(Publicado en Diario16 el 17 de junio de 2020)
La última sesión de control al Gobierno del estado de alarma tampoco ha servido para superar el clima de crispación alimentado por las derechas desde que estalló la pandemia de coronavirus. Flotaba en el ambiente del Congreso de los Diputados un cierto clima de distensión que hacía pensar en la posibilidad remota de que PSOE y PP pudieran llegar a algún principio de acuerdo imprescindible para sentar las bases de la futura reconstrucción del país. Sin embargo, esa vana esperanza de recuperación del espíritu de pacto se desvanecía en apenas un segundo, el tiempo justo que tardó Pablo Casado en tomar la palabra para lanzarle a Pedro Sánchez su habitual batería de preguntas trampa, menosprecios personales y juegos retóricos.
El líder de la oposición reprocha al Gobierno que no haya tomado en cuenta sus propuestas para la puesta en marcha de un plan de choque económico y sanitario contra la pandemia. Ese ha sido el único momento en que Casado se ha referido al virus de Wuhan, ya que acto seguido desviaba el debate hacia los asuntos bizantinos que le interesan al Partido Popular para tratar de derribar el Ejecutivo de coalición: “Aquí los únicos antipatriotas son los socios que lo hicieron presidente. El único culpable es usted”.
Pedro Sánchez, acostumbrado ya a que las sesiones de control al Gobierno deriven hacia temas abstractos que nada tienen que ver con la propagación de la epidemia, llevaba bien preparado el discurso y un par de respuestas de urgencia para zafarse de la maniobra de acoso y derribo de las derechas: “Usted elige, señor Casado: si quiere unidad, aquí tiene al Gobierno; si quiere bronca, ahí tiene a la ultraderecha”, repuso señalando a los escaños ocupados por los displicentes diputados de Vox. El presidente defendió la gestión de su gabinete en los tres meses de crisis epidémica (“este Gobierno ha salvado 450.000 vidas”) y se preparó para recibir la siguiente andanada que le tenía preparada Santiago Abascal.
La mañana deja poco más que una nueva actuación estelar de la portavoz popular, Cayetana Álvarez de Toledo −en su cara a cara con la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, reprochó que el Gobierno pretenda reabrir la mesa de negociación con los “golpistas” catalanes−, y un pequeño cameo del secretario general del PP, Teodoro García Egea, quien le preguntó enfáticamente al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, qué responsabilidad asume en la gestión de la pandemia. “Toda la responsabilidad”, respondió el líder de Unidas Podemos con desdén, laconismo, hastío y cansancio. Egea aprovechó para dar rienda suelta a su bilis y a su manual de metáforas rudimentarias. “Usted, señor Iglesias, es un monaguillo de Sánchez; ha pasado de los indignados a los enchufados”, le soltó no sin cierta dosis de mala educación. El líder de Podemos supo responder con una esgrima retórica algo más brillante y de enjundia al asegurar: “Ustedes no aceptan perder; son capaces de cualquier cosa por recuperar el poder que creen que les corresponde por derecho divino. Ahora hasta colaboran con los holandeses para promover en Europa recortes a los derechos sociales en España. Se envuelven en cientos de banderas españolas pero solo tienen una denominación: traición a España”.
Por lo demás, nada nuevo bajo el sol, otra sesión de control prescindible, rutinaria e inútil que servirá para más bien poco. La mañana constató el nivel ínfimo de buena parte de nuestra clase política, la insoportable y alarmante decadencia del parlamentarismo español y la frustrante sensación de que el país se va al garete ante la indiferencia y el cainismo sectario de nuestros mediocres representantes públicos.
Viñeta: Pedro Parrilla
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