(Publicado en Diario16 el 17 de mayo de 2022)
La frontera hispano-marroquí ha vuelto a abrirse tras el tenso episodio de hace un año, cuando 12.000 espaldas mojadas instigados por Mohamed VI saltaron la valla provocando la peor crisis demográfica que se recuerda desde la Marcha Verde. El incidente desató una tormenta diplomática de alcance mundial que no solo involucró a las cancillerías de Madrid y Rabat, ya que el chapapote llegó también a Washington, a la Unión Europea y hasta el Kremlin, donde Vladímir Putin se sintió concernido por lo que se estaba jugando en esa área del Magreb.
El origen del conflicto fue la hospitalización del disidente polisario Brahim Gali en un hospital español. El sátrapa de Rabat montó en cólera y aprovechó para abrir el grifo migratorio, sacar ganancia del río revuelto y poner encima de la mesa la soberanía del Sáhara, Ceuta, Melilla y las Canarias, montando un buen cisco internacional. Durante semanas la situación fue altamente explosiva y por un momento los españoles nos vimos pegando tiros contra los rifeños como nuestros sufridos abuelos del pasado siglo. “Fue el momento más difícil de la historia reciente de Ceuta”, asegura el presidente de la ciudad autónoma, Juan Jesús Vivas.
Hoy, un año después del oscuro capítulo, nos preguntamos quién ganó aquella guerra híbrida y extraña en las playas del Tarajal en la que el rey marroquí utilizó a sus súbditos hambrientos y desesperados (muchos de ellos muchachos y niños) como armas arrojadizas, como misiles humanos, para poner de rodillas a España desestabilizando Europa. Sin duda, la pregunta solo tiene una respuesta: Marruecos salió victorioso. Para empezar, el Gobierno de Pedro Sánchez cedió al chantaje del autócrata alauita al firmar el infame acuerdo que ha terminado reconociendo la autonomía del Sáhara bajo soberanía marroquí. De esta manera, el presidente español dejaba tirados a los saharauis y pisoteaba todas las resoluciones de la ONU que aconsejaban avanzar en la hoja de ruta hacia un referéndum de autodeterminación.
Obviamente, España quedó mucho más debilitada tras el envite (la imagen de claudicación y derrota a ojos del mundo fue patética, decadente, casi noventayochista), mientras que a Marruecos la crisis al límite le sirvió para ganar territorio, afianzar su poder geoestratégico en la zona frente a rivales seculares como Argelia y Mauritania y fortalecer sus lazos de amistad con Estados Unidos. Fue precisamente en ese momento cuando Joe Biden dio un puñetazo en la mesa conminando a Sánchez a firmar el pacto de autonomía para el Sáhara como forma más rápida y fácil de pacificar el gallinero del norte de África. Desde que comenzó el siglo XXI la Casa Blanca y el Pentágono han visto con especial preocupación lo que está pasando en esa zona del planeta donde el yihadismo se abre paso a toda máquina, los señores de la droga lo controlan todo y las mafias organizadas han convertido el Mediterráneo en un canal seguro para el tráfico de personas. Estados fallidos como Libia, Sudán, Chad, Nigeria o Mali se han convertido en objetivos prioritarios del ISIS en su delirio expansionista para instaurar un Califato medieval desde Bagdad hasta Al-Ándalus. Toda esa área geográfica se ha convertido en un auténtico polvorín, un semillero del terrorismo internacional, y ya se sabe que cuando un iluminado o guía espiritual fabrica una bomba en África tiemblan Nueva York, París o Madrid.
Pero faltaba una pieza importante del puzle sin la cual no se entiende lo que ocurrió aquel 17 de mayo de 2021, cuando miles de hombres y jóvenes marroquíes decidieron jugarse la vida tratando de alcanzar, a nado, la playa del Tarajal. Hace solo unas semanas hemos sabido que en aquellos días convulsos el teléfono móvil de Pedro Sánchez fue infectado con Pegasus, un programa espía que llegó a robarle hasta 2,6 gigas de información personal y oficial. Un material altamente sensible. Aunque hoy por hoy el suceso sigue sin ser aclarado, crece la sospecha de que el jaqueo masivo llevaba la firma de los servicios de inteligencia marroquíes. Y si Marruecos (gran edecán yanqui) estaba en el ajo, la CIA no debía andar muy lejos.
Indudablemente, a Mohamed VI le interesaba saber qué se estaba cociendo en Moncloa y no resulta descabellado pensar que los datos sustraídos del móvil presidencial pudieron ser utilizados para chantajear al premier socialista. Esa hipotética extorsión explicaría no solo el brusco viraje de Sánchez respecto al problema saharaui (históricamente el PSOE siempre apostó por el referéndum de autodeterminación como eje principal de su política internacional), sino el apresurado viaje que el líder del Gobierno español hizo a Rabat el pasado 7 de abril. ¿Es que no había un territorio neutral donde celebrar esa minicumbre o entrevista bilateral para abrir un nuevo tiempo entre ambos países y cerrar un tratado de paz y buena vecindad? ¿A qué santo venía que Sánchez se postrara ante el trono de Mohamed rindiéndole pleitesía como el emisario de un ejército vencido o el camellero dispuesto a venderle unas alfombras o baratijas al poderoso sultán? Una vez más, quedaba patente la imagen de sometimiento y renuncia proyectada por Sánchez que, en lugar de ejercer el papel que le correspondía como líder de un país importante de la UE, de Occidente y del mundo libre, decidió tragar con la humillación. Solo él sabe por qué. Solo él sabe qué parte de su biografía le robó Pegasus poniéndolo en la picota.
Sea como fuere, un año después la crisis del Tarajal ya es historia. La guerra de Ucrania ha barrido el mundo como una violenta tormenta de arena, enterrando el conflicto hispano-marroquí, un trance que visto ahora parece sacado de otro siglo. Ya nadie se acuerda de la violación que España sufrió a manos del rey de Marruecos, el pisoteo de los más elementales principios de Derecho internacional, los ecos de otro desastre colonial español, esta vez sin la sangre de Annual pero con Mohamed VI en el rol de nuevo Abd el-Krim. Al final, el sátrapa consiguió lo que quería: el Sáhara como gran botín de Alí Babá logrado por la vía de la fuerza. Y lo que es todavía peor, la inquietante sensación de que la política de hechos consumados, el chantaje como arma y la vía unilateral, funcionan. Hoy ha sido el Sáhara, mañana serán Ceuta, Melilla, quén sabe si las Canarias. Quizá nosotros no lo veamos. Pero algún día nuestros hijos sufrirán las consecuencias de un pasado errático.
Viñeta: Igepzio
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