lunes, 20 de junio de 2022

NOSTALGIA ROJA

(Publicado en Diario16 el 20 de junio de 2022)

Ferraz tiembla tras el vuelco a la derecha en Andalucía. En público, los portavoces de Pedro Sánchez se esfuerzan por convencer a la opinión pública de que unas autonómicas no son unas generales, que la victoria de Juanma Moreno Bonilla solo puede leerse en clave regional, no nacional, y que hay que mantener la calma porque el socialismo ha salvado los muebles. No peligra la reelección del presidente del Gobierno, no hay cambio de ciclo, el terremoto Bonilla ha sido episódico, coyuntural, dicen engañándose a sí mismos. Sin embargo, en privado hay sudoración, canguelo, ambiente de funeral. Ayer, Adriana Lastra elaboró una interpretación surrealista de la derrota sin paliativos. Por lo visto el “pobre Juanma” ha ganado por deméritos y errores del PSOE y gracias a los millones que Madrid ha inyectado en Andalucía para para aliviar los efectos de la pandemia y la crisis económica. Ni un atisbo de autocrítica, ni una pizca de análisis realista y valiente del desastre, no ya en las desarboladas filas socialistas, sino en la izquierda en general una vez comprobado en las urnas que ninguna formación progresista ha convencido mayoritariamente a los andaluces.

Sánchez debería reflexionar con urgencia por qué, elección tras elección, se lleva un revolcón regional. Perdió Madrid por colocar como candidato a Kant transfigurado en el personaje de Gabilondo cuando la gente pedía algo mucho más sencillo que una crítica de la razón pura de la democracia y del Estado del bienestar: una tapa y una caña. Moncloa no se olió esa tostada, de modo que la debacle madrileña tuvo su origen en un grave error de interpretación sociológica. El pueblo pedía aire, poder respirar otra vez tras meses de duro confinamiento, y Sánchez no supo verlo. El castañazo andaluz de ayer obedece a factores algo distintos, pero que también tienen que ver con la falta de pericia de la izquierda para leer las corrientes sociales contemporáneas. Una vez más, el candidato socialista (en esta ocasión Juan Espadas) decidió apostarlo todo al manido eslogan de “que vienen los fachas” y el cuento del lobo y Caperucita no ha calado en el andaluz, que lleva un Séneca dentro y no se la dan con queso tan fácilmente. El PSOE venía avisado de la fallida estrategia desde la victoria ayusista en Madrid, pero está claro que en Ferraz no escarmientan.

Moreno Bonilla no es Kennedy. No obstante tiene olfato para la política. El cartel con el que concurría a los comicios del 19J era lo suficientemente esquemático como para que pudiera entenderlo todo el mundo, desde el funcionario acomodado de Sevilla hasta el obrero del metal de la bahía de Cádiz pasando por el machacado autónomo. El mensaje era tan simple como el mecanismo de un botijo: Juanma Moreno, el candidato independiente que funciona al margen de las siglas del PP; el gestor amable y educado que pisa la calle para saludarse con sus paisanos; el hombre tranquilo que huye de la crispación y que quiere poner tierra de por medio con el macarrismo político de la extrema derecha. Todo ello, por supuesto, bien envuelto en la alegre bandera de Andalucía, porque el andalucismo sigue vendiendo pese a lo que crean los fascistas de nuevo cuño que pretenden acabar con el Estado de las autonomías para retornar al delirante centralismo franquista e imperial.

Macarena Olona se ha llevado un buen baño de realidad y cada vez parece más claro que la extrema derecha ha tocado techo. Tienen la parroquia que tienen, pero España, de momento, sigue siendo moderada, demócrata y liberal. Las elecciones las gana quien gana las clases medias, o sea el centro, y quien no aprenda esa lección de una vez por todas está condenado a la basurilla de menos del 15 por ciento de los votos. Por eso Vox nunca podrá alzarse por sí solo con el poder; por eso quedará como bisagra de la derecha hasta que esa bisagra se termine oxidando, como ya ha ocurrido con Ciudadanos. Tendrán su granero de incondicionales, haters tuiteros, negacionistas antisistema, obreros rabiosos con la izquierda y ácratas de la nobleza que les votarán por puro odio. Pero el proyecto, al haber sido concebido como una plataforma marginal para friquis y folclóricos, para radicales y nostálgicos, no podrá cuajar como gran partido de Estado. La Andalucía sensata del 19J que se mira en el espejo para reconocer su pasado y su futuro no ve a Vox, sino a Moreno Bonilla. La lógica se ha impuesto al delirio. Este es un país muy diferente al que trata de dibujar la extrema derecha española y Feijóo toma buena nota. Su barón andaluz le ha enseñado el camino para derrotar a Sánchez.

La izquierda debe lamerse las heridas y empezar la ardua tarea de la reconstrucción. Para empezar, está claro que la atomización en múltiples partidos penaliza gravemente. Urge un gran concilio de la izquierda donde se ponga en común, dejando aparte rencillas y cainismos, un gran programa común para que el votante sepa a qué atenerse. Cien siglas, cien torres de Babel y cien jaulas de grillos conducen directamente al suicidio. Y hay otra cosa no menos importante: el mensaje huele algo rancio, antiguo, nostálgico de un pasado que no volverá. Andalucía y España han cambiado radicalmente en lo sociológico. En los últimos cuarenta años, este país ha dado un salto económico adelante como nunca antes en nuestra historia. Puede que en 1978 Andalucía fuese roja, pero ya no lo es. Una región no puede considerarse de izquierdas cuando el mapa poselectoral queda totalmente teñido de azul. O empiezan a comprender que en el siglo XXI el poder no se gana por asalto ni por revolución, sino convenciendo al electorado con propuestas concretas e imaginativas a los problemas del país, o están muertos y enterrados. Menos manual de Marx que ya nadie lee, menos discursos incendiarios de La Pasionaria, y más cursos prácticos de mercadotecnia posmoderna para ganar elecciones. Es cierto que los valores de la izquierda son moralmente superiores y que están más vigentes que nunca, pero el PP cuenta con su poderosa maquinaria electoral que conecta con la opinión pública como un enchufe trifásico. Mientras no arregle esa avería, la izquierda no tiene nada que hacer.

El mundo cambia a una velocidad de vértigo. El partido que no sepa adaptarse a esta realidad mutante está abocado a la extinción. En política, lo que mejor funciona suele ser lo más sencillo. Si al votante de hoy le das a tragar dialécticas hegelianas decimonónicas, complicadas teorías filosóficas sobre el origen materialista de la pobreza de las naciones y debates bizantinos sobre la esencia de la democracia, se pierde, se aburre y se va a la playa de la abstención o a otro chiringuito. “Bajemos el diapasón de la crispación, no veamos al rival político como a un enemigo, hagamos cosas razonables”, declara Moreno Bonilla en el día después de la victoria. Tan sencillo como eso.

Viñeta: Luis Sánchez

UN SEÑOR EDUCADO

(Publicado en Diario16 el 19 de junio de 2022)

La victoria clara y rotunda del PP en Andalucía confirma que la campaña electoral diseñada por los asesores de Juanma Moreno Bonilla ha sido perfecta. Los populares fagocitan completamente a Ciudadanos, le roban espacio al PSOE y recuperan votos de Vox. El votante de Cs ha entendido que no tenía sentido seguir dándole su papela al señor de las torrijas naranjas que ya no pintaba nada y ha vuelto a cobijarse bajo las alas de la gaviota. Paralelamente, mucho socialista, quizá por miedo a que gobierne la ultraderecha, ha optado también por el Partido Popular con la nariz tapada (aquello del “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”). Y no pocos simpatizantes voxistas han despertado por fin del sueño delirante de las banderas, del patrioterismo y de las performances de Macarena Olona para regresar al redil del PP. Para Génova 13 han sido las elecciones soñadas por cualquier candidato. Desmarcándose de la ultraderecha, Moreno Bonilla ha sabido conectar con los andaluces en una coyuntura nacional que ciertamente le era favorable (crisis económica galopante e indignación contra el Gobierno Sánchez). La jugada le ha salido redonda y ha quedado en evidencia lo lejos que estaba Pablo Casado (con su intento de voxizar el PP) del camino correcto.

Del 19J salen varias lecturas a bote pronto. La primera, sin duda, la consolidación de un barón regional que llegó a la política por la puerta de atrás, casi de puntillas, y que ahora consigue un respaldo abrumador del pueblo andaluz. Ya nadie podrá decir que el presidente de la Junta es un hombre anodino, gris y sin carisma. Gana elecciones y no precisamente de forma apurada o por los pelos, sino sin bajarse del autobús, de forma arrolladora, a la antigua usanza, como lo hacía el socialismo felipista en los buenos tiempos. Le han votado hasta en Dos Hermanas, el corazón del sanchismo. Para que luego digan que los tiempos de las mayorías absolutas ya han pasado. Esta vez, los siempre cuestionados asesores se han ganado el sueldo. Al igual que Isabel Díaz Ayuso, Juanma Moreno es un producto de mercadoctecnia fabricado ad hoc, en los laboratorios de Génova, para ganar elecciones en un momento histórico muy concreto y determinado de la historia de España. Y la fórmula funciona. Que vaya tomando nota Ferraz.

Definitivamente, ha calado (más bien ha colado) el mito del candidato del pueblo, el tipo centrado, limpio y aseado que dice lo que tiene que decir, con diente retorcido pero con educación, a los adversarios de uno y otro bando. No busquen ustedes en el bueno de Juanma a un gran estadista o a un faro intelectual de nuestro tiempo porque no lo hallarán. Si tuviésemos que destacar una idea original suya, una cita brillante, un discurso para la posteridad o una gran promesa que haya llamado la atención a lo largo de su campaña, no podríamos sencillamente porque no la ha habido. Juanma es simplemente Juanma. Un dependiente de grandes almacenes muy bien vestido y muy bien cosido que no le hace ascos a nadie y a todos los cautiva con una sonrisa beatífica. Para ganar, le bastaba y le sobraba con barrer los restos del naufragio de Ciudadanos y del PSOE, que ha vuelto a embarrancar en un mensaje difuso, unas veces apelando al miedo a la extrema derecha, otras con las mismas propuestas demasiado generales y ambiguas sobre la defensa del Estado de Bienestar.

La guinda que ha colmado el errático pastel cocinado por Juan Espadas, Teresa Rodríguez e Inmaculada Nieto fue la aparición estelar de Zapatero en un mitin socialista en Vélez-Málaga casi al final de la campaña. Allí, de forma sorprendente, al expresidente de la ceja no se le ocurrió otra cosa que alabar con “orgullo” el legado de Manuel Chaves y José Antonio Griñán, los dos insignes salpicados por el escándalo de los ERE. Fue como meterle el dedo en el ojo (o en otro sitio) a miles de andaluces que siguen encabritados con un turbio asunto que en Andalucía todavía escuece. Si en ese momento había un montón de indecisos que no sabían a quién votar el 19J, Zapatero despejó todas las dudas. Más botín para el PP. El voto emocional ha vuelto a funcionar, como en su día ocurrió con Ayuso en Madrid. Vivimos tiempos líquidos y la política se ha convertido en un duelo de actores más que en un juego de confrontación de ideas. Génova fabrica muñecos muy efectistas: primero la muñeca Pepona que canta la nana de la libertad una y otra vez hasta la saciedad; después el galán perfumado que parece salido de una película de Cine de Barrio.

En segundo lugar, queda claro que la derecha ya no da ningún miedo a los andaluces. Las viejas generaciones que en la Transición votaban socialismo por puro odio al señorito, al heredero del caciquismo rural y al franquismo, ya no están, y los jóvenes que se incorporan a la política vienen derechizados de casa, aburguesados, convencidos de que han dejado atrás la lacra del proletariado que estigmatizaba a sus padres y abuelos. Las juventudes de hoy solo han vivido democracia, hedonismo, botellón veraniego y chalé en Torremolinos, y creen que España fue siempre así, de modo que ya no es necesario defender las conquistas sociales. En esa revolución sociológica, la izquierda sobra y la extrema derecha se acepta sin pudor. El votante percibe que pese a que el PP lleva cuatro años gobernando con Vox, en todo ese tiempo no se han visto escuadristas de la Falange desfilando calle abajo por las ciudades andaluzas.

Así las cosas, no tenía demasiado sentido la campaña de las izquierdas apelando a la movilización contra el fascismo franquista. Y mucho menos si tenemos en cuenta que en las últimas horas el PSOE y las confluencias habían dejado caer que en caso de que Juanma Moreno no ganara por mayoría absoluta y necesitara de Vox para gobernar, el bloque progresista no se abstendría para favorecer un Ejecutivo monocolor del PP. Si eran tan fieros los lobos nazis como los pintaban, ¿cómo podía ser que las izquierdas estuviesen dispuestas a permitir que los de Macarena Olona entraran por la puerta grande de San Telmo para ocupar cargos, consejerías y despachos? El mensaje de la izquierda no solo ha sido anacrónico, fuera de tiempo y confuso, sino que da la sensación de que los programas son siempre los mismos, calcados de unas elecciones a otras, sin ofrecer propuestas imaginativas capaces de seducir a los andaluces. Y luego está el fracaso personal de los respectivos candidatos. Espadas era un caballo perdedor desde el principio; Teresa Rodríguez ha pagado el cainismo de las izquierdas; e Inmaculada Nieto, quizá la que mejor ha estado, ha llegado demasiado tarde a los ruedos políticos.

Capítulo aparte merece la dramática abstención. Que solo un 57 por ciento del electorado haya participado en estos comicios significa que la democracia está herida de muerte. Ya no vale la excusa de que era domingo y que la gente se ha ido a la playa; ya no sirve la explicación de que la ola de calor ha insuflado en el votante una pereza insuperable, tanta como para no salir de casa. La desmovilización socialista tiene mucho que ver con los últimos años de susanismo decadente y clientelar, con el giro a la derecha del PSOE y con la miseria del subsidio que ya no lo quiere nadie. Sánchez debería aprender la lección andaluza porque lo peor de todo es que estos comicios los gana Moreno Bonilla no a la manera ayusista –en plan faltón, gamberro y soltando bulos y disparates–, sino con fineza, con elegancia, al estilo Feijóo. Por destacar algo bueno y no caer en la más absoluta de las melancolías, al menos no ha habido “macarenazo” ultra, confirmándose que Vox pierde fuelle. Algo es algo.

Viñeta: Currito Martínez

MÓNICA OLTRA

(Publicado en Diario16 el 18 de junio de 2022)

Anda estos días la derecha descuartizando lo poco que queda ya de Mónica Oltra. Se ve que le tenían ganas a la mujer. Los poderes fácticos reaccionarios de este país llevaban años achantando ante los escabrosos casos de pedofilia en la Iglesia católica y esperaban una oportunidad para resarcirse y vengarse de esa izquierda que había levantado las alfombras manchadas de semen de las sacristías. La presa les ha caído en forma de roja feminista con gafas de pasta, una víctima propiciatoria que va a pagar el pato de tantos años de rojerío anticlerical.

En realidad, Oltra no ha matado ni violado a nadie. En todo caso (si es que lo hizo, algo que está por probar), su error fue encubrir a su exmarido, condenado por abusar de una menor en un centro tutelado por la Generalitat Valenciana. El tipo entraba en la habitación de la niña y con la excusa de que iba a ayudarla a conciliar el sueño se masturbaba con ella. Un crimen terrible teniendo en cuenta que el centro donde se perpetraron los abusos está adscrito a la Administración regional.

Pero de momento, y aunque algunos ya hayan dictado sentencia de antemano, la vicepresidenta del Consell solo está imputada con el deber de declarar ante la Justicia. Si bien existen sospechas de que dio órdenes verbales a los funcionarios para intervenir en el expediente de su expareja cuando el feo asunto ya estaba judicializado, a fecha de hoy “no existe prueba directa” contra ella, según el auto del Tribunal Superior de Justicia. Pese a ello, la caza de brujas ya ha comenzado. Ayer mismo, las redes sociales hervían de memes hirientes en los que la lideresa de Compromís aparecía como protagonista de imágenes escabrosas de todo tipo. Uno de los más asquerosos fotomontajes la pinta rodeando con sus brazos a una niña, por detrás, como si estuviese a punto de caer sobre ella para poseerla. Un auténtico linchamiento público cruel y descarnado.

No hace falta ser muy listo para entender que todos esos ataques en Twitter y Facebook provienen de la extrema derecha, que ha puesto a trabajar su temible maquinaria propagandística, su eficiente ejército de bots y sus potentes algoritmos al servicio de la calumnia. Cuando quieren destruir a alguien no paran hasta conseguirlo. Ya lo hicieron con Pablo Iglesias, que tuvo que soportar todo tipo de insidias e investigaciones judiciales prospectivas, sumarísimas, instigadas por jueces y abogados del mundo ultra. A día de hoy, el exvicepresidente del Gobierno no está condenado por nada. Pero con él funcionó a pleno rendimiento aquello del “calumnia que algo queda”. Pese al archivo de todas las causas, muchos españoles aún creen que el político podemita cobraba de Nicolás Maduro, que contrataba niñeras en B y que chantajeó a una asesora en un extraño episodio que tuvo que ver con el comisario Villarejo. En España es fácil arruinar la reputación de alguien. Basta con tener mucho dinero para pagar sicarios y pocos escrúpulos para llevar a cabo el maquiavélico plan.

En el caso de Oltra conviene no perder de vista que la demanda también proviene de la extrema derecha, lo cual nos da pie a pensar que detrás de este extraño proceso judicial puede haber una compleja operación para desacreditar a la número dos del Gobierno del Botànic presidido por el socialista Ximo Puig. El personaje a defenestrar reunía todos los requisitos para convertirse en el objeto de sacrificio del nuevo complot fascista: feminista radical, izquierdista, nacionalista valenciana y encargada de asuntos relacionados con la educación infantil. Un perfil que ni pintado para que el nuevo trumpismo ultraderechista la arrojara a la hoguera antes de enviar su macabro mensaje a la población española: “¿Veis cómo teníamos razón, veis ahora que existe una élite progre mundial que adoctrina a los alumnos en la perversa ideología de género, los viola y hasta practica el vampirismo con ellos en la impunidad de la escuela pública?” Ese mito, el del comunista que bebe la sangre de los niños, ha sido puesto encima del tapete, durante el debate de candidatos a las elecciones andaluzas, por la líder regional de Vox, Macarena Olona. A base de machacar una y otra vez con el cuento de terror gótico sobre los zombis bolcheviques, no pocos españoles han terminado por gritar eso de “rojos, sacad vuestras sucias manos de nuestros hijos”. Oltra encajaba a la perfección en el papel de bruja.

No obstante, los hechos denunciados son de una entidad gravísima y deben ser investigados hasta sus últimas consecuencias. Solo llegando hasta el final podrá Oltra limpiar su imagen personal, si es que es inocente tal como jura y perjura. Ahora bien, una cosa es el aspecto judicial del caso y otra muy distinta la vertiente política. Ayer, en una de las ruedas de prensa más violentas y desagradables que se recuerdan en este país, Oltra se sometió al juicio implacable de los periodistas en prime time. Por momentos vimos a una mujer aturdida, desgarrada interiormente y desencajada por fuera, acorralada y esbozando tensos gestos faciales propios de alguien que se siente al límite de la crisis nerviosa. Debió haber anunciado que se apartaba de la política, siquiera temporalmente, para dedicarse a defenderse y limpiar su apellido. No lo hizo. Prefirió continuar con el martirio antifascista, resistir, apretar los dientes sin reparar en la fractura emocional que todo esto puede ocasionarle en los próximos meses. Hay que ser muy fuerte para soportar, sin derrumbarse, una portada diaria con un escándalo sexual.

Ayer, Oltra no pensó en el daño que puede ocasionarle al proyecto Sumar impulsado por Yolanda Díaz y del que ella es una pieza fundamental. Tampoco reparó en la erosión que puede sufrir el Gobierno que tan profesional y dignamente ha representado hasta el día de hoy (en su expediente no hay ni una sombra de corrupción ni una mera sospecha de que se esté llevando un solo céntimo de las arcas públicas). La vicepresidenta y otros han demostrado con hechos que la regeneración, la honestidad y una política decente para el ciudadano eran posibles. Hacía mucho tiempo que eso no sucedía en una comunidad autónoma como la valenciana que durante décadas cayó en el cuatrerismo y en la rapiña de los clanes mafiosos del PP. Tuvo que ser el propio Puig quien, a última hora de ayer, dejara caer que tendrá que reflexionar, “tomar decisiones” sobre este truculento affaire. Cada minuto que pasa parece más probable que habrá cese o dimisión. Sería el final lógico para alguien que desde la tribuna del Parlamento llegó a decirle a Camps que si alguna vez era imputada por un juez, vilipendiada y el hazmerreír de toda España, como entonces le ocurría al presidente popular implicado en el sumario de los trajes, se iría a su casa sin pensarlo dos veces. Ese día ha llegado, señora Oltra.

BIDEN Y SÁNCHEZ

(Publicado en Diario16 el 17 de junio de 2022)

La política exterior del Gobierno de coalición es un absoluto desastre. Desde fuera da la sensación de que el ministro Albares y su equipo de cónsules y embajadores están dando bandazos, saltando charcos aquí y allá, improvisando según los problemas que van surgiendo y las corrientes de la historia. El reciente episodio del Sáhara Occidental ha rozado el bochorno internacional. En apenas 24 horas, Sánchez pasó de la posición tradicional de España en ese conflicto territorial –referéndum de autodeterminación para el pueblo saharaui bajo amparo de la ONU– a tragar con el plan Trump que impone una autonomía en la región en el marco de la soberanía marroquí. El suceso supuso una traición en toda regla al Sáhara, pero también un esperpento desde el punto de vista diplomático. España quedó en muy mal lugar, la bajada de pantalones ante el Tío Sam fue antológica y todo el mundo pudo ver que el Gobierno de Madrid hacía lo que le exigía Washington sin rechistar, sin poner ninguna pega, como un buen lacayo del imperialismo yanqui.

Tras el desaguisado saharaui, España ha quedado como una potencia descolonizadora que no sabe asumir sus responsabilidades, una nación acomplejada y sin orgullo que ha salido de África de forma humillante y lo que es todavía peor: una democracia de tercera que a las primeras de cambio arroja a un pueblo inocente en manos de un sátrapa dictador como el rey de Marruecos. Pero lo grotesco no conoce límites y siempre se puede hacer un poco más el ridículo ante la comunidad internacional. Ahora se está viendo que el turbio affaire saharaui solo tenía un objetivo: volver a alinear a nuestro país con el eje anglosajón USA-Reino Unido-Israel en plena guerra de Ucrania para presentar a Sánchez como el próximo gran líder de la UE. Conviene recordar que desde hace algún tiempo un incesante rumor corre por las cancillerías del viejo continente: si el premier español no logra revalidar su mandato en las elecciones de 2023, optará a la presidencia del Consejo Europeo. Es más, si presiente que va a ser derrotado en los comicios que le enfrentará cara a cara con Núñez Feijóo, es más que probable que ni siquiera llegue a presentarse como candidato, ya que con el cartel de perdedor lastrándolo no tendría ni una sola posibilidad de dar el salto a Bruselas.

De las buenas relaciones con el amigo americano depende el éxito y la proyección internacional de Sánchez. Si a Aznar se le permitió poner sus pies encima de la mesa en el tejano rancho de Bush, ¿por qué en Yanquilandia a él se le sigue viendo como un advenedizo, un hombre de poco fiar, un paria entre los grandes mandatarios del mundo libre? Esa pregunta (¿qué está fallando?), es la que todos se hacen en Moncloa y que nadie sabe contestar. En realidad, el problema es ideológico y de afinidad personal. El abuelete norteamericano no quiere cuentas con un hombre que, según le han contado los espías de la CIA, suelta un tufillo a rojo por sus pactos con el podemismo bolivariano. Ese sambenito lo lleva colgado Sánchez desde que Pablo Casado se dedicó a propalar, fuera de nuestras fronteras, la leyenda negra de que Europa se encuentra ante un chavista disfrazado, un golpista por los votos o por las botas en plan dictador bananero, un Nicolás Maduro a la europea. Casado pintó a un líder del socialismo español como un diablo estalinista con rabo y cuernos capaz de nacionalizar la banca si era preciso para sacar a su país de la crisis del coronavirus. Nada más lejos de la realidad. Sánchez no tiene un pelo de bolchevique, todo lo más es un socialdemócrata licuado y desteñido, pero los rumores y bulos que Casado difundió en la Unión Europea –llegó a pedir a los jerarcas de Bruselas que hicieran todo lo posible para que no transfirieran 140.000 millones en ayudas a un Gobierno de coalición maoísta– terminaron calando en el exterior. Desde entonces, Biden huye de él como de la peste, escabulléndose por los pasillos y mirándolo de reojo, cuando ambos se cruzan en alguna cumbre de la OTAN. Sánchez ha debido pensar que si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Para eso ha organizado la próxima reunión de la Alianza Atlántica en Madrid, una encerrona sin escapatoria posible en la que el anciano líder demócrata tendrá que sentarse, sí o sí, con él. Por fin un selfi con Biden.

De momento, el líder norteamericano no quiere demasiado trato personal con ese incómodo y pesado español que lo sigue a todas partes, pero nuestro presidente, fiel a su manual de resistencia, no ceja en su empeño para que le haga casito, lo convierta en su nuevo mejor amigo y lo invite algún día a una de esas galas benéficas de la Casa Blanca con Lady Gaga en lentejuelas amenizando la fiesta. Albares ya está trabajando en ello. El ministro se ha puesto manos a la obra en la tarea de maquillar al jefe para presentarlo como más proyanqui y otanista que nadie. Una operación para americanizar al dirigente del PSOE está en marcha y seguramente dentro de poco veamos a un Sánchez vestido de vaquero, agitando el lazo de rodeo y mascando chicle como un marine.

Hoy mismo, la prensa madrileña cuenta que el siguiente paso del inquilino monclovita consistirá en buscar un acercamiento con Israel. A menudo ocurre que el camino más rápido suele ser el más largo y en el Gobierno han pensado que para entrar con buen pie en el Despacho Oval lo mejor será pasar antes por Tel Aviv. Siempre pueden aprovechar para preguntarle al Mosad cómo va lo de Pegasus y el hackeo del móvil presidencial (recuérdese que la empresa fabricante del programa spyware tiene sede social en tierras judías). Con la excusa de que Argelia amenaza con cortarnos el grifo del gas, Sánchez va a aprovechar para matar tres pájaros de un tiro: asegurar el suministro importando energía hebrea (vía Rabat, que ya ha reconocido al Estado de Israel); estrechar lazos con el sionismo americano; y arreglar lo suyo con el espionaje internacional. ¿Reconocerá España la soberanía israelí sobre los territorios palestinos ocupados, tal como ya ha hecho con Marruecos y el Sáhara Occidental? De ser así otro bochorno histórico podría estar cociéndose en la errática diplomacia española. Si tal cosa ocurriera, Unidas Podemos volaría el Consejo de Ministros por los aires e iríamos a nuevas elecciones. De momento, el nuevo tratado de amistad hispano-israelí ya cuenta con el visto bueno de Bruselas, que se beneficiaría de la operación y podría reducir su dependencia energética con Rusia. Ursula von der Leyen está encantada con la idea. Otra cosa no, pero a trilero no hay quien le gane a Sánchez.

Viñeta: Becs

MADRID

(Publicado en Diario16 el 17 de junio de 2022)

Madrid encabeza el negro ranking de ciudades con los índices de contaminación más elevados del mundo. Triste galardón. Por si fuera poco, la capital española aparece como la urbe europea con más mortalidad a causa de la polución del tráfico rodado. Las tapas de Madrid siguen siendo exquisitas, el aire malo de solemnidad. Un chupito del oxígeno venenoso de Villa y Corte puede mandarle a uno al hospital, quizá no ahora, pero sí algún día. Está demostrado que enfermedades pulmonares, cardíacas, circulatorias y alérgicas tienen su origen en el oxígeno letal de los madriles, ese que si por Ayuso fuese ya tendría denominación de origen.

Cuentan que el conocido dicho castizo “de Madrid al cielo” se puso de moda en el XVIII, cuando Carlos III acometió las grandes reformas de la ciudad. Hoy el eslogan tiene más sentido que nunca: de Madrid al cielo, pero pasando primero por la unidad coronaria del Gregorio Marañón. Martínez-Almeida no posee nada de la grandeza de aquel rey alcalde que fue Carlos III. En realidad, es pequeño como estadista, pequeño como demócrata y pequeño en concordia (todavía resuenan los ecos de su rancio guerracivilismo tras dar la espantada en el merecido homenaje a la universal Almudena Grandes). Eso sí, Almeida va a ser grande en otras cosas, mayormente en contaminación. A este paso el edil popular va a dejar a las nuevas generaciones un Madrid bronquítico y canceroso, unos hospitales rebosantes de asmáticos y un puñado de cotorras asesinadas a escopetazos en la Casa de Campo. El legado de este hombre de sonrisilla nerviosa y dentuda, aspecto de Austin Powers castizo e inútiles conocimientos futbolísticos va camino de pasar a la historia por terrible. Algún día se recordará este Madrid egipcio, desértico y ácido regido por un alcalde que iba para faraón de la derechona y que gobernó desde un Templo de Debod en ruinas junto a un Nilo cenagoso y pestilente, ese Manzanares que da asco verlo (ya es el río de Europa más sucio por culpa de los fármacos y las sustancias químicas, superando al Támesis, al Sena y al Danubio). El Manzanares está empastillado de todo y allí ya solo se puede ver un aluvión espumoso de cajas de aspirinas caducadas, truchas muertas por paracetamol y tíos meando. Los ríos de hoy ya no van a dar a la mar, que es el morir, como decía Jorge Manrique, sino directamente a la consulta del neumólogo.

Al pueblo de Madrid, durante el reinado de este Tutankamón municipal, le ha caído de repente la maldición de las plagas de Egipto: el ángel exterminador que ha segado la vida de miles de ancianos en los geriátricos; la lacra de los comisionistas que es peor que la invasión de las langostas; la estafa de las mascarillas; la carestía de médicos y enfermeras; Toni Cantó con sus nauseabundas loas al fascismo y la espesa boina negra que se eleva cada mañana sobre las Torres KIO, matando silenciosamente a miles de madrileños que viven felices con la birra y el pincho de tortilla rebozado en el monóxido de carbono de las terrazas insalubres de Ayuso. Almeida no pasará a la historia precisamente por su ecologismo y su amor incondicional a la naturaleza. Ya le dijo en su día a una escolar que él salvaría Notre Dame antes que el Amazonas. Y lo primero que hizo al llegar a su trona municipal fue cargarse Madrid Central, el proyecto que Manuela Carmena lanzó con urgencia para intentar reducir drásticamente las emisiones nocivas.

A Almeida lo que de verdad le gusta es el cemento armado y el hormigón. Con esos materiales propios de la arquitectura almeidiana futurista, el alcalde piensa dejar a los madrileños una Puerta del Sol sin un puto árbol, una gran parrillada humana donde los guiris y carteristas terminarán con quemaduras de tercer grado por falta de sombra. Los turistas nos dan un poco igual, ya se matan ellos solos a botellones de garrafón en las peligrosas tascas de Ayuso. Pero a los cacos de Villa y Corte habría que darles la consideración de especies protegidas como parte del paisaje urbano de Madrid. Al alcalde le dijeron que ya tocaba recuperar la esencia de Sol y él enseguida pensó en un inmenso tostadero o mar ardiente de cemento, sin plantas, donde no hay quien pare quieto un minuto para tomarse un cafelito sin caer fulminado de una insolación. Almeida ya ha dado órdenes a sus operarios para que cambien de sitio la estatua ecuestre de Carlos III (cualquier día vuelven a colocar la de Franco), la fuente central, el oso y el madroño y los accesos al metro (no ha movido el Reloj de Gobernación de milagro). A cambio piensa levantar un inmenso desierto de piedra dura, ardiente, monótona. Pasear por Sol en agosto va a dar un gustito que no veas. Como para terminar odiando Madrid.

Está claro que el edil madrileño sufre de alergia grave a lo verde, a todo lo verde menos al logo de Vox, que le pone mucho y ya lo tiene colgado en su despacho junto al retrato del rey. En Madrid vuelve a triunfar la moda del feísmo hortera, como la escultura de Felipe VI que ha encargado Ayuso, un busto feo de cojones. Feo, caro, desproporcionado y cabezón, como aquel que hicieron de Cristiano Ronaldo para el aeropuerto de Madeira.

Moreno Bonilla pasará a la historia como el hombre que terminó de secar Doñana. Almeida como el alcalde de hollín, el gran envenenador atmosférico de Madrid. Partido Popular, capitalismo y contaminación forman un trinomio inseparable y perfecto. Madrileños, a disfrutar del chute de libertad. Y de CO2.

Viñeta: Igepzio

ANDALUCÍA EN CAMPAÑA

(Publicado en Diario16 el 16 de junio de 2022)

La campaña electoral andaluza encara su recta final. La suerte parece echada para cada partido y salvo acontecimiento imprevisto cada cual ya sospecha, más o menos, el resultado que va a cosechar. Solo un cisne negro, un suceso inesperado, podría desnivelar la actual correlación de fuerzas. A esta hora el escenario político nos deja varias claves. La primera de ellas, sin duda, tiene que ver con el hecho de que estas elecciones autonómicas van a convertirse en un banco de pruebas de cara a las generales que asoman a la vuelta de la esquina. Pedro Sánchez está siguiendo de cerca, día a día, todo lo que ocurre en el que hasta hace no demasiado tiempo era el tradicional feudo socialista. Hoy las cosas han cambiado: el vuelco a favor de las derechas parece más que seguro y el Gobierno de coalición tiene motivos para sentirse preocupado porque una tendencia tan brusca y acentuada hacia un cambio de signo conservador, a menos de año y medio para la crucial cita con las urnas en todo el país, podría resultar letal para la izquierda.

Sánchez ha visto cómo en apenas unos meses el PP ha afianzado su poder autonómico en Madrid, en Castilla y León y ahora probablemente también en Andalucía. Un contundente 3-0 encajado por el PSOE, casi una goleada que no hace presagiar nada bueno para el bloque progresista. La inquietante tendencia a la derechización de España sigue la corriente de otros países europeos como Francia, donde las elecciones presidenciales se han jugado con dos candidatos en liza, uno conservador como Macron y otra ultraderechista como Marine Le Pen. Ni rastro de socialismo. Si bien en las posteriores legislativas el melenchonismo antisistema ha servido para revitalizar un tanto a las izquierdas, no parece que la tormenta perfecta haya pasado definitivamente. La ola de conservadurismo trumpista sigue pegando fuerte y esa influencia se está dejando notar también en las andaluzas.

Ahora bien, cabe preguntarse cómo queda cada partido después de una campaña electoral que está siendo bronca y copera. La radiografía de cada uno de los partidos nos dará elementos de juicio para entender por qué estamos donde estamos.

PARTIDO POPULAR. Juanma Moreno Bonilla ha mantenido un perfil bajo en todo momento solo con el objetivo de no cometer errores. Podría decirse que ha sido más conservador que nunca, no solo en propuestas políticas sino en el tono con el que las ha expuesto. Juega con el viento a favor de los sondeos, que le dan la posibilidad de gobernar en coalición con Vox o incluso una mayoría absoluta que está rozando con los dedos. Durante toda la campaña, Moreno ha tratado de desmarcarse de la ultraderecha. No somos como ustedes, creemos en el Estado de las autonomías que ustedes quieren liquidar, ha repetido machaconamente, una y otra vez, el actual presidente de la Junta. Sin embargo, el pacto de gobierno PP/Vox parece más que firmado. Se ha hecho en Madrid y en Castilla León y no hay razón para que no se haga en San Telmo. Curiosamente, la prensa de la derecha da por hecho que si a Moreno Bonilla le faltara un escaño para gobernar no se lo pediría a Olona, iría a segundas elecciones. Habrá que verlo.

PSOE. Juan Espadas se ha comportado como ese jugador que da por perdido el partido de antemano y al que solo le queda el recurso a la pataleta. Su obcecación con Moreno Bonilla ha sido por momentos contraproducente y en debates y mítines ha dejado pasar la oportunidad de explicar el programa socialista a los andaluces. El PSOE tiene ofertas electorales interesantes que pueden seducir al electorado, pero Espadas no ha querido o no ha sabido transmitirlas. Se ha limitado a tirar constantemente, sin tregua ni cuartel, contra el muñeco de pim, pam, pum Bonilla. Al final ha dado la sensación de que no podía vivir sin el dirigente popular. Además, no ha pasado ni un solo día de campaña sin que Espadas exija al presidente andaluz que aclare si piensa pactar con la extrema derecha tras el 19J. Ese ha sido el leitmotiv de toda la campaña socialista. El problema es que tras la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid y de Mañueco en Castilla y León ha quedado claro que muchos españoles ya no tienen ningún miedo a que Vox entre en las instituciones. A la extrema derecha se la ha blanqueado sin pudor en los medios y los lobos ya no asustan. El viejo eslogan de “que vienen los fachas” no puede ser el único argumento para tratar de ganar unas elecciones. Hay que ofrecer algo más. Cuando dio su visto bueno, Sánchez sabía que Espadas era un candidato perdedor. Quizá por eso precisamente lo ha colocado ahí a la espera de que lleguen tiempos mejores y líderes carismáticos con los que hoy por hoy no cuenta el socialismo andaluz.

VOX. La formación ultra ha ido perdiendo fuelle a medida que avanzaba la campaña. Muchos creían que el partido de Macarena Olona iba a arrasar en estas elecciones, dando el sorpaso al PP. Sin embargo, conforme pasaba el tiempo se iba viendo que el “efecto Olona” no era tan arrollador como algunos predecían. La candidata de Vox lo ha intentado todo para ganar votos, desde vestirse de tonadillera en la Feria de Abril hasta participar en un videomontaje con un supuesto votante rompiendo el carné del PP. En el segundo debate a seis bandas en Canal Sur, Olona decidió ir a por todas y puso encima de la mesa un bulo de proporciones gigantescas: la supuesta enseñanza de la masturbación a los alumnos de la escuela pública. Otro tiro en el pie. Cuando los andaluces esperan propuestas concretas para salir de la crisis provocada por la pandemia, “Iberdrolona” –como la ha bautizado Teresa Rodríguez para afearle que posea acciones en la compañía eléctrica–, se ha terminado enredando en un asunto que solo existe en la cabeza de los fanatizados dirigentes voxistas. Con sus descabelladas mentiras y propuestas fuera de la realidad, la candidata verde ha puesto de manifiesto su incapacidad y falta de pericia para la política. Moreno Bonilla ha contrarrestado la propaganda ultra prometiendo que, en el caso de que le falte un solo escaño para formar gobierno, prefiere ir a nuevas elecciones antes que aliarse con Vox. Ese mensaje parece que ha calado mejor entre los andaluces que el friquismo político de Olona.

LAS IZQUIERDAS. El electorado progresista organizado en las diferentes confluencias está completamente desmovilizado y esa va a ser la clave de la más que probable victoria de las derechas en Andalucía. Teresa Rodríguez ha planteado una campaña abiertamente frentista contra la extrema derecha, lo cual la honra como demócrata, pero está por ver que haya conseguido conectar con la mayoría del electorado. La politóloga Inmaculada Nieto, candidata de Yolanda Díaz, ha demostrado carisma, madera y chispa, pero ha llegado demasiado tarde al ruedo político andaluz. El electorado no la conoce. En general, la fragmentación va a penalizar fuertemente a la izquierda.

CIUDADANOS. El PP se ha dado un auténtico festín con lo que quedaba del partido naranja. El mejor resumen que puede hacerse de la campaña de Juan Marín es que ya han colgado el cartel de cerrado por defunción.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

FEIJÓO EL SEPARATISTA


(Publicado en Diario16 el 16 de junio de 2022)

Elías Bendodo, el coordinador del Partido Popular, llegó a asegurar que España es un “Estado plurinacional”, aunque más tarde fue corregido por la cúpula de Génova 13. Estos días de campaña en Andalucía Macarena Olona ha vuelto a agitar la bandera del patrioterismo barato. “El Partido Popular antes compraba las ideas al PSOE. Ahora se las compra al separatismo racista”. De modo que, según la candidata de extrema derecha, el PP es también un partido indepe, rojo y secesionista. El delirio de los políticos de Vox no tiene límites. Ya otean enemigos de España en todas partes, hasta en el PP.

No vemos nosotros a Núñez Feijóo como un bolchevique subversivo empeñado en traer a España una República compuesta por una nación de naciones. Es verdad que el presidente popular ha jugado al postureo del galleguista de derechas, pero eso está muy lejos del nacionalismo real, tal como denuncia Olona. Para Vox cualquiera que en este país defienda la lengua y la cultura de su tierra es poco menos que un etarra. Nosotros le explicamos a esta gente que no entienden España, que España no es tal como se la imaginan. Para empezar, los suevos se instalaron en Galicia mucho antes de que existiera este bendito país, formando un reino independiente, un pueblo con una identidad propia, uno de los primeros tras la caída del Imperio Romano. Esa idiosincrasia, ese espíritu gallego casi celta, fue asfixiado con el paso de los siglos hasta que en el XIX emergió el Rexurdimento (en castellano, Resurgimiento) un movimiento de conciencia nacional y de revitalización de la lengua gallega simultáneo y similar al de la Renaixença catalana.

A mediados del siglo XIX los gallegos y otros pueblos de España, guiados por brillantes intelectuales locales como Rosalía de Castro, recuperaron la memoria perdida. Todos ellos llegaron a la conclusión de que sus respectivos terruños habían caído en el atraso secular, en la miseria, en el analfabetismo y en el subdesarrollo endémico. La incompetencia de una Corona borbónica cerril incapaz de entender el problema contribuyó a amplificar el provincialismo, que primero fue cultural para terminar convirtiéndose en nacionalismo con aspiraciones de independencia. Los diferentes reyes españoles, desde Fernando VII a Alfonso XIII –a cada cual más inepto–, no encontraron la forma de integrar los diferentes sentimientos nacionales en el mapa del Estado español. Tras tres guerras carlistas y una Restauración liberal que también fracasó en el reconocimiento nacional de los pueblos singulares de España llegó la dictadura de Primo de Rivera (más represión) y la Segunda República (su intento de autonomismo federalizante llegó demasiado tarde, cuando el incendio nacionalista prendía en todas partes). El culmen se alcanzó en 1931, cuando Cataluña se declaraba “una República Catalana dentro de la Federación Ibérica”. Siglos de humillación y de aplastamiento de fueros terminaron por explotar. Todo aquello desembocó en la tragedia de la guerra civil: el intento del fascismo por imponer la idea de una España imperial ya desaparecida (algunos historiadores aseguran que nunca existió).

El fascismo del siglo XX intentó acabar con cualquier vestigio de nacionalismo periférico y de espíritu regional, pero pese a la durísima represión militar, no lo consiguió. Franco se inventó una España inexistente donde solo se hablaba castellano con Madrid como centro del universo. Es lo mismo que hoy vuelve promover Vox a golpe de bulo y revisionismo histórico en las redes sociales. Toda aquella ficción del franquismo se vino abajo en 1975, cuando con la muerte del dictador se reavivaron de nuevo los sentimientos centrífugos. Cuarenta años de campos de concentración, de cárceles y fusilamientos no pudieron enterrar el galleguismo, tampoco el catalanismo ni el vasquismo. Quiere decirse que por mucho que el fascio redentor quiera restablecer el modelo de país centralista y unitario, un país de cartón piedra, más tarde o más temprano el nacionalismo volverá a resucitar. La única manera de acabar con el problema sería echar del país a millones de nacionalistas, condenándolos al exilio otra vez, pero esa solución final también la intentó el dictador en 1939 y no sirvió de nada. Al final, la gente tiende a volver a la tierra que ama. No hay sentimiento más humano y arraigado que la nostalgia por el hogar de la infancia.

La Constitución Española del 78 fue un pequeño milagro. Por primera vez se descentralizó el Estado, se reconocieron lenguas y banderas, se autorizaron instituciones de autogobierno y se transfirieron inmensas competencias como la Educación, la Sanidad y las fuerzas de policía. Sin duda, el estado autonómico, aunque se nos haya quedado corto y obsoleto tras cuarenta años de convivencia en paz, fue una historia de éxito y prosperidad como nunca antes se había visto. Hoy necesita un nuevo impulso, un nuevo salto adelante en busca del encaje de las nacionalidades históricas en un modelo de Estado federal. Por desgracia, Vox ha intoxicado a millones de españoles metiéndoles en la cabeza la misma descabellada idea de la patria única propalada por los fascistas del siglo pasado. Quieren convencer al pueblo de que vivimos en un país uniforme, no diverso; monolítico, no plural; centralista, no plurinacional. Han prometido acabar con las autonomías, una falacia que nadie con dos dedos de frente puede tragarse, ya que liquidar el estado autonómico para reinstaurar no ya el mapa franquista, sino el que regía en tiempos de Felipe II, sería tanto como dejar sin efecto la Constitución dando un golpe de Estado.

La ideología ultraderechista supone un gravísimo peligro para la convivencia de los diferentes pueblos de España. Un delirio sin fin. Los nacionalismos no pueden ser liquidados de la noche a la mañana, a trallazo limpio de Código Penal, como pretende hacer Vox. Las lenguas maternas son entes vivos que extienden sus raíces a través de los tiempos. Perduran porque se transmiten de generación en generación. No hay nada tan poderoso como la conjunción de memoria, palabra y cultura. Si algo es España es un hermoso crisol de pueblos originales y distintos. España será diversa o no será. Pero en Vox ven a Feijóo como un separatista conspirador solo porque promueve un galleguismo de derechas poco menos que de boquilla. Los mismos disparates que se escuchaban en los años treinta del pasado siglo, la imposición por la fuerza del fanatismo, vuelven a helarnos el corazón. Dan mucho miedo.

Ilustración: Artsenal

LETIZIA

(Publicado en Diario16 el 15 de junio de 2022)

El documental Los Borbones: una familia real, producido por Atresmedia, sigue aireando las interioridades de la monarquía española. Uno a uno, todos los miembros de la dinastía borbónica están pasando por el escáner del periodismo, una tarea que la prensa española debió haber acometido hace ya mucho tiempo y que no se hizo por la inviolabilidad del rey consagrada en la Constitución y por el manto de silencio con el que la sociedad española cubrió el reinado juancarlista. La investigación de los muchachos de Ferreras, por tanto, llega tarde, pero es lo que hay.

En el último episodio de la serie, la radiografiada ha sido la reina Letizia Ortiz, quizá el más interesante y poliédrico de todos los personajes del clan. Sobre Doña Letizia, que como decimos destaca por una personalidad fresca y racial en medio de una saga de aburridos y grises borbones, han escrito mucho y bien Pilar Urbano y Carmen Enríquez, dos de las más expertas “letiziólogas”. En el documental se cuenta que la reina Sofía supo que su hijo Felipe se había enamorado de la periodista “por las ganas que tenía, cada día, de levantarse de la mesa y ponerse a ver el telediario” para admirar a aquella “buena y elegante presentadora”. El flechazo fue inminente, por una vez la monarquía rompía con su costumbre milenaria de matrimonios concertados por interés político, y fue así, gracias a la magia de la televisión, como España pasó de la tradición de los Reyes Católicos a los Reyes Catódicos. Otro cuento de galanes príncipes y princesas encantadas estaba listo y cocinado para ser servido a los españoles.

Sin embargo, algo se torció. Tal como suele ocurrir en la vida real con cualquier pareja, el manido final “fueron felices y comieron perdices” no llegó a consumarse en su plenitud. Desde el primer momento, Letizia tuvo problemas de integración con el resto de la familia, no solo por incompatibilidad de caracteres y formas distintas de entender la vida (una republicana divorciada en un mundo monárquico era como tratar de mezclar el agua con el aceite), sino porque la recién llegada fue recibida con cierta hostilidad. La reina progre no era del agrado de Juan Carlos I, que no aprobaba ni su pasado, ni su feminismo declarado, ni su vestuario. En su círculo íntimo, rodeado de su camarilla de amigos aristócratas, el artífice de la Transición, tan campechano él, bromeaba con el origen plebeyo de Letizia, e incluso llegó a soltar algún que otro chiste machista sobre las “estrechas caderas” de su nuera, a la que trató como una simple incubadora. “Como padre y como rey te ordeno que dejes a esa chica”, espetó el emérito, en cierta ocasión, a su heredero. Machirulismo de sangre azul en estado puro. En medio de ese infierno, Letizia ni siquiera llegó a contar con el apoyo y la complicidad de Sofía. El hecho de ser mujer no es suficiente para unir a dos reinas, las razones de Estado están por encima de cualquier consideración.

Sea como fuere, un muro de patriarcado clasista se levantó entre Doña Letizia y Zarzuela. Y en esa especie de guerra de guerrillas entre suegros y suegras, entre cuñados y cuñadas, la joven monarca tuvo que forjarse su propio manual de resistencia, como en su día hizo Pedro Sánchez, con quien por lo que se ve en las galas y recepciones oficiales parece tener mucha más química personal y política que con cualquiera de los borbones. También la prensa, la rosa y la seria, la monárquica y la izquierdista, la ha machacado sin compasión. Unos porque no cumplía con el prototipo de sumisa y encorsetada Sissi Emperatriz, otros porque la consideraban una traidora pasada al bando monárquico. Jaime Peñafiel, con su despiadado susurro “Letisiaaa”, gafa en mano a modo de látigo, se convirtió desde el primer instante en su Torquemada particular dispuesto a no pasarle ni una. Los popes de los rotativos borbónicos no le perdonaron ser la nieta de un taxista ni su orgullo plebeyo. Solo por eso, la reina roja merece el beneficio de la duda; solo por haber sufrido tal discriminación merece ser tratada como un capítulo aparte dentro de la variopinta galería de personajes decadentes que pueblan la realeza española.

Letizia es una republicana claramente fuera de su ambiente, desubicada, descontextualizada como si una de esas mujeres vanguardistas de la obra de Picasso se colara sin querer en Las Meninas de Velázquez. No está es su mundo ni en su época. Pero ha sabido adaptarse al medio y a la fauna y ha tenido la valentía de levantar un círculo protector alrededor de sus hijas, Leonor y Sofía, para educarlas como ciudadanas de su tiempo, o sea más cerca de Kurosawa que de la nobleza de rancio abolengo, más próximas a la modernidad que a la decrépita y carcamal aristocracia de palacio emponzoñada de comisiones, dinero negro, lujos y paraísos fiscales. Desde fuera, y sin poner la mano por nadie, esa parece ser la lucha de la reina Letizia: impedir que el vicio borbónico, la hemofilia de la codicia, termine por contaminar lo poco que queda de la estirpe.

El esfuerzo de Letizia por hacer bien su trabajo, como cuando ejercía de reportera en un lejano conflicto armado, debe medirse en su justa medida incluso por quienes no somos monárquicos. Ha convencido a Felipe VI para que ponga un cordón sanitario contra corruptelas y cortesanos indeseables; ha intentado dignificar la institución; y ha hecho lo posible por dar mayor transparencia a la monarquía (una misión casi imposible tras cuarenta años de democracia). Se ha comportado como una reina funcionaria, pero al fin y al cabo profesional. No es poco para alguien que ha cambiado su libertad por la jaula de oro de palacio, las trincheras de Irak por las trincheras de Zarzuela, que son todavía más peligrosas y letales.

“La nueva reina nos tiene que gustar a todos”, dijo en su día el idealista Sabino Fernández Campos. No ha sido posible. Una parte del pueblo la sigue viendo como una trepa fría, estirada y distante, la sargentona que quiere hacer política dejando el papel secundario y simbólico a Felipe. Sin embargo, lo cierto es que está cumpliendo con dignidad el rol que le fue encomendado. Mucho mejor, sin duda, que cualquier otro Borbón que no ha hecho sino ensuciar el escudo heráldico. Mucho mejor de lo que lo hubiesen hecho aquellas rubias pijísimas, las Gwyneth Paltrow, Gigi Howard o Eva Sannum que en su día sonaron como futuras consortes del príncipe. Hoy queda poco de La Jolines, aquella muchacha asturiana brava, auténtica y comprometida que hizo realidad su sueño de ser periodista. Ahora la quieren convertir en un inerte maniquí para un anuncio de Pertegaz cuando seguramente tiene más talento y competencia que todos los Borbones juntos. El amor la llevó a un trono que quema hasta abrasar. Ay, el amor.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL ONANISMO DE VOX


(Publicado en Diario16 el 15 de junio de 2022)

Macarena Olona ha reventado la campaña electoral en Andalucía metiendo, con calzador, uno de esos temas marcianos que tanto gustan a Vox: la supuesta enseñanza de la masturbación en la escuela pública. ¿Había un clamor en España por este asunto, era algo que realmente preocupaba a los españoles? Si revisamos las últimas encuestas sociológicas comprobamos que el onanismo no aparece ni entre las cien cuestiones que quitan el sueño a los ciudadanos. Entonces, ¿de qué estamos hablando? Obviamente de que la ultraderecha ha vuelto a colocarnos un debate trampa, marcando la agenda política con un problema que no existía y que ahora ya está en la calle, en los bares, en los andamios, como si fuese una trascendental materia de Estado de la que depende el futuro del país.

Obviamente, Vox trata a sus votantes como robots sin conciencia ni espíritu crítico a los que se les inserta el argumentario político en cada momento, según los intereses de la Cancillería del Führer Abascal. Así, hoy es la masturbación infantil (un bulo que solo está en las mentes sucias de la extrema derecha), mañana es el derecho a llevar armas, la boina como emblema nacional, la caza de la perdiz o el bono taurino en sustitución de la renta mínima vital, que es una cosa de rojos. Cualquier día hacen del botijo o la bota de vino un motivo más para su absurda “guerra cultural”, que en realidad es el guerracivilismo de siempre, solo que le han cambiado el nombre, tuneándolo, adaptándolo a los nuevos tiempos para que no parezca demasiado fascista y no infunda demasiado miedo. A fin de cuentas, Vox es un partido y quiere lo que todos: convencer a la mayor cantidad posible de incautos votantes.

Como no tienen programa para España (muchos de los cuadros de Vox no saben nada sobre nada, han dado el salto del falangismo callejero o de la portería de discoteca a la política sin pisar la universidad), se dedican a sacarse de la chistera problemas ficticios, o sea el primer disparate que se les pasa por la cabeza. Ningún padre de familia en sus cabales puede llegar a pensar que sus hijos e hijas cumplen con la hora lectiva de educación sexual pajilleándose con furor, como aquel grasiento policía Torrente de las películas gamberras de Santiago Segura. Aunque bien mirado, quizá sea ese el modelo machista y rijoso que pretende implantar Vox.

A Macarena Olona le sobra la clase de educación sexual en las escuelas, un aprendizaje necesario, académico, científico, correctamente explicado y bajo estricto control de psicólogos y maestros. El conocimiento no traumatiza a nadie, solo la ignorancia genera pacatos y reprimidos. La paracaidista de Salobreña no se ha enterado aún de que donde no llegan los profesores llega el porno duro de Internet. Los niños necesitan respuestas y si no las tienen las buscan allá donde pueden: mayormente en el vertedero humano de Google, el sórdido putiferio tecnológico del que Olona nunca habla (por algo será). De las webs guarras, el menor pasa a la acción con sus amigos y más tarde o más temprano acaba violando en manada. Ahí están las cifras preocupantes, que demuestran que algo está fallando en el sistema educativo español.   

Nadie está adoctrinando a nuestros alumnos con manuales pornográficos. Nos encontramos ante otro asunto fake con el que Vox pretende intoxicar al electorado. Y no es que lo digamos nosotros, un periódico de rojos, lo dice la propia Isabel Díaz Ayuso, que hace solo unos días hizo una incursión en el tema del supuesto adoctrinamiento en los colegios y terminó en el más espantoso de los ridículos. La lideresa anunció una investigación en profundidad para averiguar si los manuales difundían contenido “sanchista” y horas después tuvo que recular y reconocer que sus inspectores no habían encontrado nada raro en los textos. ¿Qué pensaban encontrar en los libros, el manual del buen pajillero en cinco pasos con ejercicios prácticos incluidos? El ayusismo es un infantilismo y si no se trata a tiempo puede llegar a convertirse en una enfermedad mental.

En el partido de Abascal son folclóricos, nostálgicos, anarquistas de derechas y feudalistas. No les interesan los problemas reales del país, solo reinventar una España franquista que ya no existe. Los españoles están pendientes de otros dramas mucho más lacerantes y cotidianos como la inflación. Eso, y no la masturbación infantil, es una tragedia nacional tan real como la vida misma. La astuta Calviño trata de convencernos de que los precios tocaron techo en marzo en nuestro país, lo cual que ella también juega a construir una España irreal. ¡Cómo se ve que esta señora no hace la compra cada día! La ministra no sabe que, de seguir esto así, si la inflación no cede, el español va a terminar entrando en el supermercado con el trabuco al hombro, en plan pistolero yanqui, para defenderse de quienes quieren atracarlo con la garrafa de aceite.

Ya dijo Quevedo que masturbarse no es sino vivir “amancebado con la mano”. La gallarda o gayola es una práctica natural, no solo de seres humanos. Hace tiempo que la ciencia sabe que las elefantas se masturban, los jabalíes se besan y las ranas montan orgías. Al fascista le molesta sobremanera la masturbación femenina, una forma de rebeldía contracultural contra el patriarcado machirulo. Y en los hombres está demostrado que un higiénico y periódico cinco contra uno previene el cáncer de próstata. Todo son ventajas, para el organismo y para la mente. Aunque no lo digan, los ultras también se tocan, como todo hijo de vecino, y no sabemos de ningún nazi que se haya quedado ciego por matarse a pajas. En realidad, lo que le duele a Olona no es que el PSOE adoctrine a nuestros colegiales con una educación sexual progre o comunista, sino que esa “tarea educativa” ya no esté en manos de los curas, como ocurrió toda la vida, para poder controlar el cuerpo y el alma de la gente. Un pueblo libre, sano sexualmente y sin represiones ideológicas altera el orden establecido más que la más sangrienta de las revoluciones. Eso es lo que les genera el auténtico terror.

Queda claro que Vox quiere reinstaurar el nacionalcatolicismo que tanta represión y trauma psicológico causó en varias generaciones durante el cuarentañismo. No pararán hasta meter el creacionismo en las escuelas, como ya han hecho partidos trumpistas de otros países. Naturalmente, les fascina la idea de que la humanidad entera viene de un polvete selvático entre Adán y Eva, no del mono, y acabarán imponiendo la Biblia en la hora de Laboratorio y Ciencias Naturales. Olona y los suyos se declaran muy preocupados por la salud mental de los escolares, pero de la pederastia en las sacristías no dicen ni mu. ¿Qué curioso, no?

Viñeta: Artsenal

LA TORRIJA DE JUAN MARÍN

(Publicado en Diario16 el 14 de junio de 2022)

Inés Arrimadas cree que el Gobierno PP/Ciudadanos ha sido “el mejor de los últimos cuarenta años de historia” en Andalucía. El “Gobierno del cambio”, lo denomina en un delirio que ni ella misma se cree. ¿Pero qué cambio ni qué niño muerto si en aquella bendita tierra andaluza las cosas van cada día peor? A Moreno Bonilla le brotan manifestaciones como setas y cada cuarto de hora: los bomberos, las enfermeras, los maestros, los forestales, todos los gremios están que trinan con ese supuesto Gobierno del cambio que no ha cambiado nada. El bueno de Juanma prometió reducir los altos cargos en la Junta de Andalucía. Hay más que nunca. Prometió eliminar las listas de espera en la sanidad pública. Más de 800.000 andaluces desesperan en los pasillos de los hospitales. Prometió aumentar las ayudas a la dependencia y las prestaciones por desempleo. Nunca más se supo. En cuanto a la economía, hoy el poder adquisitivo de las clases obreras sigue siendo más o menos el mismo que cuando gobernaba Susana Díaz, el número de parados se mantiene y de bajar los impuestos nada de nada, salvo a los ricos, que viven mejor ahora que hace cuatro años.

Aquí el cambio de verdad lo trajeron los socialistas hace ya décadas, en la prehistoria del Régimen del 78, y pare usted de contar. El socialismo transformó una región yerma y atrasada, un gueto de esclavos peones y señoritos terratenientes, en una sociedad moderna, europea, avanzada. Lo demás son cuentos populistas, revisionismos históricos con los que la extrema derecha pretende seducir al obreraje en un proceso de derechización como el que ocurre en cualquier sociedad que sale del tercermundismo. La revolución solo tiene sentido cuando el hambre y la injusticia aprietan. Después, cuando llega la prosperidad, el monovolumen y el chalé en Torremolinos, cuando se ganan los derechos y el Estado de bienestar, el pueblo se aburguesa, se hace egoísta (todo fascismo es un egoísmo nihilista), se olvida de las conquistas sociales, se torna conservador y camastrón y vuelve a abrazar la dictadura por miedo a que vengan otros por abajo que le arrebaten lo conseguido.

La capacidad de Inés Arrimadas para engañarse a sí misma, creándose mundos paralelos y viviendo al margen de la realidad, resulta más que asombrosa. El Gobierno del cambio, dice la señora. ¿Pero cambio de qué, qué de qué, qué de cuá? A veces doña Inés se expresa como esa diva del cine que, pese a que sabe que su tiempo ya pasó, se comporta como si fuese imprescindible, como una Gloria Swanson que baja por la escalinata de la política sin caer en la cuenta de que los focos ya apuntan a otra vedette, mayormente a Macarena Olona. Oyendo hablar a Arrimadas parece que mañana mismo la van a elegir, por aclamación popular unánime, reina de España. Incluso se permite ridiculizar a los partidos de izquierda por sus riñas familiares cuando el proyecto más amenazado de ruina es precisamente el suyo: Ciudadanos. La verdad, y siendo sinceros, es que a esa marca ya la votan cuatro autónomos despistados que no tienen tiempo de leer periódicos y no se han enterado de que el partido hace años que se fue a la mierda. Ciudadanos no deja de ser una nostalgia de algo que pudo ser y no fue.

Provoca estupor escuchar cómo esta gran marquesona de la política española se ríe de lo mal que le van las cosas a las confluencias podemitas. Precisamente ella, que dirige un partido en franco proceso de derribo, de desguace, de fagocitación por el PP. Pero ahí está la estrella en horas bajas, dándose el pisto, tirándose el nardo, soltando discursillos liberalotes como si fuese el faro y guía del nuevo centrismo español, que ya no existe, aunque bien mirado nunca existió. “Juan Marín es lo que se ve, es una persona muy maja”, le dice a Ferreras echándole flores a su candidato en Andalucía (ese mismo al que el PP ya tiene en la lista negra de ejecutables). Pues si es así, si Marín es tal cual aparece en la tele, un señor con delantal que cocina torrijas para el chef fascista, apaga y vámonos. Con su populismo gastronómico un poco de andar por casa, el bueno de Marín pretende conectar con las clases medias, pero estas ya no le escuchan. Andalucía se encuentra en modo derechización de las masas, la guerra cultural y el proceso de nazificación inevitable en toda sociedad capitalista que ha dejado atrás el subdesarrollo, la lucha de clases y la fase revolucionaria marxista de la historia. En ese contexto, Ciudadanos va a durar menos que una botella de whisky en un fiestón salvaje de Boris Johnson.

La democracia estorba cuando el pueblo ya se ha convertido en élite. El supremacismo xenófobo es una neurosis provocada por el miedo a perder privilegios. El reciente discurso que la italiana neonazi Giorgia Meloni soltó en Marbella, pavorosamente aplaudido por no pocos andaluces, demuestra que hemos entrado en un nuevo tiempo de oscuridad y tinieblas. La pequeña fascista Meloni es puro odio con patas. Odio contra los inmigrantes, odio contra las feministas, odio al colectivo LGTBI, odio a las abortistas y odio a Europa. En definitiva, odio a los valores humanistas, a la democracia y a la civilización en general. Contra tanta basura ideológica solo cabe poner pie en pared, rebelarse y mantenerse en el lado bueno de la historia. Pero Arrimadas forma parte de esa política burócrata, profesional, que antepone el despacho, el sueldo y el chalaneo a los ideales auténticamente democráticos. Si de verdad le preocupara el auge del totalitarismo rompería lazos con el PP, cerraría el chiringuito y se iría a su casa con la cabeza alta.

Con esa carita de Heidi del liberalismo caduco y agotado, Arrimadas es capaz de pactar con el mismísimo Diablo por puro interés y sectarismo partidista. Ella va de liberal, de luchadora contra el proxenetismo y la explotación sexual, de defensora de una escuela abierta, progresista y de calidad. “Con Vox ni de coña”, sentencia tirando de lenguaje cheli para reconectar con el pueblo. Sin embargo, todo es un teatrillo de variedades con decorado en cartón piedra naranja porque a la hora de la verdad está en la misma mesa que todos ellos, comparte la misma onda nacionalista y firma leyes restrictivas con el PP hibridado al fascismo de nuevo cuño. Todo en esta mujer es pura pose que ya nadie se traga. “Con un puñadito de votos podremos reeditar el Gobierno que quieren los andaluces”, limosnea la papeleta a los andaluces. Lola Flores pedía una peseta a cada español para resolver sus problemas con Hacienda; esta pide una calderilla electoral para que su amigo Marín pueda salvar su agonizante escaño y así seguir dorándole las torrijas a Moreno Bonilla. Para torrija mental la de Arrimadas.

Viñeta: Igepzio

FASCISMO Y RATAS

(Publicado en Diario16 el 14 de junio de 2022)

Las ratas campan a sus anchas por las calles de Nueva York. Una plaga de proporciones bíblicas se ha apoderado de la ciudad de los rascacielos, una urbe que hace tiempo dejó de ser un mero punto geográfico en el mapa para convertirse en un lugar mítico, legendario, el inmenso decorado de una distopía, que no es otra que la lenta destrucción de Occidente. A Nueva York la hemos visto arrasada por los ángeles de acero de Alá; engullida por huracanes, inundaciones y gélidas glaciaciones; tomada por mosquitos asesinos, por pistoleros de extrema derecha y por la peste coronavírica. Ahora le toca el turno a la rata.   

Cuentan los periódicos yanquis que los nerviosos y voraces roedores se han apoderado de la metrópoli y ya andan por todas partes. Juegan entre los niños en los parques infantiles, se pasean como si nada por los andenes del Metro, entran y salen de las boutiques carísimas de la Quinta Avenida, corretean por los jardines de Central Park, juegan a la Bolsa en Wall Street y comen perritos calientes a plena luz del día. El Ayuntamiento neoyorquino ya no sabe qué hacer con las visitantes pardas, fumigar es inútil y empieza a cundir el pánico en la ciudad. Si nuestro Lorca, nuestro poeta en Nueva York, volviera a recorrer hoy aquellas calles de la Babilonia de neón, vería sin duda en esta plaga de ratas un signo evidente de la decadencia del mundo. Por Nueva York, la ciudad de cieno, la ciudad de alambres y de muerte, los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades y la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises, tal como escribió Federico.

El mundo entero arde envuelto en llamas. Una vasta llamarada de odio y de guerra, de fanatismo e intransigencia, de mentiras y bulos, lo arrasa todo. La verdad ya no está de moda, se ha quedado anacrónica, anticuada, demodé. La especie humana se encamina hacia su rápida aniquilación y las ratas salen de las alcantarillas, felices y contentas, reclamando su lugar en el trono del reino animal. Cuando nosotros ya no estemos aquí, un planeta de roedores será mucho más digno y decente que este mundo depravado construido por el loco sapiens, un mundo de dinero y de codicia, un mundo de vanidades e idiotas elevados a los altares de la política y la prensa.  

Las ratas se reproducen mejor con el cambio climático. El calorcillo las estimula. Se crían bien alimentadas, saludables, vivarachas. Mientras los humanos esquilman Doñana y reducen el Mar Menor a una sopa infecta color verde Vox, las ratas van para arriba en la escala evolutiva y ascienden victoriosas por el Empire State Building. Pero las ratas no son seres malditos sino inocentes. A las ratas les ha caído la mala propaganda humana desde los tiempos inmemoriales de la peste medieval cuando ellas son mucho más dignas que nosotros, mucho más inteligentes (no se destruyen como especie a escupitajos atómicos) y sobre todo son mucho más fuertes que el trémulo, neurotizado y miedoso mono desnudo. En China y por ahí, en el tercer mundo sumido en la miseria y en la dictadura fascista, la gente acaba comiendo ratas y cosas aún peores, lo que les echen, pura mierda, y luego ellas, las ratillas simpáticas, se vengan de nosotros lanzándonos su esputo contagioso en forma de virus implacable. Es el capitalismo salvaje como pandemia, el ultraliberalismo ciego como enfermedad terminal de nuestro tiempo, como locura colectiva que destruye el planeta y nos conduce de nuevo a la Edad de Piedra, al poder del chamán y al canibalismo.

Delibes, nuestro castellano viejo y estoico Delibes, supo ver que el peligro no estaba en las ratas, sino en el atraso secular de España, en la violencia social de los terratenientes contra los siervos, en la tiranía de los poderosos, en la crueldad de todos esos señores feudales, anarquistas aristócratas que ahora se levantan de sus tumbas decimonónicas para espetar su odio contra la mujer, contra los negros, contra los comunistas y homosexuales. Es el fascismo que estaba aletargado, criogenizado, anidado en las cloacas de la historia, y que ahora vuelve a romper el cascarón del huevo para arrastrarnos a otra guerra, ya la última.

El pasado domingo la enloquecida Giorgia Meloni (líder de Fratelli d’Italia) soltó un vómito fascista en Marbella para apoyar la candidatura de Macarena Olona, un mitin que recordó mucho a aquellos discursos encendidos de violencia del temible Mussolini. Ayer mismo, Martínez Almeida, un alcaldillo diminuto en talla moral, se negó a acudir al homenaje póstumo a Almudena Grandes solo porque nuestra más grande escritora contemporánea fue una mujer feminista, de izquierdas, antifascista y comprometida. ¿Se puede caer en algo más ruin y miserable? ¿Cuántos pactos con los ultras, cuantas concejalías ha costado esa infamia, señor corregidor? Toda esta gente fanatizada que ha perdido el juicio y el alma son los auténticos enemigos de la humanidad. Nadie debe tenerle miedo a las ratas que han tomado Nueva York y que algún día se harán también con las ruinas de París, de Londres, de Madrid. Nosotros no lo veremos, pero terminarán escalando los árboles calcinados del Retiro como las nuevas ardillas de un mundo infeccioso y radiactivo. Las dueñas y señoras de todo.

Nadie debería sentir pánico ni terror ante unos simples animales que son mucho más pacíficos y nobles que algunos bípedos cainitas obsesionados con hacer correr la sangre entre hermanos. No son las ratas las culpables de los grandes males del universo. Son algunos primates más o menos evolucionados los que emponzoñan el ecosistema y la democracia transmitiendo su peste de odio, bilis, supremacismo e intransigencia. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ANDALUCÍA SE DERECHIZA

(Publicado en Diario16 el 13 de junio de 2022)

La política europea se transforma a ritmo de vértigo. Las elecciones legislativas celebradas este fin de semana en Francia confirman la crisis del macronismo y el auge del melenchonismo. Cuando parecía que la extrema derecha de Marine Le Pen era la gran alternativa antisistema capaz de disputarle el poder al altivo presidente francés, aparece un hombre como Jean-Luc Mélenchon enarbolando la bandera de una izquierda euroescéptica y anticapitalista para dar un puñetazo en la mesa, alterándolo todo.

Macronistas y melenchonistas quedan en situación de cuasiempate técnico en la primera vuelta de las elecciones, donde la gran protagonista ha sido la abstención, que ha vuelto a superar el 52 por ciento. Los europeos se están desenganchando de la política. Esa tendencia alarmante hacia el abstencionismo como venganza contra el sistema se detecta también en las encuestas a pocos días de las elecciones andaluzas. La cita con las urnas del 19J promete ser histórica por lo que puede tener de vuelco al mapa del poder. Los sondeos siguen arrojando la misma radiografía de hace dos semanas: el Partido Popular se encuentra a un paso de la mayoría absoluta (le faltarían entre 2 y 7 escaños) mientras que la izquierda no logra movilizar a su electorado. ¿Por qué? ¿Estarían los andaluces progresistas a la espera de la aparición de un Mélenchon cordobés, un líder revolucionario capaz de aglutinar el sentimiento de orfandad, desencanto y desesperanza, o la izquierda ha entrado ya en una fase de decadencia irreversible? Es difícil saberlo. Kichi llegó para encarnar el ideal de nuevo rojerío radical, el Mélenchon andaluz, y ahí quedó su proyecto político, limitado a su bahía gaditana y poco más. Falta de líderes con carisma, guerras internas –las luchas intestinas no solo se dan entre partidos rojos competidores, en cada fuerza política hay un auténtico gallinero– y programas poco imaginativos o ambiciosos podrían explicar la abulia o pereza del votante de izquierdas. A todo ello se une que Yolanda Díaz se ha dormido en los laureles y su proyecto de frente amplio ha llegado tarde, un factor más de indignación popular.

En cualquier caso, la clave de la victoria el 19J va a estar en la abstención como consecuencia lógica de la crisis que vive la izquierda europea y de la consiguiente desconexión con la democracia de esa parte de la ciudadanía. Según ese análisis, las fuertes bolsas de desigualdad y pobreza tras años de susanismo clientelar han culminado en el descreimiento, el pasotismo y la rabia contra el establishment. Así las cosas, muchos votantes supuestamente de izquierdas preferirán irse a la playa o al monte el 19J antes que pasarse por el colegio electoral, un ritual que ya consideran una pérdida de tiempo. A estas alturas de campaña queda claro que Juan Espadas, el candidato del PSOE, no seduce; Teresa Rodríguez ha perdido el duende de aquellos inicios libertarios del 15M; y a Inma Nieto la conocen en su casa a la hora de comer.

Pero hay dos clases de progres desmovilizados que pueden dejar el camino libre y allanado a las derechas. En primer lugar, están los parados de larga duración, los falsos autónomos, las peonadas que viven del subsidio agrario o PER. La famélica legión harta de la limosna del Estado que es pan para hoy y hambre para mañana. Esos desertores del socialismo ya están perdidos para la causa de la izquierda, muchos han decidido votar al patrón o señorito, a ver si así le mejoran las condiciones de vida, o incluso a la extrema derecha, que es donde más daño le hacen a Pedro Sánchez.

Y luego está el otro gran grupo de grey obrera descarriada. Toda esa clase media aburguesada e instalada, funcionarios, comerciantes, profesionales liberales, pequeños empresarios y propietarios agrícolas que ya tienen resuelto lo suyo y a quienes les importa más bien poco lo que pase con los que están abajo, los que de verdad las están pasando canutas tras la pandemia y la crisis galopante. El pijo progre desclasado se enfurece cuando oye decir que el Gobierno va a subvencionar el combustible a los más humildes. ¿Y nosotros qué, acaso no tenemos tanto derecho como el que más al maná de las ayudas energéticas?, se pregunta enojado. El egoísmo capitalista, el divide y vencerás, ha terminado por acabar con la solidaridad de la izquierda.

A ese votante que busca conservar su propio estatus (en el fondo le mueve el miedo a perder privilegios, no la ideología) se está dirigiendo Juanma Moreno Bonilla, que también recupera los restos del naufragio de Ciudadanos. Ahí estaría la explicación de por qué el líder del PP no deja de ensanchar su granero a izquierda y derecha. Aunque cueste reconocerlo, Bonilla ha planteado una campaña electoral astuta, de perfil bajo, institucional, sin meterse en charcos ni hablar demasiado para no estropear las buenas expectativas de voto. Sabe que no tiene más que sentarse y esperar a recoger la cosecha del malestar social supurado por el sanchismo. Además, se presenta como el candidato moderado –una falacia, todo el mundo sabe que tiene un pacto secreto con Macarena Olona para gobernar con Vox si le fallan las cuentas–, como el gran defensor de la sanidad pública y del Estado de bienestar (un sarcasmo teniendo en cuenta que siguen siendo el partido de las privatizaciones y la corrupción) y como el político que ofrece estabilidad en un contexto nacional y mundial caótico. Sin duda, la estrategia le funciona y a Moreno Bonilla le va a dar su papeleta mucho exsocialista desencantado y mucho pragmático del voto útil asustado ante la posibilidad de que Vox llegue al poder.

El casi siempre lúcido columnista Antonio Maestre cree que la izquierda “no tiene la culpa de que existan fascistas”, pero en este caso no podemos estar de acuerdo con él. Los procesos históricos tienen unas causas, unos orígenes, unos antecedentes. Nada surge por generación espontánea. Hitler jamás hubiese llegado al poder si millones de alemanes no hubiesen tenido que comer caldo de suela de zapato y calentarse en hogueras avivadas con los marcos devaluados tras el crack del 29. La inflación y el hambre detonan la revolución fascista. La ultraderecha ocupa, usurpa, los nichos sociales que abandona la izquierda. Si no, ¿cómo se explica que el nazismo esté calando en los tradicionales cinturones rojos de las grandes ciudades? ¿Cómo se entiende que en las zonas rurales de la España vaciada sea más fácil encontrar una aguja que un votante de izquierdas? Al final son las masas, con sus pulsiones psicológicas colectivas, las que escriben la historia. Piénsalo bien, camarada Maestre.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

sábado, 11 de junio de 2022

ARGELIA

 

(Publicado en Diario16 el 11 de junio de 2022)

Argelia ha declarado la guerra comercial a España. Era la reacción lógica por el brusco cambio de posición de Moncloa respecto al contencioso territorial saharaui. Los argelinos amenazan con cerrarnos el grifo del gas y de paso con cancelar todo tipo de transacción mercantil, una medida que a los españoles podría costarnos, grosso modo, la friolera de 3.000 millones de euros en contratos en diversas áreas industriales. La prensa sanchista, siempre tan optimista y condescendiente con el Gobierno de coalición, se esfuerza estos días por convencernos de que tres mil millones no es para tanto, una pequeña fiesta, una menudencia de nada que comparada con nuestro inmenso PIB no deja de ser unas migajas. Sin embargo, pese a lo que puedan decir los palmeros de la prensa oficialista, el sartenazo argelino nos hará daño. Mucho daño.

De entrada, algunas compañías eléctricas ya tiemblan y preparan drásticas subidas en la factura de la luz. La injusticia cometida con los desahuciados saharauis repercutirá, más temprano que tarde, en el bolsillo de los españoles. Pero el conflicto va más allá de lo económico para adquirir proporciones de aguda crisis internacional. En las últimas horas la situación ha alcanzado un nivel de máxima tensión y el régimen de Argel ya amenaza con lanzar contra las costas españolas una flotilla de pateras con unos cuantos miles de espaldas mojadas a bordo para generar otra grave crisis demográfica similar a la que en mayo de 2021 organizó el rey de Marruecos en la frontera del Tarajal. Se mire como se mire, esta vez Pedro Sánchez la ha liado parda. Cada paso que desde hace un año ha dado el Gobierno español en el espinoso asunto del Sáhara Occidental ha sido errático y más nocivo que el anterior. Toda la gestión ha resultado nefasta y lo que es aún más preocupante: todo se ha explicado rematadamente mal a la opinión pública española. Si de lo que se trataba era de ofrecer asistencia médica por razones humanitarias al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, mejor hubiese sido darle publicidad a la operación, no meterlo por la puerta de atrás de un hospital riojano con alevosía y nocturnidad. Tampoco hubiese estado de más telefonear al rey Mohamed VI para tratar de tranquilizarlo dándole garantías de que la operación Gali no suponía ningún cambio drástico de posición respecto al Sáhara ni un movimiento hostil contra los amigos marroquíes. El tacto y el respeto mutuo es la base de la buena diplomacia. Pero aquello se hizo como se hizo y a partir de ese instante la cosa fue de mal en peor.

Tras la avalancha humana en la frontera del Tarajal, una cruel represalia del sátrapa de Rabat, vino el escándalo del espionaje Pegasus, que a día de hoy mantiene no pocas incógnitas sin despejar. Los españoles siguen sin saber si el teléfono de Sánchez fue pinchado y hackeado por agentes secretos marroquíes, de la CIA o del CNI y mucho nos tememos que durante algún tiempo el caso seguirá rodeado del mayor de los misterios. Entretanto, Estados Unidos nos sentó a la fuerza en una mesa de negociación para que firmáramos el acuerdo Trump de autonomía para el Sáhara Occidental bajo soberanía marroquí, una traición en toda regla a un pueblo hermano respecto al que España sigue teniendo responsabilidades como potencia descolonizadora. De esta manera, desobedecimos las resoluciones de la ONU sobre la necesidad de organizar un referéndum de autodeterminación y dejamos abandonados a su suerte, cuando no en manos de la dictadura alauita, a 267.000 personas que viven en esa zona del desierto. Muchos de ellos aún conservan el DNI español si es que no lo han roto ya tras la jugarreta de Moncloa.

Si Sánchez se vio forzado a tragar con el plan yanqui (un regalo envuelto en papel de celofán de la Administración norteamericana a su tradicional aliado marroquí), el presidente debió comunicarlo a los españoles. Si hubo presiones de Washington y la OTAN para que España cerrara cuanto antes el asunto, dándole un escarmiento a Argelia por sus alianzas con Putin –se dice que Rusia planea abrir bases navales en ese país del norte de África, amenazando a Occidente y poniendo en grave riesgo la estabilidad regional– el presidente del Gobierno debió habérselo contado a los españoles. Y si a fin de cuentas lo único que ha habido aquí es la razón del pragmatismo, es decir, la necesidad del premier socialista de quitarse de encima un problema, la patata caliente saharaui, el presidente debió haber dado cuenta a los españoles.

De cualquiera de las maneras, el asunto merecía cuando menos que el inquilino de Moncloa pasara por el Parlamento y lo explicara todo con luz y taquígrafos, ya que se estaba librando un trance histórico para nuestro país. Lo lógico habría sido que los partidos hubiesen refrendado el acuerdo, o mejor aún, que el pueblo español hubiese sido llamado a las urnas para que votara en referéndum el futuro de lo que durante tanto tiempo fue una provincia más. Pero eso, consultar a la ciudadanía sobre cuestiones trascendentales, en este país es poco menos que ciencia ficción. Sánchez decidió tomar la decisión por su cuenta y riesgo, en plan caudillo, como Franco lo hubiese hecho en 1975, y a otra cosa mariposa. Él creía que portándose como un buen chico, haciendo lo que le decían los norteamericanos, los marroquíes, la UE y la OTAN se resolvería el problema. Pero un abuso tremendo se había cometido con nuestros hermanos saharauis y nada que se construya con la argamasa de la injusticia puede perdurar. Así ha sido. Al final la crisis ha terminado reventando por Argelia, un país con el que manteníamos importantes relaciones comerciales y que ahora nos pasa la factura, factura que inevitablemente tendrán que pagar los españoles en forma de tarifa eléctrica.

Poco a poco la bola de nieve se ha ido haciendo más gorda. Sánchez empieza a ser consciente del enorme fiasco cometido y ha dado órdenes a su ministro de Exteriores Albares para que cancele su viaje a la cumbre de las Américas y se vaya corriendo a Bruselas, sin perder ni un solo minuto, para pedir el amparo de la Unión Europea. De momento, la UE ha respondido tal como se esperaba a la petición española de auxilio y socorro, y aunque ha rechazado de plano el chantaje calificándolo de inadmisible –advirtiendo de que los socios del club comunitario reaccionarán con contundencia contra el régimen de Argel frente a “cualquier tipo de medida coercitiva” que adopte contra un Estado miembro como es España–, insta a españoles y argelinos a darle una salida negociada al conflicto. Por fortuna estamos en Europa y el desaguisado de Sánchez quedará en parte amortiguado por el mullido paraguas de Bruselas. Pero no podemos dejar de preguntarnos, jugando a la historia ficción, qué habría pasado si nuestro país no formara parte del selecto club europeo. Hoy estaríamos solos y metidos de lleno en una guerra de consecuencias imprevisibles entre marroquíes y argelinos. Por una vez la suerte se ha aliado con nosotros ganándole la partida a la siempre desastrosa diplomacia nacional.

Viñeta: Óscar Montón