martes, 28 de julio de 2020

VILLAREJO DESENCADENADO


(Publicado en Diario16 el 28 de julio de 2020)

El comisario Villarejo va a por todas. Sabe que tiene por delante un horizonte judicial de lo más negro y ha decidido morir matando, como los gladiadores romanos. No piensa guardarse nada, ninguna bala en la recámara, así reviente el país. En una carta remitida por sus abogados a Europa Press, el policía jubilado y en prisión provisional ha anunciado que tiene previsto pedir su “autoincriminación” en 25 investigaciones de la macrocausa Tándem, en la que él es el principal imputado. De ahí saldrían, según el comisario encarcelado, más de cien piezas en las que desea testificar para seguir tirando de la manta. Estaríamos, por tanto, ante la madre de todos los juicios, el Armagedón judicial definitivo, la traca final que haría saltar el sistema por los cuatro costados.
José Manuel Villarejo tiene grabaciones de todo aquel o aquella que ha desempeñado un papel importante en la política, en la economía y en la vida social del país en las últimas décadas. En sus audios está perfectamente registrada toda la podredumbre que ha circulado por las cloacas del Estado en los años de la restauración borbónica. El rey emérito ha podido comprobar por sí mismo cómo se las gasta el comisario. Villarejo nunca va de farol. “Si esto va a ser una causa general, que lo sea realmente, y no esta patraña en la se excluyen a los amigos y protegidos, como podrán comprobar muy pronto. Yo no tengo nada que ocultar. Ardo en deseos de poder hablar por primera vez y de poder ser oído. Eso, a pesar de que Pedro Sánchez y varios de sus ministros, ignorando mi derecho a un juicio justo, ya me hayan condenado, considerándome culpable sin ningún tipo de opción”, asegura en su comunicado-bomba. “Lo siento mucho por los casi cien imputados que ya me acompañan. Poco se podrá hacer frente al ‘Archivo Jano’ y su control de togas, teniendo a una élite judicial secuestrada por secretos inconfesables e impelida a perpetrar actuaciones como el espectáculo dantesco de juzgarme el 18 de septiembre por videoconferencia, como si fuera un episodio de teleñecos”, ironiza en referencia al próximo juicio que se le viene encima, en el que el ex director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) Félix Sanz Roldán le acusa de calumnias y denuncia falsa.
Está claro que el comisario tiene la caja de Pandora entre sus manos y piensa utilizarla. Las élites aristocráticas de este país tiemblan, los grandes banqueros tiemblan, los políticos en activo y los ya retirados tiemblan también. Al lado de la furia y el ánimo de revancha de Villarejo, el poder destructor de la pandemia de coronavirus es una simple anécdota. España entera contiene la respiración ante lo que pueda salir de esos archivos policiales secretos. Fueron demasiados años de pelotazos, de corruptelas, de cloacas. Y el sistema ya no da para más, ya no es capaz de digerir tanta basura. El vómito lo inundará todo.
En su carta, el comisario arremete contra Pablo Iglesias, al que considera el gran controlador del sumario Tándem para destruir el Régimen del 78. Para el policía, la causa contra él “no es más que un río revuelto por los tejemanejes de Podemos” y de todos los que, empezando por el sistema judicial, representan y promueven tendencias “antipatriotas”. Por eso se siente como “el Conde de Montecristo”, por eso se ve a sí mismo como un inocente recluido para que no pueda hablar y al que quieren encerrar de por vida. Su sentencia estaría dictada de antemano, su suerte echada. La paranoia del falso culpable. Mientras tanto, quedaría impune la mayor corrupción del “poder absoluto”, ya que no hay “mayor ignominia que aparentar un Estado de Derecho”.
Y para rematar su comunicado, un mensaje directo para la Corona. Villarejo atribuye el calvario por el que está pasando el rey emérito a los “desgraciados y obtusos consejos de Sanz Roldán” [exjefe de los Servicios Secretos españoles] y sugiere que hay más material contra la Casa Real. En ese párrafo aparece el Villarejo patriota, el hombre que aún se cree un héroe de la lucha contra ETA, el flamante condecorado caído en desgracia. Es entonces cuando advierte de los males y amenazas que supuestamente acechan a la patria: el comunismo, la República, el demonio bolchevique… Solo que su discurso ideológico-político ya no cuela porque Villarejo está en prisión por lo que está, no por ser un abnegado y valiente agente dispuesto a darlo todo por la patria sino por llevárselo crudo. El comisario tiene la verdad entre sus manos, los archivos, los audios, los documentos, la historia más negra de la España de hoy, eso es cierto. Cuenta con un póquer de pruebas demoledoras a buen recaudo y que probablemente sean de la máxima fiabilidad. Pero él falla en lo esencial, en la credibilidad, en su capacidad para convencer a la opinión pública de que es algo más que un policía de moral distraída que se dejó seducir por la dolce vita, un tipo al que han querido volver loco tras obligarlo a comerse tres años de cárcel. Nadie pondrá la mano en el fuego por un hombre que cuenta batallitas de la prehistoria, de la Era Precovid, y que pretendía hacerse rico con sus presuntos chanchullos y espionajes policiales entre Ferraris, comilonas, maletines y señoritas de bandera. La Justicia va a actuar y pondrá a cada cual en su sitio, que a nadie le quepa la menor duda. Al rey emérito, a la señora Larsen y al inefable comisario. Todos responderán según la ley y según sus actos. Todos podrán explicar su verdad el día que tenga lugar un juicio justo. Y ningún chantaje de un madero jubilado que acumuló el máximo poder y lo empleó para el mal va a conseguir poner de rodillas al Estado de Derecho.

Viñeta: Pedro Parrilla

ZARZUELA VERSUS MONCLOA


(Publicado en Diario16 el 28 de julio de 2020)

La pandemia rebrota con fuerza en todas partes, el país va camino de la ruina tras el veto del Reino Unido al turismo español y el paro se ha desbocado, colocando al Estado español en niveles de pobreza casi tercermundistas. El infierno poscovid que predecían los expertos ya está aquí, entre nosotros, pero a diferencia de los demás países europeos España tendrá que luchar no solo contra los estragos de la epidemia, sino contra un gravísimo problema añadido que lastrará todavía más su salida de la recesión económica: el espinoso asunto del rey emérito y la profunda crisis institucional que ha estallado en la Jefatura del Estado a raíz del caso Corinna.
Como una maldición bíblica que se repite históricamente, una y otra vez, los españoles se enfrentan de nuevo a una tormenta perfecta, un escenario mucho más complicado, mucho más diabólico y tortuoso que el que tendrán que superar los demás países de nuestro entorno. Si es cierto que una sociedad puede recuperarse de casi todo, de una peste terrible como la del coronavirus, del hundimiento de su primera industria nacional y hasta de la xenofobia antiespañola que alimenta el incendiario y supremacista Boris Johnson, hacerlo mientras la corrupción corroe el pilar fundamental de su sistema político se antoja una empresa casi imposible.
El Gobierno de coalición sabe perfectamente que hay una bomba de relojería programada bajo los cimientos del Palacio de Zarzuela. Un detonante que puede estallar en cualquier momento si no se desactiva con inteligencia, aplomo y acierto. Los chanchullos del rey emérito se han convertido en un factor de desestabilización política brutal en medio de la pandemia, quizá el más peligroso de todos. En otras palabras, podría decirse que encontrar una vacuna contra el covid-19 va a ser una tarea homérica, pero en todo caso un juego de niños si se compara con la misión de encontrar la salida al atolladero institucional en el que se ha metido el país por culpa de los negocios y la mala cabeza del anterior jefe del Estado. Pedro Sánchez dijo en una ocasión que no dormiría tranquilo sabiendo que Pablo Iglesias podía formar parte de su Gobierno, pero en realidad el grave trastorno de insomnio se le debe haber presentado ahora, cuando la podredumbre chapotea en las cloacas de la Casa Real. ¿Cómo encontrar la receta mágica, cómo dar con el tratamiento eficaz que cure la enfermedad letal en la que ha caído una institución fundamental para el funcionamiento del Estado como ha sido hasta ahora la Monarquía?
De momento, la estrategia del Gobierno sigue siendo la misma: proteger a Felipe VI, apartarlo del torbellino de inmundicia para que no se ensucie con el chapapote de su padre. Sin embargo, cabe preguntarse hasta cuándo va a poder mantenerse ese manto protector. Es evidente que el tiempo juega en contra de Pedro Sánchez. La ruina del país se agranda cada día que pasa, los brotes víricos repuntan por doquier en todo el país y no se ve luz al final del túnel. El incendio en la Casa Real debe ser apagado antes de que sea demasiado tarde. Los 140.000 millones de Bruselas aún están en el aire y el presidente no tiene cerrado un acuerdo con sus socios para la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. ¿Cómo es posible pensar que formaciones políticas como ERC o el PNV apoyarán al Gobierno en su plan presupuestario mientras alguien como el rey emérito, salpicado por graves delitos de blanqueo y cobro de comisiones, sigue viviendo en la residencia oficial de la Jefatura del Estado? ¿Cómo pretender que nada ha ocurrido en este país mientras siguen apareciendo noticias sobre testaferros en Suiza, sociedades caribeñas, donaciones a amantes, pisos en Londres y jugosas comisiones por el AVE a La Meca? La situación política es crítica, por no decir que es surrealista y propia de uno de esos estados bananeros donde el dictador se atrinchera en su palacio, rodeado de tesoros, sintiéndose impune y por encima de la ley. De ahí que en las últimas horas Sánchez haya tomado una importante decisión: aumentar la presión sobre la Familia Real para que arregle cuanto antes los destrozos del patriarca Borbón.
La solución (que no sería más que un parche temporal) pasa necesariamente por sacar a Juan Carlos I de Zarzuela y buscarle un exilio más o menos cómodo mientras se resuelve su proceso judicial, que por otra parte va para largo. Sin embargo, el emérito no lo está poniendo fácil. Se siente maltratado por la prensa, traicionado por sus propios compatriotas desagradecidos y humillado por su hijo, que se vio obligado a redactar aquel histórico comunicado del pasado mes de marzo (en pleno colapso del país por la pandemia) en el que renunciaba a la herencia maldita de su progenitor. Según fuentes socialistas de Ferraz, en los últimos días Pedro Sánchez ha apretado el acelerador para tratar de resolver el problema y ha vuelto a instar a la Casa del Rey a que busque cuanto antes una nueva residencia para el emérito lo más lejos posible de palacio. Si Felipe VI se demora en su decisión más de lo debido, la negociación del Ejecutivo de coalición con las demás fuerzas políticas para la aprobación de las cuentas públicas podría peligrar. Hoy mismo algunos diarios de Madrid publican que ciertos empresarios de la camarilla del rey emérito están buscando a toda prisa una residencia para don Juan Carlos. El exilio en República Dominicana, tal como publicó en exclusiva Diario16, sigue estando encima de la mesa y es una opción a tener en cuenta. Desde Zarzuela se guarda silencio como siempre.
En cualquier caso, el asunto del rey emérito está provocando fuertes tensiones entre Gobierno y Jefatura del Estado. Tensiones que agravan la situación desesperada del país. Tensiones que no se pueden soportar durante demasiado tiempo. Los parches en las grietas del edificio constitucional no van a resolver la amenaza de ruina. Por eso el Gobierno, aunque sigue apostando por proteger la figura de Felipe VI, desliza de cuando en cuando que será necesario reformar la Constitución para eliminar la inviolabilidad del jefe del Estado o cuanto menos limitarla a las actividades propias de su cargo político, de manera que puedan ser juzgadas sus conductas privadas. El referéndum sobre Monarquía o República es para el Gobierno, de momento, un tabú. Pero más tarde o más temprano, si el tsunami judicial se desborda y los acontecimientos se precipitan, tendrá que lidiar con ese toro.

Viñeta: Igepzio

EL PATRIOTA SMITH


(Publicado en Diario16 el 28 de julio de 2020)

¿Y qué ha sido de Ortega Smith, ya saben ustedes, el belicoso recluta de Vox aficionado a pegar unos tiros con el fusil ametrallador, de cuando en cuando, en los cuarteles murcianos del Ejército español? Pues el secretario general de la formación ultraderechista tiene un serio problema con la Justicia. Resulta que, cierto día, al hombre se le calentó la lengua en una entrevista en Televisión Española y acusó a Las Trece Rosas –el grupo de mujeres fusiladas por Franco en 1939− de torturar, asesinar y violar vilmente en las checas de Madrid durante la Guerra Civil. El sargento de hierro de Vox trataba de jugar a los revisionismos históricos para blanquear el franquismo cuando, sin darse cuenta, había atravesado una frontera demasiado peligrosa y estaba incurriendo en un posible delito de odio. Es lo que tiene la tele, que es como un diván. Uno se relaja, entra en trance y sin querer termina soltando lo más oscuro que lleva dentro. De haberse prolongado la entrevista un minuto más, Ortega Smith habría terminado acusando a Gandhi de sangriento terrorista; o a Rigoberta Menchú de comunista genocida; o a Nelson Mandela de verdugo carcelero. Cualquier disparate.
El caso es que la Fiscalía General del Estado ha remitido un informe a la Sala Segunda (de lo Penal) del Tribunal Supremo en el que considera que Ortega Smith debe ser investigado por sus insultos a la memoria de Las Trece Rosas. Según el fiscal de Sala especialista en delitos de odio, Alfonso Aya Onsalo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) recuerda en su sentencia de 6 de julio de 2006 que es de vital importancia que “los políticos, en sus discursos públicos, eviten difundir palabras susceptibles de fomentar la intolerancia, generando un sentimiento lesivo para la dignidad de los aludidos y un riesgo para los derechos de terceros y el sistema de libertades”.
El problema es el de siempre cuando hablamos de la Justicia española: al tratarse de un diputado del Congreso, Ortega Smith goza de la condición de aforado. Ya se sabe: esas inviolabilidades, inmunidades, privilegios y fueros que ostentan injustamente nuestros políticos y que impide que puedan ser juzgados como cualquier hijo de vecino. De modo que, por ley, sólo el Tribunal Supremo puede investigar a Ortega Smith. Y gracias.
La mano derecha de Santiago Abascal ha terminado en los juzgados tras la denuncia de la Asociación Trece Rosas Asturias y la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica. El diputado de Vox tuvo la oportunidad de retractarse de sus palabras e insultos en el acto de conciliación celebrado en el Juzgado de Primera Instancia número 40 de Madrid pero decidió no hacerlo. En concreto, los denunciantes exigían que Ortega Smith se retractara en televisión, que abonara una indemnización por importe de 10.000 euros (todo el dinero sería donado a un colectivo relacionado con la defensa de la memoria histórica) y cumpliera cinco días de trabajos de exhumación de víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Sinceramente, lo de ver a Ortega Smith enfundado en un mono de trabajo, doblando el espinazo y excavando en una fosa polvorienta a pleno sol −piqueta y pincel en mano y con el himno de la República de fondo−, parecía mucho pedir. Era tanto como obligar a Drácula a dormir sobre un colchón de ajos. En efecto, tal como era de esperar, el secretario general de Vox se negó en rotundo a cualquier acto de conciliación. El traje de mil pavos, los flamantes tirantes con la bandera de España y la gomina no habrían resistido no ya cinco días de trabajos por el bien de la comunidad, sino cinco minutos. Ya se sabe que estos de Vox son más de montar a caballo, en plan señorito. Lo de bajarse al barro y mancharse las manos de tierra y sudor es cosa de proletas y temporeros africanos. No va con ellos. Las élites supremacistas es que son así.
Tras negarse a firmar la retractación, el juez del caso buscó una solución intermedia que los demandantes aceptaron: unas disculpas públicas del secretario ultraderechista. Pero ni por esas. Tampoco hubo suerte. Ortega Smith propuso una matización de sus palabras y no una rectificación en toda regla reconociendo que había falseado y tergiversado la historia hasta manchar el honor de las mujeres fusiladas, por lo que finalmente no hubo acuerdo y el proceso siguió su curso. El pleito entra ahora en su fase más interesante, justo cuando el Gobierno trata de promover una reforma de la Ley de Memoria Histórica que perseguirá duramente los delitos de odio. Si el diputado de Vox es condenado, tal como reclama la Fiscalía, se habrá hecho justicia con Las Trece Rosas, aunque es más que previsible que nunca pida disculpas por sus intolerables insultos a los familiares de las víctimas. A fin de cuentas, un patriota español jamás se equivoca ni pide perdón.

Viñeta: Igepzio

lunes, 27 de julio de 2020

CORONABORIS


(Publicado en Diario16 el 27 de julio de 2020)

Boris Johnson se ha propuesto hundir el turismo español, la Armada Invencible de nuestra economía. La cuarentena obligatoria de dos semanas decretada por Londres a los viajeros británicos que regresen de nuestro país (más bien un veto en toda regla) es la estocada definitiva a un sector que andaba ya moribundo por los estragos de la pandemia. Apenas unas horas después del anuncio de Downing Street, la mayoría de turoperadores cancelaban sus vuelos entre Reino Unido y España hasta al menos el 9 de agosto. Las cifras del agujero son de un vértigo aterrador: solo este verano, nuestro país perderá 5.000 millones de euros, el maná que cada verano se deja en nuestras costas el turismo anglosajón. Una auténtica ruina.
Mientras tanto, en Moncloa han saltado todas las alarmas. Nada más conocerse la noticia, el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez entraba en shock y la inquietud se extendía por todos los departamentos gubernamentales, desde el Ministerio de Economía hasta el de Industria, pasando por el de Asuntos Exteriores, que a esta hora trata de evitar una crisis diplomática sin precedentes. El tibio comunicado con el que el Ejecutivo español ha despachado la cuestión −en el que dice respetar la decisión del Reino Unido aunque no la comparta−, no va a ser suficiente para controlar el pánico que se ha desatado en los mercados turísticos nacionales. “El Gobierno de España considera que la situación está controlada, los brotes están localizados, se han aislado y controlado; España es un país seguro”, insisten fuentes de Exteriores tratando de transmitir una imagen de serenidad. Sin embargo, todo es puro teatro. La Bolsa se desploma, los hoteles cancelan sus reservas, las agencias de viajes ponen el cartel de “Se traspasa”. El miedo y el vértigo que genera el abismo abierto a nuestros pies lo invade todo. Cualquiera con un mínimo de sentido común sabe que el cierre de fronteras es un golpe mortal para la primera industria española.
Mientras el Gobierno de Sánchez negocia un acuerdo in extremis con el Reino Unido para intentar salvar de la hecatombe a las islas Baleares y Canarias, todas las miradas se dirigen hacia un hombre, Boris Johnson, que con su histórica e histérica decisión ha colocado a la economía española al borde del colapso inminente. En realidad, no hay mayor riesgo de contagio para un ciudadano británico en la playa de Benidorm que en un grasiento pub de Manchester, pero su torpedo a la línea de flotación de un país con el que mantiene rencillas históricas y un contencioso secular por Gibraltar tenía otros objetivos, mayormente una operación propagandística muy bien orquestada para seguir seduciendo al votante ultra y hater que lo llevó en volandas al poder hace ahora un año. No hay que olvidar que Johnson no atraviesa precisamente por sus mejores momentos tras su nefasta gestión política de la pandemia. El Reino Unido figura entre los países que peor han afrontado el horror del coronavirus en buena medida por la desidia, la torpeza y la arrogancia ignorante de su elitista líder. A Johnson hoy parece preocuparle mucho el maldito covid-19 y la salud de sus compatriotas, pero no siempre fue así. Recuérdese cómo en los primeros días de marzo, cuando estallaba el brote infeccioso, él se sentía a salvo en su fortaleza geológica de las Islas Británicas. Estaba convencido de que el espíritu deportivo del imperio británico frenaría la enfermedad; pensaba que el Canal de la Mancha actuaría como barrera o muro de contención inexpugnable, al igual que ocurrió con los nazis en la Segunda Guerra  Mundial. Incluso descartó adoptar medidas restrictivas como el cierre de escuelas o negocios para prevenir la expansión del virus, a pesar de que sus biólogos del Imperial College le advertían de que por ese camino se dirigía inevitablemente a un escenario apocalíptico con casi ocho millones de británicos contagiados. Como buen ultraliberal, su teoría era la del “contagio masivo controlado”, es decir, no hacer nada y que todo inglesito desde Plymouth hasta las tierras altas de Escocia cayera enfermo para generar una inmunidad de rebaño. La estrategia Johnson and Johnson no era la del champú ni el gel hidroalcohólico preventivo, sino proteger la economía, Dios salve a la Reina. No llegó a recomendar inyecciones de lejía, como el loco Trump, su aliado y mentor, pero poco le faltó.
Hablamos por tanto de un nacionalista, de un euroescéptico populista, de un rubio supremacista digno representante del “trumpismo” nazi exportado por los Estados Unidos de América. A alguien así no le tiembla el pulso cuando tiene que envolverse en la bandera de la Pérfida Albión, con pompa y circunstancia, y ordenar a sus corsarios de Aduanas que cierren fronteras con España. De alguna manera, inventarse una guerra comercial es una forma de tapar sus vergüenzas sanitarias. Dar la orden de atacar el Trafalgar turístico español y fumarse un buen puro, como hacía Churchill cuando escribía una página gloriosa de la historia, no le ha debido provocar ningún remordimiento de conciencia. Se trataba de hacer populismo barato a costa del mito del apestado mestizo mediterráneo, de seguir alimentando la leyenda negra de la gripe española y de levantar sus maltrechos índices de popularidad. A Boris Johnson, primer protestante contra el Brexit, lord del egoísmo imperial británico más rancio, aislacionista y trasnochado, poco le importa si con su decisión de ordenar la cuarentena obligatoria termina de hundir definitivamente a un país sureño y pobre como España que sucumbe a una tragedia de la que es inocente. Así piensan los gurús de la nueva doctrina populista patriótica y neofascista. America first, UK first… En España nuestro Boris Johnson no es rubio y de ojos azules, sino de afilada barba berberisca y más bien tirando a moreno. Pero el funesto pensamiento arraigado en el odio, el patrioterismo exaltado y la xenofobia es siempre la misma basura.

Viñeta: Igepzio

viernes, 24 de julio de 2020

GENERACIÓN COVID


Las estadísticas confirman que el virus se está propagando de forma preocupante entre los más jóvenes. Alegres botellones, clandestinas fiestas privadas y concurridas discotecas de verano son el caldo de cultivo perfecto para la transmisión del covid-19. Una vez más, virus y estupidez humana forman un binomio tan efectivo como letal. Mientras tanto, Lleida vuelve al confinamiento; los hospitales aragoneses se llenan de gente; y Totana retorna al estado de alarma por un rebrote en un pub nocturno. La industria y la agricultura de esas comarcas paralizadas; los comercios cerrados. La economía arruinada, pérdidas millonarias. Eso sí, los chavales felices y contentos en su egosfera veraniega. No estropeemos su lujuriosa y sagrada adolescencia. No los molestemos con mascarillas obligatorias ni con sacrificios o civismos por el bien de la sociedad y del país. No interrumpamos su constitucional derecho a la rave salvaje, al narcótico botellón y al polvete rápido. Garrafón y beso negro por la noche; dormir la mona y pasarle el bicho a la abuela por el día. Vivir deprisa y dejar bonitos cadáveres (los de otros, claro está). Que les den a los carcas; no es país para viejos. 
El distópico nuevo mundo poscovid que se nos viene encima como un tsunami aterrador pertenece a esa nueva juventud fría, ensimismada e indolente que pasa mucho de estados de alarma, de emergencias sanitarias y compromisos sociales y cívicos. Nos aguarda un futuro negro darwinista donde los más fuertes los jóvenes agraciados por la inmunidad de rebañovivirán su comuna de perpetua diversión sin miedo a la pandemia, mientras los viejos morirán solos y abandonados en el sórdido gulag del geriátrico privatizado por el PP. Un mundo de sanos mozalbetes, de rubios narcisos invulnerables al virus. Un mundo de niños-cíborg debidamente anestesiados por las fotos frívolas de Instagram, los potingues y cosméticos naturistas, el hedonismo vegano y el culto al cuerpo de gimnasio. Mozallones que nunca leen libros ni ven cine clásico. Mastuerzos esculturales, apolíneos, de músculo fibroso y bien alimentado pero anémicos de valores intelectuales y espirituales que no ven más allá de sus estúpidos tatuajes, de sus likes en Twitter y de su verano a tope en playas paradisíacas, barbacoas y orgías nocturnas. 
Cada tarde el telediario vomita el parte de bajas del coronavirus al que nos hemos acostumbrado. Ya estamos habituados a convivir con el terror cotidiano. Doscientos contagiados, quinientos, mil, qué más da. Sin embargo, pese a nuestra inconsciencia, el virus sigue estando ahí, en cada esquina, en cada autobús, en cada ascensor. El turismo se ha hundido, los hoteles y bares cierran por miles, España va camino de una inmensa ruina de posguerra. Los expertos predicen que otro confinamiento a causa de una segunda oleada de la pandemia resultaría letal para nuestro país. No hay economía que resista un nuevo episodio como el del marzo negro, cuando se decretó el estado de alarma en todo el territorio nacional. De repetirse la pesadilla nos veríamos abocados, inevitablemente, a una nueva Edad Media, al trueque y la gallina, al taparrabos, como dice el siempre amarillista Eduardo Inda. Ni diez rescates de Bruselas debidamente recortados por los países "frugales" nos salvarían de ese Armagedón económico. Y pese al terrible panorama, pese a la magnitud de la tragedia, la juventud, nuestra juventud, esa que hemos malcriado a golpe de planes educativos fracasados, de nefastos informes PISA y de un paro galopante, solo piensa en el colocón veraniego en una especie de gran suicidio etílico colectivo en la discoteca de moda. Hoy comprobamos las consecuencias de todo aquello. Decidimos dejar de enseñarles a Sócrates y Platón, los vaciamos de valores éticos y nobles ideas y les pusimos el inefable oráculo de Google entre las manos para que se ahorraran el esfuerzo de pensar. Ahora son incapaces de distinguir un acto de verdadero altruismo responsable y solidario de una pirueta en el trampolín de la piscina en la tediosa urbanización.
La muchachada de la "Generación Covid", nihilistas que han abandonado cualquier esperanza de cambiar el mundo y cualquier conato de revolución, dan por bueno el precio a pagar por la nueva situación: una borrachera multitudinaria y sin mascarilla de madrugada a cambio de matar al viejo o a la vieja, de una neumonía, a la mañana siguiente. Es la nueva ley determinista que se acabará imponiendo, la consecuencia de la anarquía vírica y tecnológica de este enloquecido nuevo orden mundial, un universo Mad Max donde el más fuerte sobrevive y el más débil perece sin remedio. 
Los chicos españoles no quieren saber nada de las recomendaciones del doctor Simón para prevenir el contagio y la descontrolada curva epidémica, que era necesario aplanar a toda costa hace solo unas semanas, no le interesa a nadie. La única curva que seduce a nuestros juerguistas adolescentes es la curva de la felicidad. Tampoco les preocupa el caos económico que se avecina, ni el consiguiente ascenso de los fascismos en Europa, ni la Guerra Fría entre Estados Unidos y China, que la historia hay que leerla y leer siempre es un peñazo que le quita tiempo al running. Los jóvenes ya solo viven para sus fiestas salvajes y su carpe diem, un trepidante Decamerón en los pubs de Ibiza. Las nuevas generaciones no solo son asintomáticas en lo vírico, también son asintomáticas en lo emocional, en lo social y en lo político. Decía Bernard Shaw que la juventud es una enfermedad que se cura con los años. Lamentablemente, este síndrome colectivo juvenil marcado por una profunda desesperanza, un rabioso egoísmo y una suicida cultura hedonista no lo eliminan ni los sesudos virólogos de Oxford, esos que creen estar a un paso de la ansiada vacuna. Una misión inútil, por otra parte, ya que los científicos podrán encontrar un antídoto para el covid, pero el virus más mortífero que existe, el de la estupidez humana, ese no lo extirparán jamás.

Viñeta: Igepzio

sábado, 18 de julio de 2020

MARSÉ


Juan Marsé fue un escritor inmenso, una de las cumbres de las letras castellanas de todos los tiempos. Gran precursor de la novela urbana en nuestro país, nos deja hitos de la narrativa como Últimas tardes con Teresa o Si te dicen que caí. Su Pijoaparte, aquel emigrante charnego que se buscaba la vida en las sórdidas calles de la Barcelona franquista, es ya un personaje inmortal de nuestra literatura a la altura del Lazarillo, Segismundo o El Quijote. A través de los ojos del perdedor Pijoaparte, emblema de toda una generación de desarraigados por el éxodo del campo a la ciudad, Marsé indaga en la degradación moral y social de la posguerra, en las brutales diferencias de clase de la dictadura, en la memoria de los vencidos, en la infancia perdida, siempre elevando la ironía "marseiana" y el realismo social a la categoría de género en sí mismo. Premio Cervantes, nos deja aquella mítica reprimenda a los jóvenes escritores que confundían la literatura con "la vida literaria", todo un aviso para las nuevas generaciones que persiguen la gloria de la fama y el dinero antes que una buena metáfora. No decimos adiós a un escritor sin más; despedimos al gran maestro de la novela española contemporánea, penúltimo representante de la Generación del 50 (todavía nos queda el gran Mendoza).

A Marsé quisieron utilizarlo los nacionalistas de uno y otro bando, aunque él siempre se alejó de fanatismos políticos para centrarse en lo que realmente le interesaba: diseccionar el mundo y la condición humana en sus más profundos estratos. "Estoy harto de explicar por qué no escribo en catalán; creo que sólo hay una cultura catalana, la que se realiza en catalán y en castellano, la que realizan los ciudadanos de Cataluña". No cabe duda de que el maestro artesano de la novela española estaba por encima del bien y del mal, elevándose sobre la mezquindad del barro político, y quizá por esa libertad para decir lo que pensaba y lo que creía que había que decir en cada momento se granjeó el odio del “nacionalismo catalanista oficial”, ese que siempre sintió alergia y aversión por la figura del "españolista" Marsé. Pese a todo, el escritor nunca se vio a sí mismo como un valiente por no haberse sometido a la "omertà" independentista (tampoco al chantaje de los españoles más carpetovetónicos). No era uno de ellos y punto. Y no lo era precisamente porque él pertenecía a otro universo mucho más fascinante y rico que el de la bandera, la arenga patriótica barata y la quema de símbolos del adversario. Como suele ocurrir con los grandes genios, su reino no era de este mundo, y él prefería habitar en el territorio de la imaginación, junto a sus prodigiosos personajes del barcelonés barrio del Guinardó rebosante de material humano para mil novelas: charnegos y raterillos en Vespa, exóticas putas del barrio chino como princesas de los Mares del Sur, bares decadentes con tufo a calamares y canciones de rocola, guiris tostándose en la playa de la Barceloneta y mansiones modernistas donde las niñas pijas de los señores de Canaletas retozaban entre jardines, piscinas y palmeras caribeñas.  

Pero, ante todo, Marsé fue un niño que sufrió el trauma del abandono. A la muerte de su madre tuvo que ser adoptado por un matrimonio de la capital y de ahí le vinieron los apellidos Marsé Carbó. Como todo huérfano, a falta de raíces y biografía genética tuvo que inventarse una vida. Pronto dejó los estudios para dedicarse al oficio de joyero y luego trabajó durante un tiempo en la revista cinematográfica Arcinema. El cine siempre fue otro cosmos fabuloso en el que, trenzando realidad con fantasía, el joven Juan forjó cuentos, sueños y personajes. Luego llegaron los primeros relatos en Ínsula y El Ciervo y la primera novela Encerrados con un solo juguete. La España asfixiante de aquellos años se le quedaba pequeña, demasiado soporífera y rancia, insoportable, así que en 1959 marchó a París. Allí fue profesor de español, traductor y mozo de laboratorio en el Instituto Pasteur. Más vidas paralelas, más Marsés, más disfraces para el sumo hacedor de novelas. 

De vuelta a Barcelona, publicó Esta cara de la luna, repudiada por el propio autor y desterrada del catálogo de sus obras completas. Fue redactor jefe de una revista, por decir algo, ya que los periodistas que tuvo a su cargo aseguran que al maestro no le gustaba trabajar, ya que lo suyo era escribir, algo que hacía como los ángeles. 

Tras casarse con Joaquina Hoyas y tener a sus dos hijos, Alejandro y Berta, empezaron los títulos legendarios de las letras españoles: La oscura historia de la prima Montse, El amante bilingüe, El embrujo de Shanghai, Si te dicen que caí, La muchacha de las bragas de oro y sobre todo Últimas tardes con Teresa, un relato universal de amor imposible pero también una historia sobre ricos y pobres, burgueses y marginados, triunfadores y fracasados. El ficticio romance entre esa joven universitaria rubita, burguesita y falsamente rebelde y el Pijoaparte, un maromo de la calle, un morenazo ladrón de motos sin oficio ni beneficio que se hacía pasar por obrero militante revolucionario, es la metáfora perfecta de un país traumatizado por la posguerra, castrado y partido por la mitad, sin posibilidad alguna de redención ni de lograr la auténtica felicidad. Fiel a su estilo y reacio a las modas, Marsé siempre construyó la ficción sobre su propio mundo personal con los materiales de la arquitectura realista, el realismo social, sin perder de vista la experimentación, la vanguardia y el humor.

Tantas buenas letras solo podían culminar con el Premio Cervantes, algo que ocurrió en abril de 2009 y que ponía el punto final a una mítica odisea literaria, la del huérfano que tuvo que construirse a sí mismo para regresar a su Ítaca vital, un viaje que dicho sea de paso jamás hubiese sido posible sin el impulso de la eficiente editoria Carmen Balcells, la ‘Mamá Grande’ de la literatura, como la bautizó Vargas Llosa. Hoy lloramos una pérdida irreparable. Se nos ha ido el más grande del siglo XX. Nuestro Faulkner español.

domingo, 5 de julio de 2020

LAS MASAS OBRERAS


(Publicado en Diario16 el 5 de julio de 2020)

Santiago Abascal quiere crear un sindicato vertical de extrema derecha, tal como ya hizo Franco durante la dictadura. Así lo ha dejado caer el político bilbaíno en un acto electoral ante los agricultores gallegos, donde ha anunciado que su organización “protegerá a los trabajadores” frente al comunismo. También ha dicho que su sindicato se situará “en contra de los intereses de los poderosos”, una retórica demagógica que recuerda bastante a aquellas siniestras canciones que se entonaban en las marchas fascistas de los años 30.
Abascal está pisando el acelerador en la campaña a las gallegas en su desesperado intento por captar a la masa obrera. Es perfectamente consciente de que, aunque su proyecto está hecho por y para las minorías elitistas, para la nobleza y el gran capital, necesita lanzar el falso mensaje de que la extrema derecha es la única que puede defender los intereses del proletariado y de las clases más desfavorecidas. El camino hacia el poder pasa necesariamente por cautivar al pueblo llano. En democracia ningún partido extremista puede escalar posiciones hablando solo para los poderes fácticos, para la aristocracia política y financiera y para los grupos de presión (véase el clero, el Ejército o las fuerzas policiales). Se necesita músculo humano de verdad, masa social, el ejército popular siempre dispuesto a escuchar los cánticos de sirena del salvapatrias del momento. Es el mismo truco que ya emplearon los totalitarismos fascistas en el siglo XX. Hitler y Mussolini no conquistaron el poder por la fuerza ni por asalto de los palacios y cancillerías. Lo hicieron desde abajo, a pie de urna en los colegios electorales, en las oscuras cervecerías de Baviera y en los yermos campos de la Italia paupérrima y oprimida, tal como lo cuenta Bertolucci en su prodigiosa Novecento, una película que es preciso ver una y otra ver para extraer conclusiones definitivas sobre el auge del fascismo. Fue allí, en las calles, en las plazas, en las plantaciones y fábricas, en el infierno de la clase trabajadora, en fin, donde triunfó el fascismo de forma inapelable.
En los últimos años los sindicatos españoles han perdido buena parte de su credibilidad y su fuerza. Han coqueteado con el neoliberalismo, no se mostraron fuertes y contundentes cuando Mariano Rajoy aprobó su infame reforma laboral, que hubiese merecido una huelga general permanente y sin condiciones hasta su derogación total. Y conviene no olvidar que no pocos líderes sindicales cayeron trágicamente en la dolce vita y en el fango de la corrupción. Hoy la mala prensa de la que gozan las organizaciones sindicales españolas −en parte por los propios errores de tantos años de felipismo y en parte por la leyenda negra y la falsa propaganda distribuida por las derechas que ha terminado de calar en la sufrida y resignada clase trabajadora− puede ser el caldo de cultivo perfecto para que arraigue ese proyecto de Abascal para formar un sindicato de extrema derecha. Nadie que se considere un auténtico demócrata puede tolerar la corrupción en los sindicatos, como tampoco puede admitirla en los partidos políticos, en la Administración de Justicia o en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, por ejemplo. Pero de ahí a generalizar y considerar a los sindicatos, a todos los sindicatos y todos los sindicalistas sin excepción, como una cueva de ladrones, sin excepción, hay un mundo. La criminalización de Comisiones Obreras y UGT es un maquiavélico e injusto ejercicio de denigración, una burda campaña de desprestigio que solo tiene un objetivo: acabar con las organizaciones sindicales de izquierdas e implantar, a la larga, un nuevo sindicato vertical sumiso con los intereses de la extrema derecha, el caciquismo y las élites económicas.
Hoy la historia se repite. Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Le Pen en Francia y Abascal en España, entre otros profetas del nuevo orden populista mundial, saben que el futuro del huevo de la serpiente depende de los parias de la famélica legión abandonados a su suerte por la democracia, estafados por los sindicatos de clase, condenados al gueto, al paro, a la enfermedad de la pandemia y a los pírricos 400 euros de la ayuda estatal, una limosna que ni exprimiéndose al máximo alcanza para mantener a una familia, aunque menos da una piedra. Tras décadas de división y luchas internas que la habían desangrado, la izquierda española ha entendido finalmente cuál es la gravedad de la situación y se ha rearmado bien. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se han abrazado por necesidad al palo mayor de la unidad, aunque quizá ya sea demasiado tarde. Se perdieron unos meses preciosos en aquellas trifulcas veraniegas entre PSOE y Unidas Podemos. El fruto de todo eso ya se sabe cuál fue: 52 furibundos ultraderechistas en el Congreso de los Diputados. La izquierda parece haber aprendido la lección pero cabe plantearse si la democracia española, incapaz durante décadas de resolver la situación de más de nueve millones de pobres pobrísimos, no estará ya herida de muerte mientras el fragor de las botas del sindicato vertical empieza a escucharse al final de la calle. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

MESA DE DESTRUCCIÓN


(Publicado en Diario16 el 5 de julio de 2020)

Pese a que la Comisión de Reconstrucción del país ha terminado como el rosario de la aurora, Ana Pastor cree que no todo está perdido y que aún es posible alcanzar un acuerdo in extremis entre el Gobierno y el PP. “Esto es una votación en una Comisión, pero el momento definitivo es el Pleno del Congreso”, recordó a los periodistas a las puertas del Congreso de los Diputados tras finalizar la última sesión de la mesa de trabajo, donde las distintas fuerzas políticas redactaron el documento de conclusiones. Pastor, una veterana de la política que sabe manejar los tiempos de la negociación, sigue siendo optimista y considera que hay “muchos días por delante” para lograr un documento pactado que “sea bueno” para los españoles. “Quedan casi 20 días, podremos avanzar y acercar posturas”, insistió en su canutazo televisivo ante la prensa, que la abordó a los pies de Daoiz y Velarde.
Sin embargo, pese al voluntarismo y las indudables buenas intenciones de la que fue ministra de Sanidad con Mariano Rajoy, da la sensación de que todo el pescado está ya vendido, salvo sorpresa de última hora antes de la semana del 20 de julio, cuando las conclusiones de la Comisión de Reconstrucción pasarán al Pleno del Congreso de los Diputados para su debate y votación. Cada día que pasa parece más evidente que Pastor fue elegida como portavoz popular en la Comisión porque quedaba bien su perfil dialogante y constructivo, porque suavizaba tensiones en medio del fragor de la crispación entre Gobierno y oposición y porque su talante negociador ayudaba al juego del despiste, mientras eran los duros de Génova 13 quienes en realidad marcaban la estrategia obstruccionista y filibustera entre bambalinas.
Hoy ya sabemos que Ana Pastor quería hacer mucho y no la han dejado hacer nada. Si de ella hubiese dependido, habría consensuado con el Gobierno, sin dudarlo, un documento bueno para todos los españoles. Como médico, Pastor sabe bien lo que es la Sanidad española. Conoce las carencias y el sufrimiento de sus profesionales, el problema endémico de la falta de inversión y recursos y las eternas promesas incumplidas. Por eso es plenamente consciente de que la Seguridad Social se nos está cayendo a trozos. La Sanidad pública española no era la mejor del mundo, como nos habían contado los políticos, y tras el tsunami de muerte y devastación del virus ha quedado para el arrastre. Tal es así que los expertos advierten de que un nuevo brote similar al del pasado mes de marzo colapsaría totalmente los hospitales, urgencias y centros de salud de todo el país.
Pastor está al corriente de todo eso porque se lo cuentan sus compañeros de carrera que están al pie del cañón y porque fue ministra del departamento. Por eso, a lo largo de las últimas semanas de debate en la Comisión de Reconstrucción siempre ha intentado dialogar, pactar, consensuar un plan de choque con el Gobierno. Ella es perfectamente consciente del enorme peligro que corren los españoles si la Sanidad no se refuerza con más medios humanos y materiales antes de que llegue el temido rebrote o estalle una nueva pandemia. Cuando Pablo Casado la colocó como portavoz popular en la comisión parlamentaria parecía que la intención última del PP era lograr cuanto menos un acuerdo de mínimos en algo con lo que no se debería hacer demagogia barata o política basura, ya que está en juego la vida de millones de personas. Fue el momento en que el presidente del Partido Popular optó por ella en detrimento de Cayetana Álvarez de Toledo, dispuesta a dinamitar la mesa de trabajo desde el minuto uno.
Algunos quisieron ver en aquella apuesta por la veterana exministra del defenestrado Rajoy un indicio del posible giro al centro de Casado tras meses de crispación y maniobras de acoso y derribo contra el Gobierno. Nada más lejos. Fue otro espejismo. Ayer, el PP volvió a las andadas y votó en contra de todo, de las medidas económicas urgentes para la reactivación de las empresas y de las ayudas sociales para proteger a las familias más castigadas por la crisis. Los populares ni siquiera fueron capaces de apoyar el ansiado y necesario plan de choque para la Sanidad pública y se abstuvieron contra todo pronóstico, como también votaron abstención cuando llegó el momento de debatir el documento que pedía unidad y un frente común de las fuerzas políticas españolas a la hora de pelear por las ayudas europeas en Bruselas. Entonces se vio que todo había sido un paripé, un brindis al sol, una trampa más de Casado. Había quedado claro que el líder del PP nunca había tenido ni la más remota intención de firmar un solo acuerdo. Fue así como Pastor, la moderada, dialogante y negociadora Pastor, quedó desautorizada por el jefe por la vía de los hechos. Justo en ese momento, cuando salió a dar explicaciones a los periodistas sobre el resultado de la frustrada Comisión de Reconstrucción, quedó al descubierto el montaje, la tramoya, el papel de figurante que le habían asignado en esa obra de teatro, mientras la estrategia del “no a todo” la seguía marcando, en la sombra, la verdadera elegida por Casado: la dura durísima Cayetana Álvarez de Toledo.
Finalmente, a Pastor la enviaron a dar la cara ante los periodistas y tuvo que hacer verdaderos ejercicios de equilibrismo retórico para defender lo indefendible, es decir, para argumentar por qué el PP no se había sumado al trascendental pacto por la Sanidad votando a favor. Sus excusas sonaron vacías, incomprensibles para la mayoría de los españoles, y llegó a poner como endeble excusa que PSOE y Unidas Podemos habían suprimido del documento final de conclusiones la palabra “víctima” para referirse a los afectados por la pandemia. Pastor tuvo que improvisar las justificaciones injustificables y las débiles coartadas, entre ellas que el Gobierno había rechazado casi todas las propuestas del PP relacionadas con el sector sanitario, entre ellas el reconocimiento de una paga extraordinaria al personal afectado por el covid-19 y la creación de una oficina de atención a las víctimas de la pandemia. Con esas vanas argumentaciones, Pastor explicó una de las abstenciones del PP más infames de los últimos tiempos, lo cual ya es decir. El partido que pretende gobernar España algún día se puso de perfil cuando tocó votar “sí” a mejorar la salud de los españoles. Tras garantizar que su grupo seguirá trabajando con el Gobierno para conseguir un acuerdo antes del Pleno del 20 de julio, Pastor se despidió de los periodistas, bajó la cabeza y enfiló lentamente por la Carrera de San Jerónimo. Una vez más, la disciplina de partido la obligaba a callar cuando tenía mucho que decir.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL ENCASTILLADO


(Publicado en Diario16 el 3 de julio de 2020)

En los últimos días, el Partido Popular había deslizado la posibilidad de firmar con el Gobierno un gran pacto por la Sanidad pública para reforzar el sistema de salud ante posibles nuevas pandemias. Sin embargo, cuando ha llegado la hora de votar en la Comisión de Reconstrucción del país, los populares han anunciado que se abstendrán no solo en esa moción sino en la que propone defender de forma conjunta los intereses de España en la Unión Europea. A partir de ahí, todos los demás puntos del día −medidas económicas, fiscales y sociales− han sido contestados con un “no” rotundo de Pablo Casado.
Ha sido una jornada decepcionante que deja la constatación palpable, por si cabía alguna duda, de que estamos ante un político sectario y obtuso incapaz de llegar a ningún tipo de acuerdo por el bien del país. Mientras los agentes sociales, la patronal y los sindicatos, firmaban un gran pacto por el empleo en Moncloa, demostrando que el acuerdo es posible y dando una lección de auténtico patriotismo, Casado se encerraba enfurruñado en su rincón del Parlamento, con sus amigos negacionistas de Vox, torpedeando cualquier tipo de iniciativa para reconstruir la nación. No le gusta que el Gobierno haya aceptado solo 7 de las 69 enmiendas del PP, mientras la mayoría de grupos colocaban importantes iniciativas en las conclusiones finales. Casado se sintió ninguneado y de nada sirvieron los últimos movimientos de Ana Pastor, que en la tarde del jueves intentó un acercamiento a la desesperada con Adriana Lastra y Rafael Simancas para desbloquear la situación. Todo fue inútil. La orden de Génova 13 estaba dada y era definitiva: seguir encastillados en el no.
Hace un par de días parecía imposible que los populares no apoyaran cuanto menos un plan sanitario a gran escala, vital para reforzar las plantillas y dotar de medios materiales a los hospitales, a las unidades de urgencias y Servicios de Atención Primaria de los centros de salud. Si bien es cierto que en el terreno económico las diferencias entre socialistas y populares son insalvables (el PP no quiere ni oír hablar de tasas Tobin ni tasas Google, y mucho menos de subir los impuestos a las grandes fortunas y empresas para hacer frente a la recesión) es una cuestión de pura lógica y sentido común que el Estado necesita al menos un acuerdo de todas las fuerzas políticas para reforzar la Sanidad, hasta aumentar en varios puntos la inversión en producto interior bruto, equiparándose con la media de los países de la UE. Sin embargo, con Casado la lógica no siempre funciona. El líder del PP va a impulsos viscerales y está a otra cosa, a lo suyo, a sus juegos retóricos y estrategias políticas, ciego ante la situación de quiebra de la Sanidad pública, que necesita más médicos y enfermeras, mejores salarios y condiciones laborales, más personal para las residencias de ancianos, más camas y respiradores de oxígeno, más gasto en investigación, en definitiva más Estado de Bienestar, puesto que no podemos permitirnos que llegue otra pandemia en octubre y nos sorprenda de nuevo desabrigados y en precario.
El caso Casado resulta cada vez más preocupante. Es como si alguien le hubiese puesto burundanga en el café, zombificándolo y apartándolo de la cruda realidad que vive el país. Ese alguien no es otro que Santiago Abascal, que con sus diatribas nacionalistas y sus arengas medievales ha logrado hechizar al joven candidato popular. Casado solo hace política para Vox, para no perder terreno con respecto a Vox, para que Vox no le quite a los votantes, y esa es una mala noticia para el país. Después de la frustrante mañana de hoy, el PP queda en evidencia por la obstinación estéril de un líder terco, dogmático y embrujado por los cantos de sirena ultras, mayormente el Cara al Sol. La imagen de la patronal cerrando un pacto por el empleo con el Gobierno y los sindicatos mientras al otro lado de Madrid, en el Congreso de los Diputados, la barra brava de Casado con Cayetana Álvarez de Toledo y Teodoro García Egea al frente imponían sus tesis crispantes, haters y destroyers, resulta demoledora.
La foto de Moncloa con todos los agentes sociales conjurados contra la peste del covid-19 es un golpe de efecto brutal para la imagen de Pedro Sánchez dentro y fuera de nuestras fronteras. El presidente del Gobierno sale de esta como ganador y campeón del consenso. La escenificación de la victoria en los verdes y luminosos jardines monclovitas, bajo el plácido y esperanzador sol del verano que termina de aniquilar la pesadilla del virus, contrasta con la sordidez de los duros orcos del PP atrincherados en una oscura y añeja sala del Congreso. El acto nos deja un Antonio Garamendi ejerciendo, de facto, el papel de jefe de la oposición política mientras Casado se enquista en sus rencores heredados de Aznar y hace dejación de funciones en la reconstrucción del país porque es incapaz de firmar nada.
El líder popular debe prepararse para recibir fuertes presiones en los próximos días, no solo de la patronal y del Íbex 35, que necesitan un pacto económico como agua de mayo para garantizar el futuro de sus empresas, sino también del ala moderada de su partido representada por Núñez Feijóo, que va a ganar las gallegas sin despeinarse y tirando de perfil de hombre de derechas con talante, sensatez, educación y a la europea. Las conclusiones de la Comisión de Reconstrucción del país están terminadas. El PP ha decidido automarginarse junto a la ultraderecha gamberra. Queda tiempo para que rectifique hasta la votación definitiva del dictamen, que tendrá lugar en el Pleno del Congreso la semana del 20 de julio. Pero no parece que nada vaya a cambiar. Casado lleva el mal del negacionismo y la intransigencia en sus genes biológicos y políticos. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL GUARDAESPALDAS DE COLÓN


(Publicado en Diario16 el 3 de julio de 2020)

Vox cree que detrás de las protestas antirracistas de Estados Unidos –extendidas ya por todo el mundo−, hay un odio intrínseco de Occidente contra sí mismo. Una especie de suicida “pulsión de muerte” que le lleva a querer dañar y destruir su propia cultura. Todo en Vox tiende a un mismo objetivo: la recreación de un mundo mítico, idílico y feudal lleno de banderas, caballeros andantes, princesas sumisas, ricos y mendigos, cruzadas y batallas gloriosas. En esa especie de ensoñación, Vox reivindica a los Reyes Católicos, al Cid Campeador y a Don Pelayo, entre otros muchos personajes históricos, como padres de la patria. Por supuesto, el primer fetiche a proteger y honrar es Francisco Franco, el hombre que quiso recuperar y refundir todos esos elementos del viejo Imperio Español en pleno siglo XX.
Lógicamente, la obsesión por la vuelta a un pasado grandioso se acaba convirtiendo en enfermiza, ya que anula la realidad del presente. Sin embargo, para que tenga sentido ese Camelot medieval a la española, ese orden cósmico universal, es necesario fabricar un enemigo común exterior que amenace los valores y las esencias patrióticas, un monstruo ficticio contra el que es preciso luchar a muerte. Antes estaba el terrorismo vasco, el espantajo perfecto. Para Vox, con ETA vivíamos mejor, más tranquilos, ya que la santa cruzada nacional y los mártires de la causa tenían todo su sentido y el orden establecido del Antiguo Régimen estaba garantizado. Una España en conflicto bélico permanente contra los infieles a la patria es el ideal de país estable con el que sueña Abascal y por eso siempre lleva su Smith and Wesson bajo el brazo, para que no se le olvide que una guerra no termina nunca.
El problema es que el terrorismo vasco ya no existe, por mucho que el líder ultraderechista y también Pablo Casado se empeñen en volver una y otra vez a los años del plomo, a los GAL, al enemigo separatista que atacaba a España con tiros en la nuca y bombas lapa. Liquidada la banda terrorista, ya no hay enemigo común y es preciso crear nuevas amenazas a la españolidad, fantasmas acechantes como los chavistas que aspiran a instaurar el comunismo, las peligrosas feministas que atentan contra el poder macho, los homosexuales que pretenden romper la familia tradicional o los inmigrantes que contaminan la pureza de la raza. El último enemigo de videojuego fabricado por Vox es el antifa, el activista que sale a la calle a protestar contra el racismo y a asesinar, vilmente, las estatuas de Colón, Cervantes y Hernán Cortés. En su delirio por construir enemigos permanentes, Vox confiere entidad física, vida propia y encarnadura a figuras de piedra de exploradores, conquistadores y escritores que vivieron hace más de cinco siglos. Si ya no hay guerra se inventa, y la nueva cruzada ultraderechista está en tratar de impedir que al Manco de Lepanto le peguen un tiro en la nuca o que al descubridor de las Indias lo vuelen con dinamita a la manera etarra o que al conquistador de México lo secuestren y lo arrastren por el suelo con una soga. Para evitarlo, Vox cree que a toda esta gente insigne de granito hay que ponerles escolta como se hacía antaño con los concejales en el País Vasco. Y no hay que escatimar en dinero. Un policía no ya en cada esquina, sino en cada estatua, aunque las plantillas diezmen y al final no haya agentes suficientes para perseguir a los butroneros albanokosovares que hacen el agosto estos días. Así lo ha dejado caer al menos el diputado ultra por Sevilla Francisco José Contreras, que ha presentado una Proposición No de Ley relativa a la “protección de monumentos y estatuas de personajes históricos españoles”. Contreras apuesta por “adoptar, en coordinación con las Administraciones locales, las medidas adecuadas para velar por la seguridad de las estatuas y monumentos y figuras de la historia de España, especialmente las asociadas a períodos como la Reconquista o la hispanización de América”. Según Vox, tras la muerte de George Floyd a manos de un policía supremacista en Mineápolis se ha desencadenado en Occidente una “furia de violencia ultraizquierdista” contra estatuas y monumentos de nuestro pasado. “No se trata de antirracismo sino de una extraña pulsión de muerte que lleva a una parte de la sociedad occidental a odiar su propia historia y cultura”, insiste.
¿Qué quiere decir toda esta verborrea y esta defensa cerrada de unas cuantas efigies polvorientas e inertes que sirven para que se posen las palomas y poco más? Que Vox no piensa dejar solos a sus últimos héroes en esta batalla final por defender el pasado. Que va a exigir que se ponga policía, en turnos de día y noche, a los pies de cada estatua en cada pueblo y en cada ciudad del país. Colón ya nunca más quedará solo y desamparado en su difícil tarea de señalar con el dedo índice, eternamente, al horizonte marítimo de Barcelona; Cervantes siempre tendrá un picoleto o un madero a su lado mientras vigila desde lo alto a sus hijos literarios, el hidalgo Don Quijote y su noble escudero Sancho Panza, en la madrileña Plaza de España; y Fray Junípero Serra ya no sentirá el miedo a ser vandalizado con pintura roja y el burdo grafiti de “racista” mientras levanta el crucifijo en el centro de Mallorca. Porque fondos de la Junta de Andalucía para proteger a las mujeres maltratadas (esos “chiringuitos feministas”) no habrá, pero para ponerle un guardaespaldas a un figurón de bronce, para eso siempre hay dinero. Faltaría más.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

jueves, 2 de julio de 2020

LA GEOMETRÍA DE SÁNCHEZ


(Publicado en Diario16 el 2 de julio de 2020)

De alguna manera, la “geometría variable” le está funcionando a Pedro Sánchez. El sectario “no” a todo del principal grupo de la oposición, el Partido Popular, ha obligado al Gobierno de coalición a tejer alianzas puntuales en cada asunto de Estado, allá donde puede, con quien puede y como puede. Fiel a aquella célebre máxima de Kepler que decía que “donde hay materia hay geometría”, Sánchez no ha desechado ningún material aprovechable a la hora de conseguir los números necesarios para seguir gobernando. Fue bajo este principio filosófico-matemático −dejando a un lado los dogmatismos ideológicos y las trabas de los barones más conservadores de Ferraz−, como logró cerrar su histórico acuerdo con Pablo Iglesias para formar un Gobierno de coalición y dar paso a una nueva Legislatura tras meses de parálisis institucional en España.
Poco después llegó la terrible pandemia y cuando necesitaba arañar los pocos votos que le faltaban para sacar adelante el estado de alarma, Sánchez consiguió pactar con los independentistas de Esquerra Republicana bajo la promesa de reactivar cuanto antes la mesa de negociación en Cataluña. En esa misma línea, rizando el rizo de la cábala numérica y la cuadratura del círculo, alcanzó lo que parecía imposible: entrar en negociaciones con el Anticristo de la derecha española (EH Bildu) y hasta ponerse de acuerdo con Ciudadanos, pura ciencia ficción hace solo unos meses. No está tan lejos aquel día en que Albert Rivera le colocó un cordón sanitario al PSOE, negándole el pan y la sal, al tiempo que llamaba a los socialistas “traidores” y a sus aliados “la banda de Sánchez”. Hoy Inés Arrimadas (que también participó en aquel aquelarre con caza de brujas contra el “sanchismo indepe”) se lo compra todo al presidente. La nueva líder naranja ha comprendido que la “geometría variable” no solo funciona sino que es el único camino para que el país pueda salir de la crisis y lo que es aún más importante según sus intereses: para evitar el hundimiento total de Cs.
Seis meses después del estallido del coronavirus puede decirse que Sánchez ha superado la pandemia empleando tres manuales fundamentales: el de autoayuda personal para superar los momentos de bajón (su viejo Manual de resistencia); el científico-médico (las tesis doctorales de Fernando Simón para aplanar la curva epidemiológica); y el político (su tratado sobre geometría variable que ha ido construyendo sobre la marcha y que va camino de convertirse en un referente bibliográfico en todas las universidades). Con estas armas se ha defendido bien ante la sanguinaria e implacable oposición que le han planteado Pablo Casado y Santiago Abascal. Cuando las derechas trataban de acorralarlo con alguno de sus clásicos montajes y sórdidas conspiraciones, Sánchez sacaba la calculadora de la americana y extraía algún aliado imprevisto de la chistera, algún grupo minoritario que le daba oxígeno para seguir viviendo un día más, estropeando los maquiavélicos planes de PP y Vox para derrocarlo.
Sánchez El Pitagórico ha demostrado con hechos, cuando nadie daba un duro por él ni por su incipiente Gobierno, que la política es el arte de buscar consensos y llegar a acuerdos, tal como se decía en los tiempos de la Transición. Ayer mismo, sin ir más lejos, logró pactar con los demás partidos las conclusiones de la Comisión de Reconstrucción Social y Económica del país tras la pandemia del covid-19. Para cerrar el documento económico, Sánchez se ha apoyado en Ciudadanos (el partido naranja ha pasado de querer meter en la cárcel al presidente por sus negociaciones con Quim Torra a votárselo todo a favor); para concretar las políticas sociales, ha mirado de nuevo a ERC, que sabe que la negociación con Madrid le dará votos de cara a las elecciones catalanas; y a esta hora, a punto de concluir el plazo para clausurar la Comisión, el premier socialista tiene casi atado con el PP un pacto por la Sanidad pública y por la defensa de los intereses de España en la Unión Europea. Solo el PNV, que venía siendo uno de los andamios del Gobierno durante el estado de alarma, ha decidido marcar las distancias y votar en contra de los cuatro bloques de conclusiones. Demasiado compadreo con Madrid no es buen negocio en medio de la campaña a las elecciones vascas, aunque todo el mundo sabe que la alianza Sánchez/Urkullu se asienta sobre firmes cimientos. Finalmente, hasta los independentistas de Junts, más obsesionados con destruir que por construir un Estado, han aceptado algunas de las propuestas.
Las conclusiones de la Comisión de Reconstrucción del país serán presentadas mañana viernes para su debate y votación y llegarán al Pleno del Congreso de los Diputados en la segunda quincena de junio para su ratificación. Entonces será el momento de las enmiendas y transacciones y también la hora de analizar si el trabajo de los diferentes grupos ha dado sus frutos después de tantas semanas de debates y discusiones sobre cómo encarar la crisis histórica en la que nos encontramos. Ni siquiera el siempre optimista Patxi López, presidente de la Comisión, habría puesto la mano en el fuego por que la cosa llegara a buen puerto. Cuando aquel día Espinosa de los Monteros se levantó despechadamente de su asiento, cogiendo su maletín y abandonando la sala con arrogancia −mientras Pablo Iglesias le soltaba aquello de “cierre al salir, señoría”, una frase para los anales del parlamentarismo− parecía que la Comisión iba a saltar por los aires. Al final, la extrema derecha se ha automarginado del proceso de reconstrucción de España, colocándose ella misma el famoso cordón sanitario. Los patriotas han demostrado que no tienen ni idea de patriotismo y al final lo que queda es que ni los montajes judiciales de Casado ni las ruidosas caceroladas de Santi Abascal han podido con la geometría variable de Sánchez, un Newton de la política que nunca pierde de vista el inmenso poder que tienen los números. 

Viñeta: Igepzio

EL TRATAMIENTO


(Publicado en Diario16 el 2 de julio de 2020)

Algunos han visto en la pandemia el momento perfecto para hacerse de oro. La farmacéutica Gilead Sciences, por ejemplo, que ha puesto precio al remdesivir –el primer fármaco autorizado y probado con éxito contra el virus covid-19– en la friolera de 2.000 euros (unos 350 por ampolla a multiplicar por cinco días de tratamiento). La cosa se pone todavía más fea desde el punto de vista de la ética y la deontología médica cuando nos enteramos de que el coste de fabricación de la sustancia ronda los 5 euros, de tal forma que el fabricante piensa sacarle un beneficio astronómico al hallazgo científico. Con millones de personas enfermando cada día en todo el mundo cabe suponer que el pelotazo sanitario está más que asegurado.
La especulación es tan vieja como el ser humano. Se sabe que en el tránsito al Neolítico, cuando la humanidad dejó de ser cazadora para convertirse en agricultora, ya había avispados que acumulaban granos en la despensa para especular con ellos en tiempos de malas cosechas. Y suele citarse como ejemplo paradigmático de especulación lo que ocurrió en la Holanda del siglo XVII, cuando se amasaron auténticas fortunas al calor de la fiebre de los tulipanes. Se dice que un simple bulbo de esa flor insignificante podía intercambiarse por un carruaje nuevo, dos caballos tordos y un arnés. Los holandeses siempre tan elitistas.
Por lo que respecta a España, aquí también tenemos una amarga experiencia de lo que es la especulación con los productos básicos para la vida y la subsistencia: la sufrimos en nuestras propias carnes en los años más negros del estraperlo franquista. Pero lo de las grandes farmacéuticas que pretenden llenarse los bolsillos con el dolor, la enfermedad y el sufrimiento va más allá de todo lo que hayamos visto. El nombre del remdesivir y de Gilead, esa farmacéutica con nombre de maquinilla de afeitar, quedará ligado para siempre al horror de la pandemia de 2020. Conforme pasen los años y miremos hacia atrás nos acordaremos de aquellos contrabandistas de la salud que quisieron lucrarse con la muerte y los recordaremos con desprecio y con tristeza. Gilead pasará a la historia universal de la infamia médica, al igual que todos esos piratas y timadores asiáticos que en lo peor de la crisis han intentado colarnos servilletas de papel haciéndolas pasar por sofisticadas mascarillas quirúrgicas, consumando así el gran tocomocho de la economía capitalista/comunista fundada por la China oriental.
El nuevo medicamento, el remdesivir o como se llame, debería entrar en los anales de los grandes logros científicos de la humanidad, pero quedará inevitablemente unido a la depravación neoliberal, al egoísmo infinito, a la crueldad y a la ignominia. El polémico y caro medicamento tendría que ser una gran noticia para millones de contagiados por el covid-19 en todo el planeta y al final va a ser recordado para mal, como las residencias de ancianos privatizadas por Díaz Ayuso, ratoneras mortales para miles de abuelos; como las experiencias psicotrópicas de Donald Trump con la cloroquina y la lejía; como la muchachada feliz de los botellones y los jóvenes hinchas del fútbol, insolidarios que se pasan la mascarilla y el distanciamiento social por el forro de sus caprichos, así se mueran los viejos. O como los pijos y envarados “cayetanos” y “borjamaris” que, mientras los médicos y enfermeras de todo el país se dejaban la piel para salvar vidas en los hospitales, se dedicaban a promover caceroladas y manifestaciones en el barrio de Salamanca en protesta contra un Gobierno que no les dejaba ir de yates, de playa y piscina o al Club de Golf.
El ministro Pedro Duque, que es un cosmonauta idealista y todavía cree en la bondad de la raza humana, opina que los dos mil pavos de vellón que Gilead pide por el tratamiento con remdesivir es solo el precio de salida y que a partir de ahí se irá negociando a la baja. Como si una pandemia fuese una puja, una partida de póker, unas rebajas de verano sanitarias con las que la multinacional pretende limpiar de alguna manera su mala imagen de pesetera, su bandolerismo y su burdo atraco a los pacientes. Seguramente Duque conseguirá un buen contrato al final, a fin de cuentas España figura en el mundo más o menos rico y avanzado. Pero cabe preguntarse qué ocurrirá cuando los Curro Jiménez con bata blanca bajen de las serranías farmacéuticas y desembarquen en África, o en América Latina, o en Asia, trabuco en mano y los maletines llenos de medicamentos milagrosos, pócimas caras, injusticias y estafas. Cabe preguntarse qué sucederá con todos esos millones de africanos que no podrán beneficiarse jamás ni de una miserable dosis del ansiado remdesivir porque no tienen cómo pagarlo.
Gilead garantiza que ha alcanzado acuerdos con productores de medicamentos genéricos para poder ofrecer el tratamiento a un precio más reducido en todo el mundo. Ahora solo falta que esos genéricos funcionen, que curen igual de eficazmente que el medicamento original y que sean algo más que un crecepelo para engañar al Tercer Mundo. La medicina no solo es una ciencia que se explota comercialmente, también es un derecho universal de todo ser humano con independencia de si vive en el país más poderoso o en el más pobre de la Tierra. Lamentablemente, una vez más el mundo opulento condena al mundo subdesarrollado a un nuevo genocidio silencioso, esta vez dándole la puntilla con un colonialismo farmacéutico. Con su agresiva estrategia mercantil, Gilead ha convertido la medicina en un Wall Street de abuso y especulación, un zoco de sanos y apestados donde se puja por la vida, una macabra subasta donde el que tiene posibles se cura y el que no es condenado a sufrir la peste del siglo XXI. Vivir se cotiza cada día más alto. Morir es barato. Es el mercado amigos.
De momento, Estados Unidos ya ha concretado la compra de todas las dosis existentes para los próximos tres meses, dejando sin posibilidad de acceder al producto al resto de la humanidad. Seguro que Donald Trump ya tiene su cajita de remdesivir sobre la mesa del Despacho Oval, junto a la Biblia, el Colt 45, el carné del Ku Klux Klan y la botella de Fairy, a la que va dando chupitos cortos aunque no sirva de nada contra el coronavirus. Mucho America first pero aquí el que va por delante siempre es él.

Viñeta: Igepzio