miércoles, 1 de diciembre de 2021

JOSÉPHINE BAKER

(Publicado en Diario16 el 1 de diciembre de 2021)

Icono musical y musa de los locos años 20, emblema de la lucha por los derechos civiles y de los negros, bisexual, guerrera contra los fascismos y espía que dio jaque a los nazis, Joséphine Baker fue el gran terremoto sociológico que abrió la puerta a la liberación de la mujer. Ayer, la Venus de Ébano entró en el Panteón de París junto a los más grandes como Voltaire, Rousseau, Victor Hugo y otros franceses ilustres. A los españoles nos sigue produciendo cierta envidia ver con qué solemnidad trata Francia a sus hijos inmortales. De haber sido española la Baker, hoy probablemente sus restos descansarían en un cementerio apartado, desconocido, recóndito, o en algún lugar en el exilio, y la derecha asilvestrada y montaraz que tenemos haría una batalla cultural contra cualquiera que tratase de restaurar su memoria. Antonio Machado, nuestro más grande poeta, murió en Colliure huyendo de la guerra y allí está todavía, aunque siempre haya rosas frescas sobre su lápida. “Solo la tierra en que se muere es nuestra”, dijo el genio de las letras.

Macron había preparado una ceremonia a lo grande para honrar a la Diosa Criolla, casi un funeral de Estado. Con un país a las puertas de las elecciones, algunos han querido ver un acto electoralista y propagandístico, pero lo cierto es que en los tiempos que corren se antoja más necesario que nunca entronizar en el altar que corresponde a aquellas figuras que se destacaron por su compromiso con la democracia y su lucha por la libertad y contra el fascismo. Hoy, cuando el nuevo totalitarismo resucita con fuerza y se abre camino otra vez en toda Europa, no hay que escatimar en actos sociales para recordar a las nuevas generaciones que el monstruo del odio no muere nunca, sino que vive aletargado, hibernado, y cada cierto tiempo regresa para atormentar a la humanidad con su zarpazo de violencia y sangre. “Francia es grande cuando no tiene miedo”, dijo Macron ante el inmenso retrato de una esplendorosa Baker vestida de militar. Que sea la primera mujer negra que entra en el Panteón de París, algo inaudito en pleno siglo XXI, dice mucho del estadio evolutivo prematuro en el que se encuentra la especie humana. Menos mal que Francia era el país de la liberté, égalité y fraternité.

No fue casual el calendario elegido para ensalzar a la artista que sacudió los cimientos del reaccionarismo mundial con su falda de plátanos, sus ojos vivarachos y sus tetas al aire. Ayer mismo, el polemista de extrema derecha Éric Zemmour, el nuevo hitlerito francés, lanzaba oficialmente su candidatura al Elíseo. En un país que fue ocupado por las nazis y que sufrió el horror del totalitarismo, de las ejecuciones masivas y del racismo ario, parece mentira la facilidad con la que se propaga la desmemoria en todos los ámbitos de la sociedad y con la que medran los nuevos charlatanes del nazismo posmoderno. Brotan como setas. Al aristócrata clan de los Le Pen (esa ralea reptiliana de padres e hijas) le han seguido otros que van probando suerte como salvapatrias de opereta y guardianes de las esencias nacionales francesas. Ahora le toca el turno a este polemista, tertuliano y dicen que periodista al que se le atribuyen frases tan crudas y desalmadas contra los inmigrantes como “la mayoría de los traficantes son negros o árabes” (ya fue condenado y multado con 3.000 euros por propagar el odio a los musulmanes en programas de televisión). Él se define como bonapartista y gaullista, pero en realidad no es más que otro tonto a las tres que se cree superior a los demás por ser blanco, un chusco revisor de la historia que piensa que el mariscal Pétain, carcelero y colaboracionista con el Tercer Reich, ayudó a salvar a muchos judíos del Holocausto. Hace falta ser cretino.

Pero hoy es un día hermoso para la democracia europea y conviene no estropearlo con mediocres, brutos, cortos de entendederas y acomplejados que no han sabido o no han podido resolver sus fobias y sus trastornos infantiles freudianos, cayendo en la más burda xenofobia que está en el origen mismo del fascismo. Tiempo habrá de psicoanalizar y estudiar al nuevo bicho raro, al tal Zemmour, cuyo rostro, dicho sea de paso, es una mezcla de Nosferatu revivido y curilla resabiado. Hoy es preciso recordar a la Baker, patrimonio universal de la humanidad, mujer revolucionaria, misteriosa y rutilante, símbolo de un erotismo político que cambió la historia del mundo a golpe de cadera sobre los escenarios. Desde su última morada en el Panteón francés de grandes personalidades, la diosa del Folies Bergère viene a prevenirnos ante aquellos que promueven la identidad nacional blanca y ultracatólica frente a la diversidad y la multiculturalidad integradora que los nuevos fascistas llaman, despectivamente, “indigenismo”. Solo escuchar a esta tropa que también esparce su bilis supremacista por España (no hace falta dar nombres) hiela la sangre.

Joséphine Baker fue una militante por la tolerancia y la fraternidad entre las personas y los pueblos. “Su causa era el universalismo, la unidad del género humano, la igualdad de todos antes de la identidad de cada uno, la aceptación de todas las diferencias reunidas por una misma voluntad, una misma dignidad”, dijo Macron ante el cenotafio cubierto con la bandera francesa. A la bailarina de la libertad le han concedido las cinco medallas, incluida la de la Legión de Honor, por su sacrificio como heroína de la Resistencia. A partir de ahora su espíritu estará en el Panteón, aunque sus restos seguirán reposando en Mónaco junto a su marido y uno de los doce hijos que adoptó. Su “tribu arcoíris” que es el mejor legado del humanismo y la mejor semilla de la paz frente al discurso y la barbarie nazi.

LA ESPAÑA VACIADA

(Publicado en Diario16 el 30 de noviembre de 2021)

Va creciendo el movimiento político de la España Vaciada (EV) y los partidos del bipartidismo empiezan a mirarlo con una mezcla de recelo e interés por lo que tiene de amenaza contra el establishment y de posible granero de votos. Todo empezó con Teruel Existe, aquella coordinadora ciudadana fundada en 1999 para exigir, entre otras cosas, ferrocarriles y carreteras donde solo hay polvorientos caminos de cabras, escuela pública donde ya ni siquiera quedan niños y hospitales donde el abnegado médico sigue yendo con su maletín, de acá para allá y de pueblo en pueblo, como en el XIX. También alzan la voz, y no es menos importante, para reclamar respeto a los pueblos abandonados tras décadas de éxodo del campo a la ciudad, despoblación y desprecio por el mundo rural.

En el fondo estamos ante el grito desesperado de nuestras villas y aldeas cada vez más vacías y desérticas, un fenómeno sociológico que en buena medida tiene mucho que ver con la España invertebrada, aquel término acuñado por Ortega y Gasset hace un siglo para identificar un mal, el de un país desestructurado, que está en la raíz de buena parte de los problemas históricos de los españoles. Si para ir de un pueblo de Galicia a otro de Asturias en tren hay que pasar primero por Atocha, eso es que sigue imponiéndose la vieja concepción centralista del Estado y que sigue habiendo mucha tierra de nadie, con la correspondiente masa humana abandonada a su suerte. O sea, un polvorín demográfico que finalmente ha terminado por estallar.

La gente que vive en el amargo agro ya se ha cansado de no ser escuchada, se ha organizado en torno a un movimiento disruptivo y son legión. Los últimos sondeos dan hasta 15 escaños al movimiento España Vaciada y le otorgan la condición de llave para cualquier partido con aspiraciones a gobernar. El fenómeno político se ha convertido en una cuestión de la máxima importancia y los diferentes partidos, que han olido el rastro de la rabia popular y del voto fácil, ya incluyen el asunto en sus agendas y programas. Por fin han caído en la cuenta de que cualquier señorito de la ciudad que pretenda aspirar a la Moncloa algún día tendrá que contar antes con el sencillo y humilde paisanaje del campo, los habitantes de la España profunda cansados de vivir como espectros en pueblos fantasmas.

Así las cosas, Pedro Sánchez ha tomado conciencia de lo que se le viene encima y ha empezado a reaccionar, aunque tarde y mal. Está en juego, ni más ni menos, que su investidura en 2023 y ya se sabe que el presidente se mueve por instinto killer de supervivencia. Si hay algo o alguien que le hace sombra, da la orden de que parezca un accidente y a otra cosa. Los hombres y mujeres del campo levantando sus azadas y guadañas tras siglos de marginación y olvido no son una buena noticia para él, por lo que es preciso segar ese prado cuanto antes. La amenaza es inminente y el premier socialista ya ha encargado a su fiel escudero Félix Bolaños que haga algo para frenar el movimiento de los indignados del rural, que abra casas del pueblo del PSOE en establos y galpones, que pacte con ellos allá donde sea posible, que haga lo que sea necesario con tal de frenar la marea seca y cuarteada, la marea marrón que se agita como un tsunami. Javier Lambán, en otro inmenso error, los acusa de “cantonales y populistas” cuando lo que hay es mucho olvido, atraso y tercermundismo. Al barón socialista aragonés solo le ha faltado llamar paletos pueblerinos a sus paisanos del árido interior. Los supervivientes del campo no entienden de teorías sobre la nueva socialdemocracia sanchista ni sobre la construcción de Europa, un continente que les queda muy lejos. Ya tienen bastante con encontrar agua en los pozos de secano, con que no se les mueran las vacas y con limpiarse cada día las botas llenas de barro.

De alguna manera, a Sánchez le está pasando como a Woody Allen, que el campo le pone nervioso porque está lleno de grillos, no hay a donde ir después de cenar y te puedes encontrar con la familia Manson. Los Manson enemigos de la izquierda no son otros que los muchachos de Abascal, que se han hecho fuertes en la España vacía y ya patrullan los campos con la boina calada, los pantalones de pana, el palillo de dientes en la boca y el trabuco al hombro en una especie de Novecento a la española. Todo el campo estéril de España, sus roquedales y calveros, sus estepas yermas, sus cortijos caciquiles y sus cañadas de la Mesta, han caído ya en el mapa del bando nacional, o sea Vox con su feudalismo revolucionario y agropecuario que se revuelve contra el poder de la ciudad opulenta, contra la deshumanizada industrialización del mundo urbano y contra la democracia misma, que como venimos diciendo ha fracasado en la tarea de vertebrar España.

El Gobierno tiene motivos para estar preocupado porque cuando la gente del agro –de normal pacífica, noble y hospitalaria–, se levanta y dice hasta aquí hemos llegado, tiemblan los palacios regios de Madrid. Una nueva revuelta del hambre está en marcha, como cuando el motín de Esquilache. Las plataformas ciudadanas brotan como setas en los áridos campos de Castilla, en el latifundio andaluz, en el páramo manchego. Las milenarias casas solariegas cobran vida y rugen contra el Gobierno. Los campanarios de las moribundas ermitas resucitan y truenan contra un falso socialismo que condena al terruño rústico al polvo, a la pertinaz sequía y a la amnesia histórica. Esto no es la lucha eterna entre el fascismo y el comunismo, esto es la España seca que se alza contra la España húmeda; la España pobre de siempre contra la España rica; la España vieja y sabia de Séneca que ya no aguanta más y se rebela contra los modernos golillas de los ministerios y los finos políticos de la capital con sus falsos másteres universitarios, sus lustrosos trajes endomingados y sus ocurrencias en Twitter.

Las próximas elecciones no solo se jugarán en el cinturón rojo de las grandes ciudades, donde el proletariado va cambiando la bandera soviética por la camisa azul. También en los pueblos de la España deshabitada que hasta ahora dormían el sueño de los justos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ALMUDENA GRANDES

(Publicado en Diario16 el 30 de noviembre de 2021)

Ahora que acabamos de despedir a Almudena Grandes, con tristeza y consternación por su muerte prematura, es momento de reflexionar sobre la profunda huella, literaria y política, que deja esta gran dama de la literatura contemporánea, de la izquierda española y del activismo como expresión de la conciencia colectiva y social. Almudena había logrado el éxito con sus primeras novelas (Las edades de Lulú y Malena es un nombre de tango, entre otras), la crítica se había rendido a sus pies y su obra estaba siendo traducida a otros idiomas y llevada al cine por Bigas Luna. Había dado con la fórmula mágica (la literatura es una mezcla de talento y algo de suerte) y le bastaba con seguir por esa senda profesional y vital que le garantizaba premios, suculentos contratos, fama y dinero. Ella misma llegó a decir que aquel éxito fulgurante “le regaló la vida que ella quería vivir”, de modo que jamás podría “saldar esa deuda”.

Sin embargo, inesperadamente, en ese momento trascendental de su carrera literaria, decide dar un giro a su obra, arriesgarse a explorar nuevos temas narrativos e implicarse todavía más. Es entonces cuando la autora madrileña decide quitarse el batín de escritora burguesa frente al jardín de su casa y dar un salto mortal literario que la llevaría sin duda al olimpo de las letras en castellano, junto a los grandes dioses como Pérez Galdós, Rosalía de Castro, Pardo Bazán y Ana María Matute. El gran logro de Grandes fue no quedarse con todo lo que le regalaba la vida (un golpe de fortuna solo para privilegiados) sino en seguir buscando esa voz interior que pugna por salir en todo escritor, esa coherencia con las ideas, ese anhelo de justicia y de su irrenunciable compromiso con los suyos. Justo en ese momento decide publicar El corazón helado (2007), un relato sobre familias falangistas y republicanas con el que da la voz a los exiliados de la guerra y a sus hijos. Almudena había mutado de piel y de paso había abierto una puerta que pocos escritores se atrevían a traspasar en aquella época: la de la recuperación de la memoria histórica.

Aquella novela fue, además de un gran prodigio literario, una apuesta valiente. Téngase en cuenta que hablamos de los años en que buena parte de la crítica denigraba a todo aquel escritor/a que se centrara en temas relacionados con nuestro sangriento pasado. Hasta tal punto llegaba la alergia a la memoria democrática que el establishment literario solía rechazar manuscritos alegando que la gente estaba harta de historias que hablaran sobre nuestra gran tragedia nacional. De alguna manera se imponía la extraña creencia de que escribir “otra maldita novela sobre la Guerra Civil” era sinónimo de fracaso porque había overbooking en las librerías y porque supuestamente a la gente no le interesaba. Almudena vino a demostrar que las dos afirmaciones eran falsas. Ni se había escrito todo, ni mucho menos, ni faltaban lectores. Así supimos que el gran público, ese que lee por devoción, no por modas o por comprar un libro como quien compra un frasco de colonia, estaba ávido por saber más cosas sobre nuestra historia reciente, esa parte de nuestro pasado que el franquismo había logrado enterrar tras una Transición que funcionó como un truco perfecto para pasar página y olvidar los crímenes contra la humanidad que aquí se cometieron. Una vez más, Almudena dio con la tecla y de paso nos enseñó que el lector es capaz de distinguir entre buenas y malas historias con independencia de si transcurren en una trinchera del frente de Aragón en 1937 o en una nave espacial en un futuro distópico.

Nuestra admirada escritora se había enganchado a la memoria histórica y ya no podía parar. Pero esta vez no escribía solo en busca del éxito arrollador, sino para poner las cosas en su sitio, para recuperar la dignidad de los derrotados y de alguna manera para instaurar una especie de justicia universal de la que los represaliados no pudieron gozar durante cuarenta años por razones obvias. AG ofrecía un tres en uno a sus lectores para desengrasar las conciencias anestesiadas: buena prosa, recuperación de esa parte de la historia silenciada e ignorada y reparación moral de las víctimas a través de la ficción (a la vista de que ya resultaba imposible hacerlo ante un tribunal ordinario de Justicia). Una vez más, la literatura venía a parchear los agujeros que a menudo suele dejar la historia, ayudando a recomponer un puzle al que le faltaban no pocas piezas.  

A El corazón helado le siguieron los Episodios de una guerra interminable, una hexalogía compuesta de seis novelas que se convierte en su gran epopeya galdosiana. Sin duda, con esa obra a muchos de sus jóvenes lectores les ocurrió el mismo proceso mental que a ella, que se hizo de izquierdas “leyendo”, tal como confesó en más de una ocasión. Los Episodios fueron la culminación de la gran odisea almudiana, pero la autora de la voz enérgica y los ojos arabescos aún nos iba a dejar una última joya impagable: Los besos en el pan (2015), otro retrato sobre la España de los perdedores, aunque en esta ocasión los protagonistas eran los derrotados de hoy, los explotados y estafados de nuestros días, los represaliados por el sistema y por otra clase de dictadura: la de la injusticia social. En esta novela, de rabiosa actualidad, Almudena Grandes reclama “volver a vivir con dignidad, como nuestros abuelos”, y de paso denuncia un país de “horteras y borricos”, una España que de repente se ha vuelto fea, casposa, individualista, pacata, insolidaria y materialista hasta niveles enfermizos e insoportables.

Todo eso y mucho más (un feminismo clásico incardinado en la lucha política de la izquierda) nos lo da la más monumental de nuestras escritoras contemporáneas: una mujer que de niña soñaba con ser escritora mientras su madre quería que se dedicara a una “carrera de chicas”. Frente a esa corriente literaria de moda que trata de desprenderse del compromiso social para centrarse solo en lo estético y en el placer burgués, Grandes reivindica el valor de la denuncia de una dura y cruda realidad que sin narradores comprometidos como ella quedaría enmascarada como un falso trampantojo.

LOS FONDOS EUROPEOS

(Publicado en Diario16 el 29 de noviembre de 2021)

¿Qué está pasando con las ayudas europeas? ¿Por qué el dinero de los fondos covid para recuperar la maltrecha economía española no está llegando donde tenía que llegar? El Gobierno debe dar respuestas cuanto antes porque está en juego el futuro y en la sociedad española empieza a cundir la sombra de la sospecha, la desconfianza y la desafección hacia el sistema. Vivimos en un país de natural fenicio y la experiencia de nuestra historia reciente nos dice que cada vez que Bruselas abre el grifo del maná florece la corrupción, las ayudas no llegan a quienes más las necesitan y el parné vuela a paraísos fiscales, donde algunos hacen negocio y estraperlo con el oro europeo. Ya ocurrió con el fraude del lino, con las subvenciones lecheras, con los cursos de formación para el empleo y con tantos otros sectores. Y lo que no se sabe. Hace apenas dos años, la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude, OLAF, dependiente de la Comisión Europea, dio un serio toque de atención a España para que pusiera freno al fraude a gran escala en los cursos de formación para parados con fondos transferidos por la UE y gestionados por las comunidades autónomas. Otro sonrojante bochorno internacional.

Según cuenta hoy la Cadena SER, de los 7.000 millones que se anunciaron para bares, restaurantes y autónomos, las comunidades van a devolver 2.500 que no han conseguido repartir. “El ranking del desastre”, como dice Javier Ruiz, el periodista que firma la información, lo encabezan Castilla y León y Asturias, donde más del 74 por ciento del dinero enviado por la UE se ha devuelto (en la primera comunidad, de los 232 millones previstos, 180 no se han adjudicado a beneficiario alguno, mientras que en el Principado asturiano 107 millones se habían comprometido y de momento solo han llegado 27 para los siempre necesitados trabajadores autónomos). En otras regiones como Murcia también se está perdiendo buena parte del potosí europeo, concretamente el 70 por ciento del dinero comprometido. Así las cosas, castellanos, asturianos y murcianos verán cómo tres de cada cuatro euros anunciados no llegarán al sector de la hostelería, el que más ha sufrido los estragos de la terrible pandemia coronavírica. “Sea como sea, el veredicto está cerrado ya: las ayudas anunciadas a bombo y platillo han sido un fracaso anunciado”, asegura Ruiz.

Todo apunta a que nos encontramos ante un fiasco mayúsculo del que el Ejecutivo Sánchez debe dar explicaciones cuanto antes y hasta el último céntimo. Llevamos meses escuchando que España saldrá como un tiro de esta crisis gracias a los fondos estructurales de la UE, nos habían dicho por activa y por pasiva que con el jugoso regalo del Banco Central Europeo podríamos reparar las averías endémicas de nuestra decadente economía, modernizar el modelo productivo y ponernos al día con los países más avanzados. Y sin embargo, lamentablemente, hoy nos desayunamos con esta noticia inquietante de la cadena de radio de Prisa que desprende un nauseabundo tufillo a burocracia decimomónica, a mala incompetencia, a chapuza nacional y, aunque no queremos pensar mal, a derroche y despilfarro.

A estas alturas la gran pregunta es: ¿pero qué manirroto está detrás de este desaguisado? ¿Quién es el responsable, qué lumbrera ha permitido este fiasco que deja la imagen de nuestro país por los suelos? La cuestión merece una urgente comisión parlamentaria, que los muchachos de la UCO se pongan a trabajar en esto día y noche y que intervengan las tanquetas de Marlaska, si es preciso, que ahí es donde debe estar la policía y no repartiendo leña al obrero en los talleres metalúrgicos de Cádiz. Que se abra un expediente ya mismo, que los radares enfoquen a los furgones blindados de Bruselas y que los españoles sepan qué demonios está pasando con tanto dinero antes de que los buitres aprovechados de siempre abran el pico y las alas y se lancen a por los restos –esos milloncejos de nada, esos piquillos sobrantes, esos tesoros olvidados que según las comunidades autónomas nadie quiere–, para darse el fiestón de siempre.

El Gobierno culpa a las autonomías, las autonomías tiran balones fuera, los autónomos se quejan de que no les han escuchado, mientras el dinero se va por los sumideros del Estado. Aquí ya da igual si la culpa es de Sánchez o de Ayuso, esto es un escándalo nacional que se cura con ceses y dimisiones. Si el problema es que entre el funcionariado sigue habiendo mucho profesional de la siesta de tres horas, limpieza y a la calle. Y si de lo que se trata es de que el dinero se pierde por otros negociados o almonedas investíguese.

No salimos de la leyenda negra española, seguimos anclados en aquellos oscuros tiempos en que los galeones españoles repletos de oro americano atracaban en los puertos andaluces y los lingotes iban de acá para allá, por palacios, latifundios e iglesias, mientras el pueblo era condenado a la sopa boba, al puchero de ajos podridos y a la picaresca como modo de vida y argumento para nuestros mejores novelones. Cientos de miles de familias necesitadas de ayudas económicas para sobrevivir, millones de españoles pobres (más de ocho, según las últimas estadísticas), y nos dicen que aquí sobra el dinero o no se sabe dónde destinarlo. Pocas noticias más indignantes que la que nos sirve hoy de buena mañana la SER. A lo peor es que, quien debe repartir la tarta europea, o no sabe, o no quiere o desvía su cacho para otros fines. Ya lo dice el refrán: el que parte y reparte se queda con la mejor parte. Seguro que va a ser eso.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS COTORRAS

 

(Publicado en Diario16 el 27 de noviembre de 2021)

El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, ha declarado la guerra sin cuartel a las simpáticas cotorras. El Ayuntamiento cree que estas pequeñas y coloridas aves provocan “un efecto muy negativo sobre la diversidad” y no se le ha ocurrido nada mejor que acabar con los pajaritos a perdigonazo limpio. Mucho cuidado a partir de ahora con los apacibles y recoletos jardines de Madrid, porque en cualquier momento sale un cazador con carabina de detrás de un seto y convierte un parque lleno de niños en un Puerto Hurraco de las aves o en una violenta batida que ni La caza de Carlos Saura.

En España las cosas siempre se han arreglado así, a tiro limpio, y ahora que llega la extrema derecha con su violenta propuesta para liberalizar el mercado de armas mucho más. Seguramente había otras posibles soluciones menos sangrientas y macabras para encarar el problema de la superpoblación de cotorras. Pero eso sería tanto como hacer las cosas por la vía civilizada, a la manera europea, y esa forma de entender la política no casa con nuestra derechona asilvestrada, taurina y trabucaire. Si no respetan la vida de un toro, un animal inteligente, noble y hermoso, cómo van a perdonarle la vida a una inofensiva cotorrilla que no vale nada. Balazo al canto y pardal que vuela a la cazuela. O como ha dicho el propio alcalde: “Si soy un salvaje por proteger a los madrileños, seré un salvaje”. Hace falta ser bruto.   

En realidad, no debemos extrañarnos de la indiferencia que este hombre muestra hacia los animales. Estamos hablando de un político que llegó al poder municipal diciendo que prefería salvar la catedral de Notre Dame antes que el Amazonas (gran reserva biológica del planeta) y denunciando que el plan Madrid Central de Manuela Carmena para reducir la contaminación le parecía cosa de comunistas y ecologetas trasnochados. ¿Qué se podía esperar de alguien así? ¿Qué podíamos esperar de un alcalde sin la más mínima sensibilidad por la naturaleza? Pues esto mismo, que la emprendiera a tiros con un pájaro encantador que además dice las verdades del barquero.

Cualquiera que haya tenido una cotorra o un periquito alguna vez se habrá sorprendido con la inteligencia y la simpatía de estas chismosas del aire capaces de imitar los sonidos del habla humana. Quizás sea eso lo que preocupa a Martínez Almeida, que a las cotorras les dé por hablar, que le den al pico y a la mui, que ellas que lo ven todo desde arriba larguen lo que está pasando fuera de cámara en el PP de Madrid. Si una de estas emplumadas exóticas pía, hay un terremoto político en las derechas españolas. Si una cotorra le va a Ayuso con el cante de algo que, cinco minutos antes, ha dicho el alcalde sobre ella, se rompe en dos el partido. Imaginemos la que se puede formar si la presidenta madrileña extiende la mano en el balcón de su castillo en Puerta del Sol y una cotorra se posa suavemente en su dedo índice para replicar lo que va diciendo de ella su máximo rival político. “Ayuso traidora, Ayuso traidora”. Arde Génova.

Está claro que en Madrid había demasiados testigos alados, demasiadas cotillas verdosas poniendo el oído por ahí (y ahora no nos estamos refiriendo a Rocío Monasterio). Había que liquidar a las pobres cotorras, trovadoras del aire que no hacen otra cosa que contar lo que escuchan, parlar alegremente y decirle a los humanos la verdad pura y dura, descarnada, sin excusas ni retóricas políticas. La cotorra, una mascota a la que han colgado el cartel de invasora sin tener la culpa de nada (fue la estupidez y el capricho del hombre la que la desplazó de su hábitat), no es más que el símbolo perfecto de la desquiciada globalización y de una época decadente dominada por el depredador sapiens, dueño y señor de la Tierra que está acabando con los animales bien de calor, por el calentamiento climático, o a sangriento escopetazo.

Decía Dostoievski: “Sed alegres como los niños, como los pájaros del cielo”. Definitivamente, tras esta lluvia de pájaros abatidos, Madrid es hoy una ciudad más triste, más sórdida, más fea. La ciudad de los pájaros muertos. Decir que Almeida es el Hitler de las cotorras sería excesivo y no estamos para hipérboles literarias, que luego nos critican los analistas sesudos de la izquierda. Pero la noticia de la masacre es tan horrible que ya traspasa fronteras. Los ecos de las escopetas y las matanzas del alcalde matarife llegarán al mundo civilizado y sensible con los derechos de los animales, a París, a Berlín, a Londres y Nueva York. Las redes sociales del influyente lobby animalista iniciarán una campaña contra el Auschwitz madrileño de la cotorra. E Instagram se llenará de fotografías de avecillas despanzurradas, patas arriba, fritas y acribilladas a balazos. Una barbarie, una salvajada, un genocidio cotorril. El mundo se espeluznará ante esos salvajes españoles que convierten sus ciudades en cotos de caza franquistas y hasta Brigitte Bardot, gran madrina de los animales, y la indomable Greta Thunberg tomarán cartas en el asunto.

“Mira los cadáveres, les están pegando tiros”, grita una vecina horrorizada mientras persigue a los cazadores que se tapan la cara huyendo tras el cotorricidio. El alcalde aún no sabe dónde se ha metido. Ya lo pintan como un siniestro taxidermista, el Norman Bates de las cotorras. Por Hitchcock sabemos cómo los pájaros se revuelven contra el hombre arrogante que no respeta las leyes de la vida. Martínez-Almeida no debería gestionar este asunto a la ligera o puede convertirse en el cazador cazado. ¿La habrá tomado con la cotorra porque le recuerda a Ayuso?

Viñeta: Pedro Parrilla

LA POLICÍA DE VOX

(Publicado en Diario16 el 26 de noviembre de 2021)

La ley mordaza es inconstitucional y tiene que ser derogada. No lo dice Pedro Sánchez ni Alberto Rodríguez –el diputado de Podemos empapelado por dar una patada a un policía de la que no hay pruebas ni testigos más allá del testimonio del afectado–, lo dicen todos los organismos y tribunales con competencias en la materia. Que el bodrio autoritario ideado por Rajoy para reprimir manifestaciones callejeras va contra derechos fundamentales es algo que ha denunciado la ONU, la Unión Europea, la Comisión de Venecia y hasta el Tribunal Constitucional, el máximo órgano judicial español nada sospechoso de chavismo. Sin embargo, este fin de semana las derechas volverán a sacar a la calle a los policías para forzar al Gobierno a dar marcha atrás a su batería de enmiendas contra la ley de seguridad ciudadana. Preparémonos pues para un desfile militar en toda regla, una película de acción con los policías de Jusapol en el papel de extras y haciendo realidad el gran sueño del golpe a Sánchez de Santi Abascal.

Como buen discípulo aventajado de Trump, el líder de Vox sigue la hoja de ruta trazada por el ideólogo del nuevo fascismo posmoderno. Trump prometió un muro fronterizo y Abascal contempla su muro también (cada vez que va a Ceuta y Melilla la lía parda con ese tema). Trump niega la violencia machista y miren ustedes lo que pasó ayer en el Congreso de los Diputados. Y si Trump tiene a sus paramilitares barbudos de los Proud Boys, gente bragada y armada hasta los dientes dispuesta a asaltar el Capitolio, en su cerco al Congreso Abascal cuenta con la Policía Nacional y la Guardia Civil, que ya lo siguen como un solo hombre en su “guerra cultural” contra el socialcomunista bilduetarra. No deja de ser preocupante que un gremio fundamental para el sostenimiento del Estado de derecho como el de las fuerzas de seguridad se haya cuadrado marcialmente, poniéndose sin rechistar a las órdenes del Caudillo de Bilbao. La misión de un policía es servir al ciudadano, al de derechas y al de izquierdas, y no mezclarse en asuntos políticos ni con un salvapatrias de opereta. Un agente debería mantener la escrupulosa neutralidad ideológica a la que está obligado por ley, como se le exige a cualquier otro funcionario de la Administración pública, pero parece que aquí ya nos hemos acostumbrado a que la policía española sea la policía de Vox. Otra involución franquista. De ahí a la Brigada Político Social hay solo un paso. De ahí al viejo modelo pareja de la Guardia Civil buscando al gitano con el jamón al hombro por los caminos polvorientos de España media solo un suspiro.  

Produce miedo y estupor que un sindicato como Jusapol, que en teoría está para defender los legítimos derechos laborales de los policías, se haya convertido en la fuerza de choque de un partido ultraderechista, cuando no en la guardia de corps de Abascal. Pero así son las cosas, así de crudo y de negro se está poniendo el panorama en nuestra maltrecha democracia. En los últimos tiempos Vox se ha infiltrado peligrosamente en las instituciones y en el tejido social de este país. Ya controlan la judicatura (bochornoso que el Tribunal Constitucional tumbe un estado de alarma por una pandemia tras un recurso voxista que no se sostiene ni lógica ni jurídicamente). Ya cuentan con el apoyo incondicional de no pocos grupos de cabildeo (camioneros, agricultores, autónomos) que si se echan a la calle llevados por el odio ultra son capaces de paralizar un país y poner de rodillas a un Gobierno democrático. Y el remate al peligroso proceso hacia el Sindicato Vertical que lo controla todo es esa descarada politización de nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado, que acabarán incluyendo en sus manuales de instrucción policial los principios generales del Movimiento Nacional, el estilo Torrente (el brazo tonto y facha de la ley), y un teñido al uniforme verde oliva de la Guardia Civil para darle el clásico tono fosforito Vox. Habrá que ver a los guardias de la España de Abascal enfundados en el mono chillón del partido único. Una horterada.

Toda esa radicalización de un cuerpo policial echado al monte viene, no lo olvidemos, de los tiempos de Rajoy, del procés de independencia en Cataluña y de unos piolines antidisturbios a los que primero arengaron con el patriótico grito de “a por ellos oé” y más tarde dejaron tirados, condenándolos al angosto camarote de un barco y al rancho frío y malo, como en la leyenda de la España negra que abandonó a su suerte a los últimos de Filipinas. O sea, que la derecha ultraliberal, una vez más, tiene bastante que ver en la progresiva degradación de un servicio público vital para el Estado de bienestar como es la seguridad.

Siempre se ha dicho que tenemos la mejor Policía del mundo. Y es cierto, ahí están los datos y estadísticas para corroborar esa tesis. Fruto de esa buena labor de modernización y europeización de los cuarteles que se ha hecho durante décadas es que hoy España registra las cifras más bajas de delincuencia de la Unión Europea y el guiri que visita nuestro país puede pasear por la noche y llenar los bares de copas de nuestras grandes ciudades sin miedo al tironero, al descuidero y otras faunas criminales. Pero a este paso, de continuarse por la senda de la politización y la radicalización extrema, van a terminar por ensuciar la buena imagen de nuestros agentes dentro y fuera de las fronteras. Si el ciudadano ya no confía en sus jueces politizados, los eficaces agentes españoles van camino de perder también ese halo de prestigio y esa brillante hoja de servicios en la lucha contra la delincuencia común, el terrorismo, la droga y el crimen organizado.

No cabe ninguna duda de que Jusapol es la guardia mora del nuevo Generalísimo. Una pena que las demás organizaciones y asociaciones policiales, por temor a perder votos, traguen con lo que les dicta el Sindicato Vertical. En cuanto al desnortado Casado, a esta hora se desconoce si va a acudir. El problema es que, aunque vaya, ya no pinta nada en esta historia. Pobre hombre.

Viñeta: Iñaki y Frenchy