(Publicado en Revista Gurb el 23 de marzo de 2018)
Ocho horas después de estallar el caso
del supuesto máster falsificado de Cristina Cifuentes, la presidenta de
la comunidad de Madrid aún no había comparecido ante la opinión pública
para dar las explicaciones pertinentes sobre un escándalo tan mayúsculo y
vergonzoso. Sorprendía el silencio sepulcral de alguien que estaba
siendo acusada de tramposa y sorprendían mucho más las explicaciones del
rector de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), quien aseguró, como
para quitarse de encima la patata caliente, que todo había sido producto
de un fatal error informático. Qué casualidad que los ordenadores
siempre se equivocan cuando hay alguien del Gobierno popular metido en
alguna trapacería, enredo o fango. Será que las computadoras también
votan al PP. Recordemos el bochornoso borrado de discos duros de Génova
que los populares achacaron a otro fallo de la máquina y no a un ujier
fornido y eficiente machacando el material a destajo y con nocturnidad, a
golpe de maza, algo que muchos temen que fue lo que ocurrió en
realidad.
Finalmente, tras casi una jornada de
silencio administrativo, la presidenta compareció al fin ante los
medios, aunque lejos de aclarar la situación dejó lagunas y
contradicciones todavía más sospechosas. Pero al margen de casualidades
demasiado casuales, la sombra de la sospecha se cierne sobre Cifuentes,
más aún cuando ya se ha filtrado la foto de la presidenta abrazándose
cariñosamente a la funcionaria que supuestamente le hizo el favorcillo
de darle el cambiazo del "no presentado" al "notable", una maniobra
digna de aquellos Zipi y Zape que eran capaces de cualquier cosa para
que papá Don Pantuflo les comprara una bicicleta. En el caso de
Cifuentes no parece que hubiera una bicicleta en premio para la
funcionaria salpicada por el escándalo, al menos que se sepa. Tampoco un
mal jamón de jabugo, como se hacía en la vieja escuela franquista
cuando el padre de un alumno torpe quería comprar la voluntad del
maestro hambriento y pobretón, que casi siempre terminaba sucumbiendo al
regalo.
A falta de datos fiables y no de simples
coartadas, la clave del asunto está sin duda en el ordenador. Es en ese
sistema donde se supone que la funcionaria cambió los dos "no
presentado" a "notable" en el año 2014 y es ese aparato el que tendrá
que ser destripado para saber si hubo o no enjuague académico. De
momento la Universidad ya ha anunciado una investigación para saber lo
que pasó. No obstante, reducir esa maniobra tan flagrante y grave a la
categoría de simple error informático no convence a nadie, por mucho que
doña Cristina se haga la mártir con este espinoso asunto. Si la alumna
lo aprobó todo en 2011, ¿por qué entonces sus calificaciones fueron
alteradas tres años después? De momento, que se sepa, la inteligencia
artificial no ha llegado al punto de que sea el ordenador quien tome la
decisión soberana, motu proprio, de aprobar o suspender a los
universitarios. Tiene que haber necesariamente una mano humana dando esa
delicada orden. Una mano negra, habría que decir en este caso. Ni
siquiera el súper computador de Stephen Hawking, tristemente fallecido
estos días, habría sido capaz de convertir por sí solo un "no
presentado" en "notable". La Universidad Rey Juan Carlos no es que sea
Cambridge precisamente por su avanzado nivel de investigación en
inteligencia artificial. Así que aquí lo único que se nos antoja
artificial es la explicación de Cifuentes que no ha convencido a nadie,
ni siquiera a los socios del PP, o sea Ciudadanos, quien por boca de su
portavoz en la Asamblea de Madrid, Ignacio Aguado, ha dicho que de este
caso emana un "tufillo" que le da que "no es bueno".
Por si fuera poco, tampoco se ha llegado
a aclarar suficientemente por qué entre los tres profesores del
tribunal que evaluó a Cifuentes en su trabajo de fin de máster no había
uno al menos que fuera ajeno a la universidad, para asegurar así la
independencia de la prueba, tal como establece la ley. En este caso, las
tres profesoras que la examinaron pertenecían a la URJC, o sea que todo
quedaba en casa. Y para rematar el cúmulo de supuestas irregularidades,
ahora nos enteramos de que el famoso trabajo fin de máster de Cifuentes
no aparece por ningún lado y que el rector, que salió a capear el
temporal en rueda de prensa improvisada, tampoco es el responsable
último del curso. ¿Es que no se ha hecho nada bien en este asunto?
Así las cosas, cada dato que se va
conociendo alrededor de este caso rezuma no solo un tufillo malo, como
dice el portavoz de Ciudadanos, sino un pestazo hediondo que tira para
atrás y que ni siquiera el poderoso Chanel de la glamurosa presidenta
logra camuflar. No cabe otra conclusión: tal suceso misterioso exigiría
cuanto menos una comisión de investigación parlamentaria que llegara
hasta el final con todas sus consecuencias.
Más allá de la titulitis y los presuntos
chanchullos, no deja de ser llamativo que la asignatura que
supuestamente se le atragantó a la presidenta madrileña fuese
precisamente Financiación de las Comunidades Autónomas, una
materia en la que no es especialmente experta ni ducha, si nos atenemos
al nivel de endeudamiento que padecen desde hace años los pobres
madrileños que soportan el fiasco de su mala gestión política y
económica. Lo que la universidad le aprobó lo ha suspendido en la
práctica, de manera que por ahí tampoco aprueba la presidenta.
En todo caso, en la Europa de verdad, en
la Europa seria y avanzada, no en el simulacro de democracia llamado
España, los políticos dimiten por este tipo de cosas y por bastante
menos, véase aquel ministro de Defensa alemán que abandonó su cargo tras
ser acusado de plagiar su tesis doctoral. Aquí no, aquí la culpa la
tiene siempre el ordenador que es medio tonto y falla en el momento más
inoportuno, el periodista que se inventa la noticia para hundir carreras
políticas y hasta el rector de la universidad, que es quien al final
sale al ruedo a dar la cara y a que le lluevan las banderillas de los
periodistas. Todo muy sospechoso y muy lamentable. El caso del máster
del universo Cifuentes exige luz y taquígrafos, aunque mucho nos tememos
que, como suele suceder en estos asuntos que implican al PP, ni con un
potente foco de rayo láser ni con una legión de diligentes funcionarios
transcriptores de la escuela cisterciense conseguiríamos llegar hasta el
fondo de tan enrevesada y extraña trama. ¿Será el de la femme fatale Cristina un caso para Sherlock Holmes?
Viñeta: L'Avi
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