(Publicado en Diario16 el 24 de febrero de 2022)
Estamos en guerra. Putin ha comenzado una invasión de Ucrania de consecuencias imprevisibles y “catastróficas”, como augura el presidente norteamericano, Joe Biden. El mundo contiene la respiración ante la ofensiva de un líder autoritario y nacionalista, un loco que ha prometido devolver Europa a las fronteras de 1919 para recuperar el esplendor del antiguo imperio ruso. Putin, el nostálgico Putin, se ha propuesto meternos en una cápsula del tiempo y hacer retroceder el reloj cien años atrás hasta una época anterior al Derecho Internacional, a Naciones Unidas, a ese momento anacrónico en el que los imperios gobernaban el mundo. Un modelo imperialista y colonial donde las superpotencias se repartían la tarta del planeta Tierra.
La humanidad vive las horas más dramáticas desde 1945, el año de la liberación, el día que la democracia logró vencer al totalitarismo fascista. Esta madrugada, el régimen de Moscú ha pasado de las amenazas a los hechos liquidando de un plumazo la legalidad internacional y optando por el sistema hitleriano, patada a los puestos fronterizos y guerra relámpago o blitzkrieg. Es la sublimación del poder de la fuerza, la política de hechos consumados. Putin decide que un país es suyo, da un puñetazo en el tablero del orden mundial y lo toma sin complejos. Hoy es Ucrania, mañana puede ser Estonia, Letonia, Lituania… ¿quizá Finlandia? Nadie está a salvo de la tiranía de un iluminado forjado en las cloacas de la Guerra Fría que sueña con recuperar la grandeza de la antigua Unión Soviética, un delirio autoritario de cohetes, misiles y tanques, que no de libertad y prosperidad para sus paisanos. Hace años que los rusos malviven en una crisis endémica y ahora tienen que soportar la megalomanía expansionista de un dictador rodeado de jerarcas y magnates del gas que para tapar sus vergüenzas políticas ha decidido arrastrar al pueblo a una guerra absurda (todas lo son), como en los tiempos del corrupto Nicolás II. Solo otra Revolución de Febrero contra el nuevo zar de todas las Rusias –un carcelero que tiene preso al disidente Navalny en una mazmorra del Kremlin–, podría frenar esta maldita guerra. Pero eso es algo imposible, los tiempos del Acorazado Potemkin ya pasaron.
“Vamos a desnazificar Ucrania”, dice el tirano, cuando en realidad es él mismo quien se comporta como un nazi posmoderno que asesta el zarpazo del oso a otros países pacíficos. Hoy mismo, durante su mensaje televisado, ha dado preocupantes síntomas de paranoia y enajenación al amenazar a todo aquel que se atreva a “obstaculizar” a Rusia en sus planes de conquista. Un mensaje incendiario para el mundo, una intolerable insinuación de que el Gobierno de Moscú está dispuesto a utilizar el arsenal nuclear contra cualquiera que se interponga. Esa imagen de Putin cómodamente recostado en su sillón aterciopelado, como un villano de cómic que amenaza a la humanidad tras perder la chaveta (solo le faltaba el gato negro bajo la palma de la mano) quedará para la historia. Mientras tanto, el presidente ucraniano Zelenski hace un desesperado llamamiento a todo aquel ciudadano que pueda empuñar un arma para matar rusos. Un país en manos de un actor, comediante, guionista y productor que ve la realidad como una película de animación frente a un tipo de la KGB que se cree el espía que surgió del frío. ¿Qué puede salir mal? El ser humano está sentenciado desde que ha caído en manos de cuatro desalmados.
Hoy se ha puesto en marcha el cronómetro letal, nuestro mundo se viene abajo una vez más y se transforma radicalmente de la noche a la mañana. Las bolsas se desploman, el gas y el petróleo se disparan, la cesta de la compra se encarece. Las consecuencias económicas se dejarán notar hasta en el más pequeño y pacífico pueblo de España. Este ataque no va contra Ucrania, va contra Europa, contra la democracia, contra el Estado de derecho, contra la libertad misma. La comunidad internacional no permanecerá impasible ante el desafío del nuevo Hitler resucitado. Pero una respuesta militar de la OTAN desencadenaría un desastre total. Los cazas españoles juegan al gato y al ratón con los aviones rusos. Los submarinos nucleares de uno y otro bloque se persiguen en un ritual macabro. Un ataque contra uno de los aliados se considerará un ataque contra todos. Un chispazo y todos volaremos por los aires.
La última hora informa de que Biden se reúne con los generales del Pentágono. Las puertas del infierno se abren en Ucrania. La lista de muertos engorda, los primeros misiles caen sobre Kiev, la gente huye despavorida por autopistas convertidas en ratoneras. Otro éxodo masivo, otra oleada de inmigrantes buscando refugio en una Europa débil y carcomida por el cáncer del ultranacionalismo propagado por siniestros personajes putinescos infiltrados en Polonia, en Hungría, en tantos países. Trump se jacta de que con él en la Casa Blanca esto no hubiese ocurrido jamás porque se entiende a las mil maravillas con el sátrapa de Moscú. Pues que vuelva Trump si es preciso, que se reúnan los pirados y acuerden lo que tengan que acordar, pero que paren ya esta locura, que nos dejen vivir, que detengan el reloj del fin del mundo.
Desde Varsovia hasta Algeciras, ya no hay un lugar seguro donde estemos a salvo de los misiles del perro rabioso. Tras la plaga de la pandemia, llega la plaga de la guerra. El guion escrito por los oscuros poderes que gobiernan el mundo se cumple con una meticulosidad que espeluzna. Los jinetes del apocalipsis cabalgan de nuevo campando a sus anchas. Un loco de atar juega traviesamente con el maletín atómico mientras se ríe a carcajadas de las sanciones de la UE. Esto ya no hay quien lo pare. El pueblo, la gente que quiere la paz, no puede hacer nada, solo sentarse y cruzar los dedos para que al tronado le den la pastillita o se le pase el delirio de repente. Qué día más triste para la humanidad, rediós.
Viñeta: Pedro Parrilla
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