El ex presidente de las Cortes Valencianas, el inefable y opusino Juan Cotino, había dejado ya la política para dedicarse a cultivar dóciles caquis, allá en su pueblo, como un granjero de Minnesota. Ha sido allí, plantando esa fruta mediterránea, donde se ha llevado el disgusto de su vida al enterarse de que el juez lo acusa de beneficiar a los mafiosos de la Gurtel que hicieron negocio con la visita del Papa Ratzinger a Valencia. Ahora entendemos que Cotino se había inventado lo del caqui para alejarse del mundanal ruido, del fragor de los tribunales, de la alargada sombra de la Justicia. Él debió pensar que refugiándose a tiempo en sus caquis, apartándose de la política y poniéndose el honrado disfraz de agricultor, como cuando Mortadelo se colocaba el disfraz de palmera, el juez terminaría olvidándose de él. Pero caquis de la China, rien de rien, vamos que no ha colado. Cotino creyó que si se refugiaba en sus inocentes caquis, si se aplicaba escolásticamente a sus amigos los frutales, en cuerpo y alma como un monje cartujo, la Justicia lo dejaría en paz y podría salir limpio del vendaval de mierda que azota Valencia como las nueve plagas de Egipto. Debió pensar el hombre que alejándose de todo en su último refugio agropecuario, haciendo voto de silencio y cultivando el caqui, sin meterse ya con Mónica Oltra ni con los rojos ni con nadie, podría pasar desapercibido, librarse, escaquearse de la Audiencia Nacional. No ha sido así. El juez le ha echado el guante y ahora solo le queda comerse el marrón, o sea los caquis, que son astringentes y van bien contra la cagalera el día del banquillo judicial. Pretendía apartarse de todo el diputado del Cristo y la Biblia, pero los pecados del pasado rebrotan siempre en el futuro, como los caquis rebrotan por primavera. Me imagino yo al hortelano Cotino absorto en su huertecillo, injertando un caqui aquí y otro allá, como cuando injertaba contratos a dedo en la administración valenciana. Pienso yo en ese Cotino examinando la mordida que sus dientes dejan en el jugoso caqui, que es como la otra mordida, la clandestina, solo que más pura y natural, menos sucia. El conseller, haciendo valer la máxima de Shakespeare de que siempre es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras, quería seguir callado, mutis por el foro, cremallera total, él a su podadora y a sus caquis, a ver si colaba y no se daba cuenta la Guardia Civil, pero al final el juez se ha enterado y quiere que Cotino hable de sus casos, de sus contratos, de la pasta, de sus empresas, de Canal 9, de tantos y tantos chanchullos. Un ángel exterminador con puñetas y toga negra se le ha aparecido en el huerto, entre árboles y caquis, como una Anunciación de Fra Angelico, para decirle que por muy del Opus que sea ya no es virginal, ni puro, ni inconsútil, sino que está preñado de turbiedades, de mentiras, de cosas. Está tan ocupado el conseller en su huerto de silencios que mucho nos tememos que pondrá como excusa que no puede ir a declarar al juzgado porque tiene que levantarse temprano para trabajar sus caquis, que luego se secan, se pierde la cosecha y es una pena. A veces, el silencio es la peor mentira, decía don Miguel de Unamuno, y Cotino tiene que dejar de callar, de mentir, que luego se enteran los de la UDEF y te dejan en pelotas, como esos desencuerados de Adán y Eva que andan todo el día enseñando la angula y el parrús en la televisión. Cotino que se deje ya de caquis y que vaya al juzgado a explicar quién sacó tajada del viaje del Santo Padre. Que ya le llevarán los caquis a Alcalá Meco.
Imagen: Efe
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