viernes, 28 de febrero de 2014

FABRA QUIERE LIMPIAR


El presidente valenciano, Alberto Fabra, se ha puesto muy estupendo y ha dicho que quiere hacer limpieza de imputados en el PP regional. O sea, que le han entrado las prisas por fumigar. Es lo que ocurre cuando se acercan unas elecciones: que al político le entra el ataque de pudor y la urgencia por poner bonito el partido, no vaya a ser que lleguen las visitas (o sea el ciudadano elector) y descubran la roña pegada a las alfombras. Lo malo es que en el PP valenciano hay tanto que limpiar que el hombre no sabe por dónde empezar. Para limpiar el PP valenciano hace falta mucho más que una aparente buena intención, una honradez impostada y un poco de Mister Proper, ese calvete que es tu mejor amigo en la soledad del día de la limpieza tras una noche de botellón. Eso mismo es lo que le pasa a AF, que unos amigos gamberros aficionados a la fiesta salvaje se han dado un festival monumental a costa del partido y se han largado embriagados de Brugal, dinero y poder, mayormente dinero, dejándolo todo sucio, perdido, empantanado. Al honorable president ahora le parece muy mal que haya chicos malos sentados en los escaños de la bancada popular, el problema es que las Cortes Valencianas llevan meses, años, quizás décadas, siendo refugio caribeño de piratas, butroneros, palanqueros, tramoyistas del fraude, cleptómanos, adictos a la fiesta con pijama, dandis del traje caro, recalificadores de la verdad, amiguistas, enchufados, constructores de falsos aeropuertos, arquitectos del desfalco y aficionados varios al sirle. En fin, todo un zoo humano de parafilias (le pido prestado el término a mi amigo Desmond Morris, espero que no se moleste). En el arco parlamentario popular están representados todos los delitos del Código Penal, desde la prevaricación y el soborno al abuso sexual, lo cual que aquello es una ONU de delincuentes. Y así claro, limpiar todo eso de una tacada va a ser difícil y no basta con echarle la culpa al contable (Bárcenas en este caso) para que se suicide, como en las novelas de Balzac. Este PP valenciano no lo limpia ni una legión de Gracitas Morales con cofia y plumero, las que tenemos que servir. Ya vamos por cien imputados, cientos de cienes, y la cifra sigue subiendo, que no pasa un día sin que nos dé el soponcio leyendo los papeles. A Alberto Fabra, si quiere limpiar el partido de verdad, a fondo, yo le aconsejo que contrate a un puñado de japoneses de Fukushima, que la corrupción es una mugre radiactiva tan ácida que se te pega enseguida a la ropa, de ahí que el señor Camps cambiara tanto de traje. Lo malo del PP valenciano no es que sus filas estén más podridas que el hígado de Pocholo. Lo malo no es ni siquiera que haya un centenar de forajidos marcados con el cartel de wanted. Lo malo es que ese partido ha vivido tanto tiempo de este caldo de cultivo de la corrupción, ha institucionalizado de tal manera el delito tonto y rápido, que el problema ya no se soluciona con una bayetita y cuatro dimisiones. Al señor Fabra no nos queda otra que recomendarle menos verbalismo de político barroco y más ponerse manos a la obra, que esto, si uno quiere, se arregla en veinticuatro horas (por ejemplo: usted, usted, y usted, a la puta calle, un suponer). Si tan interesado está en fijar, limpiar y dar esplendor a su partido, remánguese, líese el pañuelo de "Nacido para matar" a la frente y empuñe la fregona si es que sabe (estos de la derecha patria son tan pijos que ellos no se mojan, sino que delegan en la chacha negra y en negro). De modo que limpie la cocina, señor Fabra, antes de que venga Chicote a sacarle los colores.

Imagen: afectadosporlahipoteca.wordpress.com

domingo, 23 de febrero de 2014

EL GOLPE DE JORDI


Respeto mucho a Jordi Évole. Me parece un gran periodista que aborda los asuntos de actualidad con valentía, desparpajo, rigurosidad. El caso de los muertos en el accidente de Metro de Valencia se reabrió gracias a un reportaje suyo y solo por ello la sociedad tendría que estarle eternamente agradecida. Pero lo de ayer, su broma pesada sobre el 23F, su chiste sobre el suceso más dramático de nuestra democracia (con la contribución cómplice de las momias más insignes de nuestra política y nuestra cultura), está fuera de lugar. Es cierto que el documental es de una factura cinematográfica sobresaliente. Es cierto que no habíamos visto nada igual en la televisión española. Y es cierto que todos nos lo pasamos genial viendo su montaje circense que nos hizo creer que el 23F fue un falso golpe de Estado. Pero si nos detenemos un segundo a reflexionar, si nos paramos un momento a analizar lo que vimos anoche, nos daremos cuenta de que esta vez Jordi se ha pasado tres pueblos. Resulta patético ver cómo figuras notables de nuestra Historia política reciente se han prestado a participar en la "bromita" del niño mimado de la televisión; produce lástima ver cómo un cineasta oscarizado como José Luis Garci (vieja gloria en horas bajas) colabora en la astracanada para relanzar su nombre y salir del "crack" creativo en el que se encuentra (por utilizar un símil con aquella película suya de Alfredo Landa); y perturba ver a Iñaki Gabilondo, santo y seña del periodismo español, gran gurú de lo que queda de la maltrecha izquierda en nuestro país, participar en un carnaval tan divertido como desconcertante. La Sexta llevaba semanas anunciando el gran programa de investigación del gran Évole sobre el tejerazo. Todo el país estaba delante del televisor con la esperanza de que el periodista serio y exigente sería capaz de aportar siquiera un dato nuevo para avanzar en el descubrimiento de una verdad que necesitamos aclarar de una vez. ¿Y con qué nos encontramos? Con el académico Anson haciendo el tonto, con Leguina chupando un poco de cámara para promocionarse con su nuevo tostón literario, con el chaquetero Verstrynge tratando nuestra Historia contemporánea como si se tratara de un Sálvame de Luxe frívolo e irresponsable. Me gustaría decir que me gustó el programa pero lamentablemente no puedo decirlo. Me pareció una gamberrada propia de universitarios de colegio mayor que no conviene al país en estos tiempos convulsos que vivimos en los que la gente necesita datos verídicos, respuestas fehacientes, verdades, ética. No sé si se trataba de desacreditar a la Monarquía, de un ejercicio de masturbación periodística para demostrar que Évole la tiene más larga que el mismísimo Orson Welles cuando engañó al mundo con su invasión de marcianitos o simplemente de una noche de borrachera televisiva (para olvidar) en la que a todos se les fue un poco la olla. Sea como fuere, no creo que el chico Midas de la Sexta consiguiera su objetivo porque: Uno: El Rey sale reforzado, ya que el documental no aporta ni un solo dato de su implicación en el golpe. Dos: Orson Welles fue capaz de movilizar a miles de americanos aterrorizados, y no veo yo españolitos echarse a la calle por el falso reportaje sobre el falso golpe. Y tres: si se trataba de pasar una noche de porros y anfetas televisivas todos lo hemos pasado pirata pero cuidado, porque la resaca puede ser fuerte, el prestigio profesional cuesta años conseguirlo y puede perderse en apenas un segundo. De periodista a bufón hay solo un paso. Sin duda, Jordi ha dado el golpe. Lo malo es que a estas horas este pueblo ignorante y desinformado que se llama España cree que el golpe lo dio Garci.  

Imagen: lasexta.es     

jueves, 20 de febrero de 2014

EL BOTÓN DE GRANADOS


Al señor Francisco Granados, después de que lo hayan trincado de marrón con una cuenta sospechosa en Suiza, solo se le ha ocurrido decir que piensa dejar su acta de senador porque ya está "hastiado de apretar el botón del escaño". Lo cual que además de butronero, es desahogado el hombre. No le bastaba con habérselo levantado a capazos, no le bastaba con haberse llevado hasta los leones de las Cortes, sino que encima tenía que restregarle al pueblo, por la cara, por la face, que ha sido un instalado, un acomodado, un vividor. Solo le ha faltado decir "me lo he llevado sin pegar ni chapa, qué pasa", para darle más rabia al indignado personal. De modo que el señor Granados se limitaba a apretar el botón cuando se lo decían sus jefes y a colocar pasta en Suiza muy ufanamente. Un mudo cremallera total con un dedo hiperactivo que no paraba de darle al botón, o sea. El señor Granados es el ejemplo más granado de lo que ha sido la politica en España en los últimos años de gansterismo político. Gente mecánica que iba apretando el botón por orden del partido; cenadores (más que senadores) que cenaban caviar suizo tras una jornada de aburrido botón de ocho a dos; dedos nerviosos que le iban dando al botón como quien le da a la tecla de la caja registradora, clink, clink, caja. A uno, que un político como Granados se haya levantado tropecientos mil en Suiza ya no le sorprende nada y hasta le va dando un poco igual. En España todos tenían un botón ganancial que con solo apretarlo daba un carguete en Génova o un padrino o abría una cuenta rápida en Suiza. El botones de Génova tenía un botón, el chófer tenía un botón, el tesorero tenía un botón y hasta el perro de Rajoy tenía su botón. Aquí, el que más y el que menos tenía un botón bien comunicado con la sucia Suiza. Aquí todos tenían su particular botón, moneda de hierro de los traidores, todos menos los pardillos ciudadanos, que ponían su escaso dinero algo más cerca, en Hacienda mayormente, o sea en manos de El Guindos y Montorito bravo. Loli Cospedal ha confesado en un plató que en el PP hay intrigas, pero lo que hay seguramente es demasiado gorrón, sablista o parásito pegado todo el rato al botón. Uno cree que esta epidemia de botón contagioso y fácil que ha sufrido nuestra estuprada democracia se reduce a algo tan sencillo como aquella vieja tonadilla que nos cantaban nuestras abuelas: "Debajo un botón, ton, ton/ que encontró Martín, tin, tin/ había un ratón, ton, ton/ ay que chiquitín, tin, tin". Sustitúyase Martín por Marianín y ratón por ladrón y ¡voilà!, ya tenemos la solución a la misteriosa adivinanza. Así que a estos boys del PP, de tanto apretar el botón burócrata, sin sentido, es que se les ha quedado el dedo rígido, acalambrado, tieso, y luego pasa lo que pasa, que a Bárcenas se le dispara el dedo corazón en forma de peineta cuando va por los aeropuertos fugaces del mundo. Fue Borges quien dijo aquello de que la democracia es un abuso de la estadística, aunque más bien sea un abuso del botón. Un botón parlamentario que cifre mucho parné es una mina de oro, un Potosí, el resorte de un puente levadizo hacia la jubilación suiza. Pero cuidado, que también es algo muy peligroso, tóxico, adictivo, y puedes quedarte enganchado a la droga del botón, que es que uno no puede dejar de darle al botón tonto día y noche, porque cuanto más botón más pastorrón. Por cierto, Rajoy aún no ha dicho ni media sobre el tema. Pues para muestra un botón. 

Imagen: público.es 

lunes, 17 de febrero de 2014

LOS JUEGOS DEL HAMBRE


Treinta mil africanos esperan tras los montes para saltar la valla de Ceuta, que es como el muro de Adriano, solo que con picoletos de Soria vigilando en las garitas en lugar de legionarios del Imperio Romano. Nada ha cambiado en estos últimos dos mil años, salvo que los fieros pictos ahora son africanos teñidos de lodo y de hambre. Los bárbaros se agolpan a las puertas de Occidente mientras Europa, la boba y codiciosa Europa, se divierte con los bailarines de hielo que hacen mariconadas florales en los ridículos juegos de Sochi. El limes de España está a punto de saltar por los aires pero nadie, ni en Madrid ni en la UE, parece dispuesto a mover un solo dedo para evitar la avalancha humana, el genocidio humano. Los muertos nadan playa abajo, ojos saltones, vientres hinchados, cuerpos desnudos; las negras de las pateras arrojan a sus bebés por la borda; y los niños se dejan la piel en las concertinas, espinas de acero. Es África que se nos viene encima como un inmenso alud sahariano, como una tempestad de hambre y arena mientras el ministro Fernández Díaz balbucea como un papagayo sobre los derechos humanos. Es el infierno africano que empuja y empuja como un útero sangriento que más pronto que tarde parirá guerreros dispuestos a arrasar Bruselas como Atila arrasó Roma. La guerra no es más que el eco sangriento del hambre. Los náugrafos ya ni siquiera tienen para una patera mafiosa (una patera es un crucero de lujo para un subsahariano) y se lanzan por miles a la tumba del mar, a pecho descubierto, a la desesperada. Mejor una muerte rápida y digna entre olas y rocas que una agonía de guerra, hambre y sida. Los que no perecen ahogados llegan a la costa extenuados, agotados, rendidos, pero ya no hay una mísera manta y un café caliente para ellos (los recortes merkelianos es que llegan a todas partes) sino policías que no se mojan las botas por un negrata, pelotazos de goma y una celda llena de cucarachas. Ahora que Rajoy se ha cargado la Justicia universal ningún africano podrá denunciarlo por crímenes de lesa humanidad. Es que no da puntada sin hilo este gallego. Uno no sabe si esto es Oriente contra Occidente, la Edad Media contra la Era Microsoft, la lucha de clases entre continentes o la choza de adobe contra el Bundesbank. El hambre del mundo es eterna, todo lo vence el hombre menos el hambre, decía Séneca, y las palabras se agotan como fuegos de artificio ante ese niño que atraviesa el desierto, solo y aterrado, huyendo de los morteros de Siria. Parece que a Wall Street no le cuadra el sobrante de tribus neolíticas y unos cuantos millones tienen que morir para que cuatro mangantes puedan seguir tirando con su caviar del Volga y sus putas esclavas/eslavas. Son los juegos del hambre, ahora que está tan de moda ese nuevo novelón barato. El holocausto judío no fue nada comparado con la tragedia de África. Si esto no es nazismo que baje Dios y lo vea.   

Imagen: rtve.es

viernes, 14 de febrero de 2014

SAN VALENTíN


San Valentín, ese día en que todos nos ponemos muy melifluos, nos viene, como no, de una tradición anglosajona, o sea como aquello de Papá Noel solo que con ramos de flores y tangas sorpresa en lugar de la barba postiza, el cojín metido en la panza y el absurdo ho, ho, ho. Es decir, un invento más del puritanismo mercantil victoriano. Uno no sabía muy bien qué pintaba San Valentín en todo este embrollo del amor hasta que leyó en la wiki que fueron los nórdicos quienes marcaron el día en rojo al ver cómo se emparejaban los primeros pajaritos. Qué escena más bucólica y pastoril. De pájaros, pajaritos y pajarracos sabemos mucho en España, pero ésta pretende ser una columna alimenticia sobre el amor, no sobre Urdangarín, que es un atleta del amor y por eso va empalmado todo el día. Del amor se puede decir aquello de que todos hablan de él pero nadie lo ha visto en realidad, así que el amor es como Dios, una cuestión de fe, algo sagrado a lo que se puede rendir culto toda la vida o algo que se traiciona unas cuantas veces al día, mayormente con la vecina/o del quinto. Los griegos celebraban el día del amor con sus bacanales en honor a Eros hasta que llegó el cristianismo y cambió al travieso diosecillo olímpico por el sosaina de San Valentín, que andaba casando gente a escondidas del emperador Claudio, todo el santo día casando gente, qué manía con casar, lo cual era tanto como matar el amor, porque todo el mundo sabe que el matrimonio es el peor afrodiasiaco que existe. Dicho sea de paso, San Valentín tiene un nombre tan remilgado que no pone nada, baja toda la líbido, oyes, por lo que hubiera sido mejor para la conservación del amor mantener al libertino Eros, el 14 de febrero, como santo de la cosa. San Valentín no solo es cursi, sino lo que es aún peor, tiene efluvios franquistas, véase aquellas chicas de la Cruz Roja que iban por la Gran Vía poniendo cachondo al españolito que no se comía un colín. Hoy AR y Susana, reinas de la telemugre mañanera, han dado falsos reportajes sobre San Valentín, pero acto seguido llegan los de Durex y Control con sus lubricantes y estimuladores para fogosos y gourmets (llegar juntos ya es posible) van al tema y se acabó el inocente amor. Hoy ya casi no se habla de amor, sino más bien del portal ése, eDarling, para solteros exigentes, solteros que al final solo piensan en follar. Como el amor se ha hecho más rápido, más cómodo y más seguro, sin sorpresas ni riesgos, pues se acude a una agencia matrimonial por Internet y te dan una muñeca hinchable a la carta o un maromo con ojos azules como Paul Newman, que escribía unos versos fabulosos incendiados de amor para su segunda mujer. Pese a que seguimos celebrando San Valentín con mucho consumo, mucha rosa tonta y mucho anuncio de perfumes y tías en bragas, lo cierto es que la cosa del amor (el amor o es platónico o no es) se está devaluando bastante, y ya todos ligan con todos, en comuna o red social, en tríos o cuartetos, a través del facebook, del tuiter o del wasap, maldita tecnología que ha matado el amor único y lo ha hecho múltiple, frío, digital, cibernético, matemático. Internet ha acabado con la aventura dolorosa, incierta y febril del amor, con los cafés con amenaza de plantón a media tarde, con los besos fracasados bajo la lluvia. Hoy, cuando llegan al cielo de la cama, ya todo misterio está chateado, ya todo secreto está revelado, ya todo está dicho. En un beso sabrás lo que he callado, decía Neruda. Aquello sí que era amor.   

Imagen: thinkinfreak.net       

lunes, 10 de febrero de 2014

EL JUEZ CASTRO


La última esperanza de la democracia española es un señor bajito, gris y con muy mala leche. Se llama Castro, el juez Castro, y ha dado una azotaina judicial en toda regla a la niña del Rey, que por lo visto estaba demasiado suelta, mimada, consentida. Resulta que la infanta siempre ha hecho lo que le ha dado la real gana, que si unas reformillas en su palacete por aquí, que si unas fiestas, unos viajes y unas clases de salsa y merengue por allá, que si unos libritos de Harry Potter por la face. "Noos, hija Noos", le ha dicho el juez Castro por fin, parándole los pies y exigiéndole recibos, facturas, cosas. Después de más de treinta años de feliz Monarquía, alguien tenía que levantar las milenarias alfombras de Zarzuela, mayormente para espolvorear los misterios que había debajo, por airearlas un poco, y ése es el hombre de moda, o sea Castro. A la derecha mediática y sus pirañas informativas (véase Marhuenda, Anson, Federico and company) les ha faltado tiempo para lanzarse vorazmente sobre el magistrado, al que acusan de ser un juez estrella, como si Castro no buscara otra cosa que salir en las páginas del Hola. Llaman juez estrella al que sencillamente cumple con su cometido, como juró en su día sobre la Constitución, que es la Biblia de la democracia, demostrando así que la Justicia no solo debe perseguir a robagallinas y mecheras. Garzón, Elpidio y Castro, entre otros, son nombres valientes que pasarán con letras de oro a la Historia de España. El país siempre estará en deuda con ellos porque un buen día se atrevieron a traspasar la delgada línea roja, ésa que el señorito traza en la tierra usurpada, con una navaja, echándole un escupitajo al pobre, para que se joda, como dijo Andreíta Fabra, otra sucesora del caciquismo hispano. Castro no tiene pinta de ser una estrella de nada, sino más bien un funcionario de provincias con sobrepeso montado en una Vespa que por la mañana naufraga en un océano de carpetas y archivos, en un pantano de casos atrasados y expedientes sin resolver, mientras que por la tarde lleva al cine a su señora. Castro, si es una estrella de algo, será por haber batido el récord Guinness de folios que ha generado el bochornoso y vergonzante caso Urdangarín. Dicen que tuvo que pagarse un ordenador de su propio bolsillo porque el ministerio no se dignaba a comprarle uno. Dicen que es capaz de recordar en qué estantería, en qué carpeta, en qué tomo está aquella prueba crucial que puede enviar a un delincuente a prisión. Dicen que es trabajador y profesional hasta la extenuación, incorruptible más allá del valor, honrado hasta lo imposible. Para la Historia quedará su interrogatorio duro y directo a la Infanta, que sin duda esperaba un trato de señora mucho más acorde con su alcurnia y solo pudo defenderse como una raterilla de tres al cuarto, o sea con el manido "no me consta", "no lo recuerdo", "lo hice por amor a mi chorbo". En esta España de vendidos, corruptos, fanáticos, navajeros y trabucaires que un hombre quiera cumplir con su deber de hacer justicia es la excusa perfecta para hundirlo. Un país que no respeta y protege a sus jueces está condenado a regresar a la jungla. No me extrañaría que le abrieran expediente con la excusa de cualquier chorrada, por haber fumado un pitillo en el despacho, por haberse dejado abierto el grifo del lavabo, por haber echado un ojo al partido de Copa entre juicio y juicio, por haberse tomado un gin tonic con la abogada de Manos Limpias. Seguro que a estas horas sus enemigos en la sombra ya están buscándole las cosquillas o algún renuncio para meterle un paquete de 30 años de inhabilitación y mandarlo al panteón, con los mártires San Baltasar y San Elpidio. Al cementerio de los hombres justos y honrados, o sea. 

Imagen: elidealgallego.com         

viernes, 7 de febrero de 2014

EL PASEÍLLO


Novecientos millones de personas vieron por televisión la boda de Cristina y otros tantos esperan ver mañana a la princesa en su paseíllo humillante, ominoso, tudoriano, hacia el cadalso judicial. Joder, cómo ha cambiado el cuento. Ese paseíllo histórico se ha convertido en el centro de todos los debates y tertulias, en una cuestión nacional, y ayer vi a Mariñas y a Karmele repartiéndose estopa duramente a cuenta del paseíllo. Unos exigen que la infanta baje por la cuesta a pelo, a pecho descubierto, para que el pueblo pueda lapidarla y despellejarla a gusto y placer, mientras que otros piensan que no sería necesario un linchamiento callejero. Eso es lo que ha sido España durante cinco siglos: dos bandos irreconciliables y una reina tan amada como odiada en medio de la contienda. Que la Infanta haga el paseíllo a pinrel, en coche blindado, en carriola o en cuadriga egipcia debería ser lo de menos y uno no sabe a cuento de qué viene tanto coñazo con el dichoso paseíllo. Lo que de verdad supone un paseíllo adelante en nuestra bisoña democracia es que una princesa de España entrará por primera vez en un juzgado, que se sentará ante el juez Castro y ante el retrato del Rey (Juan Carlos moverá los ojos vigilantes como en los cuadros de los castillos encantados) y explicará lo que hasta ahora no ha explicado. Que aclare qué ha hecho con la paga semanal que le daba su papá, que aclare tanto chalé de Pedralbes con decoración japonesa y tanto viaje por países exóticos. Urdangarín ya pasó por el trago del paseíllo embutido en su enfermo gabán, como un aristócrata de otra época, como un barón demacrado, viejo, arruinado. La Historia dirá algún día si fue el Rey quien arrojó los despojos de su yerno a las fauces de los periodistas. Sea como fuere, lo del paseíllo es una tradición española que nos trae muy malos recuerdos. A los rojos se les daba el dulce paseíllo en la noche de la fría Guerra Civil y luego a dormir a la cuneta. El paseíllo de los toreros antes de la corrida, entre luces de sangre, tintorro malo, pasodobles y gritos de olé tu madre, también debería ser una costumbre atávico/hispánica a desterrar. Y qué decir de los pasacalles o las procesiones de Semana Santa: un paseíllo funesto tras otro con señores del Ku-Klux-Klan metiendo miedo por ahí. De modo que deberíamos empezar por dejar de celebrar los paseíllos, cosa tan española como nociva, atrasada, primitiva. Los talibanes afganos, cuando quieren castigar a una adúltera, primero le dan el tranquilo paseíllo por el pueblo y luego dejan caer unas cuantas piedras sin importancia sobre ella. A Ana Bolena le dieron el paseíllo antes de aplicarle la suave hoja, doble afeitado. Hay en Cristina algo de Ana Bolena, solo que a Ana le cortaron la cabeza y a Cristina el juez Castro le va a cortar las cuentas en Suiza, de modo que en eso ha avanzado la civilización humana. La prensa ha hecho del paseíllo de Cristina hacia el juzgado una cuestión nacional, lo más importante del escándalo en Zarzuela, cuando lo verdaderamente relevante es saber si trincó hasta los tapices de Palacio, si se lo llevó crudo, entero o por partes, o sea. Los republicanos acérrimos que hacen noche a las puertas del juzgado esperando caer sobre su presa fácil no han reparado aún en que un paseíllo siempre es algo fascista, inhumano, cruel, y que la Justicia, si llega, siempre lo hace de forma silenciosa, discreta, sin ruido ni gritos ni linchamientos, ya sean físicos o morales. Cristina que cante hoy en el juzgado. Y los del paseíllo a casita. Que llueve. 

Imagen: noticiasdenavarra.com