domingo, 19 de noviembre de 2023

IBARROLA

(Publicado en Diario16 el 18 de noviembre de 2023)

Adiós al padre de los bosques de colores, adiós al arquitecto de los cielos de piedra, adiós al geómetra poético. Ha muerto Agustín Ibarrola. Se nos va no solo uno de los grandes de la vanguardia y un artesano único e irrepetible que trabajó con la arcilla del espacio y el tiempo, sino un luchador auténtico contra las tiranías de verdad, no como los fantoches que surgen por doquier en nuestros días enarbolando la bandera de una falsa libertad.

Dejemos a un lado la vertiente artística del pintor y escultor de Basauri cofundador de Equipo 57 y centrémonos en su inmenso legado humanista, social y político. Bilbao, 1962. Mientras el tardofranquismo anestesia a los españoles con una buena dosis de fútbol, toros, suecas por televisión y desarrollismo turístico, Ibarrola pasa 21 días en comisaría, donde es sometido a todo tipo de torturas por su actividad clandestina en el Partido Comunista. “Nos pegaron hasta despellejarnos. El pellejo lo teníamos fuera de su sitio; teníamos partes del cuerpo en carne viva. Yo orinaba sangre muchos días”, relata nuestro artista. A Ibarrola lo reprimieron en un momento delicado para la dictadura, justo cuando el movimiento obrero se reactivaba amenazando el futuro del franquismo. Y ese dolor lo plasmó él en su obra, que habla del castigo físico y mental, de la represión, de la lucha. En cualquier caso, tenía 31 años cuando un consejo de guerra le metió casi una década de prisión por sus ideas políticas. Aquello sí que era una satrapía infecta y no el sanchismo de hoy denunciado por los nuevos fascistas posmodernos que pretenden asaltar Ferraz cada noche.

Pero volvamos a una de las grandes mentes creativas de nuestro tiempo y dejemos atrás la barbarie. La temporada que el escultor pasó en el penal de Burgos no sirvió para domarlo, ni para que abjurara de sus principios, ni para que comulgara con la religión imperante. Allí creó sus delicadas esculturas hechas con migas de pan que le proporcionaban los demás presos (toda una denuncia silenciosa pero igual de contundente que una huelga general).

Tras salir de prisión volvió a las andadas, a la lucha obrera, a la defensa de la justicia y la libertad (insisto una vez más, la libertad con mayúsculas, no esa gallofa que van vendiendo los anarco-libertarios de las derechas trumpizadas de hoy). Un par de acciones obreras y otra vez al trullo, esta vez condenado a otros seis años. Un correctivo como para terminar de rematar a cualquiera. Sin embargo, en lugar de venirse abajo, él siguió pintando en la fría oscuridad de la celda. Para Ibarrola, la mazmorra franquista se convirtió en una especie de bucle sin fin, un eterno retorno. Del pincel a los barrotes. Del lienzo a la escudilla con la sopa boba repugnante. Del mundo del color, la imaginación y los sueños, a la negra realidad del porrazo del funcionario de prisiones.

En el 75, ya en la calle, más y más violencia. El maestro había alquilado un apartado caserío en Ibarranguelua, Vizcaya, seguramente buscando algo de paz y tratando de huir del horror de la represión. No pudo escapar de la intolerancia. Hasta allí llegó un comando parapolicial que le quemó la casa, reduciéndola completamente a cenizas. No había lugar en toda España donde el artesano del pueblo pudiera librarse de los demonios ni de esa peste que lo perseguía cruelmente y sin piedad.

Mientras tanto, su nombre ya resonaba en los circuitos internacionales. La crítica alabó su trabajo en una exposición en Londres, donde llegaron a comparar su obra de claro tinte expresionista con Los desastres de la guerra de Goya. La “pintura social” de Ibarrola, lo mejor de su legado, causó honda impresión en Europa. Sus proletarios explotados, su mítico mundo rural destruido por la desbocada industrialización, la lucha del hombre contra la deshumanización, en fin. Ibarrola es, ante todo, compromiso social, un término que a la mayoría de la gente de nuestros días le suena a chino. Su forma, no ya de resarcirse con la dictadura porque ningún artista tiene el corazón tan negro como para la venganza, sino de ajustar algunas cuentas pendientes, fue su magnífico Guernica de 1977, una obra de dos por diez metros en varios lienzos como homenaje al célebre cuadro de Picasso. Los aires de libertad arrasaban de norte a sur, como una galerna limpia y pura, los pocos residuos que iban quedando ya del lodo franquista.

Sin embargo, cuando parecía que por fin iba a llegarle la paz a nuestro escultor de la txapela, el bigote ilustrado y la mirada sabia, cuando se dedicaba a pintar árboles en el Bosque de Oma, la historia volvió a reclutarlo para una batalla no menos digna ni peligrosa contra “la otra dictadura”: la que trataba de imponer el terrorismo de ETA. Miembro fundador de la plataforma ¡Basta Ya! y del Foro de Ermua, una vez más tomó partido por el lado bueno de la historia. Los violentos etarras, unos fascistas de otro signo, no se lo perdonaron nunca, y en represalia la emprendieron a hachazos con sus alegres e inocentes árboles multicolores, que no tenían culpa de nada. Desde entonces, tuvo que vivir con escolta.

Ya en nuestros días, apagado el fragor de las pistolas, Ibarrola era uno de esos hombres que pese a haber dado su vida por la causa de la libertad sufría el menosprecio de los fanáticos de uno y otro bando. Los nacionalistas españoles lo odiaban por comunista y por vasco; los vascos por españolista y traidor. Hasta los ecologistas radicales se la tenían jurada por embadurnar de pintura el bosque, el único lugar donde probablemente se sentía seguro, feliz y a salvo de la atrocidad humana. “En un paisaje intervienen desde la historia hasta las creencias culturales o mitológicas. Al incorporar la pintura, la naturaleza adquiere otras atmósferas y el paisaje se transforma”, dijo en una ocasión. Quizá, en el fondo, Ibarrola no hacía sino colorear la naturaleza como un tributo a la libertad.

EL BOMBERO SÁNCHEZ

(Publicado en Diario16 el 17 de noviembre de 2023)

Pasado el tiempo de los aplausos, las flores, la jura del cargo ante el rey y el vino de honor, a Pedro Sánchez le llega el momento de formar un gobierno. Si la anterior legislatura estuvo marcada por el pacto con Podemos (la primera experiencia de coalición de izquierdas desde la Segunda República) más la entrada en el Consejo de Ministros de los perfiles independientes y mediáticos que trataron de dar una pátina de modernidad feminista al gabinete, esta segunda etapa va a estar teñida de un fuerte contenido ideológico para afrontar la batalla decisiva: la lucha contra el auge de la extrema derecha en España.

Durante su discurso de investidura, el presidente vino a decir aquello de “o yo o el caos”, y se presentó a sí mismo como el último bastión entre la democracia y el fascismo, entre la civilización y la barbarie, apuntando las líneas maestras que inspirarán su siguiente mandato. Cabe pensar que el nuevo tiempo que se abre no será fácil (los socios independentistas y Podemos amenazan con turbulencias desde ya mismo) pero también es lógico sospechar que Sánchez no tendrá que hacer frente a una pandemia de dimensiones distópicas –cuyo consiguiente malestar social erosionó en buena medida su imagen política y personal– ni a la brutal crisis económica y energética que se desató posteriormente, sobre todo a raíz de la guerra en Ucrania. Los vientos de la economía soplan a favor, la recuperación es un hecho y España figura entre los países europeos que más riqueza generan. Hay motivos suficientes para pensar que el líder socialista puede disfrutar por fin de un período de gobernanza de relativa calma que le permita acometer las reformas siempre aparcadas.

Mucho se ha hablado de la flor de Sánchez, esa baraka que, sorprendentemente, lo rescata cada vez que está a punto de naufragar y lo conduce una y otra vez hacia el éxito. Pero no debería el premier del PSOE fiarlo todo a su buena ventura. El país adolece de grandes deficiencias y problemas que requieren de medidas audaces y urgentes. La socialdemocracia sanchista que se desplegó en su primer mandato –desde 2018, cuando le ganó la moción de censura a Mariano Rajoy y hasta hoy–, debe ser entendida solo como un incipiente comienzo en el avance hacia el progreso, la modernización y la transición a una democracia mucho más robusta y real. Siendo sinceros, su modelo político y económico pasó el examen con un aprobado justito, cuando los votantes de izquierdas, inicialmente esperanzados con un Gobierno de coalición inédito en nuestro país, esperaban al menos un notable. Es cierto que se avanzó en mejoras sociales, como la elevación del salario mínimo interprofesional y una reforma laboral que puso algo de orden a los precarizados mercados tras años de salvajes recortes de los gobiernos ultraliberales. Como también es verdad que se dio un salto cualitativo en recuperación de derechos cívicos por la igualdad de la mujer, la ley de muerte digna y la reparación de la memoria histórica (la exhumación de la momia de Franco del Valle de Cuelgamuros será sin duda un hito histórico que se apuntará este Gobierno). Pero demasiadas cosas quedaron guardadas en un cajón.

La reforma laboral, por ejemplo, salió excesivamente adelgazada o pulida de las arduas negociaciones entre sindicatos y patronal (nos consta que Yolanda Díaz quiso llegar más lejos, pero no pudo por la férrea oposición de los poderes fácticos). A su vez, la caja de las pensiones (que hoy está medio vacía poniendo en peligro las jubilaciones de una generación entera como la del baby boom) necesita de un impulso definitivo que garantice su sostenibilidad mediante un blindaje constitucional para que aquellos que tengan la tentación de privatizar en el futuro (véase la mochila austríaca) abandonen toda esperanza de poder hacerlo. Como también urge un gran plan por la Sanidad pública, donde han saltado todas las alarmas ante la falta de inversión en medios humanos y materiales. En su discurso de investidura, Sánchez apuntó un ambicioso proyecto para reducir las listas de espera y potenciar áreas como la salud mental, oftalmología y dentista (una vergüenza que en un país avanzado como el nuestro una familia trabajadora tenga que hipotecarse para pagar la ortodoncia de sus hijos). Pues hágase, mejórense los salarios de médicos y enfermeras (los verdaderos héroes de la pandemia a los que se dejó en la estacada y con los que tenemos una deuda eterna) y tráiganse a España todos esos cerebros científicos que terminaron largándose al exilio laboral en el extranjero porque aquí no podían vivir con sueldos de miseria.

El Estado de bienestar se nos cae a trozos. Hay mucho trabajo por hacer, trabajo para años, trabajo a corto y a largo plazo. Y en ese orden de cosas, la Administración de Justicia requiere un chapa y pintura antes de que la casa acabe desmoronándose y llevándose la democracia por delante. La politización de nuestros órganos judiciales superiores apesta, las luchas intestinas entre magistrados conservadores y progresistas han dañado gravemente la credibilidad de nuestro Estado de derecho (hasta Bruselas nos ha llamado al orden en sucesivos informes) y la infrafinanciación, con un retraso en los juicios intolerable para un país moderno y avanzado, augura un colapso de la oficina judicial. Lógicamente, arreglar este problema requeriría de un gran pacto nacional por la Justicia, pero por desgracia el actual Partido Popular voxizado, trumpizado y echado al monte ayusista no está por la labor.

Sin duda, el escenario no es el más halagüeño para Sánchez, que tendrá a once comunidades autónomas gobernadas por el PP a la contra y boicoteando cada ley que salga del Parlamento nacional. Con el fascismo posmoderno en plena ofensiva callejera, con un país fracturado en dos y sin posibilidad de consenso y con un ambiente social y político tenso como no se recuerda desde los tiempos de la Transición, nadie a esta hora es capaz de vaticinar cuánto durará el nuevo Gobierno, que a pesar de que ha cosechado 179 escaños, la investidura más holgada hasta hoy, nace ciertamente en una débil posición por su total dependencia de sus socios de la izquierda y sobre todo de los partidos nacionalistas e independentistas. El presidente va a tener que sobrevivir al día e invocando su famosa baraka todo el rato. La próxima batalla la tiene a la vuelta de la esquina: la promulgación de la ley de amnistía, con el consiguiente malestar de una parte de la ciudadanía, y el retorno del prófugo Carles Puigdemont. Otro incendio a la vista para el bombero Sánchez.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL PP NO SABE PERDER

(Publicado en Diario16 el 17 de noviembre de 2023)

Tras la investidura de Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo se acercó al líder socialista, le estrechó la mano felicitándolo por el éxito obtenido y le dijo: “Esto es una equivocación”. De esta manera, responsabilizó al investido de lo que acababa de hacer, o sea del pacto con Junts y la consiguiente amnistía y, al final, lo que tenía que ser una sincera enhorabuena se acabó convirtiendo en un forzado y traicionero abrazo del oso. Esta es la forma que tienen en el PP de acatar la derrota y de entender la deportividad.

Todo lo que estamos viendo en los últimos años, la deriva ultra del Partido Popular, los prebostes echados al monte y los acuerdos con la extrema derecha, no tiene más que una explicación: nunca supieron perder. La democracia es como un partido de fútbol (y perdonen ustedes por el símil facilón). Hay unas reglas y un reglamento, un árbitro, dos equipos enfrentados y un resultado final que se acepta con fair play. Sin embargo, la derechona patria tiene otra concepción mucho más rara, extraña, sui géneris, de lo que debe ser un régimen democrático. Así, el sistema funciona correctamente siempre que ganen ellos. Cuando es el rojo proleta y bolivariano el que se lleva el gato al agua tras unas elecciones, la cosa cambia. Entonces les aflora la histeria colectiva, se les hincha la vena del cuello y promueven denuncias de fraude, tongo y Gobierno ilegítimo. Todo eso más la sempiterna matraca de la traición a la patria.

Lo explicó muy bien Gabriel Rufián en su intervención parlamentaria. “El PP lleva 46 años diciendo que España se rompe y lo único que se ha roto es 35 veces los discos duros de Bárcenas y dos veces la derecha española”. Touché.

Nos gustaría poder decir alguna vez en esta columna que en el Partido Popular son demócratas de pedigrí. Créannos que nos encantaría. Sería una bendición para este país contar con una fuerza política conservadora civilizada y a la europea. Sin embargo, nos lo ponen muy difícil. Más que como políticos sensatos y respetuosos, se comportan como leones enjaulados a los que han dejado una semana sin comer. Cuando pierden la vara de mando, les asalta una especie de fiebre delirante y extraña y terminan todos hiperventilados, tensos, exaltados. Calma, troncos, calma, que la historia de España es larga y si no se ganan estas elecciones se ganarán las siguientes. Hay más citas electorales que longanizas, paciencia hombre, que la suerte va cambiando de mano. Pero no. Son como esos niños mal criados que pierden al parchís y terminan tirando el tablero por los suelos, arrojando las fichas por los aires, enfurruñados con los brazos cruzados y el morro torcido y diciendo aquello tan pueril de “ahora no juego, ea”. ¿Cómo se puede construir un país con individuos tan inmaduros en lo político y en lo personal?

Una segunda muestra de que no saben encajar la derrota la tuvimos ayer durante la sesión de investidura cuando, tras conocerse que Sánchez ya era presidente, el gabinete de comunicación del PP tuvo la infeliz idea de tuitear uno por uno los nombres y apellidos de los diputados socialistas que habían votado “sí” a su presidente y su amnistía. Un gesto feo y poco elegante que recordó bastante aquellos años del plomo en que unos ponían la diana en los retratos de los políticos y otros apretaban el gatillo.

Por último, un tercer indicio de mal perder lo tuvimos en la figura del portavoz parlamentario popular, Miguel Tellado, que también quedó como un marrullero. Tras pedir la palabra a la presidenta del Congreso, Francina Armengol, el hombre se levantó del escaño para condenar la violencia callejera de los ultras contra algunos diputados socialistas y cuando parecía que por fin íbamos a asistir a un gesto de grandeza en un representante de la derecha (algo tan excepcional como ver un lince ibérico) añadió un decepcionante “pero ustedes la alientan” [la violencia] que volvió a evidenciar la rabia y el ciego cainismo que corre por las entrañas de toda esta gente.

Ayer, Feijóo quiso dejar claro que el Gobierno que sale de esta investidura es legítimo y constitucional (la primera vez que le escuchamos decir algo así, durante semanas se ha comportado como un ultra más de Vox). No obstante, y aunque poco a poco va asumiendo que el PP tiene por delante cuatro años de rutinaria oposición, aún no tira la toalla. El dirigente conservador, como hombre de fe que es, aún confía en que el patrón Santiago obre el milagro y el próximo miércoles el Parlamento Europeo condene la ley de amnistía. De esta manera, Sánchez tendría “la peor forma de empezar una legislatura” y de paso Bruselas podría retirar el maná de los fondos Next Generation a nuestro país por no respetar los principios de un Estado de derecho. Están tan coléricos y fuera de sí por el fracaso cosechado que serían capaces de firmar la destrucción total de España si ello supusiese la caída definitiva del pérfido felón de Ferraz. El mal les come por los pies. Ya no les queda ni una pizca de decencia o dignidad.

A esta tropa de la derechona ibérica no hay que tomársela en serio. Quien mejor lo lleva es, sin duda, Aitor Esteban, el portavoz peneuvista. Tiene retranca el vasco y protagonizó el momentazo de la investura cuando, dirigiéndose a Feijóo, le dijo: “Alberto, tu tractor tiene gripado el motor por usar aceite Vox”. La cara desencajada del dirigente popular ante la mofa era un trágico poema.

Todo esto ocurría mientras Isabel Díaz Ayuso continuaba con su show del humor en la Asamblea Regional, que la lideresa ha convertido en su particular zarzuela para lucimiento personal. Ayer, la presidenta tuvo una oportunidad de oro de disculparse y quedar como una señora por haberle mentado a la madre a Sánchez, desde el gallinero, en la sesión de investidura. Pero tampoco. Por lo visto ella en ningún momento dijo “qué hijoputa”, sino “me gusta la fruta”, cuando el premier le afeó los tejemanejes con los contratos de las mascarillas. Frescura de verdulera no le falta.

Viñeta: Pedro Parrilla

LA FLOR DE SÁNCHEZ

(Publicado en Diario16 el 16 de noviembre de 2023)

No hubo sorpresas. Pedro Sánchez será presidente del Gobierno revalidando el cargo otros cuatro años. Más allá de cómo el premier socialista haya conseguido los votos que le faltaban es indudable que supone una notable victoria de la izquierda, del PSOE y del sanchismo. La imagen de los diputados del Partido Popular abandonando el hemiciclo, cabizbajos y derrotados, mientras la bancada progresista seguía aplaudiendo al investido entre aclamaciones y vítores de “presidente presidente”, lo dice todo. El PP sufre un correctivo importante, no solo en las formas, sino en el fondo. Feijóo vendió la piel del oso antes de cazarlo, se vio en Moncloa antes de tiempo, y ha pagado caro su exceso de confianza. Su propuesta de derogar el sanchismo no llegó a calar en la mayoría de los ciudadanos y, aunque ganó las elecciones del 23J, siempre ha estado lejos del poder. Esto ha ocurrido principalmente por dos motivos: porque los españoles han sentido miedo ante los infames pactos del PP con Vox y porque los populares, en su soledad con la extrema derecha, se han visto incapaces de tejer acuerdos con otras fuerzas políticas a la hora de conformar un gobierno.

Ayer, en la primera sesión de investidura, se vio el rostro completo de Santiago Abascal: un hombre agresivo que no respeta las reglas del juego democrático; un señor atrabiliario fuera de sí que se salta las más elementales normas de educación y convivencia; un inadaptado echado al monte que va destilando rabia y bilis por los rincones del Congreso de los Diputados. Su comparación de Pedro Sánchez con Adolf Hitler fue no solo un insulto a la inteligencia, sino una soberana imbecilidad. Cualquiera con un mínimo de sentido del ridículo se hubiese ruborizado tras soltar semejante gilipollez. Y con ese personaje al que todos pagamos un sueldo para que monte su circo de payasos trumpistas está gobernando Feijóo, en coalición, en no pocas regiones y ayuntamientos del país. Si no es para que los prebostes de Génova se lo hagan mirar es que están más desnortados de lo que parece desde fuera.

Hoy, Patxi López, portavoz socialista, se lo ha explicado muy claramente al gallego conservador que llegó a Madrid, con la vitola de ganador y moderado, para sustituir al defenestrado Pablo Casado: “No sigan alimentando a la bestia, porque acabará devorándoles”. Magnífico, por cierto, el alegato del dirigente vasco socialista, un discurso plagado de valores democráticos para enmarcar y colgar en las paredes de todas las casas del pueblo hoy asaltadas por los bárbaros neonazis.

Vienen tiempos difíciles para el país y también para el Gobierno que empieza hoy su tortuosa andadura. A nadie se le escapa que Sánchez estará en Moncloa el tiempo que quieran Carles Puigdemont y el resto de formaciones independentistas. El nuevo Consejo de Ministros nace pues hipotecado. Pero conviene no subestimar a Sánchez, un superviviente que, como uno de esos microorganismos extremófilos de las regiones más hostiles del planeta, es capaz de mantenerse con vida en el ambiente más ácido, corrosivo y destructor. Tras semanas en las que su imagen pública se ha visto seriamente erosionada (no solo por la cruenta ofensiva ultra, sino también por las críticas de los barones felipistas de su partido), la investidura lo reforzará sin duda. A un perdedor no lo quiere nadie; todos se suben al carro del ganador. Así que, una vez amortizada la amnistía, es más que probable que en pocas semanas veamos cómo el PSOE remonta en las encuestas.

La optimista y eficiente Yolanda Díaz ya se encargó ayer de esbozar, en la tribuna de oradores de las Cortes, el ambicioso programa de medidas sociales que tiene preparado el nuevo Gobierno de coalición. Y dentro de unos meses, cuando la maquinaria mediática y propagandística de Moncloa empiece a divulgar las reformas acometidas para mejorar las condiciones de vida de las clases más humildes (la subida de salarios, la reforma del Estatuto de los Trabajadores todavía teñido de franquismo, el impuesto a las grandes fortunas, la agenda verde y el bono transporte gratis, entre otras muchas iniciativas) nadie se acordará ya de los amargos días que nos han tocado vivir este convulso mes de noviembre. Las protestas friquis de los cayetanos quedarán atrás; los nazis (una inmensa minoría, no lo olvidemos) volverán a sus cuevas y cuarteles de invierno; y el PP empezará a maquinar otro montaje mediático contra la izquierda a la vista de que la matraca de la amnistía ya no da más de sí. Feijóo, un político sin programa que lo fía todo a la defensa de la unidad de España, cree que Europa le dará la razón y tirará para atrás la polémica medida de gracia. Una quimera. Esa ley irá a misa y estará en vigor más pronto que tarde.

Una nueva legislatura progresista se abre paso. Es un buen día, sin duda, para los demócratas de bien. La alternativa, un Feijóo en Moncloa y un Santiago Abascal en la vicepresidencia repartiendo leña al inmigrante, censurando obras de arte y reprimiendo catalanes, era un panorama demasiado tétrico para este país. Nos hemos salvado de una buena, como suele decirse, quizá gracias a la flor de Sánchez, un líder con siete vidas que siempre sale airoso en los momentos más críticos y delicados (el lanzamiento triple a canasta en el último segundo, sobre la bocina y con Walter Tavares taponando del que habla Aitor Esteban).

Hay tiempo para seguir profundizando en políticas sociales y tratar de reparar el roto que Mariano Rajoy causó al Estado de bienestar en lo peor de la crisis. Tiempo para seguir reconstruyendo la Sanidad, la Educación, el mercado laboral desregularizado que sufren millones de trabajadores en precario de este país. La historia le ha dado a Sánchez una segunda oportunidad para corregir lo que se hizo mal en la primera legislatura, para recuperar lo que se aparcó y lo que no se hizo por falta de audacia. La socialdemocracia que nos promete Sánchez debe ser fuerte y real, una herramienta política potente cuyos efectos se dejen sentir en la calidad de vida de las clases obreras, no una impostura como en los peores años del felipismo. Ya ha empezado a correr el reloj. Y si no se hacen las cosas bien, veremos a Abascal de ministro de algo en 2027 o mucho antes si el nuevo Ejecutivo cae por cualquier causa. Esa distopía del ultra rabioso devolviéndonos al franquismo no queda tan lejos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

PABLO IGLESIAS

(Publicado en Diario16 el 16 de noviembre de 2023)

La sesión de investidura de Pedro Sánchez está sirviendo para constatar que el frentismo y las trincheras se han vuelto a apoderar de la política española. A un lado, la izquierda con el PSOE a la cabeza, más Sumar y los socios independentistas; al otro, la derecha del PP abducida por el nuevo fascismo posmoderno de Vox. Mientras tanto, las calles incendiadas por los nazis, la inestabilidad, la zozobra de un país que no sabe cómo va a terminar todo este truculento episodio de la amnistía a los encausados por el procés. Vienen tiempos difíciles. Malos tiempos para la lírica.

El discurso de Abascal de ayer, el más incendiario que se ha escuchado desde la Segunda República, hizo estremecer por su agresividad, su violencia verbal y su cainismo guerracivilista, a la mayoría del pueblo español. La llegada de este hombre a las instituciones ha sido una auténtica tragedia nacional. Todo lo que sale por su boca es odio altamente inflamable y de 98 octanos. Un pirómano rabioso que se ha propuesto acabar con todo lo bueno que España ha construido desde 1975, cuando logramos librarnos por fin del yugo del auténtico tirano (en su delirio nostálgico, Abascal compara a Sánchez con Hitler cuando aquí solo ha habido un genocida sanguinario, su idolatrado Generalísimo).

Y en ese contexto polarizado, radicalizado, de alto voltaje que puede estallar en cualquier momento, reaparece un líder que lo fue todo y que hoy por hoy está desaparecido en combate: Pablo Iglesias. Lo que nos faltaba para que el polvorín español se acabe convirtiendo en un megaincendio de sexta generación. El exlíder de Podemos, ya apartado de la vanguardia de la batalla, se ha convertido en una especie de Felipe González prematuro. Un viejoven jubilado de la política, un cascarrabias que sigue malmetiendo cada vez que puede, una especie de deidad terrible que, desde alguna parte, en la sombra, entre bambalinas, en la Deep Web o internet profunda, envía sus maldiciones y castigos. Iglesias es como el Dios de Spinoza, el universo entero, la propia realidad, la naturaleza misma. Iglesias es Podemos (o lo que queda de él) y, sin Iglesias, Podemos no es nada.

Ahora su divinidad ha hablado de nuevo, deteniendo España y dejándola en suspenso, al asegurar que su partido no volverá a ir en coalición con Sumar y actuará por libre en el Parlamento nacional. Es decir, que rompe la baraja caiga quien caiga y así reviente todo. Ahora que lo indepe vuelve a estar de moda –los catalanes se separan de España, el PP se separa de la democracia por sus pactos con Vox, Page se separa del PSOE y Ayuso se separa del Estado con su paraíso o dumping fiscal– el controvertido exvicepresidente del Gobierno anuncia que rompe con Yolanda Díaz. O sea, la segregación de facto de Podemos respecto a la izquierda española para ir a su aire. La ruptura de la unidad de acción imprescindible para frenar a la extrema derecha. ¿Quiere esto decir que el antes hombre de la coleta retorna a sus orígenes de outsider o francotirador antisistema? Puede. La cabra tira al monte. Pero todo tiene una explicación mucho más simple, más mundana, más prosaica.

En el último año hemos asistido a la práctica liquidación de Podemos. De este arrollador movimiento ciudadano surgido del 15M ya solo quedan dos caras visibles, Montero y Belarra, que son como aquellas dos hermanas fantasmagóricas de El Resplandor que esporádicamente se aparecen a los españoles cuando el cámara de TVE apunta hacia ellas en medio de un Pleno trascendental como el que vivimos ayer y hoy. Las díscolas ministras han quedado ahí, en plan insectos atrapados en el ámbar de la historia, fósiles de un pasado que ya no es. Nadie sabe muy bien qué pintan ahí estas dos, más allá de dar mucho por saco reclamando el carguete que se atribuyen ellas mismas por los méritos previamente contraídos. Ambas se ven a sí mismas como dos revolucionarias fundamentales para entender la España contemporánea, las Clara Campoamor y Federica Montseny que han transformado radicalmente el país y los destinos de la lucha feminista. Por eso creen que el despacho ministerial les pertenece por derecho propio. Por eso no están dispuestas a renunciar al chupito del Estado (se han convertido en la misma casta que vinieron a destruir) y van a morir con las botas puestas. Nadie les vota ya, pero están convencidas de que su presencia en el poder sigue siendo imprescindible. Y como quien no llora no mama se han quejado al gran Manitú de Podemos, para que interceda por ellas. Ese, y no otro, es el origen del nuevo cisma que se avecina en la maltrecha izquierdilla española.

Iglesias exige a Yolanda Díaz que sus ángeles de Charlie estén en el próximo de Consejo de Ministros, representando la parte ineludible de Podemos. Y si no entran, se rompe la baraja. Por tanto, aquí no hay una pugna ideológica ni un debate de programas o ideas sino un cruento navajeo por el mantenimiento de las cuotas de poder. Ambición pura y dura, intereses personales, el qué hay de lo mío, ese mal tan español. De confirmarse la ruptura podemita con el yolandismo, Sánchez sufre otra peligrosa fuga en el casco de su naufragante barco. Por si no tenía bastante con el ultimátum de Míriam Nogueras de Junts, con las advertencias de Rufián, del PNV y Bildu o con la ofensiva ultra en las calles, ahora esto. Nace un Gobierno sostenido con palicos y cañas, como dicen los murcianos. Si llega a fin de año será un milagro de la Navidad.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS CANCIONCILLAS FASCISTAS

(Publicado en Diario16 el 16 de noviembre de 2023)

Tal como se preveía, Santiago Abascal montó ayer uno de sus habituales numeritos en el Congreso de los Diputados. Tras expulsar su vómito verde contra Pedro Sánchez, a modo de endemoniado necesitado de exorcista, él y su cuadrilla de toreros hicieron el paseíllo del ofendido y se largaron del hemiciclo dando el plante a la democracia. Pues mejor, que se vayan, que cierren la puerta al salir y que no vuelvan más. Así se volvería a respirar un aire algo más puro en el Parlamento.

Esta extrema derecha selvática y trumpizada es un fenómeno extraño que los demócratas tenemos que saber lidiar con paciencia para no caer en provocaciones y ponernos a su altura. Son como seres inadaptados, cromañones incapaces de dialogar o debatir como personas civilizadas, monstruitos producto de un convulso siglo XXI marcado por las ideologías del odio, la violencia, la conspiranoia fanática y el sectarismo. Muchos de ellos estuvieron estos últimos días en el brutal asedio contra Ferraz. De no haber intervenido la Policía, que no nos quede ninguna duda de que algunos de ellos (los más cafeteros y descerebrados) ya hubiesen irrumpido en la sede socialista para prenderle fuego al edificio con sus militantes dentro. De hecho, en cada concentración se escuchan cosas como “¡hay que quemar Ferraz!”, tal es el grado de violencia con el que se manejan estos profesionales de la agitación y el matonismo.

Como por sus obras los conoceréis, tal como recoge la Biblia que ellos dicen profesar, aunque ni la entienden ni la cumplen, basta con analizar los eslóganes y consignas que sueltan en sus aquelarres nocturnos para saber lo que son. Este es el top ten de borricadas, barbaridades y dislates que conviene deconstruir semióticamente para acercarnos, siquiera levemente, a la mentalidad de quienes forman este subproducto de las decadentes democracias occidentales.

Sánchez a prisión

Un clásico de los más repetidos en las manifestaciones ultras que se completa con la variante “Puigdemont a prisión”. Estos angelitos sueñan con volver a meter en el campo de concentración a todo aquel que no piense como ellos en un claro tic franquista. Abascal ha llevado al extremo el delirio hasta el punto de presentar una querella contra el presidente en funciones que, con la lógica jurídica y la del sentido común en la mano, no debería prosperar. Aunque viendo el plan en el que están sus señorías de las togas, ya no nos extrañaría nada.

Que te vote Txapote

Este eslogan ayusista es una auténtica infamia. ETA mató tanto a socialistas como a populares que defendieron con bravura la libertad, de modo que el intento de apropiación de la memoria histórica resulta nauseabundo. Por cierto, la mayoría de la muchachada ultra que se agolpa sobre Ferraz ni siquiera había nacido cuando los años del plomo. ¿Qué habrían hecho ellos de haber vivido en Bilbao, Álava o Guipúzcoa mientras los terroristas mataban a inocentes? No los vemos nosotros saliendo a la calle a protestar con consignas como “vosotros, etarras, sois unos macarras”. Se hacen los gallitos cuando no hay peligro.

Marlaska maricón

Un eslogan homófobo intolerable que revela el grado de maldad que anida en el interior del engendro. Los homosexuales fueron los grandes reprimidos por el régimen franquista y los nostálgicos de la new wave fascista recuperan ahora esta idea putrefacta que bulle en sus cabezas. Habría que indagar en el factor psicológico y en el complejo freudiano para saber de dónde les viene la fobia y no tenemos ni tiempo ni ganas.

No es una sede, es un puticlub

Grave insulto a todos los socialistas, mientras exhiben un montón de muñecas hinchables para denigrar a las ministras. De esta manera, los escuadristas de la sinrazón tratan de comparar un partido político que lleva 144 años luchando por la justicia y la libertad con una casa de lenocinio. Nótese el punto de machirulismo ibérico que inspira la frase.

Los Borbones, a los tiburones

Una gran contradicción. En teoría deberían posicionarse como tradicionalistas monárquicos de la España imperial que hunde sus raíces en tiempos ancestrales de este país. Pero no. El odio los ciega y ya no tienen claro el manual. Siempre fue lo mismo a lo largo de la historia: usan como un kleenex al rey de turno y luego lo sustituyen por un militar. Que convoquen un gran congreso fascista, hombre, aunque solo sea por ir unificando criterios y saber a qué nos exponemos. Hasta la barbarie requiere una organización.

España cristiana y no musulmana

Grito racista donde los haya que tiene su versión más repugnante y asquerosa en la afirmación “moros no, que España no es un zoo”. Aquí no hay contradicción alguna. Como buenos hitlerianos siempre tienen un bidón de Zyklon B a mano para perfumar a las minorías étnicas.

Esas lecheras [furgones policiales] a la frontera

Más xenofobia, además de insultos a los agentes de la autoridad. Son muy de ponerse pins y gorras de la Policía y la Guardia Civil, pero cuando los funcionarios cumplen con su trabajo para garantizar el orden y la ley ya se convierten también en enemigos antipatriotas. Que se lo haga mirar JUPOL.

Puto rojo el que no bote

Más de lo mismo. Si pudieran fusilaban a 26 millones de comunistas hasta que España quedara limpia como en el 39, cuando el republicano que no terminaba en la cárcel estaba en el exilio. Feo, muy feo.  

Prensa española manipuladora

Les molesta la prensa libre que denuncia el horror del fascismo. Por eso son obsesos de la censura, como en los buenos tiempos del Tío Paco. Por cierto, la frase no es de ellos, es de los indepes que promovieron el 1-O, lo cual viene a demostrar que los polos opuestos se tocan y los radicalismos coinciden en métodos y prácticas revolucionarias.

¡Noviembre nacional!

Esta es la perla que resume todo el ideario. Algunos de Vox ya han colgado en sus cuentas de Twitter las dos enes gemelas que recuerdan demasiado a las SS de la Alemania nazi. Blanco y en botella, leche. Pero nos les llamen ustedes fascistas que luego se enfadan.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

'PREDATOR' SÁNCHEZ

(Publicado en Diario16 el 15 de noviembre de 2023)

Lo odian, lo detestan, quieren meterlo en un maletero para largarlo fuera de España. Y tanta ojeriza o rencor solo puede provenir de un único sentimiento: le tienen miedo. Pedro Sánchez ha abierto la sesión de investidura sin defraudar a los suyos y enervando todavía más a sus adversarios. “Me voy mucho más preocupado de lo que entré”, asegura un entregado Feijóo tras escuchar el discurso del candidato a presidente. Tiene motivos para la zozobra el gallego conservador, al que le llegará su turno de palabra esta tarde. La derecha no se enfrenta a un político cualquiera. Con el tiempo, Sánchez se ha convertido en una especie de ser mutante, un alien predator de la política capaz de mimetizarse e invisibilizarse cuando toca, mudar de piel llegado el caso, adaptarse al entorno y sobrevivir. Esa es su principal cualidad: la capacidad de resistencia, de resiliencia, esa palabra que él puso de moda. Un killer, un superviviente nato como de otro planeta.

Hoy Sánchez volvía a cambiar de escama reptiliana, dejando atrás la dermis de negociador con los independentistas, y entraba en el Congreso de los Diputados revestido otra vez con el pellejo o tegumento de estadista socialdemócrata. Viéndolo allí subido en la tribuna de oradores, fresco como una rosa socialista, vivito y coleando y soltando sus habituales zascas y sarcasmos contra las derechas –haciendo gala de un aplomo y unos nervios a prueba de bomba– nadie diría que era el mismo hombre acorralado que esta última semana ha sido vilipendiado y zarandeado, como un pelele, por sus enemigos político. En un abrir y cerrar de ojos, en una maniobra casi mágica digna de estudio, el líder socialista ha sido capaz de dejar atrás el pasado, como si el pacto con Junts se hubiese firmado en la Transición, y hacer que todo el hemiciclo, y el país entero, mirara de nuevo al futuro. Palabras como concordia, prosperidad, democracia, igualdad real, ecología y feminismo han sido como un antídoto inmediato que ha neutralizado de repente el veneno nostálgico inoculado por las derechas. “La amnistía no será un ataque a la Constitución, sino una muestra de su fortaleza”, aseguró el premier, y además confesó que todo lo ha hecho “en nombre de España”. Una boutade dirigida a la muchachada franquista que esperaba con el mechero y la lata de gasolina en la esquina de Ferraz.

Zanjada la cuestión territorial (que dejó para el tercer bloque de su exposición, dejando claro que no va a ser ese el problema más importante para su nuevo Gobierno), Sánchez ha pasado a esbozar las líneas maestras del programa político para su segunda legislatura. Un plan ambicioso en lo económico con rebaja del IVA para luchar contra la inflación, mejoras en el salario mínimo, nuevo Estatuto de los Trabajadores, medidas de alivio para los hipotecados, reducción de las listas de espera sanitarias, más salud mental y transporte gratuito para jóvenes y desempleados, entre otras propuestas. Incluso se ha permitido hacer un guiño a la izquierda podemita al adelantar que promoverá la declaración del Estado independiente de Palestina como solución al conflicto eterno en Oriente Medio. En definitiva, más izquierda en forma de pragmática socialdemocracia para poner de los nervios a las derechas y a la patronal. Porque, no nos engañemos, la amnistía catalana ha sido solo la excusa para las algaradas callejeras de los últimos días. Lo que realmente inquieta a los poderes fácticos es que en los próximos cuatro años se va a desplegar la segunda parte de una importante agenda progresista y verde.

Más allá de eso, Sánchez ha apuntalado su discurso en una idea fuerza que le sigue funcionando: la derecha ha abierto la puerta de las instituciones al nuevo fascismo posmoderno. “Yo estoy aquí por sus pactos con Vox”, le ha dicho a Feijóo, que desde la bancada conservadora –donde emanaba un intolerable runrún que por momentos interfería en la audición de las palabras del orador–, asistía a una nueva lección del rival más duro de roer que le podía haber tocado en desgracia en su tortuoso camino a la Moncloa. Mientras tanto, los diputados de Abascal despreciaban el discurso presidencial mirando sus teléfonos móviles, una pantomima más que se suma a otras muchas y que demuestra el grado de mala educación, fanatismo, puerilidad e inmadurez de esta gente. Van para abajo en cada cita electoral y ya solo les queda el circo con la fricada neonazi.

En definitiva, Sánchez ha logrado que el bloque del modelo territorial, el más espinoso para él por lo que tenía de necesidad de explicar el salto mortal decisivo de la amnistía, pase como uno más sin que alterara demasiado el desarrollo del Pleno de investidura. “Ha sido una exposición aseada que le ha quedado bien”, dice Aitor Esteban al término de la jornada matutina. Por lo demás, queda escenificada la unidad de la izquierda (aquel que crea aún en la posibilidad de un tamayazo de última hora para derrocar al emperador que abandone toda esperanza). Hasta diez líderes regionales de un apaciguado PSOE han asistido al acto desde la tribuna del Congreso de los Diputados, donde solo se ha echado en falta a Page, cabreado con la amnistía. El líder de Castilla La Mancha queda como un Quijote algo perdido en la inmensidad del páramo manchego, un verso suelto dentro de una maquinaria política bien engrasada donde se impone el prietas las filas. Hasta la militancia de Podemos, resentida con el presidente del Gobierno en funciones, ha votado a favor de la investidura por más de un 86 por ciento. El sanchismo está más fuerte que nunca. Y en las derechas hay ambiente de pesimismo, casi de funeral. No solo han perdido la batalla de Ferraz, que ha resistido el asedio facha al grito de “No pasarán”. También van camino de perder la contienda en el Parlamento. Por mucha pataleta que escenifiquen, por mucha performance con muñecas hinchables y tercios de Flandes que monten, conservadores y ultras salen de esta completamente derrotados.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ESPAÑA EN VILO

(Publicado en Diario16 el 15 de noviembre de 2023)

Todo está dispuesto para la sesión de investidura de hoy, la más conflictiva después de aquella de Calvo Sotelo en la que Tejero irrumpió en el Congreso de los Diputados pistola en mano. “Sonando ráfagas de metralleta, queda interrumpida la sesión” fue lo último que escribieron los taquígrafos aquel día de nefasto recuerdo.

Hoy, 42 años después, Pedro Sánchez cree tenerlo todo atado y bien atado: los votos indepes para ser investido presidente, la ley de amnistía pulcramente redactada a prueba de recursos ante el Constitucional y el dispositivo policial para contener a las hordas trumpistas siempre dispuestas a asaltar el Parlamento. Más de 1.600 agentes blindarán Madrid, una cantidad que a la vista de la violencia inusitada con la que se han manejado algunos en los asedios a Ferraz de los últimos días, se antojan escasos.

Al alba, muchos cayetanos se levantarán de la cama, cambiarán el traje Hugo Boss por el fachaleco de cazador, se engominarán el cabello como ese torero en capilla, besarán el crucifijo y la estampita de José Antonio y se encaminarán a San Jerónimo para salvar España. Tras años de revisionismo histórico de los Moas, bulos a destajo de Vox y odio en vena inoculado por la caverna mediática, hoy es el día que han estado esperando con anhelo. Esta gente ha entrado en un peligroso momento delirante y sin duda está convencida de que nos encontramos otra vez en 1936. A fuerza de meterles el manual goebelsiano a cucharadas, Abascal los ha convencido de que, al igual que los falangistas en otro tiempo, ellos están llamados a desempeñar una misión divina: colaborar en el derrocamiento de la república juancarlista judeo-masónica-podemita, entrullar a Azaña Sánchez y a Companys Puigdemont y consagrar una patria de “buenos españoles” formando una unidad de destino en lo universal (pocos saben lo que quiere decir eso, pero lo repiten como papagayos).

Preparémonos por tanto para contemplar la misma pasarela de friquis de la última semana, los mismos personajes variopintos que se han agolpado estos días, haciendo el ridículo, ante las puertas del partido socialista. El Capitán América ultraderechista (ya todo un clásico de los aquelarres fascistas); el soldado de los tercios de Flandes que ha terminado por creerse su papel, como le pasó a Béla Lugosi; las niñas beatas del Lourdes castizo pidiéndole a la Virgen que nos libre del demonio sanchista; los monaguillos de Nuevas Generaciones rezando el rosario nacionalcatolicista; el del cartel “Por puto defender España” tan peleado con el PSOE como con la sintaxis; la muchachada de estética ultra (como la llama eufemísticamente la Policía); el desnortado de la rojigualda agujereada tras haber arrancado el escudo constitucional a dentelladas; las muñecas hinchables, y en ese plan.

Todo el formidable y prodigioso circo del facherío patrio posmoderno va a salir hoy por las calles de Madrid en una explosión multicolor de furia y violencia, una especie de Día del Orgullo, solo que con pachuli y Varon Dandy en lugar de vaselina y zapatos de plataforma. Van dispuestos a todo, a tomar el Congreso por la fuerza como en su día tomaron el Capitolio sus hermanos de la secta Qanon; a derramar hasta la última gota de su sangre por España, como esos guardias civiles expedientados por Marlaska; a darlo todo, incluso la vida, por el Caudillo de Bilbao. Pero cuidado que esto no es USA, donde los cowboys del fascismo yanqui aparecen como héroes en los telediarios de la Fox. Aquí tenemos un Código Penal duro y severo de cuando la Restauración decimonónica y los delitos de allanamiento de edificio público y desórdenes callejeros están muy penados (hasta cinco años de cárcel por subirse al atril de las Cortes para hacerse un selfi y sentirse como Tejero por un día). Así que mucho nos tememos que esto acaba con las cárceles llenas de insumisos ultras y el doctor Sánchez prescribiendo una segunda amnistía para desinflamar España.  

Ahí, junto a Abascal, a la vanguardia de la rebelión anarcocapitalista, como artista invitado o guess star del golpe, estará Tucker Carlson, el comentarista político que propaga el odio de la ortodoxia trumpista a los losers de Oklahoma, vaqueros arruinados de Texas, leñadores en paro de Ohio y borrachos en general de la América profunda. Este vendemotos de segunda mano tuvo que salir de la Fox por la puerta de atrás después de que la cadena de televisión ultraconservadora se viera obligada a pagar una indemnización de más de 700 millones de dólares por haber promovido los bulos de fraude electoral que Trump le iba filtrando a este figura, bajo manga, en las presidenciales de 2020. ¿Y qué demonios pinta este señor que debe pensar que España está al sur de México en un tejerazo tan genuino, tan español, tan taurino y cañí como este? Ese será uno de los enigmas de la jornada histórica que nos aprestamos a vivir. Como también será interesante saber si el mariscal de Vox se queda hasta el final de la batalla o una vez arengados los CDR se lava las manos y sale por piernas a sus cuarteles de invierno, tal como acostumbra a hacer.

Va a ser una verbena revoltosa que ni la Vicalvarada. De momento, el alcalde Martínez-Almeida desempolva la camisa azul falangista de sus años mozos. Ayuso se prepara una chuleta con la letra del Cara al Sol (ella lo lee todo). Y el preboste popular Miguel Tellado calienta el ambiente invitando a Sánchez a que emule a Carles Puigdemont y se largue de nuestro país “en un maletero”. Como chascarrillo, no es gran cosa. Un político no debería estar para hacer de payaso o cómico en horas bajas, sino para resolver problemas. El papel de caricato ya lo cumplen los gurús de la prensa de la caverna.

La gran Julia Otero augura que la jornada de investidura será “un partido de alto riesgo” por la cantidad de policías desplegados en la zona. Eso y un debate bronco, de sucio navajeo y puñaladas traperas entre hunos y hotros, habría que añadir parafraseando a Unamuno, que por desgracia está más de actualidad que nunca. Cuidado con el día de hoy, que los ánimos están caldeados y algún que otro cayetano metido a revolucionario improvisado puede pasar del Club de Golf a la Dirección General de Seguridad de Marlaska en un suspiro y sin saber por qué. Joé, cómo ha cambiado el cuento.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL CAPITÁN AMÉRICA

(Publicado en Diario16 el 14 de noviembre de 2023)

El golpe trumpista ha comenzado. En Estados Unidos fue un tipo con cuernos de bisonte de la secta Qanon el que se subió a la tribuna de oradores del Capitolio. Aquí aguardan su momento un individuo disfrazado de Capitán América a la española y otro con casco de los tercios de Flandes. Todo está a punto para la sesión de investidura de Pedro Sánchez que comienza mañana en el Congreso de los Diputados y cualquier cosa puede ocurrir. Prueba de la situación de alto voltaje a la que nos han conducido las derechas de este país es que la Policía ha establecido un amplio dispositivo en previsión de que la horda trumpizada decida abalanzarse sobre la Cámara Baja y tomarla por la fuerza.

Los poderes fácticos han entrado en un momento de grave histeria colectiva. En cualquier régimen democrático la oposición tiene el derecho a manifestar su disconformidad con las leyes que aprueba el Gobierno de turno con medidas políticas, recursos judiciales y movilizaciones en la calle. Faltaría más. Sin embargo, aquí, en la piel de toro, cada decisión que toma un Consejo de Ministros progresista se acaba convirtiendo en una causa directa de guerra civil. Esto ocurre, ya lo hemos dicho aquí otras veces, porque tenemos una derechona que hunde sus raíces en la peor tradición golpista del siglo XIX, en el militarismo cubano y africanista, en el nacionalcatolicismo preconciliar y en profundas convicciones absolutistas. No rompieron con el autoritarismo, no hicieron la debida transición a un sistema democrático, siguen lastrados por el complejo del espadón salvapatrias que cada cuarenta años siente la necesidad de irrumpir en el sagrado templo de la soberanía nacional, a caballo y con las botas embarradas, para imponer su santa voluntad.   

Todo lo que vimos la semana pasada deja atónito a cualquier ciudadano moderado y de bien. Nazis enarbolando banderas fascistas queriendo asaltar la sede de Ferraz; dirigentes políticos como Isabel Díaz Ayuso arengando a las masas e instándolas a devolver “golpe por golpe”; y policías, jueces y representantes de la patronal rebelándose contra la decisión de un Gobierno legítimo de aplicar una medida de gracia y de excepción a los encausados catalanes implicados en el procés. La amnistía es una pretensión perfectamente legítima desde el punto de vista político (emana de las Cortes, sede de las soberanía nacional); ético (no se perdona a nadie implicado en graves delitos de sangre como el homicidio o el asesinato); social (avanza en el apaciguamiento de Cataluña y en la reconciliación); y jurídica (la Constitución no la prohíbe explícitamente, como ya han dicho prestigiosos estudiosos de la Carta Magna, y serán los tribunales de Justicia los que se pronuncien a su debido tiempo, como no podía ser de otra manera en un Estado de derecho). No hay ningún golpe de Estado contra el sistema (como denuncian los hiperventilados Ayuso, Feijóo y Abascal). El régimen monárquico parlamentario que nos dimos en el 78 seguirá intacto al día siguiente de la promulgación de la ley. El sol volverá a salir como cada día sin que lo amenace ningún apocalipsis comunista.

Sin embargo, PP y Vox han visto la oportunidad perfecta para volver a construir una realidad paralela agitando las calles con esos eslóganes irreproducibles que se escuchan en las infames noches de aquelarre fascista y asedio a la sede de un partido con 144 años de historia en la defensa de valores cívicos. Van de demócratas y ni siquiera saben manifestarse con respeto al adversario político, al que sencillamente quieren poner de patitas en la frontera; van de constitucionalistas y enarbolan pancartas con consignas como “la Constitución destruye la nación”; van de fieles monárquicos y terminan gritando aquello de “Felipe, masón, defiende a la nación” (ahí son la extrema derecha de toda la vida, esa que empieza defendiendo al rey y termina colocando al caudillo de una nueva dinastía en el poder). Todo en el extraño mundo ultra, al que se ha sumado alegremente el PP, es una borrachera de tintorro malo.

La última mamarrachada la ha soltado el vicesecretario de Organización del PP, Miguel Tellado, quien tras calificar al presidente del Gobierno en funciones como “el mayor peligro para la democracia” le invita a “irse de este país en un maletero”, tal como hizo Carles Puigdemont tras declarar la fallida independencia de Cataluña. ¿Qué está queriendo decir en realidad este personaje, este ultra travestido de demócrata? No solo que en este país sobra Sánchez, sino que todo socialista que como él piense en la amnistía como una salida al callejón sin salida catalán debería emprender también la ruta del exilio. O sea, la purga bestial del 39.

Por tanto, esto ya no va de amnistía sí o amnistía no. Esa es solo la coartada, la excusa, el casus belli oficial para declarar abiertas las hostilidades. Las derechas llevan cuatro años (y mucho más tiempo habría que decir, probablemente desde el 11M) deslegitimando a la izquierda de este país, a la que no reconoce como interlocutor político válido. Cada paso que dan el PSOE y sus socios, desde la ley de memoria histórica a la reforma laboral, es contestado por los poderes fácticos de este país con la misma amenaza de involución de siempre: la que consiste en romper la baraja, las reglas del juego, y retornar al statu quo franquista. Así no se puede construir un país que avance en derechos y libertades. Podrán revestir sus protestas con ridículos e histriónicos montajes como las manifestaciones del pasado domingo o la ridícula advertencia de una huelga general por motivaciones políticas, no laborales (algo que está prohibido); podrán tratar de convencer a parte del pueblo español más crédulo con el cuento de que esto es la lucha de la libertad contra la dictadura sanchista –otra patochada más de Ayuso, en ningún régimen dictatorial del mundo se le permitiría a ella decir tantas bobadas como aquí–, la España silenciosa harta de callar y tragar, el Estado de derecho que despierta contra el golpe del tirano. Pero aquí lo único que hay es más de lo mismo: una derecha asilvestrada, taurina y violenta en formas y fondo que desde hace tiempo trata de derrocar al Gobierno con malas artimañas, guerra sucia y métodos profundamente antidemocráticos. Nada que no sepamos desde 1936.

Viñeta: Pedro Parrilla

EL LETARGO DE CATALUÑA


(Publicado en Diario16 el 11 de noviembre de 2023)

La firma del acuerdo de Gobierno entre el PSOE y Junts ha devuelto a los posconvergentes a la realpolitik. Ha sido como un baño de realidad, un súbito despertar de aquel sueño húmedo con el que pretendían alcanzar la independencia. Por primera vez tras 2017, Carles Puigdemont ha vuelto a aparecer en televisión para hablar claro al pueblo catalán y decirle algo así como tenemos que tener los pies sobre la tierra. La vía unilateral solo conduce al desastre; el referéndum de autodeterminación fuera de la Constitución es inviable; el procés, tal como fue concebido, ha muerto. No lo ha dicho con estas mismas palabras, pero eso y no otra cosa es lo que se deduce, la interpretación de su discurso, la conclusión final.

Es cierto que CP ha conseguido arrancar algunas concesiones a Pedro Sánchez, como la amnistía para los encausados, algo que hace solo dos meses parecía poco menos que un milagro. Pero eso, más un mediador internacional que revise los acuerdos, una comisión de investigación para aclarar si hubo lawfare o persecución judicial y una vaga promesa de revisar el modelo de financiación, con transferencia de los impuestos estatales a la Generalitat, es cuanto va a conseguir el exhonorable president. Lógicamente, el pacto ha despertado mucho recelo en Cataluña. La CUP ha exigido que se declare la DUI de inmediato y el propio Puigdemont corre serio riesgo de terminar siendo considerado como el gran botifler o traidor de esta larga película que parecía no tener un final.

Se abre ahora un camino incierto en la peripecia vital de Puigdemont. Sin duda, le tocará esperar una temporada más en Waterloo a la espera de que se apruebe la amnistía (un trámite tortuoso que habrá de pasar por el Senado, donde el PP ha blindado el reglamento para bloquear la aprobación de la medida de gracia y que culminará en el Tribunal Constitucional) y quizá, con el tiempo, si el juez Llarena no se pone demasiado tiquismiquis, pueda regresar a su soleada Girona, donde volverá a pasear de nuevo con su familia e incluso a presentarse a unas elecciones. Por lo que a él respecta, no le ha salido del todo mal la jugada. A fin de cuentas, Junqueras y los demás se comieron unos buenos años en Soto del Real mientras él vivía como un nuevo Napoleón en una mansión de lujo belga. Bien es verdad que Junts está hecho unos zorros. El partido va para abajo en las encuestas y ya no es aquella fuerza política arrolladora que fue la CiU de Pujol experta en poner y quitar gobiernos en Madrid. Ahora la tarta del independentismo está más repartida que nunca, hay más comensales alrededor de la mesa, y los codazos por sobrevivir van a ser más que violentos. La guerra entre Junts y ERC (la “guerra de Sucesión”, como la ha definido ingeniosamente algún periodista de Barcelona) va camino de adquirir tintes fratricidas, mientras que la CUP anda a la gresca contra ambos, agrandando la herida que cada vez supura más.

Pilar Rahola tiene su propio análisis de la sangría descarnada que vive el mundo indepe: “Lo primero, y de eso viene todo, es que ERC ha incumplido todos los acuerdos fundamentales vinculados al tema independentista que garantizaron en el debate de investidura. Quizás tienen que decirlo con toda claridad, que el presidente Aragonès no sería presidente si en aquel momento no hubiera aceptado aquellos acuerdos que hablaban de un frente común en Europa, de avanzar y coordinarse con el Consell per la República, que cualquier mesa de negociación incluiría el conflicto catalán y la autodeterminación (…) Esquerra ha jugado sucio y es muy difícil que se rehagan las confianzas en muchos años”. ¿Se pueden dar más cuchilladas dialécticas en menos tiempo y espacio? La radiografía de Rahola muestra a la perfección lo que está ocurriendo en el convulso espacio soberanista. Rencillas personales, rencores, desconfianzas mutuas, acusaciones de traición, humillaciones, navajeo tuitero, cuentas pendientes, diferencias ideológicas y de estrategia, más la secular batalla entre izquierda y derecha, han terminado por hacer trizas aquella unidad de acción del procés, cuando todos los partidos separatistas iban en comandita en pos de un único objetivo: la independencia de Cataluña. Y todo ello mientras el PSC de Salvador Illa vuelve a vivir una segunda juventud, recordando aquellos tiempos gloriosos de Pasqual Maragall.

Pero sin duda lo que ha terminado por desquiciar a Carles Puigdemont ha sido el giro definitivo de Esquerra hacia el pragmatismo (abandonando la vía de la unilateralidad) y su decisión de colaborar con el PSOE en la gobernabilidad del Estado por el bien de las clases trabajadoras y para evitar el advenimiento de la extrema derecha en España y por tanto en Cataluña. El buen clima de entendimiento entre Gabriel Rufián y el grupo socialista escoció mucho al hombre de Waterloo, que terminó por agarrase un buen ataque de cuernos. La crisis de celos llegó al éxtasis cuando Esquerra anunció antes que Junts el acuerdo para la investidura de Sánchez, que prevé, entre otras cosas, el traspaso de las Rodalies a Cataluña. Era evidente que el tren de Cercanías de Junqueras iba más rápido que el de Puigdemont, adelantándolo por la izquierda, y esa fue una de las razones principales de que el líder de Junts haya tardado tanto en dar el sí quiero al PSOE. CP ha dejado que todo se pudriera un poco más, que las semanas transcurrieran lentamente, sin firmar nada, en un claro mensaje al Estado: si queréis mis votos para tener un Gobierno vais a sufrir, mamones españoles; vais a pasar por mi aro; vais a llorar a los pies del prófugo de la Justicia del que tanto os habéis mofado. Solo al final, sobre la bocina, cuando Santos Cerdán sudaba tinta y ya reservaba billetes en el aeropuerto para retornar a Madrid con un nuevo fracaso en la carpeta y España convulsionaba en medio de las algaradas callejeras de los neonazis a las puertas de Ferraz y el juez García Castellón lo investigaba por la insurrección de Tsunami Democràtic, se ha dignado a sacar la pluma y a estampar su rúbrica en el documento. Una firma que no deja de ser un armisticio, ya que no consigue ni la mitad de lo que se propuso cuando dio comienzo a su descabellada aventura de la independencia.

Ahora empieza una nueva vida, personal y política, para CP. Tendrá que redefinir la hoja de ruta calibrando mucho más de lo que lo ha hecho hasta ahora y pensando en qué es lo mejor para Cataluña. Si continuar con un Junts echado al monte antisistema que no conduce a ninguna parte o volver a hacer política real para disputarle el poder a Esquerra en las próximas elecciones. Por sus actos de los últimos días se deduce que, por fin, ha visto la luz.

Viñeta: Pedro Parrilla

PUIGDEMONT TRAGA

(Publicado en Diario16 el 9 de noviembre de 2023)

¿Quién gana con el histórico acuerdo cerrado hoy entre PSOE y Junts? Tal como suele ocurrir en una compleja negociación, hay que ir a la letra pequeña y analizar con lupa para saber qué ganan unos y otros y a qué renuncian.

Pedro Sánchez sabía que la piedra clave del acuerdo estaba en la amnistía. Esa era la idea central con la que envió a Santos Cerdán a Bruselas. La pieza grande, la gran presa de esta cacería que daba la investidura estaba en el perdón generalizado a los líderes soberanistas y ciudadanos afectados por procesos judiciales a raíz del 1-O. Sánchez era consciente de que, cediendo y concediendo la medida de gracia, el antisistema Puigdemont dispuesto a reventar el Estado lo tendría mucho más difícil para no firmar el documento. Y así ha sido. De modo que la batalla perdida de antemano se convertiría, de alguna manera, en una victoria a futuro. Porque a partir de ahí, los socialistas tendrían la sartén por el mango.

Sorteada la cuestión de la amnistía (de la que no se beneficiarán el abogado del expresident de la Generalitat ni su gente de confianza afectada por casos de corrupción, un logro que anotar en la hoja de servicios de Santos Cerdán), ambas partes pasaron a la siguiente pantalla, que era el as de bastos de la espinosa cuestión: el referéndum de autodeterminación. Y ahí, los puigdemontistas pierden claramente. Es cierto que el líder separatista logra colocar una cláusula en la que asegura que “en el ámbito del reconocimiento nacional, Junts propondrá la celebración de un referéndum de autodeterminación sobre el futuro político de Cataluña amparado en el artículo 92 de la Constitución”. Pero esta redacción supone, de facto, una claudicación del dirigente soberanista, que acepta la renuncia a la vía unilateral como medio para conseguir la República catalana y se somete al dictado de la Carta Magna, un rendimiento que desde el mundo indepe ya le están afeando, con crudeza, al hombre de Waterloo. No habían pasado ni cinco minutos desde la firma del acuerdo y las redes sociales ya se habían llenado de mensajes amenazantes contra Puigdemont, que va camino de convertirse en el nuevo botifler (traidor) de los catalanes más radicales. Que Junts se baje del monte y abandone el unilateralismo supone un punto de inflexión determinante, ya que hasta ahora los soberanistas posconvergentes se habían mantenido inflexibles en su insumisión contra el Estado español y su marco jurídico vigente. Lo que ha firmado hoy Puigdemont es, de alguna manera, un armisticio, una rendición, una renuncia al ho tornarem a fer (lo volveremos a hacer), más todavía teniendo en cuenta que en el párrafo siguiente el PSOE logra incluir un epígrafe en el que recuerda que defenderá un amplio desarrollo del Estatut de 2006, así como “el pleno despliegue y el respeto a las instituciones del autogobierno y a la singularidad institucional, cultural y lingüística de Cataluña”. Junts abandona su trinchera mientras que los socialistas no se salen ni un milímetro de la suya, o sea del carril de la Constitución. La prueba palpable de esto es el cabreo monumental de la CUP, que hoy mismo se ha opuesto frontalmente al acuerdo exigiendo que se active de inmediato la DUI. Juzguen ustedes mismos.

Pasados los escollos más difíciles, lo mollar como es la amnistía y el referéndum, se pasó a lo secundario: el modelo de financiación de la comunidad autónoma. Puigdemont pide que se “facilite la cesión del cien por cien de todos los tributos que se pagan en Cataluña”, algo que queda en el aire, en el limbo, ya que tampoco sale nada en claro ni concreto. Por pedir, Puigdemont puede pedir que Barcelona sea la capital de España, pero de ahí a que lo consiga hay un abismo. Así que, una vez más, el exhonorable president ha firmado un sueño etéreo.

Algo que sí ha conseguido Junts es una serie de comisiones de investigación para saber si hubo lawfare, guerra sucia o judicialización de la política en la persecución de quienes organizaron el procés, pero eso a Sánchez, ya investido presidente, le dará bastante igual. Por otra parte, que el líder soberanista haya arrancado un compromiso del PSOE de que promoverá la participación directa de Cataluña en las instituciones europeas y demás organismos y entidades internacionales tampoco es avanzar demasiado. Una vez aceptado el catalán en Bruselas poco rédito es ese, más allá de que se puedan abrir unas cuantas oficinas de la Generalitat en Nueva York con la cuatribarrada colgando en la fachada. La conclusión que se puede extraer del acuerdo no puede ser otra que Puigdemont se ha tenido que comer más que su interlocutor, es decir, ha tenido que ceder más que la otra parte, lo cual era hasta cierto punto lo lógico, ya que como prófugo de la Justicia y con un partido en franca decadencia en las urnas (Junts ha perdido votos y relevancia política en las últimas citas electorales) no le quedaba otra que firmar una rendición honrosa. Saca una amnistía, que no es poco, un mediador internacional para supervisar el cumplimiento de los acuerdos y una promesa volátil de mejorar las cuentas de Cataluña. Pero aquí el trilero de verdad (que no el traidor) ha sido, una vez más, Pedro Sánchez, que sale airoso y revalida el cargo. Dentro de un año, él seguirá en la Moncloa y nadie se acordará de la matraca del procés.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS CASAS DEL PUEBLO

(Publicado en Diario16 el 9 de noviembre de 2023)

La Casa del Pueblo socialista copió el modelo original francés (maison du peuple) que se impuso en el siglo XIX como centro de acogida y educación para los obreros. Se cuenta que la primera Casa del Pueblo de España se fundó en Montijo (Badajoz) en 1901 y la segunda en Alcira (Valencia) dos años después. Los trabajadores de Madrid pudieron comprar el Palacio del duque de Frías y Béjar, calle del Piamonte, que fue acondicionado para la causa e inaugurado por Pablo Iglesias en 1908. “Los obreros han comprado su palacio. Total, las trescientas mil pesetas en que se tasó la casa no eran gran cosa. Millares de jornadas de trabajo, infinitos sacrificios, un poco menos de pan y de alegría; pero al cabo el pueblo iba a tener su casa en el mismo lugar en que el duque de Frías tuvo su palacio. El sacrificio estaba compensado”. (Rodolfo Viñas, El Sol, 1930)

Antes del estallido de la Guerra Civil, ya había 900 casas del pueblo en todo el país, lugares donde se ofrecía atención sanitaria (un primitivo seguro médico para trabajadores con dispensario gratuito de medicinas), asesoramiento en asuntos laborales, información sobre el socialismo y una puerta de acceso a la cultura en la lucha contra el analfabetismo secular que asolaba a España, además de biblioteca, orfeón, teatro, deporte y cantina o salón de té. Donde no llegaba el Estado (que llegaba a muy pocos lugares pobres) llegaba la Casa del Pueblo. Allí, el obrero podía sentirse como una persona, lejos de los abusos del patrón, las promesas incumplidas de los políticos de la época y la quimera de una República que no llegaba nunca. La labor del hogar del socialismo español fue encomiable, y si bien no logró solucionar el problema de la desigualdad en España permitió llevar algo de alivio a las familias de la explotada clase trabajadora.

Estos días en que Ferraz está siendo asediada por las hordas del nazismo posmoderno conviene no perder de vista la importancia que tuvieron y que deben seguir teniendo las casas del pueblo. Viendo en qué plan está el PP (abducido por Vox en contenidos y formas), ya solo queda la izquierda (la moderada del PSOE y la más radical de Sumar, más lo poco que sobrevive de Podemos) como último bastión de la democracia. Por eso una casa del pueblo nunca puede quedar sola y abandonada. Por eso siempre tiene que haber una bandera con el puño y la rosa colgada del balcón. La decisión de Pedro Sánchez de ordenar el cierre de todas las sedes del partido, ante la amenaza ultra, no fue acertada (en una carta firmada por Santos Cerdán, se adoptó esta medida radical con el objetivo de garantizar la “seguridad” de los trabajadores y afiliados por la ofensiva del partido de Abascal y otras organizaciones filofascistas como Falange, Bastión Frontal, Hogar Social y España 2000). Y mucho menos podemos aplaudir que Ferraz acordara la suspensión de las actividades previstas en las sedes socialistas en horario vespertino mientras se mantuvieran las violentas protestas de la extrema derecha y hasta nueva orden.

¿Pero qué es eso de cerrar las casas del pueblo solo porque un puñado de niñatos de “estética ultra”, como los califica eufemísticamente la Policía, tire un par de adoquines contra los antidisturbios, enarbole unos cuantos aguiluchos y haga el paso de la oca por Cibeles, brazo en alto y cantando el Cara al Sol? ¿Qué ha sido de aquel espíritu de combate y resistencia que llevó al partido socialista a defender la democracia hasta el final en los peores momentos? ¿Acaso tienen razón los gurús de la caverna mediática que acusan a los socialistas de hoy de formar parte de la izquierda brilli brilli? Si vamos a salir corriendo solo porque un grupo de “nazis en paro”, como los define muy bien Federico Jiménez Losantos, se pongan chulos y fanfarrones, apaga y vámonos.

Los republicanos perdieron la guerra por diferentes causas, por minusvalorar la amenaza de Franco y los demás conspiradores, por las luchas intestinas entre anarquistas y comunistas, por los regionalismos periféricos que trataron de sacar tajada con la zozobra del debilitado Estado, por la incompetencia de los generales republicanos menos experimentados que los nacionales africanistas, por el decidido apoyo en armamento y tropas de las potencias fascistas y también, por qué no decirlo, porque más de un regimiento comandado por los soviéticos desertó y abandonó sus posiciones prematuramente ante el imparable avance de los golpistas. Por fortuna, ya no estamos en 1936, cuando salir huyendo de una trinchera mientras caían las bombas era hasta cierto punto comprensible. Y tampoco estamos en Gaza, donde la población civil soporta estoicamente –sin comida, ni agua, ni medicinas–, los misiles asesinos de Netanyahu. Ni siquiera nos encontramos en los peores momentos de la Transición, cuando los sicarios fascistas irrumpían a tiros en los despachos de los abogados laboralistas, ni en los años del plomo, cuando ETA mataba socialistas de un tiro en la nuca. Vivimos en la España de 2023, tenemos a la mejor policía del mundo, hay derechos que nos protegen y, para qué vamos a engañarnos, los nazis de hoy no son tan fieros como los de hace un siglo. La mayoría ni siquiera ha hecho la mili, están más al botellón y al porrillo del fin de semana que a salvar España del comunismo, y alguno que otro cree que el Mein Kampf es un plato típico alemán como las salchichas Frankfurt.

No estamos diciendo que no haya elementos peligrosos infiltrados entre los escuadristas ultras que asedian Ferraz estos días, que los habrá. Pero no es para salir perdiendo el culo de la sede del partido a las primeras de cambio, dejando atrás los 140 años de valiente y gloriosa historia y olvidando cerrar la puerta y apagar la luz. Ayer, el mariscal Sánchez recapacitó, rebajó el nivel de alarmismo y trató de enmendar su error del día anterior reuniéndose con la militancia en la sede en la que, dicho sea de paso, ahora la hermandad socialista sigue al pie del cañón mientras se escucha el estruendo, los gritos e insultos de los bárbaros que, como el fragor de los cañonazos durante la guerra, llegan desde la calle. Bien por los camaradas. No pasarán.

Viñeta: Pedro Parrilla

A UN PASO DEL TEJERAZO

(Publicado en Diario16 el 8 de noviembre de 2023)

Siete detenidos y treinta policías heridos. Ese es el preocupante balance de una nueva noche de violencia ultraderechista en Madrid, unos hechos que para el presidente del PP del País Vasco, Javier De Andrés, suponen una “reacción sana” del pueblo contra la ley de amnistía que prepara Pedro Sánchez. De un tiempo a esta parte, el cinismo se ha instalado como forma de hacer política. Estamos en manos de frescales, desahogados y demagogos que han dado la vuelta a la realidad como un calcetín, alterando la escala de valores y principios éticos y convirtiendo lo malo en bueno y viceversa. ¿En qué momento ocurrió, cuándo tuvo lugar el advenimiento al poder de toda esta escuela de cínicos y sofistas para quienes solo importa la persuasión y no la verdad? Fue un proceso lento que comenzó en los albores de nuestra frágil democracia (probablemente el propio Felipe, con su famosa promesa fallida de los ochocientos mil empleos, fue uno de ellos) y que ha ido degenerando hasta el espectáculo denigrante al que tenemos que asistir hoy.

Dos mil quinientos años después, Protágoras y Gorgias, con su nada es verdad ni mentira, sino que todo depende del color del cristal con que se mira, han derrotado a Platón y Aristóteles. Miramos a nuestro alrededor y no vemos más que sofistas manipuladores de la retórica y el lenguaje. Gente con piquito de oro y habilidad de falacia que arrastra a las masas a batallas campales contra los antidisturbios. Gente que es capaz de convencer a la muchedumbre desinformada de que es de día cuando es de noche. La política española está llena de tipos y tipas como el tal De Andrés. Maestros del eufemismo pestilente, expertos en el arte de retorcer el lenguaje sin pudor. Los Trump, Bolsonaro, Orbán y Milei triunfan en las sociedades modernas y millones les siguen ciegamente sin reparar en el volumen gigantesco de las mentiras que les dan a tragar. Los pioneros de la gran farsa demagógico populista internacional tienen sus seguidores y adeptos en personajes sin escrúpulos como Aznar, Ayuso, Abascal, Aguirre o el mismo Feijóo, que ha pasado de moderado a jefe de escuadrón de las falanges callejeras en un abrir y cerrar de ojos.

Así, si una batalla campal con heridos y graves destrozos en el mobiliario urbano es una “reacción sana” de la ciudadanía, el genocidio palestino es una operación policial contra el terrorismo de Hamás, la mesa de negociación para recuperar la convivencia en Cataluña es una rendición propia de traidores y Franco fue un gran hombre que hizo mucho por España. Y así todo. Se adultera la verdad constantemente por intereses electorales. Se transmuta la realidad creando lisérgicos mundos paralelos rebosantes de yonquis enganchados a las antenas mediáticas que propagan el odio. Se empieza diciendo que la mascarilla sanitaria es un bozal impuesto por un régimen tiránico opresor y se termina pateando a un policía antidisturbios. Y lo peor de todo es que cuando se entra en esa espiral de furia e ira sin sentido ya no se puede parar y el individuo intoxicado acaba gritando aquello de que “la Constitución destruye la nación”.

Los líderes de la derecha patria están jugando peligrosamente con fuego. Por supuesto que tienen todo el derecho del mundo a convocar manifestaciones contra la amnistía en las plazas de cada pueblo o ciudad. El problema no es ese. El problema está en el lenguaje guerracivilista empleado para calentar el ambiente, enrarecer la atmósfera política y exacerbar a las multitudes. En las altas esferas han decidido desempolvar del baúl de los recuerdos el manual de la estrategia de la tensión permanente, aquella vieja técnica de manipulación política propia de los fascismos del pasado siglo cuyo único objetivo era infundir miedo, inundarlo todo de propaganda barata, favorecer la desinformación, promover la guerra psicológica e infiltrar agentes que mediante la provocación son capaces de reventar huelgas, convertir manifestaciones pacíficas en sangrientas insurrecciones populares y hasta perpetrar sabotajes y atentados de falsa bandera para alcanzar sus objetivos. En esto del nazismo ya todo está inventado, entre otras cosas porque vivimos en un “fascismo eterno”, ya nos los advirtió Umberto Eco.

Pero no solo hay peligrosos retóricos sofistas en el bando de las derechas. Hoy mismo el president de la Generalitat, Pere Aragonès, se ha descolgado con unas maravillosas declaraciones a propósito de la rebelión fascista que se está apoderando de la capital del país. “El ultranacionalismo español que en otras ocasiones ha actuado en Cataluña, estos días extiende la violencia en las calles de Madrid. Mi solidaridad con los vecinos, partidos políticos e instituciones afectados por estos disturbios de los enemigos de la democracia”, asegura el mandatario catalán. Sin duda, al honorable se le ha debido pasar por alto un pequeño detalle: que durante días los enmascarados cachorros del independentismo ciego e irredento que él defiende (los ultras de su equipo) estuvieron quemando Barcelona durante días y sometiendo a la población a una estrategia de terror y de tensión permanente no muy distinta de la que hoy emplea el otro bando trágicamente radicalizado. Es fácil ir de pacifista cuando la batalla ha cesado y las aguas han vuelto a su cauce. Lo heroico está en jugarse el pellejo para detener la guerra cuando los dos bandos se están matando.

Madrid se dispone a vivir una noche más de violencia trumpista. A esto nos han llevado los discursos de quienes promueven la rebelión contra la democracia y quienes los apoyan. Ferraz aguanta como el último bastión ante la barbarie, aunque quizá no por mucho tiempo. Los comandos de “estética ultra” (así los llama eufemísticamente la policía, como si el nazi fuese una modelo de pasarela), están bien organizados y saben lo que tienen que hacer. Esto no es una movilización espontánea, sino que lleva preparándose durante tiempo, probablemente durante meses. Hay expertos en la guerrilla urbana asesorando a la muchachada. Hay planificación, jerarquía, medios materiales, órdenes de arriba abajo, la habitual parafernalia bélica fascista. Ya apuntan contra el Congreso de los Diputados. No tardaremos en ver a un torero vestido de luces empuñando la pistola en la tribuna de oradores. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ABASCAL ROMPE ESPAÑA

(Publicado en Diario16 el 8 de diciembre de 2023)

Santiago Abascal ha convocado a sus barones regionales (en este caso baroncillos, son todos vicepresidentes, no presis) para pedirles que rompan relaciones de todo tipo con el Gobierno Sánchez. De esta manera, cabe sospechar que, a partir de ahora, Valencia, Castilla y León, Murcia y Aragón (quizá también Extremadura y Baleares) serán territorios indepes desconectados emocional y materialmente del Estado. ¿Entonces en qué quedamos, es Abascal un centralista unitario partidario de acabar con las autonomías o un peligroso federalista dispuesto a llegar al separatismo? Pues depende, según se levante ese día.

Vox es un pollo sin cabeza. Tan pronto se declaran franquistas como demócratas constitucionalistas. De demócratas tienen poco, no hay más que ver las cosas que dicen en los asedios de cada tarde noche a las sedes del PSOE. En cuanto a la Constitución, solo entienden el artículo 2, el que consagra la indisoluble unidad de la nación española, con el que están obsesionados. El resto del texto, mayormente el que protege los derechos fundamentales, les da bastante igual. De hecho, ayer, durante las algaradas callejeras de cada día contra los socialistas, algunos cachorros de la kale borroka ultraderechista exhibieron una gran bandera rojigualda con el lema “La Constitución destruye la nación”. Y estos eran los que iban a defender la Carta Magna frente a la amenaza sanchista/bolivariana. Esquizofrenia pura.

Todo en el extraño mundo verde empieza a ser ciertamente delirante y lisérgico. Están en contra del Estado autonómico, pero se presentan a las elecciones regionales y lo pelean a tope para que el PP les dé carguetes, consejerías y despachos. Dicen defender la monarquía, pero a la primera manifa que montan gritan aquello de “Felipe, masón defiende a la nación”. Son contradictorios hasta para reinterpretar el franquismo. El Caudillo les enseñó que el gran peligro para la amada patria estaba en la conspiración judeomasónica y ellos defienden a capa y espada los genocidios de Israel en Palestina. En Vox están cada día más sionistas y en cualquier momento los vemos vestidos de ultraortodoxos, con el sombrero de rabino y los tirabuzones, desfilando por la Gran Vía y celebrando el sabbat en lugar de San Isidro.

Lo mínimo que se puede pedir al nuevo fascismo posmoderno o moderno posfascismo (qué sé yo cómo llamar ya a este engendro esperpéntico) es algo de coherencia interna, una cierta cohesión lógica en el discurso, una seridad. Porque Vox está improvisando sobre la marcha y luego las cosas salen como salen. La cúpula tiene a las bases confundidas: un día les dicen que el partido es esencialmente centralista (la España una, grande y libre) y al siguiente se comportan no ya como autonomistas o federalistas, sino como insumisos separatistas que rompen con el Gobierno de España por cualquier minucia o tontería. En realidad, poco se diferencia la violenta muchachada voxista de aquellos otros CDR rompecajeros a los que Quim Torra arengaba con el apreteu, apreteu. Bien visto, se lo han copiado todo, los manuales de resistencia contra antidisturbios, los eslóganes de manifestación contra los periodistas (“prensa manipuladora”), las tácticas de guerrilla urbana para acorralar a los agentes y hasta la forma de los adoquines que se arrojan contra los maderos. Madrid vive un calco de lo que ocurrió en Cataluña en 2017, un violento procés mesetario solo que con callos a la madrileña en lugar de butifarras. Los catalanes pretendían desconectar de España; Abascal de la democracia tal como la conocemos hoy. Ya solo faltan los antisistema italianos y alemanes y los soldados de Putin desfilando por la calle de Alcalá, aunque todo se andará. Anoche, los aledaños de la calle Ferraz de Madrid rebosantes de pedruscos, gases lacrimógenos y pelotas de goma recordaban bastante a la barcelonesa plaza Urquinaona en los peores días del 1-O. Está claro que los polos opuestos nacionalistas se tocan y hasta se retroalimentan.

Lo malo del fanatismo es que acaba convirtiéndose en una espiral sin límite ni final. Se empieza gritando “Sánchez traidor” en un acto oficial de la princesa Leonor, se pasa a asediar las Casas del Pueblo socialistas y se acaba queriendo fusilar a 26 millones de rojos. Vox es la confirmación fehaciente y palpable de que la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa, ya lo dijo Marx. Lo que no se puede es anunciar una querella contra Sánchez argumentando que la amnistía a los encausados catalanes es inconstitucional cuando ni ellos mismos en Vox creen en la Carta Magna. La nueva extrema derecha trumpizada es una broma de mal gusto, una estafa, una resaca de tintorro malo. Lo realmente extraño y sorprendente es que en un país moderno, avanzado e informado del siglo XXI este tipo de burdos montajes conspiranoicos puedan embaucar a tanta gente.

Abascal es el típico charlatán de feria llegado del pasado con su carromato medieval para sembrar el país de odio, agitar las calles y enviar a sus niñatos CDR a morir por él en las barricadas. Un Puigdemont a la española. Un salvapatrias de manual que ha logrado seducir a dos millones y pico de ingenuos con sus cuentos sobre los gloriosos tercios de Flandes, la pureza de la raza ibérica y un franquismo impostado y patético en el que ni él mismo cree ya. El tipo duro que se hace el gallito tuiteando “vamos a Ferraz” y que se esfuma sin dejar ni rastro cuando las cosas se ponen feas con los antidisturbios. Uno que ha visto con claridad la demagogia ultra, el truco, la tramoya, es Federico Jiménez Losantos (nada sospechoso de rojo), quien ayer, en antena, se mofó del líder de Vox reprochándole que vaya a las manifestaciones solo para “bajarse del caballo” y que “cuatro señores le griten presidente”. El discurso estéril del odio por el odio de Abascal conduce a un callejón sin salida al país, alerta el Financial Times. Sirve para que le salten un ojo a un manifestante manipulado o para que le abran la cabeza de una pedrada a un piolín y poco más.

Viñeta: Iñaki y Frenchy