Pedro y Pablo ya son pareja. Se quieren, se aman, se desean. La
política hace extraños compañeros de cama. Primero se tiran los trastos
con cal viva a la cabeza y al rato hacen las paces con paseo romántico
por Recoletos. Solo les faltó cogerse de la mano, en plan Pimpinela, y
sellarlo todo con un buen revolcón junto a los estanques del Retiro. Ha
nacido algo bello, ha nacido el amor. Los pajarillos cantan, las nubes
se levantan, la primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido, aquello
que decía don Antonio. Un Gobierno nos ha venido y nadie sabe cómo ha
sido. Fue un amor tortuoso y trabajado, no un simple flechazo. Amar
significa querer amar. Los novios se citaron bajo los leones de San
Jerónimo. Pablo le regaló un libro a Pedro: historia del baloncesto en
España. A Pedro le pilló de sorpresa, se le pasó lo del regalo. Un
descuido, un despiste, pero le hizo ojitos, le va el rollo. En una
pareja siempre hay uno que ama más que el otro, qué se le va a hacer.
Debe ser muy importante y trascendente la historia del baloncesto, mucho
más que la historia de España, cuando dos estadistas asientan los
pilares del Gobierno sobre ello. Cosas de pareja, entre ellos se
entienden. Los enamorados crean su propio universo secreto, apartado,
impenetrable para el resto de la gente. Antes los novicios del amor se
regalaban encendidos versos de Bécquer; ahora se obsequian con tochos
intragables sobre el noble arte de la canasta, mamotretos de mil páginas
que no dicen nada pero que hacen bonito en la estantería. Son los
signos de la nueva política, los tiempos líquidos que nos ha tocado
vivir donde todo es ligero, liviano, banal. Ya no hay derechas ni
izquierdas, ni arribas ni abajos, ni chichas ni limonás. Hoy te quiero,
mañana no. Se impone el tuiterío barato, los focos, el postureo. "Me ha
herido recatándose en las sombras / sellando con un beso su traición /
los brazos me echó al cuello y por la espalda / partióme a sangre fría
el corazón", decía el maestro Gustavo Adolfo. Qué bonito es el amor que
todo lo puede, qué bello es que hasta es capaz de lograr lo imposible:
endulzar el corazón de Pablo forjado con el hierro bravo de los cañones
soviéticos; dulcificar el alma huraña y resentida de Pedro. Pablo y
Pedro. Pedro y Pablo. Ya son solo uno, uña y carne, culo y mierda. Ya se
quieren, ya se aman, aleluya, aleluya, levantemos el puño y los
corazones, cantemos la Internacional. Atrás quedan los desplantes, las
injurias, los agravios. Qué importa el orgullo cuando está en juego el
trono de España. Juego de tronos, qué gran culebrón venezolano, qué gran
metáfora de esta España hundida y sin gobierno. Dicen los analistas de
las mañanas que todo es puro teatro, sainete de enredo, comedia
sofisticada de altos vuelos en plan Lubitsch, con sus frivolidades y
puertas que se abren y se cierran, con sus teatrillos y ataques de
cuernos. El torerillo cornudo es Albert Rivera, el español celoso y
despechado Mariano. Lo tiene todo para triunfar esta gran historia de
amor. Pasión, celos, misterios, traiciones, intrigas. Solo falta el
último duelo de caballeros con levitas al amanecer, espalda con espalda,
a revólver o a florete, al punto de sangre. Ya se quieren, ya se aman.
Hosanna en el cielo. Esto puede terminar en bodorrio en las Cortes, con
campanas y espadas en todo lo alto, o como el rosario de la aurora. Son
las cosas de la vida, son las cosas del querer. Las cosas de la
política. Las cosas de España.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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