viernes, 30 de agosto de 2013

TAMBORES EN SIRIA


Ya estuve en Afganistán como corresponsal de guerra y no pienso ir a Siria. Que no, negativo, rien de rien. Ni a tiros me llevan a la guerra, nunca mejor dicho. Ya tuve bastante en Kabul: riadas de niños harapo vagando por los caminos; gente hurgando en carne putrefacta comida por las moscas; familias enteras hacinadas en casas de adobe, si es que se podía llamar casas a aquellos antros sin luz ni agua potable. Miseria, hambre, desolación. Lo más parecido a un infierno en la Tierra, eso es la guerra. Lo malo de una guerra es que vista una, vistas todas. La guerra no sorprende nunca, es pura rutina engrasada, una maquinaria mecánica y macabra de triturar cuerpos humanos. Cambian las excusas para ir a la guerra, los fanáticos listillos que las organizan, las soflamas, las banderas y los himnos. Pero el final siempre es el mismo: más muertos, más mutilados, más dolor y destrucción, más odio entre hermanos. Cada generación tiene su propia guerra: a nuestros abuelos les tocó vivir la guerra civil, a nuestros padres la guerra fría, a nosotros nos ha caído en desgracia la guerra contra el terrorismo internacional del siglo XXI, esa entelequia invisible que se inventó el zumbadillo de Bush para recortarnos las libertades y de paso la cartera (después de una gran guerra siempre hay una crisis económica galopante, no lo olvidemos). Esta nueva guerra, esta nueva película bélica que dará héroes de Hollywood y soldaditos Ryan, huele a más de lo mismo, a más desierto petrolífero, a más Irak. Los yanquis denuncian las armas de destrucción masiva y los niños gaseados con armas químicas, qué buenos son los yanquis, americanos os recibimos con alegría, Obama, Obama en el cielo. Pero detrás de ese argumento pueril made in USA, detrás de los adulterados y pervertidos principios de libertad y justicia, detrás de ese relato falaz que nadie en el mundo cree a estas alturas, ya sabemos lo que hay: la industria de la guerra, el negocio infame de la guerra, los generalotes del Pentágono frotándose las garras y la CIA conspirando a tope. Y sobre todo más control geoestratégico, más poder de influencia en la zona, el expolio de los recursos naturales, la explotación territorial, el colonialismo a calzón quitado. Miremos hacia atrás y obtendremos las respuestas acertadas, queridos amigos: ¿Qué ha sido de los pobres afganos? No nadan en la abundancia precisamente. ¿Qué fue de los sufridos iraquíes? Siguen comiendo el cocido de barro que dejaron tras de sí las botas de los marines. Sólo han ganado en fundamentalismo religioso y en crueles atentados en la cola del pan. ¿Y qué fue de aquellas palabras grandilocuentes sobre la democracia, de aquellos dólares salvadores para la reconstrucción, de aquellas promesas de un futuro mejor para tantos millones de personas? Nunca más se supo. Si Sudamérica ha sido el patio trasero de los norteamericanos, Oriente Medio es el cubo de la basura. La guerra solo sirve para volver estúpido al vencedor y rencoroso al vencido, decía Nietzsche. Hasta Obama parece tonto hablando de ir a la guerra. Ya se parece a aquel Rufus T. Firefly que andaba desquiciado de un lado para otro, con el puro en la boca, en Sopa de ganso. Es cierto que la represión de Al Asad es tan execrable como vomitiva. Pero no hay que engañarse: las bombas nunca germinan en la paz. Solo conseguiremos incrementar el número de muertos, sobre todo viejos, mujeres y niños. El problema sirio debería resolverlo la ONU y si la ONU no sirve más nos valdría cerrarla por descanso del personal. Suenan los tambores de guerra. El dólar proclama la enésima cruzada. Los aliados ya la han liado; China y Rusia miedo me dan. Menos mal que ya no está el torpe de Ansar malmetiendo por ahí. 

Imagen: eluniversal.com

martes, 27 de agosto de 2013

EL TIEMPO

     
     El último paseo por la playa. Las últimas olas mojando los pies. El último helado derritiendo los dedos. La última luna, el último libro, el último beso.     
     Los turistas meten sus bártulos en los maleteros y se echan a la carretera. La buena vida sabia y tranquila queda atrás; espera la gran ciudad, con sus acantilados de cemento, sus marejadas ruidosas y su aire envenenado de dióxido. La jungla de asfalto, ya lo avisó Huston. Guardamos en el cajón el taparrabos primitivo y tiramos de la hipócrita corbata. Metemos en el armario al simio que llevamos dentro y sacamos a pasear al homo tecnológico. Reprimimos el placer de vivir para darnos al masoquismo cómodo de la vida organizada. Del reloj de arena al reloj de pulsera. Yo me quedaría con el reloj de cuco, con su mueca burlona al hombre estúpido. Extraña especie animal la humana, siempre empeñada en ser lo que no es, siempre obcecada en matar lo sagrado. 
     El último sol chiringuito en las dunas, la última teta operada, la última birra espumosa, el último atardecer rojo en la terraza.
     Pasamos de los Beach Boys a los PP Boys, otra banda también gamberra pero algo más desafinada, antipática, hostil. Agárrense, que vienen curvas. Nos esperan las mismas historietas de siempre: la operación retorno, el otoño caliente, la vuelta al cole, el curso político, los bárcenas y griñanes, los que se ríen en nuestras narices, los recortes, los parados, los olvidados, las mentiras, el conflicto social, el odio social. A veces uno cree que la sociedad es como una gran guardería. "Juego de niños, eso es lo que hace la gente, van del coño a la tumba sin que les roce el horror de la vida", nos recuerda Bukowski. El tiempo, las prisas, las preocupaciones, los ascensores, las escaleras, entre puertas y escaleras se nos va la vida entera. Pero sobre todo el tiempo, el maldito tiempo que se va esfumando un verano tras otro, un bañador tras otro, un viaje tras otro. Nos roban el tiempo de la vida a cambio de un dos por uno en papel higiénico. Nos arrebatan el corazón del tiempo. Somos como esos replicantes alienados de Philip K. Dick, siempre buscando un poco más de tiempo, siempre ansiando más tiempo para darle esquinazo a la muerte. Proust redujo el tiempo a una simple magdalena empapada en una infusión burguesa. Einstein acabó con el tiempo de un plumazo. El que tiene un empleo tiene un tesoro, suele decirse, pero el que tiene tiempo, el que puede gozar del tiempo de oro, es el hombre más rico del mundo. 
     El último agarrao verbenero, la última vaquilla embolada, el último trago al porrón de tintorro, la última cogorza en la arena, la última siesta en la hamaca, la última palmera. 
     Ya lo estoy viendo, ya veo a esa reata de políticos volviendo al redil del Parlamento. Entre palmaditas y abrazos, entre sonrisas y miedos, entre delitos y faltas. Morenazos de tedio, beduinos de moral, envarados de orgullo. Ciegos y mudos, sordos y mancos (mancos algunos, porque otros parece que tienen cien dedos). Y ya llegan también a Siria los portaaviones, yunques gigantes de dolor y guerra. Pues que les vayan dando a todos, que yo me vuelvo a la playa con mi perro. Aquí me quedo, en la otra orilla, en mi verano frío, en mi verano perpetuo.  

sábado, 24 de agosto de 2013

EL POSADO DE RAJOY


"El final del verano llegó y tú partirás", decían aquellos dos horterillas del jersey anudado al cuello, allá por el seiscientos y las suecas. Pues el final del verano llegó otra vez y Rajoy no solo no ha partido (ya tenía que haberse largado para siempre) sino que vuelve con nuevos bríos, qué pesadez de hombre. Ayer se dejó ver por fin tras un verano de desastres naturales y políticos, pero solo asomó su barba descuidada para pasear un rato bajo el cielo gris y rural de su pueblo gallego, entre pazos y rías, entre verdes veredas y boñigas de estiércol (alguna pisaría, es así de torpe). La prensa esperaba, los fotógrafos esperaban, toda España esperaba. Había muchos temas que tratar, muchas cuestiones que debatir: los ineptos que dieron cuerda a los trenes asesinos, el despeñón de Gibraltar (Gibraltar es para España un despeñarse constante a lo largo de la Historia) el tesorero ladrón de las nieves plateadas que cubren su sien, el paro que sigue galopando a placer, los incendios forestales, la espantá de la Leti, no sé, qué sabe uno, los grandes temas de política internacional, las matanzas en Egipto, los niños gaseados en Siria, por poner un par de tristes ejemplos. Había mucha tela que cortar, muchos asuntos graves que afrontar, y el país esperaba expectante la voz del presidente, las respuestas, las soluciones. Y en lugar de eso, en lugar de dirigirse al pueblo como un líder serio y preocupado, en lugar de dar la cara ante los periodistas, ¿qué fue lo que hizo el presidente? Darse un garbeo fugaz y divertido por la campiña, estirar las piernas con su mentón prominente al viento y su sonrisilla delirante y meterse luego en un coche oficial para largarse sin decir ni mu. Con esta puesta en escena, tan artificial como surrealista, Rajoy recordó mucho aquellos paseos veraniegos del otro dictador gallego que, silencioso, tripudo y taciturno, se dejaba caer por el No-Do, de vez en cuando, inaugurando algún aburrido pantano o pescando una trucha de plástico o cazando un jabalí que le ponían a tiro. Es evidente que con el numerito de ayer, Rajoy solo buscaba el posado veraniego (con menos tetas que la Obregón, eso sí), la foto fácil de quien toma los aires tranquilos de Galicia mientras se muestra fuerte y confiado y una recua de acólitos mudos le siguen como un solo hombre, como una Santa Compaña de ministros-fantasma y asesores (más algún que otro amigo/adosado del verano bien dispuesto a dar cuenta de la nécora en la posterior comilona). Todos en mangas de camisa, todos muy campechanos y desahogados, aparentando paso firme, pecho fuera, barriga dentro, un, dos, un, dos, como marines de la derecha hispana, como alegres peregrinos del Camino de Santiago con un destino y una meta que cumplir. El problema es que ya no hay meta, ya no hay destino, ya no hay proyecto político. Solo hay un pufo tras otro, un escándalo tras otro, un sálvese quien pueda y el último que apague la luz. Detrás de esa imagen de unidad y fortaleza que se quiere transmitir al pueblo y que ni ellos mismos se creen solo hay un Gobierno debilitado en el que unos se tiran los delitos y los muertos a los otros, un Gobierno que da el cante jondo en los juzgados, un Gobierno que se navajea en la sombra, que se cose a furgás, como aquellos gitanazos de Federico. Por mucha puesta en escena y mucho paseo bucólico que pretendan montar, a mayor gloria de Rajoy, para cerrar un verano de infamia, nada podrá tapar que este Gobierno y su presidente es todo una gran mentira. Todo, salvo alguna cosa.  

Imagen: elpais.com

miércoles, 21 de agosto de 2013

VUELVE PRONTO, LETI


La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa? Pues se lo vamos a explicar, tal que aquí y ahora, a usted, lector de este humilde blog. Se lo vamos a contar, someramente, sin necesidad de citar todo el sobado poema de Rubén. Ni bocas de fresa, ni suspiros, ni leches poéticas. Lo que le pasa a la princesa es que se ha dado el piro de Marivent, con nocturnidad, porque no aguantaba más, porque estaba depre y el doctor Freud libraba en verano, qué mala pata, oyes. Letizia, doña Letizia, la Leti (ella siempre será la Leti para la pandi del instituto) está cansada, hastiada, abúlica. La Leti está hasta el miriñaque de las rancias costumbres borbónicas, de la apretada agenda de Estado que cada vez aprieta más, del boato y del beato, del té a las cinco en punto de la tarde, de las pesadas y tediosas regatas mallorquinas (¿qué haces con el Fortuna cuando te hartas de él? ¿te lo comes con patatas?) de la vieja filosofía de Sofía la vieja, de los bufones que piruetean por palacio, del cleptómano cuñado que se lleva hasta las cortinas del comedor, de las hermanas/hermanastras/hermanísimas, de las mentiras y escándalos y del navajero de Froilán (coño, Froilán, deja ya de joder con el pincho moruno, anda, que le vas a saltar el ojo al hijo del duque). Lo que le ocurre a la princesa es que está sobrepasada de tanta prensa de la ingle y tanto cieno del Sálvame, que está hasta los diamantes claros de la diadema de las travesuras de las niñas (¿por favor, cuándo empieza el cole de las niñas?) del príncipe azul que no era tan azul como lo habían pintado, sino algo más tirando a gris y más bien tirando a principito. La princesa está harta del suegro que antes era capitán general y ahora se hace el teniente, ese suegro que pasa ya de todo y vive la doble vida, la vida alegre del jubilata de verbena playera con disco móvil y que le quiten lo bailao. Uno a don Juan Carlos lo ve ya como a ese abuelete del anuncio de Ikea que un día, cabreado y harto del mundo, coge la silla y se va a Sevilla. Don Juan Carlos reina ya una España de Ikea, una España low cost, una España en ruinas que se vende de baratillo al mejor postor, a los mercados, a la Merkel, a los jeques árabes, a los llanitos de Gibraltar. No es mala del todo la vida borbónica de palacio, entre frescos jardines y pavos reales, pero es cierto que debe ser una vida aburrida, y no hay nada mas alienante y doloroso para un ser humano que llevar una existencia anodina. Marx no debería haber luchado tanto contra el cruel capitalismo, sino contra el aburrimiento soporífero del hombre moderno que se ha quedado sin Historia. Un mes de verano en el chalé familiar, a la española, tediosamente postrada en el sofá junto al suegro o la suegra, viendo la misma gitana y el mismo torito bravo encima del televisor, jugando al cricket o al polo, navegando barquitos sin pasión, sin amor, sin desenfreno veraniego como esos cuerpazos Dolce Gabbana, desquician a cualquiera, por muchas partiditas de brisca con apuestas de garbanzos que se quieran jugar para matar el tiempo. Un mes con la familia política termina en un Puerto Hurraco fijo si no se gestiona con habilidad el asunto. Por eso ha hecho bien doña Letizia en salir por peteneras del palacio real de verano, que en realidad era un frío palacio de invierno. Leti que salga, que se airee, que se vaya de tascas y rumbas con las amigas de la noche, pero que vuelva después al hogar, a hacer su papel en la zarzuela de vida que lleva, porque entre tantos urdangarines y mangarines seguimos necesitando de su rebeldía honesta y liberal para transitar de esta monarquía de palanqueros a una nueva república más justa. Ella es nuestra chica respondona y pinturera de palacio, nuestra Audrey Hepburn con carita de ángel que lija tanta nariz borbónica adusta y aguileña. Ha dado la espantá en Marivent porque estaba hasta el pirri y eso es humano. Le faltaba el aire y eso se comprende. Pero que vuelva pronto, que la busquen, que la detengan si es preciso, porque es nuestra rojilla en palacio, nuestra reina roja para futuras transiciones. Que no tengamos que oír aquello de Sabina de "ahora es demasiado tarde, princesa". Te necesitamos, Leti. Vuelve pronto con tu príncipe, encantador o no, o España se nos va a la mierda.

Imagen: wikipedia.org    

martes, 20 de agosto de 2013

CIPRIANO TORRES

Hace unos días me enteré de que a Cipriano Torres, el escritor granaíno que nos desmenuza cada día la cochambre ominosa de la televisión, le ha fallado por un momento el gran corazón con que bombea al mundo sus palabras, sus metáforas, sus emociones y sentimientos. Tiene la prosa de Cipri la frescura cristalina del Genil fluyendo entre olivares y choperas, el eco telúrico de la poesía lorquiana, la fuerza primitiva del autor forjado en el pueblo, por el pueblo y para el pueblo. A Cipri le conocí en La Opinión de Murcia hace ya muchos, muchos años. Yo entonces era un novato que buscaba noticias de sucesos hasta en los cubos de basura y él un escritor en ciernes enamorado de la radio que aparecía por la redacción, de cuando en cuando, con su estilo dandi, su sonrisa templá de califa y su columna de oro debajo del brazo. Ahora le ha fallado el motor, siquiera por un momento (un lapsus cardiaco insignificante), pero me cuenta por el feis que su maquinaria creadora está intacta y ya me lo imagino tranquilamente sentado en el jardín de su casica de Graná, entre atardeceres azafranes y africanos, entre libros y naranjos, entre macetas llenas de albahaca y ceniceros vacíos, ya sin ceniza, ya sin colillas (eso sí, se te acabó el chollo del fumeque, tronco). En su columna diaria, en su Maldeojos sagaz y divertido, Cipri desmonta como un relojero minucioso el mecanismo diabólico de esa hoguera de imágenes siempre encendida en medio de nuestro comedor. Por sus columnas literarias pasan a diario los monstruos horrendos que forman la grotesca fauna de nuestra televisión patria: políticos trincones y torpes periodistas, artistas de éxito y viejas glorias olvidadas, poligoneros y chonis, friquis y tronistas. En fin, toda la galería inagotable de pájaros, pajaritos y pajarracos televisivos nos llega cada mañana con el sorbo humeante del primer café, de la mano de Cipri, un columnista siempre eficaz y certero que disecciona como nadie a las criaturas feroces de la televisión, ese espejo inquietante y extraño en el que todos nos vemos reflejados de alguna manera. Ver la televisión es mirarnos a nosotros mismos. Cipri nos mira y nos sicoanaliza, se pasa cada programa, cada anuncio, cada serie, por el ojo y por la piedra, y escribe sin miedos ni facturas, con valentía y libertad, y unas veces reparte bellas metáforas como ráfagas de pólvora y otras reparte hostias como panes a quien se lo merece con toda justicia. Sin un San Cipriano escribiendo contra la herejía televisiva, sin un Cipri dándole a la tecla del ordenador sin descanso, yo vería aún menos esa mierda de tele que tenemos, porque lo que más me gusta de todo no es ver la televisión, sino leerla a través de sus ojos, con ese estilo barroco del mejor siglo de Oro, con su poquito de malafollá andaluza en cada crítica y con su despelleje elegante del personal. El artista tiene que sufrir para crear, eso lo sabes bien, amigo. El dolor es la pieza clave de la obra, de la creación artística, y ahora tú estás sufriendo y creando a la vez. El artista que se duele de algo, de algún achaque, de algún tormento, muere un poco en su dolor para renacer después como un dios fuerte y pleno de inspiración. Cipri acaba de salir de su temporada en el infierno, en plan Rimbaud. Me dices que vas mejor, que has salido del hospital y que vas a ponerte a escribir, sin perder ni un segundo en infartos, hasta que te salgan callos en las manos. Pues olé tus cojones.                   

sábado, 17 de agosto de 2013

ROSALÍA


Vaya por delante nuestro pésame por la muerte de Rosalía Mera, exmujer de Amancio Ortega y una de las empresarias más ricas del mundo (su patrimonio neto estaba cifrado en 6.100 millones de euros, céntimo arriba, céntimo abajo). Sin embargo, no pasemos por alto un par de líneas necesarias sobre este hecho luctuoso. Desde que se conoció la noticia de su fallecimiento, todos los medios de comunicación, sin excepción, se han volcado en suplementos especiales, reportajes y obituarios ensalzando la figura humana y social de esta mujer que siempre estuvo a la sombra de su marido. No es de buen gusto literario ni periodístico ensañarse con una persona muerta (no lo vamos a hacer aquí) y mucho menos con una señora a la que ni siquiera tuve el gusto de conocer. Pero es que resulta extraño comprobar cómo la flota mediática de este país se ha puesto a trabajar a toda máquina y al unísono, sin espíritu crítico alguno, para reivindicar y encumbrar la figura de esta empresaria gallega. No ha habido ni un solo telediario, ni un solo periódico, ni una sola cadena de radio que no haya emitido amplios recordatorios, todos ellos a mayor gloria de la finada, sobre la supuesta obra social que deja la ex del fundador del imperio Zara. Y eso ya mosquea. No vamos a discutir aquí la dimensión social y hasta histórica, si se quiere, de una mujer a la que todos reconocen su vocación solidaria, altruista, filántropa. Pero la cobertura mediática que se está dando al acontecimiento, tanto desde la prensa de izquierdas como la de derechas, nos parece ya excesiva y hasta cargante. En un país donde seis millones de personas no llegan a final de mes (ni siquiera a la primera semana de mes), en un país donde muchos ciudadanos desahuciados acaban siendo condenados al camping de la calle, que se dedique tanta loa y alabanza a una magnate de los negocios, a una potentada de las finanzas cuya mayor obra para la posteridad ha sido ganar pasta a porrillo y entrar en la revista Forbes supone un cruel sarcasmo. No cabe duda de que sus fundaciones, sus limosnas y sus donativos habrán llegado a alguna gente necesitada y eso está muy bien, pero no perdamos de vista que esa ayuda no es más que la beneficencia endémica que el rico ha practicado con el pobre secularmente en este país. Esa limosna es el chocolate del loro de una clase social que está chupando la sangre, el salario y la vida a otra. Esa calderilla es la cuota de remordimiento que los ricos muy ricos dejan caer en el platillo de los proletas para callarles el estómago, el cerebro y la boca. El mejor medio de hacer bien a los pobres no es darles limosna, sino hacer que puedan vivir sin recibirla (Benjamin Franklin). Y cómo se lo ha montado la señora. Seis mil cien millones de eurazos. Seis mil. ¿Y aún aplaudimos ese crimen injusto, ese mal reparto de la riqueza, esa barbaridad económica? Con la mitad de la mitad de la mitad, Rosalía, la buena y filántropa Rosalía, podría haber llevado una vida igual de plena y feliz. No le habría faltado yate y pazo gallego. Pero de todo, lo que más irrita no es que tengamos que tragarnos esa historia manida y típicamente americana de que Rosalía fue una empresaria hecha a sí misma que empezó de costurera dándole a la rueca, zurciendo vestidos con una humilde Singer, y que con mucho sudor y esfuerzo terminó tomando martinis en la cafetería de Wall Street. Lo que más irrita de toda esta avalancha de apologías, encomios y panegíricos sobre el capitalismo salvaje y la familia Ortega es tener que escuchar que esta mujer era una mujer de izquierdas. Lo que más toca los dídimos es tener que tragar con que Rosalía (ya digo que no tengo contra ella más de lo que pueda tener contra todos los de su clase top/biuti) "militó políticamente en la izquierda", como dice textualmente un diario de tirada nacional. ¡Claro, y Rockefeller era un peligroso rojo revolucionario! Hoy día el término "ser de izquierdas" está muy devaluado, pero todo tiene un límite, oiga. Jugar al golf con los vampiros que desecan la sangre fértil del mundo, alternar en cenas con las 25 familias que dirigen el holocausto económico mundial, tostarse el culo en yates bañados en oro mientras millones de niños mueren de hambre no es ser muy de izquierdas precisamente. A la señora Rosalía le deseamos que descanse en paz. Pero que no nos hagan comulgar con ruedas de molino, porque seremos pobres, pero no gilipollas.

Imagen: elpais.com

miércoles, 14 de agosto de 2013

EL ÁNGEL PELIGROSO


Ha bajado del coche oficial como una star system fresca, bella y engalanada en un modelazo blanco y negro de impresionar. Ha descendido del carruaje luciendo palmito y dejando el style jueza Alaya a la altura del betún. Ha atravesado los fogonazos de la pasarela judicial, entre improperios y vítores, toda digna, tranquila, confiada. Ha caminado vaporosa, cabello sedoso al viento, hacia los albañales sombríos de la Audiencia Nacional. Y hasta se ha permitido girar la cabeza levemente, sutilmente, en el último momento, como una Ana Bolena manchega a punto de entrar en la torre injusta, para que los fotógrafos pudieran captar ese fugaz gesto de complicidad con la Historia, esa estudiada sonrisa Hollywood de seductora profesional, ese leve movimiento de barbilla Barbie que tan buenos réditos políticos le ha dado en la Era Rajoy. Pero al final, una vez pasada toda la parafernalia mediática, una vez que se encontraba en la silla solitaria y fría ante el juez Ruz, Cospedal, Lola, la Cospe, se ha agrietado y le ha echado la culpa de todo al del piso de arriba, al del puro, al jefe. Qué decepción. No nos esperábamos ese largue de Loli, ella que iba para dama de hierro a la toledana. Ella que parecía la inflexible capataz destinada a poner firmes a los piratas genoveses. Pero lamentablemente no, no ha soportado la tensión, no ha aguantado el póquer a cara de perro con el juez Ruz. Se ha rilado, se ha jiñado, se ha hecho del cuerpo. Ruz ha tenido el jaque a la dama en sus manos, pero cuentan las crónicas que el magistrado se ha ablandado en el último momento y ha dejado volar a la pajarita. Dicen los filtradores que estaban en la sala que el juez se ha quedado corto en el interrogatorio, que no ha rascado bastante en los doscientos miles que fueron a parar a un lugar de la Mancha de cuyo nombre la Cospe no quiere acordarse. Pero a un juez solo lo juzga otro juez. A nosotros, por nuestra parte, lo que de verdad nos interesa es que la chica Telva del PP le ha pasado la patata caliente del tesorero trincón a Rajoy, y por ende a Arenas, cuando nadie se lo esperaba. Para ellos el mochuelo, para ellos el marrón, para ellos el muerto. De un tiempo a esta parte, el PP se ha convertido en una gran morgue donde los unos se van tirando muertos a los otros. Uno, cuando ha visto desfilar a la Cospe con ese modelito blanquinegro entalladito a la última, cuando ha visto su forma chic de moverse, ha sospechado que más que ante una política de porte, más que ante una estadista que se enfrentaba a su hora crucial, estábamos ante una nena con carrera que hizo buena boda con un banquero serio, situado, gris (cuanto más gris mejor, nada de jipis ni roqueros, que los jovencitos los carga el diablo y no llevan a nada en la vida, hija mía). Ha sido una gran frustración comprobar que la Cospe no ha dado la talla, uno esperaba algo más, no un simple cante con la boca pequeña para echarle la mierda al del despacho de arriba. Pero en cierto modo era lo lógico, qué se podía esperar de una señora que vive apaciblemente en su chaletorro de 600 metros cuadrados (sin contar las añadas y las tierras). Qué podía esperarse de una niña pija pijísima de la Mancha que no se mancha. Ella no emponzoña sus finos dedos manicurados con el sucio estiércol de las comisiones porque es la señora "no me consta", no me consta esto, no me consta lo otro, no me consta habérmelo llevado crudo, qué memoria más mala tiene una, habrá que tomar el Ginseng ése. Fueron los otros (no los fantasmas de Amenábar, aunque alguno hay por Génova), sino los superiores, ellos, sus jefes directos y diabólicos que la liaron, los Rajoy y los Arenas, sí, ellos fueron quienes quisieron pactar y taparle la boca a Bárcenas con una porrada de millones para que no piara en el trullo. Qué bajón comprobar que la Cospe se ha rilado ante el juez, al que ha jurado y perjurado que no sabía nada de tesoros, tesorazos y tesoreros, porque ella era solo la sonrisa inocente y lolita del partido, la sonrisa Nicole Kidman que no hacía política. Lo suyo era hacer teatro, puro teatro, mirar a cámara y seducir, seducir con esa carita de ángel peligroso. Ella era Stanislavski a tope, cara y dientes dientes, pantalla, mucha pantalla, pero a ella que la registren, que la dejen en paz ya, que ella es superinocente, que se lo ha dicho al juez Ruz (qué pesado el juez Ruz) que ya le digo que fueron ellos, señor magistrado, Marianito y Javierazo, ellos lo pactaron todo con Bárcenas, la cuentas en Suiza, el finiquito, el contrato diferido o simulado o lo que demonios fuera aquello (en mala hora salí yo a dar la cara por aquel embrollo que ni yo misma entendía, debe pensar ahora, la pobre). En fin, que se dejó arrastrar y la llevó la corriente, como en la canción. Uno, cuando ha visto a la Cospe salir del teatro de la Audiencia, tras su última actuación, ya sabía que aquella mujer no era una secretaria general de partido dura y encajadora, ni una líder fuerte y curtida con empaque destinada a grandes empresas, ni una política de talla nacional. Uno solo ha visto una sonrisa desdibujada, forzada, nublosa. Iba para Thatcher a la española y se ha quedado en niñita trémula y acojonadita. La culpa es del jefe, que me lió, le ha dicho al juez Ruz. Qué decepción.

 Imagen:  lavanguardia.es

martes, 13 de agosto de 2013

ARENAS Y CASCOS


Arenas y Cascos han declarado hoy, en la ruta de la toga, que no sabían nada de la caja negra, que nadie en el PP verificaba la identidad de los donantes, que en pocas palabras se pasaban la Ley Electoral por el sacrosanto forro de sus entretelas. ¿Un poco fuerte, no? Si ellos, que eran lo secretarios generales, los mandamases de la cosa, no controlaban el partido, ¿quién lo hacía entonces? ¿qué era aquello, el corral de la Pacheca? ¿Campamento de verano? ¿Sálvame de Luxe? ¿el coño de la Bernarda? Vaya imagen. Por lo que se va viendo, en el PP nadie sabía nada, nadie conocía a nadie, nadie se enteraba de nada. El único responsable diligente que anotaba allí cada chanchullo, cada tocomocho, cada bolsa de plástico, cada maletín, era Bárcenas, un Bárcenas que honrado no sería pero que como escribiente no tenía precio. Qué capacidad anotadora (Gasol a su lado un principiante) qué celo profesional prusiano, qué amanuense metódico, minucioso, sistemático. No se dejó ni un céntimo criminal por anotar, no se le pasó por alto ni un apellido pringado por rubricar. Qué tío. Pero volvamos a los caballeros marengo que desfilaron ayer por la pasarela Cibeles de la Audiencia Nacional. Ellos no sabían nada de cajas B, ni de sobresueldos, ni de comisiones gurteles, ni de cuentas en Suiza. Luego aquello de Génova 13 no era un partido serio, qué va, aquello era una oficina de ciegos, sordos y mudos, una estafeta de la Once a lo bestia, todos discapacitados y cremallera total, todos tontolelos, tardos y amnésicos, inocentes borderline que no eran capaces de coscarse de los delitos, que no eran capaces de atisbar si quiera el terremoto de crímenes que se preparaba en las cloacas del partido. Oyendo las declaraciones de Arenas/Cascos ante el juez Ruz, se conoce que el partido funcionaba como una comuna hippy, en plan flower power, haz el dinero y no la guerra, un falansterio feliz donde los marianitos entraban y salían sin control, nada por aquí, nada por allá, y la caja B cada vez más llena, la caja B cada vez más repleta de dinero negro y de ignominia. De todas formas, de todo lo que han declarado ante el juez Ruz ambos testigos de lujo, de todas las cosas increíbles que han soltado por esas boquitas de piñón, lo que más le llama la atención a uno es que nadie allí controlara la identidad de los donantes. Cualquiera llegaba y soltaba su diezmo de mierda sin que le dijeran ni mu. Ahora se entiende que la financiación del PP la hayan costeado seres lumpen muy poco recomendables para la higiene de un partido democrático. Como no había orden ni concierto en las cuentas, como todos pillaban y soltaban a discreción, a cuatro manos, a mansalva, como aquello era un Casino monegasco, un putiferio on the road, mucho nos tememos que el PP se haya alimentado de fondos poco recomendables. Y por esa falta de control sobre los donantes es por lo que sospechamos que de esos papeles de Bárcenas pueda salir cualquier cosa aún peor. De esos papeles seguro que sale el dinero de los constructores que sepultaron el Mediterráneo bajo un alud de cemento, el dinero de los correas y bigotes, el dinero de la mafia rusa, de los jeques árabes que compran España, de los casinos nocturnos de Gibraltar, de Julián Muñoz, Gil y la Pantoja, de los ERES andaluces esnifados de cocaína, de las amantes y frungimientos del duque de Palma, el dinero para las comisiones de Paco Malolorhuenda y otros periodistas (por llamarlos de alguna manera), el dinero de los cubatas de Rita Barberá, de los trajes de Camps, de la disidencia cubana y hasta de Bin Laden. De esa contabilidad en B puede salir cualquier disparate porque ellos iban a lo que iban, a coger la ladilla del euro, al trinque fácil, yo me lo guiso yo me lo como como Juan Palomo, sin mirar la honradez y la decencia del dinero que llegaba a la sede genovesa, sin controlar la legalidad de las donaciones y donantes, y a final de mes toda la ejecutiva nacional montada en el dólar, todos cobrando, todos cifrando, todos untando la manteca. Si esto fuera así, si este sindiós fuera tal como han declarado los dos viejos roqueros Arenas/Cascos (los viejos roqueros de la música nunca mueren porque se hacen transfusiones pero los de la política tienen las venas corroídas por la heroína de la corrupción y están todos yonquis perdidos) si esto fuera así, ya digo, habría que hacerle un monumento a Bárcenas, porque nadie ha hecho un favor mayor a la democracia (aunque sea de rebote y sin querer) que este tesorero de los abrigos hampones y las canas de nieve. Al loro, que Cospedal entra mañana en capilla. Que el juez Ruz tenga preparado a un buen traductor, porque a ésta, a veces, le da por hablar raro.

Imagen: lagaceta.com

sábado, 10 de agosto de 2013

EL DIEZ POR CIENTO


A los vejetes opulentos del FMI se les ha ocurrido que aún pueden reducir un diez por ciento nuestro ya de por sí miserable sueldo (el que tenga la fortuna de catarlo, claro). Es lo que tiene el verano, que hay mucho tiempo libre y a las cabezas locas les da por pensar. Resulta evidente que ese diez por ciento no supone nada para los jerarcas del FMI que retozan en el paraíso terrenal y significa media vida para los pobres mortales que transitamos por el valle de las lágrimas. Para los capataces de la economía mundial, un diez por ciento es apenas una comisión sucia de cualquier negocio sucio, una mordida habitual y rutinaria, un unte tonto que llega a sus cuentas corrientes, a diario, desde cualquier lugar del mundo. Yo no sé qué haría con ese diez por ciento de los ingresos de un fulano del FMI, la verdad. Comprarme una isla, como Marlon Brando, comprar Gibraltar para hacerle la peineta barceniana a los llanitos (con calvo incluido) desde el otro lado de la verja. Quién sabe. Un diez por ciento de mucho es un río de oro mientras un diez por ciento de nada es un río de miseria. El diez por ciento de los emolumentos de cualquier menda detestable del Fondo Monetario Internacional es lo que vale el ancla de su yate (y ni eso) lo que cuesta la rueda de repuesto de la limusina diamantina que siempre conduce Fermín (son tan cortos de materia gris que no les da ni para el carné de conducir) lo que vale una pezuña del pobre pura sangre olvidado en el establo. Ese diez por ciento despreciado y desechado por la biuti del FMI no supone nada para ellos porque es apenas la alfombra del casoplón versallesco, la escobilla del váter de oro, la cubertería de plata con la que se hacen el sorbete de sangre de obrero a la hora del té. Cuanta mayor la riqueza, más espesa la suciedad, decía Galbraith. Quieren reducirnos el jornal un diez por ciento porque para ellos la calderilla no es nada, porque no entienden que con la calderilla viven toda una vida muchos niños africanos, porque ven al hombre como simple calderilla para sus calderas, como carbón humano para sus multinacionales voraces. El diez por ciento del sueldo de un jeta del FMI es lo que vale la tinta de la estilográfica asesina con la que firma las injusticias del mundo, el hilo de oro de su pañuelo impregnado en la dulce lavanda de la codicia, el tapón de corcho millonario del champán con el que llena sus piscinas babilónicas, el daiquiri antes de la mamada con la puta del sábado (el domingo toca otra distinta, hala venga, que no nos falte de ná). Son travelos de la economía que por la mañana se disfrazan de empresarios serios y formales y mueven las 300 empresas que controlan el mundo y por la tarde se ponen el disfraz de hipócrita oficial del FMI o de la CEOE, me da igual, para robarnos un diez por ciento de felicidad, un diez por ciento de vida, toma misil por retambufa, toma pollazo malo sin látex, rojo cabrón. Ellos, las dinastías del dólar, l
os ricos riquísimos, las estirpes heráldicas de esta Europa que es un tocomocho a lo bestia, se pasan nuestro diez por ciento esencial para sobrevivir por el arco de triunfo. Por mucho que se pongan en plan economistas sesudos con sus recetillas neoliberales, todos sabemos que Chantal Hughes y su horda de vándalos trajeados están aquí, en el mundo, para arrasarlo todo, para forrarse, para vivir la dolce vita y para darle vara al proletariat. Con estos cuatreros del Fondo ya hemos tocado fondo. Nos irán bajando de diez en diez hasta reducir nuestra dignidad a cero. Uno no quiere porque ya va para mayor, pero es que a uno le hacen marxista a la fuerza. 

Imagen: lacomunidad.elpais.com    

viernes, 9 de agosto de 2013

ORSON WELLES

Por lo visto han encontrado la primera película que rodó Orson Welles allá por los años mudos del primer siglo XX. Se trata de Too Much, Johnson, la historia de un mujeriego que para ocultar una infidelidad cambia de nombre y apellidos. Aparentemente se trata de un argumento sencillo, trivial, tan viejo como el comer, porque bien mirado qué casanova no ha hecho encaje de bolillos alguna vez para ocultar un braguetazo a destiempo. Sin embargo, en esa cinta perdida, en ese trozo de celuloide comido por el polvo del tiempo, se encuentra ya el manifiesto artístico del genial, inmensurable y gordo director norteamericano. Dicen los que han visto el film que en él están los hallazgos cinematográficos orsonianos, los trucos mágicos que iban a revolucionar el mundo del arte y el arte del mundo: el picado y contrapicado, los atrevidos movimientos de cámara, el ángulo imposible. Todos esos recursos, que más tarde emplearía Welles en Ciudadano Kane, se anticipan ya en esta película sobre un adúltero fornicario que huye de un marido enfurecido por las calles humeantes de aquel Manhattan mítico en blanco y negro. Welles fue el ojo del siglo XX, el ojo de pez deformado que nos puso ante la realidad dislocada y neurótica de un siglo violento, diabólico, inhumano. Welles fue el Picasso del cine que revolucionó el séptimo arte distorsionando y doblegando la imagen hasta extraer de ella la auténtica esencia. Demostró que el fondo es sobre todo forma, que no hay obra de arte sin un ojo y un estilo propios. Se puede contar la historia más anodina y vulgar del mundo (como la de ese Johnson infiel que va perdiendo el trasero en su huida sexual por la gran manzana neoyorquina) y elevarla a la categoría de pieza maestra única y universal. Proust lo hizo con una simple magdalena. Joyce lo hizo igualmente con sus personajes corrientes de aquel Dublín brumoso y etílico. Bellow lo volvió a hacer con sus sátiras judías sobre el intrascendente hombre moderno. No hay argumento sin forma, todo argumento es una forma de contar, desde construir una novela hasta pintar un cuadro o hacer una película. El triunfo en la literatura está en hacérselo bien, en saberlo escribir sublime, y eso es algo que se está perdiendo por efecto fatal del vertiginoso mercado y por el hundimiento de la cultura. El periodismo, que debería ser literatura de lo cotidiano, va hoy a lo fácil y barato, los artículos y reportajes aburren por abúlicos y previsibles y las faltas de ortografía son escupitajos en la cara del lector. Y qué decir de muchas novelas escritas solo para vender mucho y pronto. Ni Paquirrín las escribiría peor. Hay que volver a Welles una y otra vez, porque en Welles está el artesano, no la máquina; el fabricante, no la fábrica. Welles cuidaba cada milímetro de metraje, mimaba cada fotograma, cada plano, cada secuencia. Sin duda, yo de Welles me quedo con Sed de mal. Cuando la vi por primera vez sentí auténtico pánico. Todo el edificio lógico, seguro y coherente que había construido hasta entonces se derrumbó con estrépito con esa película. Hank Quinlan, aquel policía corrupto, aquel pasma seboso y podrido de crímenes que no era otro que el mismo Welles disfrazado de Welles, me enseñó que todos podemos llevar un potencial Bárcenas dentro de nosotros mismos. Y uno se pregunta si España no será hoy un inmenso distrito fronterizo (a la mejicana) plagado de Quinlans que van y vienen con sus maletines secretos, sus grabaciones clandestinas, su dinero negro y perverso. No sé si Too much, Johnson será tan buena como Sed de mal. Pero seguro que es mejor que cualquiera de esas chorradas que nos vende la execrable, estúpida y vomitiva cartelera de verano. El verano narcótico con su habitual dosis de glúteos playeros, telemierda nocturna e insoportable mediocridad. No nos perdamos este regalo cuando llegue a las salas de cine.

Imagen: elmundo.es

miércoles, 7 de agosto de 2013

GIBRALTAR ESPAÑOL


Estamos ya como en los cuarenta, cuando aquellos falangistas zumbadillos, después de dar caza a unos cuantos rojos masones, pintaban las paredes hambrientas de posguerra con el celebérrimo "Gibraltar español". Ya sabemos que este Gobierno nacionalpepero vive en un perpetuo revival franquista y hoy es el Peñón, mañana un alcalde gallego que alaba los fusilamientos de republicanos porque algo habrían hecho los mamones y pasado mañana una alcaldesa de la Castilla profunda que prohíbe una exposición critica con el chorizo ibérico de Bárcenas. Son tics retros, ya digo, tics antiguos de los que no se librarán ni en cien años. Hacer columna sobre el Peñón de Gibraltar es exponerse en gran medida a que te tilden bien de facha o bien de antipatriota. Escribas lo que escribas siempre quedas mal con el personal abordando el tema de ese último rincón del colonialismo europeo. A uno la verdad es que el islote anacrónico de la discordia se la trae al fresco. Que se lo queden los anglos, que nos lo devuelvan envuelto con un lazo rojigualda o que se lo coloquen al despistado Rey de Marruecos que firma indultos de pederastas es algo que no me quita el sueño. Mucho más importante y esencial es que nuestros colegiales no caigan desnutridos como moscas en las escuelas o limpiar el Parlamento de imputados o parar a los vejestorios del FMI, que les ha entrado otra vez la fiebre amarilla del oro y quieren bajarnos los salarios otro diez por ciento. Hay cuestiones mucho más urgentes que reivindicar la españolidad del Peñón, las Filipinas, Guinea o el Perejil, por poner los cuatro terruños coloniales que todavía están en el inconsciente colectivo de la derecha patria. Es cierto que el peñasco es, desde lo de Utrecht, la mosca cojonera sin resolver de la política exterior española. Es cierto que la Reina Madre no ha estado afortunada al echar esos bloques de hormigón a la mar de Alberti para que los pescadores españoles tropiecen y no puedan faenar el poco bonito que aún no hemos esquilmado. Pero Rajoy y su ministro han perdido los papeles políticos imponiendo el bloqueo a los llanitos como si se tratara de pobres palestinos de la Franja de Gaza. Vamos, que se han pasado tres pueblos y hasta la línea de la Concepción. Menos mal que Rajoy y Cameron eran ambos conservadores y se entendían, que si no. A nadie se le escapa ya que Gibraltar es una guarida caribeña de piratas donde recalan los yellow submarines enfermos de plutonio, las corbetas de la Royal Navy que acosan a nuestra Armada Invencible de picoletos, los narcos que trasiegan el chocolate marrocano, más los monos isleños que van todos ceguerones de White Label, o mejor de Chivas Regal, que estos macacos gibraltareños no tienen un pelo de tontos y se agarran las curdas con mucha pompa y circunstancia. Todo eso sin olvidar a los Bárcenas del mundo que van atracando por el islote, de Suiza a Suiza, de peñón a peñón y tiro porque me toca, y siempre sacándose unos duros a cuatro pesetas. Montoro quiere perseguir a estos turistas del paraíso fiscal (a buenas horas), y nos parece muy bien que lo haga, pero no a costa de montarnos una guerra Falkland contra la Pérfida Albión. Rajoy no mandó a sus naves a luchar contra los elementos ingleses, pero este verano le ha salido el huracán Bárcenas (un buen elemento también) y otros ciclones rancios e históricos que siempre vuelven, como la guerra del Peñón, los moros en la costa y la pobreza endémica del español tercermundista que agoniza con la camiseta manchada de tintorro. Aprendamos de aquello que dijo Federico, aquello de las "altas torres en las que  viven los ingleses", porque son altas y poderosas. Si los anglos rodean Gibraltar de un mar de hormigón nosotros templanza y pelillos a la mar. Y aquí paz y después gloria, que no estamos para más Trafalgares.

Imagen:planetacurioso.com

viernes, 2 de agosto de 2013

EL PARO


¡El paro ha bajado! ¡El paro ha bajado! Tachín, tachán, qué alegría, qué alborozo, que suenen tambores y timbales, aleluya, aleluya, ya bota Mariano en el balcón de Oriente, que salude, que salude, que lo unjan y rieguen con rosas, claveles y vinillo de Jerez, tachín, tachán, carrozas doradas, carrozas por un tubo, el confeti, rápido, el confeti, los payasos de Anita, música, música, la banda nacional (la banda gurtel con sus tambores preñados de mierda), Paquito el Chocolatero, ejército de húsares y coraceros a la calle, a la calle de inmediato, a la calle todos, ya tardamos, que forme la claque de putis verbeneros con mantilla y peineta (la Cospe abriendo el cortejo), tachín, tachán, tachín, tachán, asquito me dan. Qué calladito se lo tenían estos fulanos de la derechona patria que nos malgobierna. Qué magos de las encuestas y los números estadísticos estos pilletes del sobre asomadizo. Al día siguiente de la inmolación política, al día siguiente del martirio en el Gólgota parlamentario (lo de ayer fue un calvario en toda regla con arrepentimiento espontáneo, cara de corderito degollado por las hordas marxistas y mirada extasiada al cielo de virgen mariana sin desvirgar), qué casualidad, qué bendita casualidad, que ¡zas!, el empleo ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Y ahora lo de siempre, la vieja cantinela rayada y polvorienta de siempre, que si España va bien, que si el país sale de la recesión, que si la máquina indigesta empieza otra vez a carburar. En un par de semanas pleno empleo, ya lo verán ustedes, lo va a decir, tal que en un momento, el de la corbata descarada, la flor de su secreto, el floripondio de Floriano. ¡Pero tachín, tachán, tachín, tachán, el llorar se va a acabar! ¡Presidente, presidente! Que bote la botella que ha limpiado Madrid de indigentes que hacían feo. ¿Dónde están ya esos mendigos con cartela, dónde está la famélica legión? Nada de nada, hombre, quién se acuerda de ellos, están todos de camarero dando el callo en Marbella, están todos chupándole la suela al patrón por un clavo ardiendo. Suenan los claros clarines, ya llegan los de Televisión Española, ya están ahí, ahí están, ahí están, por la puerta de Alcalá, ahí están viendo pasar el tiempo. Momias con carné de periodista y del otro, momias que han rescatado del guardarropía del Nodo. ¡Cómo destripan la encuesta del INE, los jodíos, cómo le sacan el triunfalismo a cada número amañado! ¿Son periodistas o cirujanos del poder? Tambores y timbales. Platillos y cornetas. Trompetas, fanfarrias, pechos fuera. Que no decaiga, estamos todos tan a gustito. Orgullo pepero, viva la raza. Se acabó la tristeza, la saudade Rubalcaba. Todos los rojos son iguales, unos tristes, unos funestos, unos cuervos. ¡A la playa, coño, a la playa, todo el país a la playa! Tintorro, botijo y tías en bolas. El chiringuito, el chiringuito. Bárcenas se abrasa en el pudridero con su tanga de rayas. Ya es historia el loco de la colina que quería escalar más alto, el falso culpable, el falso inocente, qué importa a estas alturas. Más dura será la caída. Ya no hay pobres, ya no hay paratas, ya no hay muertos desahuciados. Todo es alegría, todo es colorido, regocijo y jolgorio, todo es jijí, jajá, jijí jajá. Carnaval veraniego de la mentira y la propaganda. Éste es un país alegre que no lo paran cuatro rojos baladrones con ganas de gresca. El negocio funciona otra vez. Los ricos tripones a trincar y los pobres desgraciados a pagar. Cada mochuelo a su olivo, demasiados mochuelos con ojos de oro. Los guatergueis de tres al cuarto para los americanos. Aquí semos españoles, coño. Ladrones, sí, y a mucha honra.

Imagen: lavanguardia.es

jueves, 1 de agosto de 2013

FIN DE LA CITA


Ha estafado al pueblo, ha engañado a sus propios votantes, se ha metido en la americana unos cuantos sobres preñados de indecencia (puede que hasta algo más). Y ahora, en el Parlamento, en la catedral del pueblo, Mariano va y dice que se ha equivocado. ¡Acabáramos! "Cometer un error y no corregirlo es cometerlo dos veces" (Confucio, fin de la cita, como le gusta decir a su señoría). Pues si ha metido la zarpa hasta el cuello, que se largue, que dimita, que lo deje, como ya le aconsejamos en este blog, unas cuantas columnas más abajo. En política no existe el perdón. La política no es una sacristía donde se redimen los pecados. Los errores se pagan y punto, se asume la responsabilidad y el pueblo soberano ya pondrá a otro muñeco de feria. Ayer, estupefacto, casi me atraganto al escuchar cómo Mas decía que devolverá el dinero si el juez demuestra que CiU lo robó y asunto concluido. Claro, así de fácil, primero se roba ciegamente y si te pillan te arrepientes y rezas un padre nuestro y cuatro avemarías. No hijo no, no es así como funciona la democracia en los países avanzados. Hay éticas, leyes, códigos penales. Mucho nos tememos que Mariano ha perdido el prestigio y lo que es peor, la gracia y la honra. Ya lo avisó Quevedo: "El que pierde la honra por el negocio pierde el negocio y la honra" (fin de la cita). Pero es que además ya no nos hacen gracia ni sus insidiash, ni sus coartadash, ni sus "salvo algunash coshash". Tal como se preveía, ha sido una comparecencia en la que el presidente ha quedado atrapado en su propio callejón sin salida. Si mentía era demasiado evidente y flagrante. Si decía la verdad le esperaba el juez Ruz con el rodillo entre las manos. Y no se le ocurre decir otra cosa que se ha equivocado al confiar en un tesorero descuidero y largón. ¡Eso es lo de menos, hombre! De un tesorero solo se puede esperar que te engañe, como los administradores de fincas que te birlan las cuatro perrillas que tienes ahorradas en el banco. Hay peores errores en el oscuro mandato del señor Rajoy, como muy bien le ha recordado Rubalcaba. ¿No ha sido también un dislate dejarse llevar por la viciosa enfermedad de nuestro tiempo, por el grave trastorno de los dedos largos y los "sueldos y remuneraciones complementarias", como llama el líder del PP, eufemísticamente, a llevárselo muerto? ¿No ha sido un disparate engañar al pueblo tantas veces? ¿No ha sido acaso un grave error no haber tomado medidas a tiempo contra el filesa pepero, la orgía de dinero gurtel, las cuentas ocultas, las haciendas imperiales y los viajes por la patilla? Son demasiadas preguntas sin respuestas. Sin duda, Mariano está confirmando aquello tan agudo que dijo Woody Allen: "La vocación del político es hacer de cada solución un problema" (fin de la cita). Reviso de nuevo mi libreta de notas y repaso la sarta de memeces que acaba de decir el presidente. Asegura que se confundió al darle "crédito" a un tipo al que en el trabajo apodaban Luis El Cabrón. La verdad, con ese alias era como para fiarse. ¿Pero de qué crédito nos habla en realidad el canciller gallego? Para crédito el que le daba el tesorero a usted, un crédito ilimitado, a plazo fijo (fijo que llegaba cada mes), infinito, crema suiza a tutiplén. No hace mucho, teníamos que escuchar que Bárcenas era el falso culpable, como en aquella película de Hitchcock. Hoy ya es el "falso inocente" que ha sido capaz de dejar por pardillo a todo un presidente del Gobierno. Pero sobre todo, hay una cuestión que quedará en el limbo, una cuestión fundamental en la que no ha querido entrar el presidente. ¿De dónde salía tanta pasta? ¿Por qué el PP parecía una sucursal delegada de la banca suiza? ¿Quién era J.M., un señor con bigote y mala leche de Valladolid, quizás? Lamentablemente nos deja con esa gran incógnita sin resolver. Una nueva oportunidad perdida para explicarse. No importa, la Audiencia Nacional está a la vuelta de la esquina. Mientras tanto, como vemos que es buen aficionado a las sentencias certeras y lapidarias, ahí va una muy a tener en cuenta, una del gran Borges: "Hay que tener cuidado en elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos" (fin de la cita). Desgraciadamente, su cita con el pueblo ha quedado en bluf. Por mucho que pida perdón.

Imagen: terra.es