sábado, 30 de noviembre de 2013

EL PERFIL MALO DE ZAPLANA

Ya está. Se apagó. Fundido en negro. Canal 9 ya es historia. La imagen de esos liquidadores siniestros caminando por el pasillo del centro de control, entre cables y ordenadores, me ha recordado mucho a aquel astronauta jadeante y sudoroso de 2001 dispuesto a desenchufar a Hal 9000 a toda costa. Tenían prisa por quitarse de encima al engendro, al monstruo, no fuera cosa que se revolviera contra los padres que lo habían creado. Alberto Fabra pretende ocultar la infamia echando el cerrojo a la libertad de prensa, pulsando el interruptor, arrojando tierra encima de la mierda. Qué equivocado está. Cree que dándole al botón de off podrá enterrar el despilfarro, el saqueo a manos llenas, el enchufismo, la simonía, el nepotismo. Son varias décadas de chanchullos y pasar página deprisa y corriendo no le va a resultar tan fácil como promulgar un decreto con urgencia y nocturnidad, señor molt honorable president. Lo malo de la ignominia es que queda grabada a sangre y fuego en las páginas imborrables de la Historia y hay demasiados desfalcos y abusos que ocultar, demasiados latronicios que esconder, demasiadas cacicadas que maquillar. No es hora de escribir desde el cruel revanchismo, ni desde el injusto ensañamiento, ni desde una doble moral hipócrita contra una plantilla de trabajadores que no hacían otra cosa que defender sus honrados puestos de trabajo, como hubiera hecho cualquier persona con hijos que mantener o sin ellos. No exijamos a otro periodista lo que quizás nosotros tampoco hubiéramos hecho. ¿Cómo tendría que haber reaccionado aquel presentador al que un superior ordenaba silenciar el accidente de Metro de Valencia? ¿Cuál tendría que haber sido la posición de aquellos reporteros a los que amenazaron con el despido si informaban sobre el caso Gurtel o sobre el caso Fabra o sobre los desmanes de Paco Camps? ¿Qué se supone que debería haber hecho aquel cámara siempre obligado a sacar a Zaplana por su perfil bueno? ¿Tenían que haberse puesto todos ellos el traje de Superman y lanzarse a una cruzada tan solitaria como inútil para defender la libertad de expresión? ¿Tenían que haberse enfundado las pistolas cual valiente Gary Cooper en Solo ante el peligro para plantar cara a la banda de forajidos que pretendían secuestrar el pluralismo informativo? Quizás debían haberlo hecho, pero pocos reaccionarían de forma tan aguerrida. Por eso los héroes del periodismo pueden contarse con los dedos de una mano, por eso la edad de oro de los héroes míticos, lamentablemente, se terminó hace ya tiempo (no perderse Park Row, de Sam Fuller, ahí está todo). El miedo es libre y hay facturas, hipotecas, futuros inciertos a los que hacer frente. Es verdad que no se rebelaron a tiempo con coraje y profesionalidad y eso estará ahí, para siempre, en sus hojas de servicio. Ellos son los primeros en ser conscientes de que esa miseria les acompañará durante toda la vida. Ellos son los primeros arrepentidos de no haber dicho "no" al abuso la primera vez que un capullo trajeado que decía ser periodista le levantaba el dedo índice como un vulgar mafioso. Ellos son los primeros que se sienten culpables de no haber peleado con más ahínco en pos de la democracia, de la libertad de expresión, del derecho a la información de todos los ciudadanos. El periodismo no es un trabajo de oficina de ocho a dos. Para eso ya está Bankia, de la que hablaremos otro día. El periodismo es una vocación que solo tiene sentido si se ejerce con valentía, con riesgo y profesionalidad. Nunca debemos olvidar cuál es el objetivo principal de este bendito oficio. Ahora que estamos perdiendo el Estado de Bienestar, ahora que el paraíso se aleja de nosotros para siempre, caemos en la cuenta de que teníamos algo sagrado entre las manos que no supimos defender. Por ese error hemos pasado todos y no es cosa de linchar a unos compañeros que trabajaban para ganarse el pan de sus hijos. Como todo hijo de vecino.  

Imagen: Canal 9

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