viernes, 25 de febrero de 2022

LA IZQUIERDA NEORRANCIA

(Publicado en Diario16 el 25 de febrero de 2022)

La izquierda española empieza a dar síntomas de fractura tras estallar la guerra en Ucrania. A lo largo de la historia, siempre fue lo mismo: no importa dónde surja el conflicto bélico, la izquierda se dividirá según los intereses, creencias, matices y fobias de cada facción o familia, contribuyendo a la atomización y a la fragmentación. Es más, dentro de cada fuerza política encontraremos no solo corrientes sino posiciones personales diferentes. Todo ello ha provocado que a menudo el rojerío haya caído en un gallinero ideológico, un galimatías que termina por confundir al electorado, tal como demuestran los elevados índices de abstención en cada cita con las urnas y la propia decadencia de la izquierda, cada vez más superada por las derechas no solo en España sino en toda Europa.

El mundo de hoy ya no es el del siglo XX, pero cierto sector de la izquierda sigue anclado a los viejos tópicos de siempre. El hundimiento de la URSS supuso un shock traumático que dejó seriamente tocados a los partidos comunistas y socialistas de los países occidentales. Desde entonces, están los que siguen al pie de la letra la ortodoxia del manual caducado cuando cayó el Muro de Berlín, allá por 1989, y los que poco a poco han ido evolucionando, adaptándose al mundo globalizado con todas sus contradicciones y atreviéndose a pensar por sí mismos. El espinoso asunto de Cuba, sin ir más lejos, ha dividido a varias generaciones. Desde hace décadas está más que acreditado que el régimen castrista corrupto y represor es indefendible y que los cubanos llevan años soportando el hambre y la miseria. La revolución no fue como la pintaron y en la Isla están hartos de los Castro, pero aquí, al otro lado del charco, en la opulenta Europa con todas las comodidades y abundancias que ofrece una economía de mercado, es fácil seguir con el pin de la hoz y el martillo pegado en la solapa, el póster del Che colgado en la pared y los discos rayados de Silvio Rodríguez en la estantería. Puro postureo demagógico de un grupo, el de los ortodoxos o anticapis (la derechona con mala baba los llama “izquierda caviar”) que siguen fondeados en 1917. Es evidente que ese izquierdismo inmovilista se ha quedado en la mercadotecnia política, en el eslogan y en el cliché del Viva Cuba libre, un grito de guerra que hasta los propios cubanos, hastiados de tanta dictadura y tanta represión, han olvidado ya.

Con la guerra de Irak, la izquierda española supo cerrar filas, estar a la altura y construir un relato sólido y a salvo de incoherencias, lo cual tampoco tenía demasiado mérito. Hasta un ciego podía ver que Sadam Husein no poseía armas de destrucción masiva y que todo fue un engaño del Trío de las Azores, aquellos siniestros señores que nos metieron en una guerra ilegal, ilegítima e inmoral para que los Bush, Dick Cheney, los halcones del Pentágono y los amigotes de Halliburton se forraran con negocios diversos. El “No a la guerra” fue lo mejor que le pasó en muchos años a la izquierda española desnortada, ya que por una vez todas las corrientes, sensibilidades y familias (hasta el PSOE de Zapatero) fueron de la mano aparcando sus diferencias.

Pero llegamos a la guerra de Ucrania y, una vez más, vuelven a surgir las disensiones entre los trotskistas de la vieja guardia y los críticos librepensadores que, siendo de izquierdas como el que más, van más allá de la nomenklatura y el dogma, ven, analizan, reflexionan y sacan consecuencias. Los primeros, seguramente llevados por la nostalgia, ven a Putin como un héroe, un legítimo heredero de la Unión Soviética, un gobernante íntegro con derecho a recuperar por la vía de la fuerza las antiguas repúblicas hoy independientes. En realidad, esa es una idea bastante absurda si tenemos en cuenta que el líder ruso tiene de comunista lo que pueda tener de monja. Putin es lo que es, un gobernante autoritario nacionalpopulista, un burócrata de la KGB desencantado con el comunismo, un tipo que vio en el capitalismo rampante (al igual que Boris Yeltsin) una oportunidad de amasar fortuna. De ahí que últimamente por el Kremlin pululen grandes magnates del gas y del petróleo, capos de la mafia rusa, banqueros y lo peor de cada casa, todos ellos asustados por las sanciones de la comunidad internacional. Gente que se parte la caja cuando oye hablar del comunismo.

Sin embargo, esos ortodoxos, esos supervivientes de la vieja escuela anclados en el pasado, están convencidos de que Putin tiene derecho a invadir el país que le venga en gana y a cualquier hora de la noche solo porque corre el rumor de que la OTAN planea colocar misiles nucleares en Ucrania, algo que está por ver y que en cualquier caso no sería razón suficiente para saltarse a la torera la legalidad vigente, pisotear el Derecho Internacional, entrar en un país a sangre y fuego y bombardear a cientos de inocentes sin compasión. También Hitler tenía razón en la injusticia de las durísimas sanciones contra Alemania tras la Primera Guerra Mundial y no por ello vamos justificar ahora que invadiera media Europa. En cuanto a la “desnazificación” de Ucrania, el argumento que esgrime el líder ruso para meter los tanques hasta Kiev no deja de ser un sarcasmo si tenemos en cuenta que el presidente ucraniano Zelenski es judío. Aquí, si hay un nazi es el espía de Moscú, que va camino de genocida y se codea con los pajarracos de la nueva extrema derecha mundial como Donald Trump, Viktor Orbán y otros. Putin no es más que un delirante que ha terminado creyéndose el zar de todas las Rusias, en plan Nicolás II, y que se ha empeñado en devolver al mundo a los tiempos de los viejos imperios.

Afortunadamente los ingenuos ortodoxos, esos neorrancios de la izquierda que están convencidos de que China sigue siendo el último bastión del comunismo cuando de comunista ya solo tiene la bandera de un rojo desteñido y poco más, empiezan a ser una minoría. Por eso nos congratulamos de que gente como Yolanda Díaz, Alberto Garzón o Ione Belarra hayan condenado el “ataque imperialista” ordenado por Putin. Y también nos reconforta que intelectuales, artistas y gentes del séptimo arte como Javier Bardem se hayan posicionado desde el primer momento en contra de la barbarie putinesca. Nuestro actor oscarizado se plantó ayer ante la embajada rusa para protestar con firmeza contra la brutal agresión a Ucrania. “He venido a título personal a expresar mi condena a este ataque tan absurdo y cruel”. El siempre coherente Bardem ya se destacó en las manifestaciones contra la guerra de Irak y hoy vuelve a estar sin ambages por la paz, como debe ser. Porque no hay guerras buenas ni malas, ni guerras justas o injustas. Solo hay malditas guerras y los canallas que las organizan. Como dijo el gran Anguita.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL RUSO LOCO

 

(Publicado en Diario16 el 24 de febrero de 2022)

Estamos en guerra. Putin ha comenzado una invasión de Ucrania de consecuencias imprevisibles y “catastróficas”, como augura el presidente norteamericano, Joe Biden. El mundo contiene la respiración ante la ofensiva de un líder autoritario y nacionalista, un loco que ha prometido devolver Europa a las fronteras de 1919 para recuperar el esplendor del antiguo imperio ruso. Putin, el nostálgico Putin, se ha propuesto meternos en una cápsula del tiempo y hacer retroceder el reloj cien años atrás hasta una época anterior al Derecho Internacional, a Naciones Unidas, a ese momento anacrónico en el que los imperios gobernaban el mundo. Un modelo imperialista y colonial donde las superpotencias se repartían la tarta del planeta Tierra.

La humanidad vive las horas más dramáticas desde 1945, el año de la liberación, el día que la democracia logró vencer al totalitarismo fascista. Esta madrugada, el régimen de Moscú ha pasado de las amenazas a los hechos liquidando de un plumazo la legalidad internacional y optando por el sistema hitleriano, patada a los puestos fronterizos y guerra relámpago o blitzkrieg. Es la sublimación del poder de la fuerza, la política de hechos consumados. Putin decide que un país es suyo, da un puñetazo en el tablero del orden mundial y lo toma sin complejos. Hoy es Ucrania, mañana puede ser Estonia, Letonia, Lituania… ¿quizá Finlandia? Nadie está a salvo de la tiranía de un iluminado forjado en las cloacas de la Guerra Fría que sueña con recuperar la grandeza de la antigua Unión Soviética, un delirio autoritario de cohetes, misiles y tanques, que no de libertad y prosperidad para sus paisanos. Hace años que los rusos malviven en una crisis endémica y ahora tienen que soportar la megalomanía expansionista de un dictador rodeado de jerarcas y magnates del gas que para tapar sus vergüenzas políticas ha decidido arrastrar al pueblo a una guerra absurda (todas lo son), como en los tiempos del corrupto Nicolás II. Solo otra Revolución de Febrero contra el nuevo zar de todas las Rusias –un carcelero que tiene preso al disidente Navalny en una mazmorra del Kremlin–, podría frenar esta maldita guerra. Pero eso es algo imposible, los tiempos del Acorazado Potemkin ya pasaron.

“Vamos a desnazificar Ucrania”, dice el tirano, cuando en realidad es él mismo quien se comporta como un nazi posmoderno que asesta el zarpazo del oso a otros países pacíficos. Hoy mismo, durante su mensaje televisado, ha dado preocupantes síntomas de paranoia y enajenación al amenazar a todo aquel que se atreva a “obstaculizar” a Rusia en sus planes de conquista. Un mensaje incendiario para el mundo, una intolerable insinuación de que el Gobierno de Moscú está dispuesto a utilizar el arsenal nuclear contra cualquiera que se interponga. Esa imagen de Putin cómodamente recostado en su sillón aterciopelado, como un villano de cómic que amenaza a la humanidad tras perder la chaveta (solo le faltaba el gato negro bajo la palma de la mano) quedará para la historia. Mientras tanto, el presidente ucraniano Zelenski hace un desesperado llamamiento a todo aquel ciudadano que pueda empuñar un arma para matar rusos. Un país en manos de un actor, comediante, guionista y productor que ve la realidad como una película de animación frente a un tipo de la KGB que se cree el espía que surgió del frío. ¿Qué puede salir mal? El ser humano está sentenciado desde que ha caído en manos de cuatro desalmados.

Hoy se ha puesto en marcha el cronómetro letal, nuestro mundo se viene abajo una vez más y se transforma radicalmente de la noche a la mañana. Las bolsas se desploman, el gas y el petróleo se disparan, la cesta de la compra se encarece. Las consecuencias económicas se dejarán notar hasta en el más pequeño y pacífico pueblo de España. Este ataque no va contra Ucrania, va contra Europa, contra la democracia, contra el Estado de derecho, contra la libertad misma. La comunidad internacional no permanecerá impasible ante el desafío del nuevo Hitler resucitado. Pero una respuesta militar de la OTAN desencadenaría un desastre total. Los cazas españoles juegan al gato y al ratón con los aviones rusos. Los submarinos nucleares de uno y otro bloque se persiguen en un ritual macabro. Un ataque contra uno de los aliados se considerará un ataque contra todos. Un chispazo y todos volaremos por los aires.

La última hora informa de que Biden se reúne con los generales del Pentágono. Las puertas del infierno se abren en Ucrania. La lista de muertos engorda, los primeros misiles caen sobre Kiev, la gente huye despavorida por autopistas convertidas en ratoneras. Otro éxodo masivo, otra oleada de inmigrantes buscando refugio en una Europa débil y carcomida por el cáncer del ultranacionalismo propagado por siniestros personajes putinescos infiltrados en Polonia, en Hungría, en tantos países. Trump se jacta de que con él en la Casa Blanca esto no hubiese ocurrido jamás porque se entiende a las mil maravillas con el sátrapa de Moscú. Pues que vuelva Trump si es preciso, que se reúnan los pirados y acuerden lo que tengan que acordar, pero que paren ya esta locura, que nos dejen vivir, que detengan el reloj del fin del mundo.

Desde Varsovia hasta Algeciras, ya no hay un lugar seguro donde estemos a salvo de los misiles del perro rabioso. Tras la plaga de la pandemia, llega la plaga de la guerra. El guion escrito por los oscuros poderes que gobiernan el mundo se cumple con una meticulosidad que espeluzna. Los jinetes del apocalipsis cabalgan de nuevo campando a sus anchas. Un loco de atar juega traviesamente con el maletín atómico mientras se ríe a carcajadas de las sanciones de la UE. Esto ya no hay quien lo pare. El pueblo, la gente que quiere la paz, no puede hacer nada, solo sentarse y cruzar los dedos para que al tronado le den la pastillita o se le pase el delirio de repente. Qué día más triste para la humanidad, rediós. 

Viñeta: Pedro Parrilla

FEIJÓO

(Publicado en Diario16 el 24 de febrero de 2022)

Tras la orgía de traiciones y puñaladas contra Pablo Casado –con su posterior resacón depre–, en el PP se abre una puerta al optimismo y la esperanza. La gran familia popular ha puesto toda la fe del mundo en Alberto Núñez Feijóo, el gran mirlo blanco que supuestamente viene para pacificar, regenerar y limpiar el sucio patio de Génova. Históricamente, cuando las cosas vienen mal dadas, las derechas españolas siempre buscan en un gallego salvapatrias con mano de hierro la solución a los males del país. El mito del Caudillo que llega de las frías tierras del norte para poner orden en el gallinero de Madrid está grabado a sangre y fuego, como un fetiche, en el reaccionario mundo conservador ibérico.

En el partido están convencidos de que el padre Feijóo es el hombre; todos creen a pies juntillas que con él en la cátedra la cosa se encauzará. De esta manera, en cuanto el elegido aterrice en Villa y Corte montado en su caballo blanco, con la capa del cruzado al aire y la espada en ristre, las nubes borrascosas de estos días trágicos desaparecerán para siempre, Pedro Sánchez caerá en desgracia otra vez y de nuevo volverá a resplandecer la luz en la España sumida en las tinieblas sanchistas. Y todos volverán a cantar alegres y felices, cara al sol, otra vez.

En las últimas horas, una extraña fiebre parece haberse apoderado de las filas populares. La decapitación política de Casado ha sido un sacrificio necesario, puro canibalismo tribal, una violenta catarsis, y a rey muerto rey puesto, como en las tragedias de Shakespeare. De la noche a la mañana, las bases se convierten a la nueva religión democristiana de Feijóo (mayormente los que tienen un carguete que salvar y no les llega la camisa al cuello). El trumpismo casadista ya es historia, el ayusismo falangizante se aparca hasta ver qué pasa. IDA parece haber dado un paso al lado tras la guerra fratricida y el negro horizonte judicial que se cierne sobre ella, pero se trata tan solo de un repliegue temporal antes de volver a postularse como candidata a la Moncloa, algo que MÁR le ha metido entre ceja y ceja. Ayuso sabe que le toca esperar, por eso jura y perjura que no presentará candidatura alternativa a Feijóo. En realidad estamos ante una tregua trampa de la lideresa, ya que a nadie se le escapa que en un futuro no muy lejano volverá a intentar el asalto al poder total del partido. Tan seguro como que al lado del oso hay un madroño.

Pero de momento se impone un nuevo estilo en el PP, el de un hombre al que todos quieren ver como un profesional de la política, un brillante gestor, un ganador nato que controla y sabe lo que tiene entre manos, no como el principiante Casado, que hacía y deshacía según le daba la venada. Ahora bien, ¿no estaremos ante un espejismo más de los muchos que últimamente sufre la militancia del Partido Popular? Quizá, aunque nadie quiera verlo, el problema endémico del PP no sea de caras ni de liderazgos, sino de ideas, de proyectos, de programas. Hace tiempo que el principal partido conservador español sufre una grave crisis de identidad. ¿Son de derechas, de centro, ultras, liberales a la europea, nostálgicos franquistas, demócratas sin ambages, rurales, urbanitas, socialdemócratas como sugirió en cierta ocasión el ocurrente Casado? ¿Qué son en el PP más allá de una sociedad anónima bien organizada que rinde pingües beneficios con negocios de todo tipo?

Por ahí, por los cimientos ideológicos, debe empezar Feijóo si quiere refundar un proyecto con garantías. Por tanto, lo primero definirse, desmarcarse de Vox (colocándole un cordón sanitario) y crear una marca propia, porque con el depuesto Casado el partido iba a bandazos, sin coherencia ni otro argumentario que el populismo, la demagogia barata y el antisanchismo como principio y final de todo. Reconquistando terreno perdido por el centro y por la derecha, rearmando ideológica y moralmente el partido, conciliando con otras fuerzas minoritarias a las que el anterior líder despreció por antiespañolistas (así acabó, más solo que la una y encerrado en un rincón con Vox) es como Feijóo pretende reflotar el zozobrante barco genovés. Si es cierto que estamos ante un liberal moderno antes que un conservador reaccionario deberá demostrarlo, ya que en sus años al frente de la Xunta no le ha temblado el pulso a la hora de meter la cruenta tijera al Estado de bienestar.

A estas alturas, lo único cierto es que el hombre que suena para hacerse con las riendas del PP se antoja una auténtica incógnita, nada que ver con el seguro caballo ganador que muchos quieren ver en él. Es verdad que en Galicia gana elecciones como churros, pero no es lo mismo navegar en las pacíficas aguas de las rías, a bordo de yates con amigos del contrabando, que conquistar las áridas tierras de la Meseta rebosantes de cepos, conspiraciones y traidores. De momento tiene entregada a la prensa de la caverna, que no es poco. Pero está por ver que su empanada gallega guste no solo en Madrid, sino en Valencia, en Andalucía, en Murcia o Aragón. España es diversa y lo que funciona en un lugar puede que no cuaje en otro.

Hay indicios que permiten hacer pensar que Feijóo marcará diferencias con Ayuso, de modo que el duelo entre ambos es inevitable más tarde o más temprano. No será hoy ni mañana, pero el combate entre centrismo y voxismo tendrá lugar. Y de fondo, la reunificación de las derechas, gran sueño aznarista. Al próximo líder del PP no le desagrada la reforma laboral de Sánchez, se muestra partidario de que el rey emérito ponga al día sus pufos fiscales, como un contribuyente más, y hasta entiende que la pederastia en la Iglesia debe investigarse a fondo. Nada que ver con el trumpismo descerebrado de la lideresa castiza. No obstante, eso que en principio parece positivo podría suponer un serio hándicap para él, ya que Madrid está infestado de ayusers, incondicionales de la musa tabernaria dispuestos a derrocar al caballero gallego para entronizarla a ella. A Feijóo, gobernar un partido en contra de la reina del pueblo, una Belén Esteban de la política, le va a resultar tan incómodo como peligroso. Y si no, que se lo pregunten a Casado. 

Viñeta: Pedro Parrilla      

LA DESPEDIDA

(Publicado en Diario16 el 23 de febrero de 2022)

Tal como se esperaba, Pablo Casado aprovechó su último cara a cara con Pedro Sánchez, en la sesión de control al Gobierno, para leer su testamento político. Desde la bancada popular, los mismos que lo habían traicionado la noche anterior bajaban la cabeza limándose las uñas, revolvían papeles haciéndose los despistados o se entretenían con los balazos de Tejero en el techo del hemiciclo para no tener que cruzar la mirada con el hombre al que habían arrastrado al cadalso. El todavía líder del Partido Popular había anunciado una pregunta sobre los socios separatistas del Gobierno, los manidos bilduetarras, cuestiones alejadas de los problemas del país en las que se ha enfrascado inútilmente y con las que tantas veces ha dado la brasa a los españoles (esa obsesión por construir un universo alternativo trumpista y ese defecto de graduación a la hora de focalizar lo importante es uno de los factores que han influido decisivamente en su fracaso político).

Todo hacía presagiar que el jefe de la oposición se iba a despedir a lo grande, es decir, dándose uno de sus habituales festines de insultos y crispación, como cuando en aquella intervención histórica desde la tribuna de oradores fue capaz de pronunciar más de treinta insultos por minuto contra su archienemigo Sánchez. Sin embargo, en el último momento, Casado ha sabido frenar su impulso killer, contener su ramalazo hooligan y mantener quieta su lengua viperina para tirar de vergüenza torera y despedirse con cierta elegancia, lo cual siempre es de agradecer.

“Los españoles hemos construido con coraje una de las grandes democracias del mundo frente a muchas amenazas. Fuimos capaces de superar las enemistades y fracturas con un pacto constitucional. La concordia y la reconciliación han guiado desde entonces la vida de todos los españoles frente al rencor y la ira”, sentenció a sabiendas de que estaba dando su último discurso, el discurso de la despedida, el discurso de la derrota política y personal. Una forma digna de irse con la que no conseguirá tapar otras intervenciones parlamentarias trufadas de política basura y, por qué no decirlo, de peligroso guerracivilismo.

Tras la emotiva parrafada –quizá lo más elevado y brillante que haya dicho en el hemiciclo (aunque el listón estaba muy bajo)– los disputados diputados populares prorrumpían en aplausos, o sea la ovación de la hipocresía. Quienes lo habían vendido de madrugada, le obsequiaban al alba con un reconocimiento falso, forzado, protocolario. Y en ese momento le tocó al presidente del Gobierno tomar la palabra en su turno de réplica. Si Sánchez hubiese sido como ellos, como los García Egea, Cayetana Álvarez, Abascal y Macarena Olona, habría despedido a su antagonista por las bravas, a la española, dándole un último revolcón o estocada al novillo para terminar de descabellarlo entre risotadas, vejaciones y escarnios. Pero afortunadamente la izquierda no es como la derecha, no todos los políticos son iguales y la decencia y las buenas formas democráticas, todas esas cosas que los ultras han dinamitado como parte de la ruptura del consenso por la convivencia, siguen ocupando un lugar preferente en el manual de estilo de las fuerzas progresistas.

“Le deseo lo mejor, señor Casado”, le dijo el presidente a quien había sido su más encarnizado rival con una solemnidad y una gentileza digna del mejor teatro shakesperiano. Y acto seguido le dio toda una lección de lo que deben ser las reglas de la democracia. “Les anuncio que el Gobierno de España no va a adelantar las elecciones generales, no va a disolver de manera anticipada las Cortes Generales. No lo vamos a hacer”, zanjó la cuestión en medio de un silencio atronador y de una tensión máxima. En ese momento, sus señorías de la bancada popular respiraron tranquilos conscientes de que, si Sánchez convocara hoy mismo elecciones, el PP sufriría una escabechina y quedaría reducido a la nada. Sin embargo, esa victoria sería a costa de darle a Vox el título de principal partido de la oposición. ¿Hubiese sido decente tal maniobra? ¿Habría sido esa jugada limpia y buena para el país? Para nada, más bien se consumaría una gran tragedia nacional como es la institucionalización definitiva de la ultraderecha, un monstruo que tras el final de la dictadura y después de cuarenta años de democracia, siempre ha estado encerrado y a buen recaudo bajo llave.

No obstante, la elegante reprimenda de Sánchez hacia un político que a menudo se ha comportado como un roquero gamberro en la barra de un bar tenía que llegar y el presidente no ha dejado pasar la oportunidad de resaltar esa coda o nota a pie de página. “Lo que ha pasado es que la derecha se ha instalado en la descalificación constante estos dos años, negando un principio democrático esencial como es la propia legitimidad y la existencia de este Gobierno, emanado de la voluntad popular y la representación legítima en las Cortes”. Touché. Tras este último duelo Sánchez/Casado, uno quedaba como caballero ganador y otro como triste y mediocre derrotado, no solo en lo político, sino en lo ideológico, en lo intelectual y en lo personal.

Ha sido una gran jornada para la izquierda, no tanto porque se haya escenificado el fracaso de una derecha carpetovetónica y biliar, sino porque ha quedado acreditada, una vez más, su superioridad moral, un hecho que saca de quicio al conservadurismo reaccionario siempre instalado en el todo vale con tal de conquistar el poder. La imagen que quedará para la historia será la de un hombre saliendo precipitadamente del Congreso de los Diputados, un ser humano anímicamente devastado, un juguete roto, mientras Pablo Montesinos, el último y más leal colaborador, le sigue tratando de consolarlo en el peor momento de su carrera. Al final de la batalla de la vida solo quedan las lágrimas y un amigo y Montesinos se ha comportado de forma excepcional en medio de la conjura de los traidores y de la sádica carnicería. Una escena conmovedora que al menos ha superado en dignidad y altura moral a aquel bolso de Soraya en el escaño de Rajoy mientras el cesante se daba una sonrojante comilona regada con buenos caldos entre amigos y allegados. Por ahí ya ha mejorado en algo el PP. Ahora solo falta que Feijóo marque la línea hacia la moderación de un partido que había caído peligrosamente en eso que se ha dado en llamar trumpismo casadista y que no ha sido más que un lamentable paréntesis en la historia de España. Casado se ha ido discretamente como discreta es la huella que deja.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

TRAICIÓN, HIPOCRESÍA Y CRUELDAD

(Publicado en Diario16 el 23 de febrero de 2022)

Hace dos años, en plena pandemia, Pablo Casado subía una foto a su perfil de Instagram en la que se retrataba a sí mismo en camisa blanca y corbata negra, la mirada constreñida reflejada en el espejo de un cuarto de baño, los nudillos apoyados en el mármol y en pose trascendental, como preguntándose qué le tenía reservado el destino en medio de tanta tragedia y tanta muerte por el covid. Ahora ya lo sabe, todo el país lo sabe: es un hombre solo, traicionado, abandonado por los suyos. Un político acabado. Un candidato finiquitado en diferido.

Jamás en la historia reciente de este país se había visto un caso tan sangrante de descarnada defenestración política como la que se vive estos días en directo y en prime time. Es cierto que estamos ante un hombre que ha cometido múltiples errores estratégicos y tácticos, fallos que han terminado por arrastrar al partido a la situación de quiebra total por la que atraviesa hoy. En esta columna llevamos años denunciando los disparates y abusos de Casado, su condescendencia con la corrupción del aznarismo y del marianismo (de aquellos polvos estos lodos); su sectarismo trumpista; sus incoherencias ideológicas (unas veces látigo de la extrema derecha, otras fiel socio de Vox); su maquiavélica idea de la política no como actividad humana para mejorar la vida de la gente sino como medio para alcanzar unos fines (mayormente el poder); su infame y sonrojante instrumentalización de la pandemia (la mayor tragedia de la historia de este país desde el final de la Guerra Civil que él aprovechó con el propósito de derrocar a Pedro Sánchez); su bloqueo constante a la renovación del Poder Judicial para seguir teniendo la sartén por el mango en el control de los jueces y su denodado intento de que la Unión Europea niegue a España más de 140.000 millones de euros en fondos de recuperación, un maná caído del cielo que podría aliviar el hambre y la miseria de muchos de sus paisanos (ay, ese patriotismo casadista mal entendido y de pandereta).

A Pablo Casado le hemos dado aquí sin tregua ni piedad, por tierra, mar y aire, y no porque le tuviéramos manía o nos cayera mal, sino por su ambición ciega y desmedida y porque la derecha española merecía a alguien mucho más íntegro, más decente, más generoso y respetuoso con el juego democrático. Un estadista de verdad, porque si algo ha demostrado el dirigente popular es que siempre, en los momentos más críticos para la nación, se ha situado en el lado equivocado de la historia. Ha sido tal su falta de visión para la política que hasta hace cuatro días, tras ganar pírricamente las elecciones en Castilla y León, se jactaba de que comenzaba un cambio de ciclo imparable. En realidad, lo que estaba empezando (aunque él ni siquiera se olía la tostada) era su principio del fin, la conspiración final para derribarle, el certero golpe ayusista. Una vez más, otro fatídico error de cálculo: él pensaba que todos en el partido estaban a su lado cuando era justo al contrario, ya afilaban las facas. Un ingenuo de tal calibre no puede dirigir España.  

Ahora bien, dicho lo cual, nada, ni siquiera la constatada incompetencia de un señor que aspiraba a gobernar este país algún día, merece un linchamiento público, una humillación tan sádica y una lapidación política tan cruenta de manos de los suyos, de manos de quienes hasta ayer mismo colaboraban con él estrechamente, lo adulaban y se mostraban como los más fieles casadistas. Ayer producía asco y vómito contemplar el funesto desfile de traidores por los platós de televisión. Una procesión de hipócritas y falsamente compungidas plañideras con caras de póker que con el mantra de que la situación en el PP era ya “insostenible” pedían congreso extraordinario, es decir, la guillotina del aparato para poder cortarle el pescuezo, legalmente, al jefe. Así, Martínez Almeida negaba a Casado hasta tres veces, como Pedro a Cristo. El murciano López Miras, que hasta hoy parecía un jardinero fiel, lo dejaba en la estacada. Suárez Illana, el amigo Illana del alma, se sumaba a la conspiración para hundir el puñal en el cuerpo del César (¿tú también Bruto?). Cuca Gamarra y Maroto, otros que le salían rana, y hasta Andreíta Levy, tan formalita y casadista ella, le daba la espalda con la frialdad de una killer de la política. “Pablo es una bellísima persona, nos duele tener que hacer esto, pero…”, coincidían los conjurados.

Todos los traidores descaradamente pasados al bando de Feijóo o incluso de Ayuso lanzaban loas y epitafios al líder condenado a punto de subir al cadalso, pero mientras lo lloraban con lágrimas de cocodrilo decían por lo bajini aquello de “dónde hay que firmar”, o sea, la sentencia inapelable que, obviamente, no era otra que el documento pidiendo la cabeza de Teo Egea y la convocatoria de un congreso extraordinario. Estamos seguros de que algunos incluso darían un toque a Feijóo interesándose por el “qué hay de lo mío” y posicionándose a codazos antes incluso de la llegada del gallego salvador a Madrid.

Por eso, más allá del espectáculo denigrante y sangriento que está dando el PP estos días, más allá de las cuchilladas traperas que se han estado asestando en las pantallas de televisión, estremece y da miedo constatar la crueldad, la saña y la falta de escrúpulos con la que esta gente despacha a sus amigos. La violencia, el egoísmo y la ambición que demuestran algunos de los supuestos representantes de nuestra democracia degradada y estuprada. Por momentos son como pirañas defendiendo a dentelladas sus parcelas de poder, sus poltronas, y ya no nos extraña nada, ni siquiera que el honrado Pablo Montesinos, el obediente Montesinos, termine cambiando de bando a última hora para mantener el carguete.

Tras convocar la reunión de la Junta Directiva Nacional del próximo martes en la que se decidirá el futuro del Partido Popular, un Casado hundido tras haber visto de cerca el rostro de la traición, el semblante siniestro de aquellos que eran entrañables amigos y se han convertido en los más implacables enemigos, anunció que irá hoy a su última sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. “¿Cuánto piensa ceder a sus socios independistas para seguir en la Moncloa?”, esa será su última intervención como líder de la oposición, que con la que está cayendo a Pedro Sánchez le sonará a coña marinera, casi a broma, más aún que la encendida defensa de la remolacha que hizo Casado hace unos días, en plena campaña electoral en Castilla y León. Será una sesión efímera que al sentenciado presidente del PP le llevará poco tiempo, apenas cinco minutos, un puro trámite, ya que lleva haciendo esa misma pregunta absurda, machacona y estéril desde hace años. Luego, el César depuesto saldrá del Congreso, que no del Senado, ya con los amistosos puñales en la espalda, se despedirá de todos (la mayoría enemigos, amigos le quedan pocos) y dejará de ejercer como candidato a la Presidencia del Gobierno de España para volver a ser el ciudadano peatonal Casado. Bien mirado, no parece algo tan terrible y hasta tiene sus cosas buenas. Ya no recibirá navajazos intempestivos de los colegas, los periodistas dejarán de molestarle a altas horas de la noche y tendrá más tiempo para cuidar de sus vacas y ovejas, que es lo que le gusta. En una de estas, hasta lo llama Rivera para trabajar con él en algún bufete-chollo. Ánimo Pablo, que de la política también se sale.

Ilustración: Artsenal

¿PERO DÓNDE ESTÁ CARROMERO?

(Publicado en Diario16 el 2 de febrero de 2022)

Es el hombre más buscado por la prensa, la pieza clave en el diabólico puzle de la crisis del PP, el fontanero del partido señalado por todos como principal organizador del espionaje contra Isabel Díaz Ayuso. “¿Pero dónde demonios está Ángel Carromero?”, “que venga Carromero a explicarse”, “queremos ver a Carromero”, se decían ayer unos prebostes a otros, en los pasillos de Génova, durante la tensa reunión de más de ocho horas en la que Pablo Casado se jugó su futuro político en un póker a vida o muerte con su núcleo duro (que empieza a agrietarse) y con los barones territoriales. Sin embargo, el número dos del alcalde Martínez-Almeida no da la cara en ningún momento, ni señales de vida, ni se presenta a la comisión interna municipal. Está perdido, missing, desaparecido en combate.

Un buen fontanero nunca hace chapuzas, arregla las tuberías, lo deja todo limpio como una patena, cobra, saluda con la gorra y se va con elegancia. Un profesional. No deja una casa de aquella manera, enfangada, empantanada, una obra a medio hacer que luego deben terminar los señores del hogar, manchándose las manos. Al fontanero se le debe exigir diligencia profesional y una factura aceptable, nada de abusos ni precios desorbitados. A Casado, el asunto del seguimiento y vigilancia a Ayuso se le ha ido de las manos precisamente por confiar en confidentes y soplones que no daban la talla ni como personajes de Mortadelo y Filemón. Y la historia ha terminado como el rosario de la aurora. Los presuntos fontaneros han dejado Génova manga por hombro, una auténtica pocilga, las cloacas han reventado y el lodazal llega hasta los despachos de la planta noble casadista. Y eso que la sede ya amenazaba ruina tras los últimos descalabros electorales.

Elegir al hombre adecuado es fundamental cuando se trata de arruinar la vida de otro, en este caso de otra. El espía ha ser un científico del oído y de la garganta profunda, nunca debe dejarse influir por amistades, fobias o ambiciones personales, pues de lo contrario la operación está abocada al fracaso, ya lo advirtió Mishima. Un buen agente entra cada mañana en la panadería para comprar una barra de pan, sin que nadie advierta nada extraño, hasta que un buen día se lleva una barra de uranio (Robin Sloan). El espionaje, para que funcione con éxito, siempre debe ser aséptico, sin implicaciones emocionales, alejado de objetivos personales. “Los dos elaborábamos informes. Tú me mentías, yo te espiaba”, dice Ian McEwan en una de sus novelas. Ninguna de esas máximas se ha cumplido en la cúpula casadista compuesta por niñatos y chiquilicuatres.

Teodoro García Egea niega el espionaje a la lideresa castiza, niega que el partido haya contratado a detectives privados, niega que los fontaneros hayan estado manoseando las cañerías de la sede. Lo niega todo. Perfecto don Teodoro, queremos creerle, queremos darle el beneficio de la duda, el problema es que aquí hay demasiadas preguntas sin respuesta, la primera de ellas por qué ha dimitido Carromero a los cinco minutos de estallar el monumental escándalo.

Hoy la prensa cuenta que el hombre más buscado se ha dedicado a tareas de investigación interna, dosieres, conjeturas, chivatazos para el jefe, rumores, chismes, cosas. Ahora bien, ¿era Carromero la persona más adecuada para hacer ese trabajo sucio, caso de que haya existido, o solo un aficionado sin titulación, un aprendiz a tiempo parcial, un gualtrapa del espionaje surgido del precariado fomentado por el PP todos estos años de cruenta reforma laboral? El hombre ya demostró escasa pericia para según qué encargos cuando se vio involucrado en aquel triste accidente en Cuba en el que murieron el opositor anticastrista Oswaldo Payá y Harold Cepero. Aquello le costó a España el peor incidente diplomático con La Habana desde que perdimos las colonias. Después de algo así, lo mejor que podía haber hecho el PP era jubilarlo anticipadamente, darle un chiringuito en las FAES donde no pueda romper nada, o dejarlo para charlas y conferencias sobre el futuro de Cuba. Y ahí es donde radica el craso error cometido por el inefable dúo Teodoro/Casado. No solo no lo apartaron del partido, sino que le dieron bola y, por lo que parece, el encargo más delicado en la historia del Partido Popular, esa misión final que tenía como objetivo volar por los aires el partido.

Ahora García Egea anuncia querellas contra quien sugiera que se ha espiado a la presidenta de Madrid, pero los indicios contra él y sus torpes fontaneros se acumulan. Hay pruebas definitivas, como la dimisión y el silencio atronador del propio Carromero, que es como si se lo hubiera tragado la tierra en una cuneta del desierto de Las Vegas; los detectives contactados por Génova que han cantado por soleares sobre el espionaje al Hermanísimo de Ayuso; el papelón del alcalde de Madrid, que dimite de su cargo como portavoz nacional del PP (bajándose cobardemente del barco de Casado); y el escrito firmado hace unas horas por el Grupo Parlamentario Popular (que se rompe en dos con Suárez Illana de máximo instigador de la escisión), en el que se exigen responsabilidades, dimisiones, cabezas.

Todo este desastre nace de haber elegido para el equipo de trabajos sucios a unos paletas en plan Pepe Gotera y Otilio, gente de palillo en la boca y hucha asomando por encima del pantalón, aficionadillos de tres al cuarto que han estado jugando a los espías hasta que han terminado por reventar las cañerías del PP, provocando una inundación general en el partido, en la maltrecha democracia española y en el atascado Régimen del 78, que hace aguas por todas partes. Si es verdad que aquí no ha habido espía de ningún tipo y que todo es una fabulación de los periodistas de la caverna que han leído demasiado a Graham Greene y que quieren colocar a Ayuso en la jefatura del partido como sea, que salga el propio Carromero y lo diga. Que dé la cara ante Carlos Herrera. Que aclare toda esta truculenta historia de una vez. Que don Teodoro lo saque del zulo donde lo tiene escondido y le deje hablar por sí mismo, sin filtros, sin argumentarios escritos de antemano. Y que diga la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.  

Viñeta: Pedro Parrilla

EL CADÁVER POLÍTICO

(Publicado en Diario16 el 22 de febrero de 2022)

Llevan años anunciando que España se rompe y va a resultar que lo que se rompe es el PP. El que durante cuatro décadas ha sido el principal partido de la derecha española va camino de una escisión, de una partición en dos. De las dos Españas pasamos a las dos derechas (incluso tres, casadismo, ayusismo, abascalismo), un proceso que parece inevitable por mucho que Aznar aún sueñe con la unificación. Ya da igual lo que salga de las reuniones internas en Génova 13; ya da lo mismo si se convoca un congreso extraordinario en marzo u ordinario en julio. El PP nunca volverá a ser el partido fuerte y omnímodo de antes. Se han roto demasiadas cosas. Se ha quebrado el mito de que solo existe una derecha, grande y libre guardiana de las esencias patrias. Una leyenda que no era cierta.

Igual que hay muchas izquierdas, la derecha tiene varias caras. Manuel Fraga levantó un monstruo fabricado con diferentes miembros y retazos, una sociedad de intereses diversos a la que se sumaron por pura necesidad de supervivencia franquistas de última hora, democristianos opusinos, náufragos de la UCD, liberales de boquilla y otras familias variopintas. En realidad solo les unía una misma cosa: la sacrosanta unidad de España y el ansia por el dinero. Más allá de eso, poco programa de futuro, escasa intención reformista o regeneradora, nula capacidad ideológica para adaptarse a los nuevos tiempos y a las exigencias de un conservadurismo a la europea. Ninguno de aquellos viejos pioneros había leído a Joaquín Costa ni les importaba, a ninguno le interesaba resolver los problemas seculares del país ni sus cánceres históricos. Solo les preocupaba conservar el poder –tal como habían hecho sus padres y abuelos en la dictadura–, y seguir tirando con el viejo negocio franquista que había funcionado durante el cuarentañismo. Franco les enseñó el camino, la verdad y la vida, el clientelismo y el nepotismo, más las tres reglas de oro para montárselo bien: la corrupción es el sistema, el patriotismo la cartera y la demagogia populista el manual del día a día. Y con esa fórmula exitosa (más el discurso guerracivilista y antidemocrático contra el rojo culpable de todos los males de la patria) han conseguido mantener el poder nacional y autonómico durante cuatro décadas. Ellos eran España, la bandera les pertenecía y las instituciones formaban parte de su propiedad. Prietas las filas, no había matices ideológicos mientras el invento carburara.

Sin embargo, como todo en la vida, la fórmula ha terminado por agotarse. La vaca ya no tira más leche por mucho que Pablo Casado se empeñe en darle cariño al ganado vacuno en cada campaña electoral. El cuento se acaba (se ha exprimido tanto que está tan seco como los embalses franquistas) y la fraterna hermandad de las diferentes familias conservadoras españolas ha saltado por los aires. La fábula de la derechona fuerte y recia no da para más. Es como cuando una empresa gripa, quiebra y los gordos, fatuos y calvos accionistas deciden disolver la compañía, repartir los beneficios que queden y despedirse entre abrazos, palmaditas en la espalda y lacrimógenos recuerdos de un pasado glorioso. Si te he visto no me acuerdo. A seguir con el tinglado en otra parte.  

Casado pasará a la historia como uno de esos últimos emperadores romanos que protagonizaron la decadencia del imperio. Salió elegido presidente del PP de rebote y de milagro. Fue el fruto espurio de una guerra (sorayistas contra cospedalistas) y va a caer víctima de otra. Pero esta vez, al contrario de cuando salió elegido como figura de consenso capaz de coser las costuras del partido, la fractura en dos se antoja inevitable. Hay demasiadas heridas y demasiado profundas. Si el que sale derrotado es él (tiene todas las papeletas), los pocos casadistas que queden probablemente le seguirán en su guerra particular para recuperar el mando. Y la refriega continuará durante largo tiempo. Si pierde Ayuso (una hipótesis remota) podría sentir la tentación de montar su propio partido (MÁR ya ha filtrado esa opción que aterroriza a los prebostes de Génova). La lideresa ha acumulado popularidad, carisma y granero de votos suficientes como para emprender una aventura en solitario. Le han dicho que es un animal político capaz de llegar paseándose a la Moncloa (pese a que no sea capaz de hilvanar un discurso sin su chuleta) y ella se lo ha creído. En el caso de que finalmente diera ese paso, el golpe para el Partido Popular, ya muy erosionado por Vox, sería también letal. El votante pepero que sale a la calle Génova a manifestarse contra el casadismo está hechizado con Ayuso, que podría atracar el Banco de España mañana mismo, si se lo propusiera, y aun así seguiría ganando de calle las elecciones. Eso es el trumpismo.

En cualquier caso, Casado ha decidido vender muy cara su piel. Es un hombre demasiado ambicioso como para aceptar un carguete en un chiringuito o mamandurria, tal como ha demostrado en medio de una pandemia en la que no le ha temblado el pulso para fabricar basura política, montajes de todo tipo y escándalos para alimentar la crispación y derribar al Gobierno. No estamos ante un cómodo oportunista con siete vidas como Toni Cantó, tiene metido entre ceja y ceja que ha de ser presidente de España y lo seguirá intentando todo. Jamás aceptará una apartada covachuela o ventanilla donde su sombra languidezca en silencio, sin hacer ruido, anónimamente. Si le hacen un Sánchez, es decir, si lo decapitan políticamente como hicieron en su día los susanistas y felipistas con el hoy presidente del Gobierno, seguirá intrigando y malmetiendo para reconquistar Génova. El problema es que Sánchez tenía a las bases de su lado; Casado solo cuenta con Teodoro García Egea (que no lo quiere nadie) y con parte del aparato, un aparato al que se aferra como un niño a su averiado juguete. Su intento a la desesperada de convocar Junta Directiva Nacional (máximo órgano entre congresos con sus 300 miembros) solo puede interpretarse como un suicidio político, un cuerpo a cuerpo a la desesperada con los grandes barones territoriales. Se prevé una votación ajustada, de modo que esta vez ya puede decirle al torpe Casero que atine con el botón adecuado.

Ayer, acosado por la prensa de la caverna que pedía su cabeza, extenuado tras más de ocho horas de tensa reunión mientras Feijóo le prometía lealtad en público pero al mismo tiempo le sugería elegantemente la dimisión (la fineza del líder gallego asusta y es propia de El Padrino), Casado vio cómo los barones y su núcleo duro empezaban a abandonar el barco, dejándolo solo. Dicen que quiere atrincherarse hasta el final, pero por mucho que se resista, Jiménez Losantos ya le ha escrito el epitafio como cadáver político. O sea que está listo papeles.

Viñeta: Álex, la mosca cojonera

VOX CONTRA VOX

(Publicado en Diario16 el 21 de febrero de 2022)

Una encuesta del Grupo Prisa revela que seis de cada diez españoles siente miedo o preocupación ante la posibilidad de que Vox forme parte del Gobierno de España. Es la constatación de que más de la mitad del país ve una clara amenaza para la democracia en el partido de Santiago Abascal. Sin embargo, el sondeo arroja un dato desconcertante que nos pone ante la extraña realidad de un votante, el voxista, que se mueve entre la rabia contra el sistema y la ideología populista propia de regímenes autoritarios. Si nos fijamos en los números del granero verde, un 9,5 por ciento apoya la ilegalización de su propio partido, un 2,8 apuesta por negarle el debate en el Parlamento y un 1,2 cree que no se debería permitir la entrada de Vox en el Gobierno de la nación. Incluso hay un 5,9 por ciento de ese tumultuoso electorado que se decanta por debatir políticamente con el grupo ultra, pero sin alcanzar ningún acuerdo. O sea, un auténtico galimatías ideológico, una diarrea mental, un porro.  

Sumando todos los datos, se concluye que el 76,3 por ciento de la masa popular que apoya el proyecto de Abascal es partidaria de tratar a Vox como un partido más, de modo que el resto, es decir, casi uno de cada cuatro, no se fía de su propio equipo, o sea, no da un duro por lo que está votando. ¿Qué está pasando aquí para que el resultado del sondeo parezca sacado de una mañana de resaca tras una noche de rave salvaje? ¿Cómo puede ser que haya una parte importante de los votantes voxistas que pidan abiertamente la ilegalización del partido en el que depositan sus esperanzas de futuro? Sin duda, estamos ante un fenómeno sociológico digno de estudio que amenaza con hacer explotar los cerebros de los politólogos más eminentes, ya que ese perfil lisérgico de votante que está de acuerdo con que ilegalicen a los suyos no se había visto nunca y no hay un dios que lo entienda.

Vivimos tiempos líquidos y de posverdad donde todo vale. Pero que un señor o señora que vota como un hooligan o fan irredento pida al mismo tiempo la ilegalización de su fuerza política por tratarse de una organización peligrosa es como ese jugador empedernido que ruega a los porteros de un casino que no le dejen entrar en el local porque se armará una gorda. Algo freudiano y propio de psiquiátrico. Obviamente, el casino es una metáfora perfecta de la democracia y lo que están diciéndonos todos esos votantes voxistas contradictorios y desnortados es que o hacemos algo con ellos, ya, cuanto antes, sin más pérdida de tiempo, o cuando lleguen al Gobierno no responden de lo que pueda pasar.

Para empezar, partamos de la base de que las matemáticas y las estadísticas pocas veces se equivocan (salvo que se trate de Tezanos, que falla como una escopeta de feria), de modo que hemos de dar por buenos los resultados del sondeo de Prisa. Cabría la posibilidad de que cuando los encuestadores consultaron a los encuestados, estos estuviesen a sus cosas, con la cabeza en otro lado, mayormente en Génova azuzando la rebelión ayusista para derrocar a Casado, y no prestaran demasiada atención a lo que les estaban preguntando esos burócratas estadísticos de la izquierda podemita. Todo puede ser. Pero puestos a elucubrar, cabría lanzar la hipótesis de que el sondeo demoscópico no es producto de la aleatoriedad, del error o de la poca pericia de quienes realizaron el estudio, sino que estamos ante algo mucho más trascendente, profundo y significativo.

Así, no sería descartable que exista un porcentaje nada desdeñable de votantes de Vox a los que les importa un bledo todo esto de la democracia, que para ellos debe ser una cosa de rojos, así que prefieren no perder el tiempo con los lacayos informáticos de El País y la Cadena Ser, que ellos identifican con sucursales de Soros o Bill Gates. Por eso, cuando les consultan telefónica o telemáticamente, se toman la cosa a chunga, a cuchufleta, a cachondeo, y contestan disparates y burradas sin sentido como una forma de corroer el sistema desde dentro llevando el trumpismo hasta sus últimas consecuencias. No hablan ellos, habla la rabia, la desesperación, la indignación contra unos políticos que los han abandonado a su suerte. Por eso a la pregunta de si se consideran fascistas, nacionalistas españoles, xenófobos o nazis, como sugieren los intelectuales de la izquierda caviar, ellos lo niegan y se definen simplemente como “patriotas”. En realidad, es el discurso Trump que va contra el establishment, pura demagogia populista con la que unas élites adineradas, unos poderes fácticos reaccionarios, manipulan al pueblo canalizando su furia y frustración ante la crisis económica, ante el paro, ante el abuso de los bancos, ante la factura de la luz, ante tantas cosas e injusticias.

El que quiera ver en Vox un partido de millonarios elitistas se equivoca. Que busquen a las nuevas legiones antisistema en los barrios pobres de los extrarradios urbanitas, como hace Jordi Évole cuando se baja al arroyo de La Florida, en Hospitalet de Llobregat, en busca de El Morad, ese joven rapero de origen marroquí que se ha convertido en el nuevo mesías de los desclasados y que factura millones de euros al año echando ripios marginales y reventando Youtube al margen de los circuitos comerciales discográficos. El Morad es un cantautor del gueto, la última voz de menas e inmigrantes frente al discurso racista de Vox que cada día va calando un poco más en los poblados de la famélica legión.

No debemos perder de vista a ese 9 por ciento (casi diez) de votantes voxistas incoherentes que poseídos por el espíritu de Jekyll y Hyde piden que se les ilegalice a ellos por tóxicos, gente que sabe que está votando al Diablo pero lo asume, un grupo social perfectamente consciente de que está poniendo su granito de arena para acabar con el sistema. Españoles que entienden que Vox es tóxico para la democracia, malo, pupa y caca, pero que, tras sentirse defraudados una y otra vez (así ha sido tras cuarenta años de Restauración borbónica), ya todo les da igual.  

Viñeta: Pedro Parrilla

MATAR AL CÉSAR

(Publicado en Diario16 el 20 de febrero de 2022)

Pablo Casado ha caído en la cuenta de que ha cometido una grave equivocación atacando a Isabel Díaz Ayuso por tierra, mar y aire al denunciarla por corrupción. El problema es que este nuevo error de cálculo puede ser el último en que incurra como máximo dirigente del principal partido conservador. Si hace apenas dos días acusaba públicamente a la presidenta madrileña de haber perpetrado tráfico de influencias en la adjudicación de contratos públicos a su hermano, ayer reculaba y daba por archivado el expediente disciplinario interno que debía depurar responsabilidades. A Casado el impulso regenerador le ha durado apenas 48 horas, el tiempo que ha tardado en comprobar que la expulsión de Ayuso del partido suponía el final del PP y que buena parte de la militancia está con la lideresa (entre ellos pesos pesados como Esperanza Aguirre y Cayetana Álvarez de Toledo).

Así, mientras el presidente popular contemplaba desde su despacho de la planta noble cómo iba creciendo la marea de votantes indignados a las puertas Génova 13 –con banda de mariachis incluida–, debió pensar que quizá había llegado el momento de echar el freno en su cruenta ofensiva contra su archienemiga o de lo contrario estaba en peligro su propio pellejo. Solo así se explica que fuentes de su equipo directivo confirmaran ayer que “concluirán satisfactoriamente” el expediente informativo abierto contra Díaz Ayuso por el polémico contrato de las mascarillas, una bandera blanca en toda regla, una humillante petición de cese de las hostilidades cuando no una penosa asunción de la derrota. No cabe otra interpretación a ese nuevo cambio brusco de estrategia –desde la guerra sin cuartel contra Ayuso a la mansa petición de tregua–, ya que mientras el entorno casadista entregaba la cuchara, el de la presidenta madrileña seguía apuntando con sus fieros cañones hacia las murallas genovesas al revelar que Casado le habría llegado a ofrecer a la presidenta una paz consistente en que ella niegue que se han contratado fontaneros y detectives privados para espiarla a cambio de que el expediente sobre el turbio affaire de su Hermanísimo quede debidamente guardado en un cajón.

Así las cosas, a Casado se le presenta un negro panorama con la posibilidad de un congreso extraordinario del PP, una medida quirúrgica que ya reclaman con urgencia algunos cargos como única salida a la guerra interna entre casadistas y ayusistas y que no tendría otra finalidad que deponer al actual presidente popular y elegir a un nuevo líder. Sería algo así como convocar un cónclave para matar el César coincidiendo con los idus de marzo. A esta hora, el barón Núñez Feijóo parece el elegido, una especie de mesías que descendería del gallego monte Sinaí, tablas de la ley en mano, para apaciguar el partido, cerrar heridas y ponerse al frente de la travesía en el desierto de las tribus del PP. Ayuso sabe que esa es la única salida que le queda ya, y a ella se aferra como a un clavo ardiendo. ¿Un congreso extraordinario en el que ruede la cabeza de Casado y ella salga reforzada? ¿Dónde hay que firmar?, estará pensando la lideresa castiza, que lleva meses mendigando un congresillo regional que Casado le ha negado por activa y por pasiva como forma de cortarle su meteórico ascenso como faro y guía indiscutible del PP madrileño. Desea tanto ese evento, ya sea nacional o regional, ordinario o extraordinario, que Ayuso va deslizando por ahí que con una mayoría de dos tercios sería suficiente para que se convoque el cónclave del que debe salir el sumo pontífice Feijóo, tal como recogen los estatutos del PP. Ese hecho explicaría por qué de los tejados de la Puerta del Sol, sede del Gobierno regional, últimamente emerge un sospechoso humillo blanco vaticano. Habemus papam.

Lo terrible para Casado es que cada vez son más las voces que se revuelven contra él pidiéndole que acabe con el “daño irreparable” que está haciendo al partido y escenifique una imagen de renovación y unidad. El propio Feijóo deja abierta esa puerta al advertir públicamente al todavía dirigente popular que si no soluciona esta “hemorragia” puede haber un congreso extraordinario, porque no se puede llegar al ordinario (a celebrar en julio) con “esta herida abierta”. “Sería muy malo” dejar ese asunto pendiente durante meses, avisa el barón orensano.

En las últimas horas, a las voces que piden la cabeza del dúo Casado/Egea se han unido Aguirre y Cayetana, antes mujer de la máxima confianza del presidente popular y hoy la más furibunda anticasadista. Ambas exigen el ansiado congreso para que sean los militantes quienes tomen la palabra y porque la actual crisis interna pone en riesgo la propia existencia del PP y su papel dentro del espacio político como alternativa al Gobierno de Pedro Sánchez. O dicho en otras palabras: Aguirre y CAT están dispuestas a ser dos de las que le claven el puñal al César a la salida del Senado.

El runrún crece, la conspiración se propaga por los pasillos de Génova. Mientras tanto, todos los dardos de los ayusistas se dirigen contra Teodoro García Egea, mano derecha del líder popular. Según publica el diario El Mundo, implicados en el presunto espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid confiesan que la ‘operación Ayuso’ se fraguó en “sala de guerra” del lugarteniente murciano. Así pues, parece claro que la primera fase del golpe a Casado pasa necesariamente por eliminar al secretario general del partido. Muerto el alfil, jaque mate.

Y conviene no olvidar que la prensa conservadora, pieza clave para terminar de derribar el casadismo, empieza a ver en Feijóo a la gran esperanza blanca del PP. Pedro J. Ramírez advierte que el escándalo que ha vivido España estos días ya está “teniendo consecuencias políticas” y cita un sondeo de su digital El Español “en el que Vox aparece por primera vez por encima del Partido Popular”. Según Pedrojota, la crisis descarnada de esta semana le habría costado nada más y nada menos que 20 escaños a los populares. Un auténtico suicidio político propiciado por un dirigente como Casado cuyos impulsos irreflexivos y su mala cabeza para la estrategia han terminado por llevar al partido a lo más profundo del abismo.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL NAVAJAEO DE LOS BARONES


(Publicado en Diario16 el 19 de febrero de 2022)

La guerra fratricida entre Casado y Ayuso ha cogido desprevenidos a los barones del PP. Todos ellos andaban ocupados en las cosas de sus respectivos terruños, en los problemas de la España Vaciada y en el resurgimiento del cantonalismo localista, de modo que no se esperaban el pollo de Madrid. El que más y el que menos ha quedado con la boca abierta, descolocado, ya que ninguno era capaz de sospechar este salvaje y cruel navajeo televisivo, en prime time, entre el jefe y la delfina. En las primeras horas tras estallar la contienda, los teléfonos echaron chispas. Y la noche fue muy larga. Fulanito llamó a Menganito (y a alguna que otra Zutanita, pero pocas, ya que las baronías peperas son eminentemente masculinas, por no decir patriarcales) y conversaron entre ellos sobre la posición política que debían adoptar mientras el partido implosionaba y se iba al garete en la noche más loca de la derecha española desde que se instauró el Régimen del 78.

¿Y ahora qué hacemos? ¿Con quién vas tú, que yo no sé? ¿Ya te has alineado? Esas eran las preguntas más repetidas entre los barones populares en una madrugada de infarto, bourbon  y pitillos como no se recordaba desde que los golpistas dieron el tejerazo en el 81. A fin de cuentas, lo que habían hecho los fontaneros del partido había sido justo eso, dar un golpe de timón, una asonada interna, y más de uno sintió un hondo escalofrío en el cuerpo. O sea que cundió el canguelo. Por una vez no eran los rojos los que tenían miedo ante un súbito pronunciamiento que si bien tenía carácter civil, no militar, no por ello dejaba de ser convulso para el bipartidismo y para la democracia misma. Sin duda, todos los barones pasaron la noche en vela pensando en aquella foto comprometedora con Ayuso en cierto restaurante o en aquel discurso navideño demasiado entusiasta con el casadismo. En política, las amistades se pagan para bien o para mal. O se está con el César o con el aspirante, y el que juega a dos chaquetas termina pagando por equidistante.

Sea como fuere, en esas conversaciones nocturnas entre los barones territoriales se plantearon todas las posibilidades para resolver la crisis galopante que acababa de estallar. Unos sugirieron abandonar cuanto antes el barco del casadismo que hace aguas por todas partes y que solo ha traído desgracias al PP para jugar la arriesgada carta ganadora de Ayuso (esa sería la vía Aznar/Aguirre, quienes en más de una ocasión se han mostrado críticos con la gestión de Casado y han hecho ojitos a la lideresa castiza). Otros propusieron no hacer nada y dejar que ambos contendientes se acuchillen a placer hasta desangrarse (o sea la táctica del avestruz, dejar que pase el tiempo y que todo se pudra, como en la época de Mariano Rajoy). Y no faltó quien puso sobre la mesa la necesidad de convocar una cumbre de urgencia, es decir, que los barones territoriales y las figuras con peso específico en la formación de la gaviota quedaran en algún hotel de Madrid para, en una cumbre de urgencia, deponer a los dos contendientes y abrir un proceso de primarias con el fin de elegir al nuevo líder popular (esa sería la solución más drástica, casi un contragolpe fulminante que acabaría con los dos niñatos que, con sus caprichos y pataletas infantiles, han terminado por reventar el partido).  

Al final, y a tenor de las declaraciones de cada uno de los presidentes regionales, parece haber triunfado la vía Rajoy, es decir, ponerse de perfil y no mojarse demasiado. En realidad, viendo las cosas fríamente, era lo que tocaba, ya que posicionarse a favor o en contra de uno o de otra, a estas alturas incipientes de la guerra, suponía asumir un grave riesgo cuando no aceptar un suicidio político en diferido.

No obstante, hay matices. Alberto Núñez Feijóo, el presidente de la Xunta de Galicia que suena con fuerza en las últimas quinielas como el hombre idóneo para zanjar la guerra civil y empezar de nuevo sobre las ruinas del partido, ha sido quien más se ha mojado. Cuando Rajoy fue descabalgado del poder en la histórica moción de censura de 2018, muchos pidieron a Feijóo que diera el paso al frente para hacerse con las riendas del partido. Pero él declinó y prefirió quedarse en su lluvioso feudo, donde gana elecciones sin sobresaltos, vive tranquilo entre nécoras y centollos y tiene controlado el patio porque no hay quien le haga sombra. Dicen que estos días el líder gallego se siente comprometido y algo culpable por la situación que vive el PP, ya que de haber aceptado el reto en su día quizá las cosas hubiesen sido de otra manera y el partido hoy no estaría hecho unos zorros. “No procede contratar a ningún investigador privado para espiar a una compañera de partido y ver contratos que están en el portal de transparencia. Si se ha hecho, me parece inaudito e imperdonable perder el tiempo en esto”, asegura el dirigente gallego, que si bien parece decantarse por Ayuso, acto seguido hace un llamamiento “a la calma” y sin exigir la cabeza de Teodoro García Egea, a quien todos señalan como muñidor del plan de los fontaneros que sacó a la luz el contrato público por el que el Hermanísimo de Ayuso se embolsó una jugosa comisión con la venta de mascarillas en plena pandemia.

Algo más prudente se ha mostrado el barón andaluz, Juanma Moreno Bonilla, que decidió optar por el estilo Rajoy, esto es, balones fuera y hablar del tiempo o de fútbol. Ha sido así, diciendo que él no piensa en “otra cosa que no sea Andalucía” ni le interesa “ninguna cosa ajena a su tierra”, como ha tratado de esquivar la reyerta entre las dos familias peperas. Moreno Bonilla se abraza a la poesía lorquiana para no entrar en guerras ajenas, pero sabe que camina sobre un alambre, ya que Vox amenaza con retirarle la muleta que sostiene su Gobierno cada vez más debilitado, lo que sería letal para él, ya que convocar elecciones anticipadas en este momento, cuando los ultras andan disparados en las encuestas, se antoja poco menos que una inmolación. El ejemplo de Castilla y León, donde el PP ha estado a punto de sufrir un serio descalabro, ha impresionado al bueno de Juanma, que cuando ve una urna es como si un vampiro viera una ristra de ajos.

También Mañueco se ha puesto de perfil, ya que aunque pide que resplandezca “la verdad”, advierte que él ya tiene suficiente “con lo que tiene”, y no le falta razón, ya que no solo ha estado a punto de pegársela en las autonómicas sino que ahora se ve obligado a formar gobierno con los ultras de Castilla y León, un marrón de dimensiones considerables. A buen seguro que Mañueco no guarda el retrato de Casado en su cartera (fue el jefe quien lo arrastró a esta situación) y por ahí puede haber otro ayusista latente, silencioso, encubierto.

En cuanto a López Miras, es el único que defiende sin ambages la calamitosa gestión de Teodoro García Egea (será por aquello de que ambos son amigos, murcianicos y ya comían paparajotes en el colegio mayor cuando eran pequeños). “De ahí mi respaldo a la dirección nacional”, zanja el presidente de Murcia, que acto seguido da la de cal al apostar por la “honorabilidad” de la presidenta madrileña. Ya tenemos al equidistante más descarado, el que quedará apuntado en la lista negra de casadistas y ayusistas, el que sin duda pagará el pato de la ambigüedad calculada. El quedabién con todos. Ay Fernandico, si es que no aprenderás nunca.

Ilustración: Artsenal

CASADO TIRA DE LA MANTA

(Publicado en Diario16 el 18 de febrero de 2022)

Hace días que venimos sosteniendo que Pablo Casado está perdiendo la batalla de la opinión pública en su duelo fratricida contra Isabel Díaz Ayuso. El todavía líder del Partido Popular pensó que tirando de la manta, dejando al descubierto el Mascarillagate (un asunto de trato de favor con supuestas comisiones para el Hermanísimo de la lideresa) asestaba un golpe mortal a la carrera de su principal rival y competidora en la pugna por el liderazgo del partido. Sin embargo, una vez más, los cálculos y estrategias de Casado han vuelto a fallar.

Al jefe de la oposición no le sale una a derechas. Cuando marcha corriendo a Bruselas, con la caravana de la llorería, para intentar que los fondos y ayudas no lleguen a España, los prebostes de la UE le dan con la puerta en las narices. Cuando convoca elecciones anticipadas para afianzar su poder regional como paso previo a la conquista de Moncloa resulta que lo único que consigue es hacer grande a Vox y casi consumar un descalabro electoral. Y ahora que se propone liquidar a la diva castiza que le hace sombra urdiendo un monumental escándalo televisado con espías, dosieres y corruptelas varias le sale el tiro por la culata y todo queda en la dimisión de Carromero, el fontanero de su confianza que estaba en el ajo. Es evidente que si hay alguien que tiene que dimitir aquí ese es Pablo Casado.

El dirigente popular tiene muchos frentes abiertos, quizá demasiados, pero su principal problema es el de la falta de credibilidad. A Casado ya no se lo creen ni los propios votantes del PP porque hoy dice una cosa, mañana otra y, al día siguiente, vuelve a rectificar otra vez. El primer defecto de este político demagogo, populista, sectario, hiperventilado y corroído de ambición –lo hemos dicho muchas veces aquí–, es la incoherencia. Y así, una mañana arremete contra Vox en un chute de espíritu democrático y al cuarto de hora está firmando pactos a diestro y siniestro con los ultras en cada rincón de España. La falta de lógica política es un vicio mortal para cualquier gobernante porque deja transparentar sus carencias, sus debilidades, su falta de empaque como estadista. Hoy mismo, en una entrevista con Carlos Herrera en la Cope, ha vuelto a dar serias muestras de personalidad doble que aumentan las sospechas de hombre poco fiable. Cuando el popular periodista le ha apretado con el polémico contrato del Hermanísimo de Ayuso, Casado no ha tenido pelos en la lengua a la hora de sugerir que él ve serios indicios de corrupción y lo ha dicho tan descarnadamente, tan salvajemente tratándose de una compañera de partido (y hasta hace no tanto una buena amiga), que por momentos parecía que era Pedro Sánchez quien se encontraba al micrófono de la cadena de los obispos tratando de destruir al PP. “La información es que la comisión fue de 286.000 euros. Es suficientemente relevante como para pensar que ha habido tráfico de influencias, pero yo no acuso, solo estoy preguntando y no he tenido respuesta”, alega el jefe popular. Esta sentencia dicha por cualquier otro líder político sería aplaudida por todo el mundo. El problema es que estamos hablando de Pablo Casado, el tipo al que hasta hoy no le ha interesado lo más mínimo la corrupción en su partido, el dirigente que metía la cabeza debajo del ala cuando un chaparrón de casos turbios caía sobre Génova 13. Ante sus narices han pasado gravísimos casos como Gürtel, Púnica, Lezo, Bárcenas, Kitchen y una retahíla interminable de historias turbias que nunca le quitaron el sueño al mandamás pepero. Sin embargo, ahora, de repente, al hombre le entra el remordimiento y la preocupación por un contratillo que supone apenas una gota de agua en medio del océano de dinero negro, basura y detritus en el que chapotea el Partido Popular desde hace años. ¿Por qué? Obviamente porque ve en el escándalo de proporciones bíblicas la cicuta definitiva, la forma más efectiva y letal de acabar con IDA.

La gran responsabilidad de Casado en la decadencia de la derecha española reside en que ha sido demasiado condescendiente con la corrupción. “Este PP ya no es el PP de antes”, insistía una y otra vez tratando de pasar página cuando lo lógico hubiese sido pasar la fumigadora, pedir perdón a los españoles y empezar de cero otra vez. Pero a Casado no le interesa limpiar el partido, ni aclarar el affaire del Mascarillagate, ni la transparencia, ni la regeneración ejemplar del proyecto. Todo eso le importa un bledo. Él solo ve la oportunidad que ni pintada de quitarse de encima a una mujer que en cualquier momento (con el apoyo de importantes voces ayusistas como Esperanza Aguirre o Cayetana Álvarez de Toledo) puede darle un golpe letal, levantarle la silla y autoproclamarse candidata al Gobierno de España en el próximo congreso regional o nacional. Por eso se tira a la piscina sin saber si hay agua, por eso aprieta el botón nuclear de la demolición del ayusismo (que es la demolición del partido entero) cuando él mismo sabe que el contrato de marras con el que el Hermanísimo de Ayuso sacaba tajada de las mascarillas en plena pandemia “puede que no sea ilegal”, solo poco ético o poco ejemplar.

Casado asume todos estos riesgos –incluso la posibilidad de que el PP salte por los aires– porque es consciente de que se está jugando el liderazgo del partido a la desesperada, a cara o cruz, a todo o nada. Solo le queda una baza para seguir al frente de la formación de la gaviota: aplastar a Ayuso, que se ha convertido en su principal obsesión. Más incluso que el propio Pedro Sánchez.

Viñeta: Pedro Parrilla

DUELO A MUERTE EN EL PP

(Publicado en Diario16 el 18 de febrero de 2022)

Tras el día más loco en la historia del PP ya podemos decir que Pablo Casado ha perdido el duelo a muerte con Isabel Díaz Ayuso. Empieza a calar la idea de que la presidenta de Madrid ha sido víctima de una encerrona, una especie de montaje urdido por los fontaneros del partido para arruinar su fulgurante carrera política. La jornada de ayer fue un pulso en toda regla entre casadistas y ayusistas, un mano a mano televisado entre los cuarteles generales de Génova (poder nacional) y Puerta del Sol (poder autonómico) para tratar de ganar la batalla de la opinión pública. Y fue tan trepidante la cosa que ni siquiera los primeros bombardeos en Ucrania, preámbulo de la Tercera Guerra Mundial, pudieron eclipsar el gran tema de la crisis del PP.

En ese cuadrilátero televisivo, la primera en golpear fue la lideresa castiza, que quiso dar su versión sobre el escándalo de las mascarillas, un sangrante caso de trato de favor a una empresa amiga del que supuestamente sacó tajada, en plena pandemia, el hermano de la presidenta. En esa comparecencia ante los medios a media mañana, IDA volvió a desempeñar el papel que mejor le va: el de víctima de una injusticia, el de hija predilecta del pueblo de Madrid que se enfrenta a los poderes del mal, el de una nueva Juana de Arco que, como una mártir abnegada, pelea sola y como puede contra los enemigos de la patria.

De esta manera, si Casado tiene a su servicio el aparato del partido con todos sus fontaneros, espías y detectives privados, IDA cuenta con el amor de sus paisanos. Si Casado dispone de licencia para abrir expedientes disciplinarios de expulsión, IDA posee esa mirada llorosa a cámara que es como la de una Virgen doliente que gana elecciones sin despeinarse. Y si Casado acumula el poder suficiente para echarla del PP, IDA tiene la fuerza de su palabra respaldada por el voto de cientos de miles de madrileños que creen en ella ciegamente por una simple cuestión de fe, como lo hicieron en los peores días de la pandemia, cuando ella les dijo sed libres, sed felices, comed y bebed en mis bares y mesones, que mañana Dios dirá. En ese rol de princesa del pueblo, Ayuso es imbatible, ya que brilla con luz propia, mientras a Casado se le ve como un oscuro burócrata, un muñidor de turbias tramas temeroso de que una muchachita de Chamberí le arrebate la silla. Desde ese punto de vista, Casado aún no lo sabe, pero está políticamente muerto porque la gente, el votante, no le quiere a él, sino a ella.

Consciente de que solo tenía que salir al escenario e interpretar el papel del personaje que la gente idolatra, Ayuso convocó una declaración institucional sin preguntas. Sus asesores entendieron que la presidenta ni siquiera necesitaba dar explicaciones concretas sobre el polémico contrato del que su hermano sacó la presunta mordida. “Sal ahí, ponte bajo los focos que te adoran y métetelos en el bolsillo como sabes hacer”, debió decirle MÁR. Y así fue. Tras acusar a Casado de maniobrar para desprestigiarla “personal y políticamente”, sin pruebas, negó las acusaciones de trato de favor y empezó su actuación magistral digna de un Goya a la mejor actriz principal: “Que prueben que ha habido tráfico de influencias. Que prueben que ha habido un solo contrato irregular. Que prueben que yo no soy honrada”, alegó. Pero faltaba la guinda de la interpretación, el momento estelar: “Nunca pude imaginar que la dirección nacional de mi partido iba a actuar de forma tan cruel y tan injusta contra mí (…) Están atentando contra lo más importante que tiene una persona, que es su familia”. Para entonces, muchos votantes peperos se enjugaban las lágrimas, pañuelo en mano y arrodillados ante el televisor, preguntándose cómo Casado podía ser tan pérfido, tan desalmado, tan mala persona. Hacerle eso a una pobre chica cuyo único pecado había sido darlo todo por Madrid y derrotar al sanchismo podemita que quiere romper España. Indignante. Y empezaron a convocarse manifestaciones de apoyo a Ayuso, por WhatsApp, ante las puertas de Génova 13.

Tras asistir a la impactante comparecencia de la presidenta, Teodoro García Egea debió preguntarse: “¿Y ahora tengo que salir yo?”. O sea, lo mismo que dijo Chuck Berry cuando el gran Jerry Lee Lewis dio aquel histórico concierto en el que quemó un piano con una lata de gasolina, puso patas arriba un teatro y llevó al éxtasis a sus fans. Y así, entre meditabundo y dubitativo, entre poco convincente y algo timorato, el secretario general del PP se colocó ante el pelotón de periodistas sabiendo que la dirección nacional había perdido la batalla decisiva. A García Egea se le vio derrotado y si era cierto que tenía en sus manos el contrato bomba para cargarse la carrera política de Ayuso nunca transmitió esa sensación. Es más, era él quien parecía entregado y dispuesto a anunciar, de un momento a otro, su dimisión. El secretario, máximo responsable de la “Operación mascarilla” para derribar a la presidenta, dio una cómica rueda de prensa que solo contribuyó a aumentar la confusión en todo este sainete (las capacidades comunicativas del lanzador de aceitunas son tan penosas como su habilidad para construir montajes políticos).

Toda España se preguntaba a esas alturas cómo podía ser que Casado y sus fontaneros tuvieran información de primera sobre un caso de corrupción y no lo llevaran a Fiscalía sino a un misterioso bufete de detectives privados. Nada cuadraba, el asunto apestaba a refriega entre clanes rivales. El aparato del partido quedaba como el gran culpable de la chapuza del espionaje a Ayuso y desde ayer el bueno de Teodoro es más “Teodioro” que nunca para las bases y la militancia, que ya lo señalan con el dedo como el Judas que ha consumado la traición contra la favorita del pueblo (así lo sentenció el implacable Jiménez Losantos en su tribunal radiofónico matinal y así lo sancionó Espe Aguirre a media tarde, cuando pidió su cabeza).

El desastre total para Casado se consumó a última hora, cuando su asesor y hombre de confianza, Ángel Carromero, presentaba la dimisión tras conocerse que circulan unos supuestos audios comprometedores en los que los detectives sondeados por la cúpula popular confiesan que Génova les propuso saltarse la ley para espiar a la presidenta de Madrid. Sin duda, esa fue la prueba del algodón de que el golpe de la “gestapillo” casadista contra Ayuso había fracasado. A última hora producía sonrojo y vergüenza ajena escuchar a Pablo Montesinos poniendo todo tipo de excusas peregrinas, como que la directiva nacional no tiene nada que ver con el complot contra la lideresa, que las filtraciones de la prensa son interesadas y que Casado ha sido víctima de un montaje. Otro ridículo esperpento estaba servido pocos días después del fiasco en las elecciones de Castilla y León. Ahora, como siempre, están a un paso de echarle la culpa de todo a Pedro Sánchez mientras se niegan a asumir que el PP va camino de la implosión con posterior escisión en dos. Y entretanto, Vox haciendo caja.

Viñeta: Currito Martínez

viernes, 18 de febrero de 2022

EXPLOTA EL PP

(Publicado en Diario16 el 17 de febrero de 2022)

Primero fue la “gestapillo” en tiempos de Aguirre y la operación de acoso y derribo contra Cristina Cifuentes, el Cremagate. Más tarde se supo que las cloacas del Estado habían montado la Kitchen con Jorge Fernández Díaz al frente del Ministerio del Interior. Y ahora el escándalo del espionaje al hermanísimo de Isabel Díaz Ayuso por presuntos cobros de comisiones en la compra de mascarillas en plena pandemia. El juego sucio, las formas mafiosas, siempre han formado parte de la forma de hacer política en el PP. La “guerra orgánica” está en el ADN mismo de un partido heredero del franquismo, un régimen policial siniestro que espiaba, perseguía y reprimía a la disidencia, tanto interna como externa. Fraga lo copió todo de la dictadura, el Movimiento Nacional tuneado como fuerza democrática, el clientelismo, el nepotismo, la usurpación de consejos de administración de grandes empresas, las puertas giratorias, el caciquismo, el asalto a las instituciones, las adjudicaciones a dedo y también, cómo no, las truculentas operaciones y montajes propios de estados totalitarios corruptos.

Para el PP, lo de Ayuso es simplemente un episodio más en su turbia y triste historia de vigilancias, delaciones y seguimientos a objetivos y personas. Siempre lo han hecho y seguirán haciéndolo, ya sea en dictadura o en democracia, porque esta gente no respeta nada, ni las libertades ni el Estado de derecho, y practican con total impunidad los códigos secretos de la Camorra napolitana, de la Cosa Nostra, de la Famiglia. En el Partido Popular, colocar un micro en un despacho o contratar a un detective privado de gafas oscuras y gabardina entra dentro de las prácticas políticas habituales y es algo tan cotidiano como dictar un bando municipal. Llevan interiorizado el “villarejismo”, la conspiración, la intriga y la guerra sucia y fratricida desde los tiempos decimonónicos de la Restauración. Se devoran entre ellos como pirañas ávidas de poder, nunca conseguirán quitarse de encima el maldito estigma de la Brigada Política Social, el modelo policial y judicial que les legó Franco y que es el que a ellos les motiva en su enfermiza conspiranoia contra los díscolos del partido y los enemigos de la patria.

Pero, más allá de prácticas oscuras, endogámicas y ancestrales incrustadas desde siempre en las derechas españolas, conviene no perder de vista que estamos ante el síntoma claro y evidente de la descomposición de un partido. Desde que Pablo Casado tomó las riendas de Génova 13, la historia del PP es la historia de una decadencia. El sucesor de Rajoy nunca fue un líder sólido y cuando emergió la figura de Ayuso, con su populismo demagógico entre trumpista y cañí, la batalla entre facciones estaba servida. Podría parecer que esto es una pugna entre programas, entre ideologías, entre formas de entender el nuevo conservadurismo español. Podría entenderse que lo que se está jugando aquí es si el PP coaliga con la extrema derecha de Vox o le pone un cordón sanitario a la europea. Pero no. Esto es simple y llanamente una cruenta, salvaje y descarnada reyerta por el poder; una refriega entre clanes rivales que se odian fraternalmente porque ven amenazadas sus posiciones; un duelo a muerte entre las grandes estirpes o élites sociales, políticas y financieras del país a las que España les importa un bledo porque solo viven por y para sus poltronas.

Casado había tratado de vender las elecciones anticipadas en Castilla y León como un lance victorioso cuando ha sido justo al revés: el PP ha estado al borde del precipicio y lejos de consolidarse no ha conseguido más que engordar al endriago de Vox, su principal rival y competidor por la derecha. Los comicios castellanoleoneses diseñados por don Teodoro y los suyos para reforzar el poder popular regional han terminado profundizando aún más en la agria disputa entre casadistas y ayusistas, una pelea cuyas heridas no se podrán cerrar ni con cien mayorías absolutas. Y al final ha ocurrido lo que tenía que ocurrir: que han empezado a circular los dosieres, las grabaciones de audio, los trapos sucios. Un novelón de John le Carré, un Watergate a la madrileña. El asunto del hermanísimo de Ayuso viene de lejos. Llevaba coleando en los despachos de Génova desde hacía tiempo y si sale ahora es precisamente porque al sector casadista le interesa acabar con la figura emergente de Díaz Ayuso, que empieza a hacerle sombra y mucha, al líder. Hasta la prensa de la caverna copia las prácticas mafiosas y unos rotativos de Villa y Corte toman partido por Casado y otros por Ayuso. Si hay caso de corrupción se saca y si no hay se inventa. La guerra de la desinformación entre Biden y Putin va a quedar en un juego de niños al lado de esta confrontación nuclear donde solo puede quedar uno.

Mientras tanto, Santiago Abascal se frota las manos porque ve cada vez más cerca su gran sueño de liquidar al PP para emerger rotundamente con su proyecto político mucho más duro, más patriota, más autoritario. A su vez, el Gobierno de coalición empieza a respirar algo más aliviado. Con un PP enfrascado en su carnicería interna, el Ejecutivo socialista-podemita quizá pueda soldar sus propias fracturas, dejar atrás la sombra de unas elecciones anticipadas y llegar al final de la legislatura. El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, niega que haya habido espionaje y ofrece curiosas explicaciones sobre las gestiones que ha llevado a cabo el Ayuntamiento para esclarecer el affaire. Por lo visto ha llamado a capítulo a Carromero y los otros implicados en el espionaje que, encogidos de hombros y con caras de póker, se han limitado a decir aquello tan de cómic español de “yo no sé nada, jefe, a mí que me registren”. Y el edil los ha creído a pies juntillas. Hasta ahí la investigación interna. Un clásico de la transparencia del PP.

Ayuso denuncia que Casado ha querido hacerle “unas cremas”, como a Cifuentes en su día; el PSOE asegura que llevará el caso a la Fiscalía Anticorrupción; y los madrileños asisten atónitos a una historia que habla de una Emperatriz de Chamberí acorralada, de los supuestos negocios principescos de su hermano y de hasta un millón y medio de euros que están por aclarar. Ya basta de pamplinas y sainetes entre capuletos y montescos. Luz y taquígrafos caiga quien caiga.  

Viñeta: Artsenal

AZNAR COMUNISTA

(Publicado en Diario16 el 17 de febrero de 2022)

Aznar ha vuelto a hablar desde su oráculo, allá arriba, en el Olimpo de los dioses de la política. Y lo ha hecho para dejar una sentencia sorprendente, ya que ha equiparado a Santiago Abascal con la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, sin duda lanzando un aviso a navegantes para todos aquellos que en su partido están deseando no solo pactar ya, alegremente y sin meditarlo ni un solo minuto, con los ultraderechistas de Vox de Castilla y León, sino firmar acuerdos más amplios para concurrir en un bloque de derechas a las próximas elecciones generales. “No veo ventajas para España en que Le Pen estuviera en el Gobierno”, ha proclamado el hombre que puso las botas sobre la mesa en el salón del rancho Bush.

Últimamente el PP casadista se ha escorado tanto a la extrema derecha que hasta Aznar parece ya un rojo peligroso. Estamos tan acostumbrados a las formas falangizantes de Pablo Casado, a las franquistadas de Isabel Díaz Ayuso y a las carlistadas del alcalde de Madrid, Martínez Almeida, que no damos crédito cuando escuchamos al patriarca del PP cuestionando a los partidos neofascistas de nuevo cuño. No estamos diciendo aquí que Ansar sea el ideal perfecto de demócrata, pero cuando compara a Le Pen con Abascal y cuestiona la idoneidad de incluir al líder de Vox en un hipotético Gobierno conservador deja en evidencia lo lejos que han llegado los nuevos dirigentes del PP en su deriva ultra tras echarse al monte.

Ayer, sin más lejos, el alcalde de Villa y Corte se descolgaba con unas sonrojantes declaraciones en las que, en lugar de posicionarse abiertamente en contra de la extrema derecha española, como haría todo demócrata de bien, dijo que le parece más perjudicial para el país que Pedro Sánchez continúe en el Gobierno de España, con el apoyo de Bildu y ERC, que la posibilidad de que Vox pueda coaligarse con los populares. Solo le faltó levantar el brazo en alto, hacer el paso de la oca y cantar el Cara al Sol.

Pero Aznar fue aún más incisivo en su análisis crítico del neonazismo posmoderno durante su intervención en un almuerzo coloquio en el Círculo Ecuestre de Barcelona, donde situó al partido de Abascal “a la derecha de la derecha” y contrapuso la ideología del PP (un “partido constitucional absolutamente europeo y europeísta”) a la de Vox, que tiene como “referentes a Le Pen y otros movimientos europeos”. A nadie se le escapa que en el pasado Aznar vio al Caudillo de Bilbao como su más digno sucesor en detrimento de un Casado poco carismástico. Entre maestro y discípulo siempre ha habido feeling, eso que se llama reciprocidad. Al expresidente le agrada el estilo recio de hacer política de Abascal y este a su vez se ha declarado en reiteradas ocasiones un fiel admirador de la obra aznarista (la hemeroteca contiene numerosas pruebas de que ambos están en la misma onda política). Hasta que el líder voxista empieza a verse como una seria amenaza electoral. Ahí se terminó el idilio.

El expresidente, viejo zorro, ve el grave peligro que se avecina si el PP sigue atando su futuro al del partido ultra y por eso pulsa el botón de SOS, una alarma que nadie escucha. En Génova mandan una serie de “niñatos y chiquilicuatres” que no saben ganar elecciones (ya lo dijo Espe Aguirre en su día) y ninguno de ellos tiene la visión y la capacidad de anticipación sobre la serie de acontecimientos que están por llegar si el Partido Popular firma finalmente una coalición con Vox en Castilla y León que podría ser el preámbulo de una alianza de Estado mucho más amplia con el fin de conquistar la Moncloa. Casado ya ha demostrado su impericia para dirigir nada (y menos un gallinero como el PP), así que no se le puede pedir que lea el futuro más allá de sus propias narices. En cuanto a su más directa rival por el poder en Génova 13, Isabel Díaz Ayuso, tampoco es que destaque por sus ideas brillantes que marcarán una época. Todo lo que dice la lideresa castiza lo lee en una chuletilla que le escribe MÁR la noche anterior y el culmen de su pensamiento político se resume en aquella frase antológica que quedará para la historia: “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?”. La gran mente que descifró la esencia de lo español, Ortega y Gasset, aún se está revolviendo y partiendo el pecho de la risa, allá donde esté, con semejante perogrullada.

Es obvio que nadie en el PP está viendo venir el desastre que se avecina si Vox entronca en coalición conservadora. Nadie salvo Aznar, el político al que no le hacen falta rayos equis en los ojos, como un héroe de la Marvel, para intuir que el partido se dirige hacia un callejón sin salida de la mano de la ultraderecha antisistema. Ayer se permitió dirigirse a Abascal para decirle retóricamente: “¿Quieres que [Juan García-Gallardo, candidato de Vox] sea vicepresidente de una cosa que te quieres cargar?”. De esta manera, Aznar bromeaba con el hecho de que Abascal esté deseando liquidar el Estado de las autonomías y al mismo tiempo intente colocar a su delfín como segundo de a bordo de la Junta de Castilla y León. Una paradoja o incoherencia en sus términos que Ansar corrigió severamente: “Cuando estás en política, la política no es gratis, y tienes que dar explicaciones de las cosas”.

En realidad, al jefe de Vox le interesa más bien poco, por no decir nada, tocar poder con aburridas consejerías de esto o aquello, ya que no cree en los gobiernos descentralizados y es más de la España una, grande y libre. A Abascal solo le interesan las elecciones generales, dar el golpe al PP y poner el país patas arriba hasta hacerlo retroceder a los tiempos del NO-DO. Pues eso que lo ve hasta un ciego, parece que no lo huele nadie en el Partido Popular. Nadie excepto Aznar.

Viñeta: Iñaki y Frenchy