(Publicado en Diario16 el 22 de octubre de 2020)
La sesión matinal de la moción de censura fue bronca y navajera (el cara a cara entre Santiago Abascal y Pedro Sánchez quedará como la viva imagen de las dos Españas resucitadas) pero por la tarde el debate fue todavía más triste y desagradable. A la reanudación de la sesión, pasadas las cuatro de la tarde, el presidente del Gobierno ya había abandonado el Congreso de los Diputados, al igual que el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, y algunos de los ministros del gabinete de coalición. Fue un gran error. Dejar el hemiciclo en manos de Abascal y sus huestes franquistas produjo una desolada sensación de orfandad, de vacío de poder, de dejación de funciones cuando no de exceso de confianza y displicencia que el país no se puede permitir en plena ofensiva retrofraquista.
Con un Congreso semivacío y las voces de sus señorías retumbando en un eco frío, estéril y lejano, Abascal se sintió fuerte, crecido, como si ya hubiese ganado la moción de censura y ejerciera de presidente del Gobierno. Esta gente no entiende de reglamentos y tiempos de la democracia, entran en el Parlamento como en una taberna, ponen los pies encima del escaño y ya se sienten dueños y señores de la patria. Así las cosas, el líder de Vox vio que era el momento perfecto para dar rienda suelta al show del facha, el espectáculo casposo, hortera e histriónico en el que tan cómodamente se sienten los integrantes del grupo ultraderechista.
Tras la intervención del portavoz de Bildu, el Caudillo de Bilbao se negó a debatir con él y empezó a leer, uno tras otro, los nombres de las casi mil víctimas de ETA, una actuación estelar que los patriotas diputados de su partido, eficaces actores del melodrama de opereta orquestado por la extrema derecha, siguieron en pie y con la mano en el pecho. Cuando Abascal hubo terminado de leer su lista fúnebre, los palmeros de la bancada verde se levantaron y aplaudieron a rabiar como un solo hombre (y se dice como un solo hombre porque tanto ellos como ellas son muy machos). Sin duda, dar lectura a los asesinados por las hienas etarras fue un buen golpe de efecto que nadie esperaba, eso hay que reconocerlo, y que lamentablemente pilló a medio Consejo de Ministros en la cantina, en la siesta o en los cafés. Una vez más, los franquistas tomaban la delantera, como cuando en los primeros días de julio del 36 llegaban los cables y telegramas de alerta golpista a los ministerios de la República y no había nadie para leerlos y tomar medidas militares urgentes. Sería una tremenda negligencia que Sánchez minusvalorara la amenaza ultra, que se creyera intocable o políticamente superior. Al fascismo no se le discute, se le combate, parafraseando al camarada aquel, pero para combatirlo hay que estar en primera línea de fuego, que en este caso es el Parlamento. O sea que con los nazis siempre hay que estar alerta, en guardia, ojo avizor.
El debate avanzaba y la alergia antivasquista se había desatado ya entre las huestes de Vox. Tras el portavoz de Bildu, el siguiente en subir al potro difamatorio de Torquemada Abascal fue Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso. Es Esteban un demócrata de los pies a la cabeza, un hombre sensato, educado y con sentido de Estado. Es decir, una presa fácil para el depredador de Vox. “Esto es una patochada de moción de censura; puede pasar el siguiente a utilizar los 29 minutos que no utilizaré yo”, dijo el portavoz vasco poniendo una vez más la retranca, la ironía y el dedo en la llaga de lo que está pasando estos días en Carrera de San Jerónimo. En ese momento a Abascal le creció el colmillo retorcido unos cuantos centímetros, salivó como una fiera hambrienta y dio rienda suelta a su odio irrefrenable. “¿Cómo se les ha permitido durante cuarenta años que se les haya llamado Grupo Parlamentario Vasco? Eso cambiará tarde o temprano también”, le respondió amenazante antes de calificar a Sabino Arana de “lunático” y de llamar traidores a todos los diputados del PNV sin excepción. Lamentablemente, señor Esteban, ya está usted en la lista de prefusilados, por si no se había dado cuenta, de modo que bienvenido al club de los poetas muertos.
Los independentistas catalanes y gallegos también tuvieron lo suyo (“lacras” y renegados”) y los amenazó con la cárcel. Hasta el pobre Baldoví, que es más bueno que el pan, sufrió la humillación elitista del Caudillo de Bilbao por no vestir con traje y corbata. Tuvieron que ser los lúcidos y atinados Errejón y Rufián quienes pusieran en su sitio al aspirante a Generalísimo. “Cuando ha subido a la tribuna lo he visto como un matón y se va a ir a su casa como un bufón”, dijo el primero. “Usted ha pasado de Tejero a Torrente Seis”, concluyó el segundo. Touché.
El tono de crispación bajó cuando Inés Arrimadas trató de ejercer el papel de moderadita para quedar bien con el matón de la clase y solo se atrevió a afearle sus “odas a Trump” y su “discurso trasnochado”. ¿Pero qué trasnochado ni que niño muerto, señora Arrimadas? Diga las cosas como son: discurso totalitario, xenófobo, machista y fachón. El cara a cara entre el líder de Vox y la refinada dirigente de Ciudadanos fue el paripé más sonrojante de toda la tarde. La bella y la bestia. Abascal terminó agradeciéndole el “tono educado” −aunque aprovechó para reprocharle su “veletismo”, su apoyo puntual a Sánchez y su condición de “ultraderechita cobarde”− y terminaron su turno de intervención como amigos y fraternales socios que son. Entre ellos se entienden, hay feeling y muchos gobiernos autonómicos en juego, de modo que no convenía calentarse demasiado. A fin de cuentas ambos tienen un enemigo común: el sanchismo separatista y bolivariano. En cualquier caso, de su “tono educado” se deduce que Arrimadas trata a la extrema derecha no como un tigre de Bengala sino como un gatito travieso, revoltoso, minino malo. Cualquier día Caperucita Arrimadas notará en su espalda el zarpazo del lobo feroz.
Cada minuto que pasa queda más claro y patente que la tediosa, inútil y kafkiana moción de censura de Vox solo ha beneficiado a Vox. La ultraderecha está teniendo lo que quería, una interminable tribuna de propaganda, un gran maratón fascista, un mitin en sesión doble de mañana y tarde con el que exponer el programa político a futuro que dejó Franco para cuando el totalitarismo resucitara otra vez en toda Europa. Por cierto, ¿dónde demonios se ha metido Pablo Casado?
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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