una vez, pero llevan enterrándolo, de mala manera, casi un siglo. A Federico esta vez le dan el paseíllo con paredón con una ráfaga de tecnicismos legales y latinajos del Código Civil en la última trinchera entre el fascismo y la democracia, entre el crimen y la verdad, entre el olvido y la memoria. Lo condenan a “cuerpo sin posible descanso”, como decía el maestro en uno de sus poemas inmortales. Ese es el inmenso drama de este país: que se niega a sacar a sus represaliados de las cunetas por un extraño síndrome de Estocolmo con el tirano del Ferrol.

Nuestro Tribunal Constitucional, la gran cumbre de nuestra democracia, el piramidión de nuestra arquitectura en derechos y libertades, la Biblia en verso de nuestro ordenamiento jurídico, le dice a una señora que se vuelva para su casa, que el cadáver de su abuelo, un maestro sabio y bueno, tiene que seguir ahí abajo, pudriéndose en las entrañas del franquismo, criando malvas en las cloacas del totalitarismo a las que fue condenado, implorando justicia en una zanja de mala muerte, de desmemoria y de abandono. ¿Pero qué democracia es esta? ¿Pero qué farsa nos han vendido los cómplices y herederos de aquellos golpistas que acabaron con el sueño de una España republicana y plenamente democrática? Los falangistas mataban con sus balas asesinas; los de ahora matan con su silencio, su miedo y su respeto reverencial al Caudillo.

Tenemos que sacar a Federico y a sus compañeros del agujero de la historia para llevarlos a un edén fresco y luminoso entre fuentes cristalinas, nardos y zarzamoras. Por mucho bodrio jurídico que aleguen los dioses del TC, mientras no lo hagamos no podremos decir con seguridad y con orgullo que los españoles gozamos de una democracia plena y consolidada. Una vez más, han ganado la guerra los hombres de voz dura, los que doman caballos y dominan los ríos, como decía Federico. Maldita sea.

Viñeta: Igepzio

sábado, 17 de julio de 2021

EL MALECONAZO


(Publicado en Diario16 el 16 de julio de 2021)

“Para mí que es un despropósito muy peligroso eso de no dar de comer a la gente”, decía Cela en un artículo de prensa hace ya mucho tiempo. Y qué razón tenía el Nobel. El principio del fin de un régimen siempre llega cuando los de arriba dejan de preocuparse de los de abajo, y si no que se lo pregunten al clan castrista de Cuba, que estos días tiembla y contiene la respiración tras las murallas de sus búnkeres soviéticos a prueba de misiles yanquis. No contaron con que el hambre es una bomba mucho más destructiva que un invierno nuclear.

Díaz-Canel y los suyos se habían construido un mundo imaginario, la poética legendaria de la revolución, una mística barata de desfiles militares, tanques oxidados made in China y banderas desteñidas. Y en medio de ese sueño de comunismo fraudulento, de manipulación del materialismo histórico y de tergiversación de Marx, el “maleconazo” les ha estallado en la cara sin que lo vieran venir.

Desde el principio de los tiempos, siempre fue lo mismo. Los tiranos se encastillan en sus fortalezas cuando el pueblo se revuelve contra ellos. Aristóteles creía que el dictador sale del propio pueblo, al que consigue engatusar con cánticos demagógicos. Shakespeare, en Ricardo III, dice que el tirano es alguien criado en sangre y en sangre asentado. Y la Revolución Francesa empezó al grito de Liberté, Égalité y Fraternité pero terminó con un concurso de cabezas cortadas y unos jacobinos instaurando el terror de Robespierre.

Díaz-Canel va camino de escribir su propio otoño del patriarca al más puro estilo García Márquez. Da todo el perfil de tirano bananero capaz de enfrentar a una parte de su pueblo contra otra en una contienda civil absurda y fratricida. “La orden de combate está dada”, le ha transmitido fríamente a las fuerzas del orden. Pero el gentío, los cubanos, los parias de la famélica legión, ya no tienen miedo y se han levantado del barro del Malecón y han salido de sus casas destartaladas de paredes desconchadas de La Habana Vieja. Están hartos del injusto y odioso cerco yanqui, es cierto, pero también están cansados de comer siempre lo mismo (los que puedan comer), de décadas de silencio, de falta de libertad, de Estado policial, de comisarios políticos, de ausencia total de derechos, de prensa panfletaria y de leer los números atrasados del Pravda a mayor gloria del régimen. En definitiva, están estragados de mentiras de una casta castrista corrupta que solo ha servido para que los comunistas de salón se llenen los bolsillos con el cártel del petróleo y para que los mafiosos balseros afines al poder monten sus flotillas de miseria y muerte a costa de los pobres espaldas mojadas.

Han sido demasiados años de disidencia sofocada, de exiliados que cruzan el charco rumbo a Florida a golpe de remo y flotador, de cartilla de racionamiento que siempre le toca a los mismos. Ha llegado el momento de la revolución de Dina Stars y otras jóvenes youtubers que no saben quién fue Lenin pero que arrastran a millones de seguidores en internet con la falsa promesa de un capitalismo que tampoco llegará a todos porque la isla, más pronto que tarde, se acabará convirtiendo en el gran lupanar de los gringos con mucho hotel para la gran chingada y mucho Casino Las Vegas para entretener a los trumpistas millonarios de Washington mientras el indito hace las veces de botones y le lleva las maletas al amo en su propia tierra.

Hace demasiado tiempo que los burócratas comunistas viven del pasado, de la utopía no realizada, de la leyenda de Sierra Maestra y del glorioso recuerdo del Che. Se han apoltronado en los despachos del PCC, se han quedado totalmente ajenos a la realidad de la calle y ni siquiera han caído en la cuenta de que en las tiendas ya nadie compra con pesos, sino con dólares o euros, entre otras cosas porque el peso no vale nada y cuando se mastica duelen las muelas. Una vez más, se repite la historia. Al igual que los alemanes arrojaban billetes y marcos a las hogueras para calentarse en el frío invierno tras la Gran Depresión del 29, hoy la moneda nacional cubana ha quedado como gran emblema de una nación arruinada.

Ahora los burócratas, barbudos y generalotes del partido se asoman a las almenas del Buró y los ven llegar con la hoz y el martillo, pero esta vez de verdad, no como simples actores o figurantes de un desfile patriótico de cartón piedra. Gritan “patria y vida” mientras arrojan a la basura los retratos de Fidel. El pueblo, cuando tiene hambre, olvida pronto a sus héroes. Este tenía demasiadas sombras tras de sí, tantas como los 900 millones de fortuna que le atribuye Forbes. No era tonto el Comandante.

Europa guarda silencio sobre Cuba, Pedro Sánchez hace malabares para quitarse el muerto de encima y ni siquiera los anticapis de Unidas Podemos son capaces de sacar unas cuantas divisiones de manifestantes a la calle, siquiera por disimular un poco. En cuanto a la intelectualidad izquierdista, ya se ha ido de vacaciones y no dice ni mu. En septiembre se verá, o quizá para los Goya, quién sabe. De momento solo se escucha a ese puñado de exiliados vociferando frente a la embajada en Madrid, toda esa gente que se tuvo que largar del país porque no era comunista o para montar un bar en Lavapiés haciendo las Américas a la inversa.

La Numancia cubana ha dejado de tener sentido. ¿Resistir para qué? ¿Envolverse en la bandera roja con qué sentido? ¿Alargar el sufrimiento otros cuarenta años más y seguir llenando las cárceles de detenidos y disidentes? Entre la CIA y el americano impasible de Graham Greene han conseguido lo que querían: asfixiar a la isla y acabar con el sueño del socialismo. Ni siquiera el supuesto rojazo Biden se ha atrevido a levantar el bloqueo naval y aéreo. Otro bluf de la Casa Blanca el abuelito somnoliento. Al final, los halcones del Pentágono y sus secuaces de Wall Street van a desembarcar en Bahía de Cochinos con cruceros de lujo en lugar de las barcazas de la Sexta Flota y con turistas sexuales en vez de marines. Sin embargo, al cubano no lo mata solo el yanqui que estrangula, embarga y bloquea, sino unos jerarcas que sintiéndose dioses inmortales, gigantes con puño de barro, dejaron que el país se pudriera hasta que el pueblo dejó de creer en ellos.

Viñeta: Pedro Parrilla  

EL BÚNKER JUDICIAL


(Publicado en Diario16 el 15 de julio de 2021)

Lo hemos dicho aquí antes: la extrema derecha no necesita dar un golpe de Estado sencillamente porque, siguiendo el manual de estilo Trump, ya lo ha dado. El mejor ejemplo de preocupante tendencia hacia el conservadurismo más reaccionario que promueve Vox es la reciente sentencia del Tribunal Constitucional que tumba el estado de alarma y confinamiento decretado por el Gobierno para luchar contra la pandemia por supuestamente atentar contra derechos fundamentales, como el de libertad de movimiento, consagrados en nuestra Carta Magna. Algunos vocales del Constitucional ya han mostrado su “estupor” por la deriva que han tomado algunos de sus compañeros de la mayoría conservadora, que muestran un peligroso deslizamiento hacia posiciones “profundamente antigubernamentales”, según informa hoy mismo la Cadena Ser.

Es evidente que el búnker ha fagocitado las más altas instancias del Poder Judicial para imponer una determinada ideología neocon, y no solo en el Constitucional, también en el Tribunal Supremo y en el CGPJ (máximo órgano de gobierno de los jueces y magistrados españoles). Este proceso no se ha resuelto de la noche a la mañana. Con el paso del tiempo, los peones conservadores se han ido situando estratégicamente siguiendo una hoja de ruta silenciosa pero imparable. La mejor prueba de que hoy tienen la sartén por el mango es que Pablo Casado se niega sistemáticamente, una y otra vez, a sentarse con Pedro Sánchez para renovar los cargos de la cúpula judicial. Por algo será.

Hay sobradas pruebas de esta tendencia hacia la involución, como la infame sentencia de las hipotecas (una lavada de cara a los bancos y al poder financiero frente a miles de consumidores estafados durante años); la sentencia de la manada (aquel magistrado que veía un ambiente de alegría y jolgorio en lo que no era más que una nauseabunda violación grupal); el cable que cierto juez falangista echó a los nietos de Franco en su batalla contra la exhumación de la momia del dictador; y la más reciente sentencia del procés, donde algún que otro juez (por recomendación de una Fiscalía peligrosamente teledirigida por el Gobierno Rajoy) se dejó llevar por el ímpetu patriótico y quiso empapelar a los líderes soberanistas por rebelión en lugar de por sedición, un atropello judicial en toda regla que tuvo que ser corregido a última hora, deprisa y corriendo, en el Tribunal Supremo. El giro de timón made in Manuel Marchena se dio por varias razones: porque era más que evidente que en ningún momento existió violencia ni insurrección por la vía de las armas; porque Europa sin duda entraría de lleno en el asunto en tercera instancia para enmendar la plana a la Justicia española; y porque se vio meridianamente claro que un asunto político como es el conflicto territorial en Cataluña fue gravemente judicializado. La mejor prueba de que aquel proceso fue una pantomima para darle un escarmiento a los independentistas es que Vox, un partido político, ejerció el papel de gran inquisidor contra los enemigos de España al tomar parte en el pleito como acusación particular, una práctica irregular que rompe con el principio de separación de poderes y desprende un tufo a manipulación que tira para atrás. 

Es un hecho incuestionable que algunos de nuestros eminentes togados se están dejando arrastrar por el lado oscuro voxista sin que la democracia pueda hacer nada por remediarlo. La ley está hecha de esa manera precisamente para que los partidos políticos (mayormente PSOE y PP) puedan hacer trilerismo con la Justicia. Además, cualquier intento de mejorar el funcionamiento del Poder Judicial, para hacerlo auténticamente libre e independiente, requiere de una reforma constitucional y ya sabemos que Casado y Abascal se opondrán a tocar una sola coma del sagrado texto del 78. Una vez más, el atado y bien atado sigue funcionando a las mil maravillas, esta vez gracias a los guardianes custodios de Vox.  

Todo ese descrédito de un Poder Judicial politizado de arriba abajo repercute negativamente en la imagen que la ciudadanía tiene de sus jueces y magistrados, tal como revelan los sucesivos informes de transparencia de la Unión Europea. Hasta un 58 por ciento de la opinión pública española tiene una imagen “mala” o “muy mala” de su Administración de Justicia, en buena medida por las interferencias y presiones políticas. Los españoles ya le han visto el truco al juego, que no es otro que el CGPJ se ha convertido en una “mera caja de resonancia de la confrontación partidista, y acarrea importantes consecuencias en este órgano”, en palabras de Ignacio González Vega, portavoz de la Asociación Juezas y Jueces para la Democracia.

El sistema de cuotas políticas y el cambalache, trapicheo o mercadeo de los partidos con los cargos de las más altas instancias judiciales ha terminado por ensuciar el Poder Judicial, pilar esencial de la democracia. Hace tiempo que el Estado español debería haber acometido una reforma en profundidad que garantice un proceso transparente de elección de los miembros de la judicatura con arreglo a unos criterios objetivos basados en el mérito y capacidad de los aspirantes a las plazas a cubrir. Por supuesto, los partidos políticos deben quedar totalmente al margen porque de lo contrario caemos en el mismo error de siempre: poner a los lobos a cuidar de las ovejas. Y ya de paso deberíamos acometer con urgencia la inaplazable reforma de la Fiscalía General del Estado para evitar que el Ministerio Público dependa directamente del Gobierno, tal como reconoció abiertamente Sánchez en aquella entrevista esclarecedora.  

Pero más allá de todo el trabajo que queda por hacer (la Transición de la Justicia quedó a medias) es preciso volver a esa sentencia del Constitucional que tumba el estado de alarma del Gobierno de coalición. La resolución adolece de graves contradicciones (reconoce que el confinamiento era necesario pero aplicando el estado de excepción, no de alarma, lo cual ya es cogérselo con papel de fumar) y también de hechos ciertos que han sido pasados por alto, como que Vox votó en el Congreso de los Diputados a favor de ese polémico decreto del 14 de marzo de 2020, una medida que el propio Santiago Abascal exigió a Sánchez ante el “descontrol de la pandemia”. Al comprarle el relato a los ultraderechistas, los magistrados conservadores del Constitucional no solo dan un precioso balón de oxígeno a los nostálgicos del régimen anterior, sino que obvian que quien primero pidió el decreto es el que interpuso el recurso después. De nuevo, el mundo al revés de los neofranquistas, la demagogia trumpista insufrible y el intento de voladura de la democracia y las instituciones desde dentro, esta vez con cobertura legal, la que han reportado sus señorías al bloque ultra.

El estado de alarma fue una herramienta necesaria, la única con la que, a falta de una ley de pandemias, contábamos en aquellos días negros en que los muertos se contaban por miles cada día. Vox votó a favor por mucho que ahora saque pecho de su victoria judicial. “Fui yo el que le exigió el 10 de marzo el estado de alarma. Ese día le pedí que unificara el mando de las Administraciones, es usted quien debe tener todo el mando. Aproveche sus poderes para minimizar la amenaza a la salud”, le espetó Abascal a Sánchez en aquella acalorada sesión parlamentaria. Ese pescado podrido es el que compran ahora los togados del TC seducidos por el universo casposo y retro de Vox. Patético.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA SUPERIORIDAD MORAL


(Publicado en Diario16 el 14 de julio de 2021)

Carlos Bardem cree en la superioridad moral de la izquierda. “Sí, efectivamente, yo soy superior moralmente a cualquier fascista, nazi, homófobo, racista y machista. Y si no lo fuera, me preocuparía mucho”. Bardem, ese hombre con cara de malo de espagueti western pero que en realidad lleva dentro a un tierno, a un romántico y a un sentimental, ha puesto el dedo en la llaga una vez más. Es evidente que la izquierda democrática es “moralmente superior” sencillamente porque lo contrario, el fascio redentor, es la justificación de la barbarie o retorno a lo peor del ser humano, de modo que más bajo ya no se puede caer.

Nos hacen falta referentes que como Bardem recuperen la izquierda clásica y coherente. Uno de los grandes desastres que nos trajo la posmodernidad fue instaurar el relativismo sofista, esa idea de que nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color del cristal con el que se miren las cosas. Convencidos erróneamente de que lo nuevo era lo mejor y lo clásico era lo antiguo y superado, los posmodernos –Lyotard, Foucault, Derrida, y otros– creyeron que lo que se imponía en las nuevas sociedades de consumo era el individualismo a ultranza, la renuncia a la utopía, el pensamiento débil y desiodeologizado y la política desacralizada como mero espectáculo. O sea, el final de los grandes relatos, entre ellos el de la izquierda como solución a los males del mundo.

Hoy, décadas después de la publicación de La condición posmoderna de Lyotard (1979), podemos decir que la izquierda es más necesaria que nunca frente a la gran ofensiva fascista de nuevo cuño y que todos aquellos filósofos posmodernos estaban realmente equivocados. No solo no hemos llegado al final de la historia, como auguraba Fukuyama, sino que probablemente estemos solo al principio. Hoy empieza todo y sin duda nos encontramos a las puertas de una quinta revolución con colonización humana del Universo incluida, tal como demuestran los millonarios Branson, Bezos y Musk, todos esos friquis con dinero que organizan viajes turísticos al espacio para tomarse una tónica con pajita, flipar cuatro minutos en estado de ingravidez y colgar cuatro fotos horteras en Instagram.

A Bardem tuve la oportunidad de entrevistarlo en cierta ocasión, cuando él y su hermano Javier se hicieron un Moby Dick y se largaron a la Antártida para alertar a la humanidad ante el trágico momento por el que atraviesa. “Mira, si millones de personas nos unimos para presionar a los políticos podemos salvar el planeta”, me dijo con el entusiasmo de un niño que todavía cree en la capacidad de redención del diabólico ser humano. “Allí [en la Antártida] lo primero que te llama la atención es un paisaje desmesuradamente hermoso, primigenio, hay muy poca huella o impacto de la actividad humana. Yo siempre digo que lo que más nos impresionaba, tanto a Javier como a mí, era el silencio, un silencio sólido que se impone a cualquier otra cosa, y la verdad es que te mueve a la meditación y a la reflexión”, me explicó. Eso es superioridad moral, eso es sensibilidad superior, eso es izquierda real y humanismo, algo que Abascal no podría entender ni viviendo cien años más.

La extrema derecha promueve el odio, la homofobia y la justificación de la violencia machista. No es que no condene los crímenes del franquismo, sino que los justifica y retuerce la historia, tergiversándola, para blanquear el totalitarismo. No hace falta ser muy elevado para estar por encima, moralmente, de semejante truño ideológico. A fin de cuentas, no se trata de ser comunista, socialista o luchador en pos de esa hermosa utopía que es lograr una sociedad más justa e igualitaria, sino sencillamente de ser una buena persona, de no odiar a nadie por su condición sexual o su color de la piel, de respetar al vecino y de no ir por ahí insultando al que piensa diferente o rompiendo cabezas en oscuros callejones.

Obviamente, reventar a patadas a un rojo, a un gay o a un pobre mantero, desautoriza de entrada a quien pretenda aspirar a ese magnífico título de superior moral. La violencia, ya sea verbal o física, nunca. Malo, pupa, caca. Pero en poco tiempo hemos ido para atrás, cultural y políticamente, por influencia perniciosa de la ideología reaccionaria y supremacista, así que vamos a tener que empezar, Carlos, tronco, a volver a explicar lo obvio otra vez. Aquí, si queremos salvar la civilización humana, va a haber que enseñar que “solo sí es sí”, que cualquiera tiene derecho a acostarse con quien quiera y que el stealthing (quitarse el condón sin el consentimiento de la pareja mientras se hace el amor) no es algo divertido, como dice ese tiktoker unineuronal, sino un delito grave.

O nos ponemos serios desde la izquierda en la misión de conservar los valores elevados, o tendremos que tragar con idioteces como las que dice Pablo Casado, para quien la Guerra Civil fue “un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”. Sí Carlos, camarada, compañero de fatigas, aquí hay que enseñar historia de la buena desde abajo, en las escuelas, en la calle y en la barricada, en plan Miguel Hernández, o estamos perdidos. Y si es necesario ponemos al youtuber Ibai Llanos a leer a Tuñón de Lara o a Ian Gibson por capítulos en internet. Obviamente, Casado está muy lejos de ser un “superior moral”. Y no porque no sea de izquierdas, que se puede ser de derechas y antifascista (alguno habrá en este país que dé el perfil), sino sencillamente porque lleva encendida una llamita franquista en su interior.

Ahora que la izquierda anda escasa de referentes y naufraga entre la utopía vegana de Garzón, el “chuletón imbatible” de Sánchez y el síndrome de Estocolmo por una Cuba que ya no es el faro del comunismo en el mundo, sino un país hambriento en manos de unos sátrapas codiciosos que maltratan a su pueblo y que jamás fueron marxistas, se agradece un hombre como Bardem, un representante del rojerío clásico y consistente que llama a las cosas por su nombre. “Si tú no eres superior moralmente a esa basura fascista, ¿qué eres?”, nos interpela el actor. “Basura”, sentencia. Pues eso.