(Publicado en Diario16 el 31 de mayo de 2022)
Los actos del 40 aniversario del ingreso de España en la OTAN han vuelto a dividir al Gobierno de coalición. Unidas Podemos entiende que no hay nada que celebrar y Yolanda Díaz también se ha desmarcado, dando plantón a Felipe VI, al secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, y a 30 embajadores de países aliados. Por descontado, el mundo morado critica la próxima celebración de la cumbre de la organización militar, que se celebrará los días 29 y 30 de junio en Madrid. Otro terremoto sacude a la Moncloa y esta vez no se llama Feijóo.
La izquierda coherente sigue rechazando todo lo que huela a otanismo, a imperialismo americano y a bases yanquis, una postura política más que respetable. Se podrá estar en contra o de acuerdo con ellos, pero no se puede negar que siguen siendo fieles a sus principios, lo cual en este mundo de cínicos y falta de valores es de agradecer. Unidas Podemos está manteniendo una posición mucho más decente y digna que aquel PSOE de Felipe González que haciendo trilerismo político pasó del manido eslogan “OTAN de entrada salida” a meternos, de cabeza, en el club militar occidental. Recuérdese que en aquel referéndum ganó el “sí” a la Alianza Atlántica con el 56,85 por ciento de los votos y con una participación de poco más de 59 puntos, lo que nos da una idea de que la propuesta no despertó, precisamente, el entusiasmo de los españoles.
Hoy, cuarenta años después, podemos preguntarnos qué le ha reportado a España la experiencia de pertenecer a la cordelería armamentística de la OTAN. La organización no nos ha hecho más ricos (otra cosa es que para entrar en Europa antes tuviéramos que pasar por el aro atlantista). Los yanquis siguen sin renegociar el desmantelamiento de las bases que Franco entregó a Eisenhower a cambio del reconocimiento del régimen franquista. Y en cuanto a Marruecos, nuestro fiel enemigo secular, tampoco parece que le intimide demasiado que formemos parte del selecto club del capitalismo bélico. Cada vez que a Mohamed VI le entra el hambre por el Sáhara Occidental, por Ceuta y Melilla, abre el grifo de la inmigración ilegal y nos chorrea con un manguerazo de pobres desgraciados, jugando a la guerra híbrida y enfadando al Tío Sam, que siempre acaba poniéndose de parte de los marroquíes para darle un tirón de orejas a los españoles.
Pertenecer a la OTAN solo nos ha servido para buscarle un empleo a Solana (un mueble que el PSOE no sabía dónde colocar), para participar como pinche pobre en absurdas maniobras conjuntas que solo sirven para contaminar los océanos y para que USA nos coloque a precio de ganga su sobrante de chatarra militar. Si al menos los portaaviones de la Sexta Flota se dedicaran a rescatar pateras en el cementerio Mediterráneo la cosa tendría un sentido, pero ni eso. Por ello es perfectamente lícito que un partido de izquierdas como Podemos aspire a mantener intactas sus esencias sin venderse a la industria armamentística multinacional y a los halcones del Pentágono.
Ahora bien, más allá de que les asista la razón filosófica (el pacifismo y el “no a la guerra”), cabe preguntarse si el mundo podemita no se estará pegando otro tiro en el pie al renunciar al pragmatismo político montando una guerra interna con el PSOE que solo beneficia a Vox. Es cierto que los fastos conmemorativos y la cumbre van a costarle un pico al contribuyente, un dineral que podría destinarse a gasto social. Pero lamentablemente así funciona la política de hoy. España siempre es un país en crisis y por la misma regla de tres del ahorro a ultranza no tendríamos que organizar ni un solo evento social, ni una competición internacional deportiva, ni siquiera Eurovisión ahora que Chanel ha puesto una pica en el Flandes de la Europa pop siempre vetada a los folclóricos españoles. Por ahí terminaríamos en la autarquía, como en los años del cuarentañismo. Una cumbre nos recoloca en el mapa, refuerza nuestro papel diplomático y nos ayuda a estrechar lazos de amistad con nuestros socios. Desde ese punto de vista la campaña de Unidas Podemos contra el otanista Sánchez no tiene demasiado sentido y huele a inútil activismo antisistema y a rojerío populista rancio, caduco y trasnochado. Podemos lleva el tiempo suficiente en el Gobierno como para entender que una cosa es organizar una asamblea juvenil con botellón en Vistalegre y otra gobernar un país con toda la complejidad que ello conlleva.
Oponerse a la cumbre de la OTAN gustará mucho a la parroquia, a las bases y al tertuliano Pablo Iglesias, pero nos tememos que en la Andalucía profunda metida en la vorágine electoral –donde las confluencias podemitas van camino de quedar reducidas a la intrascendencia ante el auge de las derechas–, la medida no se va a entender, como tampoco se entienden otras muchas ocurrencias que alejan a la izquierda de la realidad. Tener que pertenecer a la OTAN como requisito para no quedar fuera del mundo occidental no deja de ser una maldición que el patriarca sevillí Felipe echó a los españoles en su momento y con la que tenemos que convivir. Instalarse en la utopía pacifista solo conduce a la melancolía. La OTAN es la casa del Diablo, el taller de la guerra siempre terrible y odiosa, pero fuera hace demasiado frío ahora que Putin amenaza al mundo con sus misiles nucleares. Tras la feroz ofensiva rusa en Europa, Finlandia y Suecia ya han pedido el ingreso cagando leches y a este paso hasta la neutral Suiza terminará tragando y poniendo a sus guardias de época de casco con plumero a las órdenes de Stoltenberg y Zelenski. En realidad, pertenecer o no al club atlántico no deja de ser una mera formalidad porque si estalla la Tercera Mundial, Dios no lo quiera, nos va a dar bastante igual, ya que el mundo entero se irá al garete y acabaremos todos dándole al pedernal y a la yesca, como en la Edad de Piedra. Si hay que estar estemos; si no nos queda otra sigamos perteneciendo al macabro club de la muerte. Pero tampoco es como para tirar cohetes (nunca mejor dicho), tal como pretende el aliadófilo Sánchez, que ya da por perdida España y solo aspira a un carguete internacional. En eso tiene razón Podemos: con la OTAN nada que celebrar.
Ilustración: Artsenal
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