viernes, 26 de diciembre de 2014

PABLO

 (Publicado en Revista Gurb el 5 de diciembre de 2014)

Y mientras Jaume Matas hace ensaimadas de arcilla en el taller de artesanía del penal segoviano, mientras Bárcenas escribe un novelón sobre las trapacerías del PP en su celda marrueca, en plan Cervantes, mientras Carlos Fabra proyecta un aeropuerto que pase por el patio de la prisión de Aranjuez, para darse el piro con un buen plan de fuga, y la Pantoja medita conciertos benéficos para las reclusas de Alhaurín de la Torre, Pablo Iglesias sigue frotándose las manos.
Pablo no tiene que hacer nada para llegar a la Moncloa, ya se lo dan todo hecho los manús, chorbos, fulanos y choris que han dejado España más tiesa que el bolsillo de Cachuli, que ayer le eché un ojo al biopic de Telecinco sobre los desfalcos malayos del exalcalde de Marbella y es un truño, gitana tú me quieres. A El Coletas, como ya lo conoce el pueblo llano, le basta y le sobra con sentarse en la puerta de su casa para ver cómo van pasando los cadáveres políticos en dirección a la trena. Se equivocan quienes quieren ver en Pablo a un populista bolivariano. Pablo es un comunista de la corriente Alcampo, la consecuencia lógica de un materialismo histórico que empieza en las barbas del patriarca Marx, pasa por la euroestafa de Carrillo y el cachondosocialismo renovador de Felipe González (más los proletas con chalé adosado de la UGT) y culmina en la teología de la liberación imposible de Anguita y Llamazares. La izquierda, históricamente, cuando no ha estado pegándose un tiro en el pie o perdiendo guerras o vendiéndose al gran capital ha caído en la utopía irrealizable. Y en ese proceso de renuncias y resignaciones ha entrado sin remedio Podemos, que empezó bordando rojo ayer y empieza a desteñirse hoy con las primerizas nieves del invierno. Esta película parece que ya la hemos visto antes. Hasta la cantinela de la OTAN (de entrada salida) es un remake felipista. A la primera sentada que han convocado para hablar del programa económico van y renuncian al impago de la deuda externa, al salario básico universal, a la salida del euro y a la jubilación a los sesenta, todo de una tacada. Esto ha sido un nuevo Suresnes, solo que sin exiliados famélicos con chaquetas de pana y con mucho tufo a porrete y mucho piercing. Si la reunión llega a durar una hora más terminan abrazando la democracia cristiana.
Los indignados, pobres de ellos, van camino de convertirse en resignados, y eso que a mí Pablo Iglesias me cae bien, no ya por su coleta, que eso me la pela, sino porque habla claro y sin miedo y porque está por encima de la media de los políticos en cuanto a cantidad y calidad neuronal. El nivel está muy bajo y luego pasa lo que pasa, que sale Cotino del juzgado, se trabuca delante de los periodistas, le traiciona el subconsciente freudiano y suelta eso tan extraño de “puedo haber metido la mano pero nunca la pata… aaay, perdón, al revés”. Ahí tiene el fiscal la confesión, ahí tiene el negro remordimiento aflorando y aflorando, más claro agua, que lo enchirone ya, coño. La política es una forma de maldad, decía Vargas Llosa, y Podemos ha llegado para luchar contra una maldad enquistada en nuestra clase política, endogámica, omnipotente. Pablo, samurai de la izquierda con perilla y quimono de cuadros, ninja de trenza caballuna y ojos achinados, mandarín del rojerío 15M, viene con una filosofía troskista postnovísima muy bien intencionada en lo teórico pero inalcanzable en lo práctico. Y eso que el chico lo tiene todo para triunfar: vasta cultura, piquito de oro, tirillas por tipitín y encima parece honrado. Es un pata negra como no se había visto otro desde los tiempos del gitanazo Isidoro. Hasta el apellido bíblico y fundacional de mesías de la izquierda le acompaña. Reúne la fuerza del compañero del metal y la fe ciega del minero. Cuando le escucho hablar con ese fervor racial, virginal, indómito, cuando le oigo soltar todas esas ideas elevadas y justas contra la casta (después de asistir atónito a las mentiras del follarín Monago, a las mezquindades de la repija Anita Mato y a los desprecios del indolente Rajoy para con los "salvapatrias de las escobas") se me viene la urna a las manos con la papeleta morada de Podemos ya metida dentro y todo. Y sin embargo, hay algo que me chirría desde el principio en esta muchachada postrevolucionaria de nuevo cuño. No sé qué es, no sé si son las viejas tonadillas de la guerra en plan borrachuzo desafinado que suelta Monedero cuando se va de mitin, las becas sospechosas de Errejón o ese postureo que se traen todos en los cabarets televisivos de la Sexta. Ya lo ha dicho con acierto Joaquín Sabina: "Me pasa con Podemos lo de una canción de Serrat; me gusta todo de ti, pero tú no". Y es verdad. Será que hemos visto tanto latrocinio que ya no nos fiamos ni de nuestra propia sombra. Será que nos han hecho perder la fe. Será que se nos ha metido en el tuétano la fría mentira. Qué será, será…

Ilustración: Artsenal/Juan Hervás

jueves, 11 de diciembre de 2014

LAS INJUSTICIAS DE LA JUSTICIA


(Publicado en Revista Gurb el 21 de noviembre de 2014)

A menudo escuchamos en las tertulias, en la taberna y en la calle, esa curiosa frase que llama poderosamente la atención: "Hoy han entrullado a fulanito por corrupto, al menos la Justicia funciona". Aún nos sorprende que entre tanto lodo y tanta mentira todavía queden jueces que se atrevan a meterse con el poderoso y cuando lo hacen lo vemos como un gesto de valentía, de arrojo profesional, casi de heroicidad altruista. Es como esa noticia que cada cierto tiempo vuelve a los periódicos: "Gesto de honradez, un taxista se encuentra un maletín lleno de dinero y lo lleva a la Comisaría". Nuestros políticos han puesto el nivel de decencia a la altura del sucio barro y por eso nos quedamos asombrados cuando nos encontramos con jueces y magistrados dispuestos a cumplir con su trabajo, con su obligación, como si aplicar la ley fuera algo excepcional y no lo normal en un Estado de Derecho. En España, a un hombre que ficha a su hora y no se lleva la mordida se le ve como a un bicho raro. A esta anormalidad democrática han contribuido los chicos del Gobierno, que cuando les pillan unas tarjetas black, unos viajes de follisqueo a las Canarias a gastos pagados o una cuenta jugosa en la lejana y cimarrona Suiza se ponen estupendos y suelen decir aquello que chirría tanto de "en el PP estamos dispuestos a colaborar con la Justicia para aclararlo todo". Vaya gracia, como si pudieran hacer otra cosa que colaborar con el juzgado. Aún no han entendido que en democracia no hay nada más sagrado que el imperio de la ley, al que todos, incluso ellos, están sometidos sin distinción alguna.
En este país nuestros políticos se sienten impunes, intocables santones, deidades absolutas que piensan que colaborar con la Justicia es un favor que le hacen al pueblo llano. Solo que en este país hace tiempo que hay Constituciones, leyes, normas que cumplir, ya no es un cortijo franquista, por mucho que algunos se empeñen en hacernos creer que España les pertenece. Y, ay señor mío, a veces ocurre que salen jueces y fiscales encampanados que le echan un par de bemoles al asunto a la hora de ponerle el sello de denominación de origen al chorizo de turno. Qué le vamos a hacer, son las reglas del juego, los riesgos de vivir en una democracia, y de vez en cuando sale un fontanero Don Limpio como el juez Garzón y depura las cañerías mugrosas de la Gurtel; o un avezado electricista como el juez Castro y arroja algo de luz en los oscuros salones de la monarquía; o un buen cirujano como Elpidio Silva va y extirpa a un banquero cancerígeno, porque Blesa es como un tumor que se lo come todo, mayormente nuestros ahorros. A menudo el poderoso suele tildar a estos profesionales de la magistratura, despectivamente, de jueces/estrella, como si solo buscaran salir en el Hola. Pero más que jueces/estrella algunos terminan siendo jueces estrellados que como Garzón y Elpidio pagan la osadía de hacer bien su trabajo y son injustamente apartados de la carrera judicial. Entre la jet lo que se lleva ahora es cazar elefantes en Kenia, perdices en Albacete y jueces en la Audiencia Nacional. La piel del togado se cotiza más que la del leopardo. España se ha convertido en un gran coto privado de monterías, la preciada cabeza del juez indómito colgando sobre la chimenea, con la lengua fuera, y el pueblo al servicio del señorito, como aquellos santos inocentes de Delibes, Milana bonita.
Al poder no le gusta que nadie vaya hurgando en sus falsos ordenadores, en sus archivos ocultos, en sus privilegios ancestrales y mucho menos un señor honrado
de Valladolid que se sacó judicaturas con la mala costumbre del esfuerzo y del trabajo. A la derechona (y por lo que parece tampoco al hoy disminuido PSOE) jamás le ha interesado un poder judicial fuerte e independiente, estructurado, bien dotado de medios humanos y materiales para desempeñar su función. Va contra su concepción patrimonialista del Estado, contra sus negocios espurios, contra su política basura del tres por ciento. Y así han pasado los siglos, sin que los dos grandes partidos se pusieran de acuerdo para arreglar los problemas de la Justicia, que al final ha quedado como un viejo y polvoriento desván que a nadie le interesa limpiar. Eso de que un señor vestido de negro vaya por ahí deteniendo ladrones de guante blanco, azul o rojo, atenta contra el sistema, introduce un elemento de orden en el desorden de la ley de la selva, que es en lo que ha quedado hoy nuestro país, y va contra la ideología imperante del butroneo, el favorcillo y el amigacho. Un juez honrado molesta mucho. Por eso hay que largarlo a provincias, al Registro Civil o a su casa a plantar coles. Y visto para sentencia.

Ilustración: Adrián Palmas

viernes, 5 de diciembre de 2014

LA VANGUARDIA ÁGATHA




(Publicado en Revista Gurb el 5 de diciembre de 2014)

Diseñadora, icono vanguardista de la movida madrileña, señora de Pedro J. Ramírez, marquesa y baronesa, original como ella sola, excéntrica, transgresora, incomprendida a veces… Ágatha Ruiz de la Prada (Madrid, 1960) sigue estando en la brecha de la moda, aunque los tiempos de crisis que corren, "tiempos low cost", como ella dice, han provocado que ya nada sea como antes en el sector de la pasarela. "Me da mucha pena cuando oigo hablar de los años ochenta. Unos se han muerto y otros han cerrado", afirma. De Rajoy asegura que no tiene un buen look porque "el pobre no tiene atractivo físico", cosa que Pedro Sánchez sí, porque "éste es más guapo", mientras que aplaude que Pablo Iglesias compre su ropa en Alcampo. "De él me quedo con su coleta, me parecen guapísimos los hombres con coleta, pero no con las cosas que dice". Nos cuenta que Pedro J. está "aburridillo" después de su salida de El Mundo, porque su vida “siempre ha sido el periódico”, y le apena que algunos amigos del diario le hayan dado la espalda. Hace unos días, Ágatha pasó por Murcia Open Design 2014, la semana de la moda murciana, donde tuvo ocasión de demostrar que, por mucho que cambien los tiempos, ella siempre estará a la última. "No hay familia que no tenga algo de Ágatha en su casa", recuerda con orgullo.

Foto: Marcial Guillén

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 21 de noviembre de 2014

LA IZQUIERDA REAL




(Publicado en Revista Gurb el 21 de noviembre de 2014)

Gaspar Llamazares (1957) es licenciado en Medicina por la Universidad de Oviedo y máster en salud pública. A los 24 inició su actividad política en el Partido Comunista de Asturias y siete años más tarde se convirtió en el coordinador general de Izquierda Unida en esa comunidad autónoma. En 1991 fue elegido diputado en la Junta General del Principado de Asturias, ejerciendo como portavoz del grupo parlamentario de IU, y a finales de 2000 fue elevado al cargo de coordinador general de esta formación, un puesto que ostentó hasta 2008. En la actualidad es el presidente de la Comisión Mixta para el estudio del problema de las drogas y portavoz de su grupo en las comisiones de Justicia, Sanidad y Servicios Sociales. Llamazares, que alterna su labor política con una intensa actividad como tertuliano en programas de televisión, acumula ya una dilatada trayectoria pública y es referente indiscutible de la izquierda española de los últimos años. Como diputado ha vivido en primera línea los grandes acontecimientos históricos que se han producido en España desde los inicios de la década de los 90. "En estos momentos la estructura de la justicia española, con la situación presupuestaria que tiene, no cuenta con capacidad para afrontar un problema tan grave como es la corrupción", asegura. Llamazares cree que es un error que el Gobierno de Rajoy se parapete en el Tribunal Constitucional y en la Fiscalía para resolver el problema de Cataluña y sobre Felipe VI afirma que no está a la altura política de su padre: "Es un Rey de medio pelo".

Foto: David Busto Méndez

Entrevista completa en Revista Gurb

sábado, 15 de noviembre de 2014

REINA DE LAS ALTURAS

 (Publicado en Revista Gurb el 15 de noviembre de 2014)

Ruth Beitia (Santander, 1979) fue medalla de oro en salto de altura durante los pasados Campeonatos de Europa de Atletismo celebrados en Zurich, completando así una trayectoria deportiva envidiable al alcance de muy pocos. Desde 1998, cuando batió su primer récord de España saltando 1,89, ha estado en la elite con las mejores saltadoras del mundo, acariciando la medalla en los Juegos de Londres, donde fue cuarta a un paso del bronce (tres nulos en 2,03 la privaron de su primer trofeo olímpico). Charlar con Ruth es charlar con una leyenda del deporte, ya que es la única mujer española de la Historia que ha superado la barrera de los dos metros de altura. Algunos consideran que esta cántabra que compagina su pasión por el salto con una intensa actividad política como diputada regional es ya la mejor atleta de nuestro país de todos los tiempos, una etiqueta que ella rechaza, aunque se siente halagada. "No me considero mejor que nadie", asegura, "solo una privilegiada por hacer lo que me gusta". En la entrevista que concede a la Revista Gurb revela que uno de los secretos confesables de su éxito es "tomar una cerveza artesanal al día", además de muchas horas de entrenamiento, sacrificio y esfuerzo. Concienciada con los problemas de sus paisanos de Cantabria, de la mujer y de los discapacitados, por los que trabaja en el Parlamento autonómico, afirma que daría todas sus medallas si con eso "se consiguiera terminar con el paro en España".

Entrevista completa en Revista Gurb

jueves, 13 de noviembre de 2014

LOS CAQUIS DE COTINO


El ex presidente de las Cortes Valencianas, el inefable y opusino Juan Cotino, había dejado ya la política para dedicarse a cultivar dóciles caquis, allá en su pueblo, como un granjero de Minnesota. Ha sido allí, plantando esa fruta mediterránea, donde se ha llevado el disgusto de su vida al enterarse de que el juez lo acusa de beneficiar a los mafiosos de la Gurtel que hicieron negocio con la visita del Papa Ratzinger a Valencia. Ahora entendemos que Cotino se había inventado lo del caqui para alejarse del mundanal ruido, del fragor de los tribunales, de la alargada sombra de la Justicia. Él debió pensar que refugiándose a tiempo en sus caquis, apartándose de la política y poniéndose el honrado disfraz de agricultor, como cuando Mortadelo se colocaba el disfraz de palmera, el juez terminaría olvidándose de él. Pero caquis de la China, rien de rien, vamos que no ha colado. Cotino creyó que si se refugiaba en sus inocentes caquis, si se aplicaba escolásticamente a sus amigos los frutales, en cuerpo y alma como un monje cartujo, la Justicia lo dejaría en paz y podría salir limpio del vendaval de mierda que azota Valencia como las nueve plagas de Egipto. Debió pensar el hombre que alejándose de todo en su último refugio agropecuario, haciendo voto de silencio y cultivando el caqui, sin meterse ya con Mónica Oltra ni con los rojos ni con nadie, podría pasar desapercibido, librarse, escaquearse de la Audiencia Nacional. No ha sido así. El juez le ha echado el guante y ahora solo le queda comerse el marrón, o sea los caquis, que son astringentes y van bien contra la cagalera el día del banquillo judicial. Pretendía apartarse de todo el diputado del Cristo y la Biblia, pero los pecados del pasado rebrotan siempre en el futuro, como los caquis rebrotan por primavera. Me imagino yo al hortelano Cotino absorto en su huertecillo, injertando un caqui aquí y otro allá, como cuando injertaba contratos a dedo en la administración valenciana. Pienso yo en ese Cotino examinando la mordida que sus dientes dejan en el jugoso caqui, que es como la otra mordida, la clandestina, solo que más pura y natural, menos sucia. El conseller, haciendo valer la máxima de Shakespeare de que siempre es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras, quería seguir callado, mutis por el foro, cremallera total, él a su podadora y a sus caquis, a ver si colaba y no se daba cuenta la Guardia Civil, pero al final el juez se ha enterado y quiere que Cotino hable de sus casos, de sus contratos, de la pasta, de sus empresas, de Canal 9, de tantos y tantos chanchullos. Un ángel exterminador con puñetas y toga negra se le ha aparecido en el huerto, entre árboles y caquis, como una Anunciación de Fra Angelico, para decirle que por muy del Opus que sea ya no es virginal, ni puro, ni inconsútil, sino que está preñado de turbiedades, de mentiras, de cosas. Está tan ocupado el conseller en su huerto de silencios que mucho nos tememos que pondrá como excusa que no puede ir a declarar al juzgado porque tiene que levantarse temprano para trabajar sus caquis, que luego se secan, se pierde la cosecha y es una pena. A veces, el silencio es la peor mentira, decía don Miguel de Unamuno, y Cotino tiene que dejar de callar, de mentir, que luego se enteran los de la UDEF y te dejan en pelotas, como esos desencuerados de Adán y Eva que andan todo el día enseñando la angula y el parrús en la televisión. Cotino que se deje ya de caquis y que vaya al juzgado a explicar quién sacó tajada del viaje del Santo Padre. Que ya le llevarán los caquis a Alcalá Meco.

Imagen: Efe  

miércoles, 12 de noviembre de 2014

EL LIGUE DE MONAGO



Al presidente extremeño, José Antonio Monago, le han pillado la friolera de 32 viajes a Canarias, supuestamente a costa del bolsillo del pueblo, para visitar a una amiga venezolana entrañable, que ahora se llama así a la enamorada, querida, entretenida o ligue fugaz. Él se ha apresurado a decir que devolverá hasta el último céntimo pero ya no se trata de restituir el dinero, se trata de dignidad, de decencia, de responsabilidad política. Todo eso que han perdido también los que le jalean al grito de presidente, presidente. Uno cree que este amorío caribeño, esta aventura tropical al filo de lo imposible, solo se limpia ya con una higiénica y honrosa dimisión. Lo demás son monsergas, vanas excusas, pijadas. Entendemos que al señor Monago le ha perdido una locurilla otoñal amorosa, el delito más inocente y cándido que alguien pueda cometer cuando entra en el crepúsculo de su vida personal y profesional. No se trata aquí de quemar en la hoguera al señor Monago por liarse la manta a la cabeza, tomar un avión alevoso y nocturno con rumbo a la frontera del amor prohibido, que es el que da morbo, y echar una canita cimarrona al aire (o muchas). Allá cada cual con su bragueta y su pichica. De lo que se trata aquí es de que el pueblo español mísero, anémico, carente, no está para costear las amantes de él ni de nadie. Los vicios que se los pague cada uno con su bolsillo y con sus culpas. Pero parece que este Gobierno calabrés, siciliano, estaba muy mal acostumbrado. El pelotazo llevaba a la mordida, la mordida a la mariscada, la mariscada a Suiza y Suiza al burdel de alto standing con tarjeta black, fiesta del pijama y raya de coca. Era el procedimiento legislativo que se seguía habitualmente, una cosa llevaba a la otra. Monago, que se sepa, no estaba en esa cadena sucia, no ha pisado el fango hediondo de sexo, drogas y rock and roll en el que andaba metido el partido. Él era el Barón Rojo del PP que surcaba los cielos de la lujuria y las mataba callando, con elegancia. Un caballero maduro que ponía piso y avión, un señor solvente para relación seria y estable con señorita, como los de antes, porque a él le iba más la vena romántica que el putiferio, la escapada africana con Trivago, el paseo de tortolitos por la bahía de Tenerife, la cena íntima a la brisa del mar, el joyón sorpresa entre mariachis y el magreo Julio Iglesias a la luz de las velas. No hacía daño a nadie con su pequeño secreto, salvo a las arcas del Senado, que son nuestras arcas, eso sí. Allí, en Tenerife, bien lejos de los problemas de Estado, de los jueces y las traiciones, el gran hombre se entregaba al sueño falso de la amante/confidente, la única que le comprende a uno y se le puede contar con toda confianza que fulano está imputado, fijate tú, que mengano ahora va y sale en la Púnica, quién lo iba a decir, que a Zutano no le llega la fianza para salir del trullo, qué escandalazo. En un beso sabrás todo lo que he callado, decía Neruda. Pues Monago necesitaba irse a las Canarias para besar y callar, para dejar atrás la pura y cruda realidad, relaxing cup con mojo picón, quitarse el estrés a polvos, huir siquiera por un momento de la ruina del partido, de la crisis, de los jueces pesados de la Audiencia Nacional que no le dejan en paz a uno, de las escuchas telefónicas, de las redadas de los picoletos, de las aburridas reuniones de Génova, de las ocurrencias de Rajoy, de las mentiras de Blesa El Dandi y del Pequeño Nicolás, que siempre anda metiendo las narices en todo y está hasta en la sopa el nene. Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado, decía Guy de Maupassant. Pues eso: lo ilícito, lo clandestino, lo pecaminoso es la puerta a la fugaz felicidad y eso es lo que hacía Monago. Pasárselo pirata. Solo que a costa de nuestro parné. El muy canalla.

Ilustración: Alejandro Zerené Homs        

CATALUÑA Y EL PEQUEÑO NICOLÁS

(Publicado en la Revista Gurb el 7 de noviembre de 2014)

Ahora resulta que el Pequeño Nicolás, ese inocente querubín que se movía como un pececillo en el agua por las cañerías sucias del PP, también mantenía oscuras relaciones con el enfangado Oriol Pujol. Cuenta la press que la criatura llegó a ofrecerle al quinto hijo del clan ferrusoliano un trato de favor en el juzgado a cambio de que le pasara información comprometida sobre Esquerra Republicana de Cataluña. Qué chiquillo éste tan travieso. Te despistabas un momento y te robaba un selfie o te venía con un contrato en Filipinas o te arreglaba Cataluña en un pestañeo. Siempre estaba en la pomada el nene. No ha habido acontecimiento histórico en la España de los últimos años que no haya pasado por su pequeña Nikon y sus manos adolescentes y muñidoras.
La historia de las turbulentas relaciones seculares entre España y Cataluña, desde los Reyes Católicos y aquello, iban necesitando ya de un hombre así: decidido, ágil, intrépido. Alguien como el Pequeño Nicolás. Desde los Austrias a los Borbones, pasando por dictadores y demócratas, nadie ha sabido o querido resolver el problema catalán, la cuestión, el conflicto, como dicen los soberanistas. Hasta que ha llegado él con su nuevo estilo de neopijo remilgado y redicho de colegio mayor. Lo de la independencia de Cataluña es una minucia para el Pequeño Nicolás, eso lo arregla él en un minuto con cuatro dosieres secretos y unos tejemanejes en la sombra. Solo el Pequeño Nicolás puede impedir que España se rompa en estos momentos de ébolas nacionalistas, solo un lumbreras como él, parido cada quinientos años, puede evitar lo inevitable, el destino trágico y fatal de esta España agónica y bostezante. El Pequeño Nicolás es la perla ultimísima de la inmunda cantera política española, lo más de lo más, el puto amo. El Pequeño Nicolás le ofrece a Artur Mas un ministerio en Guinea Ecuatorial y problema secesionista resuelto. Ni Mariano, ni Pedro Sánchez, ni Pablo Iglesias, ni federalismos, ni terceras vías, ni hostias. Si el chico se pone, se pone, y arregla Cataluña con cuatro telefonazos bien dados. Angelito de candidez diabólica, monaguillo ensotanado de Hugo Boss, James Bond de las FAES, tú sí que has sabido montártelo, trabajártelo, trepar por las alcantarillas del partido. No perdamos más el tiempo con ministros incapaces de calvas frailunas. Mandemos de inmediato a Barcelona al atrevido y descarado Pequeño Nicolás para negociar con Artur Mas, con Oriol Junqueras, con la vieja bruja Ferrusola, si es necesario. Pasemos ya del nulo, improductivo y anticuado Rajoy, siempre sesteando en su concha monclovita, siempre aferrado a su estéril constitucionalismo centralista, rancio, barato. En esta España de Far West, de alcaldes cuatreros y folclóricas bandoleras, hace tiempo que ya no necesitamos leyes, ni decretos, ni estatuts de autonomía. Nos sobra y nos basta con las maniobras orquestales en la oscuridad de este renacuajo envarado del lodazal hispánico que ha movido medio país con su tonto smartphone. Ay el Pequeño Nicolás, crupier del tarjeteo black, chico de los recados de la Cosa Nostra madrilota. Él sí que controla todo el tema, corta más bacalao que la Cospe, más que Soraya, más que Felipe VI, que no se entera cuando el chaval se cuela en la Zarzuela y anda zascandileando por ahí, por los salones de palacio, como Pedro por su casa, y cualquier día se sienta a la mesa a jugarse un parchís con Leonorcita. Lo digo aquí y ahora, qué pasa, y lo pongo por escrito si hace falta: tras quinientos años de guerras secesionistas, el Pequeño Nicolás es nuestro hombre, el factor humano perfecto para arreglar España y sus agrios nacionalismos. Porque además el muchacho es un patriota, a ver si no, y siempre mira por el interés de España al 3 por ciento. Primero la patria y luego la mordida en reservados discotequeros; primero la rojigualda y luego el pelotazo entre Pinto y Valdemoro; primero el país y luego el descanso del guerrero, a ser posible con La Pechotes, faltaría plus.
Él, el Pequeño Nicolás, mugrosillo cachorro de la camada gurteliana, lo hace todo por el bien de España, y si lo mandamos a Barcelona como agente doble con maletines llenos de billetes, pactos fiscales, transferencias y dosieres seguro que hace de Artur Mas un converso españista. Jesucristo eligió doce apóstoles y uno le salió rana, pero es que a Espe Aguirre la ha salido un estanque entero, por mucho que ella diga. Hombres granados de vicio y alcaldes puteros por doquier. Y encima el Pequeño Nicolás, que va por ahí arreglando España. O dando por saco, el niño.

Ilustración: Adrián Palmas

SOLO PARA PERIODISTAS


 (Publicado en la Revista Gurb el 24 de octubre de 2014)

Hoy no me andaré por las ramas, voy a decirle a esa panda de desalmados que dirigen algunos medios de comunicación lo que significa ser un periodista de verdad, por si se les ha olvidado, que parece que sí. O mejor dicho, para empezar, primero les diré lo que de ninguna manera puede hacer un periodista: un periodista no puede convertirse en un fatuo millonario que se levante cien mil euracos del ala al año sin hacer otra cosa que calentar la poltrona de piel de su despacho olímpico; un periodista no puede ser el amiguito del alma de ese empresario de turno o político apesebrado o banquero influyente que deja caer por la redacción, como quien no quiere la cosa, una prebenda o un regalo por Navidad; un periodista que se precie no puede codearse de ninguna de las maneras con toda esa recua estéril que se dedica a pastar por los campos de golf y a abrevarse servilmente en restaurantes de cinco tenedores; un periodista de verdad, no un fantasma con cadenas, no un pelele, no una caricatura de sí mismo, no puede desayunar, ni almorzar, ni cenar con ninguno de esos tipos que no tienen más función en este mundo que amasar pasta crudamente y joderle la vida a los demás; un periodista no debe, bajo ningún concepto, cambiar un titular a última hora solo porque puede hacerle pupa a un pez gordo, sea de sangre roja o sangre azul; un periodista no puede ir de tertulia en tertulia, de plató en plató, como puta por rastrojo, para sacarse unas perrillas como un mal comisionista de la información, como un tratante de bulos sin fuste; un periodista no puede despedir a otro periodista que no hace más que ganarse el pan de sus hijos cumpliendo con su obligación de informar veraz y honradamente; y sobre todo, y por encima de todo, un periodista no puede arruinarle la vida a otro periodista para salvar su culo cobarde, inmundo, mezquino.
Y ahora, dicho lo cual, diré en qué consiste el oficio más bello del mundo. Un periodista debe vivir cada segundo en la calle, con pasión por la noticia, como si fuera el último instante de su vida; un periodista nunca debe irse a la cama hasta haberle echado el cepo a una buena noticia; un periodista debe sufrir con el que sufre, padecer con quien padece, denunciar junto a quien denuncia; un periodista debe buscar por encima de todo la verdad y la justicia, dejando a un lado cualquier otra consideración, como sus intereses salariales o laborales, sus posibilidades de ascenso o su fama o prestigio; un periodista debe saber que puede terminar herido o caer abatido en la lucha desigual contra el poder ominoso; tiene que ser como un ángel exterminador al que no le tiemble el pulso a la hora de fumigar a un corrupto; un periodista no puede ser ni cobarde, ni vanidoso, ni pagado de sí mismo, ni egoísta por la noticia, ni egocéntrico, ni sumiso, ni pelota, ni ambicioso por el poder; un periodista es como un monje franciscano austero y digno que cuando cumple con su sagrada vocación y su misión de darle al ciudadano su derecho a la verdad debe retirarse sin hacer ruido. Puede que todos estos requisitos resulten de imposible cumplimiento para muchos que se dicen a sí mismos periodistas. Nadie dijo que dedicarse a este negocio fuera fácil. Por eso hay tan pocos buenos reporteros.

Ilustración: Adrián Palmas

viernes, 7 de noviembre de 2014

EL FILÓSOFO DE LA MORAL

 
(Publicado en Revista Gurb el 7 de noviembre de 2014)

Fernando Savater (San Sebastián, 1947) echa la vista atrás y recuerda los años más duros de su vida, cuando salir a la calle era exponerse a que ETA le metiera una bala en la nuca. "He sido feliz en el pasado y mantengo una razonable alegría, pero la felicidad me parece una cosa difícil de alcanzar". Tras publicar más de cincuenta obras, entre ensayo, ficción y tratado filosófico, así como narraciones y obras de teatro, además de cientos de artículos en la prensa española y extranjera, sigue aferrándose a la filosofía como una forma de mantener los ojos abiertos, que diría Descartes. Premio Planeta 2008 por La hermandad de la buena suerte, algunos de sus libros han sido traducidos a más de veinte lenguas. Sus críticas al nacionalismo vasco le situaron en el punto de mira de la banda terrorista ETA durante décadas. Fue amenazado de muerte y vivió protegido por un escolta durante más de diez años, hasta finales de 2011. Considera que la crisis que arrastra España no es moral sino institucional y política. "No creo en la crisis moral, eso es cosa de curas". Sobre la independencia de Cataluña opina que lo primero que se debe hacer es "aplicar la ley" y afirma que el nacionalismo ya no es solo un problema de nuestro país, sino que se extiende por toda Europa. "He sufrido el fanatismo etarra como otros muchos españoles, pero yo he sido un privilegiado porque podía hacer otras cosas como ir a dar conferencias a Italia. Quienes lo han pasado mal han sido los que tenían que vivir en su pueblo rodeados de cafres con la hoz y el cuchillo".

Entrevista completa en Revista Gurb

sábado, 25 de octubre de 2014

ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA


  
(Publicado en Revista Gurb el 25 de septiembre de 2014)

Pedro Duque es el único español que ha contemplado la Tierra desde el espacio. Y nada menos que por partida doble, una en 1998 y otra en 2003. Nacido el 14 de marzo de 1963 en Madrid, está casado y tiene tres hijos. Duque, ingeniero aeronáutico por la Universidad Politécnica de Madrid y Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional junto con los astronautas Chiaki Mukai, John Glenn y Valery Polyakov, es en la actualidad astronauta de la Agencia Espacial Europea, donde colabora con la Oficina de Operaciones de Vuelo en las actividades de la Estación Espacial Internacional. Gran aficionado a la natación, al submarinismo y a la bicicleta, asegura que la experiencia del espacio es "lo más raro que hay" y que se sigue preparando a fondo por si la Agencia Espacial Europea decide volver a ponerlo en órbita algún día. Está convencido de que si se destinaran los mismos recursos que se pusieron en juego en el proyecto Apolo para llegar a la Luna, el ser humano podría pisar suelo marciano en "diez o quince años". "No conozco a ningún astronauta que haya visto un ovni en el espacio", sentencia con escepticismo.

Foto: Marcial Guillén

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 24 de octubre de 2014

LA VOZ DEL DOMINGO



 (Publicado en Revista Gurb el 24 de octubre de 2014)

Pepe Domingo Castaño (Padrón, La Coruña, 1942) no es un periodista más. Es la voz de la radio, la voz de los domingos, la voz del fútbol con sus pasiones, sus alegrías y sus tristezas. Generaciones enteras han crecido con sus tonadillas simpáticas entre goles y sinsabores. Pepe Domingo no es historia de la radio, él es la radio, y además el único vendedor de España al que la gente no le tiene manía, más bien al contrario, Pepe es un personaje entrañable, como de la familia, y entra en los hogares españoles vendiéndote, entre boleros y ternura, unos zapatos Martinelli o un purito o un jamón Navidul y hasta le coges cariño por mucho que sepas que quiere colocarte una motosierra Stihl cuando tú no necesitas una motosierra Stihl, ni mucho menos una sopladora, pero estás dispuesto a comprárselo todo a Pepe, porque Pepe es ese amigo que siempre aparece para hacerte reír y cantar y porque sin Pepe las tardes de domingo ni son tardes ni son domingos. Dice que el periodismo que se hace ahora es peor que el de antes, que España está "periodísticamente muerta" por culpa de los intereses políticos de los periodistas y que solo se jubilará cuando pierda la ilusión por la radio, algo que todos sabemos no sucederá nunca.

Entrevista completa en Revista Gurb

EL PERRO Y LA RABIA

(Publicado en la Revista Gurb el 10 de octubre de 2014)


Violencias y delincuencias las hay de muchas clases, unas prohibidas y perseguidas, otras más o menos toleradas, aceptadas, institucionalizadas. Está la violencia ciega del yihadista que pierde la chaveta y se la hace perder a otros a machetazo limpio. Está la violencia del pederasta rijoso y bestial que acecha a las niñas en inocentes parques públicos. Y está la violencia del banquero corrupto que vive la vida loca a golpe de tarjetazo black, a tutiplén, con avaricia a fondo perdido, sin preocuparse lo más mínimo de los pobres ciudadanos que pasan por su lado muriéndose de hambre sin rechistar. Pero por encima de todo, está la violencia de un Estado que se permite imponer su santa autoridad y su poder intransigente sobre la vida de los otros. Hablo de la violencia de ese gobierno madrileño que ha decidido aplicarle la inyección letal al pobre Excalibur, el perro de la enfermera infectada por ébola que no se metía con nadie, el animal que hasta esta mañana era un ser feliz que disfrutaba con su simple ración de pienso y agua y que creía que los seres humanos eran sus mejores amigos.
No voy a entrar aquí en si hay demagogia o no en aquellos que se horrorizan porque Occidente se estremece ante la muerte de un perro mientras asiste indiferente al holocausto de cientos de niños en África. No creo que eso sea verdad, no creo que haya muchas personas con tan mala baba que no sientan una úlcera de dolor abriéndose en su interior cuando ven por la televisión cómo los pobres africanos caen como chinches por culpa del virus letal. Lo que ocurre es que contemplamos la desgracia ajena y a los cinco minutos, por un puro mecanismo de supervivencia, el cerebro se conjura para ponernos una venda en los ojos, para hacernos olvidar y así seguir viviendo. De otra manera nos volveríamos locos. Si un pobre mortal como cualquiera de nosotros es incapaz de resolver sus insignificantes problemas cotidianos cómo va a poder terminar con el hambre de mil millones de personas. Es imposible. Así que nos limitamos a sentir un temblor interior por el sufrimiento ajeno y seguimos tirando con el nuestro. Creo que todos estamos de acuerdo en que la vida de un niño africano lo merece todo, incluso el sacrificio de un perro y hasta de cien mil perros. Pero éste no era el caso. Matando gratuitamente a Excalibur, sin certificar si padecía la enfermedad o no, no se salvaba la vida de nadie y una vida, sea de hormiga, de topillo, de perro o de ser humano, es única, milagrosa, sagrada. Eso lo sabe bien ese bombero lúcido y sabio que practicó el boca a boca a un perro para tratar de salvarlo de un incendio. Donde hay vida hay conciencia y donde conciencia hay un hálito divino.
Un país avanzado como se supone que es España debería tener la suficiente sensibilidad y las leyes necesarias como para no verse obligado a exterminar a un perro brutalmente, totalitariamente, sin certificar antes si está sano o enfermo. Pero claro, España, la cerril y atávica España, está más en ese momento medieval del torneo del toro de La Vega, en el lanzamiento de cabras desde campanarios asesinos o en la caza indiscriminada de hermosos elefantes en monterías nauseabundas. Pues mientras no salgamos de ahí, seguiremos siendo un pueblo bárbaro incapaz de progresar, un pueblo sin valores ni principios humanistas. El nivel cultural de un pueblo se mide por el respeto que muestra hacia los animales. Si Dios existe está implícito en el último insecto de este mundo. En el caso de Excalibur se ha impuesto la lógica ciega y aplastante del Estado, la maquinaria histérica y aberrante de unos mandatarios sobrepasados por su propia incompetencia que no pensaban más que en quitarse la patata caliente de encima cuanto antes. Muerto el perro se acabó la rabia, han debido pensar. Qué gran forma de hacer política. Los animalistas que se han enfrentado a la Policía para tratar de evitar la muerte de Excalibur no eran locos iluminados sino avanzados a su tiempo. Quien no respeta la vida de un animal no es capaz de respetarse a sí mismo.
Miro a mi perro Kosmo y pienso que hay muy pocas personas en este mundo a las que quiera más que a él. Ese cuadrúpedo de mirada tierna e inteligente me ha sacado del pozo cuando estaba a punto de perderme en el abismo más lóbrego. Ese peludo de nariz de trufa tiraba de mí para levantarme del sofá y jugar conmigo a la pelota cuando ya no tenía fuerzas para seguir adelante. Ese amigo fiel me mira, empina las orejas puntiagudas y comprende perfectamente lo que estoy pensando y sintiendo. Pocos seres humanos han hecho tanto por mí como él. Con la mano en el corazón: me da mucha pena que la gente se esté muriendo de ébola en África y ojalá pudiera hacer algo por ellos. Eso es una cosa y otra muy distinta es que nunca permitiré que un juez adocenado o una ministra necia o un consejero de Sanidad inepto entre en mi casa para matar a mi perro. A uno de los pocos amigos fieles que me quedan ya. A un miembro de mi familia.

Ilustración: Artsenal

viernes, 10 de octubre de 2014

EL SENTIDO DE LA VIDA

 (Publicado en la Revista Gurb el 26 de septiembre de 2014)


Me cuenta Pedro Duque, mi astronauta de cabecera, que a Marte podríamos llegar en un rato si se destinara el parné suficiente para costear toda la cuchipanda, o sea la gasolina, los ingenieros, las latillas espaciales y las tuercas de la nave. ¿Pero ir a Marte para qué? Los científicos quieren encontrar agua en el planeta rojo y uno se plantea si no sería mejor buscar agua en Murcia, que los pobres lagartos ya van con cantimplora, como diría Chiquito de la Calzada. A fin de cuentas Marte es como Extremadura, solo que sin cabras. El ser humano necesita saber la causa de todo, como si de esa forma pudiera solucionar los males del mundo. Cuando finalmente descubre que la Tierra se está calentando por el efecto invernadero y que nos podemos ir todos al carajo por una mala insolación nos sentimos muy satisfechos y ufanos creyéndonos el ombligo del Universo por haber resuelto el gran misterio. Sin embargo, las soluciones ya las buscará otro, Al Gore o el primo de Rajoy, que para eso es catedrático de no sé qué. Especie absurda y estúpida ésta.
Yo no sé si debiéramos llegar a Marte para dejarlo todo perdido de folletos de Ikea, bolsas de El Corte Inglés y latas de coca cola. Hoy nadie se acuerda ya de la Luna. Aquello se lo montó Kennedy para despistar a todo el mundo y poder echar una canita al aire en el despacho oval. Mientras Armstrong dejaba su santa huellaca en suelo lunar y Aldrin iba de pingo en pingo entre cenizas y rocas muertas, el presidente andaba metido en otros polvos, prometiéndole su Luna particular a Marilyn. No te bajan la tapa del váter, te van a bajar la Luna, debió pensar la rubia maravillosa y eterna. Por mi parte, no niego que me apasionan los misterios del cosmos. Crecí con Spielberg y Carl Sagan, buenos amigos que con sus marcianos y naves espaciales hicieron volar mi imaginación y me ayudaron a evadirme de aquella infancia llena de colegios de curas, realismo sucio, tardofranquismos y transiciones. Todavía disfruto como un mamoncete leyendo ciencia ficción (los hipsters, o sea los progres de toda la vida, ahora la llaman literatura de anticipación) pero opino, como decía el filósofo aquel, que los males del mundo vienen de esa manía del hombre de no saber estarse quieto en su casa. Stephen Hawking se ha dejado ver por Canarias estos días. Se ha marcado un crucero de lujo por el Atlántico, ha comido mojo picón, ha dado un par de charlas y ha confesado que es más ateo que un billete de quinientos euros. Pero a la hora de explicar el origen de la creación, del big bang, de los agujeros negros y toda esa carraca cósmica, a la hora de mojarse sobre cómo nació este sindiós que es el Universo, el genio va y nos despacha diciéndonos que hoy por hoy –tras décadas de sesudo estudio, de dejarse dioptrías en el telescopio y de pasarse la vida entregado a fórmulas matemáticas incompresibles– todavía no sabe por qué existe. Tóquese los pies, señor Hawking, para ese viaje no hacían falta alfombras, como dijo el inculto aquel. Quién sabe. Quizá lo descubra dentro de un cuarto de hora. Yo de Hawking, más que con el astrofísico, me quedo con el hombre. Hay que tenerlos muy bien puestos para pasar, en apenas un chasquido de dedos, de las orgías y las birras universitarias de Cambridge a la silla de ruedas pilotada con una pajita en la boca. Ahí cree uno que radica el secreto de la vida, en la lección existencial del genio, en la fuerza de voluntad de un hombre que decide superar su mortalidad para convertirse en inmortal. "Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor", decía Schopenhauer.
Gallardón, flamante y feliz dimitido, es otro que ha aprendido lo que es el dolor, el dolor que le han infligido sus propios compañeros de partido, tan pérfidos y traidores ellos que lo han dejado solo, más solo que la una, con sus abortos a la carta para niñas pijas. Uf, eso tiene que escocer como unas ingles brasileñas depiladas con cuchillo jamonero, en plan burro, o sea. Los americanos nos llevarán a Marte algún día, no me cabe la menor duda. Encontrarán cubitos de hielo en los polos para una juerga con güisqui on the rocks, montarán un McDonald’s y luego se largarán por ahí, con viento fresco, hala, a destrozar otro planeta. Puede que en unos pocos siglos, si el ser humano sigue caminando aún sobre la faz de la Tierra, nos lleven a las estrellas y más allá. Pero mucho me temo que cuando lleguemos a Alfa Centauri seguiremos ignorando lo esencial, seguiremos sin tener pajolera idea de nada. El progreso consiste en la percepción equivocada de que vamos cada vez más deprisa cuando en realidad vamos cada vez más despacio. Antes de superar la velocidad de la luz hay misterios mucho más importantes por resolver aquí abajo, como por qué no entendemos la letra de los médicos, por qué hablamos con nuestros perros, por qué Esperanza Aguirre se ha dado de pronto a las trepidantes persecuciones policiales con la pasma, por qué a Isabel Gemio la llamaban Paca La Brava, o por qué las guiris de Magaluf practican el trueque de cubatas por chilindrinas. De modo que siéntese y relájese, ocupado lector, porque los científicos aún tardarán en aclarar cómo diablos se montó todo este pollo universal en el que andamos metidos. Mientras tanto, nos quedan los Monty Python y su necesario sentido de la existencia: "Mire siempre el lado brillante de la vida". Por cierto, que dicen por ahí que Cañete ha vendido ya sus petrodólares. Ése sí que sabe lo que es la vida. Dónde estará el probe Migué, que hace mucho tiempo que no sale…

Viñeta: Adrián Palmas

ECONOMÍA DE GUERRA

(Publicado en la Revista Gurb el 12 de septiembre de 2014)


Los yihadistas de Estado Islámico rebanan cabezas cristianas y juegan con ellas al polo (como en aquella vieja película de Huston); Israel pisotea niños-insecto en su patio trasero, en el Auschwitz de Gaza; los cárteles de la droga a tiro limpio en México deefe, última frontera de la coca; los coreanos se juegan el futuro del mundo a la ruleta nuclear; Putin, el hijo de Putin, arenga a sus cosacos de sangre y vodka en Ucrania. Es el mundo sacudido, estremecido por el sindiós de la guerra, la maldición cainita de la guerra, los cuatro jinetes del apocalipsis capitalista, porque la guerra no es otra cosa que la culminación perfecta de un sistema económico desalmado, injusto, criminal. Peste, hambruna, guerra. No hemos salido del Decamerón de Boccaccio.
Mientras escribo estas líneas me entero por La Sexta de que Emilio Botín acaba de espicharla, un infarto tonto se lo ha llevado por delante a él y a su castillo de naipes, dólares y ferraris, ese castillo que parecía una fortaleza eterna pero que es más falso que un lifting de Raphael. Botín El Botines. Los botines de Botín. La muerte no entiende de finanzas. Todos (por supuesto también El País) se deshacen en elogios hacia él y lloran la cara amable del gran hombre; todos vomitan palabras sarnosas e indecentes, cínicas e hipócritas, en recuerdo del gran banquero, del gran arquitecto de la usura, la injusticia y el expolio humano. El demonio ha muerto, larga vida al demonio. Hay que enterrar con honores al aparejador del desfalco, al Mefistófeles del dólar y el engaño. ¿Pero cuántas guerras se habrán sufragado con el dinero de las familias heráldicas de Botín? ¿Cuántos miles de armas se habrán comprado con el dinero custodiado por Botín? ¿Cuántas muertes a plazo fijo y al cero por ciento TAE (Matías Prats mediante) se habrán certificado con el dinero enfangado de Botín? La guerra del hombre contra el hombre se alimenta con la codicia y con los números engañosos de los del monóculo y los manguitos. Esta guerra de todos contra todos, de ricos contra pobres, de árabes contra sionistas, de norte contra sur, de poderosos contra esclavos, de empresarios contra parados, de opresores contra oprimidos, se financia gracias a los capataces que como Botín gobiernan el mundo a golpe de látigo y sucia comisión desde sus elevados rascacielos rojo sangre, rojo Banco Santander. La guerra no es el estado natural del hombre, como ha querido inculcarnos el filósofo coñazo aquel, la guerra es el producto inmediato y necesario del dinero. La guerra se planifica metódicamente en los despachos de los gobiernos, en las fábricas de la industria armamentística, en los consejos de administración de los grandes bancos, y se exporta más tarde, como un ébola contagioso y mortal, como una gran multinacional colonialista de odio y fuego que se extiende por todo el mundo, hasta el último rincón de África, donde niños famélicos empuñan el kalashnikov porque tienen miedo y hambre. La guerra solo sirve para dar novelones como Los desnudos y los muertos de Mailer, lo mejor que se ha escrito sobre el tema.
España, nostálgica de aquellos tiempos pasados en los que aún ganaba guerras, se ha quedado para enviar un puñado de militronchos a Afganistán, de cuando en cuando, aunque solo sea por llamar un poco la atención de la ONU y que parezca que aún pintamos algo en el mapamundi. España, país de cuatreros y miserables, lejos ya de las grandes guerras, vive ahora para chulearle la barcaza al Rey de Marruecos, para darle el ultimátum ridículo a los llanitos de Gibraltar o plantar el banderazo en Perejil con fuerte viento de Levante. Así, con esas incursiones esporádicas, con esas razias y amagos de guerrilla, el español macho y bravío va matando su mono bélico ancestral. Occidente arde en guerras por doquier porque así, a bombazo limpio, a golpe de guerra mala, es como este primate enloquecido va controlando su sobrante de población, su colesterol humano. Una buena guerra a tiempo mantiene a raya a los negritos del África tropical, que ya van siendo muchos y molestan con tanto dar saltitos en la valla de Melilla; una buena guerra regula la demografía mejor que cualquier campaña de condones y de paso se vende mucha metralla y mucho tanque oxidado para que los halcones del Pentágono, que mandan más que Obama, puedan sacar tajada y seguir jugando al golf y zumbándose a sus rubias de botella en plan Falcon Crest. A fin de cuentas, los generalotes rampantes de hoy, los tecnócratas de la muerte que nos teledirigen desde Washington, fueron los jipis de ayer. Y ya se sabe lo que decían aquellos melenudos fumados y cachondos: Haz el amor y no la guerra.

Viñeta: Igepzio

jueves, 9 de octubre de 2014

EL BLUES NEGRO DE A.M.GALLO



 (Publicado en Revista Gurb el 9 de octubre de 2014)

Oración sangrienta en Vallekas es la última novela de Alejandro M. Gallo (León, 1962). En ella, el inspector Ramalho Da Costa regresa para investigar varios crímenes, entre ellos el misterioso asesinato de un cura seguidor de la Teología de la Liberación en el que parece estar implicado el Vaticano. La trama le sirve a Martínez Gallo para elaborar un atinado collage de la España de hoy, una España fracturada entre ricos y pobres donde el estado de bienestar ha colapsado, la corrupción campa a sus anchas y todos los códigos morales han saltado por los aires, haciendo cada vez más inminente la amenaza de la ley de la jungla. "Todavía hay crímenes sin esclarecer en la Iglesia católica", asegura el novelista, quien está convencido de que es un error afirmar que fue la izquierda quien acabó con Dios, ya que a "Dios lo mataron entre la burguesía y el capitalismo durante la Revolución Francesa y el proceso de secularización posterior". Luchador infatigable por la recuperación de la memoria histórica, Gallo se siente un "hombre de orden" que sufre y padece con el dolor de las víctimas de los delitos y que aún confía en la grandeza del ser humano: "Ningún médico le dice a una embarazada que acaba de dar a luz: Oiga, ha tenido usted un delincuente", ironiza. Ramalho Da Costa, inspector que para resolver los casos actúa ya por libre, al margen del sistema policial, casi como un lobo solitario, alcanza en esta novela trepidante llena de humor cervantino y de personajes fascinantes la categoría de mito literario a la altura del mismísimo Pepe Caravalho, el detective de Vázquez Montalbán. "Mis personajes se mueven en la disyuntiva entre la ley y la justicia y al final han optado por la justicia", asegura el escritor. Martínez Gallo, XIV premio García Pavón de Novela Policiaca 2011, es además de licenciado en Filosofía, Ciencias Políticas y de la Educación, comisario jefe de la Policía Local de Gijón. También es colaborador de la Semana Negra que se celebra en la ciudad asturiana.

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 19 de septiembre de 2014

LAS BALLENAS

(Publicado en la Revista Gurb el 29 de agosto de 2014)

En algún lugar he leído que los japoneses quieren reanudar la pesca comercial de las ballenas, como si en el mundo no hubiera otra cosa mejor que hacer que andar por ahí matando a esos animales de una belleza jurásica, titánica, inteligente. Parece que los señores amarillos (tan tenaces ellos) no han tenido suficiente con llenarnos la casa de transistores, de pescado trufado de anisakis y de radiactividad enlatada, y ahora andan erre que erre hacia el exterminio definitivo del animal más bello y sabio que ha poblado jamás el planeta. Yo a los japoneses balleneros les metía un arpón por el ojal, a ver si así, a base de arponazos, se les quitaban las ganas de meterles puyazos a las pobres ballenas. Un japonés es como un torero del mar, Morenito de Okinawa (con menos paquete, eso sí, aunque similar cara estreñida y avinagrada de paleto taurino) y en lugar de tomarla con el toro bravo la emprende a cañonazos contra la indefensa ballena, que no tiene cuernos ni le hace daño a nadie. La caza, por mucho que nos guste Miguel Delibes como escritor, es el deporte insignia de la derecha fascista y a Franco le ponían las perdices a huevo como al Rey le han puesto los elefantes viejos y enfermos que luego le han salido por la culata. Lo malo del ser humano (o más bien habría que llamarlo "humalo") es que siempre tiene que estar matando algo. Si no, no es feliz. A los españoles (bravucones por definición) les pone mucho matar toros; los japoneses (voraces como hormigas, ya digo) tienen por costumbre la ballena; mientras que a los ingleses (siempre aristócratas y elitistas) les ha dado más por el zorro, animal proleta y solitario de extracción humilde que se busca la vida como puede. Los canadienses, por su parte, son más de liquidar focas, seres de una simpatía circense, fresca y resbaladiza, cuya piel sirve de abrigo para las gordas vulgares que van a la ópera a bostezar o a soltarse algún pedo. Alguna vez leí que entre unos cuantos cazadores de Groenlandia pueden llegar a cepillarse hasta 350.000 ejemplares de una sola tacada, a estacazo limpio, sin despeinarse los tíos. Finiquitado el socialismo, el ecologismo es la última ideología noble, pura y sensata que puede practicar alguien en su sano juicio en estos tiempos apocalípticos que corren y mucho más todavía desde que Aznarín dijera aquella estupidez de que "el ecologismo es el nuevo comunismo". Menuda soplapollez. La Tierra agoniza, entre otras cosas señor José Mari, porque los amigachos de Franco y Fraga, sus padres políticos, se dedicaron a llenar la costa de Babilonias y Marbellas para que Pajares y Esteso rodaran películas sobre suecas y no en plan Bergman, precisamente. Uno, si tuviera valor suficiente, lo enviaba todo al cuerno y se embarcaba en la cruzada con los melenudos de Greenpeace, pero qué le vamos a hacer, soy débil y miope y la peor pesadilla de un miope es que se te rompan las gafas en medio del Ártico, a diez mil kilómetros de distancia de la óptica más cercana. Sin ser activista, me considero ecologista hasta las cachas porque me hierve la sangre cuando veo una mancha negra de chapapote flotando en el mar, cuando me tropiezo con una lata de cerveza vacía vilmente arrojada junto a un hermoso acantilado, cuando sorprendo a un cazurro apaleando a su perro indefenso o cuando escucho que el hombre extermina unos centenares de especies al año sin que ni la ONU ni el hada madrina Brigitte Bardot puedan hacer nada por detener el holocausto. Percibo el ecologismo rabioso que me corre por las venas cada vez que vuelvo a ver esa grandiosa película de Kurosawa, Dersu Uzala (el viejo cazador hermanado con la naturaleza) y se me escapa una lagrimilla fugaz, imperdonable, llámenme hortera pero es así (tanto Félix Rodríguez de la Fuente tenía que salirme por algún lado). Me embarga una profunda tristeza en aquella escena en la que el bueno de Dersu se queda ciego y tiene que dejar el bosque, su hábitat armónico y feliz desde que era un niño, su mundo rousseauniano y edénico, para ir a morir a la ciudad, territorio ruin, hostil, odioso, lleno de bárbaros salvajes. Pero estábamos con el ballenicidio perpetrado por los japos, no nos andemos por las ramas y cerremos de una vez esta columna tan vana como inútil. Exterminar ballenas, osos polares, linces, abejas, topillos o rinocerontes será el último acto de fascismo darwinista que este engendro mal llamado racional que es el hombre y que está condenado a destruirse a sí mismo llevará a cabo sobre la faz de la Tierra. Melville se empeñó en escribir una leyenda falsa sobre las orcas, a las que cuelgan el cartel de asesinas cuando no hay mayor asesino en este planeta que el bípedo zumbadillo de inteligencia sobrevalorada. A mí de toda la vida me cayó mejor Moby Dick que el envilecido capitán Ahab. Yo a las ballenas siempre las he visto como ángeles puros y solitarios de talla XXL, seres místicos que cantan sus tristes letanías en medio de la inmensidad fría, oceánica y desolada del universo. Como decía el gran Roberto Carlos, el cantante, no el futbolista, por supuesto: "Y ballenas desaparesiendo por falta de escrúpulos comersiales". Pues eso: que yo también quisiera ser civilizado. Como los animales.

Viñeta: Igepzio

LA TRISTE FIGURA


 (Publicado en la Revista Gurb el 1 de agosto de 2014)

A los españoles siempre se nos ha llenado la boca de Cervantes pero resulta que nos la trae al pairo y nos tira del ala dónde se estén pudriendo sus huesos sagrados e insignes. Cervantes es un caso típico de escritor superado por su personaje. Se suele hablar mucho de Don Quijote, pese a que la inmensa mayoría de españoles no lo ha leído; se escriben tratados sesudos sobre el caballero de la triste figura; y se cita al hidalgo lunático en las tertulias políticas, sobre todo los tertulianos de la derecha tipo Paco Marhuenda, que aparentan saber de todo pero en realidad no saben de nada. ¿Quién no ha dicho alguna vez aquello de fulanito es un Quijote? El noble y singular caballero andante que trinchó a los molinos de viento con la audacia con la que Montoro trincha nuestras carteras forma parte de la iconografía existencial del pueblo español, pero nadie o casi nadie suele referirse al gran escritor, al soldado de fortuna que anduvo perdiendo manos por batallas y Lepantos, al novelista que murió enfermo, solo, pobre y abandonado.
En España, a Cervantes lo tenemos medio olvidado por mucho que, por disimular un poco, le hayamos puesto su nombre a un premio literario que siempre ganan los instalados. A Conan Doyle sus fans lo confundían con Sherlock Holmes; Bela Lugosi terminó creyéndose su vampiro y dormía en un ataúd; y a Cervantes se lo comió su personaje, de tal guisa que hasta nos hemos olvidado de dónde está enterrado el hombre. Ningún gobierno desde que se instauró la democracia se ha preocupado por sacar de su cripta de polvo e ingratitud al escritor universal y en el calendario es fiesta nacional la Virgen del Pilar, San Valentín, el día del trabajo sin trabajo y la Constitución Española que nadie cumple, mientras que a Cervantes lo dejamos morirse de asco en su pudridero y a lo sumo lo despachamos con una mala callejuela en cualquier poblacho o un par de preguntillas en el examen de selectividad, para que a los chavales les vaya sonando el nombre y no lo confundan con Cristóbal Colón. Es la España de siempre, la España bruta e inculta, la España de los fementidos canallas, como diría el hidalgo de la Mancha, la España que encumbra a los rufianes y escamotea los honores de Estado a sus más brillantes hijos. Tenemos tumbas de genios por ahí perdidas, por doquier, en campos y cunetas (a España le sobran cunetas asesinas y le falta humanismo y decencia) sin que a nadie parezca importarle, sin que se reconozca el valor de los esqueletos valerosos, sabios, universales. La vida de un gran hombre no es nada sin un epitafio memorable y un altar de rosas frescas con una cohorte de rendidos peregrinos doblando el espinazo ante el mito. Ahí está el pobre Federico, cuyo cuerpo quema como una patata caliente, con cuyos restos nadie quiere tropezarse, no vaya a ser que estalle otra guerra civil. Cervantes, por no tener, no tiene ni siquiera un mal retrato suyo contrastado, autenticado, fidedigno.
A mí siempre me ha resultado mucho más interesante el personaje de Cervantes que el de don Quijote. El Quijote es el prototipo de noble arruinado por su mala cabeza, un grande de España que se hace pequeño, y de esos tenemos un puñado en este país misérrimo que nos ha tocado vivir, véase Urdangarín, otra triste figura, un figurín por así decirlo. Pero Cervantes es el español pobre y maltrecho manteado por la vida y aplastado por los molinos de la injusticia. Cervantes es el pueblo que trinca unos dineros del fisco para ir tirando, que se apaña unas picarescas para echar la sopa boba a la escudilla, que se busca la vida como puede para que no lo desahucien por no pagar la hipoteca. A Cervantes no lo querían ni en la Villa ni en la Corte, no lo quisieron ni en pintura, y por eso no le hicieron ni un mal retrato, ni lo nombraron ministro de nada, ni le dieron una tumba decente con chiringuito de souvenirs siquiera para colocarle unos llaveros a los guiris. Cervantes tuvo que soñar sus Dulcineas como todo español perdedor sueña con los pibones imposibles de la televisión. Uno cree que Amenábar ya tarda en hacerle una película a don Miguel, porque la vida de nuestro mejor novelista dice más de nuestra Historia, de nosotros mismos, que la del propio don Quijote. Cervantes tiene más de Sancho que del hidalgo de la Mancha, y eso me gusta, porque en España somos más de la zorrería de Alfredo Landa que de la elegancia británica de Fernando Rey (los dos actores que mejor llevaron al cine la cosa ésta del Quijote). A don Miguel que lo saquen ya del nicho, que le pongan la gola en el cuello y le den una pluma para escribir. Porque está más vivo que nunca.

Imagen: Adrián Palmas

jueves, 11 de septiembre de 2014

EL DEMONIO DE LA GUERRA

 

(Publicado en Revista Gurb el 11 de septiembre de 2014)

Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) es uno de los corresponsales de guerra que marcarán una época en la historia del periodismo español. Como reportero gráfico ha cubierto numerosos conflictos armados en América Latina, África, la antigua Yugoslavia y Oriente Medio. Ha trabajado para diferentes medios, aunque le gusta definirse como freelance, periodista independiente. Colaborador habitual de Heraldo de Aragón y El Magazine de La Vanguardia, ha trabajado para la Cadena SER, el servicio español de la BBC y la revista Tiempo. Entre los premios que ha recogido se encuentra el prestigioso Ortega y Gasset de periodismo, en cuyo discurso acusó al Gobierno de España de la venta masiva de armas a países en conflicto. Ha publicado numerosos libros, entre ellos El cerco de Sarajevo, sobre la guerra en la ex Yugoslavia, Vidas minadas, donde relata y fotografía la tragedia de los mutilados por las minas antipersonas, y Desaparecidos. Asegura que el periodismo español ha perdido su independencia por su sometimiento a los poderes económicos y políticos y que el periodista de guerra habla demasiado de sí mismo: "Nuestro trabajo consiste en ir a las guerras y contar lo que allí pasa, lo que nos suceda a nosotros no le interesa a nadie".

 Entrevista completa en Revista Gurb

jueves, 28 de agosto de 2014

LA EXTINCIÓN DE LA VIDA





 (Publicado en Revista Gurb el 28 de agosto de 2014)

José Luis García (Almería, 1964) es uno de los expertos españoles que más saben sobre cambio climático. Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid, ha trabajado en la Plataforma Solar de Almería del CIEMAT. Desde el año 2012 es Jefe del Área de Energía y Cambio Climático de Greenpeace, donde impulsa proyectos de la máxima importancia en todo el mundo. Miembro de la delegación de esta organización ecologista en conferencias de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (Kioto, 1997; Marrakech, 2001), es también integrante del Consejo Nacional del Clima y de su Comisión Permanente, así como del Consejo Consultivo de Electricidad de la Comisión Nacional de la Energía. Asegura con rotundidad que el ser humano podría estar extinguido como especie en 200 años, si no da marcha atrás en su voraz proceso de contaminación y destrucción del planeta.

Entrevista completa en Revista Gurb

jueves, 14 de agosto de 2014

LA MONJA REBELDE

(Publicado en Revista Gurb el 14 de agosto de 2014)

Sor Lucía Caram (1966, Tucumán, Argentina) es monja dominica contemplativa. Desde que estalló la crisis, compagina su vida religiosa, en la que se ha revelado como la más ferviente defensora de los derechos de los que lo han perdido todo, con una intensa actividad en los medios de comunicación, donde lanza sus verdades y diatribas contra los políticos corruptos. Directora del programa de RNE El Punt de Trobada y colaboradora de La Sexta, es también autora de Mi claustro es el mundo (Plataforma Editorial, 2012). Sor Lucía Caram tiene una cuenta de twitter con más de 60.000 seguidores, con los que charla a diario sin desatender su labor de asistencia a miles de desahuciados, pobres y marginados. Asegura que Rajoy vive en un sueño de grandeza junto a "sus cortesanos" mientras el paro y la pobreza infantil alcanzan niveles "alarmantes". A los políticos corruptos los califica de "traidores, no cristianos", gentes "borrachas de poder", y reconoce que, aunque ha recibido propuestas para meterse en política, nunca ha tenido "esa tentación".

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 1 de agosto de 2014

FORENSE DE LA HISTORIA



(Publicado en Revista Gurb el 1 de agosto de 2014)

José Cabrera Forneiro (Madrid, 1957) psiquiatra y médico forense, es quizá el especialista en este terreno más popular entre el gran público. Sus habituales colaboraciones como contertulio en el programa de televisión Cuarto Milenio de Iker Jiménez y sus libros, algunos de ellos auténticos best sellers, lo han convertido en un personaje de gran trascendencia mediática. Cabrera cree que si finalmente se localizan los restos de Miguel de Cervantes servirá como un reclamo turístico más para visitar Madrid. "En España nos ha faltado cultura y delicadeza histórica para conservar los restos de nuestros ciudadanos ilustres", asegura. Su último libro CSI: Jesucristo. Anatomía de una ejecución (Atanor Ediciones) analiza con la rigurosidad de un experto médico forense los escenarios, la tortura, la crucifixión y la agonía del Mesías.

Entrevista completa en Revista Gurb

lunes, 28 de julio de 2014

DON JORDI


Éramos pocos y parió Pujol. Justo cuando Jaume Matas buscaba un hotelito típico y tranquilo a las afueras de Segovia para cumplir su balneario de nueve meses de cárcel; justo cuando se empezaba a filtrar que Leo Messi chupará banquillo como un vulgar suplente del Barsa por sus chanchullos con Hacienda; justo cuando al Rey le daba la ventolera veraniega y prohibía trabajar en la empresa privada a la parentela real; justo cuando empezábamos a creer de nuevo en Dios y en la democracia, zas, boum, tracatrás, otro vuelco, otro susto, esta vez el muy honorable president, el señor don Jordi, el señor Yoda-Pujol, que muy compungido y arrepentido él, va y pide perdón por haber estado ocultando en el extranjero, durante años, durante décadas, los milloncejos de una herencia. Solo le ha faltado decir aquello tan borbónico de "lo siento mucho, me he equivocao y no volverá a ocurrir". ¡Y tanto que no debería volver a ocurrir, señor mío! Al pueblo ya no le valen meras disculpas, ni ojitos de cordero degollado, ni falsos remordimientos. Con la que está cayendo, y tras esta confesión descarnada, el señor Pujol debería ir pidiendo plaza voluntaria, catre y comida caliente en Alcalá Meco. En treinta años de nacionalismos y diadas, en treinta años de olimpiadas, rumbas, pactos y conspiraciones, primero con Felipe El Hermoso, luego con Aznarín de Quintanilla y más tarde con el otro y el de la moto (porque se los tiró a todos en su supuesto afán por catalanizar España) no encontró un hueco el hombre para regularizarse, para declarar el pufo y ponerse al día con el fisco, con el fiasco. Don Jordi siempre anduvo tan ocupado bordando nuevas banderas y nuevos Països, trincando transferencias estatales a manos llenas, amasando pesetes para la causa (su propia causa y la de Banca Catalana) que se le olvidó el meollo, el tema, la pasta, se desmemorió, un lapsus como otro cualquiera, qué tontería ¿verdad? Se le pasó por alto al honorable que estaba incurriendo en un grave delito tipificado, como dicen los picapleitos analfabetos que salen por la tele en las crónicas negras de Ana Rosa. Es lo que tiene eternizarse en el poder, que uno se vuelve senil, un castrista de CiU, se le va la cabeza y entre tantos asuntos se le olvidan algunas cosillas sin importancia como tributar las fortunas propias y ajenas. ¡Qué desvergüenza, qué bochorno, qué mofa y befa para el gran Yoda, el maestro Jedi guardián de las esencias catalanas de la galaxia! A este paso no van a quedar limpios del pringue de la corrupción ni los nobles leones de las Cortes. Don Jordi iba a pasar a la Historia, con letras de oro, como el estadista de mayor altura política al oeste del manantial de Canaletas, uno sesenta con tacones, ahí es nada, tos de hombre sabio que habla para el cuello de la camisa, cof, cof, chiquito pero matón, el Winston Churchill de la sempiterna e imposible cruzada catalanista, el ariete contra el españismo recalcitrante, el jerarca que ponía rostro a la oligarquía de Pedralbes y de paso daba mucha caña al obreraje anarquista, charnego y murciano de Barcelona. ¿Y ahora qué? Pues ahora nada. Ahora lo mismo de siempre, otro apellido ferrusoliano salpicado por el barro del escándalo, otra vida política que queda a la altura de la butifarra, otra biografía cartografiada con las coordenadas de la infamia, de la mentira, de la vergonya, como dicen por aquellas latitudes. Quienes quisieron ver en él al gran hombre que ponía seny y mesura, realismo y rigor, sensatez y gobernación al Estado central y autonómico, ya no podrán ver otra cosa que un fabricante de paños de Terrassa que se lo estaba llevando muerto en medio de la noche oscura, subrepticiamente, con destino a algún lugar fuera de España. Quienes por un momento creyeron admirar al viejo estadista que anteponía los principios y el sentido de Estado a los delirios independentistas desbocados ahora ya solo verán a un viajante de fondos, de los bajos fondos, habría que decir para ser exactos. Don Jordi iba a entrar en los libros como un hombre acendrado, egregio, único, limpio. Pero al final parece que pasará como el enésimo golfo apandador de las anchas Españas centrales y periféricas. Ni Cataluña ni hostias. La pela es la pela. Qué cullons.   

 Imagen: Efe

LA TRIBU CIBERNÉTICA

(Publicado en la revista Gurb el 18 de julio de 2014)

La globalización es la última gran tragedia de la especie humana, acosada y arrinconada definitivamente por el capitalismo cruento y salvaje. Globalizar supone reducirnos a una idea, a un pensamiento único, a un imperio, a una moneda, a un idioma, a una canción, a un supermercado, a un tanga, a un programa de televisión, a un pantalón vaquero y a un yogur. Pero la globalización, como toda nueva era, como todo nuevo momento histórico, necesitaba su herramienta tecnológica para llevarse a efecto. Y esa herramienta ha sido, sin duda, Internet.
El neolítico tuvo la rueda, la primera revolución industrial el carbón, la segunda el petróleo, la era atómica la bomba de neutrones y la globalización tiene la red de redes, que con ese nombre no podía ser otra cosa más que una diabólica e infinita malla, una urdimbre, una trama en la que quedamos atrapados como pescaítos fritos gaditanos. Ya todos estamos sofritos por la espantosa y formidable sartén de Internet. Ya todos vivimos chamuscados por el chisporroteante aceite fotónico del ordenador, veneno de neuronas. En el mundo hay dos mil millones de personas que no tienen luz eléctrica, que sobreviven en una oscuridad medieval, endémica, mientras la otra mitad del planeta vive pegada a una luz falsa, a la pantalla engañosa de la computadora. Es lo que los sesudos llaman la fractura tecnológica, pero si lo miramos bien, el supuesto avance, el amanecer de la información, no es tal progreso, sino un inmenso fraude, un gigantesco paso atrás. Le llaman globalización pero en realidad es un totalitarismo cósmico, planetario. Tras miles de años de lucha de clases, de reyes contra lenins, de ricos contra proletas, por fin nos han echado el lazo, por fin nos han reducido a la categoría de esclavos, que es lo que quería el gran capital. Esclavos ultratecnificados, pero esclavos a fin de cuentas. Borregos, ovejas eléctricas, como en aquella novela de K. Dick. Somos una tribu cibernética que se levanta, come, vive, trabaja, produce y se acuesta con el ordenador bajo el brazo, con el teléfono inteligente (¡qué gran oxímoron!) pegado a la oreja y con la tablet metida en el culo. Somos como hombres-orquesta que no paran de hacer sonar, sin ton ni son, sus extraños instrumentos informáticos. Nos han puesto unos grilletes fotovoltaicos en el cuello sin que ni siquiera nos demos cuenta. Cada vez leemos menos papel y chapoteamos más en las cenagosas aguas de Facebook. Cada vez almacenamos menos datos en el cerebro (el más perfecto de los ordenadores posibles) mientras los grandes gurúes de la informática nos aconsejan no acumular demasiados conocimientos, que saber mucho cansa, está pasado de moda y es de antiguos. El paso previo del fascismo es derrotar a la cultura y Leonardo da Vinci, hoy, sería tomado no por un sabio, sino por un carca trasnochado. Ya no es cool aglutinar muchos conocimientos, porque el saber te lo dan el señor Bill Gates o el señor Macintosh con sus inventos del demonio, mientras uno puede dedicarse a la auténtica labor para la que ha sido programado: ir al gimnasio a ponerse vigoréxico y consumir mucho y bien. Hoy es que solo ves jóvenes alelados/tatuados guasapeándose los guasones, jóvenes todo el día dándole a la tecla del Smartphone. Es que están hechos unos mulos, como diría Tony Leblanc.
La sociedad de masas de Ortega devino en la sociedad de la información, en la galaxia Gutenberg o aldea global con sus paletos tecnificados, una aldea que llegó un buen día sin avisar precedida de trompetas y fanfarrias, como la gran panacea que iba a acabar con los problemas del ser humano cuando en realidad nos ha terminado estragando con tanto chip, byte, terabyte, software, plugin y su puñetera madre que los parió. Los que venimos de la era analógica/antológica (hace cuatro días pero parece que fue en el cretácico superior) sentimos cierta nostalgia de aquellos tiempos en que escribías poemas a máquina y luego quedabas con una chica en un bar y no había facebooks, ni tuiters ni guasaps (ni siquiera sé cómo escribir ese engendro de palabro entre anglo y futurista) y te derretías de nervios ante la posibilidad de un plantón en toda regla a las puertas del cine, con el anhelo del no saber si ella llegaría o no, con el dulce miedo al fracaso metido en el cuerpo. Hoy todo está previsto, programado, actualizado, por no quedar no quedan ni cines, no hay lugar para la cita con sorpresa y cualquier usuario anónimo de las redes sociales sabe que te llamas fulanito, que vives en Recoletos esquina Almirante, que te gustan las motos acuáticas, que calzas un 41 y que eres de Quintanilla. Nos han infantilizado tanto, nos han humunculizado de tal guisa que ya solo somos felices como niños cuando obtenemos una buena cantidad de "me gustas" en nuestro muro. Uno, harto ya de tanta matraca informática, está pensando seriamente en largarse a la Patagonia tras clausurar la maldita cuenta de feis. Con toda mi face.

Ilustración: Adrián Palmas

domingo, 13 de julio de 2014

COLORÍN, COLORADO

 (Publicado en la revista Gurb el 4 de julio de 2014)

Hoy uno no es nadie si no sale en la televisión. La pequeña pantalla es el gran oráculo que decide quién debe triunfar y quién debe hundirse en la miseria. Un tertuliano, hoy, puede llegar al Parlamento de Bruselas saliendo todo el rato en la televisión; un presentador mediocre y gris que no sabe poner las tildes ni la hache intercalada puede pegar el pelotazo editorial del siglo echándole jeta en la televisión; y hasta el último pringao del mundo puede llegar a ministro de Cultura si se lo propone y tiene sus buenos minutillos de televisión.
La televisión es el gran asunto contemporáneo, la profecía cumplida del Gran Hermano, que decía Orwell (lástima de hermoso título ensuciado por aquel chabacano programa de televisión presentado por una meona de duchas). Vivimos en un fascismo televisivo sin darnos ni cuenta y comemos, bebemos, vestimos y follamos como nos dice la televisión. A la hora de comer nos meten en la sopa el lubricante con una amplia gama de sabores para impacientes, gourmets y fogosos; o el coche galáctico imposible para cualquier bolsillo; o el támpax perfecto que va nadandito por la piscina, cual espermatozoo alegre y ligero, y se acopla él solito al chichi. Una gallofa tras otra, eso es la televisión. Y, sin embargo, pese a ser la televisión una jaula de grillos grillados, la gente está loca por salir en ella, busca su momento de gloria efímera, de ficción, de mala y venenosa televisión, y los platós vodevilescos están que bullen de folclóricas de cuatro reglas, delincuentes con carné, encocados, putillas, chonis mal peinadas, stripers rehabilitadas, poligoneras de garrafón, tatuados 3D, hormonados de gimnasio, tronistas y alcahuetes del amor que no saben juntar dos frases seguidas. Lo peor de cada casa está en la cárcel o en la televisión, eso es seguro. A Belén Esteban la proclamaron reina del pueblo, o lo que es lo mismo, reina de la mierda rosa, pero para mí que no es más que una boxeadora de la vida a la que le han partido la nariz y el corazón, una pobre chica maltratada por el barrio, corneada por un torero pichabrava y desvirgada de alma por un demonio que se llama Vasile. A mí la Esteban, ojos de besugo y carmín de sangre, no deja de producirme cierta ternura y compasión, porque tras su apariencia de dura pugilista carajillera se esconde un juguete frágil, un juguete roto por la televisión. La fauna televisiva resulta ya vomitiva, insoportable, y solo nos faltaban los bestsellerianos Jorgeja, Màxim y Boris con sus libritos coñazo en plan Proust. Es la nueva generación literaria que nos invade, la generación rosa: el autor, un eslabón silencioso del sistema; el libro, un frasco de colonia; la literatura, una gran mentira, una más. A uno le parece que en este país falta cultura, mucha cultura, y sobra televisión.
Pero España sigue siendo un país de cotillas y porteras y nos enchufamos a las mañanas telecinqueñas de Ama Rosa no buscando al economista sesudo que nos da la brasa con la prima de riesgo; ni los comentarios aburridos de Marhuenda, Rojo o Maraña, que es como aquel entrañable y honrado Lou Grant de nuestra infancia. La gente, digo, el espectador, el gentío, enciende la televisión buscando ingle y bragueteo a tope, el folletín y el folletón, si Lagartijo se lo montó con Frascuelo, si fulanito le dio el revolcón a menganita o si menganita mató a polvos a zutanito, que pasaba por allí, o si aquello fue solo un trío tonto en el jacuzzi, todos con todos, hala, a pasarlo pirata, que es lo que se lleva ahora entre la juventud tatuada, depilada, desnortada. Al español le importa un huevo y parte del otro que el país se vaya al garete, que Bruselas nos calque con puño de hierro, que mañana a los postres llegue la III República o que Montoro, el trilero, nos las meta doblada con el clásico timo de los impuestos. Aquí, lo que de verdad le sigue importando al personal es dónde compra el tanga Mariló, si la Campos ha cumplido los ochenta, si Lola Flores le echó un mal fario a la Pantoja, si el semen de Amador huele a pachuli con whisky, si Peñafiel le hace el vudú a la Reina Letizia, si Rosa Venenito se lo monta con un yogurín que la haga mujer, al fin, ¡aaaagh!, o si Kiko Hernández lleva un armario dentro de sí. Hay una cosa que le quiero decir, ocupado lector: lo mejor que podemos hacer con la televisión es apagarla.

Imagen: Adrián Palmas