(Publicado en Diario16 el 23 de junio de 2020)
¿Para qué sirve un partido político que no colabora en la propuesta de ideas, que no participa en la mejora del país, que siempre acaba levantándose de la mesa de negociación y saliendo de las reuniones dando un sonoro portazo? Para bien poco, por no decir para nada. Vox es ese partido. La formación de Santiago Abascal se ha convertido en una diversión, un pasatiempo para el show, el espectáculo, el escándalo y la gamberrada dominguera. Pero a la hora de la verdad, cuando llega el momento de hacer política en serio, cuando se trata de abrir los maletines, sacar el programa y debatir sobre números, sobre la gestión beneficiosa para los ciudadanos, los ultras quedan descolocados, no saben qué pintan allí y siempre se acaban largando en medio de un silencio abochornante.
La última muestra de esa incompetencia como partido la ha dado el portavoz de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, que ha anunciado que su formación abandona la comisión parlamentaria sobre la reconstrucción del país. A fecha de hoy no hay ninguna reunión política en España más importante que esa comisión en la que se deben abordar aspectos tan importantes como el plan para fortalecer la Sanidad pública, las ayudas europeas a las familias y empresas y los planes de inversión y de fomento del empleo. Es precisamente ahí donde las diferentes formaciones y grupos parlamentarios tienen que batirse el cobre, dialogar, transaccionar y llegar a acuerdos y soluciones para garantizar el futuro de los españoles.
El plazo para presentar las propuestas de conclusiones de la Comisión de Reconstrucción finaliza mañana, pero Espinosa de los Monteros ya ha dicho que su formación renuncia “a seguir trabajando”, y que dará a conocer sus medidas fuera de ese foro porque no piensa “negociar nada” con el Gobierno de coalición. Esa es la idea que tiene Vox de la política y de la democracia: imponerlo todo, hacer prevalecer su ideología sobre el resto de partidos y si los demás no se pliegan al chantaje romper la baraja y largarse en plan flamenco y por peteneras. El problema es que los españoles ya le van cogiendo el truco al partido de Abascal. Con la experiencia van constatando que esta gente llegó al Parlamento para pasárselo bien, vivir la loca experiencia de la política y hacerse con el acta de diputado para colgarla en la pared del cortijo, debajo de la escopeta de caza y de la cabeza de venado, jabalí u oso pardo. Pero de trabajar poquito.
Es precisamente esa inmadurez política la que lleva a Espinosa a criticar el “nuevo romance PP-ZP”, en alusión al encuentro entre Teodoro García Egea y el expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero. “Aunque el consenso siempre es deseable, no siempre es un fin −ha explicado−. Si hubiera medidas razonables, estaríamos, pero cuando el Gobierno va en sentido completamente contrario, Vox no puede ni debe sumarse”. Cada vez parece más evidente que la rebeldía antisistema de Vox, su síndrome de Peter Pan híper hormonado y juvenil que le impide salir de la pubertad, lo convierten en un partido improductivo, estéril, inútil para los españoles, a los que solo aporta un empacho de broncas que terminan convirtiéndose en un ricino indigesto.
El colmo del esperpento es que los diputados ultras ya ni siquiera van a participar en el homenaje de Estado a las víctimas del coronavirus, ellos que siempre se han jactado de ser más patriotas que nadie. Ya no sirven ni como figurantes con la mano en el pecho que derraman la lágrima fácil ante la rojigualda y los acordes del himno nacional. Han decidido meterse en una burbuja y ahí quedarán para la eternidad, como especímenes raros en formol. Lo dicho: Vox es un partido inútil. Una broma. Votar a esta gente es tirar la papeleta a la basura.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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