El presidente del Gobierno ya no sale de la Moncloa, lo ha dicho tal que
anoche en su entrevista con Jordi Évole, ese reportero con alma de Bob
Woodward y sonrisa irónica y descreída de Charlie Chaplin. Ahora se
entiende todo, ahora lo comprendemos perfectamente. El presidente apenas
sale de casa, no se relaciona con sus paisanos, no va a comprar cada
día el pescado, como muy bien hace Ada Colau, una dirigente mucho más
normal que él. Y así claro, no se entera de lo que está pasando en el
país. Para el presidente del Gobierno, España es una gran nación puntera
con muchos aeropuertos y muchas carreteras y muy carreteras. Solo que
habría que decirle que ésta ya no es la España potente del G-20 de otros
tiempos. Mariano no se cosca de la ruina del país porque no sale, no se
mezcla con sus súbditos, lo cual que se pasa los días encastillado en
la Moncloa, entre bosques mudos de pinos silenciosos, chicharras
mesetarias y los bonsais de Felipe, que alguno queda todavía en la
Moncloa como testigo de la Historia. Para Rajoy, en España tenemos la
mejor Sanidad del mundo, pero los hospitales no tienen para vendas ni
bisturíes por culpa de sus malditos recortes, que es que desde que se
habla con la Merkel gasta menos que un ciego en novelas. Para Rajoy, en
España tenemos un sistema de pensiones que es la pera limonera, solo que
nuestros abuelos ya están exprimidos a tope y no tienen ni para tabaco
después de que se lo hayan dado todo a los hijos y nietos para que
puedan comer. El presidente, lo dijo él con toda su face, cree que nadie cobra
el salario mínimo en España y que estamos todos nadando en la
abundancia, con unos sueldazos de impresión que ni Rita Caloret, unos
tarjetones black que no nos caben ya en el bolsillo y el Mercedes con la
banderita rojigualda aparcado en la puerta. Rajoy no se entera de nada
porque no sale a la calle a preguntar, a airearse un poco, a hacer algo
de vida de social, y prefiere quedarse en la casa cuartel de Moncloa,
como un general retirado, como un cartujo en el monasterio de la
Historia, esperando que caduque su tiempo, su legislatura funcionarial,
aguardando que suene el timbre y aparezca un periodista bajito y avezado
con una tablet y un impermeable de proleta de la pluma dipuesto a
sacarle los colores y a afearle sus trabalenguas grotescos, ridículos,
vodevilescos. "Uno no puede enterarse de todo lo que pasa en España, don
Jordi", le confesó al presentador de la Sexta. De todo no, eso ya lo
sabemos, pero al menos debería enterarse de algo de vez en cuando,
porque Mariano no se entera de que Puigdemont ha dado un golpe de Estado
en Cataluña, ni de que Bárcenas y los pitufos valencianos se estaban
llevando hasta las cortinas del partido, ni de que Espe Aguirre anda por
los pasillos de Génova choteándose del jefe. Mariano, por no saber, no
sabía que la sede del partido se levantaba con dinero negro y
escamoteando el IVA, pero el hombre es feliz así, ignorante, happy
flower, sin que nadie le moleste ni le informe, ocultándose en su
despacho de la Moncloa de un blanco quirófano donde es más difícil
encontrar un libro que un hombre honrado en el ayuntamiento de Valencia,
viviendo en paralelo a los problemas de España, como él dice, y sin
coger nunca el toro por los cuernos. Mariano vive apartado en su palacio
de ladrillo barato, del que no sale nunca más que para echarse su
carrerita mañanera o para bajar al pueblo a comprar el Marca o para
acudir a una de esas fastidiosas e inútiles cumbres de Bruselas sobre
refugiados, donde no hace otra cosa que bostezar y asentir con la
cabeza, como una marioneta que no entiende nada, cuando le hablan en
inglés. Mariano mata el tiempo como puede y ya solo piensa en clave de
nuevas elecciones, en renovar la plaza registral de presidente otros
cuatro años más, y en no tener que dar la espantada ante el rey por
segunda vez. Es el síndrome Moncloa, que todo el que lo contrae, como un
mal virus, lo vuelve taciturno, autista, ausente. Para mí que a Mariano
le pinchan en el brazo con una aguja y no sale sangre, sino horchata.
Horchata marca Gurtel.
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