sábado, 30 de abril de 2016

EL HOMBRE INVISIBLE



 (Publicado en Revista Gurb y Diario16 el 29 de abril de 2016)

Ocurre que algunas películas que vimos siendo todavía muy niños las recordamos no como simples historias que salían de aquel viejo televisor en blanco y negro, que siempre estaba averiado, sino como fogonazos de nuestra infancia que vienen a iluminar nuestra existencia de adultos. El hombre invisible, la cinta de James Whale, fue una de ellas. Aquel personaje atormentado de gafas oscuras (no, no era Carlos Fabra) enrollado en unos sucios vendajes, dejó en mí una huella profunda e imborrable en aquellas tardes de bocadillos de mortadela, lapiceros de colores, faringitis y rodillas costrosas de tanta patada futbolera en los recreos. La historia de James Whale producía en mí una extraña mezcla de terror infantil y curiosidad insana. Por un lado quería ser como él, invisible, atrevido, intocable, atravesar las puertas y paredes para poder ver, sin que nadie me viera a mí, lo que sucedía al otro lado de la pared, en la casa de al lado, donde vivía una familia numerosa cuyos miembros ruidosos siempre andaban a la gresca, entre broncas y peleas napolitanas. Pero por otra parte, sentía miedo, qué digo miedo, auténtico pavor ante la idea de quedarme así algún día, invisible para siempre, imperceptible, inmaterial, incorpóreo. Ayudaba mucho a infundir en mí aquel pánico infantil la magistral interpretación de Claude Rains, uno de los mejores actores que ha dado el cine de Hollywood, y que aunque apenas salía en la película (la mayor parte del tiempo se lo pasaba en estado de absoluta invisibilidad o enrollado en los vendajes) imprimía al personaje un halo de misterio difícilmente superable. En realidad la historia no era más que un refrito del mito del científico loco al que un experimento con una sustancia llamada monocaína se le va de las manos y lo vuelve invisible. Luego el personaje se da cuenta de que su estado etéreo y salvaje puede ser un arma perfecta para cometer crímenes y todo tipo de fechorías y a vivir la life.
Para un niño como yo, propenso a la enfermedad y quizá demasiado impresionable, algunas escenas quedaron grabadas para siempre en mi memoria, como aquella en la que los objetos volaban por los aires impulsados, entre terribles carcajadas, por el hombre invisible, o aquella otra en la que el fantasma iba dejando las huellas de sus pisadas sobre la nieve mientras la policía trataba de darle caza. Al final, el científico loco y endiosado no puede parar su espiral de violencia, comete crímenes y atracos a troche y moche, ataca a los vecinos del lugar, se mofa de ellos y les hace la vida imposible. Se convierte en una especie de diablillo sátiro al que nadie puede ver ni detectar cuya único pasatiempo en el mundo es divertirse a costa de los pobres mortales que no pueden hacer otra cosa que asistir impotentes a las andanzas del monstruo.
Todo esto viene a cuento de que durante los últimos días de papelamen y corruptelas panameñas me ha venido a la cabeza el clásico de Whale. Me ha dado por pensar que todos estos tipos que roban el dinero a los pobres para dárselo a los ricos de Mossack Fonseca, en una especie de Robin Hood a la inversa, no son más que hombres y mujeres invisibles, engendros que tienen la facultad de aparecer y desaparecer, materializarse y desvanecerse a su antojo en cualquier lugar del planeta, mayormente en oasis caribeños salpicados de lagos llenos de dinero negro y fangoso. Hombres invisibles los hay de muchas clases y de muchos tipos, y siempre andan por ahí, por las esquinas, en las altas instancias de los gobiernos, jugando con nuestras vidas de pobres mortales que no somos capaces de distinguirlos (o no queremos) para darles su merecido. Son ellos mismos los que tienen el poder de atravesar las paredes blindadas de los bancos, las puertas nobles de los ministerios, las aduanas, los despachos de las multinacionales versallescas, y desde allí dominan nuestras vidas a su antojo. Una raza de hombres invisibles anda detrás de nosotros a todas horas, haciendo y deshaciendo, firmando y borrando papeles, poniéndonos trampas y alterando nuestros presentes y nuestros futuros. Dios es el azar mismo, el destino es un motor impulsado por estos demonios invisibles atiborrados de monocaína y hasta de cocaína sin mono. Están por todas partes, manejando nuestros ahorros, engañándonos con la factura de la luz y del agua, metiéndonosla doblada con la telefonía móvil, envenenándonos con alimentos que hace mucho tiempo dejaron de ser comestibles, inoculando radiaciones mortales en nuestros cuerpos, robándonos nuestro escaso salario miserable, prometiéndonos gobiernos imposibles, vendiendo armas, generando guerras, ensuciando ríos y océanos, enviando el planeta, en fin, al puñetero garete. Son legión y están por todos lados en una especie de gran conjura universal más propia de una novela de Orwell que de la vida real. Este hace ya tiempo que dejó de ser un mundo feliz y solo quedamos cuatro gatos desencantados que intentan escribir cosas nostálgicas y escépticas que ya nadie lee.
Saramago pensó en El hombre duplicado, Marcuse en El hombre unidimensional, pero realmente el mundo es de ellos, de los hombres invisibles que como el personaje diabólico de Claude Rains son indetectables, imparables, invencibles. Ellos, los invisibles de arriba, los invisibles que están ubicuos, en todas partes y a todas horas, en Suiza, Hong Kong o Wall Street, pueden jugar con cada uno de nosotros a placer, mover los hilos, entrar y salir de nuestras vidas, llevarlas al éxito o al fracaso, mientras nosotros, estúpidos peleles, nos creemos que aún somos dueños de nuestro propio destino. No se preocupe amigo lector, no seguiremos por este camino existencialista, que Sartre y Camus están muertos y enterrados y nadie en las redes sociales se acuerda ya de esos señores plastas y aburridos, pero al ver por enésima vez aquella vieja película uno no puede dejarse de preguntar cosas, uno no sabe si Mariano Rajoy es un invisible también, sobre todo cuando sale por el plasma en una de sus apariciones marianas, o si no es más que otro pobre mortal de carne y hueso en manos de otros invisibles mucho más fuertes y poderosos que él. Quién sabe. El hecho de que se haya invisibilizado durante cuatro meses para darle esquinazo al Rey, dejándole el muerto a Pedro Sánchez y sin formar Gobierno, no significa nada. Solo nos queda sentarnos delante del video y volver a reírnos y a estremecernos con aquellos fabulosos personajes de la edad de oro del cine, cuando todavía éramos niños. Mientras los invisibles deciden qué van a hacer con nosotros a partir de mañana.

Viñeta: El Koko Parrilla

26J, ELECCIONES Y FRUSTRACIÓN



 (Publicado en Revista Gurb y Diario16 el 29 de abril de 2016)

Cuatro meses a la papelera. Cuatro meses preciosos que los líderes de los principales partidos políticos han tirado por la borda entre negociaciones imposibles, cambalaches, mentiras y cintas de video, como en aquella vieja película de los ochenta. Cuatro meses que hemos perdido miserablemente cuando lo que necesitaba el país era un amplio programa social para rescatar a millones de españoles víctimas de la mayor crisis económica y política de la historia contemporánea y un proyecto de reformas constitucionales de toda índole, visto que el edificio institucional de la democracia española hace aguas por todas partes. Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, en parte por egoísmos partidistas e incompetencia para el acuerdo y el pacto, en parte por interés electoralista, nos abocan a unos nuevos comicios que supondrán más gastos superfluos de campaña (por si España no tuviera ya bastante gasto con la crisis) y un nuevo atracón de mítines y promesas que sin duda agravarán el hartazgo y la desafección del ciudadano hacia los partidos políticos. Pero ahora que el Rey acaba de dar por finiquitadas y agotadas las rondas de negociación para formar Gobierno, y tras haber convocado nuevas elecciones para el 26J, ha llegado el momento de hacer balance sobre la actuación de cada cual en este largo, tortuoso e infructífero periodo de contactos.

Mariano Rajoy. Si tuviéramos que definir cuál ha sido la aportación del presidente del Gobierno en funciones en todo este proceso de negociación, podríamos reducirlo a una sola palabra: nula. El líder del PP se ha limitado a dejar pasar el tiempo, a dejar que la situación embarrancara, a procrastinarse sin ningún pudor (Rajoy es un gran procrastinador), como si los contactos para intentar formar Gobierno no fueran con él. Mientras las demás fuerzas y líderes políticos se ponían manos a la obra, abrían rondas de conversaciones, redactaban documentos e intentaban ponerse de acuerdo, el presidente, en un ejercicio de pasotismo político irresponsable, se lavaba las manos y se limitaba a soltar chistes y ocurrencias sobre el proceso (“estos cuatro meses han servido para que todos nos conozcamos un poco más”), una broma más bien con poca gracia. Para la historia de España quedará la famosa espantada que dio ante el Rey Felipe VI en la Zarzuela, donde se justificó con el monarca alegando que el PP no podía formar Gobierno pese a haber sido la lista más votada (123 diputados) sencillamente porque no tenía apoyos para ello. ¿Pero qué hizo en realidad el presidente para propiciar tales acuerdos? ¿Se puede decir que Rajoy ha hecho verdaderos esfuerzos por conseguir los escaños que le faltaban? Es cierto que sus políticas de recortes que tanto daño han hecho al país en los últimos años y los escándalos de corrupción (ante los que por cierto Mariano Rajoy se ha mostrado más bien tibio y permisivo) dificultaban que las demás fuerzas políticas quisieran sentarse a negociar con él en la misma mesa. Es cierto que los restantes líderes, como el socialista Pedro Sánchez, que llegó a llamarle “indecente” en un debate televisivo durante la campaña del 20D, lo miraban con recelo y hasta como un apestado al que no había que acercarse bajo ningún concepto. Pactar con el PP era poco menos que pactar con el diablo y la corrupción. Pero no es menos cierto que Rajoy ni siquiera ha podido lograr los apoyos necesarios para ser investido presidente con los votos de Ciudadanos, un partido con el que mantiene numerosas afinidades ideológicas. Y aquí cabría plantearse si el auténtico escollo para Rajoy no ha sido otro que el propio Rajoy. Quizá si el presidente hubiera dado un paso al lado, dimitiendo de un cargo para el que ya no estaba legitimado por su responsabilidad directa en tantos asuntos turbios de corrupción como se han descubierto en el seno de su partido, hubiera sido posible para el PP la formación de un Gobierno siquiera provisional.

Pedro Sánchez. Nadie puede discutir que el secretatio general del PSOE, bien porque era su momento para llegar a la Moncloa, bien por el talante negociador y dialogante que siempre ha caracterizado a los socialistas a lo largo de la historia, ha hecho todo lo posible para formar un Gobierno. El problema ha sido con quién ha realizado más esfuerzos. Y aquí ha quedado patente que Sánchez, llegado el momento de decidir si apostaba por un acuerdo con un partido de centro-derecha como Ciudadanos o con las fuerzas de izquierdas, se decantó finalmente por firmar el famoso pacto con el partido de Albert Rivera que enervó a las fuerzas progresistas. Fue el momento crucial de todo este proceso, cuando el líder del PSOE se lo jugó todo a una carta buscando apoyos en el partido naranja, quizá dejándose llevar por las fuertes presiones internas de sus barones, que de ninguna manera querían un acuerdo con Pablo Iglesias, al que consideran un demonio radical.
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Sánchez debió pensar que si la moneda salía cara, quizá otras fuerzas como Podemos se sumarían finalmente al pacto con Ciudadanos, logrando una nada desdeñable cifra de 199 escaños, es decir, mayoría absolutísima para gobernar. Sin embargo, si salía cruz, la izquierda le daba la espalda y Sánchez perdía la batalla y probablemente la mejor oportunidad de toda su carrera para llegar a la presidencia del Gobierno. Lamentablemente para él, la moneda dictó sentencia, Podemos se negó a cualquier pacto a tres en el que estuviera Rivera y su sueño de ser presidente del Gobierno quedó frustrado, probablemente para siempre. Ahora queda en una difícil posición, cuestionado por los barones de su partido, ante unas primarias inciertas y con la incertidumbre de si los electores socialistas le premiarán o le castigarán por su arriesgada apuesta, que al final no ha traído el cambio político sino cuatro meses de tediosas e inútiles negociaciones que sirvieron para muy poco. El PSOE camina, más que nunca, sobre un alambre.

Pablo Iglesias. El líder de Podemos, como referencia y estandarte de la tercera fuerza más votada tras el 20D, ha sido quizá quien ha mantenido una posición ideológica más coherente a lo largo de estos cuatro meses de negociaciones. Siempre ha seguido una línea de discurso consistente y siempre ha mantenido la mano tendida a un acuerdo con el PSOE para formar un Gobierno de izquierdas a la valenciana. Si finalmente no se ha conseguido el objetivo no ha sido por culpa de Podemos, que en todo momento ha estado dispuesto a entrar en ese futuro Gobierno del cambio, sino porque el núcleo duro de la ejecutiva socialista sigue mirando con recelo a la formación morada, a la que considera como un competidor peligroso que le quiere comer la tostada por la izquierda. Resultaba chocante y un tanto extraño escuchar a Sánchez decir que le salían las cuentas pactando con Rivera, cuando solo sumaba 130 escaños, mientras que no le salían firmando con Podemos, lo que le daba 161 diputados, sumando los dos escaños de IU. Es innegable que la calculadora se le volvía loca al líder socialista, y hasta las matemáticas elementales fallaban cada vez que a Sánchez se le planteaba un pacto auténticamente de izquierdas. De esta manera, visto el viraje del PSOE a la derecha, Podemos sale sin duda reforzado como abanderado claro de la izquierda en España y quizá ese era el objetivo último de Pablo Iglesias. El líder “podemita” no podía firmar de ninguna manera un acuerdo en el que estuviera implicado Ciudadanos, porque eso era tanto como claudicar de sus propias ideas, traicionar a su electorado y hacerle un flaco favor a la izquierda. Ha hecho bien Iglesias en mantenerse firme en sus posiciones, pese a que indudablemente ha cometido errores de bulto durante estos cuatro meses, como marcar a las primeras de cambio una línea roja innegociable con el referéndum de autodeterminación de Cataluña, postularse vanidosamente como vicepresidente de un futuro Gobierno comandado por el PSOE y soltarse la melena con algunos chistes facilones dichos en sede parlamentaria que no venían demasiado a cuento. Pero tras este periplo azaroso, quién sabe si después del 26J Iglesias no ha dado ya el ansiado sorpasso al PSOE y se convierte en el primer líder de la oposición.

Albert Rivera. El máximo responsable de Ciudadanos ha jugado bien sus cartas y quizá haya sido, de los cuatro líderes involucrados en este episodio de las negociaciones, quien ha sacado más tajada y provecho del río revuelto. Su pacto con el PSOE fue un golpe de efecto que agradó a sus bases y despertó la curiosidad de una parte del electorado que no le había votado el 20D pero que empezó a ver a Rivera como un líder dialogante capaz de llegar a acuerdos y pactos incluso con partidos rivales. Ha sabido revestirse con el traje de hombre reformista y moderado para "camelarse" a Sánchez, cerrando así el paso a cualquier posibilidad de un pacto de izquierdas entre el PSOE y Podemos. La habilidad estratégica de Rivera para saber situarse en el lugar que más le conviene en cada momento, personal y políticamente, es un don que sin duda le rendirá éxitos en el futuro. Otra cosa es que su oportunismo político sea lo que más le conviene a España en este delicado momento. Sus propuestas neoliberales sobre economía y empleo no hacen sino profundizar en las políticas duras del PP que se han revelado inútiles para sacar al país de la crisis y el paro galopante. Si Iglesias quiere darle el sorpasso al PSOE, Rivera quiere dárselo al PP, y será apasionante estudiar detenidamente, después del 26J, cuántos votantes ha sido capaz de robarle el habilidoso Rivera, por la derecha, al indolente y pasota Rajoy.
Y por encima de todas estas consideraciones cabe hacerse una, quizá la más importante y primordial de todas: ¿irán los ciudadanos a votar el 26J o desencantados y estragados ante tanto fracaso y manipulación caerán en el pozo de la abstención?

 Viñetas: L'Avi y Becs

miércoles, 27 de abril de 2016

NOS LLEVAN A LAS URNAS

(Publicado en Diario16 y Revista Gurb el 27 de abril de 2016)

El tiempo es el mejor autor, siempre encuentra un final perfecto, decía Chaplin. Pero nuestros políticos, como malos guionistas que son, han dejado pasar el tiempo miserablemente y no han sabido (o no han querido) encontrar un final feliz para una comedia de enredo de cuatro meses que se nos ha hecho demasiado larga, tortuosa, indigesta. Aquí cada cual ha jugado a su propio juego: Rajoy a dejar que todo se pudriera en el fango panameño del PP; Sánchez a caballero con espada que iba a rescatar España de los dragones de la derecha (al final ha terminado engullido él mismo por un dragón de fuego naranja, o sea Ciudadanos); Iglesias se ha dedicado a hacer humor y a contar chistes fáciles sobre periodistas mientras preparaba el temido sorpasso al PSOE, maldito palabro; y Rivera ha jugado a tomar posiciones, a colocarse en Madrid, que es lo que quería la madre del chico cuando lo envió a Villa y Corte a hacer la carrera de San Jerónimo. En realidad nadie pretendía pactar con nadie, ni le interesaba lo más mínimo. El PSOE no quería nada con el PP de Rajoy El Indecente, ni el PP con los socialistas de la herencia recibida, ni Iglesias con el traidor de Sánchez, ni Rivera con los podemitas de El Coletas que quieren romper España, ni era viable el pacto a la valenciana, ni a la murciana, ni a la vasca o a la catalana con los independentistas, ni las cuentas salían, ni los escaños sumaban. Todo ha sido un despropósito, un imposible desde el principio hasta el final, un cuento de chinos que nos han querido vender falsamente como real, y ni siquiera el pacto PSOE/Ciudadanos tenía visos de prosperar porque solo ha sido una jugarreta de Rivera (en la que ha caído puerilmente Pedro Sánchez) para anular cualquier posibilidad de pacto a la izquierda. Hemos asistido a un gran montaje para mantener entretenido al pueblo mientras pasaba el tiempo y así, dejando pasar el tiempo, abusando de nuestro tiempo, es como los cuatro jinetes de la apocalíptica política española han llegado a la semana decisiva, crucial, sin intención alguna de formar un Gobierno. A falta de unas horas para que expire el plazo todavía simulan que trabajan mucho contrarreloj, que intensifican los contactos, que acercan posturas y ultiman negociaciones, y hasta se sacan de la manga un falso as de Compromís al que bautizan rimbombantemente como Acuerdo del Prado, un documento que no gusta a nadie y que es el típico pacto de izquierdas tantas veces prometido pero que nunca se firma, porque ya sabemos que la izquierda española es cainita y vive mayormente de liquidar al hermano del partido de al lado, ya sea comunista, socialista o feliz utópico. El Acuerdo del Prado, salvo sorpresa de última hora, no ha sido más que el epílogo del vodevil. Estamos pues en los minutos de la basura, de la prórroga y los penaltis, y nadie va a arreglar lo que no han arreglado en cuatro meses. Así que todo es una excusa para seguir jugando al despiste, marear la perdiz, embaucar al pueblo y hacerle perder el tiempo al Rey, con lo ocupado que está clausurando congresos sobre Cervantes, que es que hay uno en cada pueblo y no da abasto el hombre. Todo ha sido un gran juego de trileros, el día de los tramposos, una fabulosa pantomima y un teatrillo de varietés, porque el pescado ya estaba vendido desde un principio y lo cierto es que a nadie le venía bien un acuerdo con el vecino porque acordar significa ceder y aquí, en España, no somos de eso. El pescado se vendió enterito el 20D, cuando los españoles echaron la papela inútil en los confesonarios de la democracia, unos resignados, otros indignados, y desde ese momento los cuatro partidos se pusieron a trabajar duro no para lograr un acuerdo, sino para ir a una segunda vuelta, que es donde se puede trinchar al adversario político y sacar más tajada electoral. Han estado haciendo electoralismo desde el primer minuto, jugando a la guerra de trincheras, al desgaste, al gato y al ratón, pero todo era mentira y al final quien ha salido desgastado y asqueado de tanta maniobra calculada, de tanto tacticismo y tanta mascarada estragante ha sido, como siempre, el sufrido pueblo llano, que se hacía falsas ilusiones de librarse por fin de un presidente lleno de tics, de dislexias lingüísticas y de frenillos. Ninguno de los líderes, ni los viejos ni los nuevos, han estado a la altura de las circunstancias históricas, ninguno ha demostrado talla de auténtico estadista y ninguno se ha atrevido a coger España por los cuernos, porque España es como ese toro de mil quinientos kilos que han metido en el Teatro Real de Madrid para hacer el 'Moisés y Aarón' de Schönberg, un semental en principio pacífico y tranquilo pero que puede arrancarse a cornadas violentas a poco que las clases pudientes del palco VIP le toquen las castañas al morlaco. Así que después de infinitas reuniones estériles, después de miles de ruedas de prensa aburridas y unas cuantas investiduras abortadas que solo sirvieron para que sus señorías se pusieran el esmoquin de la boda, se tomaran unos cafelitos en el bar del Congreso y se preguntaran por las familias, el español de a pie sigue compuesto y sin Gobierno, eso sí, algo más cabreado, escéptico y pobre. De modo que si dios y Compromís no lo remedian en el último momento con alguna pócima mágica, estamos abocados a unas urnas burocráticas que no arreglarán nada. Felipe VI ha pedido que las elecciones sean rápidas para no alargar la agonía más de lo debido, y austeras para ahorrar en lo posible, no más de doscientos millones de euracos, nada, una broma, una propina, un botellón dominguero que no va a ninguna parte. El español es así, siempre gastándose lo suyo y lo de los demás. Nos han dado la brasa con el pacto imposible y a partir de ahora nos darán la brasa con unas elecciones reincidentes que solo servirán para alterar unos decimales el enquistado mapa electoral. Al final, nos espera más de lo mismo: otros cuatro meses de tedio; el día de la marmota; los escaños que no suman; la incompetencia de unos políticos a los que pagamos para que resuelvan problemas, no para que los generen; Rajoy soltando otra vez sus frases inconexas; las guerras internas de Sánchez con Susanita; Iglesias predicando la utopía imposible; y Rivera trabajándose un futuro en la Villa y Corte, que el muchacho no da puntada sin hilo. Para mí que al español ya se la suda bastante que haya o no haya segunda vuelta. Como nos vuelvan a llevar a votar por la fuerza no va a ir ni dios. Y si no, al tiempo.

viernes, 22 de abril de 2016

EL PATINAZO DE IGLESIAS



Ultimamente, cada vez que Pablo Iglesias abre la boca sube el pan. Esta vez la ha liado parda en la Complutense, y eso que jugaba en casa, entre sus fieles alumnos y compañeros de cátedra. Al líder de Podemos no se le ocurrió otra genialidad que empezar la presentación de un libro atacando a un periodista de El Mundo, al que calificó de "epistemólogo" (como si practicar la epistemología fuera algo denigrante, yo lo hago todas las mañanas, que va muy bien para la tensión) y tratando de ridiculizarlo ante todos cuando no venía a cuento. Ha sido un nuevo y grave error que no beneficia para nada la imagen pública de un político preparado e inteligente que con demasiada frecuencia se deja llevar por sus tics televisivos y sus chafardeos mediáticos. Iglesias debe entender que ya no es aquel chaval que repartía pasquines revolucionarios en el campus universitario, ni el ingenioso catedrático que se podía permitir el lujo de soltar alguna chanza desde el atril para amenizar una clase aburrida de politología, ni mucho menos el periodista de La Tuerka acostumbrado a lanzar diatribas contra el poder establecido. Iglesias debe meterse en la cabeza que ahora es un aspirante a presidente del Gobierno de España (mal que le pese a más de uno) y que debe medir mucho sus palabras, sus ideas, sus opiniones. No es propio de un aspirante a estadista con empaque abrir una rueda de prensa aludiendo al abrigo caro de una periodista, ni una intervención parlamentaria ofreciéndose como alcahueta para los romances de dos diputados, ni mucho menos andar por ahí repartiendo vídeos de series extranjeras más bien malas, cuando en España tenemos algunas buenas, véase 'El Caso', sin ir más lejos. Iglesias, si pretende llegar a la Moncloa algún día, debe moderar sus ramalazos de soberbia, sus modos autoritarios contra la prensa libre, sus chistes grotescos. Dicho lo cual, el plante que su actitud chulesca provocó entre los periodistas que se encontraban cubriendo el acto en el aula magna fue sin duda desproporcionado, excesivo, pueril. Un periodista es por definición un ser insensible, sin corazón, un lobo canalla con la piel curtida en mil batallas, y no puede echarse a temblar ni a llorar por las esquinas solo porque un político novato se mete con sus titulares o con su corbata, que para el caso es lo mismo. Esos periodistas que se levantaron en comandita y se largaron de la Universidad como un solo hombre, como un solo niño poseído por una pataleta incontrolada, en señal de protesta por las palabras erráticas de Iglesias, actuaron de forma corporativa, pero ese corporativismo deberían demostrarlo también en otras ocasiones mucho más trascendentes e importantes para la libertad de prensa y la democracia de nuestro país, como cuando Rajoy hace declaraciones a través del plasma, o cuando el ministro de turno se escaquea por los pasillos sin admitir preguntas, o cuando un escándalo de corrupción se zanja con un escueto comunicado sin derecho a réplica para hacernos quedar a los ciudadanos por tontos. A Iglesias lo que es de Iglesias, que deberá acostumbrarse a la crítica contra Podemos, sea buena, mala o mediopensionista, y al cuarto poder hay que darle también lo suyo, o sea, una crítica con todas las de la ley cuando los plumillas no estén acertados en sus portadas, sus titulares y sus opiniones. Esta vez ninguno ha estado a la altura: ni el político con sus bromejas de medio pelo ni los periodistas dando la espantada y haciendo mutis por el foro como marquesonas despechadas con sus rosas de pitiminí. Tendrían que haberse quedado allí para seguir dando cuenta de la noticia, que para eso les pagan. Y no desertar a la primera chorrada.

Viñeta: Igepzio

miércoles, 20 de abril de 2016

RATO, EL BUDISTA

(Publicado en Diario 16 el 24 de abril de 2016)

Lo dejó bien clarito, hace unos siglos, Buda Gautama: "Avanzando en estos tres pasos, llegarás más cerca de los dioses: Primero: Habla con verdad. Segundo: No te dejes dominar por la cólera. Tercero: Da, aunque no tengas mucho que dar". Rodrigo Rato lleva tiempo adiestrándose en la filosofía milenaria del budismo, pero por lo visto no le sirve de mucho porque ni dice la verdad (no se recuerda la última vez que soltó algo sincero), ni ha dominado su cólera (la lleva de serie desde que nos arreaba con el látigo de los recortes del FMI) y mucho menos ha repartido lo que tenía (sus bolsillos están repletos de tanto pillar, o sea que sigue igual de tacaño con los pobres). Por lo visto, R.R. se ha saltado unas cuantas lecciones del amigo Siddhartha y no ha pasado del primer cursillo introductorio gratuito. Debe haber hecho muchos novillos el bueno de Rodrigo y cuando llega la clase práctica de abrirse los chacras, él se abre discretamente y se larga al yate a poner el culo en remojo. Así claro, ni el mismísimo Dalái Lama que bajara del Himalaya haría de él un buen budista. Lo cual que Rato, pese a sus ímprobos esfuerzos por meterse en el rollo zen, no se entera mucho de qué va esta religión. Rato fue una piltrafa de católico que trincaba mientras el cura pasaba el cepillo en misa de doce y ahora es una piltrafa de budista, un budista de todo a cien, como esos muñecos regordetes, sonrientes y chapados en oro malo que se venden en los chinos y que se caen a trozos nada más ponerlos encima del aparador. Rato solo se parece a Buda en los michelines y en la calva, porque lo que es la teoría y la práctica la tiene algo olvidada de tanto desfalco, tanto Bankia fraudulento y tanto paraíso fiscal. En realidad, lo que le sucede es que está tan enganchado al dinero que de vez en cuando le pueden los remordimientos del karma sucio y en cuanto Rato tiene un rato se va de misiones budistas a Alicante, que no es un monasterio del Nepal precisamente pero da el pego con tanto yonqui de la Gurtel andando en bata blanca por ahí. Allí, para purificarse el cuerpo, come unas cuantas lechugas y rábanos y aspira el humo del incienso celestial (ahora se llama así a colocarse) después de tanto banquete y atracón internacional. Luego se sienta en el mullido cojín forrado de billetes panameños, hace la postura yogui de la flor de loto, se canta el pertinente 'om' para entrar en trance y se echa una siestecilla gorda, como diría El Fumi de José Mota. Más parafernalia que otra cosa, más tontería que profunda filosofía. Los monjes de las túnicas naranjas tienen mucho trabajo por delante si pretenden limpiar el alma fangosa de Rato, que está toda podrida de mentiras, de papeles de Panamá, de juicios oscuros y de billetes morados de quinientos. El budismo es una filosofía interior que exige meditación, abandono cósmico, paz y trascendencia espiritual, pero la verdad, no vemos muy preparado a Rato, que todavía está demasiado en sus cosas, demasiado pegado a los bienes materiales, mayormente a la pasta gansa de Bankia y a su tarjeta black, que desde que fue cazado por los de la UCO duerme con ella debajo de la almohada para que no se la quite Montoro. A R.R, cuando le llegue la hora de la reencarnación, no escogerá reencarnarse en perro, ni en mono, ni siquiera en rata, que es su animal simbólico, sino otra vez en Rato, porque en ese cuerpo serrano se vive como dios por toda la eternidad. Rodrigo quiere llegar a santón, levitar, levantarse unos lingotes de oro por telepatía y poder mental, pero al final no es más que un pobre hombre que debido a sus vicios y errores va reencarnándose una y otra vez en sí mismo en una especie de gran déjà vu cósmico, clónico, cíclico para infortunio de la humanidad, que tiene que soportar una sucesión desgraciada y nefasta de muchos e infinitos Ratos, quizá demasiados, a lo largo de la historia. Franco se llevaba a sus ministros de ejercicios espirituales al Valle de los Caídos; Rato es más moderno, avanzado, religiosamente progre. Él quiere ser un buen budista, parecerlo al menos, solo que no se puede estar en misa nepalí y repicando en Panamá. Vamos, que el chico no tiene ni madera ni alma. Ya lo dijo Buda.

JUEGO DE PATRIOTAS



Los papeles de Panamá están arruinando las brillantes carreras y florecientes reputaciones de un buen ramillete de políticos, intelectuales y artistas que iban de dignos por la vida pero que, tal como se está demostrando ahora, no cumplían con sus obligaciones fiscales. No es cuestión de entrar aquí a analizar el comportamiento legal y moral de todos y cada uno de los personajes implicados en esta historia turbia de escala mundial. Sería imposible, dada la cantidad de presuntos implicados repartidos por todo el orbe. Algunos de los afectados, como Pedro Almodóvar o Imanol Arias, ya han pedido disculpas por sus supuestos tejemanejes en el paraíso fiscal panameño (pese a que, no lo olvidemos, no son políticos ni funcionarios públicos ni están obligados a dar explicaciones a los ciudadanos sobre su comportamiento personal) y han admitido que cometieron un error cuando estamparon su firma en empresas opacas cuya única finalidad comercial es defraudar a la Hacienda pública española. Hasta Bertín Osborne, el excachas y racial intérprete melódico, ha optado por cantarlo todo públicamente, como si de una mala ranchera se tratara, y admitir sin tapujos ni coartadas que fundó una offshore solo para pagar menos impuestos: "Lo hice porque me dio la gana, como hace todo el mundo". Punto pelota. Con un par. Sigue siendo el Rey, como diría en una de sus rancheras.
Asumir errores y culpas sin ambages ni excusas imposibles es el primer paso para regenerar la imagen personal de un personaje público, si es que la imagen de alguien puede ser regenerada tras ser pillado in fraganti haciéndose lo que podríamos calificar como un "simpa" planetario. Pero parece que nuestros políticos, una vez más, no están sabiendo estar a la altura. Nos referimos, entre otros, al ya dimitido ministro de Industria, José Manuel Soria, cuya firma sospechosa de puño y letra aparece estampada en las actas de UK Lines, una de las empresas fantasma que han sido detectadas. En las últimas horas, el ministro había dado diferentes versiones al respecto para tratar de salir del atolladero, explicaciones a cada cual más increíble, surrealista e inverosímil que la anterior. Desde que fue pillado con el tráiler del helado (lo del carrito se le  queda pequeño ya a nuestros políticos), el señor Soria ha ido pasando por diversas fases explicativas que no han hecho sino ir enterrando paulatinamente su ya maltrecha credibilidad. Cada excusa que daba Soria era una palada más de mentiras en esta historia, mientras sus compañeros del Gobierno y del PP no daban crédito y pedían su dimisión con la boca pequeña en los pasillos del Congreso, también conocidos como M-30 por la saturación de políticos que circulan por allí. En un primer momento, Soria dijo que no sabía ni recordaba nada de la empresa panameña en la que él y su hermano figuraban como administradores, como si su firma plasmada en las actas hubiera aparecido allí por arte de magia o por ciencia infusa; horas más tarde, y ya con los humos más rebajados por el aluvión de noticias sobre sus extrañas actividades en el extranjero, aseguró que esa rúbrica no era realmente la suya (probablemente alguien se la había usurpado o falsificado mientras dormía, como si un ministro firmara con la equis del paleto y fuera tan fácil copiarla) y que todo se debía a un lamentable error de Mossack Fonseca, el abogado fontanero que arregla el tema a la biuti para no pagar impuestos. En realidad Fonseca no ha dicho ni mu sobre los asuntos de Soria, lo cual que ha dejado tirado al ministro; y por último, una vez que se vio acorralado, y en un acto de cobardía bochornosa que pasará a los anales del parlamentarismo patrio, terminó echándole el muerto a su padre fallecido, al atribuirle la responsabilidad en la creación de esta sociedad pantalla. Aquí, cuando un político no quiere saber nada de un asunto escabroso, le echa la culpa al muerto, sea el padre o un tío que está en Graná, y a otra cosa butterfly. Por lo visto, tener un tío en Graná no sirve de ná, pero tenerlo en Panamá parece que sirve todavía menos, ya que los de la UCO son avezados y astutos echando el guante y siempre le acaban cogiendo a uno las trampas y desfalquillos. De modo que Soria creyó que con echarle el muerto al muerto, en este caso al padre occiso, era más que suficiente para evitar comisiones parlamentarias inconvenientes, investigaciones periodísticas urticantes y murmuraciones incómodas de los rojos podemitas. Pero lamentablemente no es así. Los muertos no pueden taparlo todo. Los muertos bastante tienen con estar muertos, que es una faena y además no puedes defenderte por ti mismo. Bromas aparte, podemos decir que el ministro ha mentido no solo una vez, sino hasta tres veces, si no más. Su dimisión de las últimas horas ha llegado tarde y mal. No solo ha quedado como un evasor fiscal, sino lo que es mucho peor, como un mentiroso compulsivo. Y todo por aferrarse al cargo, todo por tratar de escurrir el bulto hasta el final. Lo malo es que el bulto era tan grande que no había forma de esconderlo.
Al menos Mario Conde, otro célebre encarcelado en los últimos días (a este paso no va a haber cárcel para tanto golfo) no engañaba a nadie porque iba de moroso mayor de España con pazo de lujo y campo de golf y ejercía de ello, qué pasa. Conde iba en plan chulo, descarado, sin tapujos ni pudores, y hasta se permitía subirse al púlpito de Intereconomía cada noche para echarnos una charlita y decirnos que quien no tiene una offshore es que es un "hortera". A Conde, cada vez que se marcaba una tertuliada televisiva, todos le hacían la ola y hasta le hacían palmas con las orejas. Mario se ha quedado con el personal durante todos estos años, se ha reído del Gobierno, de la Justicia, del pueblo. Mario ponía la pistola humeante a la vista de todos, tras pegar el atraco, y nadie se atrevía a meterle mano a las cuentas suizas, porque para eso era el amiguito del alma del Rey, te quiero un huevo. Pero Soria no, Soria tiene una doble personalidad jurídica y física, ha engañado a los ciudadanos y lo ha hecho de la peor manera que lo puede hacer un hombre íntegro: culpando de sus negocios pasados a papá, diciendo que todo el papeleo societario lo llevaba el progenitor y la Fiscalía que le pregunte a él que está en el cielo. Ya estamos acostumbrados a que nuestros políticos pongan las excusas más peregrinas cuando son cazados en un renuncio o asunto oscuro. Carlos Fabra, sin ir más lejos, decía que sus ganancias ilegales se debían a que cada año, religiosamente, le tocaba la lotería hasta cuatro y cinco veces. Qué culpa tenía él de tener buena mano con el juego. Jordi Pujol alegó que la inmensa fortuna que había amasado en el paraíso andorrano se debía a la herencia de su padre, "el abuelo Florenci", pese a que el anciano no tenía ni una perra gorda en el bolsillo, más allá de un antigua masía que se caía a trozos y un viejo mastín de los Pirineos tísico, pulgoso, atado a la puerta; y el mismísimo Bárcenas, quien por cierto se está comiendo sus marrones y los de todos, atribuyó los lingotazos de oro suizo que le salían por doquier a sus trabajos decentes como emprendedor, pese a que todo el mundo en el partido sabía que el bueno de Luis no había emprendido nunca un mal negocio de pipas y que toda su fortuna clandestina se debía más bien a los sobres que corrían por Génova 13 como pollos sin cabeza. Hablando de cabezas, todas estas mentirijillas de Soria le han costado la testa sin ninguna duda, ya que voces autorizadas del PP como la de la dama de hierro, Espe Fitipaldi Aguirre, ya había avisado de que estaba con la escopeta presta y cargada, o sea esperando explicaciones del ministro sospechoso a la mayor brevedad posible. Como si fuera fácil explicar todo este embrollo, estará pensando Soria, como si fuera fácil explicar tan complejo entramado de empresas interpuestas, papelamen falso, sociedades fantasma y testaferros de Mossack Fonseca a los que ni él mismo conocía. No se pase señora Aguirre, que este lío empresarial no lo entiende ni la madre que lo parió, no lo saben explicar ni los economistas de Georgetown que le dieron la medalla de oro a Aznar, quien por cierto ahora ha sido multado por Montoro por hacer sus pinitos en el mundo fugaz de la evasión. "El que no se haya puesto al corriente con Hacienda que se vaya dando prisa", ha dicho el ministro de Economía en un ejercicio de suicidio político sin precedentes. Poniendo multas al jefe y cabreándolo no llegará San Cristóbal a los altares del Senado, ni a los de Bruselas, ni mucho menos a cobrar una jugosa pensión tras pasar por la pertinente puerta giratoria.
Evasión. Evasión o victoria. Ese era el lema, la máxima con la que han actuado tantos cargos públicos del PP que como ángeles caídos se han ido perdiendo por los paraísos mortales de la corrupción. Todos eran muy patriotas pero a la hora de cumplir con Hacienda todos se comportaban como el más ruin de los traidores. El tema de Soria, si lo tiene que explicar doña Señora Finiquito, o sea la Cospe, terminamos todos con migrañas y sin aclarar nada. Lo de Soria mejor que nos los explique Chiquito de la Calzada, que algo en claro sacaremos.

Viñeta: Igepzio

miércoles, 13 de abril de 2016

EL HURACÁN DE PAPEL

Las máscaras de los poderosos van cayendo en todo el mundo, como hojas marchitas, arrastradas por el ciclón de Panamá. Vargas Llosa le echa la culpa a la prensa amarilla, la misma excusa que pone Pilar de Borbón, ociosa hermanísima del exrey. Bertín Osborne se pone chulito en El Hormiguero ("yo no soy asesor ni pollas") y le tira todo el muerto a su gestor. El ministro Soria insiste en que alguien le ha usurpado el nombre y la firma para colocarle una opaca a traición. Qué mala gente hay por el mundo, mira que intentar engañar a un ministro, él que nunca embauca a nadie. Palabras. Palabras vacías que no pueden tapar tanta mentira, tanta hipocresía, tanta inmundicia. Por lo visto nadie sabía nada ni se enteraba de nada, todo se dejaba en manos del asesor aficionado o del cuñado testaferro (siempre hay un cuñado para hacer el trabajo sucio) y luego se firmaban los contratos con la nariz tapada y una venda en los ojos. Pero el mundo es un pañuelo y aquí nos conocemos todos, no hay lugar para esconderse de unos periodistas alegres y animosos que están desempolvando las sastrerías oscuras de Panamá, que ya lo vio venir John Le Carré en su magnífica novela. Los patriotas de gorra y llavero se van quedando en pelota picada mientras los reporteros les airean las vergüenzas fiscales. Cada día aparece un nombre nuevo, otro apellido ilustre que termina con sus huesos nobles en la Bastilla de la Sexta, único tribunal de justicia que todavía funciona como dios manda. Hoy ha sido Bertín, ¿quién será mañana, el vecino del quinto, el oso Yogui de Zarzuela, papá Pitufo que pitufaba mucho por Valencia? Los papeles de Panamá van pasando de mano en mano, de periódico en periódico, recorriendo la Tierra como la pólvora, como una tormenta imparable que lo arrasa todo y pone a cada aristócrata del dinero en su sitio.
Al final es muy posible que tanto papel quede en papel mojado, como suele ocurrir con los poderosos, pero al menos a partir de ahora sabremos quién es quién cuando salgan en la televisión cacareando sus nobles principios éticos y sus elevados ideales morales. Montoro, el hombre, se esfuerza mucho en demostrar que el Gobierno se está aplicando con mano dura contra los evasores, solo que después de tantos años de impunidad, de tapaderas, de empresas-fantasma y maquillajes tributarios, ya no cuela. Otro cuarto de lo mismo le pasa al ministro Catalá, quien en el colmo del descaro llega a decir que Panamá no es un paraíso fiscal, sino una “cultura jurídica distinta”. Empiezan pues los eufemismos, las bromas de mal gusto, las palabras huecas y las comedietas berlanguianas para defender lo indefendible: que una estirpe de ricos, de riquísimos, de ricos de solemnidad, nos estaban chupando la sangre y la vida mientras los desahuciados saltaban por las ventanas, los abuelos sufragaban el biberón de los nietos y los parados mendigaban un subsidio escuálido por las esquinas. ¿Cuántos hospitales se hubieran podido construir con el dinero escondido en Mossack Fonseca, cuántas escuelas, cuántas comidas calientes se podrían haber cocinado en tantos hogares hambrientos?
Desde que llegó la democracia, cada vez que un Gobierno ha anunciado una reforma fiscal solo ha servido para calcar al pobre, para meterle el paquete al currito, al atrapado por la nómina, mientras el rico y sus familias de rancio abolengo seguían tostándose las carnes morenas en las playas vírgenes del Caribe. Aquí cada vez que se ha intentado una nueva ley tributaria para cazar al defraudador ha terminado pagando el pato el mismo, el asalariado, el paganini que vivía pegado al cerdito hucha con cuatro pesetas oxidadas y una amargura vital, existencial. Al final, ante tanta desidia y paripé, ha tenido que ser un consorcio de heroicos periodistas de investigación quien haga el trabajo que tenían que haber hecho los jueces, los fiscales, la Policía. Solo había que seguir el rastro del dinero, como decía Garganta Profunda. Tan sencillo como eso. La diferencia entre el rico y el pobre es que el pobre busca el dinero desesperadamente, sin conseguirlo, mientras en el caso del rico es el dinero el que lo busca a él. El rico de pura cepa nace, no se hace, viene de cuna genética, de bodega con solera y ganadería milenaria, como Bertín, por mucho que nos hayan contado el cuento del Gran Gatsby, del sueño americano y las leyendas mitológicas sobre el self-made man. Un nuevo rico es solo un pobre con dinero ocasional, transitorio, esporádico; la mayoría de las veces el nuevo rico suele terminar en la ruina por manirroto o por su mala cabeza o porque sus hijos le salen rana y juerguistas y no quieren seguir con el negocio familiar del ladrillo o del tomate, que por lo visto era la tapadera del ministro Soria. El auténtico millonario genealógico es el que siempre lo fue y siempre lo será, por los siglos de los siglos, el que lo ha sido desde que el mundo es mundo, desde que su tatarabuelo, el señor medieval, se cobraba la pernada con las sirvientas. El rico de verdad, el rico pata negra, es el que ha estado ahí eternamente, como la Giralda, la Cibeles o el toro de Osborne; es el que sabe que ha heredado el mundo y que lo transmitirá imperialmente a sus vástagos desde sus doradas y mullidas poltronas en las Islas Vírgenes, Bahamas o las Caimán. La Sexta nos está haciendo pasar ratos muy agradables y divertidos con el juego del Quién es Quién, jugando al gato y al ratón evasor, poniendo nombre y apellido a estos honrados estafadores que en realidad no pasan de ser cuatro cantantes, actores, deportistas y políticos que han hecho carrera y algunos millones mientras los verdaderos dueños de la logia masónica del mundo, los del Club Bilderberg, siguen en la sombra, riéndose con el espectáculo. Mucho nos tememos que después de este vendaval panameño de papelorios y escandalazos todo quedará en nada y la cosa seguirá como siempre. Usted y yo, sufrido lector, a cumplir religiosamente con nuestra señora Santa María de la Hacienda Pública y el Bertín de turno a ponerse el culo a remojo. En Panamá, of course.

 Viñeta: Artsenal

lunes, 11 de abril de 2016

EL MAL DEL SEÑOR CONDE


Mario Conde, ese pájaro descarriado de las finanzas, vuelve al lugar de donde nunca debió haber salido. Al chabolo, a la trena, a la jaula. Ahora los picoletos lo han cazado trayéndose la pasta de Banesto que guardaba tan celosamente en las cloacas de Suiza. Conde es un cleptómano compulsivo que no se reforma fácilmente ni madura, un caso perdido, por mucho que vayan pasando los años y los gobiernos. Como cualquier enfermo crónico, Mario tiene sus recaídas graves, sus síndromes de abstinencia, y no puede salir del tema porque sigue enganchado. Parecía que el gran arquitecto de esta España del pelotazo lo tenía superado, que quería rehabilitarse de verdad, quitarse del vicio, dejárselo de una vez, y por un momento estuvo a punto de convencernos de que era un hombre limpio, un hombre nuevo. Se le veía tan bien de aspecto, con su cara dura, tersa y operada, tan perfumado e impoluto, tan envarado y lozano, como siempre ha sido él, que no sospechábamos nada. Parecía llevar una nueva vida, sana, ordenada, blanqueada, sobre todo blanqueada, con sus libros escritos por el negro y sus terapias de grupo en los alcohólicos anónimos de Intereconomía. En ese púlpito televisivo ultrafacha, sórdido y cutre, Mario se movía como piraña en el agua, como piraña entre otras pirañas, alegre y confiado, en plena forma, impartiendo clase y doctrina sobre honestidad política y moralidad económica. Se le veía tan bien, tan recuperadito. Pero no, ha vuelto a las andadas. Ha sido un mazazo, un golpe duro para el mundo de la mafia neoliberal. Mario no lo ha superado, no está curado del todo, sigue colgado como el yonqui a sus tachuelas, con el mono del delito metido bajo el Armani de mil pavos, con el jaco del dinero corriendo por sus venas, tan bravo y cimarrón como siempre. Mario es un toxicómano del parné y dejarse el vicio de la pasta es mucho más difícil que dejarse el alcohol, las mujeres o la coca. No hay droga tan fuerte y adictiva como el dinero y hasta el ministro Soria parece haber caído ya en el cuelgue fatal de los paraísos caribeños. Durante todos estos años, el señor Conde, amigo de reyes y rey de los amigos, ha pretendido engañarnos, convencernos, hacerse pasar por hombre reformado que dejaba atrás su existencia prófuga de antes, su pasado oscuro, la mala vida. Empezaba otra vez, renovadas ilusiones, nuevos proyectos, nuevas empresas, Hogar y Cosmética, mayormente. Un futuro. Ahora sabemos que había más de cosmética que de hogar, más de imagen y fachada que otra cosa. Mario siempre fue un fashion victim, el gusto por el maquillaje (facial y financiero) la máscara, el dandismo, los cuellos de camisa almidonados y los gemelos de oro. Toda esa parafernalia del gran Anticristo engominado de la banca. Creíamos que estaba rehabilitado, desintoxicado, limpio. No era así. Ha engañado a la Justicia, a los psiquiatras del tribunal médico que le hacían el seguimiento semanal, a los yuppies que en los ochenta lo encumbraron a los altares de los negocios y a las flamantes cátedras de Derecho. Por un momento creímos que este Mario era otro Mario, pero a las primeras de cambio, en cuanto lo dejamos un minuto a solas, se nos echa a la calle, se nos coge un jet privado y se nos pierde por los callejones de Zurich, temblando, salivando, tosiendo, buscando ansiosamente un camello de guardia de la banca suiza que le meta una inyección de capital letal por vena, un chute de dinero negro que le calme el vicio y lo devuelva nuevamente a la vida. Mario no tiene remedio ni redención posible, morirá como ha vivido, al margen de la ley, al límite, trincando a tope, como ese pistolero del Far West que siempre vuelve al lugar del duelo, como ese sicario que va asaltando bancos y Banestos a punta de revólver, siempre de casino en casino, de palo en palo, de golpe en golpe, con las alforjas llenas y huyendo del sheriff. Mario es un killer de las finanzas, un banquero a sueldo del mal, y siempre lo será. Si la cabra tira al monte y el yonqui tira a la farmacia nocturna repleta de trankimazines, Mario tira a la sucia Suiza llena de fondos buitre y buitres que tocan fondo. ¿Qué mal escondes, Mario Conde? ¿Dónde están los quince kilos de Banesto que te apestillaste? Nunca debimos haberlo dejado solo. Le tendríamos que haber puesto un preso de apoyo que lo siguiera día y noche, un escolta full time, un ángel o enfermero que lo vigilara a todas horas para que no cayera de nuevo en el turbio vicio del desfalco. Una pulsera con chip electrónico. Ahora ya es demasiado tarde. Pobre diablo. Lo hemos perdido para siempre.

LA GRAN MENTIRA DEL MUNDO


Al final, la gran exclusiva mundial sobre los papeles de Panamá ha servido para demostrar un hecho tan viejo como el mundo: que los ricos ocultan su dinero allá donde pueden para que no caiga en manos de los pobres. En el Neolítico, los jefes de la tribu ya metían los granos de trigo debajo de las piedras; los griegos lo guardaban en el Tesoro de los Atenienses, primer banco de la Historia; la Iglesia fue la gran banca de la Edad Media, con diezmos y todo; en el Renacimiento los comerciantes venecianos movían el parné del Mediterráneo y Delaware fue el primer paraíso fiscal moderno para los peces gordos de la Calle del Muro, que en realidad es lo que significa Wall Street. El muro, de madera y lodo, lo levantaron los colonos holandeses para protegerse de los indios y luego plantaron un árbol al pie del cual se reunían banqueros y especuladores para cerrar sus negocios. Desde entonces la humanidad no ha hecho otra cosa que ir levantando muros de norte a sur. Quiere decirse que refugios para el dinero prófugo y fácil como Panamá siempre los ha habido y siempre los habrá. La novedad no está tanto en la noticia de que hayamos destapado a las empresas opacas que nos birlaban las divisas, sino en que hemos puesto nombre y apellido a los caraduras. Pedro Almodóvar (éste me ha dolido), Pilar de Borbón (me lo esperaba, había antecedentes de grave parasitismo borbónico y urdangarinesco), Leo Messi (el de Rosario ya apuntaba maneras en el manejo del regate traicionero), Arias Cañete y los Pujol (tampoco nos sorprende, estos están en todas las salsas) y otros muchos, son solo puntas de iceberg en ese oceáno infinito y hediondo que es la condición humana. Muchos se jactaban de ser gentes honradas y honestas, y hasta se permitían el lujo de darnos lecciones de moralidad y patriotismo cuando en realidad estaban practicando el bandolerismo internacional organizado y el ladronismo a gran escala. Intelectuales de primera fila que pasaban por ser la conciencia crítica y libre de Occidente ante los abusos e injusticias, políticos en apariencia respetables que conminaban al pueblo a apretarse el cinturón y a pagar religiosamente sus impuestos mientras ellos metían la pasta, a buen recaudo, en la cueva segura del offshore de ultramar, y deportistas que de cuando en cuando organizaban filantrópicos partidos de fútbol para acabar con el hambre en el mundo, eran en realidad cacos alevosos y nocturnos con saco y antifaz. Toda esta gente, todas estas familias y aristocracias del gran orbe, llevaban una doble vida, una doble moral y una doble contabilidad. Grandes discursos y soflamas sobre la honradez y la dignidad humanas durante el día; infamantes operaciones financieras en la clandestinidad de la noche. Desde las clases sociales más elevadas a las políticas, pasando por las elites culturales y las deportivas, parece que todos participaban de esta gran evasión, de esta conjura de necios, de esta estafa global, causa y origen de todos los males que aquejan a la humanidad. Con la boca grande predicaban los nobles valores humanistas como la dignidad, la solidaridad, la honradez y la justicia social, pero con la boca pequeña mantenían trato y negocio con los consultores mefistofélicos del fraude, la ratería, el desfalco y el saqueo. La exclusiva de los papeles de Panamá, vendida por La Sexta bajo el sello de gran primicia trabajada por miles de periodistas de todo el planeta (por cierto, vaya exclusiva cutre que todo el mundo lo sabía) ha puesto a cada uno en su sitio. A partir de ahora, cuando vengan a darnos clases de moralidad en alguna película o libro, cuando nos salgan con el falso e hipócrita sermón en algún discurso parlamentario o en alguna rueda de prensa pos partido, ya sabremos quiénes son en realidad. Los ingenieros, arquitectos y aparejadores de la gran mentira del mundo.

Ilustración: Igepzio En Viñetas

lunes, 4 de abril de 2016

CHUS


Ha muerto Chus Lampreave, una de esas actrices españolas que, a falta de belleza y glamour, triunfaron con su carácter, trabajo y talento. Chus fue historia del cine español, de ese cine que hizo la travesía milagrosa desde el landismo postfranquista de suecas y Benidorm de los sesenta hasta la alfombra roja de Hollywood. Fue el nexo de unión entre el costumbrismo hispánico y la modernez de neón de los ochenta simbolizada por Paco Clavel con su lata de aceite por sombrero. Nos hizo reír mucho Chus con su humor entre negro e inteligente, entre rural y marujón, siempre bien dirigida y asesorada por nuestro Woody Allen castizo, que es Pedro Almodóvar. Echaremos de menos a esta actriz frágil y diminuta que siempre fue octogenaria, una anciana marchosa que con ese gracejo innato era capaz de soltar sentencias legendarias como "paso total de vosotras, me aburrís" o "lo siento señorito, pero soy testiga de Jehová y mi religión me prohíbe mentir". Chus recuperó giros y frases hechas que antes solo se escuchaban en los velatorios de Albacete, como "perdularia, que eres una perdularia", o "en su casa hasta el culo le descansa", o "qué cara de Sota tiene la Sole". Rossy de Palma, otra fea de lujo a la que llama "cara de ladilla" en la Flor de mi secreto, la echará sin duda de menos porque era como su madre en el cine y en la vida real. Se codeó con chupa de cuero con la fauna de la movida como si fuera una quinceañera rebelde, pese a que tenía más años que Matusalén, y siempre estuvo genial y creíble entre los macarras, travelos, yonquis, maricas, putas y monjas descarriadas del enloquecido y lumpen mundo almodovariano. Chus fue chica Almodóvar, pero no de esas que van de divas o glamurosas por el mundo, ni de las que ganan leones y óscars, sino de las otras, la vecindona del entresuelo, la portera de cubo y fregona y la cotilla a la que se le caen las bragas al suelo cuando ve a Banderas entrando por la puerta. ¿Quién no ha tenido una tía-abuela con la toquilla de lana y las gafas de culo de vaso que era clavadita a la Lampreave y que te ofrecía té con pastitas en esas tardes de domingo insufriblemente franquistas? Chus levantaba las películas de Pedro que no funcionaban con un par de sketches hilarantes, tenía un don natural para el cine, y solo por ese par de minutos antológicos merecía la pena pagar la entrada. Ella no interpretaba un papel, era real como la vida misma, de carne y hueso, y de haber nacido en Estados Unidos habría sido el ama de llaves de Rebeca y de haberlo hecho en Italia sería más grande que la Magnani y habría llenado su vitrina de estatuillas de oro. Con ella se va una parte de nuestras vidas, la movida juvenil, la España de los felices ochenta, la del felipismo, el tecno, el amor libre, el porro y la litrona. Aquí nunca se la reconoció lo suficiente, porque siempre fue secundaria, vieja y fea. Somos así de cutres. "Si no está en el cielo, ni en el purgatorio, ni en el infierno, ¿dónde coño está Paulino?", dice con gracia y salero en una de sus películas, ya no recuerdo cuál. Ahora ya está con él. Con su Paulino.

MARIANO Y LA MONCLOA


El presidente del Gobierno ya no sale de la Moncloa, lo ha dicho tal que anoche en su entrevista con Jordi Évole, ese reportero con alma de Bob Woodward y sonrisa irónica y descreída de Charlie Chaplin. Ahora se entiende todo, ahora lo comprendemos perfectamente. El presidente apenas sale de casa, no se relaciona con sus paisanos, no va a comprar cada día el pescado, como muy bien hace Ada Colau, una dirigente mucho más normal que él. Y así claro, no se entera de lo que está pasando en el país. Para el presidente del Gobierno, España es una gran nación puntera con muchos aeropuertos y muchas carreteras y muy carreteras. Solo que habría que decirle que ésta ya no es la España potente del G-20 de otros tiempos. Mariano no se cosca de la ruina del país porque no sale, no se mezcla con sus súbditos, lo cual que se pasa los días encastillado en la Moncloa, entre bosques mudos de pinos silenciosos, chicharras mesetarias y los bonsais de Felipe, que alguno queda todavía en la Moncloa como testigo de la Historia. Para Rajoy, en España tenemos la mejor Sanidad del mundo, pero los hospitales no tienen para vendas ni bisturíes por culpa de sus malditos recortes, que es que desde que se habla con la Merkel gasta menos que un ciego en novelas. Para Rajoy, en España tenemos un sistema de pensiones que es la pera limonera, solo que nuestros abuelos ya están exprimidos a tope y no tienen ni para tabaco después de que se lo hayan dado todo a los hijos y nietos para que puedan comer. El presidente, lo dijo él con toda su face, cree que nadie cobra el salario mínimo en España y que estamos todos nadando en la abundancia, con unos sueldazos de impresión que ni Rita Caloret, unos tarjetones black que no nos caben ya en el bolsillo y el Mercedes con la banderita rojigualda aparcado en la puerta. Rajoy no se entera de nada porque no sale a la calle a preguntar, a airearse un poco, a hacer algo de vida de social, y prefiere quedarse en la casa cuartel de Moncloa, como un general retirado, como un cartujo en el monasterio de la Historia, esperando que caduque su tiempo, su legislatura funcionarial, aguardando que suene el timbre y aparezca un periodista bajito y avezado con una tablet y un impermeable de proleta de la pluma dipuesto a sacarle los colores y a afearle sus trabalenguas grotescos, ridículos, vodevilescos. "Uno no puede enterarse de todo lo que pasa en España, don Jordi", le confesó al presentador de la Sexta. De todo no, eso ya lo sabemos, pero al menos debería enterarse de algo de vez en cuando, porque Mariano no se entera de que Puigdemont ha dado un golpe de Estado en Cataluña, ni de que Bárcenas y los pitufos valencianos se estaban llevando hasta las cortinas del partido, ni de que Espe Aguirre anda por los pasillos de Génova choteándose del jefe. Mariano, por no saber, no sabía que la sede del partido se levantaba con dinero negro y escamoteando el IVA, pero el hombre es feliz así, ignorante, happy flower, sin que nadie le moleste ni le informe, ocultándose en su despacho de la Moncloa de un blanco quirófano donde es más difícil encontrar un libro que un hombre honrado en el ayuntamiento de Valencia, viviendo en paralelo a los problemas de España, como él dice, y sin coger nunca el toro por los cuernos. Mariano vive apartado en su palacio de ladrillo barato, del que no sale nunca más que para echarse su carrerita mañanera o para bajar al pueblo a comprar el Marca o para acudir a una de esas fastidiosas e inútiles cumbres de Bruselas sobre refugiados, donde no hace otra cosa que bostezar y asentir con la cabeza, como una marioneta que no entiende nada, cuando le hablan en inglés. Mariano mata el tiempo como puede y ya solo piensa en clave de nuevas elecciones, en renovar la plaza registral de presidente otros cuatro años más, y en no tener que dar la espantada ante el rey por segunda vez. Es el síndrome Moncloa, que todo el que lo contrae, como un mal virus, lo vuelve taciturno, autista, ausente. Para mí que a Mariano le pinchan en el brazo con una aguja y no sale sangre, sino horchata. Horchata marca Gurtel.

sábado, 2 de abril de 2016

PASEO ROMÁNTICO POR LAS CORTES

Pedro y Pablo ya son pareja. Se quieren, se aman, se desean. La política hace extraños compañeros de cama. Primero se tiran los trastos con cal viva a la cabeza y al rato hacen las paces con paseo romántico por Recoletos. Solo les faltó cogerse de la mano, en plan Pimpinela, y sellarlo todo con un buen revolcón junto a los estanques del Retiro. Ha nacido algo bello, ha nacido el amor. Los pajarillos cantan, las nubes se levantan, la primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido, aquello que decía don Antonio. Un Gobierno nos ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Fue un amor tortuoso y trabajado, no un simple flechazo. Amar significa querer amar. Los novios se citaron bajo los leones de San Jerónimo. Pablo le regaló un libro a Pedro: historia del baloncesto en España. A Pedro le pilló de sorpresa, se le pasó lo del regalo. Un descuido, un despiste, pero le hizo ojitos, le va el rollo. En una pareja siempre hay uno que ama más que el otro, qué se le va a hacer. Debe ser muy importante y trascendente la historia del baloncesto, mucho más que la historia de España, cuando dos estadistas asientan los pilares del Gobierno sobre ello. Cosas de pareja, entre ellos se entienden. Los enamorados crean su propio universo secreto, apartado, impenetrable para el resto de la gente. Antes los novicios del amor se regalaban encendidos versos de Bécquer; ahora se obsequian con tochos intragables sobre el noble arte de la canasta, mamotretos de mil páginas que no dicen nada pero que hacen bonito en la estantería. Son los signos de la nueva política, los tiempos líquidos que nos ha tocado vivir donde todo es ligero, liviano, banal. Ya no hay derechas ni izquierdas, ni arribas ni abajos, ni chichas ni limonás. Hoy te quiero, mañana no. Se impone el tuiterío barato, los focos, el postureo. "Me ha herido recatándose en las sombras / sellando con un beso su traición / los brazos me echó al cuello y por la espalda / partióme a sangre fría el corazón", decía el maestro Gustavo Adolfo. Qué bonito es el amor que todo lo puede, qué bello es que hasta es capaz de lograr lo imposible: endulzar el corazón de Pablo forjado con el hierro bravo de los cañones soviéticos; dulcificar el alma huraña y resentida de Pedro. Pablo y Pedro. Pedro y Pablo. Ya son solo uno, uña y carne, culo y mierda. Ya se quieren, ya se aman, aleluya, aleluya, levantemos el puño y los corazones, cantemos la Internacional. Atrás quedan los desplantes, las injurias, los agravios. Qué importa el orgullo cuando está en juego el trono de España. Juego de tronos, qué gran culebrón venezolano, qué gran metáfora de esta España hundida y sin gobierno. Dicen los analistas de las mañanas que todo es puro teatro, sainete de enredo, comedia sofisticada de altos vuelos en plan Lubitsch, con sus frivolidades y puertas que se abren y se cierran, con sus teatrillos y ataques de cuernos. El torerillo cornudo es Albert Rivera, el español celoso y despechado Mariano. Lo tiene todo para triunfar esta gran historia de amor. Pasión, celos, misterios, traiciones, intrigas. Solo falta el último duelo de caballeros con levitas al amanecer, espalda con espalda, a revólver o a florete, al punto de sangre. Ya se quieren, ya se aman. Hosanna en el cielo. Esto puede terminar en bodorrio en las Cortes, con campanas y espadas en todo lo alto, o como el rosario de la aurora. Son las cosas de la vida, son las cosas del querer. Las cosas de la política. Las cosas de España.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

CINTORA, A PIE DE CALLE


El poder siempre ha intentado amedrentar a los periodistas libres e independientes. Con unos lo consiguen, con otros no pueden. Jesús Cintora pertenece a este segundo grupo. Siendo presentador del programa Las mañanas de Cuatro denunció que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, se había ido de toros esa tarde fatídica en la que Daesh asesinaba a decenas de turistas en Túnez, entre ellos algunos españoles. Mientras los servicios de rescate buscaban a los desaparecidos, Margallo disfrutaba en el tendido, ajeno a la tragedia. Fue un escándalo mayúsculo y Cintora, con buen criterio periodístico, decidió contarlo en antena. Rafael Hernando, mamporrero oficial del PP y encargado de los asuntos turbios del partido, se ocupó de hacerle llegar la amenaza velada y sibilinamente: "Hay gente que está hasta el gorro porque usted se encarga de que estén hasta el gorro". Poco después, Cintora terminó en la cola del paro, y el chantaje del poder, una vez más, surtió efecto, cobrándose una nueva víctima entre aquellos mensajeros que deciden contar la verdad. Hoy, el presentador ha iniciado una nueva etapa con su programa A pie de calle, donde trata de poner voz y rostro a los ciudadanos anónimos que están sufriendo los efectos devastadores de la crisis. Sin duda Cintora es un periodista necesario en estos tiempos en los que muchos deciden plegarse a los deseos del poderoso e incluso venderse por dinero. Nos concedió una entrevista y nos los contó casi todo.

Entrevista completa en Revista Gurb

ORTIZ NO ES EL PRIMERO


Todos los medios de comunicación se suman hoy al gran titular de que el empresario Enrique Ortiz es el primer industrial que confiesa la financiación ilegal del PP valenciano. Con ser una gran noticia y de mucho mérito, no es del todo exacta. Hubo otro hombre que muchos años antes ya hizo una confesión muy similar, aunque solo le sirvió para terminar con sus huesos en la cárcel. Se trata de Vicente Vilar, el que fuera socio del expresidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra. Un asunto de faldas rompió esa rentable amistad entre ambos y el empresario decidió vengarse. Vilar me facilitó una lista de gente poderosa de los negocios que estaba financiando al PP con comisiones y dinero negro. Era el 11 de marzo de 2004 y acababan de producirse los atentados de Atocha, de manera que toda la redacción febrilmente trabajaba en ese asunto. Un mal día para hablar de algo que no fuera el 11M, pero la curiosidad me pudo finalmente, así que me puse en contacto por teléfono con uno de los empresarios aludidos por Vilar, J.G., y le grabé toda la conversación. En ella me contaba cómo se hacían los pagos en B al PP valenciano: «En mano, en paquetes de billetes contantes y sonantes. Cada fajo tenía un millón de pesetas, hasta quince paquetes. No he visto tanto dinero junto en mi vida», me dijo. En la grabación queda claro que J.G. le dio el dinero a Vicente Vilar durante una comida y que éste se encargó de hacérselo llegar personalmente a Carlos Fabra. Las comisiones en dinero negro eran un «apoyo a este señor Fabra para apostar por la campaña electoral del partido, para que le hicieran una buena ayuda», según mi confidente, que no sabía que yo lo estaba grabando. Fue una pequeña artimaña para curarme en salud por si el sujeto pretendía retractarse más tarde. Y vaya si me salvó el pellejo. J.G. insistió varias veces en que los quince fajos tenían que ser para «ayudar a financiar la campaña electoral del PP, cómo utilizaran luego ese dinero ya no lo sabemos», soltó mientras yo sostenía la grabadora junto al teléfono y pensaba en el bombazo que tenía entre manos. El industrial dejó claro que en todo momento «Vilar y el señor Fabra habían hablado para estar de acuerdo en que el dinero iba a parar al partido. Que ese dinero fuera para el PP o para las arcas del señor Fabra, eso es algo que ya no sé». El soborno de los quince millones de pesetas beneficiaba a todas las partes. A la empresa de J.G. porque conseguiría una importante licencia de venta expedida por el Ministerio de Agricultura; a Fabra porque se embolsaría su parte; y por supuesto al partido porque ingresaría una suculenta mordida para costear sus gastos varios de campaña. Así que todos salían ganando. Al día siguiente publiqué mi conversación con J.G. en Levante-EMV y como era de suponer el empresario se querelló contra mí por injurias y calumnias alegando que todo lo que me había contado era mentira. Lógicamente, yo estaba tranquilo, tenía las espaldas cubiertas con la grabación. La jueza me pidió las cintas y yo se las di gustosamente. Los audios fueron aportados al juicio, y tras la celebración de la vista oral salí absuelto. Le gané la querella al empresario y la magistrada sentenció que todo lo que habíamos publicado era cierto. El testimonio de J.G. sobre la financiación ilegal sirvió para más bien poco y todo quedó convenientemente enterrado y olvidado durante años. Pero al menos nos queda la satisfacción de haberlo contado allá por 2004, aquel día en que unos locos fanáticos volaron por los aires los trenes de Atocha. En aquellos tiempos el PP todavía no era una organización criminal, como dice ahora la Justicia, sino un partido respetable, aunque en la sombra, y sin que nadie lo supiera todavía, ya manejara cajas B. No, claro que no. Ortiz no fue el primero. Ni será el último.