(Publicado en Diario16 el 8 de junio de 2022)
Pedro Sánchez y Núñez Feijóo mantuvieron ayer su primer y esperado duelo parlamentario en el Senado (el líder del PP no puede intervenir en el Congreso porque aún no posee el acta de diputado). Había expectación por ver qué daba de sí este primer cara a cara dialéctico que pasará a la historia. ¿Ha satisfecho el episodio las expectativas de los españoles? Probablemente no. El pueblo está a lo que está, a la cesta de la compra frente a la bestia de la inflación, a llenar el depósito de gasolina y a pagar la factura energética a final de mes, que no es broma. Pocos se han puesto delante del televisor para ver qué se decían estos dos. La desafección y el desencanto van calando en la sociedad.
Presidente y jefe de la oposición se atizaron fuerte, tal como era de prever. Sin embargo, esta vez fue diferente, algo había cambiado. Los insultos de Pablo Casado han quedado atrás como ecos desagradables de antaño y en su lugar se ha debatido sobre ideas y programas, que es lo mínimo que se le puede pedir a diputados pagados por los contribuyentes para que resuelvan los problemas del país. “No he venido aquí a insultar”, sentenció flemáticamente el aspirante a la Moncloa. “Una cosa es lo que dice y otra lo que hace, señoría”, le puntualizó Sánchez bajándolo del púlpito y poniéndolo en su sitio. Claro que hubo tensión, como no podía ser de otra manera. Pero ambos contendientes tiraron más de fair play que de navajeo, de pendencia, de patadón y tentetieso. Algo es algo. Desde el final de la etapa casadista el listón estaba muy bajo, a la altura de barraca de feria o establo maloliente, y ahora cualquier intercambio de pareceres mínimamente educado entre los dos máximos representantes del bipartidismo español nos parece una sesión ejemplar digna de pasar a los anales del más brillante parlamentarismo patrio.
Feijóo jugó al ataque desde el principio. Pidió bajada de impuestos, plan anticrisis, contención de la deuda pública y que el PSOE rompa con los socios independentistas que quieren romper España, o sea la vieja cantinela de siempre del PP. El líder gallego dice lo mismo que su tosco antecesor en el cargo, aunque más fino. Por su parte, el premier socialista se defendió respondiendo que el PP no ha sabido estar a la altura de lo que se espera de un partido de Estado ni en la pandemia ni en la crisis posterior. “Hagan una oposición útil. Dejen de estorbar” alegó el presidente. Para entonces los periodistas acreditados se frotaban los ojos: ¿treinta minutos de debate sin mentarse a las madres en un pollo o algarada monumental? ¿Tres cuartos de hora sin coces en los escaños, sin palmas, sin silbidos, sin exabruptos ni pitos taurinos de la derechona? Imposible que ese Senado fuese el español.
Empezábamos a comprobar que la crispación que Casado acostumbraba a rociar por el hemiciclo, como un tóxico fitosanitario, había desaparecido. Aquellos tiempos en que había más bronca que dialéctica, la dialéctica de la bronca, pasaron a la historia. Es evidente que Feijóo ha dado nuevas instrucciones, consignas, un nuevo manual de comportamiento parlamentario y eso, se esté o no de acuerdo con sus ideas –en Diario16 nos encontramos en las antípodas ideológicas del gallego, o sea abiertamente en contra– es de agradecer. Relaja el clima político, baja el nivel de violencia verbal, tranquiliza el país que buena falta le hacía. Por la senda errática que había elegido Casado íbamos todos a las trincheras, como en el 36. Por suerte, el exlíder del PP ya forma parte del pasado. Dicen que anda por la cumbre de Davos o por ahí y nosotros nos preguntamos que pintará allí ese hombre. ¿Si no ha sabido dirigir un partido, cómo demonios pretende codearse con quienes mueven los hilos del mundo? Si le dan un carguete en alguna organización internacional, aunque sea solo simbólico, el desastre está más que asegurado. Romperá algo sin duda. Estallará otra guerra mundial que dejará la de Ucrania en un juego de niños.
Como dos cautelosos jugadores de ajedrez que mueven sus primeras piezas, Sánchez y Feijóo empiezan a tantearse con prudencia. Lo de ayer fue un primer intercambio de golpes, unas hostiles caricias sin hacer demasiada sangre. El líder popular no ha querido arriesgarse a perder la ventajosa posición que le otorgan las encuestas. Hasta el CIS de Tezanos le da ya como virtual ganador de celebrarse hoy mismo las elecciones generales. El político popular sabe que el ‘efecto Feijóo’ está funcionando y no tiene necesidad de pasar a un ataque feroz y en todos los frentes desde el principio. Le basta con ir erosionando al Gobierno poco a poco, lentamente. El reloj juega a su favor. Por el contrario, Sánchez tiene urgencias, prisas, necesidades perentorias. Las elecciones andaluzas pueden convertirse en el certificado de defunción del Gobierno de coalición y él lo sabe. Todo lo bueno que se ha hecho en esta legislatura –la renta mínima vital, los ERTE que han salvado el empleo de millones de españoles e incluso los buenos resultados en política económica y en la lucha contra el paro en un contexto de pandemia y guerra– corre serio riesgo de quedar enterrado y olvidado bajo la corriente de malestar social que se propaga por todas partes. A Sánchez cada vez le queda menos tiempo para convencer a las clases medias y obreras, al precariado, a los autónomos, a los parados de larga duración (que los hay y muchos pese a los buenos resultados de la EPA). O empieza a sacarse ya conejos de la chistera, subidas de salarios, pensiones, bonos sociales, bonificaciones, prestaciones, impuestos a los ricos y todo lo que se supone debe hacer un Gobierno de izquierdas o está caput, liquidado, listo papeles. Tiene apenas un año para convencer al país de que su socialdemocracia sanchista (el supuesto último bastión del Estado de bienestar ante el empuje de la extrema derecha) es algo más que un manido eslogan publicitario.
Ilustración: Artsenal
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