(Publicado en Diario16 el 19 de junio de 2020)
Pablo Casado insiste en no asumir sus responsabilidades como jefe del principal partido de la oposición, por las que sin duda está obligado a colaborar al máximo con el Gobierno en la reconstrucción del país tras la terrible pandemia. El líder del PP se ha olvidado de que el enemigo es el virus, no Pedro Sánchez, y no quiere ni oír hablar de pactos y acuerdos. Casado ya hace la guerra por su cuenta, como aquel japonés que siguió peleando en la jungla, durante décadas, cuando los norteamericanos ya se habían largado del Pacífico.
La obcecación del presidente popular le está llevando a delirios extremos, como tratar de torpedear el Plan Marshall de la Unión Europea −las ansiadas ayudas y fondos públicos vitales en la lucha contra la pobreza de los españoles−, solo para hacerle daño al Ejecutivo de coalición. Nadie entiende que no haga otra cosa que acusar a Sánchez de los “cuatro millones de parados” y de las “colas del hambre” mientras él se dedica a conspirar y a maniobrar con los halcones de la extrema derecha de Bruselas para recortar los fondos de ayuda y cohesión social. Sin embargo, todas esas contradicciones y errores de bulto ya le están pasando factura en las encuestas. Los sondeos del CIS suponen un serio aviso a las estrategias políticas del sempiterno candidato a la Moncloa, ya que el Partido Popular se estanca de forma alarmante en intención de voto. Los pactos infames de los populares con los neofranquistas de Vox en varias comunidades autónomas no están dando el resultado apetecido y su plan para propagar la crispación con la misma rapidez que el virus (una de las páginas más abochornantes de la historia de España) tampoco ha funcionado.
Las encuestas no van bien para Génova 13, en buena medida porque en lugar de aportar ideas para aplanar la curva epidémica, el PP se ha dedicado a poner palos en las ruedas, a buzonear los dosieres manipulados de Pérez de los Cobos, a recuperar viejos fantasmas del pasado como ETA y los GAL y a enrocarse en el “no a todo” lo que proponía Sánchez. Cuando el presidente le ofrecía acuerdo y consenso él le obsequiaba con un récord de insultos (“mentiroso”, “ineficaz”, “incompetente”, “negligente”, “mago de verbena”, entre otras lindezas); cuando le invitaba a sumarse a unos nuevos Pactos de la Moncloa para la reconstrucción del país, él sólo aceptaba una inútil Comisión Parlamentaria que en realidad era una trampa más con el único objetivo de seguir desgastando al Gobierno hasta hacerlo caer.
Pero sin duda el colmo de la infamia es esta última “Operación Bruselas”, un indigno plan con el que el PP ha decidido dejar tirada a la patria para unirse a los intereses de los partidos de la extrema derecha más xenófoba de Europa, esos rubios con tirantes que por simple racismo niegan las ayudas a fondo perdido a los españoles, portugueses, italianos y griegos, a los que consideran ciudadanos de segunda, parias morenos, vagos y apestados del sur. Con esta jugada maligna, abyecta, Casado ha consumado la mayor traición a España que cabría esperarse: alinearse con los negreros afrikáneres holandeses, nórdicos y belgas solo con el único fin de acorralar a Sánchez, el fetiche que le provoca ansiedad compulsiva y obsesión enfermiza. Nunca antes alguien había vendido España tan barato. Nunca antes se había jugado tan impúdicamente con el hambre de los españoles. Para este hombre, el sillón de Moncloa no tiene precio y está dispuesto a pagar lo que sea.
El líder del PP ha apostado todo a una carta en su intento de llegar al poder a toda costa, incluso haciendo del coronavirus y de la inmensa tragedia nacional un arma de destrucción masiva contra la izquierda, cuando lo que tocaba ahora era unidad y espíritu de colaboración. Estamos por tanto ante el perfil perfecto del vendepatrias. Casado ya trabaja al servicio del racista holandés, como un agente comercial del supremacismo europeo que en lugar de destinar su tiempo a arañar la mayor cantidad de ayudas sociales para sus compatriotas se dedica a conspirar contra Sánchez con los embajadores de las grandes cancillerías fascistas. Ahora dice que no ve “brotes verdes” en la economía española, tratando de inocular pesimismo y malestar en los mercados. Eso es lo que ofrece Casado: conspiraciones a todas horas y los malos augurios del aguafiestas ceñudo y huraño que se aparta de su pueblo, en un rincón, codiciando su tesoro, como hacía Gollum en El señor de los anillos. “No se puede hablar de recuperación cuando en España hay cuatro millones de personas con un ERTE, hay cuatro millones de parados, hay un millón de autónomos en cese de actividad y hay colas del hambre, de familias que van a recoger una bolsa de comida en las oenegé o parroquias de su barrio”. Cuando describe el paisaje devastado del país, le asoma una sonrisilla maléfica y un gesto de satisfacción en lugar de la pesadumbre de un patriota sincero y auténtico. En realidad, se le ve encantado porque cree que cuando a España le va mal a él le va bien. No cabe duda, Casado está en su salsa en medio del destrozo y el apocalipsis.
Viñeta: Igepzio
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