(Publicado en Diario16 el 6 de octubre de 2020)
Mark Twain creía que hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas. Hoy el Gobierno madrileño de Isabel Díaz Ayuso ha hecho de esta brillante sentencia una norma de comportamiento político. IDA y su personal shopper, Ignacio Aguado, han empezado a vender ante la opinión pública, a bombo y platillo y con gran juego de pirotecnia y fanfarria, que el plan regional de emergencia para contener el virus empieza a dar sus frutos, hasta tal punto que las cifras sobre el número de contagiados estarían empezando a bajar significativamente mientras la famosa curva epidemiológica se aplanaría como por arte de magia. “Las medidas de la Comunidad de Madrid dan resultados. Estamos cambiando la tendencia”, se alegraba el pasado fin de semana la singular presidenta del Gobierno regional. En realidad, el supuesto milagro obrado por la Consejería de Salud consiste en que en apenas dos semanas se habría logrado reducir el número de contagiados en más de 200 personas, un hipotético balón de oxígeno que caso de ser cierto no podría ocultar el fiasco en la gestión de la pandemia que sigue siendo Madrid, todavía a la cabeza entre las grandes ciudades del mundo más apestadas por el virus de Wuhan.
Todo lo cual nos lleva a pensar que algo huele mal, y en este caso no en Dinamarca, sino en Puerta de Sol, sede del Gobierno autonómico, que está mucho más cerca. No hay que ser un experto virólogo de la Organización Mundial de la Salud para caer en la cuenta de que apenas han transcurrido unos pocos días desde que se puso en marcha el dispositivo sanitario a la desesperada de Díaz Ayuso (ese infame apartheid sanitario que discrimina a los barrios obreros de los ricos) de manera que es prácticamente imposible que la situación haya mejorado en tan poco tiempo. Sin duda, es demasiado pronto para que las medidas hayan surtido efecto, tal como reconocen los médicos y expertos, que recomiendan analizar los datos con cautela, a medio plazo, dejando pasar varias semanas o incluso meses para conocer el impacto real de un plan de choque sanitario.
Sin embargo IDA, la impaciente IDA que siempre quiso saltarse las sucesivas fases del confinamiento para poner en marcha la economía cuanto antes −arriesgando la salud de sus ciudadanos−, vuelve a cometer la misma imprudencia de ir demasiado deprisa para no llegar a ninguna parte. Sin duda, el lobby hostelero de tapas y pinchos de la Plaza Mayor sigue apretándola fuerte para que haga la vista gorda y la manga ancha ante las duras restricciones del Gobierno Sánchez. Y ella, como gobierna como una alcaldesa de pueblo pequeño, se está dejando querer y hasta presionar. Ya se sabe que no hay peor gobernante que aquel que pretende contentar a todos.
Las sospechas de manipulación de informes no han pasado desapercibidas ni al ministro de Sanidad, Salvador Illa, ni el epidemiólogo Fernando Simón, que en las últimas horas han cuestionado la fiabilidad de los datos servidos a diario por el consejero Enrique Ruiz Escudero. Ambos creen que por mucho que IDA se empeñe en querer cambiar la realidad, por mucho que pretenda hacer creer que la plaga se ha superado y que ya se puede celebrar la victoria con seis corridas de toros por San Isidro, el virus sigue propagándose peligrosamente. “No voy a entrar en ningún tipo de polémica. Ojalá que los datos sean así, tenemos algunas dudas”, asegura el prudente Illa. “Hay zonas de Madrid que no van mejorando. Tenemos alguna duda (…). Espero con todo mi corazón que vaya mejor. Basándonos en la información que tenemos ahora no podemos estar seguros de que vaya mejor o vaya peor, se necesita una evaluación correcta de los datos”, alega por su parte el doctor Simón.
La situación sanitaria no es como para tirar cohetes, de ahí que el Gobierno central se mueva con todas las cautelas y precauciones del mundo. Vistos los antecedentes de imprudencia temeraria de la primera dama que controla los resortes del poder en la Comunidad de Madrid todo lo que venga del Gobierno regional debe ser puesto inmediatamente en cuarentena. Y más aún los informes técnicos. No hay que olvidar que Ayuso es una fiel representante del “trumpismo” más descabellado, ese movimiento político que hace de la mentira un programa político y que se propaga como una plaga por todo el mundo. Ya hemos visto a dónde conduce esa corriente populista. El espectáculo circense de Donald Trump saliendo a hurtadillas del hospital pese a la opinión en contra de sus médicos y quitándose la mascarilla con desprecio en el balcón de la Casa Blanca no augura nada bueno. Al igual que el magnate neoyorquino, IDA da por bueno sacrificar la vida de una parte de la población si con ello se consigue salvar la economía (unas 60.000 personas, el 1 por ciento de los habitantes de Madrid). Trump, que ha hecho de la campaña electoral una mascarada permanente en la que él ejerce el papel de Superman capaz de vencer a la kryptonita verde del coronavirus, ya le ha dicho a los norteamericanos que no deben temer al agente patógeno, animándoles a seguir con la vida de siempre como si nada para que no se paralice la economía. Mientras tanto, Estados Unidos es ese país que ha superado la espeluznante cifra de 200.000 muertos y va camino de los 7 millones de contagiados. Ni un ataque nuclear.
Hace tiempo que el estilo esperpéntico y payaso de hacer política de Trump ha sido comprado por gente como Ayuso, Pablo Casado y Santiago Abascal, otro experto en el bulo y en la manipulación de las estadísticas, mayormente las de violencia de género, ocupación de viviendas e inmigración. Este último, líder de la nueva extrema derecha española, sigue en sus trece de hacer creer a la sociedad española que todos los políticos son iguales, o sea, aquel viejo axioma franquista para desacreditar la democracia liberal. “Haga como yo, no se meta en política”, solía decirle Franco a sus amigos y allegados. De modo que el programa de las derechas está servido: falsear datos, degradar las instituciones democráticas y confundir a la ciudadanía para propagar la rabia y el odio contra el sistema. Un terreno perfectamente abonado para la llegada del caudillo/clown.
Viñeta: Pedro Parrilla
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