(Publicado en Diario16 el 23 de julio de 2021)
Inés Arrimadas anda como loca buscando la fórmula mágica del crecepelo que rescate a Ciudadanos de su destino inexorable y fatal, que no es otro que la extinción, la ruina total y el cartel de “Se traspasa”. Ahora se ha inventado eso del “liberalismo progresista”, un oxímoron en toda regla ya que, si bien es cierto que en lo económico los liberales buscan el progreso y el bien de la sociedad (o al menos eso dicen) en lo político la apuesta no deja de ser un conservadurismo más. Pero Arrimadas intenta salvar los muebles del partido como sea (voluntad y esfuerzo no se puede decir que le falten a la chica) y va sacándose constantes ases de la manga para lanzarlos sobre el tapete, cual trilera o tahúr de la democracia, con la esperanza de que la parroquia no se le vaya al bar de al lado, o sea a PP y a Vox.
La líder naranja es una máquina de crear coletillas, eslóganes y clichés políticos y si hoy patenta el truño ese del “liberalismo progresista” antes puso en circulación lo del “feminismo liberal”, “el patriotismo constitucional”, el mito del “centroderecha” (el centro no existe) y algunas milongas más. Todo con tal de no cerrar la persiana del kiosco, largarse con viento fresco a su bufete de Barcelona o dedicarse a otros menesteres como transmigrar al PP, que no sería la primera ni la última que emprende la ruta hacia la tierra prometida del nuevo fascio redentor.
Ahora bien, ¿en qué se basa Arrimadas para venderle a los españoles que Ciudadanos es un partido que profesa los principios elementales del “liberalismo progresista”? ¿Es ese supuesto liberalismo progre de Cs un pilar fundamental del proyecto o solo impostura y atractivo cartel luminoso que a la hora de la verdad se apaga en oscuros pactos con la extrema derecha? Para empezar, el término liberalismo progresista fue acuñado en el siglo XIX por Salustiano Olózaga, un demócrata convencido que tomó parte en las Cortes durante el revolucionario Trienio Liberal y que tuvo que huir apresuradamente de España tras la represión absolutista de los Cien Mil Hijos de San Luis. Es decir, Olózaga sí que fue un liberal pata negra que luchó toda su vida contra la tiranía realista, tanto que participó en no pocas conspiraciones para tratar de implantar en nuestro país un constitucionalismo democrático a la europea
Fruto de esas intrigas y de sus profundas convicciones antiabsolutistas, Olózaga tuvo que exiliarse, como otros muchos liberales de su tiempo, en su caso a San Juan de Luz. A su regreso volvió a las andadas y dio su apoyo decidido a la causa de Espartero –que no lo olvidemos era el Pablo Iglesias de la época– en su golpe para derrocar a la regente, doña María Cristina. Al final, el bueno de don Salustiano llegó a presidente del Consejo de Ministros, pero los moderados y reaccionarios, que se la tenían jurada, le organizaron un complot acusándole de haber ejercido violencia e intimidación contra la reina, montaje que le valió un nuevo exilio en Francia en el año 1843. Como dato curioso decir que en la actualidad la Embajada gala en Madrid está situada en una calle que lleva su nombre. Esa placa oxidada que los vecinos madrileños miran hoy sin saber quién fue ese personaje que luchó por el constitucionalismo pionero fue lo único que sacó en claro aquel hombre de la ingrata política española decimonónica.
Viene todo esto a cuento de que no parece que el liberalismo progresista de Olózaga y el que quiere vendernos Inés Arrimadas sean la misma cosa. Ella ha rescatado la coletilla del baúl de los recuerdos porque le ha parecido que puede tener gancho, tirón, cebo entre las desmoralizadas escuadras naranjas. Pero no cuela porque es puro postureo. Su discurso ultra (“estuve meses tendiendo la mano a Pedro Sánchez para la aprobación de los Presupuestos, pero escogió la de Otegi y Rufián”) está muy alejado del espíritu progresista de aquellos grandes liberales del XIX que empeñaron sus vidas en la lucha contra la monarquía absolutista y corrupta de las matriarcas borbonas que como María Cristina e Isabel II frenaban el salto definitivo del país a la democracia plena en la modernidad. O dicho de otra manera: no vemos nosotros a Arrimadas jugándose el tipo por la democracia y yéndose al exilio por sus ideas como el gran Olózaga. Antes da un telefonazo a Toni Cantó y ficha por Ayuso.
El discurso antisanchista de Arrimadas (el Gobierno pacta con los enemigos de España, los separatistas y los filoetarras) es calcado al que esgrimen Pablo Casado y Santiago Abascal. Por no faltarle, no le falta ni la cruel deslegitimación que habitualmente emplea la ultraderecha. Cuando la líder de Ciudadanos dice que Sánchez es presidente “por un solo voto” le está negando la legitimidad a un gabinete tan legal política y moralmente como cualquier otro de los que han pasado por Moncloa desde la Transición. Un voto en democracia es lo que separa la gloria del fracaso y si Arrimadas no entiende la primera regla del juego democrático es que se saltó la lección más importante en la Facultad de Derecho.
Por descontado, el programa económico del partido fundado por Rivera, capitalista a más no poder y no intervencionista, es un desastre para el Estado de bienestar, ya que solo desde medidas socialistas se puede luchar contra la explotación de las clases trabajadoras a manos de las élites financieras, que es de donde vienen todos estos niños bien de Cs. Habrá que ver lo que vota la dirigente naranja cuando las derechas planteen una nueva moción de censura en otoño para aburrimiento, hastío y tedio del pueblo español. De entrada, ya ha invitado al PP a que presente la moción y no descarta apoyarla, incluso aunque en ese barco vaya también la extrema derecha, algo que provoca estupor en los liberales europeos, estos sí, genuinos y auténticos demócratas.
Todo lo que dice Arrimadas tiene poco que ver con el espíritu progresista de aquellos viejos liberalotes que tuvieron que hacer las maletas tantas veces a lo largo de la historia de este país para exiliarse y escapar de la represión. Del concepto progresismo, a Ciudadanos solo le interesa la etiqueta, en buena medida porque es un truco con el que pretenden captar votos entre las masas desencantadas y pobres incautos del socialismo en crisis que se dejan seducir por los cantos de la sirena naranja. En realidad, el pescado rancio que vende Arrimadas no es más que liberalismo conservador, cuando no recalcitrante escoramiento ultra. De liberal progresista Arrimadas tiene más bien poco. Pero hay que reconocerle a la chica cierto talento e ingenio para el marketing electoral y para lanzar spots propagandísticos, algo que en estos tiempos líquidos es tan importante como un buen programa político.
Viñeta: Igepzio
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