(Publicado en Diario16 el 11 de mayo de 2022)
Como ese caballero medieval vestido con coraza, adarga antigua y enhiesta lanza, Pedro Sánchez ha acudido al Congreso de los Diputados para dar cuenta del programa de espionaje Pegasus. Hay veces en que a un presidente del Gobierno no le queda otra que ir a una batalla perdida de antemano, darlo todo y rezar para que sea lo que Dios quiera. Este es el caso.
Desde que estalló el escándalo, el jefe del Ejecutivo siempre ha ido a remolque de los acontecimientos. El asunto de los 63 independentistas espiados le estalló en la cara sin que las viera venir. Aquella mañana se desayunó con la exclusiva de The New Yorker, una revista literaria norteamericana, y a partir de ahí a correr. El Gobierno de coalición empezó a hacer aguas por todas partes, los podemitas de Echenique pidieron cabezas, Junqueras, Rufián y Aragonés amenazaron con retirarle cualquier tipo de apoyo parlamentario y por un momento se temió que la legislatura no llegara a navidad. Un fortísimo vendaval se había desatado.
A partir de ahí, la reacción de Sánchez fue improvisar sobre la marcha, tal como hacía el Señor Lobo en Pulp Fiction. El problema es que el comemarrones de la mafia de Tarantino (Harvey Keitel) lo tenía mucho más fácil que el presidente a la hora de limpiar pruebas, esconder cadáveres y arreglar los desaguisados cometidos por otros. Ya hemos dicho aquí otras veces que el CNI es la Casa de Tócame Roque, un ente oscuro e ingobernable. Así las cosas, la estrategia puesta en marcha por el premier socialista pudo haber sido reconocerlo todo, asumir que los espías españoles están para espiar, no de adorno (¿para qué si no?), pedir perdón y seguir tirando. A fin de cuentas, si es cierto que Puigdemont contactó con Putin para hablar del envío de 10.000 soldados rusos a Cataluña, el Estado español tenía derecho a saberlo. Sin embargo, la consigna fue diametralmente opuesta: airear que Pegasus también había infectado el teléfono móvil corporativo de Sánchez y otros integrantes del Consejo de Ministros. “¿Veis, queridos amigos del Govern, como nosotros también somos víctimas, no verdugos?”. Ese fue el mensaje que Moncloa quiso transmitir a la Generalitat de Cataluña, donde Aragonès echaba humo por las orejas mientras el cuerpo le pedía declarar otra DUI.
Sin embargo, el plan presidencial para calmar a la bestia secesionista no funcionó. Ya se sabe que el soberanismo siempre quiere más, mucho más. Así que hubo que pasar a una segunda fase de la táctica de defensa dura y expeditiva: cortarle la cabeza a alguien. Y esa testa no podía ser otra que la de Paz Esteban, directora del CNI, una funcionaria discreta, gris, una historiadora medieval que trabajaba en sus informes y en su labor institucional sin mojarse en el campo de batalla del espionaje internacional (probablemente ni siquiera se había enterado de lo que algunos de sus subordinados de las cloacas habían montado con el caballo Pegasus). Tras la comparecencia de Esteban, en la que tuvo que confesar que se espió a una veintena de soberanistas con mandamiento judicial, ya se vio que la mujer tenía todas las papeletas para convertirse en la María Antonieta de nuestros servicios de inteligencia. Su suerte estaba echada, su cabeza sentenciada. Por un momento parecía que el temporal amainaba y que el volcánico dios Manitu indepe se daba por saciado con el sacrificio. No ha sido así y la estabilidad gubernamental sigue pendiendo de un hilo.
En medio de ese clima enrarecido y de máxima tensión, Sánchez se ha tenido que enfrentar a su juicio sumarísimo en el Congreso de los Diputados. El CNI es un organismo que depende íntegra y exclusivamente del Gobierno, o sea de Margarita Robles como ministra de Defensa y en última instancia del propio presidente, que es quien da el visto bueno (o mira para otro lado dejando hacer), sobre a quién espiar, cómo, cuándo, dónde y durante cuánto tiempo. Los espías solo tienen un amo y señor, salvo que se conviertan en agentes dobles, que haberlos haylos y no solo en las películas de James Bond. En ese supuesto se convierten en traidores o jetas que cambian el todo por la patria por el todo por la pasta.
Así que a Sánchez le quedaban pocas opciones de defensa para salir airoso de este trámite parlamentario más allá de presentar la cabeza de Paz Esteban, en bandeja de plata, ante sus socios independentistas. No podía hacer otra cosa que tirarle el muerto a otro y decir que todo se ha hecho conforme a la ley y a la autoridad judicial. Eso o presentar su dimisión como máximo responsable de los servicios de inteligencia porque, para que lo tengamos claro, aquí no ha habido un solo presidente que no haya estado al tanto de lo que se cocía en La Casa, desde Suárez hasta Mariano Rajoy pasando por Felipe y Aznar. Todos han jugado con el juguete del espionaje para sus propios intereses y fines partidistas.
Así las cosas, Sánchez ha optado por la huida hacia adelante. “Es evidente que ha habido un fallo en las comunicaciones del Gobierno de España y lo que ha hecho este Gobierno ha sido poner el caso en manos de la justicia y de la transparencia”, ha alegado revolviéndose en su escaño, como gato panza arriba, durante la caliente sesión de control. Una vez más, el presidente ha puesto en juego su manual de resistencia, que en realidad es un manual de supervivencia y primeros auxilios para casos críticos. Al descargar toda su responsabilidad política en los fontaneros del CNI, a los que deja a los pies de los caballos como vulgares chapuceros, también desautoriza a Robles, que ayer hizo malabarismos retóricos para vender la historia de que Paz Esteban no ha sido cesada, solo “sustituida” por su número 2. En su intervención, el inquilino de Moncloa ha confirmado que de sustitución nada de nada, sino que la ha laminado con todas las de la ley, limpiándose las manos a palmotadas y a otra cosa. No es que el presidente la haya dejado caer (al menos Felipe González tenía esa elegancia sevillí para liquidar a los que le molestaban), es que se la ha pasado por el esmeril sin compasión alguna por pura estrategia política, mientras los auténticos culpables del espionaje siguen sueltos por ahí poniendo micros en una camioneta camuflada con el rótulo de una lavandería.
Lamentablemente para Sánchez, esto no ha hecho más que empezar. Alguien o algo tiene en su poder 2,6 gigas de información privada del presidente y más tarde o más temprano saldrán titulares de prensa, chantajes, cosas, todo ello por no hablar de la amenaza lanzada por Margarita Robles, que ha llegado a sugerir que está pensando en desclasificar papeles secretos del CNI de alto voltaje relacionados con el procés. Esto se pone interesante. Pasen y vean.
Viñeta: Álex, la mosca cojonera
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