viernes, 26 de junio de 2020

LA PITONISA DEL BCE


(Publicado en Diario16 el 26 de junio de 2020)

Christine Lagarde no solo es la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), también es esa señora de infausto recuerdo a la que en cierta ocasión se le ocurrió decir que las personas viven demasiados años, con el consiguiente exceso de gasto en pensiones para los Estados modernos. La primera banquera de Europa, gran gurú del pensamiento neoliberal que ha llevado al mundo al callejón sin salida en el que se encuentra hoy, se ha hecho célebre porque cada vez que suelta una sentencia de las suyas sube el pan. Podría decirse que Lagarde es la Cayetana Álvarez de Toledo de la economía mundial, solo que en lugar de montar pollos políticos a fuerza de insultos contra rivales políticos ella es más de liarla con las cifras del PIB, el crecimiento industrial, el déficit público y otras monsergas de la gran estafa del capitalismo salvaje global.
Hoy Lagarde se ha despachado con uno de sus habituales sarcasmos al asegurar que “en el mundo podría haber pasado lo peor de la crisis del coronavirus”, aunque cree que es “poco probable” que volvamos al status quo anterior a la pandemia. A esta mujer habría que preguntarle cómo puede llegar a pensar que hemos pasado lo peor de la tempestad económica cuando en España, sin ir más lejos, tenemos más de ocho millones y medio de pobres de solemnidad desde la crisis de 2008 (más otros 700.000 que según el informe de Oxfam Intermón ya están preparados para ingresar en la lista negra de la desigualdad en las próximas semanas). Resulta difícil creer en los optimistas augurios de la presidenta del BCE, en su poesía sobre los brotes verdes, mientras el paro va camino de superar el 20 por ciento y las colas del hambre crecen cada día, recordando en buena medida a aquellas otras colas del racionamiento en blanco y negro de nuestra posguerra. “Esa recuperación va a ser incompleta y podría ser transformadora”, ha afirmado este viernes en su intervención en el marco de la cumbre online de Northern Light. Y es precisamente en ese párrafo donde están las claves y las contradicciones del discurso de Lagarde. Cuando ella dice que la recuperación va a ser “incompleta” nos está advirtiendo de que la factura del destrozo la van a pagar los mismos, los de siempre, los de abajo. Y cuando la señora Lagarde augura que la salida de la crisis podría ser “transformadora”, se está refiriendo sin duda a los suyos, a los que tienen posibles, a los que cambiarán de negocio o seguirán tirando con el mismo a costa de la precarización del trabajo, los bajos salarios y la desigualdad. Las recetas de Lagarde son las de toda la vida, por mucho que en esta pandemia haya hecho alguna que otra concesión a la socialdemocracia y haya tenido que admitir (a regañadientes, todo hay que decirlo) que los Estados deberán gastar más para reforzar la Sanidad, el escudo social de las clases más bajas y lo poco que queda de Estado de Bienestar. “Es probable que el comercio se reduzca significativamente… Tenemos que estar muy atentos a los más vulnerables”, alega Lagarde tratando de armonizar el farragoso discurso neoliberal de los aranceles y las exportaciones con una cierta sensibilidad humanista ante el inmenso drama que supone la lucha por la supervivencia cotidiana y el sufrimiento de millones de europeos.
Todo lo que dice Lagarde suena a más de lo mismo. Inversiones comerciales, transacciones y activos financieros, deuda pública, especulación bursátil, en definitiva la neolengua habitual que solo entienden los brókers, los testaferros de las grandes fortunas y los expertos de Standard and Poor’s, Moody’s o Fitch, todas esas agencias de calificación y bulos cuyo trabajo consiste en propagar la religión del neoliberalismo como el único camino, la verdad y la vida. En resumen, lo que nos propone la jefa del BCE es el mismo argumentario económico de los últimos doscientos años para perpetuar un modelo en el que cien multimillonarios del mundo acumulan más de la mitad de la riqueza del planeta.
A la señora Lagarde habría que decirle que el modelo, su modelo, está definitivamente acabado y que urge a la mayor brevedad posible un giro copernicano a las políticas económicas. Ya no basta con las superestructuras de poder del viejo mundo que se ha desplomado sin remedio. Hay que apostar por nuevas ideas mucho más audaces, sostenibles, solidarias y verdes. En sus discursos, la señora del BCE nunca habla del futuro negro que le espera a la Tierra, condenada a calentarse cada día un poco más (38 grados en el Ártico este mes). El cambio climático es el cultivo ideal para los coronavirus y otros entes microbianos aún más agresivos que están por venir, pero eso no le ocupa ni un segundo a la señora del dinero europeo. Como tampoco habla de que uno de cada cuatro habitantes del planeta malvive con menos de un euro al mes ni de las pateras, que siguen llegando a la costa sur española incluso en medio del estado de alarma. ¿Cómo será ese otro drama silenciado por Occidente para que sigan desembarcando inmigrantes dispuestos a contagiarse en la enferma Europa antes que seguir soportando el infierno africano?
Está muy bien que Christine Lagarde quiera insuflar un poco de optimismo a las maltrechas economías y Bolsas del mundo rico, pero que deje de engañarnos con sus felices augurios que solo beneficiarán a las élites del gran capital. Mientras ella juega con los informes, gráficos y previsiones estadísticas de la falsa macroeconomía, en su flamante despacho de Fráncfort, millones de personas guardan su turno, pacíficamente, en las colas del hambre, en las oficinas de desempleo, en los hospitales públicos cada vez más saturados. No es cierto que haya pasado lo peor de la crisis. El mundo siempre ha estado en crisis y lo seguirá estando, porque la crisis es la vuelta a la vieja normalidad, como dicen ahora. Y si es verdad que la cosa ha mejorado, será para unos pocos, los que tienen la sartén por el mango, mientras a la inmensa mayoría del pueblo solo le queda seguir resistiendo en su titánica lucha por la existencia.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA PASIÓN DEL REY EMÉRITO

(Publicado en Diario16 el 25 de junio de 2020)

Las derechas creen que hay un complot en España para derribar a la Monarquía e instaurar la Tercera República. De ser así, en esa supuesta conspiración estaría metida también la prensa internacional, que ha abierto la veda contra la Casa Real española. A las informaciones sobre el patrimonio oculto de Juan Carlos I que viene publicando el diario británico The Telegraph se suma ahora la ácida caricatura que Le Monde ha trazado del rey emérito. Un artículo publicado en el prestigioso rotativo francés se refiere al gran artífice de la Transición española como “un viejo rey devorado por la pasión de las mujeres y el dinero”. Y añade: “El exmonarca español, de 82 años, conocido por ser atractivo y animado, está en el centro de un asunto financiero tan rotundo que amenaza el futuro de la Corona en su país”.
Para Le Monde, las revelaciones sobre la fortuna oculta del rey emérito en Suiza, donde un fiscal ha estado investigando sospechas de lavado de dinero durante dos años, “salpican a su hijo, Felipe VI”. Ya nadie puede negar que las peripecias del rey abdicado han atravesado fronteras, dañando seriamente la imagen de España, que queda como un país bananero donde su ex jefe del Estado va y viene con sus gafas negras, el jet privado y el maletín lleno de pasta. “Una aristócrata alemana tal vez demasiado habladora. Generosas donaciones de los países del Golfo. Un administrador de fondos y un abogado de azufre en Ginebra. Sin olvidar una base opaca, domiciliada en Panamá…”, prosigue el demoledor artículo.
Para el principal periódico francés, el truculento final del aventurero bohemio de Botsuana (cazador blanco, corazón negro) tiene los ingredientes de un “thriller político-financiero”, indicios que se unen al escándalo que azota a la monarquía española desde principios de marzo. Todo mito termina destruyéndose a sí mismo y la caída en desgracia de Don Juan Carlos, objetivo de la mofa y befa de la prensa internacional, va camino de ser de las más estrepitosas y sonadas de la historia. Cuando las generaciones venideras echen la vista atrás y lean el papel que jugó del Rey Campechano, verán la obra grande y luminosa de un hombre que sin duda condujo al país en una homérica odisea desde la noche de la dictadura hasta el edén de la democracia, pero también los últimos años sombríos de un Casanova incorregible, la decadencia de un César absoluto e inviolable con sus escándalos, sus amoríos y sus presuntos negocios clandestinos.
Fue Federico II el Grande quien dijo aquello de que una corona no es más que un sombrero que deja pasar la lluvia. Y eso es precisamente lo que le ha ocurrido a Don Juan Carlos, que al final de sus días no sabía muy bien si llevaba una corona o un sombrero de Panamá, uno de esos chambergos de turista accidental que usan los que van de acá para allá por los paraísos caribeños, por los Siete Mares y los siete bancos más poderosos del mundo. El viejo monarca, como dice Le Monde, ha perdido el norte político y geográfico al final de sus días y pese a ser un avezado lobo de mar, un patrón de Bribones, no ha visto llegar el fuerte temporal de dólares y escándalos que al final se lo ha llevado por delante. El emérito, en un extraño y singular caso de amnesia política, ha caído en el error de pensar que era un civil más y se ha olvidado de la dignidad que entrañaba la alta magistratura que ostentaba. De tanto echar canitas al aire se le ha caído el pelo y de tanto aplicar el antiguo proverbio español (“que me quiten lo bailao”) ha terminado por romperse el cetro y la cadera.
Al perder la perspectiva de la historia y de los tiempos, al olvidarse de quién era y del elevado símbolo que representaba para una nación y para 47 millones de compatriotas, Juan Carlos ha quedado para rellenar las tardes aburridas del Sálvame (con Jorge Javier Vázquez en el personaje de nuevo Bertolt Brecht de la izquierda española); para ser pasto de cuatro exclusivas amarillas en los tabloides sensacionalistas británicos; y para que los gabachos de Le Monde se echen unas risas a costa de los vecinos pobres del sur, lo cual no deja de ser una venganza en toda regla contra el rey que más detestan, Rafa Nadal, que cada verano impone su tiranía deportiva absolutista sobre las tierras batidas de París.
Juan Carlos pudo haber pasado a la historia como un héroe y va a pasar no ya como un villano, sino como el hazmerreír de Europa. Hasta su hijo lo repudia y rechaza la herencia maldita que quema en los dedos, mientras los telares de la prensa extranjera preparan más material sobre Corinna Larsen. El culebrón promete no tener un final, de modo que no, no hay ningún extraño complot de rojos y separatistas para hundir a la Familia Real e instaurar la República en nuestro país, tal como denuncian las derechas. El rey jubilado, él solito, se sobra y se basta para cargarse la venerable y milenaria institución. 

TENDER LA MANO


(Publicado en Diario16 el 25 de junio de 2020)

Pablo Casado parece haber cambiado, por enésima vez, de estrategia política. Lo hace forzado por las circunstancias, primero porque las encuestas no son favorables y después porque nadie en Europa entendía que la oposición se haya dedicado a envenenar el ambiente en lugar de hacer un ejercicio de patriotismo arrimando el hombro en la lucha contra la pandemia. Su último intento por derribar a Pedro Sánchez aliándose con los gobiernos más xenófobos del viejo continente en la infame operación para torpedear las ayudas de Bruselas que legítimamente corresponden a Españaha resultado sencillamente patético. El hombre se ha debido dar cuenta de que se estaba pasando de duro y hooligan (hasta al ala moderada de su partido, los de Núñez Feijóo, le pedían que moderara sus formas) y antes de quedarse solo, como un ruidoso “Cayetano” con cacerola que vocifera y patalea a las puertas de Moncloa, ha decidido echar el freno y meditar la situación. 
Como siempre, el encargado de maquillar el despropósito de gestión del PP ha sido Javier Maroto. En una entrevista matutina con Àngels Barceló, esta misma mañana, el portavoz popular en el Senado ha dejado caer que los populares podrían apoyar el decreto de nueva normalidad del Gobierno con una serie de condiciones. “Anunciaremos nuestro voto tras escuchar al ministro [Salvador Illa]. En España hay que tener un mejor sistema de Atención Primaria. Tienen que hacerlo las comunidades y el Gobierno. Hacemos propuestas para que haya garantías para que España pueda producir material sanitario suficiente y un sistema de vigilancia del virus”, ha argumentado.
Parece evidente que la sesión de control de ayer miércoles supuso un pequeño punto de inflexión en las tempestuosas relaciones entre Gobierno y oposición, seriamente deterioradas tras meses de crispación y batalla encarnizada durante la pandemia. Por un momento parecía que Casado y Pedro Sánchez, en su cara a cara, se hablaban entre líneas, haciéndose guiños como en el mus, aunque en un lenguaje encriptado para los españoles. Quedó en el hemiciclo un cierto aire de tregua y las manidas frases de siempre como “tender la mano” o “llegar a acuerdos” sustituyeron, si quiera por un segundo, a los habituales insultos, improperios y maneras tabernarias. No obstante, Maroto ha insistido en que el PP prefiere esperar al discurso del ministro para anunciar si finalmente entran en algún tipo de colaboración con Moncloa para la reconstrucción del país: “Queremos comprobar si los compromisos del Gobierno se manifiestan en su discurso. Sánchez y su gobierno son especialistas en decir una cosa a las nueve de la mañana y cambiar luego su discurso. ¿Hay vocación de acuerdo? Sí. ¿Tenemos experiencia de gestión? Sí. ¿Podemos ser útiles a los españoles desde la oposición? Sí”.
Toca, por tanto, tratar de maquillar la vergonzosa labor de oposición que ha hecho el PP a lo largo de las últimas semanas y que fue duramente criticada por prestigiosos periódicos extranjeros como The New York Times. Después de los excesos, después de la furia, el sectarismo, la cerrazón y el no a todo, el PP de Casado pretende que los españoles se traguen que siempre ha estado al lado del Gobierno en los peores días del coronavirus. Y no solo eso: Maroto también ha dicho que los populares apoyaron el estado de alarma; que la idea del ingreso mínimo vital fue una idea del Partido Popular; y que la propuesta para crear una mesa de reconstrucción del país partió de Génova 13. En realidad, fue exactamente al contrario de como lo cuenta Maroto, ya que a la hora de sacar adelante el estado de alarma (crucial para garantizar el confinamiento de la población española ante la propagación del virus) Sánchez tuvo que buscar los votos en Esquerra Republicana y el PNV porque el PP se los negaba como quien niega el pan y la sal. Además, al ingreso mínimo vital lo llamaron “paguita” chavista; y el propio presidente del Gobierno, cuando hizo un llamamiento desesperado a todos los partidos políticos para reeditar unos nuevos Pactos de la Moncloa, no recibió como respuesta más que una metafórica peineta de Casado (recuérdese cuando el líder del PP acusó al jefe del Ejecutivo de haber lanzado una campaña de propaganda con la intención de patrimonializar la recuperación económica de nuestro país). Por mucho que Casado se empeñe ahora en aparecer ante los españoles como el gran pactista negociador, como el estadista de talla que siempre apostó por el diálogo y el consenso por el bien de la patria, lo cierto es que todo el mundo vio lo que pasó: él se cerró en banda, se puso los guantes de látex y la mascarilla y mantuvo la distancia social en todo momento con el Ejecutivo de coalición, al que cada minuto acusaba de chavista, bolivariano y amigo de los que quieren romper España.
Hoy el PP ya ha comprobado que la estrategia de la crispación ha fallado. Casado ha fracasado. Las encuestas apenas le dan al principal partido de la oposición una leve subida de unas décimas, una pírrica victoria, sobre todo teniendo en cuenta que ha tenido a Sánchez contra las cuerdas en lo peor de la plaga de Wuhan. A esta hora, Casado ya sabe que los muertos por la pandemia no lo van a llevar a la Moncloa y ha dado orden a Maroto de que saque la bandera blanca y empiece a vender un discurso diferente, el del diálogo, la colaboración, el deshielo. Su mano derecha en el Senado incluso le ha dicho a Barceló que los populares apoyarán la candidatura de la ministra de Economía, Nadia Calviño, para presidir el Eurogrupo. “El PP siempre ha apoyado al PSOE en Bruselas. Cuando es bueno para España, vamos juntos. Cuando una candidatura puede ser de un español, siempre es mejor. A Solbes, Borrell y Almunia ya los apoyó el PP”. El problema de Maroto es que nadie le cree ya.

Viñeta: Artsenal JH

LAS COLAS DEL HAMBRE


(Publicado en Diario16 el 25 de junio de 2020)

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas), decía Dámaso Alonso. Hoy habría que añadir a los pobres, contagiados y arruinados por culpa de la pandemia que terminan en las colas del hambre. Gente que hasta hace poco tenía un trabajo, un coche y una vida normal y que de buenas a primeras no puede llenar la nevera. La presidenta Díaz Ayuso debería tomar buena nota de aquello que decía Kennedy: si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos. La delfina de Pablo Casado vive como una rica, confortablemente, en el castillo del empresario Kike Sarasola. Desde allí, desde el cielo, resulta difícil ver el infierno de las colas del hambre. El skyline del Gotham madrileño lo ensombrece todo, no deja ver nada, y las personas se ven lejanas, como diminutos puntitos merodeando desesperadamente a las puertas de las iglesias y los bancos de alimentos de Cáritas.
Díaz Ayuso está muy lejos de los madrileños, mucho más que Belén Esteban, que ha dejado de ser la princesa del pueblo para convertirse en la princesa de Vox. La presidenta de Madrid fracasó estrepitosamente en su gestión de las residencias de ancianos. En los peores días de la pandemia los mayores se le morían a capazos en el sórdido Auschwitz de los geriátricos privatizados, sin que ella, joven e inexperta, supiera lo que hacer. A aquel terror de imprevisión, incompetencia e ineptitud le sigue ahora otro no menos abyecto e inmoral: el colapso de los Servicios Sociales. Ayuso ha puesto el cartel de cerrado en la ventanilla del negociado, abandonando a su suerte a la gente obrera de Moratalaz, Vallecas, Cañada Real o Lavapiés. El gulag de las residencias, el exterminio de los viejos, tiene su segunda parte en este otro horror que parece obra de un psicópata todavía más cruel: el holocausto de miles de familias pobres de Madrid que malviven en las casas baratas del extrarradio y que se mueren de hambre esperando a los del Ayuntamiento o el Gobierno regional, que nunca llegan.
Durante años de gobiernos del PP, los predecesores de Ayuso estuvieron desmontando, pieza por pieza, el mecano del Estado de Bienestar. Primero vendieron la Sanidad pública a los grandes constructores; luego llegó la sentencia para la escuela pública. Las residencias las subastaron a unos señores y unas empresas que trabajan bajo la bandera pirata de los fondos buitre. Los Servicios Sociales los dejaron para el final. Hoy no queda nada del Estado de Bienestar en la Meseta más allá de unas oficinas vacías con telerañas y unos carteles oxidados en las puertas. Los fulanos de la corrupción, los de la Púnica, Lezo y Gürtel, se lo han llevado todo, el dinero de las arcas públicas, los contratos a dedo, los muebles de las Consejerías y hasta los manantiales del Canal Isabel II, que todo el mundo dice que el agua de Madrid ya no sabe como antes (será el hedor de la corrupción que baja de la sierra para contaminarlo todo). Mientras las tripas de los ciudadanos rugen porque el cocido madrileño sale aguado con el tocino de caucho de la suela de zapato, la burocracia de los Servicios Sociales (con los que también se ha hecho negocio) se multiplica en un laberinto inútil y kafkiano de Direcciones Generales, Subdirecciones, Delegaciones, Comisiones, Oficinas de esto y aquello, covachuelas dirigidas por unos tecnócratas con trajes caros que se lo llevan crudo. No hay dinero para alimentar los estómagos de los madrileños pero sí para las dietas del funcionariado apesebrado.  
Pasan los días y nadie toca los timbres de los guetos; pasan las semanas y ningún funcionario del PP se deja caer por Moratalaz o por Cañada Real para preguntarle a toda esa legión de invisibles si necesitan algo, si les duele algo, si tienen mucha hambre o poca. Los niños juegan descalzos en las orillas del Nilo contaminado de la M30 (sin mascarillas porque cuestan un pastón); el gremio de chatarreros y cartoneros rebusca en los contenedores de los poblados chabolistas invadidos por los yonquis y los galgos famélicos; los inmigrantes sueñan ya con una patera que los devuelva de regreso a la madre África en un éxodo a la inversa. Hasta en Marruecos se vive mejor que en ese país maldito llamado España enfermo por una raigambre de señoritos y patriotas insolidarios, fenicios corruptos, reyes trincones, políticos cainitas y tribus periféricas destructivas que se odian a muerte, unas a otras, por puro deporte nacional y sin una razón lógica para ello.
Madrid es ya el Kabul europeo, el arrabal de la Europa rica controlada por los racistas finlandeses, belgas y holandeses que durante siglos han estado esperando su momento para imponer el estilo de vida calvino, negrero y supremacista, y de paso negarle el pan y la sal a los españoles, los leprosos del sur, antes de derribar sus feas estatuas de Colón. España va camino de Estado fallido. La ultraderecha ha roto la baraja y espera el momento propicio para dar el golpe de timón definitivo. La izquierda de Pedro Sánchez insiste en modernizar el país pero no la dejan. Es la misma historia de siempre, como cuando se cargaron la Segunda República a fuerza de hambres, propaganda tóxica, pistolerismo y odios enquistados. El Estado de Bienestar ha sido barrido del mapa, solo la generosidad del Padre Ángel y de unos cuantos curas rojillos sostienen ya el país y las listas de espera de los hambrientos con el kit habitual de limosnas para casos de pandemia medieval. A saber, una cántara de leche, el chusco de pan, un rosario de la Virgen (que no puede faltar) y todo lo más un frasco de hidrogel por cortesía del Vaticano. Qué buenos son los padres Salesianos.

Viñeta: Pedro Parrilla

miércoles, 24 de junio de 2020

LA RECONSTRUCCIÓN


(Publicado en Diario16 el 24 de junio de 2020)

Pedro Sánchez y Pablo Casado han mantenido uno de sus habituales cara a cara durante la sesión parlamentaria de los miércoles. Al líder del PP no se le ha visto tan cómodo y descarado como otras veces, sobre todo cuando el presidente del Gobierno le ha pedido que se posicione sobre el paquete de ayudas que Bruselas ha destinado para la reconstrucción del país. Los fondos de recuperación son una gran victoria de Sánchez y del primer ministro italiano, Giuseppe Conte, mientras Casado se ha dedicado a enturbiar el logro, conspirando con los gobiernos xenófobos de la Europa opulenta con el fin de que las partidas (esenciales para la subsistencia de millones de españoles en riesgo de pobreza) sean fiscalizadas, controladas y hasta recortadas.
Sánchez sabía que su adversario tenía una fisura en ese tema y le ha faltado tiempo para llevar el debate a ese terreno, afeando a Casado su falta de patriotismo. De entrada, le ha pedido que si quiere llegar a acuerdos y ayudar a reconstruir el país empiece por apoyar en Bruselas los fondos de recuperación europea, retire el informe “ignominioso” sobre supuestos derechos y libertades atacados en España (un libelo que proyecta una falsa imagen de nuestro país en el extranjero) y que apoye al Ejecutivo en la creación de una tasa digital para las grandes corporaciones. Una vez más, Sánchez reprochaba al líder de la oposición que no haya arrimado el hombro durante la crisis y que incluso haya rechazado unos nuevos Pactos de la Moncloa para la reconstrucción del país. “Me conmueven sus palabras, señor Casado; ahora quiere convertir Barajas en el nuevo 8M”, espetaba en alusión a la causa general urdida por el PP contra el feminismo que finalmente ha sido archivada por la juez.
A Casado se le ha visto esta vez algo más contenido y menos envalentonado que en los peores días de la epidemia, quizá en parte porque en su partido algunas voces empiezan a criticar, en petit comité, la estrategia errónea que el candidato popular ha llevado estos días en la Unión Europea, donde se ha dedicado a conspirar con los partidos xenófobos del viejo continente y con los gobiernos supremacistas que como el holandés exigen recortes y condiciones onerosas a las ayudas para España. Esa conspiración solo tiene una finalidad, dañar a Sánchez a costa de perjudicar los intereses de los españoles, y entre los partidarios de Núñez Feijóo el plan no ha gustado lo más mínimo. Esa es la razón de que Casado haya ido con pies de plomo a la hora de debatir sobre ese espinoso asunto: “Solo porque le pido responsabilidad [en la gestión de las ayudas a la reconstrucción] soy un antipatriota. Deje de buscar un chivo expiatorio y empiece a gobernar de una vez para todos los españoles”. Estaba claro que Sánchez ganaba esta vez a los puntos a su duro opositor.
Minutos más tarde, le llegaba el turno a la portavoz del Grupo Parlamentario Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, que ha centrado su discurso en los errores en el recuento de los fallecidos por coronavirus. “Hay 45.000 muertos, más de lo previsto, es un abismo moral. Dejan a 17.000 españoles en el limbo”. Le tocaba responder a la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, quien le respondió que “a usted hay una premisa que se le olvida todo el tiempo: los datos que el Gobierno facilita (28.323) los suministran las comunidades autónomas, también las suyas”. La diputada popular insistió en la estrategia al asegurar que “ustedes mienten todo el tiempo, la culpa siempre es de otro”, y recordó que España es el primer país de Europa en exceso de defunciones. “Sánchez ha dicho que ha salvado 450.000 vidas. ¿Por qué no dicen que han salvado a 45 millones e imprimen camisetas? La ironía argentina de Álvarez de Toledo terminó con exasperar a Calvo, que pasó directamente al ataque: “Usted le resta legitimidad al Gobierno porque no acepta la moción de censura. Ustedes han decidido hacer política con los muertos, de lo que saben, porque no sería la primera vez que lo hacen. 28.323 es la cifra oficial, seria, corroborada, por covid. Pero ese no es su problema, su problema es alarmar constantemente a la ciudadanía, no ayudar y no respetar a los muertos”.
Como de costumbre en estas sesiones de control, la pinza de las derechas la cerró Vox. En este caso fue su portavoz, Espinosa de los Monteros, quien enumeró todos los supuestos deterioros que el Gobierno ha ocasionado a los diferentes poderes del Estado. “Han marginado el Legislativo, ataques al Poder Judicial, a la Fiscalía General del Estado, a la Guardia Civil, a la Abogacía del Estado, a la Seguridad Social (ruptura de la caja única negociada con el nacionalismo vasco); al CNI en manos de Pablo Iglesias (con eso está dicho todo), y hasta a la Monarquía, a la que han organizado caceroladas.  Y podíamos seguir… Ustedes están no en un proceso de reconstrucción sino en un proceso de demolición del Estado”.
Calvo se basta y se sobra para lidiar ella sola con la hidra de varias cabezas de las derechas españolas y calificó la descripción de Espinosa de “relato estratosférico”. “Ustedes, que ponen en jaque mate a todo el sistema, denomina a este Gobierno ilegal. ¿Son ilegales los más de nueve millones de votantes que hay detrás? El día 16 no estarán en el homenaje a las víctimas. ¿Qué parte del manual de demócrata no se ha leído usted?”
Y quedaba el postre de una nueva sesión parlamentaria que servirá para más bien poco a los españoles. La obsesión enfermiza del secretario general del PP, Teodoro García Egea, con Pablo Iglesias. Esta vez la pregunta surrealista del diputado popular era si el Gobierno pensaba convertir Barajas en el nuevo 8M. El vicepresidente segundo se limitó a citar a Talleyrand (“todo lo exagerado es insignificante”) y además se permitió ironizar con su adversario al asegurar que en el futuro los historiadores recordarán su elevado nivel parlamentario. Iglesias le recordó que su partido, el PP, fue quien instigó las cloacas del Estado y la policía patriótica para “investigar a sus rivales políticos” y se preguntó qué hubiera ocurrido en España de haber estado el Gobierno en manos del PP durante esta pandemia. “Yo se lo diré: lo que está pasando en Madrid con las privatizaciones de seis hospitales y del servicio de limpieza del Gregorio Marañón”. Touché.

Viñeta: Igepzio 

LOS SEÑORES SMITH


(Publicado en Diario16 el 24 de junio de 2020)

Jordania, Camboya, Islas Fiyi, Samoa, California y México. La luna de miel a todo tren y a todo lujo de los reyes de España, que supuestamente fue pagada a tocateja por el empresario catalán Josep Cusí, según publica el diario The Telegraph, merecería una explicación en cualquier país democrático medianamente avanzado. Como también se debería aclarar si nuestros reyes andan por los hoteles de medio mundo, de incógnito, bajo el nombre ficticio de “Señor y Señora Smith”, como tratando de ocultar su linaje borbónico. Si los españoles vamos a cambiar de casa dinástica, entroncando con los monarcas yanquis de Hollywood, mayormente Brad Pitt y Angelina Jolie, tenemos derecho a saberlo. La monarquía nos cuesta un dinero y cuando mandamos a nuestros reyes como embajadores al extranjero, a hacer patria, turismo y marca España, lo normal es que se anuncien con el escudo borbón, que para eso lo pagamos.
Sin embargo, pasan los días y Zarzuela no dice ni media palabra. Fuentes de palacio remiten al comunicado oficial del mes de marzo, en plena pandemia, en el que el rey Felipe VI renunció a la herencia maldita de su padre y de paso le retiró la asignación anual con cargo a la presupuestos generales del Estado. En aquel comunicado, la Familia Real informó de que el actual rey renunciaba “a cualquier activo, inversión o estructura financiera cuyo origen, características o finalidad puedan no estar en consonancia con la legalidad o con los criterios de rectitud e integridad que rigen su actividad institucional y privada y que deben informar la actividad de la Corona”. Hasta ahí, todo correcto. Pero la cosa se está poniendo caliente después de que los plumillas de la Pérfida Albión anden husmeando en nuestros palacios reales. Ayer mismo, María Jesús Montero, ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, se quitaba la patata caliente de encima cuando los periodistas le preguntaban sobre el tema y ella contestaba que debe ser la propia Casa Real quien dé las explicaciones oportunas sobre la idílica honeymoon de Felipe y Letizia. Solo le faltó responder con su habitual gracejo andaluz: “¿A mí qué me cuenta usté? Bastante tengo ya con los ERTE”.
El asunto quema cada vez más y exige que alguien en la Jefatura del Estado diga algo, ya que el último escándalo destapado por la prensa inglesa no solo afecta al monarca jubilado, Juan Carlos I, sino también al ejerciente. Convendría que se aclarase si Cusí era un testaferro real y si la “luna de miel secreta de medio millón de dólares del rey de España pagada por un padre deshonrado”, tal como apunta el tabloide británico en su información, fue sufragada con fondos no justificados. En las últimas horas la opinión pública española ha sabido que Zarzuela ha puesto en regla los más de 400 regalos que recibió la Familia Real a lo largo de 2019. Entre esos presentes no había nada sospechoso, algunas figurillas, medallas, placas, fotos conmemorativas, banderas, libros y piezas de artesanía, bagatelas como un facsímil de la Carta de Juan Sebastián Elcano a Carlos I, regalo del lehendakari, Íñigo Urkullu (qué calladito se lo tenía); una Biblia del decano de Windsor, el reverendo David Conner; un ejemplar de El camino de Miguel Delibes que le regaló el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, y poco más. Como nota curiosa, entre los obsequios hay un “sistema de fregado doméstico” que le regaló al rey una conocida empresa robótica y unas alpargatas típicas de La Rioja −detalle de la presidenta de la comunidad autónoma, Concha Andreu− que probablemente Felipe VI nunca se pondrá en la ronda de consultas con los líderes políticos. Es decir, en el inventario no hay nada que sea susceptible de poner en marcha la maquinaria judicial del abnegado y meticuloso fiscal suizo Yves Bertossa. Y eso da una tranquilidad. En los tiempos turbulentos que corren está muy bien que la monarquía española ponga en orden los presentes que va recibiendo. Al cabo del año uno se encuentra con un montón de regalos de extraños y va perdiendo la cuenta.
Fue el propio Felipe VI quien en 2015 impuso la regla de oro de dar publicidad a las donaciones recibidas por la Casa Real, de modo que los reyes y sus hijas solo pueden recibir regalos personales “cuando no superen los usos sociales o de mera cortesía”. La medida es lógica desde el punto de vista de la higiene política y de la transparencia democrática para evitar malos entendidos, como los que ocurrieron en el pasado con otros monarcas que cuando abrían el garaje o el punto de amarre se encontraban así, de sopetón, como quien no quiere la cosa, con un par de Ferraris o un flamante yate que había llegado allí como por arte de magia y que pasaba de inmediato, por supuestísimo, a Patrimonio Nacional. El propio The Telegraph aseguraba en su exclusivón que Navilot SL, compañía del empresario Cusí −amigo íntimo de Juan Carlos−, era propietaria de “varios yates de la serie Bribón” que tomaron parte en las regatas en las que competían, codo con codo, el rey emérito y el propio industrial catalán. Otro dato cuanto menos inquietante y que convendría depurar.
Es digno de alabar que sus Majestades los Reyes de España quieran poner en orden las cuatro tonterías de nada y los cuatro libros y facsímiles que les van regalando los visitantes que pasan por Zarzuela, pero por el bien de la monarquía lo primero sería explicar con pelos y señales qué ocurrió con aquella luna de miel imperial supuestamente sufragada por Cusí. Si no lo cuentan ellos algún día lo aireará el Telegraph y será peor. O Jaime Peñafiel, que cada vez que habla en el programa de Risto Mejide provoca un terremoto en palacio. Su lengua no tiene freno y en estas tardes tediosas y aburridas de verano y de pandemias es como si hubiese decidido cargarse la monarquía contando lo de los barriles de petróleo de Franco, lo de las joyas de la Corona y lo de los testaferros juancarlistas de toda la vida. El veterano periodista de asuntos de la realeza lo cuenta todo como si tal cosa, tan tranquilamente, como hacen los abuelitos con sus nietos. Cualquier día instaura la Tercera República él solito y sin querer. Ay, don Jaime.

Viñeta: Igepzio

martes, 23 de junio de 2020

LOS OFENDIDITOS


(Publicado en Diario16 el 23 de junio de 2020)

¿Para qué sirve un partido político que no colabora en la propuesta de ideas, que no participa en la mejora del país, que siempre acaba levantándose de la mesa de negociación y saliendo de las reuniones dando un sonoro portazo? Para bien poco, por no decir para nada. Vox es ese partido. La formación de Santiago Abascal se ha convertido en una diversión, un pasatiempo para el show, el espectáculo, el escándalo y la gamberrada dominguera. Pero a la hora de la verdad, cuando llega el momento de hacer política en serio, cuando se trata de abrir los maletines, sacar el programa y debatir sobre números, sobre la gestión beneficiosa para los ciudadanos, los ultras quedan descolocados, no saben qué pintan allí y siempre se acaban largando en medio de un silencio abochornante.
La última muestra de esa incompetencia como partido la ha dado el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, que ha anunciado que su formación abandona la comisión parlamentaria sobre la reconstrucción del país. A fecha de hoy no hay ninguna reunión política en España más importante que esa comisión en la que se deben abordar aspectos tan importantes como el plan para fortalecer la Sanidad pública, las ayudas europeas a las familias y empresas y los planes de inversión y de fomento del empleo. Es precisamente ahí donde las diferentes formaciones y grupos parlamentarios tienen que batirse el cobre, dialogar, transaccionar y llegar a acuerdos y soluciones para garantizar el futuro de los españoles.
El plazo para presentar las propuestas de conclusiones de la Comisión de Reconstrucción finaliza mañana, pero Espinosa de los Monteros ya ha dicho que su formación renuncia “a seguir trabajando”, y que dará a conocer sus medidas fuera de ese foro porque no piensa “negociar nada” con el Gobierno de coalición. Esa es la idea que tiene Vox de la política y de la democracia: imponerlo todo, hacer prevalecer su ideología sobre el resto de partidos y si los demás no se pliegan al chantaje romper la baraja y largarse en plan flamenco y por peteneras. El problema es que los españoles ya le van cogiendo el truco al partido de Abascal. Con la experiencia van constatando que esta gente llegó al Parlamento para pasárselo bien, vivir la loca experiencia de la política y hacerse con el acta de diputado para colgarla en la pared del cortijo, debajo de la escopeta de caza y de la cabeza de venado, jabalí u oso pardo. Pero de trabajar poquito.
Estamos por tanto ante el estilo señoritingo y “trumpista” del nuevo rico de la política, una fórmula que puede funcionar al principio, cuando el partido es emergente y consigue engañar a algunas masas de indignados que votan con rabia y por castigo contra el establishment. Sin embargo, cuando llega una crisis, una pandemia o un gran drama nacional como el que devasta España estos días y se imponen soluciones, acuerdos, política de la de verdad, no un puro teatrillo de variedades ni una escandalera constante, los votantes vuelven al redil de los partidos convencionales de siempre (véase el PP) buscando un refugio seguro. De ahí que las últimas encuestas den una ligera subida en escaños a los populares de Pablo Casado mientras que Vox va perdiendo posiciones. El votante no es tonto, como decía aquel famoso anuncio, y sabe que su futuro depende de la estabilidad del país, una estabilidad que no la pueden garantizar unos muchachos finos y envarados que cuando llega la hora de aportar soluciones útiles, cuando llega el momento de pelear en la mesa de negociación con la derechita cobarde, con el sanchismo bolivariano y con los podemitas feminazis, se levantan de la silla, haciéndose los ofendiditos, y se van a casa a meterse debajo de las faldas de mamá, entre lloriqueos, sollozos y lamentos porque los demás niños de la guardería del Congreso de los Diputados no les hacen caso y no les dan lo que ellos quieren.
Es precisamente esa inmadurez política la que lleva a Espinosa a criticar el “nuevo romance PP-ZP”, en alusión al encuentro entre Teodoro García Egea y el expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero. “Aunque el consenso siempre es deseable, no siempre es un fin −ha explicado−. Si hubiera medidas razonables, estaríamos, pero cuando el Gobierno va en sentido completamente contrario, Vox no puede ni debe sumarse”. Cada vez parece más evidente que la rebeldía antisistema de Vox, su síndrome de Peter Pan híper hormonado y juvenil que le impide salir de la pubertad, lo convierten en un partido improductivo, estéril, inútil para los españoles, a los que solo aporta un empacho de broncas que terminan convirtiéndose en un ricino indigesto.
El colmo del esperpento es que los diputados ultras ya ni siquiera van a participar en el homenaje de Estado a las víctimas del coronavirus, ellos que siempre se han jactado de ser más patriotas que nadie. Ya no sirven ni como figurantes con la mano en el pecho que derraman la lágrima fácil ante la rojigualda y los acordes del himno nacional. Han decidido meterse en una burbuja y ahí quedarán para la eternidad, como especímenes raros en formol. Lo dicho: Vox es un partido inútil. Una broma. Votar a esta gente es tirar la papeleta a la basura.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS INVIOLABLES DE ESPAÑA


(Publicado en Diario16 el 23 de junio de 2020)

En este país hay muchos inviolables, no solo el rey emérito Juan Carlos I. Felipe González es un inviolable al que la CIA le ha colgado el cartel de “señor” X de los GAL sin que pase nada; los ricos y Grandes de España que han evadido 26.000 millones de euros al extranjero en menos de un mes son inviolables de otra clase a los que nadie quiere echar el guante; y por supuesto, Mariano Rajoy, es también un gran inviolable. Durante el confinamiento, mientras los españoles aguantaban estoicamente el encierro, el expresidente popular se saltaba la orden gubernamental, regularmente, para darse sus alegres trotecillos por ahí. El decreto del estado de alarma no iba con él, como el Impuesto de la Renta no va con los Borbones, que llevan su propio régimen fiscal y ajustan cuentas aparte, cuando quieren y donde quieren, mayormente con los testaferros de Suiza y los jeques de Arabia.
Aquí no es que haya un doble rasero, es que hay una amplia gama de niveles especulativos, diferentes modalidades para escaquearse del imperio de la ley, que por lo visto está hecha solo para los de abajo. Fue el propio rey emérito quien en uno de sus anestésicos discursos de Nochebuena dijo aquello tan elevado y digno de que “la ley es igual para todos”. España entera pensó entonces que se estaba refiriendo a su yerno, Iñaki Urdangarin, hoy ilustre entrullado, pero ahora sabemos que estaba interpretando un papel y que en realidad lo que decía no era del todo cierto. Una cosa era el discurso navideño que los guionistas de Zarzuela le habían dado a leer y otra muy distinta lo que su cabeza regia pensaba para sus adentros: “Si vosotros supierais…”
Hoy todos los españoles saben, sin lugar a dudas, que hay una ley para el poderoso y otra para el robagallinas. De momento, se desconoce si Rajoy va a ser crujido o no por haberse saltado el confinamiento, aunque la opinión de la calle es que volverá a irse de rositas, como ya ocurrió cuando lo quisieron identificar con aquel “M Punto Rajoy” que figuraba en los pagos en B de los papeles de Bárcenas y cuando lo llevaron a declarar como testigo por la trama Gürtel. Hasta donde se sabe, la Delegación del Gobierno en Madrid solo ha cursado y comunicado un total de 2.700 sanciones contra la gente insolidaria que incumplió el estado de alarma. Y, voilà, qué casualidad, entre ellas no está la boleta del expresidente. No obstante, el delegado del Gobierno, José Manuel Franco, ha advertido de que “cuando llegue el momento, Rajoy será tratado como un ciudadano más”. De nuevo la falsa idea de que la ley es igual para todos, de nuevo aquel discurso navideño embaucador que promete una bicicleta a cada español por Reyes Magos y que siempre acaba trayendo carbón.
Y llegados a este punto, cabría preguntarse qué ha pasado con la sanción del expresidente del PP después de que fuera pillado en plena carrera por la calle, como los ladrones y los malos toreros. ¿Tan difícil es enviarle el multón a su casa, como se haría con cualquier otro españolito de a pie? Una vez más, esa pregunta solo tiene una respuesta, y es que el poderoso goza de patente de corso en este país. A Rajoy nadie le puso una sanción disciplinaria, ni siquiera un pero o una objeción, cuando aquel día de la moción de censura, el último en su cargo como presidente de la nación, se dejó el debate a medias, dio la espantada y se largó a un buen mesón para despedirse de los amigachos con una comilona y unos copazos. Aquello fue una auténtica maratón gastronómica que se prolongó durante ocho horas, un esperpento nacional que dejó la democracia española a la altura de las repúblicas bananeras y que también quedó sin la oportuna reprobación. La foto para la historia fue la del bolso de Soraya Sáenz de Santamaría solitariamente posado en el escaño del ausente y un Rajoy saliendo de la tasca, al anochecer, con los ojos vidriosos.
Hay, por tanto, suficientes indicios para sospechar que esto también puede quedar en nada, como tantas otras cosas en este bendito país de caciques que se pasan la ley por el forro de los caprichos mientras al españolito peatonal lo empapelan por cualquier bobada. “Con el señor Rajoy actuaremos como con cualquier ciudadano que hipotéticamente haya incumplido la norma. Por lo tanto, cuando llegue el momento en el que haya que aplicar la normativa, será tratado como un ciudadano más”, ha asegurado el delegado del Gobierno, que justifica el retraso en el expediente del registrador gallego alegando que son muchas las sanciones y la Administración está desbordada. Franco avisa de que la multa a Rajoy “tardará pero llegará”, ya que cuenta con “un detallado informe policial detrás”. El problema es que los españoles están curados de espanto, han visto cosas que nadie creería, como sentenció el personaje aquel de Blade Runner, y la experiencia nos dice que el país sigue perteneciendo a la casta de los inviolables.

Viñeta: Igepzio

FAKE GEOGRÁFICO



(Publicado en Diario16 el 22 de junio de 2020)

El pasado sábado, Vox-Ávila publicaba un tuit en el que la formación ultraderechista anunciaba, con su habitual grandilocuencia patriotera de opereta, el inicio de una “campaña en defensa del patrimonio cultural y la difusión de la historia” de aquella hermosa tierra castellana. En realidad, la campaña no aclara cuál es el poderoso enemigo invisible que amenaza la riqueza histórico-artística de los abulenses, pero ese no es el principal misterio del asunto, sino tratar de averiguar por qué los responsables de comunicación de Vox, en un error monumental, nunca mejor dicho, emplearon un mapa de la provincia de Segovia para ilustrar su campaña sobre Ávila.
Es conocida la sana y ancestral rivalidad que existe entre los habitantes de ambas provincias, de modo que el despropósito geográfico de Vox-Ávila −cuyo mensaje estuvo publicado en Twitter durante casi un día−, ha llevado a no pocos paisanos abulenses a sentirse defraudados y traicionados por un partido que supuestamente dice defender las esencias y las raíces culturales de la España vaciada. Mal puede preservar un partido político los intereses de una provincia o región cuando ni siquiera es capaz de situarla en el mapa. A los ultras de Abascal se les llena la boca de patrias, las grandes y las chicas, y cuando se les pide que pongan el dedo en el atlas se confunden, se pierden, no saben dónde están.
Vox es un partido negacionista por influencia yanqui, qué duda cabe, pero negarle el mapa a las gentes de Ávila y endosarles el de Segovia es llevar el manual “trumpista” demasiado lejos. El habitual delirio patriótico que padece Vox y que le induce a alterar gravemente la realidad de la historia y de los hechos, creando mundos alternativos de ficción, se está agravando por momentos, y el problema ya no es que pretendan hacer creer a los españoles que están viviendo en la chavista Venezuela, con Caracas como capital en lugar de Madrid, sino que ahora se trata de darles el cambiazo a los pobres abulenses y adjudicarles el mapa segoviano con el que no tienen nada que ver. El intento de los señores de  Vox por revisionarlo y adulterarlo todo −la geografía, la política, la historia, la ciencia, la guerra civil, el franquismo−, se está convirtiendo en un juego peligroso, y si hoy son capaces de intercambiar el mapa de dos provincias españolas, con total impunidad, mañana pueden convertir a los vascos en andaluces y a los catalanes en madrileños, lográndose por fin la “España unitaria” con la que sueña Santi Abascal.
Cualquier engendro puede salir de las cabezas de los ideólogos de Vox que proyectan su nueva idea de España, desde atribuir el chuletón de Ávila y la sopa castellana como platos típicos de Canarias hasta adjudicar las yemas de Santa Teresa como un gran postre valenciano. Las técnicas de desinformación, engaño, bulo, retórica manipuladora y neolengua que suelen emplear los propagandistas goebelsianos del partido verde están llegando demasiado lejos, hasta sumir a los españoles en un mítico y mágico mundo de confusión para que no sepan quiénes son ni dónde viven. En su intento por trastocar la España geográfica y su pasado, los falsos historiadores de Vox pretenden hacernos creer que la guerra civil fue, no la consecuencia de un cruento golpe de Estado, sino un ataque de los rojos bolcheviques contra el que Franco reaccionó para defender el país. O que Hernán Cortés llevó la paz, la hermandad y el amor libre a las Américas, como un jipi pacifista del siglo XVI.
Minutos después de la chapuza de Vox-Ávila, el mensaje fue convenientemente borrado para evitar el bochorno y en su lugar apareció una disculpa: “Ante las críticas ocasionadas por nuestra publicación en la que utilizábamos por error un sello de Correos con el mapa de Segovia y no de Ávila, desde Vox-Ávila queremos pedir sinceras disculpas a todos aquellos que os hayáis sentido ofendidos por nuestro error”. Pero el disparate no iba a quedar ahí. A alguien, sin duda con mala intención, se le ocurrió endosarle el despropósito a Adriana Lastra, la portavoz socialista en el Congreso de los Diputados. “Me encanta visitar Ávila”, rezaba un mensaje sobre una foto del Acueducto de Segovia en una cuenta falsa a su nombre. La portavoz de Pedro Sánchez tuvo que aguantar una cascada de insultos e improperios de gente que la acusaba injustamente de inculta, de modo que la diputada asturiana tuvo que salir a explicar que estaba siendo víctima de una intensa campaña de desprestigio: “Unas horas sin entrar en Twitter y me veo como trending topic por un fake promovido por la extrema derecha. No, el tuit no es mío, es un fake (…) Ya empiezo a acostumbrarme a los ataques de esta gentuza, y eso me preocupa. Me preocupa normalizar los ataques selectivos que sufrimos”, se lamentó la diputada socialista.
Pero ya era demasiado tarde. El ejército de millones de bots de Abascal había consumado una de sus habituales cacerías tuiteras y le habían colgado a la portavoz socialista el cartel de ágrafa indocumentada que no sabe de nada. En realidad, el error geográfico había partido de Vox-Ávila, un lugar donde por lo visto también han aterrizado los políticos paracaidistas de otras regiones de España que se jactan de pelear por aquella sufrida tierra castellana acosada por la despoblación y la miseria pero que a la hora de la verdad no conocen ni el mapa de la provincia que con tanto patriotismo dicen defender.

EL PLAN DE CASADO


(Publicado en Diario16 el 22 de junio de 2020)

El presidente del PP, Pablo Casado, ha tendido la mano a Pedro Sánchez para colaborar en la reconstrucción del país tras la pandemia. El líder popular se ha puesto en modo elecciones gallegas y hoy tocaba sacar a pasear el traje de moderado, para no desentonar e ir a juego con Núñez Feijóo. Por descontado, en Moncloa ya se han dado cuenta de que la jugada huele a chamusquina y han advertido que la oferta ni es sincera ni es leal. Pero más allá de postureos y actos de propaganda electoral, cabe entrar a analizar la propuesta de pacto de un hombre que en lugar de remar todos a una para superar la crisis galopante, se ha pasado los meses de epidemia insultando al presidente, montando pollos en el Congreso de los Diputados y aliándose con la extrema derecha montaraz en turbias conspiraciones para derrocar al Gobierno. La última es esa antipatriótica ‘Operación Bruselas’ desplegada en los últimos días en el Parlamento Europeo, con la que el Partido Popular pretende torpedear desde el extranjero el paquete de jugosas ayudas que la UE ha adjudicado a España. Así es como entiende Casado la política: hay que sacar a Sánchez de la Moncloa a cualquier precio, incluso a costa de que los racistas hombres de negro holandeses recorten los fondos de los que tienen que vivir millones de españoles arruinados por el coronavirus.  
“En ese plan de recuperación económica el PP va a estar, pero va a estar con medidas eficaces”, aseguró a la prensa este fin de semana en tierras gallegas, donde acompañó al candidato Núñez Feijóo en su campaña para las elecciones autonómicas del 12 de julio. Sin embargo, el plan de choque económico que Casado se saca ahora de la manga –ese del que nunca hablaba en las sesiones de control parlamentario en los peores días de la epidemia, cuando por lo visto tenía otras prioridades políticas, como batir su propio récord de insultos contra Sánchez–, es bastante cuestionable desde el punto de vista político y técnico. De entrada, la pieza clave de su supuesto plan económico consiste en impulsar una bajada de impuestos como la llevada a cabo en Alemania para afrontar la recesión que deja la pandemia. Cabe preguntarse cómo diablos piensa Casado financiar el enorme gasto en Sanidad que deberá afrontar España en los próximos años para reforzar su red pública asistencial, tanto en hospitales como en centros de salud, de cara a prevenir próximas pandemias. Organizaciones sociales y sindicatos reclaman un incremento del gasto de 1.000 euros por persona y año para salvar el Sistema Nacional de Salud, hasta alcanzar el 10 por ciento del PIB en Sanidad en 2023 (en la actualidad España viene gastando poco más del 6 por ciento, lo que sitúa a nuestro país por detrás de 16 países occidentales). Pero es que además la mayoría de los grandes gurús del neoliberalismo mundial van en la dirección opuesta, es decir, creen que el Estado debe gastar más en protección social y en Sanidad para que los ciudadanos puedan estar abrigados ante los malos tiempos que se avecinan. Hasta Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, ha defendido las políticas socialistas de Pedro Sánchez y el ingreso mínimo vital, que es un “buen instrumento por la igualdad” y que saluda con un efusivo “bravo”.  Pero Casado vuelve una y otra vez a las viejas recetas de siempre, de hecho, le molesta que Bruselas haya sido generosa con España y es partidario de que “las ayudas que vienen de Europa y que han sido propuestas por el Partido Popular Europeo, se administren bien”. Nada dice, por supuesto, de dónde estaban él y su partido cuando Sánchez y el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, daban un puñetazo en la mesa exigiendo préstamos a fondo perdido para los países pobres del sur, ante la cicatería y el egoísmo de las potencias xenófobas europeas. Probablemente, Casado andaba entretenido organizando las caceroladas de los “cayetanos” y revisando los informes manipulados de Pérez de los Cobos para abrir una causa general contra el feminismo y el 8M.
Por tanto, nada parece cambiar en la estrategia de Casado. Su ofrecimiento al Gobierno para pactar un plan económico se antoja una trampa más de las que ha ido colocando a lo largo de la pandemia. La leve subida que le dan las encuestas del CIS es una escasa ganancia, una pírrica victoria, sobre todo teniendo en cuenta que el Gobierno ha llegado a estar contra las cuerdas a causa del lógico caos que supone toda pandemia. Nada hace pensar en un cambio de conducta del líder del PP, el traje de estadista le viene grande, pese a que hasta el propio Núñez Feijóo le ha afeado de alguna manera su oposición cruenta, visceral y a machete de las últimas semanas. “Las divisiones, los enfrentamientos, las subastas, las provocaciones no forman parte de nuestro ideario político”, alerta el solvente candidato gallego. “Somos un partido de Estado y el Estado nos reclama cautela, prudencia, gestión, certezas y confianza”, remata Feijóo, que de salir victorioso en las gallegas podría dar el salto a la política nacional, perfilándose como candidato a la Moncloa por el PP. Que vaya tomando nota Casado, porque alguien le puede comer la tostada por el centro, mientras él sigue en su enfermiza obsesión con Pedro Sánchez.

Viñeta: Igepzio

ABASCAL NO ES FACHA


(Publicado en Diario16 el 22 de junio de 2020)

Santiago Abascal ha concedido una entrevista a un periódico gallego después de visitar a su “abueliña”. “Yo nunca me he declarado fascista porque no lo soy”, ha asegurado con rotundidad el líder de Vox. Ahora ya nos quedamos más tranquilos, ahora el país ya puede respirar y dormir en paz, sin temer ninguna involución, ni un golpe de timón, ni una vuelta a los tiempos del franquismo. No hay más que leerse la entrevista para constatar que no hay nada que induzca a pensar que el político bilbaíno es un nazi peligroso. Podría parecer que lo es cuando dice eso de que apuesta por un Estado “unitario”, coqueteando con aquella vieja idea de la España una, grande y libre que invocaba Franco a todas horas. Pero qué va, hombre, cómo se puede pensar tal cosa. Cuando Santi Abascal dice que “las autonomías se han convertido en un enemigo de la pluralidad de España”, insinuando que el modelo descentralizador ha fracasado y que los nacionalismos periféricos deben ser prohibidos en la política española tras meter en la cárcel a los soberanistas, no hay nada que temer. “No nos gusta el Estado de las autonomías, pero no esperamos derogarlo por decreto”, ha aclarado por si había alguna duda. ¿Ven ustedes cómo el personaje no es tan malo como lo pintan? ¿Quién puede deducir de esa frase que Abascal es un totalitario reaccionario que pretende pulverizar a los soberanistas vascos y catalanes, hasta reducirlos a ceniza, para gobernar con mano de hierro desde Madrid? Solo un loco puede llegar a pensarlo. El que quiera ver en las palabras de Abascal una vuelta al imperialismo centralista de los Reyes Católicos o es un malintencionado al servicio del complot marxista internacional o se equivoca de cabo a rabo. Y en cuanto a lo de querer devolver la momia del dictador al mausoleo del Valle de los Caídos, tal como propone Vox, tampoco hay que extrañarse: eso es lo que pediría cualquier defensor de la democracia y la libertad, arriba España.
Hay que tener muy mala baba para decir que Abascal es un facha. Puede que el hombre haya declarado una nueva cruzada nacional para reconquistar la Península Ibérica con el apoyo de los nuevos obispos nacionalcatolicistas contrarios al aborto y la eutanasia; puede que haya llamado a los buenos españoles a levantarse en caceroladas y manifas en coche para echar del poder a Pedro Sánchez y limpiar la patria de hordas podemitas y comunistas “ilegítimas”; y hasta puede que haya emprendido una gloriosa batalla histórica para resucitar las dos Españas, aplastar para siempre a los marxistas, separatistas y filoetarras y llevar el país en volandas hacia una unidad de destino en lo universal, siguiendo los pasos del Tío Paco. ¿Pero quién puede ver en esas palabras de paz y reconciliación el mismo discurso guerracivilista que utilizaba el dictador en la Plaza de Oriente? ¿Acaso sugerir que Pedro Sánchez es un criminal genocida que participa de la conspiración venezolana chavista es cosa de fachas? ¿Acaso instigar el golpismo institucional contra un Gobierno legalmente constituido es propio de ultraderechistas y simpatizantes del régimen anterior? Para nada, que no, que ni de coña. Abascal es un demócrata de los pies a la cabeza, y si anda por ahí con una Smith and Wesson debajo de la americana, una cacharra que mete miedo al personal, no es porque ame las armas ni el lenguaje bélico de la violencia y la fuerza al que ya apelaba José Antonio en el 36, sino porque posee la licencia y punto, a ver quién tiene las santas narices para quitársela de la sobaquera. Además, esta vez la limpieza de rojos del país se va a hacer de una forma ordenada y democrática, educada y elegante, sin necesidad de pegar un solo tiro ni de fusilar a nadie. Los paramilitares como ese exlegionario zumbado que anda acribillando retratos de Pablo Iglesias e Irene Montero ni siquiera van a ser movilizados ni van a tener que intervenir en esta ocasión. La democracia no se crea ni se destruye, sino que se transforma y se usurpa desde dentro para levantar un nuevo régimen en el que los escolares rezan el rosario otra vez (brazo en alto, tirando a la papelera los libros de Darwin) y las mujeres de la Sección Femenina se gradúan cum laude en ganchillo, corte y confección. Esa es la nueva y esplendorosa España que el arquitecto Abascal tiene en su mente, y al bolchevique que se resista se le empaqueta en un barco y se le invita amablemente a irse a Moscú, o mejor a Caracas, con Nicolás Maduro, que es donde debe estar toda esta ralea de progres y malos españoles que nos sobran por aquí.
No, no hay nada en el discurso de Abascal que induzca a pensar, ni siquiera por un momento, que el jefe de Vox es un peligroso fascista. ¿Acaso querer regresar a la España atrasada, analfabeta, católica, autárquica y aislada de los años cuarenta es ser un facha convencido? ¿Es que pretender levantar un muro de hormigón hasta el cielo en Ceuta y Melilla, para que no pueda entrar la chusma de moros, negros y “menas” es un proyecto fachoso y racista? Pero si todo eso es volver a la normalidad de verdad (no la farsa de Sánchez), retornar a la España decente, buena y patriótica, a las cosas tal como fueron siempre y como tienen que ser para que la nobleza, los caciques, el ejército y el clero puedan recuperar el bastón de mando que les corresponde por derecho divino. Como tampoco es propio de totalitarios ni de supremacistas querer meter a homosexuales y trans en el gueto de la Casa de Campo, ni ser un machista recalcitrante que manipula a su antojo las cifras de mujeres asesinadas por sus parejas, blanqueando a maltratadores y terroristas domésticos. Por favor, ¿qué soberana estupidez es todo eso y a qué grado de insidias y calumnias estamos llegando? ¿A quién se le ha ocurrido pensar que Abascal es facha? ¿Quién puede ser tan taimado, retorcido y traidor a España para insinuar, siquiera por un instante, que este fiel constitucionalista, este demócrata a carta cabal, este hombre de una pieza que monta a caballo como un Caudillo, es de los del pollo en la bandera y el Cara al Sol? Rojos, que sois unos rojos.

Viñeta: Pedro Parrilla El Koko

domingo, 21 de junio de 2020

LOS SANTOS INOCENTES


(Publicado en Diario16 el 21 de junio de 2020)

Los espectadores han elegido Los santos inocentes como la mejor película del cine español, según una encuesta de La 2 de TVE. Como homenaje a la obra maestra de Mario Camus, el programa Historia de nuestro cine volvió a reponer la cinta, que entre las audiencias ha vuelto a causar el mismo impacto que el día de su estreno, hace ya 36 años. Tras la emisión de la película, la cascada de comentarios e interpretaciones incendió las redes sociales hasta el punto de que el debate fue trending topic en Twitter durante buena parte de la noche. Sin duda el film, adaptación de la novela de Miguel Delibes, sigue sobrecogiendo a la sociedad española, no solo porque nos habla de un capítulo negro de nuestra historia, sino también porque no hemos aprendido de los errores del pasado y la pesadilla puede volver a repetirse.
El relato de la modesta familia de campesinos al servicio de una estirpe de caciques terratenientes de Extremadura en la España franquista de los años 60 impresiona por su crudeza, su realismo y su mística carga de profundidad. Cómo no estremecerse ante la galería de personajes torturados que nos deja Mario Camus, cómo no compadecerse de aquella España feudal, atrasada y vampirizada por los señoritos que trataban a sus sirvientes como auténticos esclavos. Por mucho que uno haya visto la película una y mil veces, sigue poniendo los pelos de punta la escena más humillante de todas, esa en la que Paco El Bajo (Alfredo Landa) decide ponerse a cuatro patas, arrastrándose como un perro rastreador, para olfatear mejor el rastro de las palomas torcaces y perdices abatidas por su señorito Iván, el bilioso fascista encarnado por un Juan Diego más soberbio que nunca. Casi cuarenta años después, cada personaje nos sigue removiendo algo muy dentro de nosotros mismos, desde la abnegada y sumisa Régula (Terele Pávez) −siempre con el “a mandar” en la boca para complacer a la señora marquesa−, hasta la Niña Chica, la pequeña de la familia, una pobre discapacitada que lanza desgarrados alaridos de dolor que se escuchan en todo el páramo extremeño. Pero por encima de todos, nos sigue conmoviendo el personaje del desdentado Azarías, el trastornado hermano de Régula que vuelca todo su amor y toda su sensibilidad en su “milana bonita”, esa simpática grajilla que se posa suavemente en su hombro cuando él la llama y que le acompaña a todas partes. Nadie que haya visto la película podrá olvidar el final (y perdón por el espóiler), cuando el señorito Iván mata al pájaro de un escopetazo (para pagar su frustración) y Azarías se venga ahorcándolo de un árbol.
Todos esos seres traumatizados y oprimidos eran nuestros santos inocentes de entonces, nuestros miserables y parias de aquel genocidio silencioso que fue la dictadura. El cortijo franquista de Delibes es la metáfora perfecta de aquella España enferma, secuestrada, endogámica, rural y deforme donde la diferencia entre clases sociales llegaba a límites de crueldad e injusticia infinitas. El contraste entre la casa opulenta de arriba (la de los Grandes de España) y el destartalado chamizo de paredes húmedas y desconchadas de abajo (la ratonera en la que se hacina la familia de Paco el Bajo) lo dice todo sobre lo que significó aquel régimen esclavista, corrupto y criminal. Arriba los que mandan, los señoritos de las escopetas y las marquesonas enjoyadas de visón; abajo la paupérrima chabola, donde la servidumbre pasa frío y penurias de todo tipo. Unos mandan y otros obedecen; unos se dan la gran vida en sus monterías, fiestas, banquetes y viciosos adulterios mientras otros malgastan su existencia trabajando, obedeciendo y soportando humillaciones. Eso es exactamente lo que fue el franquismo; ese es el tiempo de paz, prosperidad y felicidad que nos prometen ahora, tan alegremente, los nostálgicos revisionistas de la historia. Probablemente a Santiago Abascal no le guste esta película porque él también forma parte de aquel paisaje, de aquella “extrema dura”, es decir, de aquel microcosmos de arriba, el cortijo donde seguramente él viviría con los suyos, alternando con los caciques, ministros falangistas y rollizos obispos de buen yantar. El líder de Vox sueña con aquella España de señoritos marqueses y siervos esclavizados; suspira por aquel coto de caza donde la presa ya no es la despistada perdiz, sino el pobre diablo de raza inferior que no tiene donde caerse muerto; anhela aquel establo húmedo y maloliente donde la mayoría de los españoles vivían como animales y quemaban sus vidas en un miasma de analfabetismo, pobreza, hambre y vejaciones del todopoderoso amo y señor.
Si la gran película de Mario Camus sigue resultando fascinante e impactante todavía hoy, después de casi cuarenta años, es porque no ha perdido ni un ápice de frescura ni de la gran verdad que esconde y porque nos avisa de que estamos mucho más cerca de lo que parece de que la historia vuelva a repetirse. De hecho, los caciques y Grandes de España ya han empezado su colecta de leche y aceite para que los nuevos santos inocentes del coronavirus se vayan acostumbrando a lo que viene. No cabe duda: la película sobre el novelón de Delibes se debe incluir como asignatura obligatoria en todas las escuelas. Aunque Vox le cuelgue el cartel de “censurada” y el pin parental.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL ÁRBOL DE BROOKLYN


(Publicado en Diario16 el 20 de junio de 2020)

Un informe de Cáritas publicado hace unos días por Diario16 revela que la crisis del coronavirus ha aumentado hasta un 30 por ciento el número de familias en riesgo de pobreza extrema. Más de dos millones de personas abocadas a las “colas del hambre” que también empiezan a temer por sus hogares, como ya ocurrió tras la crisis de 2008, cuando a los bancos no les tembló el pulso a la hora de desahuciar a todo aquel que no podía pagar la hipoteca. Hoy la situación es aún más dramática, ya que perder la casa no solo supone quedarse a la intemperie, sino ser condenado a la enfermedad y quizá a la muerte, ya que el bicho anda por todas partes. El hogar se ha convertido en un santuario de seguridad, el último refugio donde, si se mantienen unas mínimas condiciones de salubridad, el virus no puede entrar.
Nos sentimos a salvo en casa. Dentro está el orden, la armonía, la lógica y la vida normal de siempre. No solo la comida esencial para la subsistencia sino todas las demás cosas que nutren el alma y el espíritu: la música, los libros, las películas de vídeo, el amor a los hijos y a la pareja quien los tenga. Fuera, en la calle, está el caos, un mundo de enmascarados, el riesgo inminente de contagio en el pomo de una puerta, en el botón del ascensor, en la tos de un irresponsable sin mascarilla que no tiene la educación de guardar una mínima distancia de seguridad en el supermercado. Por eso es tan importante que el Gobierno siga adoptando medidas sociales para que ni un solo ciudadano pierda su hogar, reducto sagrado que nos hace sentir individuos todavía con derechos, entes libres y autónomos a salvo de la distopía infernal, de la realidad terrorífica que está en el exterior.
Sin embargo, las cifras no invitan a la esperanza. La crisis ha venido a agravar la delicada situación que ya existía desde 2008 y nos sitúa más cerca de una posible emergencia habitacional, ya que más de un millón de personas viven bajo la amenaza del desahucio o de tener que abandonar su hogar de toda la vida para instalarse en una vivienda más barata. Para el que tenga tiempo, hay una vieja película que muestra con toda su crudeza la trágica odisea que supone para una familia no poder pagar el alquiler. Se trata de A Tree Grows in Brooklyn (Un árbol crece en Brooklyn), que en España fue vilmente traducida como Lazos humanos por la imaginación disparatada y delirante de los productores de entonces. La película del gran Elia Kazan (cinematográficamente uno de los más grandes de la historia del cine aunque en lo personal quedara entre los más pequeños, ya que delató a sus compañeros durante la “caza de brujas”) nos traslada a la ciudad de Nueva York de principios del siglo XX para hablarnos de los Nolan, una familia humilde de inmigrantes irlandeses que malvive como puede en el populoso barrio de los arrabales de Manhattan, un gueto lleno de niños descalzos, calles encharcadas, puestos ambulantes, borrachos tirados en las aceras y obreros explotados sin futuro. La historia muestra, entre otras muchas cosas, cómo el futuro de una niña con inmenso talento para la literatura se ve amenazado por las inhumanas condiciones que impone un sistema económico injusto y cruel. En la cinta de Kazan está todo lo que debemos saber sobre el mundo: el idealismo del soñador aplastado por la depravada maquinaria del capitalismo, la lucha por llevar un trozo de pan a casa o por comprar un par de zapatos, la crueldad de los niños que no pueden ir a las buenas escuelas, el sufrimiento que supone vivir bajo la amenaza constante de que lleguen los del banco o los del Ayuntamiento para poner de patitas en la calle a toda la familia.
Todo eso ya está aquí, en la España de 2020, no en el Brooklyn de hace cien años. Mientras las colas del hambre crecen sin parar, las grandes fortunas, los ricos riquísimos, los Grandes de España que promueven colectas de aceite y leche (la limosna humillante para el pueblo), ya han sacado del país más de 26.000 millones de euros desde que estalló la crisis, un dinero que acaba perdiéndose en las cajas fuerte de Suiza, Luxemburgo y Liechtenstein. Nada de eso es nuevo ni lo ha traído el virus, ya estaba aquí, ha estado siempre, es la herencia maldita de España, la tradición de injusticias sembradas de gobierno a gobierno. La eterna condena impuesta por las élites que ha permitido la perpetuación de la miseria y la desigualdad en nuestro país.
Ayer mismo, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, advertía de que la economía aún no ha tocado fondo por la pandemia y que ese momento dramático está todavía por llegar. Es la forma que tienen los de arriba de advertir a los de abajo de que se acercan otra vez los malos tiempos y de que tendrán que apretarse el sempiterno cinturón. Es la manera que tiene el 5 por ciento de afortunados que controlan el mundo de imponerse al restante 95 por ciento.
La historia siempre se acaba repitiendo y lo que nos está diciendo la señora Lagarde es que la crisis de 2020 será como la de 2008 pero todavía peor, así que amárrense los machos. Hace doce años el mundo también se derrumbó. En aquella ocasión no fue un virus lo que puso el orden mundial patas arriba, sino la codicia de unos tipos que vendían hipotecas subprime como rosquillas. Después del crack de 2008 llegaron los recortes y un tal Mariano Rajoy que se convirtió en Mariano Manostijeras. ¿Lo recuerdan? Al hombre se le fue la mano con los tijeretazos en la Sanidad y la Educación y de aquellos polvos estos lodos. A fuerza de privatizaciones y recortes, Rajoy y otros como Esperanza Aguirre dejaron los hospitales sin médicos, sin enfermeras, en ocasiones sin vendas ni aspirinas. Hoy lo estamos pagando, por mucho que Cristina Cifuentes lo siga negando una y otra vez en el programa de Risto Mejide. Quiere decirse que aunque el covid-19 ha sido un tsunami, un diluvio de muerte de proporciones babilónicas que nadie podía prever, llovía sobre mojado. Las colas del hambre tienen su origen en el coronavirus, pero el terreno estaba perfectamente abonado desde el crack de 2008. Había un legado envenenado de anteriores gobiernos que habían dejado el Estado de Bienestar más tieso que una mojama. Y ahora miramos a nuestro alrededor y nos preguntamos: ¿dónde diablos están las mascarillas y los respiradores? Algún desalmado taló aquel hermoso árbol de Brooklyn. Una vez más, toca volver a plantarlo.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL TRAMPERO


(Publicado en Diario16 el 19 de junio de 2020)

Pablo Casado insiste en no asumir sus responsabilidades como jefe del principal partido de la oposición, por las que sin duda está obligado a colaborar al máximo con el Gobierno en la reconstrucción del país tras la terrible pandemia. El líder del PP se ha olvidado de que el enemigo es el virus, no Pedro Sánchez, y no quiere ni oír hablar de pactos y acuerdos. Casado ya hace la guerra por su cuenta, como aquel japonés que siguió peleando en la jungla, durante décadas, cuando los norteamericanos ya se habían largado del Pacífico.
La obcecación del presidente popular le está llevando a delirios extremos, como tratar de torpedear el Plan Marshall de la Unión Europea −las ansiadas ayudas y fondos públicos vitales en la lucha contra la pobreza de los españoles−, solo para hacerle daño al Ejecutivo de coalición. Nadie entiende que no haga otra cosa que acusar a Sánchez de los “cuatro millones de parados” y de las “colas del hambre” mientras él se dedica a conspirar y a maniobrar con los halcones de la extrema derecha de Bruselas para recortar los fondos de ayuda y cohesión social. Sin embargo, todas esas contradicciones y errores de bulto ya le están pasando factura en las encuestas. Los sondeos del CIS suponen un serio aviso a las estrategias políticas del sempiterno candidato a la Moncloa, ya que el Partido Popular se estanca de forma alarmante en intención de voto. Los pactos infames de los populares con los neofranquistas de Vox en varias comunidades autónomas no están dando el resultado apetecido y su plan para propagar la crispación con la misma rapidez que el virus (una de las páginas más abochornantes de la historia de España) tampoco ha funcionado.
Las encuestas no van bien para Génova 13, en buena medida porque en lugar de aportar ideas para aplanar la curva epidémica, el PP se ha dedicado a poner palos en las ruedas, a buzonear los dosieres manipulados de Pérez de los Cobos, a recuperar viejos fantasmas del pasado como ETA y los GAL y a enrocarse en el “no a todo” lo que proponía Sánchez. Cuando el presidente le ofrecía acuerdo y consenso él le obsequiaba con un récord de insultos (“mentiroso”, “ineficaz”, “incompetente”, “negligente”, “mago de verbena”, entre otras lindezas); cuando le invitaba a sumarse a unos nuevos Pactos de la Moncloa para la reconstrucción del país, él sólo aceptaba una inútil Comisión Parlamentaria que en realidad era una trampa más con el único objetivo de seguir desgastando al Gobierno hasta hacerlo caer.
De esta plaga del covid-19 sale el auténtico rostro de un candidato a gobernar España que no deja de ser un trampero de la Alaska europea y nazi que anda colocando cepos todo el rato, mientras sus compatriotas se mueren de hambre o se asfixian en los hospitales por un extraño virus que escapa a la comprensión humana y de la ciencia.
Pero sin duda el colmo de la infamia es esta última “Operación Bruselas”, un indigno plan con el que el PP ha decidido dejar tirada a la patria para unirse a los intereses de los partidos de la extrema derecha más xenófoba de Europa, esos rubios con tirantes que por simple racismo niegan las ayudas a fondo perdido a los españoles, portugueses, italianos y griegos, a los que consideran ciudadanos de segunda, parias morenos, vagos y apestados del sur. Con esta jugada maligna, abyecta, Casado ha consumado la mayor traición a España que cabría esperarse: alinearse con los negreros afrikáneres holandeses, nórdicos y belgas solo con el único fin de acorralar a Sánchez, el fetiche que le provoca ansiedad compulsiva y obsesión enfermiza. Nunca antes alguien había vendido España tan barato. Nunca antes se había jugado tan impúdicamente con el hambre de los españoles. Para este hombre, el sillón de Moncloa no tiene precio y está dispuesto a pagar lo que sea.
El líder del PP ha apostado todo a una carta en su intento de llegar al poder a toda costa, incluso haciendo del coronavirus y de la inmensa tragedia nacional un arma de destrucción masiva contra la izquierda, cuando lo que tocaba ahora era unidad y espíritu de colaboración. Estamos por tanto ante el perfil perfecto del vendepatrias. Casado ya trabaja al servicio del racista holandés, como un agente comercial del supremacismo europeo que en lugar de destinar su tiempo a arañar la mayor cantidad de ayudas sociales para sus compatriotas se dedica a conspirar contra Sánchez con los embajadores de las grandes cancillerías fascistas. Ahora dice que no ve “brotes verdes” en la economía española, tratando de inocular pesimismo y malestar en los mercados. Eso es lo que ofrece Casado: conspiraciones a todas horas y los malos augurios del aguafiestas ceñudo y huraño que se aparta de su pueblo, en un rincón, codiciando su tesoro, como hacía Gollum en El señor de los anillos. “No se puede hablar de recuperación cuando en España hay cuatro millones de personas con un ERTE, hay cuatro millones de parados, hay un millón de autónomos en cese de actividad y hay colas del hambre, de familias que van a recoger una bolsa de comida en las oenegé o parroquias de su barrio”. Cuando describe el paisaje devastado del país, le asoma una sonrisilla maléfica y un gesto de satisfacción en lugar de la pesadumbre de un patriota sincero y auténtico. En realidad, se le ve encantado porque cree que cuando a España le va mal a él le va bien. No cabe duda, Casado está en su salsa en medio del destrozo y el apocalipsis.

Viñeta: Igepzio

ROJOS Y MARICONES


(Publicado en Diario16 el 19 de junio de 2020)

Y en medio de la ola de fascismo que nos invade, un tipo menudo y valiente con gafas sin cristales se atreve a plantar cara a la extrema derecha española: Jorge Javier Vázquez. Sus bravos desplantes y sus pullas contra la homofobia y las formas totalitarias del partido de Santiago Abascal lo han convertido, entre algunos sectores de la izquierda española, en algo así como el Bertolt Brecht de la televisión. No vamos a ocultar aquí que Vázquez viene de donde viene, de la telebragueta, del colorín hortera telecinqueño, del reality más cutre y chusco, pero qué demonios, con su paso al frente don Jorge Javier (tendremos que dejar de llamarlo Jorgeja) está dejando en evidencia a otros compañeros periodistas que iban de progres y comprometidos y que ahora callan por miedo al matonismo tuitero de la extrema derecha, por parecer más imparciales y equidistantes ante un hecho tan grave como el retorno del fascismo o sencillamente porque hablar bien del Gobierno chavista y mal de Vox perjudica los índices de audiencia.
Pasará a la historia de la televisión su grito descarado en defensa del socialismo y de los homosexuales, aquel día que, cabreado por las prácticas de la extrema derecha, y sin cortarse un pelo, soltó aquello de que “Sálvame es un programa de rojos y maricones”. Por todo ello, Vox ha puesto en la diana al astuto y vivaracho presentador de televisión y él, lejos de arredrarse ante las amenazas que le han caído como chuzos de punta, ha seguido diciendo lo que pensaba, lo cual es mucho en estos tiempos de tibieza, paños calientes, medias tintas y compadreo con el populismo neofascista. No se trata de dar nombres aquí (cualquiera que vea la televisión sabe a quiénes nos referimos) pero es preciso recordar cómo algunos le han puesto la alfombra roja de los platós a Santi Abascal y hasta le han blanqueado las ideas franquistas en entrevistas amables, cordiales, por no decir en auténticas felaciones televisivas.
Jorge Javier es lo que es y viene de donde viene. No engaña a nadie, pero es de los pocos que mientras el neofascimo emerge con fuerza en nuestro país llama a las cosas por su nombre en su programa de por la tarde. Entre exclusiva y exclusiva, entre el culebrón de la Pantoja y el último episodio de la señorita que se pasea en pelotas por la casa de Merlos, aprovecha un rato para hacer opinión política comprometida, valiente, defensora de los valores democráticos y de los derechos de las minorías, ya sean sexuales o étnicas, sin importarle si el share sube o se va a pique por la sangría de espectadores fachas que deciden dejar de seguir su programa.
En estos días de guerracivilismo y pandemias, Vázquez no solo ha hecho valer su rojerío sin miedo, sino su derecho a la libertad de expresión como líder de opinión que es, e incluso ha ido mucho más allá cuando no tenía por qué meterse en líos ni en camisas de once varas, ya que su tema era Belén Esteban y no el sindiós político que vive España. Y así, un día defiende sin pudor la gestión de un Gobierno que desde el estallido de la epidemia ha apostado por cuidar la salud de sus ciudadanos y al siguiente toma partido por los homosexuales y trans del Orgullo Gay, a los que Vox pretende recluir en el gueto de la Casa de Campo. Todavía no le han puesto su foto en una diana para dispararle con un rifle de repetición en una sórdida galería de tiro, como hacen algunos energúmenos de la ralea franquista con los retratos de Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Grande-Marlaska, Irene Montero o Pablo Echenique, pero seguro que ya está en la lista negra. No en vano, en las últimas semanas ha sufrido, por rojo, campañas de acoso y amenazas en las redes sociales. Fue precisamente Vox quien abrió la veda contra el popular presentador: “Es indignante que a los españoles se les impida enterrar a sus muertos en familia y sí se permita a millonarios progres hacer tele basura. Jorge Javier, tu programa se emite gracias a una concesión pública, la misma concesión con la que silenciaste una violación en directo”, le advirtieron en uno de los habituales tuits “trumpistas” y faltones con los que suelen emplearse los bots ultras.
Después de aquello, Vázquez ha tenido que soportar de todo. “Estoy siendo víctima de una campaña en redes detrás de la que están cuentas asociadas a la extrema derecha, falsas, con muy pocos seguidores”, ha lamentado el presentador. Y añade: “Cuando está la maquinaria de la extrema derecha detrás, hay que denunciarlo porque lo que no van a conseguir es que nos callemos”. Hace solo unos días, en una entrevista en la Cadena SER, volvía a mostrar su apoyo a la izquierda, elogiando medidas como el ingreso mínimo vital y la subida de impuestos a los ricos (entre los que él mismo se incluye). “Esta pandemia ha conseguido que Iglesias me parezca un excelente vicepresidente. Estoy feliz con el Gobierno PSOE-Podemos y que esto haya tocado con este gobierno”. Hasta el ácido y siempre crítico Echenique se ha rendido a su bravura. “Jorge Javier Vázquez tiene (no poco) dinero y piensa esto de pagar impuestos para tener un Estado del Bienestar fuerte y una sociedad más justa y mejor. Bravo por él. El problema no es la riqueza. El problema es la pobreza”. Por rojo y maricón, Vázquez tenía todas las papeletas para ser blanco del odio del nuevo falangismo patrio. Pero se ha hecho merecedor de nuestros respetos. De esta, hasta le echamos un ojo al Sálvame.

Viñeta: Igepzio