(Publicado en Diario16 el 21 de octubre de 2020)
¿Qué se creían ustedes, que esto del fascismo era una broma, una anécdota, un juego de niños? Pues ahí tienen al monstruito “trumpista”, ahí va el huevo de la serpiente bien crecidito y alimentado, ahí está Santi Abascal en todo su esplendor neofascista. El líder de Vox ha mostrado su rostro más feroz, valentón y guerracivilista, hasta tal punto que por momentos no se veía a un señor de Bilbao sino a un enardecido y fuera de sí Führer con la vena del cuello hinchada y echando espumarajos por la boca. Lo que se ha visto en el Congreso de los Diputados espanta, aterroriza y produce congoja y tristeza. El máximo dirigente de la extrema derecha española sabía que había llegado su momento, su minuto de gloria, su todo o nada, y que los focos mediáticos estarían apuntándole. Por una vez iba a abrir los telediarios de la tarde. Todo el altavoz para él y sin limitación de tiempo para largar su programa fascista a placer. No ha defraudado a la parroquia falangista. Tras sacar al escenario a su telonero Ignacio Garriga para que le fuera abonando el terreno, Abascal se empleó a fondo en lo que mejor sabe hacer: ofender, soltar barbaridades, propagar el racismo, el machismo, el antieuropeísmo y el odio entre españoles. Su discurso de moción de censura no solo es un completo recital de su ideario retrofranquista, sino que sería una prueba de cargo concluyente ante cualquier tribunal democrático que juzgara delitos de odio.
Decía Francisco Umbral que el falangismo consistía, como todo fascismo, en coger a un hortera y disfrazarlo de boina, mono, puñal, aristocracia de uñas (mierda y sangre), y corbata para los domingos, que es cuando ninguna marquesa se la pone. Subido a la tribuna de oradores de las Cortes, bien repeinado, trajeado y debidamente aseado, eso mismo parecía el nuevo representante del fascio hispano joseantoniano. Un guiñol muy bien presentado y maqueado movido por los hilos de las élites económicas, por la aristocracia decadente y el nuevo “trumpismo” yanqui supremacista, negrero y tonto. Sin embargo, escuchando su rabieta enloquecida e impotente (saldrá inevitablemente perdedor de su mascarada de moción de censura) da la sensación de que el jovencito Frankenstein del nuevo nazismo patrio va perdiendo fuelle, va quedándose previsible, monótono, aburrido, sin munición retórica. Cuando uno ha soltado todo el arsenal de bilis e insultos del diccionario sin cosechar más que unas décimas raquíticas en los sondeos del CIS ya solo le queda el recurso al tejerazo y al pronunciamiento africanista. Su arrogante apelación a las demás fuerzas políticas del arco parlamentario para que voten su moción de censura y lo hagan presidente del Gobierno ha sido sencillamente patética, digna de un hombre acabado que vive en un delirio constante. Al pedir elecciones “legítimas” (como si todas las que se han celebrado hasta ahora en este país no lo hubiesen sido) Abascal demuestra una gran debilidad. Un auténtico caudillo españolazo, un jefe de la extrema derecha militarista, no apela a otros partidos para que le ayuden en su misión de salvar a la patria. Se sube a un caballo, entra en el Parlamento espadón en mano y punto. Esa es la gran contradicción de Vox, que es una formación marginal fuera del tiempo y del espacio, desubicada, anacrónica. Pero si ridícula y kafkiana ha sido la apelación a sus señorías para que vuelvan al regazo de Franco, para que le hagan a él presidente de un Gobierno de emergencia nacional (“reducidísimo, no como esta malversación”, otra vez el tic antidemocrático) más grotesca aún ha sido su reincidencia a la hora de maquillar la dictadura del régimen anterior. “El Gobierno de Pedro Sánchez es el peor en ochenta años de historia”, ha vuelto a afearle al presidente como hiciese en anteriores intervenciones. Por si no había quedado claro su respeto reverencial al viejo general y su compromiso con los principios fundacionales del Movimiento Nacional.
Después de ese juramento que quedará para la historia de la infamia, más de lo mismo, lo de siempre, la misma verborrea barata y la oscura neolengua con las que Abascal trata de machacar y confundir a las masas: que si el Gobierno es un nuevo Frente Popular en alianza con filoetarras y separatistas; que si Sánchez es un okupa y el jefe de una mafia; que si la paciencia de los españoles se ha agotado. Más improperios, más disparates, más retórica vacía de brocha gorda. Mediocridad moral e intelectual. Entre toda la morralla de “política tóxica” habitual, tan solo ha introducido un nuevo elemento en su discurso manido y trillado: la idea de que China es la gran culpable de la pandemia y que el Gobierno debería pedirle responsabilidades penales y económicas. Otro gran desvarío patriotero y solo le ha faltado decir que si Pekín no se aviene a razones España debería declararle la guerra al gigante asiático y enviarle a la División Azul. De nuevo la conjura contra el enemigo rojo, de nuevo la invocación al fantasma bolchevique. Agitar la cruzada franquista contra el comunismo y los enemigos de la patria es el único as que le queda en la manga al populista Abascal para llegar al poder algún día. Espeluznante ese momento en que ha llamado “renegados” a los miembros del Gobierno, resucitando las dos Españas y advirtiendo de que en este país no cabemos todos, ya que sobra la mitad de los españoles, aquellos que no llevan el pedigrí fascista en los genes.
A falta de un proyecto de país, a Abascal solo le queda esperar a que el barlovento del populismo europeo insufle fuerzas renovadas a su decrépito proyecto. “A diferencia de ustedes nosotros sí somos demócratas y sí defendemos las libertades públicas”, asegura con doblez cínica y ladina. Esta última sentencia está en el primer capítulo del manual del buen facha, la revolución desde dentro, la conquista del poder fagocitando el sistema y usurpando las instituciones. Apoderarse de la democracia para terminar destruyéndola.
Y por supuesto, no podía faltar el furibundo discurso antieuropeo. A todo franquista le molesta que España esté plenamente integrada en la comunidad internacional porque lo que busca es la autarquía, el aislamiento, la vuelta al mundo feudal donde el señorito manda y el esclavo obedece. Incluso se ha permitido rebatir al maestro Ortega y Gasset al decir que ni España es el problema ni Europa es la solución y se ha declarado abiertamente unamuniano, ya que “España es la gran esperanza de Europa”. Revuelve escuchar a este hombre citar a dos grandes filósofos españoles a los que probablemente nunca ha leído ni entendido. Abascal es un hombre de acción (o sea de guerra) más que de reflexión (o sea de libros y razón). Al igual que a Franco no lo votó nadie (ganó por la fuerza de las armas por mucho que se empeñe Ortega Smith) nunca llegará al poder de forma pacífica. Y así, entre bulos y odios, el político expopular ha seguido desbrozando su programa indigesto, su particular Mein Kampf del siglo XXI: “Bruselas es una máquina que deshumaniza; ese dinero que usted ha mendigado en la UE, señor Sánchez, no llegará a tiempo para sacar a los españoles de la catástrofe económica”. Con eso está dicho todo. Bien haría la nueva izquierda naif, la novísima izquierda de salón malamente transgresora, retórica y rompedora con todo en tomar buena nota del discurso antieuropeo de la ultraderecha. Métanse esto en la cabeza, señoras y señores del rojerío caviar: sin la luminosa Europa, España es oscuridad; sin la luz racional de Europa, España vuelve a la corrala, al establo y a la noche de los tiempos que pretende instaurar el Caudillo de Bilbao. Europa nos ha curado, siquiera temporalmente, de la maldición española, de los mismos errores contumaces de siempre, que es adonde pretende llegar Abascal, ya que el fascismo se inventó para ejercer la violencia contra el otro, contra el diferente, no para firmar tratados de paz ni para fundar Estados de bienestar en Maastricht. El eco del discurso abascaliano hiela el corazón. Afortunadamente, la moción de censura está abocada al fracaso, Abascal saldrá del hemiciclo como un decimonónico exaltado de opereta y la jornada de hoy no pasará a la historia de nada.
Viñeta: Igepzio
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