(Publicado en Diario16 el 14 de febrero de 2022)
La izquierda nació para mejorar la vida de la gente. Si ese objetivo esencial no se cumple, el socialismo no tiene ningún sentido y los populismos de extrema derecha arraigan con fuerza. No hay nada nuevo bajo el sol, la historia se repite bajo ese mismo fatídico patrón una y otra vez. Las elecciones celebradas ayer en Castilla y León sirven para constatar la grave crisis de identidad que viven los partidos españoles del espectro progresista. El PSOE, que ganó los comicios de 2019, ha sufrido esta vez una dura derrota. De nada sirve que Ferraz trate de maquillar los resultados para tratar de dulcificarlos. Los datos son los que son, Luis Tudanca pierde siete procuradores y ahora queda como segunda fuerza política, lejos del poder y sin ningún margen de maniobra para gobernar ni siquiera pactando con otros partidos. Se pueden extraer otras valoraciones más o menos optimistas, como que se conserva la masa electoral (sigue siendo parecida a la que respaldó al PSOE hace tres años), que en caso de elecciones generales el granero castellanoleonés socialista sigue prácticamente intacto y que no se ha producido el temido descalabro. Pero contentarse con que se han salvado los muebles no puede ser un motivo de alegría para Pedro Sánchez.
Está claro que el socialismo español paga el peaje del desgaste del Gobierno de coalición. La pandemia y la crisis económica, unida a la descarnada operación de acoso y derribo puesta en marcha por Pablo Casado para tumbar al Ejecutivo a toda costa, han pasado factura en las urnas. Esa erosión es lógica y se da por descontada. No obstante, haría mal el PSOE en no hacer un profundo análisis de la jornada electoral de este domingo para sacar las conclusiones oportunas. En los últimos meses hemos asistido a un viraje a la derecha en la forma de hacer política del presidente del Gobierno. Su pacto con el felipismo para apaciguar el partido, unido a las renuncias en política económica –reforma laboral edulcorada, ley de la vivienda pasada por agua y miedo a intervenir en la factura de la luz, entre otras concesiones al gran capital–, se ha interpretado en el electorado de izquierdas como una muestra de debilidad y fracaso, cuando no una traición a los postulados de la izquierda.
Todo ese tufillo a derrota y claudicación lo ha sabido aprovechar la extrema derecha con sus cantos de sirena. El proletariado defraudado (en este caso no urbanita, sino rural) cae en la desafección y termina votando con la razón de la rabia. La imagen de un exultante Santiago Abascal dando el mitin de la victoria tras conocerse los resultados en las elecciones de ayer, como si Vox hubiese ganado las elecciones y el PP las hubiese perdido, es sintomático de que los ultras aún no han tocado techo y empiezan a imponer su ley a la derecha convencional o “derechita cobarde”. Sus trece procuradores son una demostración de músculo que todavía puede ser más contundente en otras regiones donde los voxistas andan disparados en las encuestas. Si Casado tuviera un mínimo de prudencia y sensatez echaría el freno con urgencia a su maquinaria electoral porque la próxima parada, Andalucía, puede ser la constatación del descalabro. Castilla y León ha sido una seria advertencia no solo para la izquierda sino para el propio Partido Popular.
La extrema derecha crece cuando las fuerzas democráticas (tanto de izquierdas como de derechas) se debilitan, se enfrentan en bloques irreconciliables y ponen al sistema al borde del resquebrajamiento. Donde no existe cordón sanitario contra el fascismo las ideas nostálgicas se propagan como la pólvora. Pero si Casado debe reflexionar sobre sus pactos infames con Vox, también Pedro Sánchez debería hacer examen de conciencia. Tudanca sopesa poner su cargo a disposición de Ferraz tras haber comprobado que los castellanoleoneses no le han comprado su discurso del cambio. No deja de ser un tremendo fracaso para el socialismo que una comunidad autónoma gobernada por el mismo partido durante 35 años siga apostando por la continuidad como lo mejor para la región. El mensaje de Tudanca no ha calado ni en el fondo ni en las formas, ni ha logrado movilizar a ese casi 40 por ciento de ciudadanos hastiados que no han ido a votar. Una vez más, la abstención, que tiene mucho que ver con el desencanto de la gente ante un proyecto socialista que no entusiasma, penaliza gravemente a la izquierda. “Estad convencidos de que otros vendrán que harán más y lograrán que el cambio llegue a esta tierra, porque esta tierra lo merece”, afirma Tudanca en un discurso que suena a despedida.
Pero si decepcionante ha sido el papel del PSOE, más todavía lo es el de Unidas Podemos, una fuerza que ha estado a punto de quedarse fuera del arco parlamentario. Su raquítico procurador debe servir para disparar todas las alarmas en la formación morada que, lejos de hacer autocrítica para diagnosticar el mal y corregirlo, parece estar noqueada. La coalición con los socialistas ha terminado por contagiar a UP con el aire de la derrota y lo han marcado como un partido sanchista teñido de una socialdemocracia mal entendida. La formación fundada por Pablo Iglesias y otros llegó a la política española para cambiar las cosas pero hoy va camino de la intrascendencia política como ya le pasó en su día a Izquierda Unida. Los ciudadanos empiezan a buscar alternativas a sus problemas cotidianos en partidos locales como Soria ¡Ya!, formaciones donde el interés territorial prevalece sobre la ideología. Estos partidillos surgidos en la España Vaciada fraccionan todavía más el espectro político y pueden hacer mucho daño a la izquierda. Si los españoles detectan que PSOE y Podemos son herramientas inútiles a la hora de resolver los problemas buscarán refugio en esos proyectos impregnados de un nuevo cantonalismo o nacionalismo de villorio que erosionan más al bloque progresista que a las derechas.
Ninguna estampa refleja mejor la decadencia de la izquierda que el declive de Podemos frente al auge arrollador de la ultraderecha. Algo debería cambiar en los partidos progresistas para remontar el vuelo y recuperar la confianza de los indignados y desafectos. Estamos a año y medio para las elecciones y las políticas socialistas pierden fuelle de forma inquietante, ya que no son apreciadas por los españoles como auténticamente reformistas. Y ese fracaso de las izquierdas por miedo a llegar demasiado lejos se acaba pagando en las urnas.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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