sábado, 24 de octubre de 2020

CÁNOVAS DEL CASTILLO

(Publicado en Diario16 el 23 de octubre de 2020)

Tras la fallida moción de censura de Vox, anda toda la prensa nacional alabando el discurso supuestamente antifascista de Pablo Casado, al que quieren convertir de la noche a la mañana en la viva reencarnación de un nuevo Cánovas del Castillo. El mismo Pablo Iglesias se ha rendido ante el encendido sermón del líder del PP, un alegato que ha calificado, algo exageradamente, de “brillante”, “canovista” y “digno de la derecha española más inteligente”. Bien es verdad que tras echarle flores a su rival de la bancada conservadora, acto seguido el dirigente de Unidas Podemos matizó con acierto que la beligerancia antifranquista del eterno aspirante a la Moncloa y licenciado máster por Harvard-Aravaca “llega demasiado tarde”. Por un momento parecía que las buenas maneras y el fair play iban a imperar de nuevo en el Parlamento español tras meses de crispación, navajeo a conciencia y reyertas cainitas. Pero no. Todo había sido un espejismo que duró apenas un minuto, justo el tiempo que Casado tardó en empuñar el micrófono después de que Meritxell Batet le concediera el uso de la palabra. Fue entonces cuando, una vez más y para desgracia de España, se vio que no, que para nada, que Casado no es el nuevo Cánovas del Castillo revivido, sino el mismo muchacho impetuoso, hooligan, ultra y airado de siempre.

Los elogios bienintencionados de Iglesias, que le honran no solo como político sino como persona educada, recibieron la consiguiente contestación de su interlocutor en su habitual tono insolente, guerracivilista y faltón: “Pensaba que iba a presentar su dimisión. Acusado por tres delitos, representa a un partido que está imputado por irregularidades (…) Usted comparte mucho más con Vox de lo que cree”. Y cerró el visceral ataque advirtiendo al vicepresidente del Gobierno que siempre “tendrá enfrente” al Partido Popular.

Para empezar, Cánovas del Castillo nunca hubiese reaccionado revolviéndose con el colmillo afilado y la vena hinchada ya que, tal como cuentan los cronistas de la época, el gran arquitecto de la Restauración del XIX acostumbraba a tirar más de humor y fina ironía que de brocha gorda y malos modales. A él se le atribuye aquella magnífica frase que quedó en los anales del parlamentarismo turnista de la época: “Son españoles los que no pueden ser otra cosa”. Algo de tal profundidad y amargo descreimiento jamás podría salir de la boca del dogmático Casado.

Sin duda, Iglesias se equivocó dándole un poco de jabón al jefe de los genoveses y tratando de propiciar un acercamiento entre Gobierno y oposición por el bien del país, pero en su descargo hay que decir que cualquiera en su lugar hubiese cometido la misma equivocación, ya que nos encontramos ante un ambiguo que engaña, un personaje que confunde y que siempre practica el doble juego. Casado es capaz de soltar un discurso en la mejor tradición conservadora republicana, de corte regeneracionista y lerrouxiano, y al minuto siguiente sacar a relucir su lado más carpetovetónico, falangista y fachón. El líder popular tan pronto habla de la modernización del país, de la integración española en Europa y de un conservadurismo centrista a la británica como pasa a desplegar su crítica más despiadada, furibunda y demoledora contra la ley de memoria antifranquista, contra el aborto, contra el feminismo y contra cualquier intento de acuerdo del Gobierno con “batasunos, filoetarras y separatistas catalanes”. Es decir, el mismo manual de neolengua de Vox.

Con Casado uno nunca sabe a qué atenerse porque es al mismo tiempo un demócrata y un nostálgico (hasta ayer nunca había hablado mal de la dictadura); un progre de la derechona y un añejo tradicionalista; un liberal y un monárquico casi dogmático y absolutista. De ahí que sea perfectamente comprensible el error cometido por Iglesias al aplaudir el canto místico a la democracia que ayer hizo el jefe de la oposición; de ahí que sea entendible que toda la prensa nacional e internacional (hasta el New York Times) haya caído otra vez en la trampa de la ambigüedad calculada casadista. Su hipotético revés a la extrema derecha de Santiago Abascal tiene más que ver con el instinto killer de supervivencia de todo político, con la necesidad de respirar que tiene todo acorralado por las circunstancias, con la urgencia de repescar los votos perdidos, que con la sincera personalidad de un demócrata de pedigrí que por convicciones profundas decide dar un puñetazo en la tribuna de oradores de las Cortes contra el neofascismo trumpista de Vox.

Cuando se trata de comparar a Casado con Cánovas del Castillo conviene no perder de vista que el canovismo creía en la alternancia del poder −cuatro años para ti, cuatro años para mí−, mientras que el casadismo quiere todo el poder para él solo y no acepta compartirlo con nadie, mucho menos con el Sagasta Sánchez, al que le niega la legitimidad, el agua y la sal. El canovismo se construyó como elemento moderador, mientras que el casadismo supone polarización y en muchas ocasiones extremo duro. El canovismo era en definitiva estabilidad, mientras que el casadismo es bloqueo de las instituciones, crispación, ruido y barahúnda. Es cierto que el discurso de ayer de Casado fue brillante (el nivel está tan bajo que cualquier parrafada deslumbra y nos parece Séneca), pero lo fue más en las formas que en el fondo, en la retórica que en el contenido. Si el mandatario popular ha decidido dar un paso al frente contra el nazismo franquista y sumarse al “No pasarán” hoy mismo ya hubiese disuelto los trifachitos de Madrid, Andalucía y Murcia por coherencia filosófico-moral y no lo ha hecho. Pero además fue Cánovas quien dijo aquello de que “el éxito no da ni quita la razón a las cosas”, mientras que el líder del PP busca el triunfo personal a cualquier precio, incluso a costa de negarle a los españoles el maná de las ayudas europeas. No, de ninguna manera. Casado no le llega ni a la suela de los talones a Cánovas del Castillo, como sugiere el orfeón de la caverna mediática. Porque Casado es un aznarista recrudecido, un lobo con piel de cordero que lleva dentro un ultra, un “trumpista” de nuevo cuño capaz de todo con el arma de la demagogia barata. Que no nos quieran vender a Casado el moderadito que se ha caído del caballo y ha visto la luz antifascista porque no cuela. Sigue siendo un duro y siempre lo será.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA RESACA DE LA MOCIÓN

(Publicado en Diario16 el 23 de octubre de 2020)

El debate sobre la fallida moción de censura de Vox abre la puerta a un nuevo escenario político en España marcado por el cordón sanitario a la extrema derecha, siempre con el telón de fondo de la dramática pandemia y la acuciante crisis económica que sufre el país. Conviene analizar algunas claves interesantes.

Gobierno de coalición. Sin duda, Pedro Sánchez sale ganador del desafío que le planteó el tremendista Santiago Abascal y se reafirma como un presidente del Gobierno fiable, sólido y con expectativas de gobernanza para los próximos años. Si para algo ha servido la votación es para dejar claro que la ultraderecha está absolutamente sola y marginada en el hemiciclo en su intento por construir una realidad alternativa y distópica de país. El siniestro plan “trumpista” que se empeña en implantar Abascal de momento ha sido frenado por el Ejecutivo central y esa es una buena noticia para los españoles. Desde una posición de fragilidad (el PSOE ganó las elecciones pero sin escaños suficientes para gobernar en solitario) Sánchez ha ido tejiendo mayorías y apoyos puntuales que se han fortalecido con el paso del tiempo. Hoy puede decirse que el Gobierno no es exclusivamente bicolor (socialistas y podemitas), sino multicolor, ya que en él se han implicado numerosas fuerzas parlamentarias periféricas y nacionalistas a las que les une un sentimiento común: su repulsa unánime hacia la ultraderecha españolista.

Pero más allá del fortalecimiento del gabinete de coalición, cabe destacar el factor humano individual: Pedro Sánchez crece como líder político merced al oxígeno que le ha proporcionado Vox. La derrota de la ultraderecha es la victoria de la socialdemocracia y esa batalla puede apuntársela en su haber el secretario general del partido socialista. “A estas alturas creo que ha quedado meridianamente claro que usted no cuenta con ningún apoyo porque no tiene ningún tipo de proyecto para nuestro país, más que el arremeter contra aquellos ciudadanos que no comulgan con sus creencias y con sus sentimientos”, le dijo Sánchez a Abascal, con total serenidad y sosiego, desde la tribuna de oradores de las Cortes. La moción de censura fake enseña cuál es el camino para derrotar al fascismo y también deja constancia de que España no es un Estado tan fallido como sugieren algunos, sino que cuando el sistema democrático empieza a carburar funciona con eficacia. Uno de los factores que llevó a la Segunda República a su rotundo fracaso fue la debilidad de sus instituciones. Mal que le pese a Abascal, esta España ya no es aquella España analfabeta y atrasada de 1936. En el siglo XXI al fascismo se le combate, sí, pero con la fuerza de la razón y la palabra. Algo hemos avanzado pues en ese sentido, lo cual rebate la teoría de tantos historiadores y escritores agoreros que tratan de convencernos de que el nuestro es un país sin remedio condenado a caer una y otra vez en el mismo error. De ninguna manera. Frente al fanatismo ciego y el disparate, el sentido común y la unidad de los demócratas; frente al odio y la violencia verbal, el poder de la razón y la fuerza de la democracia en toda su dimensión. Magistral la jugada del presidente del Gobierno al detener la reforma del Poder Judicial para negociarla con el PP. Ahora la pelota vuelve a estar en el tejado de Casado. Sánchez está aprendiendo sobre la marcha. Vox le ha dado alas y ya vuela tan alto que parece no tener techo.

Partido Popular. La moción de censura de la extrema derecha se presentaba como un ataque a la línea de flotación de Casado. Durante días, el líder popular estuvo deshojando la margarita sobre lo que debía hacer su grupo parlamentario. Las dudas y probablemente el insomnio lo asaltaron en las horas previas al debate, ya que estaba en juego nada más y nada menos que la hegemonía de la derecha española. Sin embargo, el discurso guerracivilista de Abascal −lo peor que se ha escuchado en el hemiciclo en los últimos ochenta años de historia−, terminó por aclararle las ideas, aunque fuese in extremis. “No vamos a ser rehenes de ustedes”, le dijo ayer sin ambages al jefe ultraderechista. En ese momento, Casado se liberó de algunos demonios, ataduras y complejos que han perseguido al PP no ya en esta legislatura, sino en los últimos cuarenta años de democracia. Por primera vez un líder popular ha tenido el coraje de enfrentarse pública y abiertamente al falangismo, un rasgo de carácter que por otra parte anida en muchos sectores de Génova 13 (a él mismo en ocasiones le afloran los tics autoritarios). El desplante dejó descolocado a Abascal, que tuvo que reconocer que no se lo esperaba. Fue como si el presidente del principal partido de la derecha le hubiese dicho a Franco, en su propia cara, que se acabó, que el hilo umbilical entre franquismo y derecha democrática se ha cortado, que el búnker ya no manda aquí. Cabe pensar que el exorcismo ha sido real y no solo un paripé o teatrillo entre ambos partidos para seguir negociando después entre bambalinas. De ser así, Casado habría cometido un triple error: engañar al país, engañar al partido y engañarse a sí mismo. Y tendría los días contados porque los barones territoriales examinan con lupa cada movimiento de Génova 13. Ahora habrá que ver qué recorrido tiene el supuesto divorcio o cese temporal de la convivencia entre PP y Vox. De entrada, las primeras consecuencias ya se están dejando notar. El durísimo discurso de Casado contra los ultras ha provocado la suspensión de la reunión para pactar el proyecto de presupuestos en la Junta de Andalucía. Ha sido Vox quien ha dado por cancelada la mesa de trabajo. Las hostilidades no han hecho más que comenzar y réplicas del terremoto se dejarán notar, sin duda, en Madrid y Murcia, dos comunidades gobernadas por el “trifachito”.

Vox. A buen seguro, de haber sabido Abascal que Casado le tenía preparada una bomba con temporizador nunca habría dado el paso de presentar su moción de censura kamikaze. El dirigente de Vox estaba convencido de que el PP se abstendría, no lo veía votando junto a Sánchez y sus socios “comunistas, separatistas y filoetarras”. Fue un grueso error de cálculo. Al final, su iniciativa se ha revelado estéril, ya que solo ha servido para poner 298 escaños en bandeja de plata a Sánchez, es decir, la inmensa mayoría del Congreso. Cada minuto que pasa parece más evidente que Abascal ha sido víctima de su propio delirio de grandeza, algo lógico por otra parte en alguien que vive instalado en un mundo de tercios de Flandes, reconquistas medievales y gloriosas cruzadas contra el mundo musulmán. En estos dos días de acalorados debates ha quedado acreditado que su estilo descerebrado y loco de hacer política es solo comparable a su falta de preparación, a su bisoñez y a su escasa visión estratégica y táctica. La moción era un tremendo desvarío que veía todo el mundo y aunque Vox va a seguir manteniendo a su electorado, a su fiel parroquia, su nueva imagen de partido perdedor no le beneficiará entre el electorado de derechas, que sopesa su voto útil entre el PP y la formación verde. Es cierto que el Caudillo de Bilbao ha tenido a su disposición el gran altavoz del Parlamento, así como horas de televisión e interminables tertulias, pero probablemente no conseguirá arañar más que unas cuantas décimas en los sondeos, ya que Casado se lo ha comido con patatas, como suele decirse coloquialmente. Es evidente que el líder ultra no es el hombre que necesita España, le faltan tablas, y en su trepidante partida de ajedrez con Casado parecía un aficionado entregado ante el demoledor juego de torres, caballos y afiles del maestro. Un gorrioncillo en manos de un aguilucho mucho más astuto que él, lo cual ya es decir, puesto que el presidente del PP, aunque es brillante en la retórica canovista, tampoco es un dechado de talento político. En defensa de Abascal cabe decir que no solo ha sido víctima de su propia ceguera e impericia, sino que también ha sido presa fácil de la pinza bipartidista. Tanto a Sánchez como a Casado les interesaba quitárselo de encima, así que entre ambos han toreado al miura, le han dado un par de capotazos y pases de pecho y lo han devuelto a los toriles. Que es donde debe estar la fiera.

Viñeta: Artsenal

CASADO, EL ANTIFA

(Publicado en Diario16 el 22 de octubre de 2020)

 La batalla sin cuartel entre PP y Vox por la hegemonía de la derecha española está servida. El discurso de Pablo Casado en el Congreso de los Diputados es lo más parecido a una declaración oficial de guerra contra el falangismo de nuevo cuño. Al líder popular le ha costado dar el paso, pero no le quedaba otra. Seguir encadenado a los ultras era tanto como arrastrar al partido hacia el despeñadero. Comprar la agenda de Vox sobre la pérfida China comunista, la conspiración judeomasónica de Soros y el negacionismo de la pandemia (problemas inventados que no interesan a los españoles) era tanto como aceptar un suicidio político. Y el vértigo le ha podido finalmente a Casado, que ha retrocedido un segundo antes de caer por el precipicio. “Llevamos dos años aguantando sus insultos, señor Abascal. El que sale victorioso de esta moción es el señor Sánchez y usted ha permitido que sucediera. ¿Usted qué cree, que a los españoles les preocupa Soros o más bien llegar a final de mes y pagar la hipoteca? Todo es un desvarío estrambótico”, ha zanjado la cuestión el máximo dirigente de Génova 13.

Un Abascal descolocado, sorprendido, noqueado, intentó defenderse de la severa reprimenda, del histórico correctivo calcado al de ese padre de familia que abronca a su hijo por la mañana después de una gamberrada nocturna. Para siempre quedará la imagen de un Abascal sin reflejos, sin cintura política y sin recursos que no ha sabido reaccionar ante la trampa que le había tendido su hasta hoy socio político. “Me ha dejado usted perplejo, señor Casado. No esperaba para nada esa brutal intervención. Usted se ha unido a la caricatura mía y de los diputados de Vox (…) Ya ni siquiera debatiré con usted sobre temas de Estado…”, dijo compungido antes de plegar folios y volver cabizbajo a su escaño.

Para entonces el líder de la extrema derecha era la viva imagen del patetismo. Casado había golpeado y maltratado de manera inmisericorde a su principal socio de gobierno. Hasta tal punto ha sido la humillación pública que ha llegado a decirle: “Como no somos como usted, no queremos ser como usted”. Queda la posibilidad de que todo haya sido una puesta en escena, un paripé, una farsa, ya que Abascal ha terminado tendiéndole la mano a Casado para futuros acuerdos. Pero en cualquier caso algo muy profundo parece haberse roto en las derechas españolas, hasta tal punto que el trifachito de Colón se difumina entre las páginas de la historia. “Usted ha dado una patada brutal a la esperanza. No lamento su falta de apoyo, no lamento su voto en contra, no lamento la crítica política. Pero lamento el ataque personal que usted ha desplegado aquí en esta tribuna. Al menos podría darnos las gracias por los gobiernos de Madrid, Andalucía y Murcia”, ha concluido lacónicamente el presidente de Vox.

Sin embargo, el supuesto distanciamiento de Casado con el fascismo oficial (que no con el sociológico, que lleva grabado el PP en sus genes fundacionales) puede que ya no sirva de mucho. “Usted ha hecho un discurso brillante, señor Casado, pero llega tarde”, le ha aclarado Pablo Iglesias al líder de la oposición. Y ese es el gran quid de la cuestión. El paso al frente del dirigente popular resultará estéril porque buena parte de su electorado se ha ido del PP para no volver jamás. Sus cambalaches y componendas con Vox le pasarán factura al partido durante mucho tiempo; su loca carrera por aparentar que el PP es más nacionalista, más patriota y más español que su competidor le ha llevado a un callejón sin salida. Y ahora Casado está atrapado entre dos fuegos: el sanchismo que puede gobernar durante años y el franquismo que él mismo ha alimentado. No, Vox no es un invento de Sánchez para reventar el PP; Vox es el gran error político del eterno aspirante a la Moncloa.

El cara a cara entre los dos candidatos a liderar las derechas españolas ha caído como una bomba en medio de la moción de censura, que transcurría entre el tedio y la indiferencia. Antes de la esperada intervención de Casado (que el líder del PP había mantenido en secreto durante días) los 52 diputados de Vox convertían el Congreso en una especie de salón de banquetes, bodas y comuniones. Así es la ultraderecha folclórica: su principal objetivo es desprestigiar las instituciones democráticas, reducirlas a la categoría de tabernas o barracas de feria. Sus señorías ultras se las prometían muy felices tras la sesión vespertina de ayer, en la que Abascal había puesto en juego toda su artillería de intransigencia reaccionaria contras las formaciones nacionalistas. A primera hora de la mañana, Espinosa de los Monteros −entre lágrimas emocionadas y con su habitual estilo cursi−, agradecía a la militancia el apoyo a la moción de censura. Era su forma de transformar el Congreso de los Diputados en un ameno almuerzo para militantes, jubilados y socios de Vox. Solo faltaron los bocadillos de calamares, el pin, las insignias de oro y brillantes y las placas de honor. Los cafés, las copas, los puros y el viva España, viva el rey entre el humo de los cigarros y los efluvios del licor. Era el acto de exaltación final, la última explosión de júbilo del mitin voxista, la celebración de la victoriosa moción de censura. Por momentos parecía que Espinosa iba a decir aquello de enhorabuena a los premiados, pero faltaba lo más importante, la sorpresa final, la guinda del pastel: el inesperado discurso de Pablo Casado.

Abascal había planteado la moción de censura como una primera fase en su intento de darle el sorpasso al PP y eso lo sabía bien el líder popular. “No he contestado a sus provocaciones por respeto a sus votantes. Esta moción la dispara contra el partido que le ha dado trabajo durante quince años y lamento decirle que le ha salido el tiro por la culata. Hasta aquí hemos llegado”, reprendía Casado a su interlocutor. El eje central de la intervención del jefe de la oposición ha girado en torno a una idea principal: Vox ha dado un balón de oxígeno precioso a Pedro Sánchez, que puede gobernar durante varias legislaturas. Pero en las palabras de Casado hay mucho más que eso, está el intento desesperado por recuperar al votante extraviado de centro. “Decimos no a su España de trincheras, a la España en blanco y negro, señor Abascal”. El mandamás de Génova 13 ha tenido que renunciar durante un cuarto de hora a su tono radical de siempre hasta calificar a Vox de “puro populismo” por tratar de alimentar la “España cainita y el odio entre españoles”. Por un instante parecía que estaba hablando el gran estadista con aspiraciones a pasar a la historia, pero en realidad lo hacía el superviviente, el acorralado, el necesitado de votos. A fin de cuentas todo su discurso ha sido un grito impotente por recuperar la grandeza perdida de un partido cuya imagen labrada durante cuatro décadas ha dilapidado él mismo tras meses de contubernios y conspiraciones con la extrema derecha.

Finalmente, Casado ha intentado convencer a la Cámara Baja sobre su supuesto programa conservador a la europea, algo que tenía olvidado tras echarse al monte con la nueva Falange verde: defensa de la vida, propiedad privada, unidad de España en torno a la monarquía, lucha contra la inmigración ilegal “sin racismo ni buenismo…” “Usted arrastra al país hacia un enfrentamiento. Nosotros queremos una España unida y diversa. Uno [Sánchez] no la quiere unida; otro [Abascal] no la quiere diversa. Nosotros queremos una España cohesionada y abierta. Uno de ustedes [Sánchez] no la quiere cohesionada; otro no la quiere abierta [Abascal]”. Pero por encima de todo, en el discurso casadista −que sin duda pasará a los anales del parlamentarismo patrio después de algunas intervenciones infames del dirigente conservador−, ha habido mucho de reproche personal, de amistad rota, de rencor y resentimiento entre viejos camaradas. “¿De verdad no tiene nada que decir del partido en el que ha militado toda su vida, señor Abascal? Ingratitud y deslealtad. Le pido respeto por el partido que derrotó a ETA con la ley. No le gustamos, usted a nosotros tampoco”.

Casado ha visto cómo el abismo se abría a sus pies en forma de moción de censura trampa. Queda por ver si su discurso contra la extrema derecha tiene vocación sincera de consolidarse en su búsqueda del centro o si ha sido simple postureo de cara a la galería, un truco de magia de los muchos que ha protagonizado en todos estos meses de crispación. De momento, en su réplica a Pablo Iglesias volvió a aparecer el Casado más intransigente y feroz. En algunos párrafos incluso ha superado en crudeza al estilo faltón abascaliano. Y es que, por una razón u otra, el líder del PP es una cabra que siempre tira al monte ultra.

Viñeta: Igepzio

ABASCAL SE VE PRESIDENTE

 

(Publicado en Diario16 el 22 de octubre de 2020)

La sesión matinal de la moción de censura fue bronca y navajera (el cara a cara entre Santiago Abascal y Pedro Sánchez quedará como la viva imagen de las dos Españas resucitadas) pero por la tarde el debate fue todavía más triste y desagradable. A la reanudación de la sesión, pasadas las cuatro de la tarde, el presidente del Gobierno ya había abandonado el Congreso de los Diputados, al igual que el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, y algunos de los ministros del gabinete de coalición. Fue un gran error. Dejar el hemiciclo en manos de Abascal y sus huestes franquistas produjo una desolada sensación de orfandad, de vacío de poder, de dejación de funciones cuando no de exceso de confianza y displicencia que el país no se puede permitir en plena ofensiva retrofraquista.

Con un Congreso semivacío y las voces de sus señorías retumbando en un eco frío, estéril y lejano, Abascal se sintió fuerte, crecido, como si ya hubiese ganado la moción de censura y ejerciera de presidente del Gobierno. Esta gente no entiende de reglamentos y tiempos de la democracia, entran en el Parlamento como en una taberna, ponen los pies encima del escaño y ya se sienten dueños y señores de la patria. Así las cosas, el líder de Vox vio que era el momento perfecto para dar rienda suelta al show del facha, el espectáculo casposo, hortera e histriónico en el que tan cómodamente se sienten los integrantes del grupo ultraderechista.

Tras la intervención del portavoz de Bildu, el Caudillo de Bilbao se negó a debatir con él y empezó a leer, uno tras otro, los nombres de las casi mil víctimas de ETA, una actuación estelar que los patriotas diputados de su partido, eficaces actores del melodrama de opereta orquestado por la extrema derecha, siguieron en pie y con la mano en el pecho. Cuando Abascal hubo terminado de leer su lista fúnebre, los palmeros de la bancada verde se levantaron y aplaudieron a rabiar como un solo hombre (y se dice como un solo hombre porque tanto ellos como ellas son muy machos). Sin duda, dar lectura a los asesinados por las hienas etarras fue un buen golpe de efecto que nadie esperaba, eso hay que reconocerlo, y que lamentablemente pilló a medio Consejo de Ministros en la cantina, en la siesta o en los cafés. Una vez más, los franquistas tomaban la delantera, como cuando en los primeros días de julio del 36 llegaban los cables y telegramas de alerta golpista a los ministerios de la República y no había nadie para leerlos y tomar medidas militares urgentes. Sería una tremenda negligencia que Sánchez minusvalorara la amenaza ultra, que se creyera intocable o políticamente superior. Al fascismo no se le discute, se le combate, parafraseando al camarada aquel, pero para combatirlo hay que estar en primera línea de fuego, que en este caso es el Parlamento. O sea que con los nazis siempre hay que estar alerta, en guardia, ojo avizor.

El debate avanzaba y la alergia antivasquista se había desatado ya entre las huestes de Vox. Tras el portavoz de Bildu, el siguiente en subir al potro difamatorio de Torquemada Abascal fue Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso. Es Esteban un demócrata de los pies a la cabeza, un hombre sensato, educado y con sentido de Estado. Es decir, una presa fácil para el depredador de Vox. “Esto es una patochada de moción de censura; puede pasar el siguiente a utilizar los 29 minutos que no utilizaré yo”, dijo el portavoz vasco poniendo una vez más la retranca, la ironía y el dedo en la llaga de lo que está pasando estos días en Carrera de San Jerónimo. En ese momento a Abascal le creció el colmillo retorcido unos cuantos centímetros, salivó como una fiera hambrienta y dio rienda suelta a su odio irrefrenable. “¿Cómo se les ha permitido durante cuarenta años que se les haya llamado Grupo Parlamentario Vasco? Eso cambiará tarde o temprano también”, le respondió amenazante antes de calificar a Sabino Arana de “lunático” y de llamar traidores a todos los diputados del PNV sin excepción. Lamentablemente, señor Esteban, ya está usted en la lista de prefusilados, por si no se había dado cuenta, de modo que bienvenido al club de los poetas muertos.

Los independentistas catalanes y gallegos también tuvieron lo suyo (“lacras” y renegados”) y los amenazó con la cárcel. Hasta el pobre Baldoví, que es más bueno que el pan, sufrió la humillación elitista del Caudillo de Bilbao por no vestir con traje y corbata. Tuvieron que ser los lúcidos y atinados Errejón y Rufián quienes pusieran en su sitio al aspirante a Generalísimo. “Cuando ha subido a la tribuna lo he visto como un matón y se va a ir a su casa como un bufón”, dijo el primero. “Usted ha pasado de Tejero a Torrente Seis”, concluyó el segundo. Touché.

El tono de crispación bajó cuando Inés Arrimadas trató de ejercer el papel de moderadita para quedar bien con el matón de la clase y solo se atrevió a afearle sus “odas a Trump” y su “discurso trasnochado”. ¿Pero qué trasnochado ni que niño muerto, señora Arrimadas? Diga las cosas como son: discurso totalitario, xenófobo, machista y fachón. El cara a cara entre el líder de Vox y la refinada dirigente de Ciudadanos fue el paripé más sonrojante de toda la tarde. La bella y la bestia. Abascal terminó agradeciéndole el “tono educado” −aunque aprovechó para reprocharle su “veletismo”, su apoyo puntual a Sánchez y su condición de “ultraderechita cobarde”− y terminaron su turno de intervención como amigos y fraternales socios que son. Entre ellos se entienden, hay feeling y muchos gobiernos autonómicos en juego, de modo que no convenía calentarse demasiado. A fin de cuentas ambos tienen un enemigo común: el sanchismo separatista y bolivariano. En cualquier caso, de su “tono educado” se deduce que Arrimadas trata a la extrema derecha no como un tigre de Bengala sino como un gatito travieso, revoltoso, minino malo. Cualquier día Caperucita Arrimadas notará en su espalda el zarpazo del lobo feroz.

Cada minuto que pasa queda más claro y patente que la tediosa, inútil y kafkiana moción de censura de Vox solo ha beneficiado a Vox. La ultraderecha está teniendo lo que quería, una interminable tribuna de propaganda, un gran maratón fascista, un mitin en sesión doble de mañana y tarde con el que exponer el programa político a futuro que dejó Franco para cuando el totalitarismo resucitara otra vez en toda Europa. Por cierto, ¿dónde demonios se ha metido Pablo Casado?

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL EXALTADO

(Publicado en Diario16 el 21 de octubre de 2020)

¿Qué se creían ustedes, que esto del fascismo era una broma, una anécdota, un juego de niños? Pues ahí tienen al monstruito “trumpista”, ahí va el huevo de la serpiente bien crecidito y alimentado, ahí está Santi Abascal en todo su esplendor neofascista. El líder de Vox ha mostrado su rostro más feroz, valentón y guerracivilista, hasta tal punto que por momentos no se veía a un señor de Bilbao sino a un enardecido y fuera de sí Führer con la vena del cuello hinchada y echando espumarajos por la boca. Lo que se ha visto en el Congreso de los Diputados espanta, aterroriza y produce congoja y tristeza. El máximo dirigente de la extrema derecha española sabía que había llegado su momento, su minuto de gloria, su todo o nada, y que los focos mediáticos estarían apuntándole. Por una vez iba a abrir los telediarios de la tarde. Todo el altavoz para él y sin limitación de tiempo para largar su programa fascista a placer. No ha defraudado a la parroquia falangista. Tras sacar al escenario a su telonero Ignacio Garriga para que le fuera abonando el terreno, Abascal se empleó a fondo en lo que mejor sabe hacer: ofender, soltar barbaridades, propagar el racismo, el machismo, el antieuropeísmo y el odio entre españoles. Su discurso de moción de censura no solo es un completo recital de su ideario retrofranquista, sino que sería una prueba de cargo concluyente ante cualquier tribunal democrático que juzgara delitos de odio.

Decía Francisco Umbral que el falangismo consistía, como todo fascismo, en coger a un hortera y disfrazarlo de boina, mono, puñal, aristocracia de uñas (mierda y sangre), y corbata para los domingos, que es cuando ninguna marquesa se la pone. Subido a la tribuna de oradores de las Cortes, bien repeinado, trajeado y debidamente aseado, eso mismo parecía el nuevo representante del fascio hispano joseantoniano. Un guiñol muy bien presentado y maqueado movido por los hilos de las élites económicas, por la aristocracia decadente y el nuevo “trumpismo” yanqui supremacista, negrero y tonto. Sin embargo, escuchando su rabieta enloquecida e impotente (saldrá inevitablemente perdedor de su mascarada de moción de censura) da la sensación de que el jovencito Frankenstein del nuevo nazismo patrio va perdiendo fuelle, va quedándose previsible, monótono, aburrido, sin munición retórica. Cuando uno ha soltado todo el arsenal de bilis e insultos del diccionario sin cosechar más que unas décimas raquíticas en los sondeos del CIS ya solo le queda el recurso al tejerazo y al pronunciamiento africanista. Su arrogante apelación a las demás fuerzas políticas del arco parlamentario para que voten su moción de censura y lo hagan presidente del Gobierno ha sido sencillamente patética, digna de un hombre acabado que vive en un delirio constante. Al pedir elecciones “legítimas” (como si todas las que se han celebrado hasta ahora en este país no lo hubiesen sido) Abascal demuestra una gran debilidad. Un auténtico caudillo españolazo, un jefe de la extrema derecha militarista, no apela a otros partidos para que le ayuden en su misión de salvar a la patria. Se sube a un caballo, entra en el Parlamento espadón en mano y punto. Esa es la gran contradicción de Vox, que es una formación marginal fuera del tiempo y del espacio, desubicada, anacrónica. Pero si ridícula y kafkiana ha sido la apelación a sus señorías para que vuelvan al regazo de Franco, para que le hagan a él presidente de un Gobierno de emergencia nacional (“reducidísimo, no como esta malversación”, otra vez el tic antidemocrático) más grotesca aún ha sido su reincidencia a la hora de maquillar la dictadura del régimen anterior. “El Gobierno de Pedro Sánchez es el peor en ochenta años de historia”, ha vuelto a afearle al presidente como hiciese en anteriores intervenciones. Por si no había quedado claro su respeto reverencial al viejo general y su compromiso con los principios fundacionales del Movimiento Nacional.

Después de ese juramento que quedará para la historia de la infamia, más de lo mismo, lo de siempre, la misma verborrea barata y la oscura neolengua con las que Abascal trata de machacar y confundir a las masas: que si el Gobierno es un nuevo Frente Popular en alianza con filoetarras y separatistas; que si Sánchez es un okupa y el jefe de una mafia; que si la paciencia de los españoles se ha agotado. Más improperios, más disparates, más retórica vacía de brocha gorda. Mediocridad moral e intelectual. Entre toda la morralla de “política tóxica” habitual, tan solo ha introducido un nuevo elemento en su discurso manido y trillado: la idea de que China es la gran culpable de la pandemia y que el Gobierno debería pedirle responsabilidades penales y económicas. Otro gran desvarío patriotero y solo le ha faltado decir que si Pekín no se aviene a razones España debería declararle la guerra al gigante asiático y enviarle a la División Azul. De nuevo la conjura contra el enemigo rojo, de nuevo la invocación al fantasma bolchevique. Agitar la cruzada franquista contra el comunismo y los enemigos de la patria es el único as que le queda en la manga al populista Abascal para llegar al poder algún día. Espeluznante ese momento en que ha llamado “renegados” a los miembros del Gobierno, resucitando las dos Españas y advirtiendo de que en este país no cabemos todos, ya que sobra la mitad de los españoles, aquellos que no llevan el pedigrí fascista en los genes.

A falta de un proyecto de país, a Abascal solo le queda esperar a que el barlovento del populismo europeo insufle fuerzas renovadas a su decrépito proyecto. “A diferencia de ustedes nosotros sí somos demócratas y sí defendemos las libertades públicas”, asegura con doblez cínica y ladina. Esta última sentencia está en el primer capítulo del manual del buen facha, la revolución desde dentro, la conquista del poder fagocitando el sistema y usurpando las instituciones. Apoderarse de la democracia para terminar destruyéndola.

Y por supuesto, no podía faltar el furibundo discurso antieuropeo. A todo franquista le molesta que España esté plenamente integrada en la comunidad internacional porque lo que busca es la autarquía, el aislamiento, la vuelta al mundo feudal donde el señorito manda y el esclavo obedece. Incluso se ha permitido rebatir al maestro Ortega y Gasset al decir que ni España es el problema ni Europa es la solución y se ha declarado abiertamente unamuniano, ya que “España es la gran esperanza de Europa”. Revuelve escuchar a este hombre citar a dos grandes filósofos españoles a los que probablemente nunca ha leído ni entendido. Abascal es un hombre de acción (o sea de guerra) más que de reflexión (o sea de libros y razón). Al igual que a Franco no lo votó nadie (ganó por la fuerza de las armas por mucho que se empeñe Ortega Smith) nunca llegará al poder de forma pacífica. Y así, entre bulos y odios, el político expopular ha seguido desbrozando su programa indigesto, su particular Mein Kampf del siglo XXI: “Bruselas es una máquina que deshumaniza; ese dinero que usted ha mendigado en la UE, señor Sánchez, no llegará a tiempo para sacar a los españoles de la catástrofe económica”. Con eso está dicho todo. Bien haría la nueva izquierda naif, la novísima izquierda de salón malamente transgresora, retórica y rompedora con todo en tomar buena nota del discurso antieuropeo de la ultraderecha. Métanse esto en la cabeza, señoras y señores del rojerío caviar: sin la luminosa Europa, España es oscuridad; sin la luz racional de Europa, España vuelve a la corrala, al establo y a la noche de los tiempos que pretende instaurar el Caudillo de Bilbao. Europa nos ha curado, siquiera temporalmente, de la maldición española, de los mismos errores contumaces de siempre, que es adonde pretende llegar Abascal, ya que el fascismo se inventó para ejercer la violencia contra el otro, contra el diferente, no para firmar tratados de paz ni para fundar Estados de bienestar en Maastricht. El eco del discurso abascaliano hiela el corazón. Afortunadamente, la moción de censura está abocada al fracaso, Abascal saldrá del hemiciclo como un decimonónico exaltado de opereta y la jornada de hoy no pasará a la historia de nada.

Viñeta: Igepzio

LAS DERECHAS


(Publicado en Diario16 el 21 de octubre de 2020)

Decía Antonio Machado que la verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés. El “trumpismo” español se ha propuesto enterrar la verdad fabricando un universo paralelo (para lelos, habría que decir) donde la mentira, el bulo y la patraña lo corroen todo. ¿Pero qué es eso del “trumpismo” español?, se preguntará el ocupado lector. ¿Existe realmente? Y en todo caso, ¿quién forma parte de ese selecto club de populistas hispánicos que siguen al pie de la letra las técnicas y lecciones impartidas por Donald Trump al otro lado del Atlántico? Sin duda, estamos hablando de gente que como Pablo Casado, Cayetana Álvarez de Toledo, Santiago Abascal o Isabel Díaz Ayuso han creado su propia neolengua populista sin otro objetivo que alterar la realidad y contaminar a la opinión pública con una especie de “política tóxica” o mundo distópico al revés que ni un relato de Philip K. Dick.

Así es como, a fuerza de machacar cuatro ideas fuerza, los gurús del “trumpismo” ibérico están acostumbrando al personal a coletillas como “consenso progre”, “Gobierno filoetarra y socialcomunista”, “dictadura feminazi”, “terror de los menas” y “guerra cultural”. En el fondo se trata de términos inventados, ficticios, sin ninguna base real, pero que se extienden como virus peligrosos sin que nuestra frágil democracia encuentre los anticuerpos necesarios para defenderse. La jerga metalingüística de las derechas y sus correspondientes fábulas o cuentos para viejas están calando hondo en muchos españoles indignados con sus políticos, aterrorizados por la pandemia y confusos ante el futuro incierto que se avecina. Una legión de ciudadanos abandonados a su suerte y sin referentes que busca soluciones a la desesperada en los charlatanes del populismo, terraplanistas de la política y negacionistas de todo pelaje y condición.

Sin embargo, a veces, solo a veces, la actualidad nos deja titulares deliciosos que desmontan las filfas y trolas de los farsantes y nos ponen ante la auténtica personalidad que se esconde detrás de los embaucadores y retóricos del lenguaje. Ayer mismo, sin ir más lejos, el diario digital Infolibre sorprendía con el carrito del helado a Santiago Abascal, líder de la flamante nueva extrema derecha española. “Tres meses después de haber adquirido un chalé de 185 metros cuadrados con garaje y jardín de 100 metros localizado en una zona de alto nivel al norte de Madrid, y de precio desconocido pero sujeto a una hipoteca de nada menos que 736.000 euros, Abascal sigue sin actualizar su declaración de bienes”, aseguraba el citado medio. O sea que el noble y gran patriota, el españolazo de pedigrí, el Caudillo de Bilbao que iba a dar hasta la última gota de su sangre por España y que se había propuesto terminar con los “chiringuitos y mamandurrias” y con el “Gobierno corrupto filocomunista” y con la “derechita cobarde” es en realidad uno más, otro emprendedor que hace carrera, un muchacho que va para arriba y que prospera con el lucrativo negocio de la política. Un caso de manual de impostura política. Qué decepción para los suyos. La exclusiva de Infolibre habla de una “despampanante vivienda” de un millón de euros, de una vida de lujos que la inmensa mayoría de los españolitos jamás podrán catar, de una posición acomodada de alguien que no hace tanto criticaba a Pablo Iglesias por haberse comprado otro chaletazo como el suyo en Galapagar (últimamente entre los políticos se impone la moda de ver quién la tiene más grande, la casa).

Será porque estamos en otoño, pero el caso es que la careta se le ha caído a Santi Abascal a pocas horas de que suba al estrado de las Cortes para defender su moción de censura fake, un ridículo espantoso que está abocado al fracaso porque Vox está solo y nadie le compra su idea franquista y anticuada de España. El proyecto abascaliano es una delirante ensoñación con mucho cortijo de señoritos feudales, caballos, toreros, misas de doce y monterías de cazadores abatiendo perdices y torcaces. Todo aquel mundo de la España profunda (que no vaciada) y del paria sometido a la tiranía de los caciques latifundistas −tan magistralmente retratado por el centenario Delibes en Las ratas, Los santos inocentes o El disputado voto del señor Cayo− está felizmente superado. Si el gran depresivo y melancólico de Valladolid levantara la cabeza seguro que aconsejaría al bueno de Santi que se volviera para casa, que regresara otra vez a su terruño de Vizcaya de donde no debió haber salido nunca y que no hiciera el ridículo en el Parlamento. Los españoles están avisados de lo que les espera si llega la extrema derecha. La España atávica de Abascal es cosa del pasado, por mucho que entre él y el alcalde de Madrid hayan ejecutado a Largo Caballero a martillazo limpio.

Pero hay más casos de flagrantes impostores populistas que están siendo desenmascarados en estos tiempos de cóleras y pandemias. Según publica la prensa de Madrid, a Isabel Díaz Ayuso le falta poco para pedirle al Gobierno que decrete el toque de queda en la capital de España, ya que ella no se aclara con el virus por incompetencia, nulidad y torpeza manifiesta. IDA es de esas jóvenes políticas “trumpistas” que no sabrían distinguir una bacteria de un camello y eso está costando miles de vidas humanas. Con todo lo que esta mujer ha despotricado durante meses; con toda la barrila que ha dado contra las medidas filocomunistas y represoras; con toda la matraca que ha orquestado contra los peligrosos bolcheviques que pretenden liquidar los derechos y libertades de los “cacerolos” y “cayetanos” para que ahora vaya llorándole a Sánchez y pidiéndole el toque de queda. No es serio. Es una broma pesada. Pero así es nuestra IDA, un día “trumpista” hasta las cachas, al siguiente liberticida. Un día liberal de la corriente dura aguirrista y al siguiente intervencionista aunque sea por necesidad. En cualquier momento se pone la gorra del Che Guevara puño en alto. Con esta señora ya no valen sesudas explicaciones políticas, sociológicas o filosóficas para tratar de entenderla. Lo de IDA es simple y llanamente un fraude, una impostura, una tomadura de pelo a los madrileños. Como todo lo que viene de la nueva extrema derecha española. Como el estilo Casado. Pero de este hablaremos otro día, que ya chupa demasiada cámara.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LA LEYENDA NEGRA

(Publicado en Diario16 el 19 de octubre de 2020)

El Partido Popular no dará un paso atrás en su estrategia de seguir acrecentando la leyenda negra de España en Bruselas. Pablo Casado se ha empeñado en presentar a nuestro país como la nueva Libia, el gran estado fallido de la UE, y va camino de conseguirlo. A estas alturas ya no cabe duda de que el líder del PP sabe más bien poco de cómo frenar una pandemia, aunque es un verdadero artista en el montaje político, el lawfare y el filibusterismo político. Su plan antiespañol −como ha denunciado en las últimas horas la vicepresidenta Carmen Calvo−, está perfectamente trazado y consiste en tres pilares fundamentales: que en España no se respeta la separación de poderes porque se ataca la independencia del Poder Judicial; que la libertad está siendo seriamente amenazada por el Nicolás Maduro ibérico (o sea Pedro Sánchez); y que las ayudas europeas a fondo perdido (el maná de los 140.000 millones para la reconstrucción de nuestro país por el covid) deben ser examinadas con lupa por los hombres de negro de Bruselas para que no terminen en el pozo de la corrupción o lo que es aún peor, en la financiación de las campañas electorales del PSOE.

En realidad todo es un inmenso disparate, un delirio, una patraña sobre otra patraña que pone en peligro las subvenciones oficiales tan necesarias para que España pueda salir de la crisis. En primer lugar, el Poder Judicial no está ahora mucho más amenazado que en los últimos cuarenta años de democracia, un período histórico marcado por las componendas de PP y PSOE en el reparto de los vocales del Consejo General del Poder Judicial. A nadie se le escapa que cada vez que el Partido Popular ha ostentado tareas de Gobierno ha controlado eficazmente la Fiscalía General, las fuerzas de seguridad y las cloacas del Estado. Casos como la operación Kitchen de espionaje al tesorero Bárcenas y el juicio con tintes inquisitoriales contra los principales líderes independentistas del “procés” son buena muestra de ello. Pero aún hay más. Tras su último descalabro electoral, el PP ha perdido influencia en el Parlamento, ya no es el mismo partido fuerte y robusto de antes, de ahí que se haya enrocado en el bloqueo institucional sistemático y en la férrea negativa a renovar la cúpula de la judicatura. Ahora que Sánchez intenta romper esa parálisis, Casado recurre a la Unión Europea rasgándose las vestiduras. La frenética campaña emprendida por el líder del PP para que Bruselas meta a España en el saco de los llamados “países gamberros” del viejo continente, como Polonia y Hungría (dos estados claramente influidos por partidos de ideología de extrema derecha donde los derechos y libertades están seriamente cuestionados) es sencillamente delirante.

En segundo término está el desesperado intento de Casado por crear la ficción de que España es la Venezuela de Europa, un lugar dejado de la mano de Dios donde unos melenudos bolivarianos vestidos con chándal campan a sus anchas, puño en alto, por las calles de España. Cualquiera que tenga un balcón a mano para asomarse puede comprobar que no hay barricadas ni contenedores ardiendo por ningún lado y que el ambiente político español es cualquier cosa menos prerrevolucionario o precomunista. Ningún embajador o alto funcionario de la UE en sus cabales ha enviado informe alguno a Bruselas alertando sobre la supuesta deriva roja en España, y no lo ha hecho sencillamente porque todo es un bulo de Casado que sirve para enardecer los ánimos de los “cacerolos” y Cayetanos prestos a defender sus privilegios de ricos y poco más.

Y en último lugar, en cuanto al infundio profusamente extendido por el jefe de la oposición acerca del riesgo de que las cuantiosas ayudas europeas puedan terminar en los bolsillos de los corruptos −en lugar de inyectar plasma y oxígeno a la economía española−, qué más se puede decir a estas alturas. Ahí está la sentencia del Tribunal Supremo recién salida del horno que acaba de ratificar fuertes condenas para altos cargos del PP por el caso Gürtel, el asunto de corrupción más grave en cuatro décadas de democracia. Si ha habido un partido que ha hecho del dinero público un constante chanchullo y un butroneo a manos llenas ese ha sido el que tiene su sede en Génova 13.

Es obvio que Casado ha convertido el Partido Popular en una prodigiosa y formidable maquinaria de demagogia y montaje que funciona a pleno rendimiento. Ayer mismo la portavoz del PP en el Congreso, Cuca Gamarra, respondía a unas declaraciones de Carmen Calvo, que calificaba las maniobras casadistas en Europa de “vergüenza enorme”, al tiempo que acusaba al sucesor de Rajoy de hacer “antiEspaña y antipatria”. La reacción del aparato propagandístico popular no se hizo esperar. “Vergüenza la que siente Europa y muchos socialistas al ver la propuesta PSOE-Podemos para controlar el Poder Judicial”, escribía Gamarra en un tuit. “Defender nuestro sistema democrático frente a su propuesta es defender la España que queremos. No daremos un solo paso atrás”, advertía la número 1 en el Congreso de los Diputados. En la misma línea se pronunciaba la portavoz del PP en el Parlamento Europeo, Dolors Montserrat, quien replicó que la “antiEspaña” y la “antipatria” que denuncia Calvo “es pretender liquidar la separación de poderes socavando la independencia judicial” o “pactar con aquellos que quieren romperla”.

Todo lo cual nos lleva a concluir que el PP se ha echado al monte europeo y su estrategia política va a seguir siendo la misma que hasta ahora, o sea resucitar la leyenda negra antiespañola y difundirla entre los jerarcas holandeses. Cualquier día vemos a Casado enviando epístolas a Ursula von der Leyen para culpar a Sánchez de la sangrienta conquista de Flandes y Países Bajos, del secular maltrato a los indígenas de las colonias, de la persecución de los liberales, de la Inquisición (ahora chavista), de la expulsión de los judíos y hasta del desastre de la Armada Invencible. Ya no cabe la menor duda: como estadista Casado vale poco, pero como creador de novela histórica de ficción no tiene precio. Se conoce que ha leído a Pérez Reverte.

Viñeta: Lombilla  

LOS CUATRO JINETES

(Publicado en Diario16 el 18 de octubre de 2020)

Que la vivienda de un ministro sea registrada por la Policía para implicarlo en un supuesto caso de negligencia en la gestión de una pandemia como el coronavirus parece cosa de mala película de género negro. Pues eso mismo está ocurriendo en Francia, el país de la liberté, egalité y fraternité. En los últimos días agentes de la Gendamería han inspeccionado el domicilio y las oficinas del ministro francés de Sanidad, Olivier Véran, así como de varios miembros del actual y del anterior Gobierno galo, incluido el exprimer ministro, Édouard Philippe, en el marco de una investigación sobre la gestión de la crisis sanitaria. Las redadas han afectado también a la predecesora de Verán, Agnès Buzyn, a la antigua portavoz del Ejecutivo, Sibeth Ndiaye, y al director general de Sanidad, Jérôme Salomon. La noticia ha hecho temblar a los gobiernos de toda Europa, ya que parece haberse abierto una caza de brujas, una macrocausa general que no hace sino darle la razón a aquellos grupos y partidos políticos de corte populista que claman venganza contra los responsables del apocalipsis que se extiende desde Gibraltar hasta los Urales.

Cabe preguntarse, por tanto, quién está detrás de esta sorprendente investigación desplegada por la Policía de París. Y ahí es donde la lógica lleva a pensar que la extrema derecha de Marine Le Pen está aplicando el manual del montaje judicial que en las últimas semanas ha desplegado Vox en nuestro país. Los ultras hispanos han tratado de judicializar la política nacional con el fin último de sentar a Pedro Sánchez, al ministro Salvador Illa y al doctor Fernando Simón en el banquillo de los acusados. Santiago Abascal y los suyos han intentado en varias ocasiones colgarle el cartel de “criminal y genocida” al presidente del Gobierno, al que imputan “más de 50.000 muertes” en España, y si no han conseguido procesarlo todavía es porque las sucesivas querellas interpuestas por los abogados de Vox han sido archivadas a las primeras de cambio.

En Francia, la ola neofascista se deja sentir con fuerza y se imponen los mismos discursos contra el Gobierno “criminal” que consiente la multiculturalidad y la inmigración, a la que Le Pen acusa de todos los males de la patria. En los primeros días de la pandemia, la presidenta de Agrupación Nacional (antes Frente Nacional), declaraba: “El Gobierno debe estar preparado para cualquier emergencia. Prefiero que se haga demasiado que demasiado poco. De momento, parece que Emmanuel Macron no está haciendo lo suficiente, permitiendo los vuelos que vienen de China. Si la epidemia estuviese fuera de control sanitario en Italia sería necesario imponer el control de nuestras fronteras”. Y tras las graves manifestaciones y altercados de orden público con decenas de detenidos y heridos que se han registrado en las grandes ciudades francesas en las últimas semanas de confinamientos y estados de emergencia, la líder populista sentenció: “No se sabe si estamos en el Lejano Oeste o en Bagdad, en La Naranja Mecánica o Mad Max”. La hipérbole y el histrionismo son dos armas retóricas habitualmente empleadas por la nueva extrema derecha europea, que instiga y promueve conspiraciones, algaradas y desórdenes callejeros para luego demonizar al Gobierno de turno y culparlo del caos social. La sensación de anarquía y desamparo de miles de franceses, así como la ineficacia del Estado a la hora de controlar la pandemia e imponer el orden, es un argumento que está siendo esgrimido por la extrema derecha para erosionar al presidente Emmanuel Macron.

Al igual que en Francia, Alemania y otros muchos países de la UE se repiten las algaradas negacionistas, ultras, antivacunas y grupos antisistema, Vox en España promueve masivas protestas automovilísticas para hacer tambalear el Gobierno Sánchez. Sin duda, los ultranacionalismos han visto en el malestar ciudadano generado por la epidemia de coronavirus, y en los supuestos recortes a la libertad, la oportunidad perfecta para descabalgar a gobiernos legítimos e imponer regímenes mucho más autoritarios y duros. Salvando las distancias, y de alguna manera, el discurso de Le Pen es calcado al de personajes políticos como Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de Madrid, aunque por momentos la lideresa madrileña supera en violencia verbal a la musa de la extrema derecha francesa. No hay más que volver a escuchar las últimas declaraciones de IDA contra el estado de alarma, en las que acusa al Gobierno de Sánchez de “cerrar Madrid a punta de pistola”. Algo así solo puede ser dicho por una persona que ha visto los retratos de Franco y José Antonio colgados en alguna pared de la casa.

De modo que la dialéctica del matonismo político ha impregnado ya la política española y europea. Días atrás, la propia Le Pen se preguntaba en una entrevista en Le Figaro: “¿Qué es la unidad nacional? ¿Participar en las mentiras del Gobierno? ¿Cubrir sus incompetencias como poner en riesgo la vida de los que luchan en primera línea contra el virus? Si es eso, yo no formo parte”. Una vez más, se trataba de cuestionar la legitimidad de un consejo de ministros elegido democráticamente por el pueblo. De nuevo las palabras de la gran inspiradora del ultraderechismo francés recogían los mismos bulos y mentiras que lleva propagando gente como Ayuso y Santiago Abascal desde que estalló la desgraciada pandemia. Lo cual nos lleva a pensar que los movimientos populistas europeos se están coordinando y sumando fuerzas, materiales e ideológicas, para poner en jaque a los gobiernos salidos de las urnas allá donde puedan. Aquella novela de Blasco Ibáñez, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, nos enseña cuál es el escenario perfecto para el fascismo: la Peste, la Guerra, el Hambre y la Muerte. Todos esos ingredientes se concitan ya en el viejo continente para inquietud y preocupación de los demócratas. Hoy ha sido un ministro francés el tratado como un vulgar delincuente con la excusa de una pandemia contra la que resulta casi imposible luchar. Mañana la patada policial puede darse en la puerta misma de Moncloa. O en la casa de cualquiera de nosotros. ¿Por qué no?

Viñeta: Pedro Parrilla

AGUIRRE VOXISTA

(Publicado en Diario16 el 17 de octubre de 2020)

Esperanza Aguirre quiere que el Partido Popular vote a favor de la moción de censura de Vox contra Pedro Sánchez. Por lo visto, la que hasta hace no mucho presumía de ser la gran liberal española, la gran dama centrista a la europea, ha evolucionado aceleradamente hacia el falangismo más recalcitrante, carpetovetónico y extremo. Y eso que Aznar pide que el Grupo Popular vote no a la inoportuna moción de los ultras al considerar que está abocada al fracaso, lo cual supondrá darle más oxígeno a Sánchez. Sin embargo, la condesa consorte de Bornos sigue siendo un verso suelto y cree que el PP debe votar a favor de la iniciativa de Santiago Abascal, ese señor que para ella es tan majo. Y el caso es que no extraña ni la afinidad personal ni la proximidad política de la exlideresa castiza con quien fue uno de sus protegidos para dirigir algún que otro chiringuito o mamandurria. De hecho, tal como apuntó en su día el diputado de Podemos Hugo Martínez Abarca, Vox no es una “criatura” que haya nacido por generación espontánea, sino que es un engendro “del PP de Esperanza Aguirre”, ya que fue ella, la entonces presidenta de Madrid, quien nombró a Abascal director de la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social de la Comunidad de Madrid, dando la alternativa en política al hoy líder de la extrema derecha patria. Ningún proyecto de aquella fundación terminó con éxito, lo cual no impidió que el hoy Caudillo de Bilbao se embolsara un salario nada despreciable de más de 82.000 euros del erario público. El propio Abascal ha llegado a admitir que aquello del Mecenazgo y el Patrocinio de bla, bla, bla no dejaba de ser un “chiringuito” muy bien montado, aunque ha justificado el pastón que se levantaba porque “estaba trabajando en ese momento” y a nadie le amarga un dulce.    

Ahora el nombre de Aguirre suena con fuerza para formar parte del periódico que Vox acaba de poner en marcha y en el que por lo visto colaborarán Hermann Tertsch, Fernando Sánchez Dragó, Alfonso Ussía o Rafael Bardají, entre otras plumas de la caverna o Brunete mediática. Algunos de los nombrados están estrechamente vinculados al “aguirrismo” que dirigió los destinos de Madrid durante años, de modo que todo queda en casa. De alguna manera es como si el destino hubiese querido completar la carambola perfecta: Aguirre contrató a Abascal en su día y este ahora le devuelve la deferencia. El karma pepero, la cadena de favores y la forma de entender la política de la derecha española, entre el enchufismo y el nepotismo, resulta fascinante.

Pero más allá de amistades, afinidades y agendas de contactos, llama la atención que el discurso de Aguirre suene últimamente tan falangista, tan rancio, tan de Extremadura, cuando ella siempre se ha esforzado por ir de liberal a la europea. Así son los personajes de la derechona española, hoy están en el centro y mañana cantando el Cara al Sol; hoy son muy de Winston Churchill y mañana de Millán-Astray. Con ellos uno nunca sabe a qué atenerse. Sea como fuere, el caso es que Aguirre ha dejado en los últimos días perlas como que “por el número de muertos, por las mentiras y por decir que jamás pactaría con Podemos”, el Ejecutivo Sánchez merece ser censurado. O también que “la inmensa mayoría de los españoles” no entendería que el PP votase que no a la moción de censura ultraderechista.

Aguirre es de las que opinan que las derechas deben unirse en un frente común para evitar que “los comunistas” gobiernen durante veinte años. Por eso insta a Pablo Casado a unir a Ciudadanos y a Vox bajo las siglas del PP, al menos en “las circunscripciones pequeñas”. “Pablo [Casado] recibió el PP partido en tres como consecuencia de que, en su momento, Rajoy dijo que los liberales y los conservadores se fueran al partido liberal y al conservador. Le hicieron caso y se han montado Ciudadanos y Vox. Y Pablo lo que tiene que tratar es de unificarlos”, recalca. No queda ahí la cosa. Para conseguir la unidad de las derechas (que no sería sino la consolidación del Trío de Colón), Aguirre se postula para ejercer de mediadora entre el propio Casado y Abascal. “No lo había pensado, como estoy fuera de primera línea… Pero me parece una idea muy buena”, concluye con su habitual retranca chulapa.

Estamos por tanto ante una mujer que se ha quitado la careta y que no le hace ascos al falangismo de nuevo cuño. Es lo que tiene quedarse en el dique seco, dejar de formar parte del circo de la política y que el teléfono ya no suene como antes. Aguirre es eso que se llama un “animal político” (con perdón) y no lleva bien su nuevo rol de juguete roto. No se resigna a perder el relumbrón de los focos, a pasar como una diva en horas bajas, y si para ello tiene que ponerse la camiseta verde de Vox y comprar el manido discurso contra el “consenso progre”, el “social-comunismo” y la “dictadura feminazi” lo hará sin dudarlo dos veces. No sería la primera vez que demuestra que es una auténtica camaleona de la política. Aunque visto el contexto judicial, quizá esa evolución política (más bien involución) puede tener algo que ver también con que Aguirre esté siendo investigada en la pieza Púnica, que indaga en la financiación irregular del PP de Madrid. La mujer anda como loca pidiendo que no se le aplique la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que elimina los plazos de instrucción para investigar casos de corrupción. Si su Santi y su Pablo se juntan para ganar las elecciones, quizá coloquen jueces de la cuerda conservadora y se aclare su negro panorama judicial. Ya se sabe que en España quien controla a Montesquieu controla el poder.

Viñeta: Igepzio

EL ACUSICA

(Publicado en Diario16 el 16 de octubre de 2020)

En Moncloa cunde la indignación contra Pablo Casado. La última maniobra del todavía líder de las derechas españolas para que Bruselas bloquee el paquete de 140.000 millones en ayudas a la reconstrucción de nuestro país se ha interpretado en el gabinete Sánchez como una grave deslealtad, cuando no una traición a España, precisamente por parte de quienes en el PP se jactan de patriotas a todas horas. El “viva España, viva al rey” con el que Casado se llenó la boca durante los actos de celebración del Día de la Fiesta Nacional no deja de ser un grito hueco, vacío, estéril, ya que en el fondo el jefe de la oposición parece dispuesto a todo con tal de derrocar al Gobierno, incluso a dejar que millones de españoles se queden sin el maná de las subvenciones europeas y se mueran de hambre. De seguir por esa línea frentista y conspiranoica, el eterno aspirante a presidente logrará su sueño juvenil de llegar a la Moncloa algún día, aunque para entonces España se habrá convertido en un país más parecido a la devastada Libia que al estado europeo avanzado que por momentos creyó ser. Y él, como líder que se negó a arrimar el hombro en medio de la pandemia, tendrá su parte alícuota de responsabilidad política y moral. Será la historia quien juzgue su ambición ciega y desmedida.

De momento, en el Ejecutivo de coalición descartan que la estrategia suicida y de “tierra quemada” del presidente popular pueda perjudicar a los intereses nacionales en la UE, aunque por si acaso la portavoz del PSOE en el Parlamento Europeo, Irache García, ha pasado a la ofensiva para contrarrestar las “mentiras” de Casado en Bruselas y explicar a los prebostes europarlamentarios que pueden estar tranquilos, ya que en España no se prepara ninguna revolución bolivariana (tal como anuncia agoreramente el mandamás de Génova 13), de modo que el apacible país del sol, la playa, el vino y la juerga seguirá siendo (a falta de que pase la pandemia) la California europea de siempre, el gran balneario del turista alemán, que a fin de cuentas es lo que le interesa a Angela Merkel

Sin embargo, el líder del Partido Popular cree haber encontrado en su furtiva operación de desprestigio contra España la puntilla final para reventar la coalición PSOE/Unidas Podemos y la va a explotar hasta el final, así se vaya al garete el país. Visto lo visto, el lema de Casado es “o gano yo o rompo la baraja” y por eso anda inventando bulos y largando cuentos a los jerarcas arios de la UE sobre el desastre que es España, sobre la república bananera en que se ha convertido este país y sobre la amenaza para el mundo que supone el perverso Nicolás Maduro ibérico, que no es otro que Pedro Sánchez, un señor al que nunca hay que dejar suelto porque luego hace cosas como decretar una paguita para los pobres y por ahí no. La capacidad de Casado para reinventar la leyenda negra española es inagotable y cualquier día manda una carta a la Comisión Europea denunciando que estamos en manos de una pandilla de rojos-anarcos con rabos y cuernos que se comen a los niños, o sea el bulo franquista sobre el hombre del saco republicano de toda la vida. Indudablemente, Casado se ha convertido en el espía perfecto de Bruselas, nuestro hombre en La Habana madrileña, el soplón, el confidente o chivato de las élites suizas y del Club Bilderberg, y como en su partido tienen experiencia con la Kitchen y las cloacas, cada decisión que toma el Politburó monclovita es filtrada a los cinco minutos al despacho de Ursula von der Leyen, para que la señora esté al corriente, tome nota y le ponga un punto negativo a España en los informes sobre cumplimento de las obligaciones democráticas de los Estados miembros. Casado es como aquel eficiente delegado de parvulitos que iba de empollón y de primero de la clase cuando en realidad no era más que un mandado, un repelente acusica, un pelota de la maestra que se chivaba de todo, en este caso a la jefaza de la UE.

El sucesor de Rajoy ya trabaja para los supremacistas holandeses, finlandeses y escandinavos que cortan el bacalao noruego de las subvenciones y ayudas oficiales, o sea que se ha convertido también en un demócrata asintomático, frío, uno de esos conservadores del norte que se ponen muy exquisitos con los informes sobre respeto a las libertades y los derechos humanos en Europa pero que luego, a la hora de la verdad, tratan a patadas a los pobres refugiados africanos y asiáticos. Salta a la vista que Casado no es un tipo alto, rubio y titulado en La Sorbona (pertenece a la tribu morena mediterránea y su máster por Harvard-Aravaca sirve para dar el pego y poco más) pero él se esfuerza mucho por que le dejen entrar en el círculo supremacista europeo. Por eso se ha pasado a la moda “trumpista” y ha colocado a una destroyer como Díaz Ayuso en Madrid, para que vaya haciendo obra, o sea para que vaya demoliendo el Estado de bienestar, que eso gusta mucho en Bruselas.

Casado no sabrá cómo van los últimos experimentos con la vacuna ni si la capital de España cuenta con suficientes rastreadores y médicos (eso a él se la trae al pairo) pero en el arte del montaje político y de pasar informes secretos a las potencias del eje de Berlín es único. De hecho, no se le escapa una sobre Pablo Iglesias, que ya no puede ni ir a la cantina del Parlamento a tomarse un pincho de tortilla entre moción de censura de Vox e insulto de Teodoro García Egea sin que le saquen algún bulo del caso Dina. Está claro que el líder del PP ya trabaja como un agente, espía o enviado especial a un conflicto bélico. En este caso la guerra civil la ponen Santi Abascal y Martínez Almeida, que ayer mismo fusiló la escultura de Largo Caballero. Y eso que dicen que el alcalde de Madrid es un moderado. Anda ya.

Viñeta: Artsenal

domingo, 18 de octubre de 2020

EL SUELDO DE TORRA

(Publicado en Diario16 el 14 de octubre de 2020)

Inhabilitado pero cobrando. Ese es el trato que da el Estado fascista y represor a Quim Torra, que seguirá conservando sus honorarios pese a la sentencia del Tribunal Supremo que lo ha apartado de la política por desobediencia al no retirar los lazos amarillos y la pancarta en apoyo a los presos del procés durante la campaña electoral del 28A. Ahora una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) concreta los cargos por los que se inhabilita a Torra, pero sin afectar a los honores y honorarios, que seguirá ostentando, faltaría más. La Fiscalía no se ha opuesto a que mantenga el sueldo de expresidente. Como dato curioso para la jurisprudencia posterior, el Ministerio Público considera que el salario del alto cargo no se puede entender como un honor, sino como una forma de evitar que quienes han ocupado un puesto en las instituciones pasen a trabajar en la empresa privada. O lo que viene a ser lo mismo: tenerlos contentos para que no se vayan de la lengua con los secretos de estado.

De modo que el honorable seguirá cobrando de la pérfida, totalitaria y represora España. Un apesebrado, un mantenido de Madrid, qué gran traición a la República de Catalonia. Y no será un salario menor, ni precisamente simbólico. Según una información del periódico Crónica Global, el exlíder autonómico venía percibiendo más que su predecesor, Carles Puigdemont, que sigue en su exilio dorado en una mansión de Waterloo. En efecto, en el Portal de Transparencia de la Generalitat de Cataluña se comprueba que en el año 2018 el salario de Torra ascendía a más de 146.000 euros, por encima de los 139.000 de su antecesor y lejos de los 80.000 anuales de Pedro Sánchez, una ridiculez, una miseria al lado del premio especial vitalicio para el honorable president. “Se trata, en conjunto, de retribuciones que superan en todos los escalones a los mismos cargos o con las mismas responsabilidades en la Administración central”, aseguraba en su día Crónica Global. Ahí es nada: el mayor enemigo de España y el mejor pagado. Spain is different.

Todo lo cual nos lleva, una vez más, a ese gran negocio que es la política en nuestro país. Aquí, haga lo que haga, el gobernante nunca pasa hambre ni queda a la intemperie o con una mano delante y otra detrás. Ya puede organizar una gran conspiración contra el Estado, participar en turbias tramas de corrupción, hundir una flota de bancos y Bolsas o financiar a los más siniestros sicarios de las cloacas del Estado, que el puente hacia la jubilación está garantizado. El político español (y Torra lo es mientras figure en nómina de la España borbónica del 78) siempre juega sobre seguro, las espaldas a buen recaudo y los bolsillos forrados. Mientras las clases obreras sufren el zarpazo de la pandemia, la ruina y los rigores del confinamiento, el mandamás ibérico nunca pierde y sale airoso porque siempre llega una paguita de Madrid que nunca falla. Hoy mismo, sin ir más lejos, se han echado a las calles de Barcelona los afectados por el hundimiento de la hostelería, un auténtico drama que pone a miles de familias al borde de la indigencia. Los bares y restaurantes están desapareciendo del paisaje de nuestras ciudades (“ya no tenemos ni para comer”, se lamenta el dueño de un local, pancarta en mano, en una cadena de televisión) pero para los padres de la patria, ya sea la española o la catalana, eso qué más da si siempre hay un sobrecito que llega calentito y puntual del Gobierno.

Con esta nueva sentencia judicial, a buen seguro que Torra, el patriota Torra, no pasará penalidades ni apuros para llegar a final de mes. Con más de 146.000 euros de vellón al año, el honorable verá pasar el infierno del coronavirus, de refilón, desde la ventana del inexpugnable despacho o tras la ventanilla del cochazo oficial, que siempre habrá uno a mano para llevarlo a la Diada. Las cifras de contagiados irán aumentando en esta especie de nefasta competición de la negligencia sanitaria, un macabro Barça-Madrid de la pandemia entre la Generalitat indepe y la falangista Díaz Ayuso por ver quién lo hace peor. No habrá rastreadores ni médicos para la Sanidad pública catalana; no habrá dinero para el turismo; los ERTE y el salario mínimo vital no terminarán de llegar; y las colas del hambre crecerán sin medida. Pero Torra no tiene de qué preocuparse porque está a cubierto. Al margen de lo que haya hecho por el pueblo, el carguete nacional o autonómico siempre queda debidamente blindado. En el caso del posconvergente Quim, su hoja de servicios y su legado histórico no son precisamente para tirar cohetes: una republiqueta de siete minutos, unos contenedores quemados, unos cuantos tuertos por el pelotazo vil de los piolines, un paisaje sembrado de odio y una ruina económica para la que en su día fue la región más próspera de Europa. Y como precio a todo ese fiasco, un pastón en sueldo bruto, o sea una brutalidad política y moral.

Qué calladito se lo tenía, qué bien se lo ha montado el gris y anodino Quim. Apreteu, apreteu, les decía a los chicos de los CDR mientras él llamaba por teléfono a Madrid, off the record, para preguntar si ese mes se congelaba la paga a los funcionarios o caía una extra por navidad, o sea el qué hay de lo mío de toda la vida. Creíamos que Torra era un simple burócrata de la secesión puesto a dedo por Puigdemont y no. Más bien ha sido un avezado inversor en planes de pensiones que ha sabido mirar a tiempo por su futuro. Él, como otros muchos en su día (véase Felipe González, Aznar y hasta el mismísimo Pujol) se va de la política con un futuro prometedor mientras atrás queda el obreraje hundido en el miasma de la peste y peleando en la calle por un mendrugo de pan. Visca Catalunya Lliure. 

Viñeta: Igepzio

EL ESTADO FALLIDO

(Publicado en Diario16 el 14 de octubre de 2020)

“En Europa ya ven a España como un estado fallido, pero no es así; el fallido es usted”, le ha dicho Pablo Casado a Pedro Sánchez en sede parlamentaria. De esta manera, el líder de la oposición parece jactarse de que su plan oculto, su complot para boicotear los 140.000 millones en ayudas europeas a nuestro país está dando resultado. En los últimos días algunos eurodiputados han cuestionado públicamente el paquete de subvenciones a fondo perdido para la reconstrucción económica y alguno de ellos incluso ha llegado a manifestar que ese plan Marshall es “peligroso” por el clima de crispación y la política tóxica que se respira en España. El dinero siempre huye del desorden y en eso anda Pablo Casado, en tratar de demostrar ante los jerarcas de la UE que España no es un país fiable sino un Estado fallido, como él mismo dice. Esta misma mañana el líder de la oposición ha vuelto a convertir el Congreso de los Diputados en un barrizal, un espectáculo lamentable de gresca, insultos y desprecios, sin que se haya dedicado ni un solo minuto a debatir cómo se van a repartir los 140.000 millones en ayudas. A estas alturas no se sabe qué criterios se van a seguir para distribuir el maná de Bruselas entre las diferentes comunidades autónomas, ni qué sectores industriales serán los más favorecidos. Todo es ruido y confusión, la estrategia que le interesa al máximo dirigente de Génova 13.

Cabe recordar que el fondo de ayuda covid está pendiente de transferencia y que nuestro país no recibirá los primeros ingresos hasta la segunda mitad del próximo año, según afirmó el pasado viernes el comisario de Economía, Paolo Gentiloni, en una entrevista al diario italiano La Repubblica. La cuestión es muy delicada (está en juego el futuro del país) y sin embargo Casado sigue jugando con las ansiadas ayudas a las familias y empresas, máxime teniendo en cuenta que el Fondo Monetario Internacional acaba de publicar un informe en el que vaticina que nuestra economía nacional no volverá a crecer al mismo nivel anterior al tsunami de la pandemia hasta el año 2026.

Es evidente que en Europa no gusta lo que se está viendo en España. Una oposición que se ha desentendido de colaborar en la salida de la crisis, una extrema derecha envalentonada que trata de derrocar a un Gobierno debilitado y un clima de inestabilidad, confrontación y crispación como no se aprecia en ningún otro país europeo. En las últimas horas se ha filtrado desde Bruselas que Holanda −el país que tradicionalmente ha liderado el rechazo de los países del norte de Europa a las peticiones de socorro de España e Italia (ambos al borde de la bancarrota por la plaga)− estaría replanteándose volver a poner encima de la mesa la renegociación del plan de ayudas europeas. Los holandeses temen que entre tanto barullo, caos e incompetencia política española toda esa ingente suma de dinero acabe despilfarrándose, o lo que es aún peor, en el pozo de la corrupción. Esa es la tesis de Casado, que en los últimos meses ha estado machacando con el bulo y presionando al grupo conservador en Bruselas para que fiscalice y controle al máximo el dinero que tiene que llegar al Gobierno español para su distribución. A este respecto, el líder de los populares europeos en la Eurocámara, Manfred Weber, ha llegado a asegurar que “desde el Partido Popular Europeo tenemos, por decirlo así, dos condiciones. No queremos desperdiciar el dinero en gastos del pasado, sino invertir en el futuro. El PPE no está dispuesto a que se financien las falsas promesas de Podemos”.

La idea de que Pedro Sánchez es poco menos que un manirroto que no sabrá administrar la montaña de millones que llegarán de la UE y que la destinará a otras cosas como la transición ecológica o las ayudas sociales ha calado hondo tras la insistente campaña de desprestigio desplegada por el presidente del Partido Popular. El líder de la oposición ha terminado por incrementar el recelo de holandeses, finlandeses y austríacos –los tres socios más reacios a ser solidarios con los pobres pueblos mediterráneos− y en estos países algunos medios de comunicación empiezan a exigir que España adelgace su déficit y gasto público, reduzca el número de cargos e instituciones políticas, se rebajen los sueldos y se ataje de una vez la corrupción. En definitiva, que “los españoles adopten de una vez una política seria y racional de eficacia al servicio del ciudadano, de la austeridad y del ahorro”. En esa misma línea va el infame informe de la portavoz del PP en el Parlamento Europeo, Dolors Montserrat, quien ha asegurado que el propósito de su partido es pedir un cambio en el paquete de reformas propuesto por el Gobierno. Al respecto, varias formaciones políticas europeas de la izquierda han mostrado su descontento por el hecho de que la eurodiputada y lugarteniente de Casado en la UE esté impulsando los planes particulares de su partido político mientras preside la Comisión de Peticiones de la Eurocámara.   

De cualquier modo, el daño a la imagen de España en el exterior que está ocasionando Pablo Casado es ya irreparable. Es evidente que su complot, su conspiración para desprestigiar al Gobierno de coalición en las instituciones comunitarias, está dando resultado para desgracia de los españoles, que necesitan esas ayudas europeas como agua de mayo. El maquiavelismo casadista ha quedado al descubierto ya que, mientras por un lado trata de aparentar que es un líder de la oposición sensato y responsable que ha ofrecido al Gobierno un plan B para afrontar la crisis provocada por el coronavirus, por otra parte su objetivo principal es que las ayudas no lleguen a España para que Sánchez termine cayendo. Y en ese juego terrible anda el presidente del PP: un maniobrero en la sombra contra los intereses del país revestido con el falso traje del patriota.  

Mientras tanto, el FMI advierte de que España puede quedar “rezagada” en la salida de la crisis y avisa de que puede llegar un momento en que las ayudas europeas “ya no sean suficientes” para iniciar la senda de la recuperación. El futuro de España está en juego mientras Casado sigue con sus estrategias perversas y con sus experimentos políticos sin duda aprendidos en aquel máster acelerado (quizá demasiado) de Harvard-Aravaca.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LOS AVISOS DE ABASCAL

(Publicado en Diario16 el 14 de octubre de 2020)

Santiago Abascal ha vuelto a dar un nuevo aviso al legítimo Gobierno de coalición, que es tanto como enviar una bala envuelta en un sobre a la democracia española. Las formas duras y falangistas de este hombre no se veían desde los tiempos oscuros de Blas Piñar. En apenas tres días, el líder de Vox ha amenazado hasta por dos veces a Pedro Sánchez exigiéndole que retire su Ley de Memoria Histórica, pero aquí no pasa nada. En España nunca pasa nada hasta que asoma la sombra monstruosa de La Pava por los cielos de Madrid. ¿Acaso no es una técnica de matonismo político lo que hace el máximo dirigente de la formación verde? ¿Es que sus maneras antidemocráticas no son calcadas a las que empleaba José Antonio en los días terribles del 36? Pero más allá de la evidencia constatable de que cada día que pasa el Caudillo de Bilbao da un paso más en su proceso de radicalización, en su espiral de yihadismo neofranquista, cabe preguntarse qué ha querido decir con eso de “segundo aviso”. Toda metáfora taurina esconde algo primitivo, macabro, terrible, ya que supone tratar al avisado como una especie de res a la que se va a dar un par de pases de pecho para someterla luego al descabello y enviarla a los toriles. En este caso Sánchez sería el sacrificado y Abascal el puntillero. 

Hace apenas tres días, Vox publicaba en Twitter: “Derogad la Ley de Memoria Histórica. Primer aviso”. A su vez, Sánchez respondía con contundencia (“la amenaza es inadmisible”) y todas las fuerzas democráticas condenaron sin paliativos el intento de chantaje. Ayer mismo, la formación ultraderechista volvía a insistir en sus tácticas de Cosa Nostra, esta vez desde la tribuna de oradores del Congreso: “Reitero la presentación de una proposición de derogación de la liberticida Ley de Memoria Histórica. Segundo aviso, señorías”, aseguraba Juan José Aizcorbe, diputado de Vox por Barcelona. El ultimátum vuelve a ser tan intolerable como el anterior y al tal Aizcorbe solo le faltó apuntar con el dedo, como un batasuno en los peores años del terrorismo etarra.

Si Vox está en contra de la ley, lo que tiene que hacer Abascal es reunir los votos necesarios en el Parlamento y derogarla reglamentariamente. Mientras tanto, tendrá que acatar la decisión del Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional, y tragarse el sapo. Así es como funcionan las cosas en democracia, así es como se dirimen las cuestiones en una sociedad civilizada, en un Estado de Derecho, un concepto que Abascal, quizá porque siempre anda entre caballos y cazadores, no ha comprendido en sus justos términos políticos y filosóficos.

Está visto que el líder ultra no le hace ascos a los atajos para conquistar el poder. La extorsión a un Gobierno legítimo es algo que la extrema derecha española lleva en sus genes fundacionales. En junio del 36, apenas unas semanas antes del levantamiento militar, Franco enviaba una inquietante carta al presidente Casares Quiroga advirtiéndole del ruido de sables en los cuarteles y del peligro de una conjura militar que se cernía sobre la Segunda República. “Respetado ministro…”, le decía con toda educación antes de advertirle que estaba en la lista negra. Franco era así, siempre fusilaba educadamente y por carta, sin mancharse las manos. En cualquier caso, aquella misiva sí fue un aviso en toda regla y no esta sugerencia velada y críptica de Abascal.

Pero la pregunta sigue en el aire. ¿Qué quiere decir Abascal cuando se pone misterioso y suelta, como quien no quiere la cosa, que el Gobierno ya tiene su “segundo aviso”? La amenaza de un líder político de la extrema derecha, como se fundamenta en la bilis y la víscera, siempre es imprevisible y cualquier cosa puede ocurrir, desde que ordene a sus unidades de élite −los comandos de Cayetanos y Borjamaris− que tomen el Congreso de los Diputados en sus Mercedes recauchutados (una reedición del tejerazo con pijos de Lacoste y burgueses jugadores de golf en lugar de agentes de la Guardia Civil) hasta que planee un golpe de efecto, como liberar la tumba del Generalísimo en Mingorrubio, con nocturnidad y alevosía, y devolver la momia del dictador al Valle de los Caídos. La primera opción lo convertiría en un Milans del Bosch posmoderno, es decir, más rejuvenecido, tuitero y debidamente maquillado con la crema “trumpista”. La segunda en un ladrón de cadáveres, como en aquella vieja película de Boris Karloff. No parece que los tiros vayan por ahí, nunca mejor dicho. Como tampoco parece que tenga demasiado recorrido su desesperada moción de censura, ya que solo la van a apoyar los diputados de Vox, si es que Pablo Casado no sufre un siroco a última hora y se suma a la aventura. La idea de verse en la Moncloa tras dar a probar a Sánchez la misma medicina que él administró a Rajoy en 2018 seduce al sempiterno líder de la oposición, aunque para ello tuviera que colocar a Abascal como ministro del Interior (para desgracia de menas y feministas) y a Hermann Tertsch en Televisión Española, condenando a los españoles a tragar películas de Sarita Montiel y el NO-DO otra vez.

A fecha de hoy, y con los datos de que disponemos, se antoja imposible saber qué pretende Abascal con ese comportamiento autoritario y bravucón propio del peor de los fascismos del siglo pasado. De momento, Macarena Olona ya se ha fotografiado ante la escultura atacada de Largo Caballero, rojigualda en mano. Apología del vandalismo, elogio del fascismo y desafío al orden constitucional, todo en uno. Otro síntoma más de hasta dónde piensa llegar esta gente en su deriva ultra y que nos recuerda aquellas palabras premonitorias de Pablo Iglesias en el Parlamento: “A ustedes les gustaría dar un golpe de Estado, pero no se atreven, porque para eso, además de quererlo, hay que atreverse”. Más claro agua.

Viñeta: Iñaki y Frenchy