miércoles, 25 de febrero de 2015

DE JETAS Y TARJETAS

(Publicado en Revista Gurb el 20 de febrero de 2015)

Los del Núremberg de Bankia, los de la cúpula del fascismo económico en el que andábamos metidos, ya se están sentando en el banquillo, ante el juez, uno tras otro, para dar cuenta del chollo que tenían montado con las tarjetas black. Durante años, mientras el pueblo agonizaba de hambre y la troika nos sacaba el higadillo y las criadillas, ellos trilaban en la sombra, en silencio, muy clandestinamente, sin que supiéramos cómo eran sus caras ni cuáles sus apellidos. Iban de expertos en la cosa, pero en realidad no eran más que los fontaneros sucios del sistema, los amigachos enchufados que hacían alguna chapucilla bancaria de cuando en cuando y luego la cobraban en black. Ahora, desde que la prensa lo está aireando todo, ya sabemos que tenían nombres ridículos, casi de tebeo, como de historieta, de tira cómica, nombres que en otras circunstancias menos trágicas nos habrían hecho reír mucho pero que en medio de esta truculenta historia de miseria y corrupción con faldas y a lo loco no pueden producir más que hastío y bochorno. Ahí está Moral Santín, un suponer, que ni tenía moral ni era un santín, el hombre; ahí está Estanislao Ponga (ponga usted el cazo, señor mío); Antonio Romero Lázaro (Lázaro, levántate y trinca); Ricardo Romero de Tejada (el que sacaba la mayor tajada); Ángel Eugenio Gómez del Pulgar (más los otro cuatro dedos, que con toda la mano llena se pilla mucho más y mejor); José María Arteta (o también hartito, hartito de cenas, de viajes y demás francachelas); Antonio Rey de Viñas Sánchez-Majestad (éste lo llevaba escrito en los genes, como un aristócrata de sangre azul, y eso que era de Comisiones el muchacho); Mercedes Rojo Izquierdo (de todo menos roja y de izquierdas); José Acosta Cubero (éste parece que se lo estaba acostando a ojo de buen cubero); Cándido Cerón (de cándido no tenía nada, que su cuenta era un jardín sembrado de ceros); Pradillo de la Santa (que ni era pardillo ni hijo de santa ni nada de nada); Joaquín García Pontes (ponte fino a caviar y a tarjetazos, y a vivir que son dos días). Y en ese plan.
En fin, que con esta lista sospechosa Paco Ibáñez habría levantado un glorioso 13 Rue del Percebe de la banca española, porque eso es lo que ha sido nuestro edificio financiero, un triste cómic, un cuento caricaturesco, una historieta esperpéntica muy bien pergeñada y dibujada para solaz de unos pocos manguis que funcionaban con la exactitud trágica de un reloj suizo. Un 13 Rue del Percebe lleno de frikis financieros al que solo le faltaba el moroso vividor del ático en el edificio enfermo de aluminosis que era la maltrecha democracia española. Rodrigo Rata, el Flautista de Hamelín de la campanilla, hacía sonar el címbalo, llamando al festín general, y todas las ratas menores le seguían al unísono como roedores ansiosos, voraces, insaciables. La lista es tan larga como vergonzante, pero uno a uno todos están declarando, por fin, ante el juez. Hay tantos nombres que es imposible que sus mentiras encajen y así claro, a las primeras de cambio se están haciendo la picha un lío. Uno le ha dicho a su señoría que la tarjeta black se la dio el jefe Blesa y que se coma él el marrón; otro que la consigna era gastar mucho, gastar, gastar a cascoporro; el de acá que no sabía que defraudar era delito; el de acullá que la tarjeta le cayó como llovida del cielo un día que sesteaba en su despachaco. Mienten, se desmienten, se desdicen, sueltan bobadas, sonríen por no llorar, pero están pillados por los cataplines, atrapados en la telaraña de oro que habían tejido durante años. Uno cree que ahora que le han dado Goya a Mortadelo y Filemón, reconociéndose por fin el valor como viñetista del gran Ibáñez, nuestro mejor dibujante, harían bien los agentes de la TIA y el profesor Bacterio en investigar este caso, un caso típico de los años locos de burbujas, charlestón y caspa española. De aquellos años ya solo queda una romería de personajillos desdibujados de tebeo, muñecones de cómic que hasta hace un rato iban de élite de las finanzas, de yupis, de estupendos, de decentes, y a los que ahora se les ha caído la careta, quedando al descubierto la jeta y la tarjeta. La jeta black, o sea.

Viñeta: Adrián Palmas

LA DUQUESA DE ALBA

(Publicado en Revista Gurb el 6 de febrero de 2015)

Se conoce que aquí, en España, el personal defrauda al fisco hasta después de muerto. Uno lo dice porque han trincado a la señora duquesa de Alba, ya fenecida, evadiendo unos duros a los cantones suizos (cómo cantan los cantones). Según la Agencia Tributaria, la declaración de la renta de doña Cayetana siempre le salía a devolver, pese a que era una de las fortunas más importantes del mundo y acumulaba 44 kilazos de vellón en propiedades. De modo que España se ha convertido ya en un cementerio de muertos que defraudan mucho a Hacienda, todos ellos catedráticos por la universidad de la "Soborna". Bárcenas es un muerto olvidado al que ahora nadie conoce en el partido; Blesa era otro muerto que pasaba por allí y al que Aznar le colocó el traje de tiburón de las finanzas; Urdangarin estaba muerto como jugador de balonmano pero dio el braguetazo del siglo y resucitó su carrera como diestro tironero; Villar, el presidente del fútbol, lleva cuarenta años muerto, metido en formol, lo cual que es como el Franco del balompié. Los españoles aún estamos esperando que el Estado aclare los pazos gallegos que el Caudillo levantó, uno tras otro, con los andamios óseos de miles de republicanos. Ocurrencias de la memoria histórica, pensará Rajoy. España siempre ha sido un país de dinastías muertas e infecundas, de nosferatus que andan todo el rato chupándole la sangre al pueblo, de muertos que se lo han estado llevando muerto a la sepultura por los siglos de los siglos. España es polvo de camposanto desolado y árido y a poco que los inspectores de Hacienda escarben en los nichos y panteones ilustres del país seguro que encuentran la pasta que nos hace falta para que no nos empapele la troika. Los hombres de negro siempre vienen de luto a España porque saben que van de entierro, a enterrar lo poco que ha quedado tras el festín de los ricos muertos, a dar la última palada de tierra a las migajas que han dejado los rancios abolengos. Jesús Gil fue un muerto que se largó de este mundo descojonándose de todos, mayormente de Hacienda. Pujol es otro que lleva muchos años enmudecido, como un muerto discreto, por no levantar sospechas, y por eso frecuenta pitonisas que le hacen la güija y le avisan por si los de la UDEF andan por Andorra. Montoro haría bien en enviarle la factura a todos estos muertos, para que se vayan pasando por la ventanilla de Hacienda cuando tengan un rato libre en medio de la eternidad y vayan declarando lo que deben. En España siempre han vivido mejor los muertos ricos que los vivos pobres. Mejor vida es morir que vivir muerto, decía el maestro Quevedo. La Grecia de Syriza llevaba dos mil años muerta, desde la dorada Atenas de Pericles, pero ha despertado al fin y Tsipras le ha dicho a la Merkel que tururú, que por ahí se va al Pireo, que ya no traga con tanto muerto improductivo sacando el dinero a Suiza. Jerónimo Tristante, el padre de Víctor Ros, nuestro Sherlock Holmes hispano que ahora llega con gran éxito a TVE, me dice con razón que la España de la Restauración decimonónica se parece mucho a esta España de hoy en día. Turno de partidos, caciques, enchufados, terroristas por doquier. Y muertos, diría uno, muchos muertos vividores que andan afanando el parné del país y defraudando a Hacienda a todas horas. Aquí la pasta la tienen bien apestillada en la tumba cuatro muertos muy vivos y muy tahúres y sus esposas testaferras (no sé si puede feminizarse el término pero me da igual), cuatro muertos que están muditos y que no sueltan prenda. Yo a la duquesa de Alba siempre la vi como un personaje goyesco de otro siglo, de otra época, de otro mundo. La dueña de este cortijo de terratenientes que siempre ha sido España, la patrona que reparte mendrugos de pan duro y harapos sucios a los jornaleros de la oliva. Dicen que está muerta. Pero para mí que en cualquier momento, y cuando menos lo esperemos, la señora se levanta del hoyo, cabellos blancos y revueltos de fea aparecida, botines de flamígero charol, morros siliconados y voz de ultratumba más fantasmal que nunca, y se marca un grotesco zapateao delante de su pueblo ignorante y hambriento. Hacienda ha llegado tarde para empapelar a la duquesa. Para mí que no estaba muerta, que estaba de parranda.

Imagen: Agencias

EL TERROR

(Publicado en Revista Gurb el 23 de enero de 2015)

Lo peor del terrorismo es que nos embrutece a todos, no solo a los verdugos, sino también a las víctimas. El miedo al hombre/bomba, al cinturón bomba, al coche/bomba y a la fiambrera/bomba lleva a la desconfianza, la desconfianza a la xenofobia y la xenofobia ya sabemos a qué conduce, al desastre, al caos, no hace falta decirlo. La imagen de televisión del yihadista encapuchado rematando sin piedad, en el suelo, a un agente indefenso o ésa otra de la Policía francesa acribillando a tiros a la rata, a bocajarro, como quien aplasta a una cucaracha, a la salida de un supermercado judío, nos inoculan sin remedio el virus del terror y además alimentan mucho nuestro morbo, hasta el punto de que no podemos apartar los ojos del televisor.
La escalada de embrutecimiento, de deshumanización y de sañuda crueldad que provoca en nuestra sociedad esta nueva forma de guerra basada en la destrucción total de la civilización humana ya está empezando a calar en nuestros cerebros y a cambiar nuestra mentalidad, nuestra forma de vida, nuestros valores. He leído y oído mucho análisis sesudo sobre la cosa durante estos últimos días y pocos, por no decir ninguno, son los que se han atrevido a decir que al asesino había que haberlo cogido vivo para ponerlo a disposición del juez, como manda la santa ley de la democracia. No seré yo quien diga que al loco suicida hay que sentarlo en las rodillas del policía para convencerle de que ha sido un chico malo y dialogar pacíficamente con él antes de ponerle las esposas, no digo yo eso. Muerto está y bien muerto. Pero pensemos por un momento que la nueva situación, el estado de guerra permanente hacia el que caminamos, conlleva inevitablemente una peligrosa alteración de nuestras tablas de la ley, unas tablas de derechos y libertades que desde hace más de dos siglos habían permanecido inmutables. Y ahí es donde la rebelión de los pueblos sin historia, como decía Cioran, los integristas orientales, empiezan a ganar su primera batalla al imponernos sus reglas del juego violento. Hasta el Papa Francisco se salta ya la otra mejilla políticamente correcta y se pone el disfraz de pugilista para arrearle un mandoble al obispo que le mente a la madre.
Si hiciéramos una encuesta ahora mismo, la mayoría de la población occidental estaría de acuerdo con que a los yihadistas hay que matarlos y rematarlos, si es preciso, antes de que cometan una barbarie. Es lógico, hasta cierto punto, pensar de esta manera. El miedo es la auténtica arma de destrucción masiva. Pero lo que trato de decir aquí, a ver si me explico, es que la dialéctica de este terrorismo religioso ciego y cruento va a transformar nuestra realidad y nuestra mentalidad en los próximos años, hasta el punto de que sin duda terminaremos aceptando hechos consumados que hasta hace poco tiempo nos parecían inadmisibles. Digamos que corremos el riesgo de pasar del estadio de inflexibles defensores de los derechos humanos a pragmáticos partidarios de nuestra seguridad. Y no serán solo los gobiernos quienes, mediante cambios normativos o decisiones políticas más o menos polémicas, dinamitarán nuestra libertad. No. Seremos nosotros mismos los que, tras años de terror, decapitaciones televisadas, impactantes secuestros, asaltos con rehenes, explosiones suicidas, asesinatos masivos, masacres y brutalidades de toda índole, terminaremos por abrazar la legítima defensa como única forma de salvar el pellejo. Ha pasado en otras sociedades modernas y nos puede pasar a nosotros. Cada vez que veo a los niños israelitas enchufándose la máscara antigás, corriendo sumisamente hacia refugios atómicos en rutinarios simulacros o adiestrándose en el manejo de un arma de fuego se me ponen los pelos como escarpias. Y sin embargo, Israel lleva años viviendo de esta forma. Forma parte de su idiosincrasia, de su cultura, de su modus vivendi. Ya nadie discute que primero hay que acabar con el terrorista suicida y luego plantear los debates que haya que plantear sobre derechos humanos. Ya nadie discute que primero hay que disparar y luego preguntar.
André Breton nos avisó de que el verdadero acto surrealista era detonar una pistola indiscriminadamente contra la multitud. Ahora estamos metidos en esta guerra surrealista, la más intangible y extraña de todas, una guerra sin cuartel, ni causa, ni lógica aparente, la guerra por la guerra, barbudos iluminados que gozan con el placer de morir matando, guerrilleros que lanzan sus moscas miserables sobre nosotros, dioses que hablan por boca de criminales, ridículos paraísos orgiásticos petados de huríes, expertos y tertulianos que tratan de explicar el fenómeno sin tener ni pajolera idea, vecinos del quinto que eran buenísimas personas y que de la noche a la mañana se convierten en asesinos enmascarados, niños fusilados porque veían un partido de fútbol, las concurridas calles de Occidente como trampas sembradas de bombas tranquilas, el éxtasis de la muerte. Ya no piensan solo en derribar nuestros rascacielos futuristas. Buscan derribar nuestra conciencia. Imponer la ley de la jungla. La ley del más fuerte. La ley del miedo.

Ilustración: Artsenal

viernes, 20 de febrero de 2015

LA DIOSA GRIEGA


 (Publicado en Revista Gurb el 20 de febrero de 2015)

Eleftheria Arvanitaki es la diosa de la música griega. Su voz fuerte y poderosa como una columna del Partenón lleva en volandas al pueblo griego en sus movilizaciones contra la troika, contra los recortes y las políticas de austeridad impuestas desde Bruselas. Eleftheria es la cantante griega más internacional y cuenta con miles de seguidores en toda España. "Españoles y griegos sentimos lo mismo. España, musicalmente, es como mi segundo hogar". Sus letras nacen de la fusión entre lo viejo y lo nuevo, entre Oriente y Occidente, y se han convertido en auténticos himnos de su tiempo, la banda sonora cotidiana de tantos millones de griegos que tratan de sobrevivir a la crisis y recuperar su dignidad. "¿Que qué me suscita el nombre de Angela Merkel? Para mí es sinónimo de austeridad y en cierto sentido de castigo contra Grecia". Nacida en El Pireo, viejo puerto de Atenas donde se forjaron los barcos que vencieron a la tiranía de los persas en Salamina, Eleftheria forja con su voz otra leyenda, la de un pueblo que se resiste a bajar la cabeza ante una nueva esclavitud brotada dos mil años después: la de los mercados que anulan y aplastan la voluntad de los que nada tienen y ya nada esperan. "Por supuesto que los políticos y los sindicalistas nos engañaron, porque ellos abandonaron al país a su suerte".

¿Qué opinión te merece Syriza?

Pues que es un partido de fuerzas políticas principalmente de centro-izquierda, que se hizo más fuerte en los últimos años de la crisis y también de personas que pertenecían a partidos de centro. Yo creo que es intención de Syriza ayudar a las clases medias y bajas para que encuentren su camino, pues sufren condiciones muy difíciles en su vida cotidiana. Todos esperamos que el gobierno de Syriza gobierne por el bien del país y de su gente.

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 6 de febrero de 2015

LOS DETECTIVES


(Publicado en Revista Gurb el 6 de febrero de 2015) 

De la noche a la mañana, ha pasado de dar clases de biología a chavales del instituto a ser el escritor del momento. Su saga del inspector Víctor Ros, que TVE emite cada semana, consigue reunir a más de dos millones de espectadores frente a la pequeña pantalla en la noche de los lunes. A Jerónimo Tristante (Murcia, 1969) apenas le ha dado tiempo a digerir el éxito que le ha reportado su ya célebre personaje, un agente de la Policía Metropolitana de Madrid que resuelve crímenes al más puro estilo de Sherlock Holmes en aquella España de la Restauración decimonónica plagada de anarquistas, caciques e intrigas políticas. "Es inevitable la comparación entre Víctor Ros y Holmes, a fin de cuentas mi personaje es un homenaje al detective más célebre de la historia", asegura. Mantenemos la entrevista en un receso, entre clase y clase, en el instituto de eduación secundaria Vicente Medina de Archena donde, pese al éxito de sus novelas, el profesor Tristante sigue con sus lecciones, como siempre. Los chicos del instituto están encantados de tener un profe que los lunes por la noche les da clases de Historia en la televisión, ya que al final de cada capítulo el escritor explica a los televidentes aspectos de la vida social y política española del convulso siglo XIX. La saga de Víctor Ros va ya por la cuarta entrega, aunque el novelista tiene a punto un nuevo libro, que verá la luz este verano, donde el detective viajará a Londres y a otros lugares del mundo resolviendo sus misteriosos crímenes de forma infalible. "Estoy mentalizado, cuando me sale algo bien lo disfruto, miro hacia atrás, veo que estoy un poco mejor que hace un año, pero tampoco tiro las campanas al vuelo porque sé que en cualquier momento esto se acaba y vuelvo a mi instituto con mis clases y más feliz que una perdiz", asegura el padre de quien todos dicen es el Sherlock Holmes español.

¿Cómo nació Víctor Ros?

Es un personaje que nació en una de mis novelas, que se llama Arcana Dei, una novela que no he publicado porque la hice hace muchos años y era un poco aquello que se dio en llamar el thriller esotérico. Justo cuando la terminé apareció El Código Da Vinci, y me dije: ¿A dónde voy yo con esto?

Foto: Marcial Guillén

Entrevista completa en Revista Gurb