miércoles, 7 de agosto de 2013

GIBRALTAR ESPAÑOL


Estamos ya como en los cuarenta, cuando aquellos falangistas zumbadillos, después de dar caza a unos cuantos rojos masones, pintaban las paredes hambrientas de posguerra con el celebérrimo "Gibraltar español". Ya sabemos que este Gobierno nacionalpepero vive en un perpetuo revival franquista y hoy es el Peñón, mañana un alcalde gallego que alaba los fusilamientos de republicanos porque algo habrían hecho los mamones y pasado mañana una alcaldesa de la Castilla profunda que prohíbe una exposición critica con el chorizo ibérico de Bárcenas. Son tics retros, ya digo, tics antiguos de los que no se librarán ni en cien años. Hacer columna sobre el Peñón de Gibraltar es exponerse en gran medida a que te tilden bien de facha o bien de antipatriota. Escribas lo que escribas siempre quedas mal con el personal abordando el tema de ese último rincón del colonialismo europeo. A uno la verdad es que el islote anacrónico de la discordia se la trae al fresco. Que se lo queden los anglos, que nos lo devuelvan envuelto con un lazo rojigualda o que se lo coloquen al despistado Rey de Marruecos que firma indultos de pederastas es algo que no me quita el sueño. Mucho más importante y esencial es que nuestros colegiales no caigan desnutridos como moscas en las escuelas o limpiar el Parlamento de imputados o parar a los vejestorios del FMI, que les ha entrado otra vez la fiebre amarilla del oro y quieren bajarnos los salarios otro diez por ciento. Hay cuestiones mucho más urgentes que reivindicar la españolidad del Peñón, las Filipinas, Guinea o el Perejil, por poner los cuatro terruños coloniales que todavía están en el inconsciente colectivo de la derecha patria. Es cierto que el peñasco es, desde lo de Utrecht, la mosca cojonera sin resolver de la política exterior española. Es cierto que la Reina Madre no ha estado afortunada al echar esos bloques de hormigón a la mar de Alberti para que los pescadores españoles tropiecen y no puedan faenar el poco bonito que aún no hemos esquilmado. Pero Rajoy y su ministro han perdido los papeles políticos imponiendo el bloqueo a los llanitos como si se tratara de pobres palestinos de la Franja de Gaza. Vamos, que se han pasado tres pueblos y hasta la línea de la Concepción. Menos mal que Rajoy y Cameron eran ambos conservadores y se entendían, que si no. A nadie se le escapa ya que Gibraltar es una guarida caribeña de piratas donde recalan los yellow submarines enfermos de plutonio, las corbetas de la Royal Navy que acosan a nuestra Armada Invencible de picoletos, los narcos que trasiegan el chocolate marrocano, más los monos isleños que van todos ceguerones de White Label, o mejor de Chivas Regal, que estos macacos gibraltareños no tienen un pelo de tontos y se agarran las curdas con mucha pompa y circunstancia. Todo eso sin olvidar a los Bárcenas del mundo que van atracando por el islote, de Suiza a Suiza, de peñón a peñón y tiro porque me toca, y siempre sacándose unos duros a cuatro pesetas. Montoro quiere perseguir a estos turistas del paraíso fiscal (a buenas horas), y nos parece muy bien que lo haga, pero no a costa de montarnos una guerra Falkland contra la Pérfida Albión. Rajoy no mandó a sus naves a luchar contra los elementos ingleses, pero este verano le ha salido el huracán Bárcenas (un buen elemento también) y otros ciclones rancios e históricos que siempre vuelven, como la guerra del Peñón, los moros en la costa y la pobreza endémica del español tercermundista que agoniza con la camiseta manchada de tintorro. Aprendamos de aquello que dijo Federico, aquello de las "altas torres en las que  viven los ingleses", porque son altas y poderosas. Si los anglos rodean Gibraltar de un mar de hormigón nosotros templanza y pelillos a la mar. Y aquí paz y después gloria, que no estamos para más Trafalgares.

Imagen:planetacurioso.com

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