(Publicado en Diario16 el 17 de junio de 2022)
La política exterior del Gobierno de coalición es un absoluto desastre. Desde fuera da la sensación de que el ministro Albares y su equipo de cónsules y embajadores están dando bandazos, saltando charcos aquí y allá, improvisando según los problemas que van surgiendo y las corrientes de la historia. El reciente episodio del Sáhara Occidental ha rozado el bochorno internacional. En apenas 24 horas, Sánchez pasó de la posición tradicional de España en ese conflicto territorial –referéndum de autodeterminación para el pueblo saharaui bajo amparo de la ONU– a tragar con el plan Trump que impone una autonomía en la región en el marco de la soberanía marroquí. El suceso supuso una traición en toda regla al Sáhara, pero también un esperpento desde el punto de vista diplomático. España quedó en muy mal lugar, la bajada de pantalones ante el Tío Sam fue antológica y todo el mundo pudo ver que el Gobierno de Madrid hacía lo que le exigía Washington sin rechistar, sin poner ninguna pega, como un buen lacayo del imperialismo yanqui.
Tras el desaguisado saharaui, España ha quedado como una potencia descolonizadora que no sabe asumir sus responsabilidades, una nación acomplejada y sin orgullo que ha salido de África de forma humillante y lo que es todavía peor: una democracia de tercera que a las primeras de cambio arroja a un pueblo inocente en manos de un sátrapa dictador como el rey de Marruecos. Pero lo grotesco no conoce límites y siempre se puede hacer un poco más el ridículo ante la comunidad internacional. Ahora se está viendo que el turbio affaire saharaui solo tenía un objetivo: volver a alinear a nuestro país con el eje anglosajón USA-Reino Unido-Israel en plena guerra de Ucrania para presentar a Sánchez como el próximo gran líder de la UE. Conviene recordar que desde hace algún tiempo un incesante rumor corre por las cancillerías del viejo continente: si el premier español no logra revalidar su mandato en las elecciones de 2023, optará a la presidencia del Consejo Europeo. Es más, si presiente que va a ser derrotado en los comicios que le enfrentará cara a cara con Núñez Feijóo, es más que probable que ni siquiera llegue a presentarse como candidato, ya que con el cartel de perdedor lastrándolo no tendría ni una sola posibilidad de dar el salto a Bruselas.
De las buenas relaciones con el amigo americano depende el éxito y la proyección internacional de Sánchez. Si a Aznar se le permitió poner sus pies encima de la mesa en el tejano rancho de Bush, ¿por qué en Yanquilandia a él se le sigue viendo como un advenedizo, un hombre de poco fiar, un paria entre los grandes mandatarios del mundo libre? Esa pregunta (¿qué está fallando?), es la que todos se hacen en Moncloa y que nadie sabe contestar. En realidad, el problema es ideológico y de afinidad personal. El abuelete norteamericano no quiere cuentas con un hombre que, según le han contado los espías de la CIA, suelta un tufillo a rojo por sus pactos con el podemismo bolivariano. Ese sambenito lo lleva colgado Sánchez desde que Pablo Casado se dedicó a propalar, fuera de nuestras fronteras, la leyenda negra de que Europa se encuentra ante un chavista disfrazado, un golpista por los votos o por las botas en plan dictador bananero, un Nicolás Maduro a la europea. Casado pintó a un líder del socialismo español como un diablo estalinista con rabo y cuernos capaz de nacionalizar la banca si era preciso para sacar a su país de la crisis del coronavirus. Nada más lejos de la realidad. Sánchez no tiene un pelo de bolchevique, todo lo más es un socialdemócrata licuado y desteñido, pero los rumores y bulos que Casado difundió en la Unión Europea –llegó a pedir a los jerarcas de Bruselas que hicieran todo lo posible para que no transfirieran 140.000 millones en ayudas a un Gobierno de coalición maoísta– terminaron calando en el exterior. Desde entonces, Biden huye de él como de la peste, escabulléndose por los pasillos y mirándolo de reojo, cuando ambos se cruzan en alguna cumbre de la OTAN. Sánchez ha debido pensar que si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Para eso ha organizado la próxima reunión de la Alianza Atlántica en Madrid, una encerrona sin escapatoria posible en la que el anciano líder demócrata tendrá que sentarse, sí o sí, con él. Por fin un selfi con Biden.
De momento, el líder norteamericano no quiere demasiado trato personal con ese incómodo y pesado español que lo sigue a todas partes, pero nuestro presidente, fiel a su manual de resistencia, no ceja en su empeño para que le haga casito, lo convierta en su nuevo mejor amigo y lo invite algún día a una de esas galas benéficas de la Casa Blanca con Lady Gaga en lentejuelas amenizando la fiesta. Albares ya está trabajando en ello. El ministro se ha puesto manos a la obra en la tarea de maquillar al jefe para presentarlo como más proyanqui y otanista que nadie. Una operación para americanizar al dirigente del PSOE está en marcha y seguramente dentro de poco veamos a un Sánchez vestido de vaquero, agitando el lazo de rodeo y mascando chicle como un marine.
Hoy mismo, la prensa madrileña cuenta que el siguiente paso del inquilino monclovita consistirá en buscar un acercamiento con Israel. A menudo ocurre que el camino más rápido suele ser el más largo y en el Gobierno han pensado que para entrar con buen pie en el Despacho Oval lo mejor será pasar antes por Tel Aviv. Siempre pueden aprovechar para preguntarle al Mosad cómo va lo de Pegasus y el hackeo del móvil presidencial (recuérdese que la empresa fabricante del programa spyware tiene sede social en tierras judías). Con la excusa de que Argelia amenaza con cortarnos el grifo del gas, Sánchez va a aprovechar para matar tres pájaros de un tiro: asegurar el suministro importando energía hebrea (vía Rabat, que ya ha reconocido al Estado de Israel); estrechar lazos con el sionismo americano; y arreglar lo suyo con el espionaje internacional. ¿Reconocerá España la soberanía israelí sobre los territorios palestinos ocupados, tal como ya ha hecho con Marruecos y el Sáhara Occidental? De ser así otro bochorno histórico podría estar cociéndose en la errática diplomacia española. Si tal cosa ocurriera, Unidas Podemos volaría el Consejo de Ministros por los aires e iríamos a nuevas elecciones. De momento, el nuevo tratado de amistad hispano-israelí ya cuenta con el visto bueno de Bruselas, que se beneficiaría de la operación y podría reducir su dependencia energética con Rusia. Ursula von der Leyen está encantada con la idea. Otra cosa no, pero a trilero no hay quien le gane a Sánchez.
Viñeta: Becs
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