Al presidente extremeño, José Antonio Monago, le han pillado la friolera de 32 viajes a Canarias, supuestamente a costa del bolsillo del pueblo, para visitar a una amiga venezolana entrañable, que ahora se llama así a la enamorada, querida, entretenida o ligue fugaz. Él se ha apresurado a decir que devolverá hasta el último céntimo pero ya no se trata de restituir el dinero, se trata de dignidad, de decencia, de responsabilidad política. Todo eso que han perdido también los que le jalean al grito de presidente, presidente. Uno cree que este amorío caribeño, esta aventura tropical al filo de lo imposible, solo se limpia ya con una higiénica y honrosa dimisión. Lo demás son monsergas, vanas excusas, pijadas. Entendemos que al señor Monago le ha perdido una locurilla otoñal amorosa, el delito más inocente y cándido que alguien pueda cometer cuando entra en el crepúsculo de su vida personal y profesional. No se trata aquí de quemar en la hoguera al señor Monago por liarse la manta a la cabeza, tomar un avión alevoso y nocturno con rumbo a la frontera del amor prohibido, que es el que da morbo, y echar una canita cimarrona al aire (o muchas). Allá cada cual con su bragueta y su pichica. De lo que se trata aquí es de que el pueblo español mísero, anémico, carente, no está para costear las amantes de él ni de nadie. Los vicios que se los pague cada uno con su bolsillo y con sus culpas. Pero parece que este Gobierno calabrés, siciliano, estaba muy mal acostumbrado. El pelotazo llevaba a la mordida, la mordida a la mariscada, la mariscada a Suiza y Suiza al burdel de alto standing con tarjeta black, fiesta del pijama y raya de coca. Era el procedimiento legislativo que se seguía habitualmente, una cosa llevaba a la otra. Monago, que se sepa, no estaba en esa cadena sucia, no ha pisado el fango hediondo de sexo, drogas y rock and roll en el que andaba metido el partido. Él era el Barón Rojo del PP que surcaba los cielos de la lujuria y las mataba callando, con elegancia. Un caballero maduro que ponía piso y avión, un señor solvente para relación seria y estable con señorita, como los de antes, porque a él le iba más la vena romántica que el putiferio, la escapada africana con Trivago, el paseo de tortolitos por la bahía de Tenerife, la cena íntima a la brisa del mar, el joyón sorpresa entre mariachis y el magreo Julio Iglesias a la luz de las velas. No hacía daño a nadie con su pequeño secreto, salvo a las arcas del Senado, que son nuestras arcas, eso sí. Allí, en Tenerife, bien lejos de los problemas de Estado, de los jueces y las traiciones, el gran hombre se entregaba al sueño falso de la amante/confidente, la única que le comprende a uno y se le puede contar con toda confianza que fulano está imputado, fijate tú, que mengano ahora va y sale en la Púnica, quién lo iba a decir, que a Zutano no le llega la fianza para salir del trullo, qué escandalazo. En un beso sabrás todo lo que he callado, decía Neruda. Pues Monago necesitaba irse a las Canarias para besar y callar, para dejar atrás la pura y cruda realidad, relaxing cup con mojo picón, quitarse el estrés a polvos, huir siquiera por un momento de la ruina del partido, de la crisis, de los jueces pesados de la Audiencia Nacional que no le dejan en paz a uno, de las escuchas telefónicas, de las redadas de los picoletos, de las aburridas reuniones de Génova, de las ocurrencias de Rajoy, de las mentiras de Blesa El Dandi y del Pequeño Nicolás, que siempre anda metiendo las narices en todo y está hasta en la sopa el nene. Un beso legal nunca vale tanto como un beso robado, decía Guy de Maupassant. Pues eso: lo ilícito, lo clandestino, lo pecaminoso es la puerta a la fugaz felicidad y eso es lo que hacía Monago. Pasárselo pirata. Solo que a costa de nuestro parné. El muy canalla.
Ilustración:
Alejandro Zerené Homs
No hay comentarios:
Publicar un comentario