lunes, 16 de abril de 2018

EL SANTUARIO DEL SILENCIO


(Publicado en Revista Gurb el 6 de abril de 2018 y en Newsweek en Español)

No hay plan B porque no hay un planeta B. Así de sencillo y así de dramático. El reloj de la historia ha iniciado la cuenta atrás y ya vamos tarde si queremos evitar la destrucción de la madre Tierra. Cambio climático, contaminación, aumento de la temperatura, derretimiento de los polos, subida del nivel del mar, desaparición de especies animales y vegetales, ciudades inundadas y millones de personas desplazadas. Eso es lo que le espera a la especie humana en los próximos cien años si no toma medidas drásticas y urgentes ahora mismo. Carlos Bardem (Madrid, 1963) ya ha tomado su decisión personal: embarcarse con Greenpeace en campañas de concienciación para salvar regiones amenazadas del planeta como la Antártida. Cuando los ecologistas le propusieron ese viaje al corazón del último reducto de tierra virgen que queda en el planeta no se lo pensó dos veces: convenció a su hermano, el actor Javier Bardem, y se lanzaron a una aventura tan noble como fascinante. Allí, rodeado de crías de pingüinos que mueren por efecto del cambio climático, de ballenas que entonan tristes lamentos en medio de un silencio sobrecogedor solo roto por el crujido de los inmensos témpanos de hielo al resquebrajarse, ha vivido una experiencia única, casi mística. "La Antártida no es un sitio donde el ser humano tenga que estar si no es para investigarlo o documentarlo o defenderlo. Lo que más impresiona es su silencio sólido que se impone a cualquier otra cosa, y la verdad es que te mueve a la meditación y a la reflexión". Mientras el ser humano se enfrasca en estúpidas guerras por terruños y banderas y los polos continúan licuándose en un fenómeno que parece ya imparable, la campaña de recogida de firmas de Greenpeace para que la Antártida sea declarada un santuario a salvo de explotación comercial sigue en marcha. "Yo creo que en este caso hay muchas posibilidades de que, si millones de personas nos unimos y hacemos presión a nuestros gobernantes, consigamos finalmente el objetivo", asegura esperanzado.

Entrevista completa en Revista Gurb y en Newsweek en Español

Foto: Greenpeace

LA UNIVERSIDAD DEL PP


(Publicado en Revista Gurb el 10 de abril de 2018)

Saber es poder, decía Comte. Lo mismo debió pensar Gallardón cuando montó la Universidad Rey Juan Carlos, ese tinglado para supuestas elites (también listillos y futuros licenciados del hampa) donde se regalaban las titulaciones por la face. Solo que tras el escándalo Cifuentes el tinglado ha quedado al descubierto y ahora se entiende mucho mejor por qué quienes nos gobernaban eran como eran. Se entiende el pobre nivel político, moral y hasta humano de aquellos que tras pasar por las aulas de la URJC y otras similares nos han estado dirigiendo durante tantos años. Se entiende que muchos de esos personajes que forman la supuesta crème de la crème política del país no sepan hilar un discurso con dos frases seguidas sin darle una patada al diccionario y sobre todo se entienden esos pensamientos filosóficos sublimes como perlas caribeñas que a veces destila nuestro conspicuo presidente, Mariano Rajoy, como aquella sentencia gloriosa que quedará para los restos: "un plato es un plato y un vaso es un vaso". Ahora que se han descubierto los chanchullos perpetrados en la Rey Juan Carlos, los enchufes trifásicos, la compraventa de títulos, el rastrillo de los másteres, las conspiraciones de catedráticos, las prevaricaciones de funcionarios y las falsedades de documentos, podemos entender al fin por qué estamos en manos de quien estamos, de gente iletrada y sin escrúpulos, de personajes indignos que no tienen ni puta idea de nada porque les dieron el título solo con presentar el carné del partido en la ventanilla.
A lo largo de estos lustros de Gobierno mariano, los más tristes y decadentes en cuarenta años de democracia, en no pocas ocasiones el ciudadano de a pie se ha preguntado atónito y asombrado: ¿pero cómo puede ser que quienes nos dirigen sean tan idiotas y zafios, tan cortos de entendederas, tan torpes, zoquetes y lerdos? El escándalo del máster de Cifuentes nos ha dado la respuesta. La causa, el origen del mal, estaba en esa universidad del PP que no enseñaba nada bueno y de la que han mamado nuestros futuros gobernantes en sus años mozos. Los Bárcenas, Rato, Granados, González y otros sospechosos habituales de la crónica negra española absorbían lo peor de la condición humana en esos campus para ricos inmorales, en esos másteres de la mentira donde no se enseñaba ni el bello idealismo de Platón, ni el humanismo generoso de Erasmo, ni el profundo existencialismo de Jean-Paul Sartre –todas esas primordiales lecciones que cualquier persona debería aprender para no convertirse en un bellaco depravado–, sino cosas mucho menos nobles e importantes. Por lo visto allí, en la universidad pepera, coto privado of course, lo que aprendían las juventudes del Lacoste, o sea las mal llamadas elites económicas y sociales, era todo lo malo y abyecto del mundo, el álgebra del dinero sucio, la ley del más trepa, la física del enchufado y la química orgánica que prolifera entre el arribista y el poder. Sí, después de tantas legislaturas llenas de mentiras, después de tantos escándalos, lo hemos comprendido al fin. La corrupción se enseñaba universitariamente, académicamente, en horario lectivo de ocho a dos, entre la asignatura de amaños y la de sobornos impartida por el catedrático que antes había sido gobernador civil o tesorero del partido o director general de algo. Allí, en el campus frívolo del PP, no se enseñaba la nueva teoría cuántica de cuerdas, ni los nuevos avances en Medicina o ingeniería genética, sino que se enseñaba cómo montárselo uno a tope, cómo llegar a las Cortes Generales sin pegar ni chapa y la arquitectura de la puerta giratoria hacia el Íbex 35. Todas esas nuevas generaciones de mentes preclaras y deslumbrantes, todas esas hornadas de eminentes políticos que han dirigido los destinos de España, lo más granado, la hostia y la rehostia de la política y el pensamiento en tiempos de la posverdad, han salido de estas universidades privatizadas por el poder donde en realidad se aleccionaba sobre la nueva teoría sociológica del pillaje, los principios estratégicos del pelotazo y el paraíso fiscal, el manual rápido de autoayuda en cien palabras sobre cómo medrar, colocarse bien, robar lo que se pueda y llegar a la cima del éxito lo antes posible y por el camino más corto. O sea, la carrera superior con atajos para el caradura titulado, el pícaro sobresaliente y el tramposo cum laude. Lo del verdadero talento, el sacrifico, la honradez y el esfuerzo abnegado en el trabajo quedaban para la ruinosa universidad pública siempre infestada de losers y proletas.
Lo de Cristina Cifuentes ha sido bochornoso, esperpéntico, pero ahora al menos sabemos cuál era la causa de tanta corrupción y mediocridad: las fatales enseñanzas de la Rey Juan Carlos, las clases de Código Penal urgente para futuros inquilinos de Soto del Real, el paridero de impostores, zoquetes y necios donde ya no enseñaban a Aristóteles o a Descartes, ni siquiera las cuatro reglas de toda la vida, sino cómo llevárselo entero.
Ahora que ya sabemos que la asignatura principal de la URJC era cómo triunfar a cualquier precio y a toda costa, incluso pisando cabezas o falsificando expedientes oficiales, podemos entender las últimas grandes tesis doctorales y tratados que nos han ido dejando los prebostes del PP sobre fisiología humana (El matrimonio homosexual: unión entre una manzana y una pera, de la eminente profesora Ana Botella); sobre macroeconomía (El finiquito diferido y otros contratos ilegales más o menos tolerados, de la afamada doctora Loli Cospedal); y sobre inglés de Oxford avanzado (It’s very difficult todo esto, a cargo del mundialmente conocido traductor de spanglish don Mariano Rajoy Brey). Hoy, sin ir más lejos, Jiménez Losantos, otro de la elite, nos ha dejado una nueva clase magistral con el sello genuino de la URJC al asegurar que el juez alemán de Schlewig-Holstein no concede la entrega de Puigdemont porque ve a los españoles como "gitanillos sin despiojar de una raza inferior". ¿Habrá estudiado este también en la Soborna española?

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL MÁSTER DE LA MENTIRA


(Publicado en Revista Gurb el 6 de abril de 2018)

El Mastergate que persigue como una maldición gitana a Cristina Cifuentes va camino de convertirse en una crisis abierta de Gobierno, un asunto de Estado que puede llevarse por delante los restos del naufragio del Gobierno Rajoy. Y ahora que la Fiscalía ha entrado en el tema para saber qué está pasando aquí, con más razón tiemblan los muros de Génova. No perdamos de vista que estamos hablando de esa virgen política, esa Juana de Arco de la derecha patria que había iniciado una supuesta cruzada para limpiar de ranas venenosas el estanque fangoso del PP y que ahora, a las primeras de cambio, es acusada de falsificar sus notas universitarias, de echarle un borrón a las calificaciones, de darle duramente al típex y a la tinta adulterada, bajo un flexo clandestino y criminal, con una pericia que ni Los falsificadores, aquella gran película justamente oscarizada. A Cifuentes "la listilla" muchos ya nunca más podrán verla como una dirigente recta y honesta, sino más bien como una tahúr del Manzanares, una trilera de claustros y paraninfos, una oscura perista (lo de perista lo decimos porque siempre le anda poniendo "peros" a las noticias de Escolar, que con la ley mordaza hay que explicarlo todo oyes, no la vayamos a joder y nos coloquen una querella también a nosotros, como a los camaradas de eldiario.es). A la señora Cifuentes le ha sorprendido el revuelo mediático que se ha montado –como si sacarse un máster con la gorra fuese lo normal en un país avanzado– mientras algunos compañeros de partido, cada vez menos, todo hay que decirlo, la siguen defendiendo a capa y espada. "Parece que a algunos les gustaría conseguir lo que no consiguió un accidente de tráfico mortal", ha llegado a decir histriónicamente Dolores de Cospedal, que desde que dirige a las Fuerzas Armadas le ha salido un deje violento plagado de ardor guerrero que tira para atrás. Una declaración algo exagerada, fuera de tono, la de la señora ministra, sobre todo porque la comparecencia de Cifuentes ante la Asamblea de Madrid no ha convencido a nadie y no ha servido más que para agrandar la sombra de la sospecha que se cernía ya sobre ella.
 Lo cierto es que tras su paso por el parlamento autonómico, a fecha de hoy, la imagen que queda de la señora presidenta es la de una alumna enchufada y mediocre que se pelaba todas las clases, que hacía novillos cuando sus compañeros se dejaban la piel en los exámenes y que compraba los títulos académicos en el mercado negro universitario, como quien compra una ración de churros en la Plaza Mayor. Pese a que se ha defendido en el atril como gataza rubia panza arriba (retórica y frescura no le faltan a la dama dorada) el caso sigue rodeado de misterios, de ruido, de confusión, un enredoso affaire del que el ciudadano empieza a desconectar ya, no solo por hastío y por cansancio, sino porque estamos ante el mismo paripé de siempre que seguramente terminará con el político sospechoso saliéndose de rositas.
Mientras tanto, el famoso trabajo de fin de curso de Cifuentes sigue sin aparecer por ningún lado y las preguntas se acumulan sin respuesta. ¿Por qué se le permitió matricularse en el ciclo, tres meses después, y ya fuera de plazo? ¿Por qué se cambiaron sus calificaciones para darle el curso por aprobado y con nota pese a que no se le veía el pelo por la clase ni se presentaba a los exámenes ni puede aportar trabajo alguno firmado por ella? ¿Qué hay de esas noticias del digital de Escolar que hablan de falsificaciones de firmas, de un título universitario de mercadillo que supuestamente se compraba a golpe de talonario, de esa picaresca castellana y sonrojante impropia en un político serio y honrado? Rajoy, un líder que siempre se ha caracterizado por poner la mano en el fuego por sus guantes blancos, esta vez ha optado por quitarle yerro al asunto, como si falsificar el currículum académico fuese una cosa de chiquillos, una travesura de colegiales que no va a ninguna parte, una trastada de señoritas revoltosas de colegio mayor. Solo que a la pupila Cifuentes no la han sorprendido en una cuestión menor como puede ser fabricarse unas chuletas de nada para copiar en un examen, meterle una rata a la maestra en el cajón o andar fumando pitillos a escondidas por los aseos de la escuela. Esto es mucho más serio, algo que no puede saldarse, como suele hacer el señor Rajoy, con un silencioso pasapalabra a la gallega, un tirón de orejas al pillado in fraganti o un simple "muy mal señorita Cifuentes, de rodillas y cara a la pared", como hacían los maestros franquistas de antes. Aquí faltaría una dimisión higiénica y en condiciones, ya que estamos hablando del desprestigio de todo el sistema educativo español, del gigantesco descrédito que supone este embrollo para la Universidad de nuestro país y por supuesto de delitos muy graves como la prevaricación de catedráticos y funcionarios, la falsificación de documentos y el tráfico de influencias. Si ha habido un jamón al catedrático de turno a cambio de un sobresaliente o un aprobado, que tanto da, la ciudadanía tiene derecho a saberlo porque diría mucho de la catadura moral del personaje, en este caso "personaja", por adecuarnos al lenguaje no sexista.
Nos creíamos que la corrupción made in Spain era cosa de pelotazos urbanísticos, fitures y eventos varios, pero ya estamos viendo que el carcinoma llegaba y corroía hasta los sabios muros de nuestras milenarias universidades. Si no es verdad que en la Rey Juan Carlos regalaban los títulos como chochonas en una tómbola de feria, si no es cierto que más que un campus prestigioso y serio aquello era una timba de tunos y tunantes, una casa de rifas y citas, una agencia de colocación para fulanos del PP, que Cifuentes ponga encima de la mesa todo el papelamen para demostrar su inocencia. De otra manera muchos seguirán viendo a la presidenta como una rubia a la fuga, una sablista de medio pelo que se sacaba los títulos académicos por la patilla, una chulapa caradura y granuja de Chamberí de parpusa castiza, chaleco y pantalones apretaos y clavel en la solapa. Una impostora sin honoris causa, en fin. Su última excusa ha sido que perdió el trabajo de fin de máster en alguna mudanza. Es lo que tiene andar por los pisos carísimos de Madrid. Que uno pierde los papeles. Y hasta la cabeza.

Ilustración: Artsenal

martes, 3 de abril de 2018

NUESTRO HOMBRE EN YANQUILANDIA


(Publicado en Revista Gurb el 23 de marzo de 2018)

Varias generaciones tuvieron la suerte de divertirse con el humor del dúo Gomaespuma, formado por Guillermo Fesser (Madrid, 1960) y Juan Luis Cano. Hoy, Fesser vive con su familia en Estados Unidos, desde donde nos envía las crónicas del imperio yanqui y donde acaba de terminar su última novela, Mi amigo invisible, el relato de un escritor en crisis que habla con un misterioso acompañante. Instalado ya entre sus vecinos americanos, como uno más, Fesser mantiene ese optimismo, ese sentido del humor bienintencionado y esa vitalidad de los buenos años de Gomaespuma, y hasta cree que algo se está moviendo en el mundo, una fuerza positiva con la que conseguiremos salir de la soledad, la ansiedad y la depresión a las que nos abocan irremediablemente las frías redes sociales. "Siempre he preferido un abrazo a trescientos likes en Facebook. Este mundo nos está quitando los espacios para pensar y para escuchar a otros. Estamos convirtiendo el mundo en un lugar muy aburrido y la gente no quiere vivir en un sitio así. Yo creo que al final vamos a buscar, como Colón, el nuevo mundo, que en realidad no está demasiado lejos, consiste en dejar el móvil en un cajón y decir: a tomar por culo, majete". Fesser, nuestro corresponsal en Yanquilandia –desde donde nos cuenta el cronicón sobre la última burrada de Trump, la enésima matanza en un instituto y cómo nos ven ellos a nosotros los españoles– es, antes que nada, un hombre que sigue manteniendo intacta la esperanza en el ser humano y un sentido del humor inteligente que abunda cada vez menos.

Entrevista completa en Revista Gurb

EL SOSPECHOSO MÁSTER DEL UNIVERSO CIFUENTES


(Publicado en Revista Gurb el 23 de marzo de 2018)

Ocho horas después de estallar el caso del supuesto máster falsificado de Cristina Cifuentes, la presidenta de la comunidad de Madrid aún no había comparecido ante la opinión pública para dar las explicaciones pertinentes sobre un escándalo tan mayúsculo y vergonzoso. Sorprendía el silencio sepulcral de alguien que estaba siendo acusada de tramposa y sorprendían mucho más las explicaciones del rector de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), quien aseguró, como para quitarse de encima la patata caliente, que todo había sido producto de un fatal error informático. Qué casualidad que los ordenadores siempre se equivocan cuando hay alguien del Gobierno popular metido en alguna trapacería, enredo o fango. Será que las computadoras también votan al PP. Recordemos el bochornoso borrado de discos duros de Génova que los populares achacaron a otro fallo de la máquina y no a un ujier fornido y eficiente machacando el material a destajo y con nocturnidad, a golpe de maza, algo que muchos temen que fue lo que ocurrió en realidad.
Finalmente, tras casi una jornada de silencio administrativo, la presidenta compareció al fin ante los medios, aunque lejos de aclarar la situación dejó lagunas y contradicciones todavía más sospechosas. Pero al margen de casualidades demasiado casuales, la sombra de la sospecha se cierne sobre Cifuentes, más aún cuando ya se ha filtrado la foto de la presidenta abrazándose cariñosamente a la funcionaria que supuestamente le hizo el favorcillo de darle el cambiazo del "no presentado" al "notable", una maniobra digna de aquellos Zipi y Zape que eran capaces de cualquier cosa para que papá Don Pantuflo les comprara una bicicleta. En el caso de Cifuentes no parece que hubiera una bicicleta en premio para la funcionaria salpicada por el escándalo, al menos que se sepa. Tampoco un mal jamón de jabugo, como se hacía en la vieja escuela franquista cuando el padre de un alumno torpe quería comprar la voluntad del maestro hambriento y pobretón, que casi siempre terminaba sucumbiendo al regalo.
A falta de datos fiables y no de simples coartadas, la clave del asunto está sin duda en el ordenador. Es en ese sistema donde se supone que la funcionaria cambió los dos "no presentado" a "notable" en el año 2014 y es ese aparato el que tendrá que ser destripado para saber si hubo o no enjuague académico. De momento la Universidad ya ha anunciado una investigación para saber lo que pasó. No obstante, reducir esa maniobra tan flagrante y grave a la categoría de simple error informático no convence a nadie, por mucho que doña Cristina se haga la mártir con este espinoso asunto. Si la alumna lo aprobó todo en 2011, ¿por qué entonces sus calificaciones fueron alteradas tres años después? De momento, que se sepa, la inteligencia artificial no ha llegado al punto de que sea el ordenador quien tome la decisión soberana, motu proprio, de aprobar o suspender a los universitarios. Tiene que haber necesariamente una mano humana dando esa delicada orden. Una mano negra, habría que decir en este caso. Ni siquiera el súper computador de Stephen Hawking, tristemente fallecido estos días, habría sido capaz de convertir por sí solo un "no presentado" en "notable". La Universidad Rey Juan Carlos no es que sea Cambridge precisamente por su avanzado nivel de investigación en inteligencia artificial. Así que aquí lo único que se nos antoja artificial es la explicación de Cifuentes que no ha convencido a nadie, ni siquiera a los socios del PP, o sea Ciudadanos, quien por boca de su portavoz en la Asamblea de Madrid, Ignacio Aguado, ha dicho que de este caso emana un "tufillo" que le da que "no es bueno".
Por si fuera poco, tampoco se ha llegado a aclarar suficientemente por qué entre los tres profesores del tribunal que evaluó a Cifuentes en su trabajo de fin de máster no había uno al menos que fuera ajeno a la universidad, para asegurar así la independencia de la prueba, tal como establece la ley. En este caso, las tres profesoras que la examinaron pertenecían a la URJC, o sea que todo quedaba en casa. Y para rematar el cúmulo de supuestas irregularidades, ahora nos enteramos de que el famoso trabajo fin de máster de Cifuentes no aparece por ningún lado y que el rector, que salió a capear el temporal en rueda de prensa improvisada, tampoco es el responsable último del curso. ¿Es que no se ha hecho nada bien en este asunto?
Así las cosas, cada dato que se va conociendo alrededor de este caso rezuma no solo un tufillo malo, como dice el portavoz de Ciudadanos, sino un pestazo hediondo que tira para atrás y que ni siquiera el poderoso Chanel de la glamurosa presidenta logra camuflar. No cabe otra conclusión: tal suceso misterioso exigiría cuanto menos una comisión de investigación parlamentaria que llegara hasta el final con todas sus consecuencias.
Más allá de la titulitis y los presuntos chanchullos, no deja de ser llamativo que la asignatura que supuestamente se le atragantó a la presidenta madrileña fuese precisamente Financiación de las Comunidades Autónomas, una materia en la que no es especialmente experta ni ducha, si nos atenemos al nivel de endeudamiento que padecen desde hace años los pobres madrileños que soportan el fiasco de su mala gestión política y económica. Lo que la universidad le aprobó lo ha suspendido en la práctica, de manera que por ahí tampoco aprueba la presidenta.
En todo caso, en la Europa de verdad, en la Europa seria y avanzada, no en el simulacro de democracia llamado España, los políticos dimiten por este tipo de cosas y por bastante menos, véase aquel ministro de Defensa alemán que abandonó su cargo tras ser acusado de plagiar su tesis doctoral. Aquí no, aquí la culpa la tiene siempre el ordenador que es medio tonto y falla en el momento más inoportuno, el periodista que se inventa la noticia para hundir carreras políticas y hasta el rector de la universidad, que es quien al final sale al ruedo a dar la cara y a que le lluevan las banderillas de los periodistas. Todo muy sospechoso y muy lamentable. El caso del máster del universo Cifuentes exige luz y taquígrafos, aunque mucho nos tememos que, como suele suceder en estos asuntos que implican al PP, ni con un potente foco de rayo láser ni con una legión de diligentes funcionarios transcriptores de la escuela cisterciense conseguiríamos llegar hasta el fondo de tan enrevesada y extraña trama. ¿Será el de la femme fatale Cristina un caso para Sherlock Holmes?

Viñeta: L'Avi

ALEMANIA DA LA ESTOCADA FINAL AL 'PROCÉS'


(Publicado en Revista Gurb el 25 de marzo de 2018)
Finalmente ha tenido que ser Alemania, un país que en su Constitución contempla penas de cadena perpetua por el delito de rebelión, la que ponga el punto final a la estrambótica fuga de cinco meses del expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, refugiado en Bélgida desde octubre, cuando el Gobierno de Madrid lo cesó en sus funciones al aplicar el artículo 155 de la Constitución e intervenir la autonomía catalana. Según las primeras informaciones, Puigdemont ha sido abordado por una pareja de la policía alemana de Tráfico cuando cruzaba la frontera en coche desde Dinamarca rumbo a Bélgica, país en el que tiene fijada su residencia y donde según todos los indicios pretendía entregarse al considerar que la legislación flamenca es más benigna para su defensa de cara a un juicio. Los agentes dieron el alto a Puigdemont y lo condujeron hasta la gasolinera más cercana, donde lo identificaron y le comunicaron oficialmente su arresto, que en todo momento se ha realizado "con corrección", según fuentes cercanas al expresident. Sin duda, la operación policial se ha precipitado tras la información facilitada por los espías españoles del CNI, que seguían de cerca los movimientos del honorable tras la reactivación en las últimas horas de la euroorden de detención cursada por el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena. Según fuentes judiciales, el traslado del líder político catalán a España podría producirse de forma inmediata, ya que "Alemania es uno de los países con los que nuestro país tiene mejores relaciones de colaboración policial".
Con el arresto de Puigdemont, máximo impulsor de la independencia de Cataluña por la vía unilateral, se pone punto final al ‘procés’, un auténtico golpe de Estado que había puesto contra las cuerdas a la democracia española y la convivencia misma en nuestro país. A esta hora se puede decir que el bloque secesionista está prácticamente desactivado: el líder de ERC, Oriol  Junqueras, continúa en la cárcel; su número 2, Marta Rovira, ha huido a Suiza (así como Anna Gabriel, líder de los antisistema de la CUP); y los exconsellers del Gobierno de Puigdemont –Turull, Romeva, Rull, Bassa y Forcadell– han sido devueltos a prisión, donde también se encuentran los padres filosóficos y culturales del movimiento, los conocidos como Jordis. El independentismo catalán echó un pulso al Estado y lo ha perdido. Ahora, sofocada la aventura de desconexión con España, queda la ruina política, económica y social de Cataluña, un auténtico desastre planeado por un grupo de políticos iluminados e irresponsables que no supieron calibrar ni el alcance de sus absurdas decisiones ni el pantano en el que se estaban metiendo. Hoy en Cataluña solo queda una declaración simbólica de república independiente reconocida únicamente por Osetia; el varapalo del artículo 155 que hace retroceder a los catalanes a los tiempos franquistas y que restringe notablemente su autogobierno (hasta hace un año uno de los más amplios de las regiones autónomas europeas); la intervención de las instituciones seculares de la Generalitat; la fuga de empresas y bancos; políticos presos y lo peor de todo: la brecha social entre ciudadanos, la divisón en dos polos enfrentados que se odiarán durante mucho tiempo. Esa inmensa miseria es la que ha traído el proceso separatista, un auténtico disparate, un suicidio colectivo sin justificación alguna, un engaño colosal, cuando no una gran estafa al electorado. Prometieron un paraíso terrenal y fiscal donde no cabría el vago andaluz, ofrecieron un país donde cada ciudadano sería rico y próspero, y han dejado un fiasco de proporciones históricas que sin duda habrá que atribuir a los independentistas y a su loca y descerebrada carrera hacia ninguna parte, al margen de que el Gobierno de Madrid también haya tenido su parte de responsabilidad en el conflicto, al no comprender que desde el año 2012, y sobre todo tras el recorte del Tribunal Constitucional al Estatut, se estaba fraguando un gran estallido social independentista que necesitaba una respuesta política urgente. Rajoy no dio esa respuesta en su momento y con su silencio y su desidia dejó que la situación se fuera enquistando hasta que el volcán entró finalmente en erupción.
El error de cálculo del indepentismo ha sido de una magnitud difícilmente comprensible en líderes políticos a los que se les supone formados, preparados intelectualmente y con la experiencia suficiente como para saber que el delirio en el que se habían instalado, y al que habían arrastrado a dos millones de catalanes, no podía terminar más que de esta manera: con el dolor, sufrimiento, vergüenza y sentimiento de humillación de millones de catalanes. Cataluña era una de las sociedades más respetadas, ricas, avanzadas y admiradas de Europa y sus dirigentes, con su decisión de pisotear las leyes y hasta el Estatut de autonomía, la han convertido en un erial, en un espectáculo triste y grotesco para diversión de medio mundo, en una disparatada comedia del absurdo más propia de los Hermanos Marx que del respeto que se merece un pueblo con una historia y una cultura tan rica e importante como la catalana. Al lado de semejantes políticos, hasta Boadella, presidente de Tabarnia, parece un hombre sensato. Que ya es decir.

MÁS PRESOS, MÁS ODIO. Turull, Romeva, Rull, Bassa y Forcadell han ingresado ya en prisión. Un paso más hacia la ruptura de la convivencia. Todos vamos a perder en esta guerra de desgaste y sinrazón que unos iniciaron unilateralmente y otros no supieron parar a tiempo con soluciones políticas. Seguimos en un callejón sin salida, solo que la montaña de odio se hace cada día más grande y monstruosa. Los líderes independentistas despiertan ahora de un sueño tan delirante como imposible. Unos en la cárcel, otros fugados en Suiza o Bélgica. ¿Acaso no lo vieron venir, es que no sabían que emprender la vía separatista unilateral, dinamitando las bases del Estado de Derecho, podía traerles consecuencias muy graves? ¿A dónde pretendían llegar volando por los aires la Constitución, el Estatut, las leyes y reglamentos? Cuando la maquinaria de la Justicia se pone en marcha resulta implacable, dura, aplastante. La realidad se impone en toda su crudeza. Las imágenes de las familias despidiendo a los procesados entre lágrimas antes de ser conducidos a Soto del Real y a Estremera no son plato de buen gusto para nadie, salvo para los inconscientes y ultras. Mientras tanto Rajoy, el otro gran responsable de haber llegado a esta situación nefasta, se lava las manos descargando su responsabilidad en los magistrados del Supremo. Otro gran error, ya que un juez solo puede aplicar el Código Penal; el trabajo político debería hacerlo un presidente del Gobierno. ¿Qué caminos nos quedan para salir del atolladero en el que nos encontramos? Muy pocos. Se podría intentar destensar la cuerda, volver a una mesa de diálogo donde los secesionistas renuncien a la unilateralidad y Madrid ofrezca avances en el reconocimiento de la identidad catalana, pactar una solución para que las penas a los presos sean lo más benignas posible. Recuperar el espíritu de negociación y consenso, en definitiva, todo eso de lo que los dos bandos enfrentados no quieren ni oír hablar porque en el fondo no son auténticos demócratas, solo ciegos fanáticos arrastrados por una corriente de prejuicios, resentimientos, tópicos, ensoñaciones, mediocridades ideológicas, torpezas y dislates. Y así seguiremos: cada día nuevos encarcelados, cada día una palada más de odio. Hasta el desastre final.

Viñeta: Ben

NO SOMOS RACISTAS, PERO...


(Publicado en Revista Gurb el 23 de marzo de 2018)

Durante años, España ha vivido en la falacia de que aquí no teníamos un problema con la inmigración. "Los españoles no somos racistas, no tenemos nada que ver con los ultras austriacos o alemanes", nos repetían nuestros políticos cuando en realidad la bomba de relojería estaba activada y lista para estallar. Los disturbios de Lavapiés tras la muerte del mantero Mame Mbaye demuestran que no vivíamos en un oasis de paz, respeto y tolerancia, como nos habían hecho creer algunos. Había desconfianza entre comunidades, falta de integración, recelo, racismo más o menos soterrado, todo aquello que Saura nos explicó tan brillantemente en su película Taxi. Cientos de inmigrantes recluidos en insalubres centros de internamiento, vallas con cuchillas mutiladoras en Melilla, devoluciones en caliente, identificaciones policiales en las que se trata al extranjero como poco menos que un delincuente, persecuciones de manteros, guetos incipientes, explotación laboral, seres humanos sin documentación y abandonados a su suerte por calles y campos de todo el país, todo ese sindiós social y político ha sido constante en la desastrosa política migratoria de este Gobierno y también de los anteriores.
Nos guste o no reconocerlo, los hemos tratado como mano de obra barata, panchitos, negratas, moracos, y ahora, cuando las calles de Madrid arden de odio racista, nos hemos dado cuenta por fin de que tenemos un problema con las personas que vienen a España en busca de un futuro mejor.
Las escenas que se han vivido la pasada noche en Lavapiés, los enfrentamientos entre policías y manifestantes, los contenedores y cajeros automáticos envueltos en llamas, las barricadas y coches calcinados, las piedras y los palos, el ruido y la furia, no se diferencian demasiado de esas imágenes sobre disturbios raciales que nos llegan de cuando en cuando de los estados sureños norteamericanos, de los guetos parisinos y marselleses y de otros lugares del mundo con problemas graves de integración social. Puede que en general los españoles no seamos racistas (eso habría que preguntárselo a los miles de inmigrantes que malviven en nuestras ciudades) pero lo que a estas alturas resulta innegable es que algo está fallando. Ni somos tan tolerantes como nos creíamos ni nuestro país era una especie de santuario de convivencia interracial.
Ahora la bomba nos ha estallado en la cara. La manifestación que los inmigrantes han preparado esta tarde para denunciar la situación insostenible que viven desde hace años, quizá demasiados, puede convertirse en un polvorín si las autoridades no saben gestionar la crisis con templanza y racionalidad. Carmena ha suspendido todos sus actos oficiales; los políticos se frotan los ojos incrédulos. ¿Pero cómo ha podido ocurrir semejante estallido de violencia? Primero fueron las mujeres, luego los pensionistas, ahora los inmigrantes. No nos engañemos. Todo eso tiene nombre: miseria, pobreza, marginación e intolerancia.

Ilustración: Jorge Alaminos