sábado, 28 de diciembre de 2013

CALATRAVA


Hace unos años, un distinguido arquitecto cuyo nombre me reservo me dijo muy confidencialmente: "Calatrava es un bluf; la Ciudad de las Ciencias terminará hundiéndose". Y mira por dónde, hoy se está hundiendo. Los ladrillos de todos esos edificios futuristas que el arquitecto valenciano levantó en los años del pelotazo fenicio no aguantan, tiemblan, se caen a trozos mientras el Gobierno valenciano se pone muy tarasca y digno y anuncia inminentes querellas contra el famoso diseñador. ¿Pero qué querellas ni qué milongas, habría que preguntarle al honorable Alberto Fabra? ¿Estaría el president dispuesto a llevar a los tribunales todos los sobrecostes, las facturas, las comisiones, los supuestos pelotazos que se han dado a costa de ese complejo faraónico símbolo de una época de derroche y despilfarro? ¿Tendría su señoría el valor suficiente para poner encima de la mesa de un juez todos los desmanes que se han cometido en la construcción de ese monumento babilónico? No nos venda la moto, molt honorable, y no nos haga hablar de su gestión, que para eso ya está el ácido Cronista Montañés, un par de blogs más adelante. Que Fabra sea el gestor más idóneo y competente para salir de esta crisis está aún por ver (dejemos que sea la Historia quien lo diga) pero a fecha de hoy una cosa ya ha quedado demostrada: que es un gafe de los buenos. A Albertito últimamente se le hunden los titanics de la Valencia más opulenta y vanguardista: se le hunde la banca, se le hunde la televisión autonómica, se le hunde el Valencia Club de Fútbol con todos sus fichajes y sus jeques chinos de Singapur y ahora se le hunde la Ciudad de las Ciencias, icono de la valencianía del derroche, el lujo pijo y la horterez. A poco que se descuide, se le hunde también el Miguelete, Dios no lo quiera. Calatrava no engañó a nadie y los engañó a todos. Calatrava es la mezcla perfecta de vendedor de crecepelos y pequeño Einstein de la arquitectura posmoderna acostumbrado a doblar traviesamente el espacio y el tiempo con sus geometrías no euclidianas, un mago de la física que deja boquiabierto al político rústico y paleto (el que maneja el pastizal) con cuatro bocetos rápidos, dos brochazos mal dados y unos azulejos fijados con Pegamento Imedio. Luego, al poco tiempo, los azulejos se despegan y claro, se caen a cachos en solemne mascletá, pero para entonces el maestro pirotècnic Calatrava, judío errante él, ya está lejos, muy lejos, en New York o en Oslo, arrastrando la saca repleta de dinero y el cartapacio lleno de petardos, levantando resbaladizos puentes venecianos y rascacielos como frágiles castillos de naipes, deslumbrando al mundo con sus edificios imposibles de ciencia ficción sacados de la infantil Guerra de las Galaxias. Porque Calatrava, como buen artista fallero, no levanta cemento aburrido, él levanta sueños de grandeza que arden como hogueras, sueños millonarios que vuelan con el aire y con el tiempo y que terminan cayendo como la ceniza y el polvo, abrasando consigo a los ninots, o sea a los políticos trincones. Su hierro retorcido que desafía a la ley de la gravedad ha sido solo una ilusión, la metáfora cruel de la edad del loco ladrillo, un ladrillo que acaba derritiéndose como un helado en la playa y convirtiéndose en un fraude, en un churro valenciano, en un truño. Si Fabra tiene que cerrar el Palacio de la Ópera calatraviano porque hay goteras peligrosas que lo cierre cuanto antes, no sea que una teja futurista y homicida le abra la testa a un guiri despistado. Y que ponga ya el cartel de ruina. Como a su gobierno. 

Imagen: elmundo.es

jueves, 26 de diciembre de 2013

LA LUZ


Me entero por Infolibre de que el señor Blesa, cuando era el mandamás de Caja Madrid, quería apropiarse del agua de los ciudadanos, el agua sagrada del Canal Isabel II (con el previo consentimiento y enjuague del PP, of course). Qué pájaro. Aquí, si nos despistamos un poco, nos roban el agua y hasta los calcetines andando. Cualquier día abrimos el grifo y nos sale la mano manicurada de un banquero con gemelos de oro exigiéndonos el diezmo del agua. Éste es un Gobierno que está jugando ya con las cosas del comer. Con el pan de los parados, con el agua, con la luz. Todos preparamos la cogorza de Nochevieja, el hermoso y dulce colocón al borde del abismo, pero miramos con miedo y de reojo al calendario, a la espera de que Montoro y sus boys nos metan por retambufa el facturón de la luz, un megavatio que nos va a dejar fundidos, zoom, zoom, faradio, faradio, como decía la loca aquella de la bola de cristal, allá por los añorados y felices ochenta. Tenemos un Gobierno que primero nos mata de hambre y luego nos mata de frío, así que nos está matando doblemente, para que no haya dudas. El facturón lo tiene que pagar el ciudadano mientras empieza a respirarse un ambientazo de que aquí no ha pasado nada: Blesa era un señor que iba por ahí cazando osos sin hacer daño a nadie; Matas un buen chico que se dedicaba a levantar palacetes mallorquines por pura afición; Carlos Fabra solo era un inocente moroso adicto a los aeropuertos; la Infanta firmaba lo que le decía su hombre (simplemente se casó y fue sumisa, como aconseja el libro del Arzobispado de Granada ) y en ese plan. Los ricos se calientan con vino gran reserva mientras el sufrido peatonal tiene que pagar cada voltio de electricidad a precio de barril de petróleo. Rajoy no pinta nada al lado de unas multinacionales que cada año subastan nuestra energía, nuestra cartera y nuestras vidas. Para los grandes magnates de las hidroeléctricas los ciudadanos no somos más que fusibles que se encienden y se apagan como lucecitas de un macabro árbol de Navidad. Ya va siendo hora de pensar en nacionalizar las cosas básicas de la vida porque todo está demasiado privatizado. Todo menos la corrupción, claro, que es pública y notoria. Eso sí, para el nasciturus de Gallardón todos los derechos constitucionales están plenamente reconocidos y garantizados, pobretico el nasciturus, es tan tímido y calladito él... En esta España contrarreformista, nacionalpepera, opusina, fachorra y pobre se garantiza todo el derecho a la vida de un cigoto etéreo, celular, licuado, mientras al pobre mendigo con cartela de carne y hueso, al pobre rico en infortunios y miserias, se le arroja al infierno sucio del Metro, o a la soledad fría y tecnológica del cajero automático, y a otra cosa butterfly. Hasta Portugal, secular culo de Europa, se ríe ya de nuestro atavismo primitivo y se frota las manos con el negocio que van a hacer sus clínicas importando embarazadas low cost para extirparles el mal y la cartera. Portugal va a ser el santuario de Lourdes de nuestras preñadas de renta baja, solo que sin virgencitas milagrosas ni cojos dando la vara por ahí, mientras las pijas del barrio de Salamanca se rajan el útero y se liposuccionan, dos por uno, entre martinis y sesiones de rayo uva, en los grandes balnearios del aborto. Éste es el triste panorama que nos aguarda en 2014: el ciudadano congelado de empleo y sueldo, el ciudadano calentándose al lado del brasero, el ciudadano apagado, sin luz, y nuestras mujeres dando a luz como conejas de las milicias femeninas, en fila de a una, en formación, un, dos, un, dos, pariendo, pariendo por Dios y por España, que hay que llenar el país de niños, que hacen falta más niños del hambre corriendo descalzos por la calle, a ver si el Banco Europeo se da cuenta de una vez de que esto es un solar, un cuarentañismo sin aguilucho pero con gaviota. Llega el cotillón de fin de año, la traca final. El baile de los ladrones, los Blesa y Matas tocándose la zambomba a dos manos por las calles de España, los jueces expedientados por hacer bien su trabajo, las campanadas del fraude y la mentira. La farsa de la democracia. La farsa de España. Solo faltaba Raphael dándonos el coñazo.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD


Me dice una amiga que ella es un poco Mister Scrooge y que no tiene ningún espíritu navideño. No se lo reprocho. Nos pasa a muchos en mayor o menor medida. Cuando Dickens escribió su famoso Cuento de navidad, la humanidad aún tenía esperanza en un futuro mejor y las gentes seguían creyendo en valores eternos, platónicos, aunque un tipo bigotudo y sifilítico como Nietzsche estaba a punto de nacer para matar a Dios y jodernos la marrana todavía más. Hoy ya no creemos en nada que no sea una jugosa oferta de dos por uno en el Carreflús y en nuestro amado plasma 3-D que nos tiene enganchados como idiotas a la telegili y a los braguetazos de Amador Mohedano. Nos han robado la fe en la religión, en la política, en la Justicia, en la Agencia Tributaria y hasta en Leo Messi, lo cual parecía imposible. En algún momento de la existencia humana alguien nos dijo que era mejor abrir los ojos, dejarse de moñadas y zarandajas navideñas y vivir una existencia material, cínica y nihilista, que por lo visto era el buen camino para alcanzar la felicidad. Enterrar el idealismo, la moral, los valores, fue un craso error, y así como el avaro señor Scrooge terminó sus días horrorizado por los fantasmas de la Navidad y llorando ante su propia tumba, así el ser humano va camino de arruinar lo poco de bueno y noble que hay en él. No se trata de ponerse en plan cursi a estas horas de la noche y de hacer un elogio infumable en defensa de la Navidad (una fiesta que por otra parte ha quedado para ganancia de El Corte Inglés, eso ya lo sabemos todos) y mucho menos después de escuchar que a la mujer del presidente de Madrid la han imputado por trincotrilar en áticos marbellíes y de que la Espe, verso más suelto que nunca, le haya susurrado al juez que Rajoy estaba al tanto de los pelotazos de los peces gordomadriles de la Gurtel. Pero es que España entera está llena de señores Scrooges vendidos a ese materialismo infecto que nos prometía la justicia y la libertad y que no produce más que familias rebuscando en la basura, enfermos y jubilatas que se calientan con la hoguera gitana, parados de eterna duración y fariseismo desbocado y neoliberal a calzón quitado. Hoy el señor Scrooge es el señor Blesa remojándose con champán en su mansión victoriana mientras el juez Elpidio, que quería emplumarlo justa y honradamente, ha perdido su trabajo. Hoy el señor Scrooge es ese Bárcenas que ofrece a la Justicia más páginas del serial pepero a cambio de que le deje volver a casa por Navidad, como aquel plasta del turrón. Hoy el señor Scrooge es también Jaume Matas, que espera ansioso su regalo de reyes infame en forma de indulto. Seguramente, todos estos Scrooges de la vida han olvidado ya las cosas cursis de la infancia navideña; el aroma sabroso y caliente del honrado pavo trinchado por madres alegres gordas de bondad y generosidad; aquel primer juguete barato que le dio el gozo y la felicidad absoluta, como ocurría con el trineo Rosebud orsoniano; el primer beso inocente bajo la nieve de la chica de los guantes rojos y los ojos llenos de amor. Todos sabemos que el mundo nació de una explosión sideral, que el hombre viene del mono o al revés y que han descubierto una partícula primigenia que confiere masa a la materia. Los cuentos navideños cosmogónicos a la luz de la lumbre han quedado como viejos fósiles del pasado. Pero nunca perdamos de vista que vivimos en un mundo de magia, que la realidad no existe si no es a través de nuestra mente, que nadie ha estado al otro lado para saber si hay algo más y que la ciencia se equivoca una y otra vez. Que todo, hasta el sueño más descabellado, es posible en este Universo extraño y fascinante. Es cierto, odio la Navidad falsa, hipócrita, consumista, pero amo la idea utópica de la Navidad. Sé que todo es un cuento chino que nos han ido contando, monolíticamente, sin enmiendas, de generación en generación. Pero nos guste o no, esta mentira dulce y cruel que es la Navidad, este mensaje de paz, bondad y solidaridad entre las personas y los pueblos es lo único que nos diferencia de los señores Scrooge que van por ahí arruinando la vida al personal. La Navidad nos hace hombres y mujeres de verdad. Nos diferencia de las bestias y las alimañas del dinero. Así que esta noche pondré el mismo disco de villancicos de Sinatra de cada año, veré Qué bello es vivir como cada año y brindaré tontamente, absurdamente, por los buenos sentimientos, como cada año. Ésa será mi peineta sana hacia los señores Scrooge que dirigen los destinos de la Tierra. Feliz Navidad.

Imagen: masalladelcine.blogspot.com

lunes, 16 de diciembre de 2013

DE JOAN FONTAINE, LOLITA SEVILLA Y O´TOOLE


Hay noticias que producen estupor y furia (la familia sevillana muerta por una sobredosis de comida caducada); noticias que producen hilaridad (el arquitecto de Génova 13 entrando en la Audiencia Nacional con el casco de moto en la cabeza para que no le vean la jeta); y noticias que producen nostalgia, como la muerte de Joan Fontaine, Peter O'Toole y Lolita Sevilla, todo en uno. Hay algo extraño y mágico en el mundo del cine que hace que las estrellas nunca se vayan solas. Siempre mueren de dos en dos y hasta de tres en tres, como si el dios del celuloide quisiera concederles el último deseo de acompañarse entre ellas en una función final camino de la eternidad. Fontaine fue la rubia frágil e insegura, la rubia inteligente (también las hay) que enamoró al gordo/salido Hitchcock. Sus papeles de mosquita muerta elegante y casi frígida que las mataba callando gustaban mucho al personal y una de sus películas inmortales, Rebeca, terminó dando nombre a una prenda de vestir. Ponte una rebequita, nos decían nuestras abuelas cuando salíamos por la noche, a las fiestas del pueblo, para hacer maldades con las mozas. De Lolita Sevilla qué podemos decir. Que puso gracia, arte y salero a la Coplilla de las divisas, aquello tan típico y español de Americanos os recibimos con alegría, la canción de Bienvenido Mister Marshall, una película más vigente que nunca. Deténgase el sufrido lector de este blog en el fotograma en el que Pepe Isbert, Manolo Morán y la propia Lolita Sevilla entrelazan sus brazos y enfilan alegres y contentos por el pueblo para recibir al señorito yanqui, sustituya a esos grandes actores por Rajoy roneando en andalú, por Montoro con sombrero de Vinos Tío Pepe y a la Cospe muy pizpireta ella con su faralá y su peineta españolaza y tendrá el vivo retrato de un país que sigue esperando la llegada del Marshall de turno. Nada ha cambiado desde el cuarentañismo, salvo que hoy el amigo americano ya no trae leche en polvo de la NASA para los niños de la guerra y de la polio sino más bien el tocomocho del parque temático, como el fulano ése de Eurovegas que quería comprar España a golpe de talonario enfangado de whisky, juego y putas. Vivimos un déjà vú histórico, ya lo hemos dicho aquí otras veces, y hemos vuelto a la posguerra del pueblo llano viviendo la miseria de la manta y el brasero, la miseria de cartón y hojalata, la miseria de las latas caducadas y botulímicas que fumigan españoles como moscas, mayormente parados y miserables. Nuestra derecha patria sigue creyendo en el mito berlanguiano del papá yanqui que llega de la USA opulenta para rescatarnos de la pobreza monástica, negra, secular. Solo que esta vez el yanqui no llegará porque se ha largado con los asiáticos, que en cuestión de lujo se lo saben montar mejor, y el Gobierno se ha quedado sin su gallina de los huevos de oro de Minnesota. Así que a trabajárselo mejor, señor Rajoy, no todo va a ser echarse la siesta gallega y fumarse los puros de Moncloa (que ya no quedan puros para las visitas, oiga, un poquito de por favor) no todo va a ser esperar camastronamente a que llegue el sindicato del crimen americano a resolver los problemas de la España rota por la penuria y los levantiscos de Esquerra. Fontaine y Lolita Sevilla son dos grandes pérdidas, sin duda. Pero a mí la que más me duele es la muerte de Peter O´Toole. Nunca olvidaré cuando vi Lawrence de Arabia por primera vez en pantalla de cine, cinemascope y todo color. Una obra inmensa, épica, emotiva, colosal. Fue ese aventurero de ojos rabiosamente azules quien me enseñó que el hombre siempre está solo frente a su destino, que la soledad puede ser un desierto abrasador. Todo eso y una frase mítica: "Nada está escrito".

Imagen: rtve.es      


viernes, 13 de diciembre de 2013

AY MONTORO, MONTORITO BRAVO


Anda el ministro de Hacienda, señor Montoro, a la gresca contra la oposición, contra sus propios funcionarios, contra la prensa, contra el mundo, contra todo lo que se menea. Parece que últimamente se haya propuesto hacer honor a la mitad de su apellido, quiero decir que anda por ahí como un toro corniveleto al que Rajoy ha picado a conciencia para que salga bravito a la arena de las Cortes. Mientras Montoro embiste a diestro y siniestro con su cornamenta política, el Gobierno no habla de lo que realmente tiene que hablar: del indulto bochornoso a Matas que se avecina, del aeropuerto ruinoso el abuelito Fabra, de los estafados por las preferentes, de los desmanes del Duque Empalmado, de los que llevaron a España a la ruina, en fin. Últimamente, cuando Montoro sube a la tribuna de oradores resoplando como un miura no es para rendir cuentas de su gestión pública (que dicho sea de paso es un desastre) sino para montar un festival taurino tras otro, y solo le falta el bombero torero a su lado para que la corrida sea completa. Tanta testosterona política en el señor Montoro nos hace sospechar que ha sido el presidente-monchito (Rajoy es ya como ese muñecón de José Luis Moreno que pone ojos de madera y boca de marioneta en sus discursos televisados) quien le ha dado la orden de ponerse novillerete y encampanado. La mejor defensa es un buen ataque, así se desvían mejor las vergüenzas que se cuecen en la Agencia Tributaria. Y las vergüenzas no son otras que las purgas que el propio Montoro ha iniciado contra los inspectores que multan a las multinacionales del engaño, la caza de brujas que cual general McCarthy ha emprendido contra el nido de socialistas que solo él ve en sus febriles delirios anticomunistas, el escándalo secular de un país en el que sigue habiendo dos Haciendas (una para ricos y otra para pobres) al igual que hay dos Justicias (una para el robagallinas y otra para Blesa) dos Gobiernos (uno para la derecha económica de Bruselas y otro para el pueblo que se muere de hambre) dos Bancas (la que se lleva la pasta a Miami y la que manda a tomar por cofa al ciudadano que pide un miserable crédito) dos libros de contabilidad (el de Bárcenas y el otro) y en ese plan. En España todo es doble (después de la borrachera de dinero negro de los últimos años, lo normal es ver doble) y tenemos un ministro bravucón, bajito y chulito que está majando a los españoles a golpe de impuestazo injusto y facturón a todo gas, que ya hay millones de indigentes energéticos sin estufa y arrimados a la televisión, brasero de pobres. Hacienda es un invento de socialistas y de democracias suecas (tanto pagas, tantos servicios te ofrece el Estado de Bienestar) y por eso con Franco no había Hacienda, que toda la pasta estaba enterrada en el Valle de los Caídos y en el pazo de La Collares, que es quien llevaba los pantalones en la casa. Por eso, a nuestra derecha patria, con su ministro torete a la cabeza, le gusta tan poco que haya inspectores que anden metiendo sus narices en las cementeras del dinero negro. Faltaría más. Unos rojos de mierda no iban a amargarle la vida a los adictos al yate y la piscina. Montoro le corta las alas a unos funcionarios que solo cumplían con su trabajo de husmear en el gran capital y encima amenaza con airear los agujeros tributarios de los medios de comunicación. Está visto que un periodista que hace bien su trabajo es lo que más molesta al régimen pepero que nos mal gobierna. Montoro habla mucho de las deudas fiscales de los periódicos pero resulta que él tiene tres pisos en propiedad y no ha renunciado todavía (que sepamos) a los dos mil eurazos de vellón que da el Congreso por dietas de alojamiento y manutención. ¿No es eso acaso otro pufo monumental? Montoro, ese torito, ay torito bravo, tiene botines y no va descalzo. Descalzos y sin botines nos va a dejar a los españoles este ministro de colmillo retorcido y sonrisa usurera y nerviosa. Y todo porque seguimos votando al mismo señoritismo rampante de siempre, porque España es el único país del mundo donde los obreros son de derechas. Lo ha dicho muy bien Pérez Reverte. Lo de España solo lo arregla una buena guillotina en la Puerta del Sol. Aunque solo sea por asustar. 

Imagen: genoveses.blogspot.es

jueves, 12 de diciembre de 2013

CATALUÑA CONTRA ESPAÑA


El simposio España contra Cataluña: una mirada histórica, está ahondando aún más, si cabe, en la supurada herida catalana. El PP, UPyD y Ciutadans han puesto el grito en el cielo contra un congreso al que acusan de alimentar el odio y la discriminación y amenazan con acciones legales inmediatas. Una exageración irracional, sin duda, que no hace sino dar propaganda a un evento que sin la polvareda mediática hubiera pasado prácticamente desapercibido. Antes de estallar la polémica, ¿a quién le interesaba que cuatro historiadores miopes de hombreras casposas se reunieran para contarse, a su manera, las batallitas de los gloriosos catalanes contra el infame invasor español? Pero una vez más, la derecha montaraz y guerrillera de Madrid ha tomado el camino equivocado: la desmesura, el fanatismo, el drama griego. Cuanto más habla el nacionalismo español de nacionalismo catalán más independentistas surgen por doquier. La acción sólo produce una reacción mayor. Es una cuestión clara de feedback: los independentistas de la Cataluña resentida y provinciana necesitan a los españolistas borbónicos para seguir manteniendo su discurso victimista secular, mientras que éstos precisan una cruzada imperial contra algo, cada cierto tiempo, para justificar su jabatismo, su ADN españolero, revanchista y macho. Ocurre como con el ministro Montoro, que cada vez que habla sube el pan. Dijo aquello de que Hacienda es un "nido de socialistas" (en realidad estaba pensando que Hacienda es un nido de rojos asquerosos) y se montó el pollo del siglo. Normal. Ahora la ha emprendido contra los medios de comunicación, a los que acusa de manipular sus palabras, y la ha vuelto a liar parda. Montoro es un Torquemada que huele la sangre, que necesita la sangre como el comer. Ya lo hemos dicho aquí otras veces, Montoro es un antropófago de la política, un Nosferatu que cada mañana se levanta pensando a quien le hincará el diente ese día: a Rubalcaba, a Pedro Jota, a Leo Messi o a Álex de la Iglesia. Él y Wert debieron criarse en la misma escuela gamberra, comanche. La vida pública española no necesita más crispación, ni más barullo, ni más políticos desocupados diciendo sandeces por ahí. La vida pública española necesita inteligencia, racionalidad, sosiego. Aquella tontería del talante de la que hablaba el utópico Zapatero. Pero claro, estamos en manos de un presidente cuya mente disipada vaga ya por otros mundos, en manos de Mariano, el de la mirada extraña, ida, huidiza. Es evidente que el simposio, una cortina de humo mientras se cocinaba la pregunta para la consulta soberanista, se le ha ido de las manos a los catedráticos de la burguesía de Canaletas. Demasiado cava catalán diurético después de la paella con butifarra es lo que  tiene, no es recomendable antes de organizar una charla. Se puede ir la olla y a uno le entran ganas de mear en medio de la conferencia. Pero bien mirado, podría haber sido mucho peor. Podrían haber optado por otros títulos mucho más hirientes y guerracivilistas como: El conflicto contra los putos españoles de mierda; España contra Cataluña: Aplastem al sucio charnego; o Historia del glorioso imperio catalán: la eñe os la podéis meter por el culo. ¿Por qué no? Puestos a sacar los pies del tiesto. Dice la press que al honorable president le ha hecho tilín la orgía antiespañolista de este polémico simposio. Aunque de Mas ya cada vez esperamos menos.  

Imagen: cuatro.com  

miércoles, 11 de diciembre de 2013

MARIANO, EL PELELE


Por mucho que miro y analizo la imagen de nuestro presidente echándonos el sermón de la montaña por el día de la Constitución es que no me lo termino de creer. No puede ser, me digo a mí mismo una y otra vez, no puede ser. Pero sí. Es. Ésa mirada desvaída de lunático ermitaño salido del desierto después de años de ayunos e insolaciones es tan real como la vida misma. Ésa mirada de drogota fumado después de una noche loca de jarana es tan auténtica que produce espasmo y escalofrío. Ésa mirada de testigo enmudecido después de haberse topado con un fantasma de los de Íker Jiménez es tan verídica que infunde tanto estupor como tristeza. No es que tuviéramos en muy alta estima a nuestro líder político de la derecha patria, la verdad. Pero es que después de esto, después de este esperpento de retransmisión televisiva que parece ideada por el mismísimo Rubalcaba para hundimiento del jefe del Ejecutivo, hay un antes y un después. El ciudadano jamás podrá olvidar la cara extraviada del marciano que parecía recién aterrizado en la Moncloa, el rostro impenetrable de un presidente trémulo leyendo de pe a pa un discurso en el que ni siquiera creía ya. Los ojos desconfiados de carterista que esconde algo, la cara desencajada como de querer salir de allí cuanto antes, la boca de absurdo guiñol abriéndose y cerrándose sin ningún fuste. ¿Pero quién movía los hilos de ese muñeco prefabricado? ¿Quién era el ventrílocuo metido en el cuerpo del espantajo Mariano, quién era el demiurgo en la sombra que hablaba por su boca insensata? ¿Aznar, la Merkel, José Luis Moreno, Mari Carmen y sus muñecos? No queremos hacer sangre de un pobre hombre que parecía recién salido del frenopático. Todo el mundo tiene un mal día (y Mariano más de uno). Pero es que ya nunca más podremos verle como el presidente del Gobierno de un país serio y avanzado (a decir verdad, nunca lo hicimos). Ya siempre lo veremos más bien como a Doña Rogelia, como a Monchito, como a Rockefeller el Cuervo. Bien mirado, quizá el presidente del Gobierno no sea más que eso, un engendro de trapo formado por otros cuerpos, una mezcla de esos tres personajes teledirigidos: la vieja desmolada que cuenta cuentos y mentiras en las que nadie cree; el cuervo mensajero de noticias funestas (por lo general recortes y más recortes para el pobre asalariado); el rockefeller que mueve sobres y pasta a mogollón y que ha disparado un 10 por ciento el número de ricos en España; el monchito pijo y bobalicón con mejillas sonrosadas de flipadillo. Ya sabíamos que Mariano era el rey plasta del plasma. Ahora sabemos también que es el rey del teleprompter. Aferrado a la pantalla como a un clavo ardiendo, perdiendo el culo para no salirse del renglón, mirando hacia ninguna parte en lugar de mirar a los ojos del pueblo, Mariano ha dado un triste espectáculo. Siempre fue un chico aplicado que nunca se ha salido del guión escrito por negros más listos que él. Encadenado al guión trazado por los mercados, al guión de Bruselas, al guión de la banca, de la patronal y la Iglesia. Si no, ¿de qué iba a llegar un hombre gris como él a registrador de la propiedad? Pero un país como España no necesita un funcionario que pía lo que otros pájaros le dan por escrito. Un país como éste, hundido en la miseria, zozobrado en la desesperanza, necesita un líder fuerte e inteligente, un político brillante y valiente sin miedo a improvisar buenas ideas, un Franklin Delano Roosevelt que nos saque del crack cuanto antes. Miro a los ojos desnortados de este hombre y no veo a un hombre. Veo a un muñecón, a un fantoche. A un pelele.

Imagen: Un buen amigo.

viernes, 6 de diciembre de 2013

MANDELA


Cristo, Buda, Gandhi. Y ahora Madiba, Nelson, Mandela. Tres nombres para un solo hombre, tres misterios en uno solo, porque el padre de la nueva Sudáfrica fue un ser enigmático y sagrado, como la Santísima Trinidad. Madiba, el africano fuerte y noble tostado bajo el sol de la tribu; Nelson, el mártir torturado y sacrificado por el Imperio rubio del apartheid; Mandela, el dios eterno, muerto y resucitado para la causa del hombre en una infrahumana prisión de Robben Island. Cada mil años nace un santo
que da su vida por una causa justa, por el Bien platónico absoluto, por la humanidad. El Vaticano debería canonizar con urgencia a este ser único y divino y dejarse ya de beatos fabricados con falsos milagros y odios políticos. Mandela fue un Cristo negro que nació en un Belén con cabañas de adobe y paja, entre negras con pechos de trigo y cánticos tribales, entre antílopes de fuego y panteras nocturnas. Mandela fue el mesías de los esclavos negros, el hombre perseguido, encarcelado y torturado que se hizo un dios forjado a golpe de trabajos forzosos, canteras de sal y celdas de dolor y lágrimas. Veintisiete años entre rejas. Veintisiete. Cualquiera hubiera salido loco de aquella ratonera, loco y con el corazón lleno de odio y con ganas coléricas de matar, pero Mandela, el santo Mandela, salió con una sonrisa de niño inocente y una espada de amor que incendió el mundo. Soportó las más crueles torturas, fue aislado de la sociedad como una bestia rabiosa, recluido en un zulo infecto mientras el hombre blanco hundía sus manos crueles en los tristes diamantes y las damas pálidas se bañaban con sangre de negro. El apartheid fue el régimen político más infame que hayan visto ojos humanos desde que Hitler caminó sobre las montañas de esqueletos en Europa. África la trazó Rhodes con su cartabón ciego y racista pero Mandela la descosió después con su revolución amable llena de alegres tamtanes, pétalos y góspel, con su cabello plateado de gorila blanco, su sonrisa templada y su túnica púrpura de Zeus africano. Fue capaz de vencer la tiranía del hombre blanco con un simple partido de rugby. Tenía el cuerpo aún lleno de llagas y heridas cuando lo sacaron de la trena para abrazar a De Klerk, el mismo bóer de la Holanda manchada de crímenes que le había arrancado el corazón y el alma. Mandela lo abrazó como un hermano y juntos enterraron el apartheid para siempre. Hoy, por fin, hay democracia ateniense entre las tribus negras y los leones rugen con libertad. Ya no hay látigos capataces ávidos como serpientes. Los negros ya no son herramientas, ni yugos, ni palas, ni picos. Todo eso lo ha hecho un dios de ébano con el látigo simple de la paciencia. El tiempo es el mejor arma de la revolución. Veintisiete años tras las rejas, veintisiete años mirando al cielo lento tras los barrotes, veintisiete años soñando el sueño de Luther King, soñando que algún día el negro sería libre. Hoy te rezamos con gratitud, hermano Madiba. Cristo africano.    

jueves, 5 de diciembre de 2013

LA HERNIA


La mujer de un concejal del PP se ha operado una hernia discal pasándose por el arco de triunfo las listas de espera de los doloridos pacientes. En esencia, podría decirse que eso es lo que nos queda de nuestra gloriosa Constitución del 78, ésa es la mejor síntesis de una carta magna que está herida de muerte: una hernia prevaricadora, una hernia ilegal (más que inguinal), una hernia criminal y prófuga. El puente de la Constitución ha quedado en un día rojo de calendario que ocho millones de españoles (los que aún pueden permitírselo) aprovechan como un permiso penitenciario para evadirse de la prisión de la oficina, ahora que está de moda que los violetas y pederastas campen a sus anchas por las calles. A uno le parece que la hernia ignominiosa de esa parienta popular debería estar penada con cárcel, pero claro, la Constitución no quiso llegar tan lejos, no pudo hilar tan fino. Aquella Constitución la redactaron deprisa y corriendo en la cafetería de las Cortes entre un par de rojos y un par de fachas (más alguno de centro que pasaba por allí y quedaba bien en la foto) porque llegaban los picoletos con las rebajas y todo el mundo al suelo. Pero lo de esa hernia a mí es que me tiene consternado. Un país que no puede poner coto y límite a la ambición sanitaria de una hernia tramposa y enchufada es que no es un país auténticamente digno y democrático. Ahora que celebramos el aniversario de nuestra Constitución (que ya no es aquella jovenzuela progre y liberal que nos seducía en los setenta sino más bien una señora gorda llena de lorzas podridas de corruptelas) los españolitos deberíamos exigir una disposición transitoria que prohibiera a las parientas de los concejales operarse las hernias por la feis. Las hernias se operan de una en una y siguiendo un riguroso orden hospitalario, coño, faltaría más. ¿Qué es eso de andar por ahí sobornando al personal sanitario con alevosía y nocturnidad para operar una hernia recomendada? ¡Tan dolorosa es la hernia de un paria como la hernia insigne de la mujer de un concejal, por mucho que sea una hernia de derechas y tenga mano en Génova! Aquí, en la España del siglo XXI, en la España que celebra una Constitución gripada y griposa que pide a gritos una reforma legal, las hernias deberían tratarse con un poquito de por favor. Libertad, igualdad, fraternidad y equidad de hernias, que todos tenemos derecho constitucional a un matasanos por riguroso orden de lista de espera. A mí que Bárcenas lo trinque calentito, que la Cospe se lo lleve simulado o en diferido, que Cataluña se independice de España (eso sí que es una hernia nacional y secular) o que Montoro prepare una noche de cuchillos largos entre los funcionarios de Hacienda ya me va dando un poco igual, la verdad. Lo que realmente me tiene fastidiado, indignado, jodido, es que haya tráfico ilegal de hernias en los hospitales españoles, que haya hernias de primera y de segunda, hernias ricas y hernias pobres, porque una hernia es una hernia y cuando aprieta el frío polar que nos llega del Bundesbank el dolor duele por igual, con independencia de su carné político. Si queremos que la Constitución sea una ley real de progreso y libertad que goce de la confianza del pueblo y no un simple papel mojado en que nadie cree ya, si queremos hacer las cosas bien en este país de una vez por todas, tenemos que empezar por respetar las hernias ("respetad la polla", decía Tom Cruise en Magnolia) porque una hernia justa para todos debería figurar en la cabecera de la Constitución, junto a los derechos y obligaciones de la Corona (con la cadera preferente del Rey ya tenemos bastante hernia y no necesitamos más hernias privilegiadas) El que quiera operarse de la hernia deprisa y corriendo, sin respetar el año y medio de la lista de espera, que es como la lista de Schindler sanitaria española, que se lo pague, coño. Que para eso van sobrados de sobres.


miércoles, 4 de diciembre de 2013

LOS ENJUAGUES DE HACIENDA


Lo de Hacienda va camino de convertirse en el escándalo del siglo. Altos cargos que dimiten en bloque por presiones políticas, facturas falsas que se dan por buenas, chanchullos para salvar el honor de la Infanta naranja, ricos como Carlos Fabra que quieren pasar por insolventes para escaquearse de las costas judiciales. Mentiras y más mentiras. El ciudadano ya no se cree aquello tan manido de Hacienda somos todos (en realidad nunca lo creyó, porque Hacienda siempre fuimos unos pocos pardillos) y la conclusión final es que otra institución básica para el funcionamiento del Estado se nos va a pique en un momento. Cada día, el español asiste aturdido, estupefacto, patitieso, a la demolición de un poder público tras otro, un poder que se creía fuerte, eterno, inmutable. Salpicada la Monarquía, enfangado el Gobierno, mediatizada y mancillada la Justicia, solo nos quedaba la inocente ilusión de que al menos nuestro dinero estaba en buenas manos, en las manos honradas y competentes de Nuestra Señora Santa María de Hacienda. Pero por lo visto, ni eso. La Agencia Tributaria era el Corral de la Pacheca, el hotel de los líos, el coño de la Bernarda. Viendo cómo funcionan las cosas en el fisco, a uno le entran ganas de poner la equis en la casilla de la Iglesia y que sea el Papa Paco quien administre nuestros impuestos. De perdidos al río. Aunque bien mirado, ya no te puedes fiar ni de los curas, que luego va y sale uno como el de Borja, carterista y rijoso, descuidero y sensual, y nos despluma a la cándida Cecilia, tan maja ella, tan beata, y con lo guapo que le había quedado el Cristo del Anís del Mono. Todo hace aguas: Hacienda, la Iglesia, los grandes bancos de Wall Street multados por la UE. Ya lo avisó Valle-Inclán: "Antes quemaron las iglesias y luego quemarán los bancos". Hasta ahora, Hacienda era un misterio en las alturas, como el de la Santísima Trinidad, algo sagrado, místico, un pantocrátor invisible ante el que nos sentíamos frágiles y temerosos. Cuando una carta de Hacienda aterrizaba en nuestro buzón era como una maldición bíblica y nuestros esfínteres se aflojaban hasta límites insoslayables. Teníamos miedo reverencial de Hacienda porque, aunque parcial y deficiente, aún confiábamos en su poder legal, numérico, matemático, un poder a salvo de las corruptelas políticas. Pero es que después de saber que todo está amañado en esa santa casa, después de constatar que dos y dos ya no son cuatro, solo nos queda perder la fe de forma irremediable. Un pueblo puede dejar de creer en su rey, en su canciller, en su bandera. Pero cuando deja de creer en sus recaudadores de impuestos todo está ya perdido. Que Hacienda falle supone que todo falla en esta democracia bisoña de vodevil. Sospechábamos que aquí unos ganaban como sultanes y tributaban como mendigos mientras otros ganaban como mendigos y tributaban como sultanes. Sospechábamos que las grandes fortunas patrióticas evadían, huían y se escondían en paraísos más o menos lejanos. Sospechábamos que el fraude fiscal era el gran timo de la estampita nacional donde los sufridos curritos pagábamos el diezmo (más IVA) y hacíamos el papel de pobres tartajas, de tardos paganinis, de tolilis. Pero asistir al espectáculo descarnado de la mentira de Hacienda en vivo y en directo, retransmitido, televisado, produce auténtica vergüenza. Estupor y asco.   

Imagen: El Roto  


martes, 3 de diciembre de 2013

VEINTE AÑOS NO ES NADA


El Gobierno se ha puesto hoy muy gallito porque el paro, según dicen, ha vuelto a bajar en unos cuantos pobres precarios. Por lo visto, aún no han debido contabilizar a los despedidos de Canal 9, ni a los jóvenes que han emprendido el camino del exilio económico, ni a aquellos curritos que, hastiados de esperar un empleo que nunca llega, ya ni siquiera se apuntan al Inem. Este Gobierno (los Montoro boys, más la banca insaciable y la patronal siciliana) insiste en que estamos en la senda de la recuperación económica (la senda tenebrosa, habría que añadir, como en aquella película de Bogart). No dicen nada de las 14.000 toneladas de alimentos solidarios que se han recogido este fin de semana para hacer frente al desembarco de hambrientos invernales pero nos dan en las narices con sus números macro tan optimistas y euforizantes como maquillados y ridículos (no en vano son maestros en el arte de la propaganda goebbelsiana) y con ellos tratan de convencernos de que las reformas van por buen camino, de que España va bien (siguiendo con el viejo aforismo aznariano) de que es preciso continuar con el derribo a saco del Estado de Bienestar. ¡Pero por Dios, si ya no les queda nada que derribar! Aunque los datos que publican fueran ciertos y auténticos (algo que dudamos) la situación tampoco sería como para tirar cohetes, porque los economistas, los pitonisos y los sesudos de la cosa ya han dicho que, a este brutal ritmo de crecimiento de un empleo por semana, España volvería a estar a la altura de los países europeos avanzados en el 2033, más o menos. De aquí a veinte años, o sea. Para el Gobierno, veinte años no debe ser nada, que es un soplo la vida, como diría el pelotudo aquel, pero veinte años de PP a nosotros se nos antoja demasiado tiempo, demasiada condena. ¿Cómo estarán nuestras lorzas, nuestras arrugas y alopecias y el país en general dentro de veinte años si siguen gobernando estos yonquis del neoliberalismo ciego y caníbal? Yo se lo diré, confuso y ofuscado lector de este blog. En veinte años, la Sanidad estatal será un recuerdo del pasado y el ciudadano llorará amargamente al pasar por delante de un hospital público, como lloraba Charlton Heston ante la demolida Estatua de la Libertad en el Planeta de los simios. En veinte años nuestros alumnos serán todos expertos teólogos pero ninguno de ellos sabrá decir de un tirón la tabla del nueve (gracias al escolástico Wert, un zumbado de la letra con sangre entra). En veinte años nuestra renta y nuestros salarios estarán a la altura de los de la República de Nepal y todos andaremos ya por la calle con túnicas anaranjadas y las cabezas afeitadas, budistas de los recortes, pobres de solemnidad, pobres pobres. En veinte años nos habrán recortado hasta el calzón largo de felpa Abanderado (con lo que abriga en este crudo invierno de posguerra que estamos viviendo) y nos caldearemos a la vera de hoguerillas gitanas en medio del salón (que la factura energética no habrá quien la pague). Veinte añazos más de PP serían sin duda como cuarenta años de franquismo, con TVE machacando telediarios amañados, Rajoy balbuceando sus gallegadas infumables y Ana Botella soltando sandeces ágrafas y castizas. Dentro de veinte años no sabemos si habrá pleno empleo, pero seguro que Bárcenas sigue todavía en el trullo (de ahí no lo sacan mientras no se retracte de sus papeles apócrifos, cual vulgar hereje de la derechona hispánica), Alberto Fabra seguirá perdiendo el culo delante de los despedidos de Canal 9 y los de la Gurtel continuarán montando las bodas, bautizos y funerales del partido, como siempre. Todo eso ocurrirá en el horizonte de riqueza y bienestar de 2033 que nos promete el PP. Para entonces, Aznar seguirá a lo suyo, a joder España con sus memorias revanchistas y aburridas. Pues yo, esta Navidad, antes que con el tocho coñazo del excaudillo exbigotón, me quedo con el libro de la Esteban. Que lo ha escrito Boris. Ese negro.  

Imagen: vozpopuli.es

sábado, 30 de noviembre de 2013

EL PERFIL MALO DE ZAPLANA

Ya está. Se apagó. Fundido en negro. Canal 9 ya es historia. La imagen de esos liquidadores siniestros caminando por el pasillo del centro de control, entre cables y ordenadores, me ha recordado mucho a aquel astronauta jadeante y sudoroso de 2001 dispuesto a desenchufar a Hal 9000 a toda costa. Tenían prisa por quitarse de encima al engendro, al monstruo, no fuera cosa que se revolviera contra los padres que lo habían creado. Alberto Fabra pretende ocultar la infamia echando el cerrojo a la libertad de prensa, pulsando el interruptor, arrojando tierra encima de la mierda. Qué equivocado está. Cree que dándole al botón de off podrá enterrar el despilfarro, el saqueo a manos llenas, el enchufismo, la simonía, el nepotismo. Son varias décadas de chanchullos y pasar página deprisa y corriendo no le va a resultar tan fácil como promulgar un decreto con urgencia y nocturnidad, señor molt honorable president. Lo malo de la ignominia es que queda grabada a sangre y fuego en las páginas imborrables de la Historia y hay demasiados desfalcos y abusos que ocultar, demasiados latronicios que esconder, demasiadas cacicadas que maquillar. No es hora de escribir desde el cruel revanchismo, ni desde el injusto ensañamiento, ni desde una doble moral hipócrita contra una plantilla de trabajadores que no hacían otra cosa que defender sus honrados puestos de trabajo, como hubiera hecho cualquier persona con hijos que mantener o sin ellos. No exijamos a otro periodista lo que quizás nosotros tampoco hubiéramos hecho. ¿Cómo tendría que haber reaccionado aquel presentador al que un superior ordenaba silenciar el accidente de Metro de Valencia? ¿Cuál tendría que haber sido la posición de aquellos reporteros a los que amenazaron con el despido si informaban sobre el caso Gurtel o sobre el caso Fabra o sobre los desmanes de Paco Camps? ¿Qué se supone que debería haber hecho aquel cámara siempre obligado a sacar a Zaplana por su perfil bueno? ¿Tenían que haberse puesto todos ellos el traje de Superman y lanzarse a una cruzada tan solitaria como inútil para defender la libertad de expresión? ¿Tenían que haberse enfundado las pistolas cual valiente Gary Cooper en Solo ante el peligro para plantar cara a la banda de forajidos que pretendían secuestrar el pluralismo informativo? Quizás debían haberlo hecho, pero pocos reaccionarían de forma tan aguerrida. Por eso los héroes del periodismo pueden contarse con los dedos de una mano, por eso la edad de oro de los héroes míticos, lamentablemente, se terminó hace ya tiempo (no perderse Park Row, de Sam Fuller, ahí está todo). El miedo es libre y hay facturas, hipotecas, futuros inciertos a los que hacer frente. Es verdad que no se rebelaron a tiempo con coraje y profesionalidad y eso estará ahí, para siempre, en sus hojas de servicio. Ellos son los primeros en ser conscientes de que esa miseria les acompañará durante toda la vida. Ellos son los primeros arrepentidos de no haber dicho "no" al abuso la primera vez que un capullo trajeado que decía ser periodista le levantaba el dedo índice como un vulgar mafioso. Ellos son los primeros que se sienten culpables de no haber peleado con más ahínco en pos de la democracia, de la libertad de expresión, del derecho a la información de todos los ciudadanos. El periodismo no es un trabajo de oficina de ocho a dos. Para eso ya está Bankia, de la que hablaremos otro día. El periodismo es una vocación que solo tiene sentido si se ejerce con valentía, con riesgo y profesionalidad. Nunca debemos olvidar cuál es el objetivo principal de este bendito oficio. Ahora que estamos perdiendo el Estado de Bienestar, ahora que el paraíso se aleja de nosotros para siempre, caemos en la cuenta de que teníamos algo sagrado entre las manos que no supimos defender. Por ese error hemos pasado todos y no es cosa de linchar a unos compañeros que trabajaban para ganarse el pan de sus hijos. Como todo hijo de vecino.  

Imagen: Canal 9

viernes, 29 de noviembre de 2013

LO DE LA UGT


Facturas amañadas, maletines de piel, henchidas comilonas en la feria de Sevilla, barra libre hasta el amanecer, ibérico, gambas, rebujitos y manzanillas "pa reventá". Eso era la UGT de Andalucía, ése era el fingido sindicalismo que han practicado estos marxistas de cartón piedra entregados a la causa del buen vivir y el mejor yantar. Lo del escándalo de las ayudas públicas huele tan mal que amenaza con dejar el caso Bárcenas en un inocente juego de guardería. En las últimas horas ha dimitido el líder del sindicato, una medida que no basta para restaurar el daño que le han hecho al socialismo. Casi dos millones de fraude al fisco, el honor de la lucha obrera mancillado, la gloriosa Internacional vilmente pisoteada entre pícaras seguiriyas y alegres sevillanas, a bailar, a bailar, a bailar, todo el mundo a bailar, arsa y olé, que no nos falte de ná. Eso ha sido la UGT-Andalucía: un apestoso tablao de chorizos armados con cuchillos jamoneros. Duele que los tesoreros de la derecha se lleven el parné de los sufridos parados, duele que algunos borbones trinquen como raterillos de baja estofa y se lo gasten en clases de salsa y merengue, pero que los cuartos se los levante un supuesto sindicato, que el butroneo lo practique la UGT de los más de cien años de honradez, duele mucho más. Han ultrajado los nobles ideales de la izquierda, han sustituido aquello tan honroso de "a las barricadas" por esto tan sucio y atroz de "a las mariscadas". Ay, Andalucía, tierra seca, tierra quieta, decía el gran Federico. A Andalucía la van a dejar seca como un monte pelado, como un inmenso olivar lleno asaltadores y bandoleros, navajeo y morenos gitanos robando subvenciones como melones en la noche clara de la madrugá. Para eso se han quedado los sindicatos de clase. Para regular cuatro turnos de vacaciones, para repartir gorras, silbatos y pancartas en inútiles manifestaciones y para sirlarle la cartera al pueblo. Hoy, ahora, en España los acusados son todos, ya no queda ni un solo símbolo institucional en pie. La democracia diluida por un partido totalitario, la Justicia vendida al poderoso y ensañada con el robagallinas, la monarquía desacreditada. Y ahora lo que nos faltaba: los sindicatos aplicados a la estafa, al timo, al afane, al mangue, al sise, al expolio fácil. Esto no lo arregla ni la jueza Alaya, diosa Temis forjada en Pedro del Hierro, ni Sánchez Gordillo, Lenin de sombrero de paja, con su famélica legión asaltando mercadonas y latifundios. Con rojos como los fulanos de la UGT no necesitamos señoritos. Siempre mejor un cayetano conocido que un proletario capitalista por conocer. Esto es la fiesta final de la corrupción, el cotillón de la degeneración última y suprema. Todos están ya enfangados, podridos, putrefaccionados. Desde los leones de las Cortes hasta el último sindicalista de Sierra Morena. España: cuna de fenicios ladrones. Dan ganas de romper el carné de rojo, coño.  


miércoles, 30 de octubre de 2013

USA NOS ESPÍA


Uno se queda petrefacto con todo este pollo que se ha montado alrededor del espionaje mundial de los yanquis. El Gobierno Rajoy se ha puesto muy estupendo y saca pecho contra Obama y hasta el ministro Margallo amenaza con revisar "el clima de confianza y buen entendimiento" entre ambos países. ¿Pero qué vas a revisar tú con el Tío Sam, piltrafilla de ministro? A uno le parece que detrás de este embrollo de espías y espionitas está, una vez más, el interés de un Gobierno que aprovecha cualquier cosa para desviar la atención de lo que realmente nos ocupa y nos preocupa, que no es otra cosa que el parné volatilizado, los sobres con alas que son como las compresas con alas pero vuelan mucho más alto, el pastizamen del pueblo que lo han cambiado de sitio (mayormente de las arcas públicas a las arcas privadas suizas de los bárcenas, urdangarines e infantas varias) ¿A qué viene tanto revuelo pues con el dichoso caso del espionaje? Si ya sabemos que vivimos en un mundo lleno de espionitas. De hecho, hay más espías que personas. Ellos, los americanos, son espías como nosotros, que decía aquella película de risa. Vivimos en un mundo globalizado en el que el derecho a la intimidad, los derechos en general, están más maltratados que la Esteban. En este nuevo desorden mundial creado tras la guerra fría, en este corral desquiciado que es el mundo, todo dios espía a todo dios. Hacienda nos espía cada minuto, Internet nos espía, los internautas se espían unos a otros, las grandes compañías publicitarias tienen nuestros datos y nos espían sin rubor, a calzón quitado (el otro día un dentista de Zaragoza al que no conozco de nada me envió una carta dirigida a mi atención personal) los de Método 3 espían a la Camacho, los de Aguirre a los de Ignacio González, el cobrador del frac espía lo que le dejan, el CNI al juez Castro, los sindicalistas de los ERES espían a la jueza Alaya por la ventana, Rajoy a Rubalcaba y Rubalcaba a Rajoy, Artur Mas a los catalanes que se sienten españolitos (por si le descarrilan la consulta) los del Barsa a los del Madrid (dicen que Casillas es el topo) unos bancos espían a los otros, los de Durex a los de Control y viceversa (a ver quién saca el lubricante más efectivo) el señor del piso de arriba a la vecina del quinto y la cotilla o cotillo del barrio los espía a los dos, como la Vieja del Visillo de Pepe Mota (se conoce que se le puso ofrecida). Y en este plan. España, o lo que queda de ella, es un gran "follaero" de espías, que dicen los andaluces, y desde que te levantas hasta que te acuestas no hacen otra cosa que ir metiendo las narices en tu vida. Mortadelo y Filemón están más vigentes que nunca. A mí lo que se me hace más cuesta arriba es pensar que un señor elegante y con gusto como Obama se haya puesto a espiar con descaro a la Merkel, que como señora, la verdad, es más bien gorda, fea y antipática. Ahí me ha defraudado el presidente. El mundo es ya un gran Homeland lleno de espías cucos de todo signo y condición. ¿Que los americanos nos espían? Venga, por favor, no me hagan reír.

Imagen: www.cubadebate.cu

domingo, 27 de octubre de 2013

EL VIEJO LOU


Practicó el rock and roll más animal, fue un transformer de la música, un travelo de alma y cuerpo que caminó por el lado salvaje de la vida. Lou Reed, el viejo Lou. Hoy se nos ha ido, ya setentón, tras dejar un aluvión de poemas gloriosos y un trasplante de hígado, ese hígado demasiado castigado por el jaco, el alcohol y la mala vida. Vivió y murió como debe vivir y morir un hombre: con las venas infladas de versos y el cuerpo extenuado de gozos y sombras. Las calles de Nueva York lloran por el rey de los juglares, por el poeta de los miserables y oprimidos, de los yonquis, de los infelices, de los parias, de los alcohólicos, de la famélica legión, en fin. Ya nunca más lo veremos atravesar Times Square, piernas de alambre en pantalones de pitillo, chupa de cuero y gafas oscuras, entre colgado y feliz, entre profeta y apestado, enganchado a la guitarra nocturna y hambrienta de duende, pero nos quedan sus canciones llenas de una magia urbana y underground, llenas de belleza y vómito, llenas de luz y tragedia. Ahora dicen que fue el más grande. Qué más da qué puesto ocupara en el ranking. Ha habido muchos grandes: Elvis, Lennon, Jackson. No nos pongamos exquisitos a esta hora de la noche aciaga en que el viejo Lou ha dejado de escupir rosas. Una generación de estrellas rutilantes se va apagando, el star system del rock se muere. Nos quedan Dylan, Jagger y poco más. Disfrutemos del pasado porque el futuro no será ni la mitad de bueno. Todo en el arte se repite ya con una atonía pasmosa, soporífera, mediocre. Fabrican música como quien fabrica tornillos, se pintan cuadros a dos manos, se escriben libros como churros (ahí está El tiempo entre costuras, pelotazo editorial, novelón a la moda, un millón de copias, trama facilona con escasas pretensiones y ni una mala idea nueva en más de seiscientas páginas, qué despilfarro de papel). Pero Lou superó las tentaciones vanas del mercado, él era poeta, narrador, profundo, único, original. Era literatura de neón, realismo sucio a golpe de pentagrama, chute de inspiración en cada letra, mono de libertad en cada estrofa. Punteó con su acústica los mejores años del rock; empezó siendo un adicto de la distorsión y terminó como el más entonado de los puristas (en la vida uno solo puede cambiar dos veces de chaqueta, a la tercera ya eres un chaquetero). Si los viejos suecos fueran justos y honrados le darían el Nobel hoy mismo. Nadie como él ha escrito sobre los perdedores, el sexo y la droga, la desolación humana, la jungla de asfalto, la derrota, el sufrimiento, el desamor. Voz de áspero terciopelo, mirada desvaída de drogata inteligente, nihilista de los auténticos, no como los niñatos capullos de ahora que van de nihilistas porque se han fumado un canuto. Era de Brooklyn y yo viví en Brooklyn una temporada, por eso lo amo más aún. Subíamos al techo de la casa y veíamos agonizar las luces gigantes del skyline mientras Lou, el viejo Lou, tocaba suavemente Walk on the wild side. Le atizaron de lo lindo con el electroshock en su infancia rebelde y eso le hizo más fuerte, más genio, más dios. Puso su santo plátano en el mejor disco de la Historia y socavó doscientos años de calvinismo americano. Se ha ido caminando por el lado salvaje de la vida. Como los grandes. Aunque digan que los viejos roqueros nunca mueren.  

Imagen: musicfeeds.com  

LAS FAMILIAS FORBES


Cuenta la revista Forbes que treinta familias españolas controlan ya la friolera de 32.000 millones de eurazos, céntimo arriba, céntimo abajo. Lo cual que ya sabemos dónde está la pasta y la riqueza del país: en el cerdito-hucha de los gatsbys hispanos o quizás más bien por ahí fuera, en los paraísos artificiales de Baudelaire, ya que muchos de estos fulanos están avecindados en el extranjero. Entre los privilegiados se encuentran el conocido y admirado Amancio Ortega (la tercera fortuna del planeta, solo superado por Bill Gates y Carlos Slim), Juan Roig (Mercadona), Florentino Pérez, Alberto Cortina, las Koplowitz, María del Pino (Ferrovial) y Helena Revoredo (Prosegur), por citar solo unos cuantos ejemplos. Las cifras son demoledoras: a un lado de la balanza los seis millones de parados crónicos que comen ya de la pensión de la abuela y al otro los 32.000 millones de euros improductivos, ociosos, obscenos, de estos esmoquins con poco corazón y aún menos cerebro. Un panorama desolador, pero no deja de ser consecuencia de una idea, de una política, de un Gobierno. Montoro gallea como él solo y se pone muy entero cuando habla de lo mucho que crece España, de lo bien que estamos saliendo de la recesión, de que el paro ya es una sombra del pasado sociata, cuando en realidad aquí solo le va bien a Botín y a las cuatro dinastías de la Forbes que se lo están montando a tope. Todo esto lleva a una conclusión: que la crisis, la jodía crisis, no ha sido otra cosa que un gran timo perfectamente calculado y estudiado, un tocomocho transnacional premeditado en el que los primos tartajas hemos sido todos nosotros, los curritos, los nacionales, mayormente las clases bajas, porque clases medias ya no quedan. ¡Y cómo hemos ido cayendo en la trampa a fuerza de mentiras, miedos y chantajes! Primero, acuérdense, nos amenazaron con la quiebra del sistema financiero, que viene el lobo, el corralito español, la sombra negra del rescate, nos decían, y hasta Zetapé se bajó los pantalones y entregó el pastizamen a los bancos; luego llegaron Marianico y Montoro, o sea Pepe Gotera y Otilio, Chapuzas Neoliberales a Domicilio (más los carlosflorianos de turno y otros mediocres adosados) que nos metieron en la cabeza la urgencia de la reforma laboral, todos al paro o a trabajar de gratis total, que es la teoría económica imperante de este fascismo económico, la nueva doctrina ultraliberal, lo que se lleva entre los universitarios pijos de Yale. Qué será lo siguiente. Sin duda el despido libre, la jubilación a los cien (todos jubilados walking dead) y pensiones que no darán ni para las chuches de Rajoy. A la derecha parece que le pone este escenario fragmentado entre pobres y ricos, sin clases medias, y mientras tanto se va sacando unos dineros malvendiendo hospitales en los rastrillos madrileños y expoliando la escuela pública. España está al borde del infarto por culpa de un colesterol malo en forma de ricachos que juegan al golf de ocho a nueve, patronean yates por mares de codicia y compran España por parcelas. De nada sirve la pantomima del tesorero que está pidiendo cárcel a gritos, ni el juicio al capo de los aeropuertos sin aviones, ni el vodevil del duque que pierde el trasero ante los paparazzi bajo las farolas fernandinas del Madrid de los desastres. Todo eso solo sirve para despistar, forma parte del juego de esta falsa democracia, de la gallofa, del cuento chino, de la estafa. Todo eso solo sirve para dar mayor realismo y color a la mentira mientras las cuatro estirpes pata negra de la Forbes se bañan con leche de burra, mean colonia en el váter de Tiffany´s y se alimentan con caviar fresco del Mar Caspio. Jordi Évole, el virus ébola que persigue sin descanso a los políticos con sus "hostias" de coletilla y su estilo desaliñado, joven y directo, entrevista esta noche al gran Pérez Reverte. "En España nos faltó lo que hubo en otros países: una guillotina". Y con doble hoja, añadiría yo, maestro. Lo digo porque aquí los cuellos son más duros de roer.  

Imagen: 20minutos.es

jueves, 24 de octubre de 2013

MANOLO ESCOBAR


Todos los veranos, cuando era pequeño, mis primos y yo solíamos bajar al río Genil para darnos un chapuzón en sus aguas foscas, frías, turbulentas. Luego, todavía mojados, corríamos al chiringuito más cercano, tomábamos Mirindas y echábamos unos duros en la máquina de discos, aquella máquina vieja y destartalada que rugía a todo trapo y en la que siempre, indefectiblemente, sonaba alguna copla de aquel señor con tupé, ceja indomable, patillas de bandolero y cara tostada eternamente risueña que se llamaba Manolo Escobar. Yo, en mi escasa conciencia de niño de diez años, me preguntaba por qué demonios todo el mundo adoraba a aquel hombre corriente, por qué todos buscaban aquel dichoso carro con tanto ahínco. Era la España de la Santa Transición, cuando el país vivía pendiente de la calabaza del 1,2,3, la selección caía en cuartos y a ETA le daba por mandar un generalote a tomar viento día sí, día también. No pasábamos de ser un país caribeño, pobre, casi subdesarrollado, aunque los jóvenes empezaban a vestir camisas con cuello de pico y pantalones de campana para parecerse un poco a Travolta. La música disco estaba en pleno auge en todas la discotecas del mundo, era lo más moderno del momento, pero aquí, en España, el bueno de Manolo seguía reventando chiringuitos playeros con sus melodías rancias como en sus mejores años de posguerra. Todo el país bailaba a ritmo de sus rumbillas facilonas, todo el país le seguía incondicionalmente en la búsqueda homérica de su carro y todavía hoy, en pleno siglo XXI, suena con desparpajo en fiestas de pueblo, verbenas de jubilados, partidos de fútbol y hasta en los mítines del PP folclorista, antiguo y cañí (sigue siendo el intelectual de referencia de nuestra derecha patria, su autor lírico de cabecera). ¿Por qué el arte de Manolo ha pervivido hasta hoy? Muy sencillo. Porque durante cuarenta añazos de hambre, crucifijo, miedo y dictadura, su música fue la esencial banda sonora de la España autárquica, aislada, abducida por Franco y sus secuaces. Hitler quiso conquistar el mundo a golpe de Wagner; Franco, más práctico y algo menos erudito, poseyó el subconsciente del español al grito entusiasta del Que Viva España, el "no me gusta que a los toros te pongas la ´minifarda´" y el porompompero (qué diablos sería el porompompero). Queramos o no, fue el catecismo musical del régimen, el libreto alegre pero trágico de un país atrasado. Uno, tras conocer que Manolo Escobar ha muerto, no deja de sentir cierta pena por la pérdida de un rostro que nos acompañó en tantas galas horteras de Nochevieja, no me caía mal aquel hombre alegre, simpático y bonancible. Pero no perdamos de vista la perspectiva de la Historia, no dejemos de ver que aquel carro que nunca aparecía no era otra cosa que la metáfora de la libertad que alguien birló al pueblo español una noche cuando dormía, una noche de romería (la guerra civil fue una romería sangrienta, una borrachera de odio y sangre). Manolo fue el juglar de una España legionaria, taurina, pobre y ágrafa donde el sueño de salir del mendrugo de pan pasaba necesariamente por hacerse un muletilla, un joselito o por irse a Alemania de camarero. Su Viva España fue un grito fachorro, topiquero, de casa cuartel. Conservemos y respetemos sus fandanguillos felices de una época triste. Pero no nos equivoquemos. Más de uno quiere devolvernos a aquella letra y a aquella música. Y por ahí no.    

Imagen: LAS

lunes, 21 de octubre de 2013

EL TIEMPO ENTRE IMPOSTURAS


Por simple curiosidad televisiva, anoche le robé una hora al sueño para echarle un ojo a El tiempo entre costuras, la serie sobre el novelón del protectorado de María Dueñas que ha terminado de vaciar los bolsillos de los españoles. No debí haberlo hecho. Al cuarto de hora todo se me hacía monótono, lento, exasperante. Y para colmo los personajes de principios de siglo hablaban como en cualquier plató de televisión de ahora mismo. Solo les faltaba decir: "Mola tronca, vámonos para Tánger". No sé por qué, pero me esperaba algo así. Mucho dinero en peluquerías y vestuario, mucha propaganda y mucha música moruna para dar ambiente a la cosa. Pero enganchar, lo que se dice enganchar, la verdad es que engancha menos que un concierto de Bertín Osborne. Llegados a este punto uno se pregunta si es ésta la clase de literatura de obligado cumplimiento que tenemos que tragarnos en estos tiempos superposmodernos; si es ésta la televisión cursi, ñona, cateta e insulsa que gusta a este régimen pepero que nos tortura con el Nodo a todas horas, con cine de barrio y Entre todos, ese programa dirigido por la talibana de la beneficencia Toñi Moreno, ese telemaratón de la hipocresía hecho por pobres para tranquilizar las conciencias de los ricos. El tiempo entre costuras es un tocho decimonónico pasado de moda, una historia entre Sissi Emperatriz y las malas novelas de mata-haris pero que triunfa porque el listón del público hace ya tiempo que está por debajo del betún. En este país que cada día da menos importancia a la cultura y a la educación de calidad, en este país que echa a sus científicos al extranjero en un Erasmus para exiliados haciendo bueno aquello de Unamuno de "que inventen ellos", en este país que tiene por ministros a gente que odia el cine y que va a misa de doce antes de trincar un sobre lleno de marianitos, no podría triunfar otra cosa que el folletín rosa, exótico, edulcorado de la simple costurera (o modista, antes se decía modista) que quiere salir del barrio para ver mundo. Quizás la historia de esta Sira Quiroga sea la historia de muchas mujeres españolas de hoy cuya existencia pasa por el hambre, la alienación y la falta de futuro. Ello explicaría el reventón que ha pegado la novela en las librerías de toda España. De ser así, la cosa sería todavía más triste porque de un lado revelaría una pobreza económica y de otro una pobreza intelectual difícilmente soportable. El tiempo entre costuras es el colorín literario de toda la vida, el papel cuché narrativo, el Hola histórico, y en televisión los modelitos de época y los peinados quedan de un bien, nena... Nos han vendido una superproducción hollywoodiense cuando todo queda reducido a la típica telenovela hispanocutre de gazpacho y siesta, a un Amar en tiempos revueltos solo que con más figurantes, más vestuario, más rolls prestados por el ministerio de gobernación y más exteriores en la África colonial. Un culebrón, a fin de cuentas, que de paso pretende realimentar la fiebre patria por el Peñón. Por si fuera poco, Antena 3 nos obsequia al final del capitulo con un making-of en el que la escritora (muy puesta ella en plan Carmen Posadas) nos explica lo brillante que es todo. Sabíamos que en este país nos sale mal hacer el cine americano pero es que ahora comprobamos con vergüenza ajena que ya no sabemos hacer ni el cine de nuestra propia Historia. Yo creo que esta teleserie no merece romper una cita de lunes noche. Tiene más impostura que otra cosa. El tiempo entre imposturas.   

Imagen: LAS 

sábado, 19 de octubre de 2013

VIVO O MUERTO

Chema Gil es un periodista de los que ya no quedan. Es honrado, trabajador y se moja a fondo en los temas. Una especie en vías de extinción en este gremio de vendidos y canallas. Ahora acaba de llegar de Nueva York, ciudad de cieno, alambre y muerte, como dijo el gran Federico. Los ingleses se preocuparon de elevar muchos rascacielos en la babilónica NY, pero se olvidaron de echar raíces en el suelo. Chema se ha preocupado de buscar esas raíces, las raíces humanas de los parias neoyorquinos, de los que ya no sueñan el sueño americano, de los que sufren las injusticias de un capitalismo que cabalga desbocado hacia la destrucción del hombre. Ni Bárcenas, ni Rajoy, ni Fabra ni Cospedal. Hoy el protagonista de Los Años Salvajes es Chema Gil. Gracias por esta joya de reportaje, maestro.  

















Chema Gil. Nueva York

New York, New York, la ciudad en la que nunca duerme... la miseria. Frank Sinatra cantó, como nadie lo hizo, a la ciudad de los rascacielos: "New York, New York. Quiero despertarme en una ciudad que nunca duerme y encontrar que soy un número uno, el primero de la lista, el rey de la colina, un número uno". Aquella mítica canción, hermosa, describe sin embargo que a la Gran Manzana se puede viajar con zapatos de vagabundo y con la intención de comenzar de nuevo, de buscar una oportunidad. Pero New York, la ciudad de Times Square, de Broadway, ofrece también otra cara insultante, pues frente a la opulencia se ve la miseria; junto a los trajeados ejecutivos de Manhattan que caminan deprisa, con un vaso de café del Starbucks en una mano y el iphone en la otra, puede verse a alguien sobre el que nadie dirige una mirada, al que la ciudad trata como si no existiera, al que está tirado en la acera. Puede estar vivo... o muerto; en realidad no parece importar a nadie, la vida pasa acelerada junto a su cuerpo. Vivo o muerto.
No se trata de una calle de la zona más deprimida del Bronx o de Queens, es la calle 45, la misma que desde Lexington Avenue te lleva hasta el portentoso edificio de la ONU.
La escena se repite en la calle 46 o en la 42.
Nueva York es una ciudad dura llena de inmigrantes que tienen dos o tres trabajos diarios para poder mantener una pobre vivienda. Ellos son los que mantienen esta ciudad con su sudor, con su sangre a veces, y con sus lágrimas. Los españoles podemos estar una semana en las calles de Manhattan y apenas utilizar el español, ni siquiera para mostrar algo de solidaridad con ellos.
La pobreza, la miseria, no tiene edad en New York, pues aquel cuerpo en la calle, vivo o muerto, no parece que tenga más de treinta años. Acercarte a preguntar si le pasa algo, si necesita ayuda, aquí parece tan anormal... Esa falta de empatía me causa estupor. He estado en alguna zona en conflicto donde se muestra más calor humano, incluso con eventuales enemigos, que el que se muestra en las calles de la civilizada y rica Manhattan. Si esto es Estados Unidos que no me esperen de turista. Llevo cinco años viajando a esta ciudad por cuestiones de trabajo, siempre me pareció fascinante, hipnótica, pero este año me ha parecido dantesca. Danny es el nombre de aquel cuerpo tendido en el suelo, no estaba muerto, estaba allí, simplemente tendido, dormitando, ausente de todo lo que le rodeaba. Danny, muy joven para estar tirado en la calle, vivo o muerto, nació en Virginia. Apenas puede explicar qué carambolas le ofreció la vida para terminar en la calle, sin techo. Su familia era 'normal', padre alcohólico, madre maltratada que un día no regresó, abandonándolo a él y a una hermana mayor, que pronto echó a volar y de la que no sabe nada. Se le ve entrar al aseo en la Gran Estación Central y salir a la calle, como cantaba Sinatra, "con zapatos de vagabundo", a ver cómo la ciudad podría engullirle de nuevo. Cuando le preguntas por el futuro te responde que ése es un concepto que no tiene mucho sentido para él. ¿Qué futuro? Su futuro son los 150 dólares que le doy, una miseria para alimentar la miseria. Las cifras de marginados en una ciudad como Nueva York son atroces. Lo cierto es que Danny, ahora sí, con otro aspecto, pudo entrar al Roosevelt Hotel, no sin antes ser sometido al escrutinio de la 'discreta' seguridad. 
Frank Sinatra terminaba su canción diciendo:

"Las tristezas de este pueblito
Están desapareciendo.
Voy a hacer
Un flamante comienzo
En la vieja New York.
Y si puedo hacerlo allí,
Voy a hacerlo en cualquier parte.
Depende de ti,
New York, New York. New York".

Para mí la canción, este año, termina deseando lo mejor a un joven que mañana estará tirado otra vez en la calle, vivo o muerto, y sin que nadie repare en su presencia. Salvo que moleste al rápido caminar de los ejecutivos de Manhattan.
Goodbye New York, good bye.

Imagen: Chema Gil

jueves, 10 de octubre de 2013

LAS TETAS DEL CONGRESO


Las tres activistas de Femen que se han encaramado a los escaños superiores del Congreso, tetas al aire y al grito de "aborto es sagrado", son la muestra viva y palpable de que no todo está perdido en esta democracia rutinaria, burócrata, adocenada. No entremos en el eterno debate aburrido e irresoluble de aborto sí, aborto no. El aborto es ley de la vida y la vida no se puede regular a golpe de decreto. Quedémonos pues con las tetas irredentas de estas chicas como metáfora contestataria, con esas tetas (no sabemos si operadas o no) que han supuesto un soplo de aire fresco para las Cortes, un último aliento de vidilla para ese hemiciclo moribundo lleno de muermos que aprueban leyes educativas mecánicamente y sin contar con el pueblo. Desde la derecha, Gallardón calificó tales tetas levantiscas como "atentado contra la soberanía nacional" (el ministro siempre tan grandilocuente, como un actor sobreactuado al que se le ve todo el Shakespeare), Posada las miró de soslayo con ojos maliciosos y desde la izquierda se aplaudió la performance, que tuvo casi de todo: sexo, drogas y rock and roll. Por haber hubo hasta suspense, ya que una de las integrantes del comando llegó a quedar peligrosamente colgada de una columna, y a punto de caer al vacío, mientras era zarandeada por las ujieres del gallinero. Uno de sus zapatos cayó a los escaños inferiores y golpeó contra sus señorías, pero lo cierto es que ese zapato no ha aparecido aún, que se sepa. Algún fetichista, seguro. En el Congreso es que hay de todo, como en botica. Uno cree que habría que volver al principio, al origen de todo, a la verdad de la política, a la verdad de la tribu en taparrabos, en pelotas o en tetas. Habría que desnudar la vida política española, tan adulterada de mentiras, tan rancia de escándalos, tan enredada y putrefacta ella. Habría que hacerle un buen topless a nuestros políticos de vez en cuando, sacarlos de sus trajes hipócritas, desnudarlos integralmente, en plan Boris Izaguirre, para devolverlos a la naturaleza y autenticidad de la vida. Llenar los escaños de tetas, muchas tetas, ropa fuera. Hagamos un Congreso de nudistas, si es preciso, y volvamos a darle el poder verdadero a la madre teta, a las matriarcas de la tribu, a la mujer en suma, que es la única que puede legislar sobre su propio cuerpo. Si existe el derecho a decidir no es exclusivo de los catalanes, antes pertenece a esas tetas que amamantan al pueblo, a esas tetas atávicas que han tomado el Congreso y que dan de comer a nuestros hijos (hoy desnutridos en las escuelas hambrientas de Wert), a esas mamellas que tienen más legitimidad democrática que el rodillo absolutista de Rajoy. En un Congreso de los Diputados que en treinta años de democracia ya ha visto de todo, en un hemiciclo que ha tenido que ver franquistas travestidos de demócratas, tejeros descerrajando sus metralletas, diputadas gritándole al pueblo "que se joda" y hasta una lluvia de goteras, unas cuantas tetas o domingas ucranianas o francesas o recias y castizas de Alcobendas ya no deberían asustar ni escandalizar a nadie, salvo a la derechona mojigata de siempre. El grito al aire de esas activistas despechugadas ha sido el grito de Munch que le hacía falta a nuestro agotado y narcotizado Parlamento, el striptease necesario y vindicativo del "basta ya", el aldabonazo a las conciencias de nuestros políticos tan fatuos de tedio y tan sordos al pueblo. Ha sido como decirles a grito pelado: despertad, viejos caducos, y mirad cara a cara a las fértiles madres de la patria que nunca mienten, mirad nuestras tetazas sin prejuicios, sin mentiras, sin complejos. Abrid los ojos, políticos trasnochados, a la verdad de la vida, a la calle, al pueblo, porque nuestras ubres fecundas no se rinden ni se rendirán jamás, por muchas leyes antiabortistas, mucha educación ultracatólica y mucho opusino reprimido legislando en el Congreso. Yo ahora mismo firmaría una proposición de ley para incluir un buen desnudo de sus señorías en las sesiones de control al Gobierno. A ver si así van saliendo los sobres ocultos de Bárcenas.

Imagen: Agencias

sábado, 5 de octubre de 2013

LA VERGÜENZA DE LAMPEDUSA


No eran ángeles negros (como he leído en alguna columna cursi), ni héroes titánicos que no temían al mar, ni siquiera insensatos enloquecidos que despreciaban sus vidas. Eran hombres, mujeres y niños corrientes acorralados por el hambre, la enfermedad y la muerte. Eran los tercermundistas, la famélica legión africana, los negritos del África tropical, como los llamamos aquí, en el cruel y opulento Occidente. Y, sobre todo, no eran imprescindibles, como aquella película de John Ford. El naufragio de Lampedusa, en el que se han dejado la vida más de 300 almas, es lo que es: una vergüenza para el hombre, ya lo ha dicho muy bien el Papa macanudo y cañero. Si no se tuerce y no lo matan antes tenemos un santo padre que está (casi) a la altura de Dios. Los trescientos que se han dejado la vida en ese infierno de agua no han muerto porque sí, los hemos matado nosotros mismos, los europeos coloniales, los occidentales insensibles que le roban a África sus diamantes manchados de sangre, que explotan a los niños en los talleres dickensianos de Bangladés, que venden armas químicas a Siria para luego darle un hipócrita tirón de orejas al pelele dictador de turno que no pinta nada. No. Este crimen no es un crimen del siglo XXI, este crimen viene del diecinueve, cuando Europa desembarcó en África con sus máquinas furiosas, sus livingstones, sus falsos mapas trazados al azar, su ciencia y sus dólares. Desde entonces no hemos hecho otra cosa que engañarlos, exterminarlos, explotarlos, ponerles cadenas de hierro al cuello, como a Kunta Kinte, aquel personaje valiente y digno de Raíces. Ahora, dos siglos después, es África la que nos devuelve nuestro cariñoso imperialismo y nuestra secular infamia en forma de cadáveres que gritan desnudos, en forma de cadáveres con ojos saltones y vientres abultados que son arrojados a la orilla como un vómito negro. Seguimos cultivando el colonialismo extremo porque eso es lo que mantiene las Bolsas internacionales, los mercados, la pensión de la abuela y la política exterior de Rajoy (cuan grande es la estulticia de Rajoy, que por negar niega hasta la radiactividad de Fukushima). Seguimos viviendo del negrito esclavo, sí buana, y ya se ha encargado el ario Berlusconi de ponerle muros al mar para que los africanos terminen estrellándose con sus lanchas de juguete. Vergüenza de ser europeo, vergüenza de ser occidental, vergüenza de ser hombre. Estoy de acuerdo con usted, señor Papa, por una vez y sin que sirva de precedente. Eso es lo que deberíamos sentir todos. Pero, sin embargo, seguimos viviendo anestesiados por nuestra televisión que ya nos vende Nodo a todas horas, por nuestros políticos trincones, por nuestros anuncios de tampax y condones, por nuestra liga de fútbol tonto y dominguero y los cotilleos de la ingle rosa. La tragedia de Lampedusa ha dado para cuatro telediarios espectaculares que han quedado de cine. Todos nos hemos conmocionado mucho a la hora de comer con la historia funesta de esos pobres argonautas eritreos dispuestos a huir del país del terror a cualquier precio. Pero esta noche, a la hora de dormir, nuestra conciencia se irá a la cama tan tranquila y ya nadie se acordará de ellos. Cuan grande es la necedad del hombre blanco.

Imagen:BBC

jueves, 3 de octubre de 2013

CARLOS FABRA


Creo que corrían las navidades de 2003 cuando Ximo Genís, delegado de Levante de Castellón (el periódico para el que yo trabajaba entonces) me llamó a su despacho de buena mañana y me entregó un documento tan extraño como interesante. Era la querella que un empresario del sector fitosanitario (o algo así) había interpuesto contra el presidente de la diputación provincial, el cacique, desmesurado y reaccionario Carlos Fabra. La noche anterior, Vicente Vilar (que así se llamaba el empresario) había concedido una entrevista al añorado Carlos Llamas (cuando "Hora 25" era "Hora 25") y había confesado que llegó a sobornar al político pepero con el fin de lograr ciertas licencias industriales que no vienen al caso. Desde que la querella de Vilar cayó en mis manos, y con la colaboración esencial del gran Ramón Marín, empecé a indagar, investigar, remover y brujulear todo lo que se movía alrededor del que entonces era presidente del PP local de Castellón y hombre fuerte del partido en la Comunidad Valenciana. Aún recuerdo con cierta nostalgia y un ramalazo de pasión aquellas noches en las que, rodeados de documentos, facturas, extractos bancarios y papelamen judicial, debatíamos cuál iba a ser nuestro titular de portada del día siguiente, el titular que iba a sacudir un nuevo revés al partido en el gobierno. Recuerdo que yo entonces me sentía como envuelto en una especie de sueño febril por encontrar la verdad, trabajaba sin descanso, a veces hasta entrada la madrugada, escribía dos y tres páginas sobre el tema, y al día siguiente, como un soldado de reemplazo, me levantaba a primera hora para reunirme con algún testigo fundamental, confirmar un documento en el Registro Mercantil o cubrir la declaración de algún implicado en el Juzgado de Nules, que abrió una investigación al respecto. Durante semanas, meses, e incluso años, el caso Fabra fue el mascarón de proa de un periódico que, bajo la dirección de un director valiente y profesional como Pedro Muelas, fue destapando con denuedo (y cayera quien cayera) toda la basura que anidaba en las raíces fundacionales del régimen fabrista. Nada ni nadie era capaz de detener nuestra fe ciega en conocer los hechos y en llegar hasta la última gota de verdad. Detrás de la denuncia del empresario había sobornos ministeriales, mediaciones sospechosas ante ministros de Aznar (Cañete, Villalobos y Posada, entre otros ¿les suenan?) presiones a los jueces para que dieran carpetazo al caso, loterías que siempre le tocaban al mismo, o sea a Fabra, viajes, dietas, comisiones, chanchullos. Todo el detritus que luego hemos ido confirmando en el caso Bárcenas, porque el caso Fabra no fue sino el anticipo a menor escala de lo que llegó después. En 2006, y tras múltiples escándalos, Carlos Fabra había conseguido hacer embarrancar la instrucción en Nules a base de recursos y más recursos; para colmo de males, la Audiencia Provincial decidió encarcelar al empresario confeso bajo la acusación de una supuesta violación de su mujer (que dicho sea de paso se había puesto de lado del político popular) y el caso durmió el sueño de los justos. Nueve jueces y cuatro fiscales intentaron reabrirlo, pero siempre terminaban pidiendo el traslado, impotentes ante el poder omnímodo del régimen fabrista. Los medios de comunicación locales, convencidos de que no había nada delictivo ni ilegal salvo la simple venganza de un empresario resentido, dejaron de informar del asunto en uno de los episodios de apagón informativo más bochornosos del periodismo que recuerda nuestra imberbe democracia (uno de ellos, un conocido periódico regional, llegó a cambiar el nombre del caso Fabra por el de caso Naranjax en una ridícula pirueta periodística para exculpar al gran señor y cacique). Sin embargo, nosotros (pese a que Carlos Fabra interpuso un rosario de querellas contra el periódico, alguna incluso con petición de cárcel contra mi persona) seguimos manteniendo el tipo y cumpliendo con el oficio de periodistas, como no podía ser de otra manera. Con el tiempo fueron apareciendo las cuentas ocultas de los Fabra, los supuestos desfalcos (que no se me olvide poner supuestos), los ingresos millonarios sin justificar, las fincas rústicas y urbanas, los delitos fiscales, los sobres que iban y venían a los bancos (lo de los sobres no es un invento de ahora, es tan viejo como el comer). Hoy, diez años después, he visto por la televisión cómo Carlos Fabra ha tenido que sentarse en el banquillo de los acusados y me ha producido una gran satisfacción comprobar que todo nuestro trabajo no fue en vano. Todos los medios escritos y audiovisuales informan ya del tema y hasta se dedican monográficos enteros al ideólogo de las gafas oscuras que promovió el aeropuerto sin aviones (un concepto oxímoron que también acuñamos nosotros y que hoy es moneda de uso común). No importa que algunos ya no estemos en Levante de Castellón. Los nuevos directores de ese querido diario pensaron que era mejor prescindir de algunos de nosotros porque ya éramos mayores, cobrábamos demasiado y estábamos amortizados (por no hablar de las presiones que el Gobierno de la Generalitat pueda haber ejercido sobre algunos responsables de Levante para hacer limpieza). Al final, los gerentes jóvenes de los medios de comunicación no son muy diferentes de los políticos corruptos que nos están gobernando. Allá ellos. Pero eso ya es lo de menos. Ahora soy más feliz. Escribo como nunca y tengo tiempo para mi familia, que es lo que importa. Además, estoy orgulloso de haber hecho lo que tenía que hacer en su momento: ejercer el periodismo. Nada más y nada menos.

Imagen: V.G.