(Publicado en Diario16 el 30 de junio de 2020)
A veces la política es un poderoso anestésico, no solo para los ciudadanos que la soportan, también para los que la practican, que terminan sufriendo el letargo hipnótico de las ideas y mentiras que ellos mismos propagan. Quienes se dedican a la política suelen perder el contacto con la realidad, terminan creyéndose sus propios sueños y delirios y esa ensoñación les lleva a no calibrar, a no medir el terreno que pisan. Es lo que parece estar ocurriéndole estos días de campaña electoral a Santiago Abascal, que en uno de sus últimos mítines en Laguardia de cara a las elecciones en el País Vasco ha asegurado que Vox es “la Reconquista que va a recuperar la libertad de los vascos”.
La sentencia es una de las mayores exageraciones que ha podido decir Abascal a lo largo de su carrera política, lo cual es todo un logro. Y además es una gran deformación de la realidad, no solo porque históricamente ya se sabe que Euskadi no es un lugar donde las ideas nacionalistas españolas prendan precisamente con facilidad, sino porque el promedio de las encuestas publicadas antes y después del estallido de la pandemia otorgan a Vox exactamente cero escaños. Mal se puede hacer una Reconquista con esos desnutridos ejércitos de votantes.
La auténtica verdad de los hechos es que la mayoría de los sondeos dan la victoria al PNV de Iñigo Urkullu, lehendakari desde el año 2012, aunque ya sin mayoría absoluta, de manera que los nacionalistas podrían estar cerca de reeditar su acuerdo de Gobierno con el Partido Socialista de Euskadi. Las encuestas dan un buen resultado a EH Bildu, e incluso a la incipiente coalición formada por PP y Ciudadanos, si se quiere, pero no parece que los números que baraja Vox sean para lanzar las campanas al vuelo y mucho menos para hablar de “Reconquista”. Sin embargo, la euforia desmedida se ha desatado en las filas verdes, el bebedizo del bulo surte efecto incluso en ellos mismos, que confían en que el próximo 12 de julio (fecha para la celebración de las elecciones autonómicas en el País Vasco que fueron aplazadas en marzo por la crisis del coronavirus), sea el principio de algo grandioso.
Al líder de Vox, los vascos no le compran el discurso españolista a ultranza y tampoco su relato victimista de mártir perseguido por unos filoetarras que solo existen en su imaginación, ya que la banda se disolvió hace mucho. La agresión a Rocío de Meer en Sestao es despreciable desde todo punto de vista, pero tratar de señalar al PNV y al vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, como “los responsables directos de las agresiones que sufre Vox diariamente (unos por ser complacientes con la violencia y otros por enviar a sus matones a agredir y luego no condenarla)”, es otra exageración que no encaja con la realidad de un pueblo, el vasco, que hace tiempo dejó atrás su página más negra.
En las últimas horas el portavoz del Grupo Parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique, se ha referido al presunto ataque sufrido por la diputada ultra y ha apuntado que “sólo hizo falta un poco de ketchup para que se tragaran un bulo como una catedral”. A Echenique a veces le pierde su ironía socrática, y en este caso sobraba y bastaba con condenar la violencia, cualquier tipo de violencia. La broma con la salsa de tomate estaba fuera de lugar (hacer risas con una pedrada no es de recibo) aunque es cierto que Vox fabrica bulos con tanta facilidad y tanta eficacia que ha perdido toda credibilidad. El partido ultraderechista vive del escándalo y la provocación trumpista constante y permanente, eso no se le escapa a nadie. De momento, Abascal ya ha capitalizado el atentado de baja intensidad tratando de arañar unos cuantos votos: “Rocío, yo sí te creo. ¿Dónde están ahora las feministas para defenderte? Ni están ni lo estarán”.
Queda claro que a la extrema derecha solo le queda el recuerdo de la violencia como único programa electoral para Euskadi. El problema es que durante décadas los vascos sufrieron la violencia de verdad, la del coche bomba, el tiro en la nuca, los secuestros y las extorsiones. El País Vasco de hoy no tiene nada que ver con los años del plomo, por mucho que Pablo Casado y el propio Abascal pretendan resucitar los GAL a golpe de exclusiva caducada de La Razón y de los infundios de OK Diario. A los vascos ya nadie les va a revisar la historia ni implantarles una realidad que no es porque saben perfectamente lo que ocurrió allí en 40 años de terrorismo etarra. El discurso del miedo de que los vascos van a perder su libertad con los nuevos batasunos es más falso que una moneda de dos caras. Y la película de la Reconquista produce tanta perplejidad como hilaridad en la madura sociedad vasca.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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